AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Para comandar un ejército [Privado]
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Para comandar un ejército [Privado]
A raíz de sus escandalosos orígenes, el Rey de Italia y su ejército vivían una tensión tremenda. Eran muy importantes el uno para el otro, pero estaban los dos sometidos a una antipatía extraña y sobrenatural. Hacía años que había ascendido al trono como el bastardo legitimado, pero a pesar del descenso de la discordia, el favor no aumentaba. Como resultado, la disciplina del ejército no iba como debía y sacaba de quicio a Della Bordella. Que sus enemigos más allá de las fronteras no se enterasen de la situación en la que se encontraba, o comenzarían a presionar. Cuervos oportunistas.
Cuando se retiraba y volvía a estar a solas, una mezcla de alivio y frustración se le pegaba a la ropa. La única manera de remover tanta porquería era entrenándose bajo la clandestinidad de la noche, en uno de los muchos patios del Palacio Real. El único donde no dejaba que los sirvientes le perturbaran.
Había algo en los ojos de Ischirione cada vez que practicaba el tiro con arco. Una expresión singular, como si esperasen ávidamente algo desconocido. Tenían ese aire de estar preparados para lo que pudiera ocurrirles, una especie de seguridad, de expectativa: el aire de un Rey cuya corona no transmitía confianza, sino vulnerabilidad.
Muy cerca de donde se hallaba, se aproximaba Ramiara, que llevaba la historia de la guerra escrita en su cuerpo y tenía ese porte de general, cosas ambas de las que Ischirione se percataba, aun cuando nunca viviera tanto como ella. La vampiresa lo entrenaba desde su niñez, incluso cuando era un bastardo escondido en Inglaterra, pero se movía en un plano opuesto al suyo, en donde el tiempo era irrelevante. Para Ischirione, en cambio, cada día contaba para él y para Italia.
Soltó la flecha. Estuvo a punto de llegar al blanco. A estas alturas, no le importaba. Estaba más cerca del objetivo que de imponerse por las buenas al ejército. No podía castigar la falta de devoción. Tenía que hacer algo más.
Ramiara podía tener las repuestas que buscaba. La misma que, sin llamar a puerta alguna, había aparecido en sus terrenos. Ischirione relajó los brazos y saludó asintiendo.
— Antes me asustaba cuando aparecías así. Lo digo para que te des cuenta de lo viejo que estoy. Sé bienvenida, aunque creo que la presencia de la señorita no fue anunciada. — dijo caminando a recoger la flecha, con una expresión de relajada connivencia. Los vampiros y sus ventajas. — ¿Recibiste mi mensaje o no hizo falta que leyeras una sola línea para enterarte de lo obvio?
Cuando se retiraba y volvía a estar a solas, una mezcla de alivio y frustración se le pegaba a la ropa. La única manera de remover tanta porquería era entrenándose bajo la clandestinidad de la noche, en uno de los muchos patios del Palacio Real. El único donde no dejaba que los sirvientes le perturbaran.
Había algo en los ojos de Ischirione cada vez que practicaba el tiro con arco. Una expresión singular, como si esperasen ávidamente algo desconocido. Tenían ese aire de estar preparados para lo que pudiera ocurrirles, una especie de seguridad, de expectativa: el aire de un Rey cuya corona no transmitía confianza, sino vulnerabilidad.
Muy cerca de donde se hallaba, se aproximaba Ramiara, que llevaba la historia de la guerra escrita en su cuerpo y tenía ese porte de general, cosas ambas de las que Ischirione se percataba, aun cuando nunca viviera tanto como ella. La vampiresa lo entrenaba desde su niñez, incluso cuando era un bastardo escondido en Inglaterra, pero se movía en un plano opuesto al suyo, en donde el tiempo era irrelevante. Para Ischirione, en cambio, cada día contaba para él y para Italia.
Soltó la flecha. Estuvo a punto de llegar al blanco. A estas alturas, no le importaba. Estaba más cerca del objetivo que de imponerse por las buenas al ejército. No podía castigar la falta de devoción. Tenía que hacer algo más.
Ramiara podía tener las repuestas que buscaba. La misma que, sin llamar a puerta alguna, había aparecido en sus terrenos. Ischirione relajó los brazos y saludó asintiendo.
— Antes me asustaba cuando aparecías así. Lo digo para que te des cuenta de lo viejo que estoy. Sé bienvenida, aunque creo que la presencia de la señorita no fue anunciada. — dijo caminando a recoger la flecha, con una expresión de relajada connivencia. Los vampiros y sus ventajas. — ¿Recibiste mi mensaje o no hizo falta que leyeras una sola línea para enterarte de lo obvio?
Ischirione Della Bordella- Realeza Italiana
- Mensajes : 127
Fecha de inscripción : 02/05/2017
Re: Para comandar un ejército [Privado]
Pese a haber pasado un brevísimo período de tiempo fuera de Italia –porque para cualquier vampiro una decena de años contaba como lo que se tarda en dar un simple suspiro-, la tierra en la que nació y murió su familia siempre la llamaría. Estaba ligada a ella irremediablemente y todo el tiempo que había prestado servicio a la corona, generación tras generación, significaría siempre mucho para ella pues no solo era parte de su eterna historia de vida, sino también su gran orgullo.
Conocía a Ischirione muy bien, de hecho ella misma lo había entrenado desde pequeño. A pesar de que no era una mujer entrometida, Ramiara conocía la historia de sus orígenes de boca del mismísimo rey anterior, a quien también había enseñado. Oh, la inmortalidad…
Por eso, porque Italia y sus revueltas no le eran lejanas pese a estar pasando una breve temporada en París, y porque conocía a Ischirione y su polémica forma de ascender al trono, a Ramiara no le sorprendió encontrarse con una misiva en la que él solicitaba que se presentase en el palacio en cuanto le fuese posible. Tratar con soldados era la cosa más sencilla del mundo, eran hombres –y algunas poquísimas mujeres- que se limitaban a obedecer, a acatar órdenes solo porque alguien superior a ellos las daba. Claro, comandar un ejército era la cosa más sencilla siempre que se tuviese el respeto de esos soldados, cosa que Ramiara dudaba que Ischirione tuviese.
Viajar siempre representaba un dolor de cabeza para los vampiros, pero esa vez Ramiara lo hizo sin grandes complicaciones y la misma noche en la que llegó se apersonó en el palacio pues, ¿qué debía esperar si en verdad no había tiempo que perder? Lo halló en uno de los patios, esos que habían visto infinitas cosas, que habían oído los gritos de cientos de reyes… No podía negar que el impacto fue grande, siempre le sucedía, ver a su antiguo discípulo tan crecido, tan hombre, le hizo sentir algo parecido a la nostalgia pues recordaba muy bien la primera vez que lo había visto. Quiso llamarlo mio piccolino como en otras épocas, mas no lo hizo.
-No era necesario que la leyese pues sabía lo que estaba sucediendo y podía adivinar qué me pediría, su majestad –le dijo y se acercó a él, a ese hombre que siempre sería pequeño y taciturno en su mente-. Aún así la he leído, no podía no hacerlo –dijo con una sonrisa e hizo una breve inclinación. No era necesaria, sabía que había confianza entre ellos, pero así era Ramiara, demasiado respetuosa a veces-. Bien, ¿por dónde quieres empezar? ¿Tienes un listado de los traidores o es lo que debo investigar yo? Lamentablemente para ellos, debo decirte que para que esta manada de holgazanes vuelva a obedecer a sus superiores deberá correr sangre. No hay obediencia sin temor.
Conocía a Ischirione muy bien, de hecho ella misma lo había entrenado desde pequeño. A pesar de que no era una mujer entrometida, Ramiara conocía la historia de sus orígenes de boca del mismísimo rey anterior, a quien también había enseñado. Oh, la inmortalidad…
Por eso, porque Italia y sus revueltas no le eran lejanas pese a estar pasando una breve temporada en París, y porque conocía a Ischirione y su polémica forma de ascender al trono, a Ramiara no le sorprendió encontrarse con una misiva en la que él solicitaba que se presentase en el palacio en cuanto le fuese posible. Tratar con soldados era la cosa más sencilla del mundo, eran hombres –y algunas poquísimas mujeres- que se limitaban a obedecer, a acatar órdenes solo porque alguien superior a ellos las daba. Claro, comandar un ejército era la cosa más sencilla siempre que se tuviese el respeto de esos soldados, cosa que Ramiara dudaba que Ischirione tuviese.
Viajar siempre representaba un dolor de cabeza para los vampiros, pero esa vez Ramiara lo hizo sin grandes complicaciones y la misma noche en la que llegó se apersonó en el palacio pues, ¿qué debía esperar si en verdad no había tiempo que perder? Lo halló en uno de los patios, esos que habían visto infinitas cosas, que habían oído los gritos de cientos de reyes… No podía negar que el impacto fue grande, siempre le sucedía, ver a su antiguo discípulo tan crecido, tan hombre, le hizo sentir algo parecido a la nostalgia pues recordaba muy bien la primera vez que lo había visto. Quiso llamarlo mio piccolino como en otras épocas, mas no lo hizo.
-No era necesario que la leyese pues sabía lo que estaba sucediendo y podía adivinar qué me pediría, su majestad –le dijo y se acercó a él, a ese hombre que siempre sería pequeño y taciturno en su mente-. Aún así la he leído, no podía no hacerlo –dijo con una sonrisa e hizo una breve inclinación. No era necesaria, sabía que había confianza entre ellos, pero así era Ramiara, demasiado respetuosa a veces-. Bien, ¿por dónde quieres empezar? ¿Tienes un listado de los traidores o es lo que debo investigar yo? Lamentablemente para ellos, debo decirte que para que esta manada de holgazanes vuelva a obedecer a sus superiores deberá correr sangre. No hay obediencia sin temor.
Ramiara d'Aosta- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 31
Fecha de inscripción : 30/03/2017
Re: Para comandar un ejército [Privado]
Cuando Ischirione se quedaba viendo fijamente a alguien, cerraba la boca por varios segundos. Parecía un halcón, trazando el trayecto que lo llevaría a su objetivo. Su ceño fruncido y los labios firmes eran señales de su concentración. Quería aprender, consciente de que una corona no lo haría menos vulnerable. Era humano, y tenía un tiempo acotado para asimilar todo lo que pudiera. Debía hacerlo, porque sólo podía perder la corona perdiendo la cabeza.
Sonrió a Ramiara con resignación. Todavía no se acostumbraba a firmar sentencias de muerte.
— Temía que dijeras eso. — confesó al tiempo que se hacía hacia atrás para volver a disparar — ¿Me acompañas? Esto tomará un momento.
Volvió a disparar. Le atinó más cerca, pero falló otra vez. No estaba con su mente funcionando en su totalidad y se reflejaba en sus tiros. No le avergonzaba reconocerlo. Tampoco podía esconderlo.
— Mi padre no debió enviarme tanto tiempo a estudiar a Inglaterra. Me ilustró como pudo, pero nada puede preparar para esto como la práctica. Hay cosas para las que sencillamente no nos podemos preparar. El problema de los autores a los que leí es que los guía la razón, cuando al pueblo lo dominan las emociones. Las lealtades, en el caso del ejército. Ya no tienen a quién seguir, así que son leales a la tradición. Una tradición que me desprecia. Eso sumado a que la nobleza es la más descontenta, pero no puedo descartar intervencionismo de naciones extranjeras. En ese terreno, una sutil diferencia a la hora de aplicar la fuerza puede ser la diferencia entre un rey amado y un fiambre. — dijo mezclando sus conocimientos al expresarse.
Tomó un respiro, esperando que Ramiara hiciera su tiro. Era casi una excusa para discutir el problema. A veces la distracción de la práctica era necesaria para no decir todo lo que pensaba en una verborrea inentendible.
— Correr sangre no va con lo que me enseñaron, pero aprendo o muero.
Sonrió a Ramiara con resignación. Todavía no se acostumbraba a firmar sentencias de muerte.
— Temía que dijeras eso. — confesó al tiempo que se hacía hacia atrás para volver a disparar — ¿Me acompañas? Esto tomará un momento.
Volvió a disparar. Le atinó más cerca, pero falló otra vez. No estaba con su mente funcionando en su totalidad y se reflejaba en sus tiros. No le avergonzaba reconocerlo. Tampoco podía esconderlo.
— Mi padre no debió enviarme tanto tiempo a estudiar a Inglaterra. Me ilustró como pudo, pero nada puede preparar para esto como la práctica. Hay cosas para las que sencillamente no nos podemos preparar. El problema de los autores a los que leí es que los guía la razón, cuando al pueblo lo dominan las emociones. Las lealtades, en el caso del ejército. Ya no tienen a quién seguir, así que son leales a la tradición. Una tradición que me desprecia. Eso sumado a que la nobleza es la más descontenta, pero no puedo descartar intervencionismo de naciones extranjeras. En ese terreno, una sutil diferencia a la hora de aplicar la fuerza puede ser la diferencia entre un rey amado y un fiambre. — dijo mezclando sus conocimientos al expresarse.
Tomó un respiro, esperando que Ramiara hiciera su tiro. Era casi una excusa para discutir el problema. A veces la distracción de la práctica era necesaria para no decir todo lo que pensaba en una verborrea inentendible.
— Correr sangre no va con lo que me enseñaron, pero aprendo o muero.
Ischirione Della Bordella- Realeza Italiana
- Mensajes : 127
Fecha de inscripción : 02/05/2017
Re: Para comandar un ejército [Privado]
Sabía bien que volver a su tierra –y a la de sus antepasados- acrecentaría en ella la ya normal nostalgia. Su idioma madre, los aromas del viento, el sonido del silencio, los reyes en problemas… Italia.
Observó la postura del Rey. Estaba tenso, los problemas del pueblo y las internas de las fuerzas se le habían subido por la espalda y eso se notaba en la posición de sus hombros. Fallaría el tiro otra vez, era evidente. Ramiara hizo silencio y lo observó desde la coronilla hasta los pies, era notorio que no había descansado bien en muchas noches. Y el tiro de Ischirione fue mejor que el anterior, pero no dio en el blanco y, estricta como ella era, Ramiara lo consideró una falla porque todo lo que no era perfecto acababa por ser malo, tal era la mentalidad de alguien que había nacido para comandar.
-Un Rey sin estudios es un Rey al que manejan los consejeros como quieran, Ischirione. Eres afortunado porque puedes decidir por ti mismo, porque tienes la capacidad de razonar y eso es gracias al estudio.
Le preocupaba que el ejército de Ischirione no tuviera un modelo que seguir, que no hubiese quedado un líder nato que dirigiese con mano férrea a esos hombres que tan necesarios eran para la corona. Mientras él hablaba, la mente de Ramiara iba a toda velocidad, incluso el rostro de Kaspar se le cruzó pues nunca había visto un mejor comandante que ese maldito, ni siquiera ella lo era. Sí, él sería idóneo para eso, pero ella creía –incluso estaba francamente segura- que no podría permanecer en aquella misión si él estuviese cerca –de hecho la elección, soportar a Kaspar o darle la espalda a Italia, sería muy dura-, de modo que desechó la idea.
-¿No ha quedado ningún referente al que valoren? ¿Nadie a quién las tropas sigan ciegamente? –le preguntó preocupada-. Mirame bien, Ischirione –le pidió y se atrevió a apoyar su mano fría sobre la mejilla del Rey, como una madre haría con su pequeño-. Te prometo que antes de que tú seas un fiambre, yo seré cenizas. El pueblo que ve resultados tangibles nunca se alzará en contra de quién ha reordenado las cosas. Y bien sabemos que la nobleza es la casta más hipócrita que hay, de esos hay que cuidarse más pero creo que tu hermana puede saber manejarlos, ¿me equivoco? Hay que hacerlos sentir cercanos a la familia real, que se crean exclusivos… Los Nobles son títeres si el Rey es buen titiritero.
Estaba lanzando las ideas que se le cruzaban por la mente. Prefería que tuviesen esa conversación en un lugar más seguro y donde pudiesen entre los dos trazar un plan, aunque Ramiara sabía que para lograr lo que Ischirione necesitaba alcanzar se necesitaría de más aliados, de más personas en las que pudieran confiar ambos.
-No nos engañemos, mi querido –le dijo mientras cerraba un ojo para poner la vista en el objetivo. Lanzó la flecha que dio en la parte superior del blanco, justo en el límite-, todos los tronos están edificados sobre charcos de sangre. Procuremos que no sea la tuya la que solidifique el de nuestra amada Italia.
Observó la postura del Rey. Estaba tenso, los problemas del pueblo y las internas de las fuerzas se le habían subido por la espalda y eso se notaba en la posición de sus hombros. Fallaría el tiro otra vez, era evidente. Ramiara hizo silencio y lo observó desde la coronilla hasta los pies, era notorio que no había descansado bien en muchas noches. Y el tiro de Ischirione fue mejor que el anterior, pero no dio en el blanco y, estricta como ella era, Ramiara lo consideró una falla porque todo lo que no era perfecto acababa por ser malo, tal era la mentalidad de alguien que había nacido para comandar.
-Un Rey sin estudios es un Rey al que manejan los consejeros como quieran, Ischirione. Eres afortunado porque puedes decidir por ti mismo, porque tienes la capacidad de razonar y eso es gracias al estudio.
Le preocupaba que el ejército de Ischirione no tuviera un modelo que seguir, que no hubiese quedado un líder nato que dirigiese con mano férrea a esos hombres que tan necesarios eran para la corona. Mientras él hablaba, la mente de Ramiara iba a toda velocidad, incluso el rostro de Kaspar se le cruzó pues nunca había visto un mejor comandante que ese maldito, ni siquiera ella lo era. Sí, él sería idóneo para eso, pero ella creía –incluso estaba francamente segura- que no podría permanecer en aquella misión si él estuviese cerca –de hecho la elección, soportar a Kaspar o darle la espalda a Italia, sería muy dura-, de modo que desechó la idea.
-¿No ha quedado ningún referente al que valoren? ¿Nadie a quién las tropas sigan ciegamente? –le preguntó preocupada-. Mirame bien, Ischirione –le pidió y se atrevió a apoyar su mano fría sobre la mejilla del Rey, como una madre haría con su pequeño-. Te prometo que antes de que tú seas un fiambre, yo seré cenizas. El pueblo que ve resultados tangibles nunca se alzará en contra de quién ha reordenado las cosas. Y bien sabemos que la nobleza es la casta más hipócrita que hay, de esos hay que cuidarse más pero creo que tu hermana puede saber manejarlos, ¿me equivoco? Hay que hacerlos sentir cercanos a la familia real, que se crean exclusivos… Los Nobles son títeres si el Rey es buen titiritero.
Estaba lanzando las ideas que se le cruzaban por la mente. Prefería que tuviesen esa conversación en un lugar más seguro y donde pudiesen entre los dos trazar un plan, aunque Ramiara sabía que para lograr lo que Ischirione necesitaba alcanzar se necesitaría de más aliados, de más personas en las que pudieran confiar ambos.
-No nos engañemos, mi querido –le dijo mientras cerraba un ojo para poner la vista en el objetivo. Lanzó la flecha que dio en la parte superior del blanco, justo en el límite-, todos los tronos están edificados sobre charcos de sangre. Procuremos que no sea la tuya la que solidifique el de nuestra amada Italia.
Ramiara d'Aosta- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 31
Fecha de inscripción : 30/03/2017
Re: Para comandar un ejército [Privado]
Qué ironía que, de una hembra de sangre fría, brotase tal calidez. Era un gesto inapropiado entre un hombre y una mujer que se reunían a solas, sin supervisión, pero cuando Ischirione bajaba la mirada como respuesta al tacto de Ramiara, traía a la vida al niño que había sido y que todavía permanecía en parte. Es que, por mucho que le doliera a la reina madre, la vampiresa había sido la primera en protegerlo como a un hijo. Ischirione deducía que aquél debía ser el motivo por el cual, cuando ella llamaba a la tranquilidad, él dominaba la ansiedad.
— Orsolina… es muy astuta. — concordó el rey — A pesar de que a ambos nos marca nuestro nacimiento, nuestros padres hicieron un buen trabajo con su casamiento. Puedes ponerle una pistola en la cabeza y ni así te lo admitirá, pero su enlace con Borghese le sumó prestigio y ella ha sabido aprovecharlo. Sé que no me negaría una intervención en estos asuntos, pero mi hermana no es de las que obran por amor a la familia. Tiene un precio, y es carísimo. Diría que desprendernos de algunas liras no causará mayor daño a mis arcas, pero el riesgo no está en la cantidad, sino en la identidad, que es incierta. No dice lo que quiere, pero lo cobra.
Podían descartar a Orsolina; su peor crimen y mejor defensa era su impredecibilidad. Ischirione quería a su familia, tanto a su madre como a su hermana, pero no las disfrazaba bajo caretas de ninguna índole. Las veía tal cual eran, lo que le daba más propiedad para decir las amaba. Más aún para prescindir de ellas sin temor a quebrantar falsas expectativas.
El entrenamiento estaba resultando ser una curiosa analogía de lo que los presentes estaban pensando. Se aproximaban al blanco, pero fallaban. Fallarían una y otra vez, si no llenaban ese agujero.
— Lo que me gusta de los blancos es que no pueden rebelarse. — dijo antes de abandonar esa postura de niño confortado. Con un gesto de su cabeza, invitó a la vampiresa que lo siguiera. Las antorchas iluminaron algo más que los extensos pasillos —. ¿Recuerdas el escándalo que fue tu nombramiento? Dos años de antipatía de parte de la Corte por designar a una mujer mariscal, sumados a los que has tenido que soportar en el cargo. Fue arriesgado, pero ha valido cada día. Es por eso que voy a aumentar la apuesta.
El trayecto acabó en una de las bibliotecas exclusivas del rey. La más pequeña de las que guarecía el palacio. El motivo tras su tamaño era que pocas veces se usaba para leer; su función principal era otorgar privacidad a quienes ingresaban. Más hogareño que un escritorio, donde Ischirione recibía a las autoridades que no le agradaban.
— Necesito un nuevo comandante en jefe, Ramiara. Alguien que pueda ejercer esa influencia de la que nosotros, por razones que no nos permitirán olvidar, no profesamos. Un varón más que competente; debe ser magistral, alejado de los escándalos, leal a quien le da de comer, que trabaje y no compita contigo, y públicamente católico. Lo último que necesitamos es un conflicto con el Papa. Tú te encargarás de darme un nombre, y bajo tu responsabilidad lo envestiré. Despreocúpate de quien detenta el cargo actualmente. De eso yo me encargo. De lo que te tienes que ocupar es, como siempre, de mantener el silencio. Nadie puede saber que tuviste injerencia ¿Alguna duda?
Más bien dicho, del anterior se encargaría su maestro de espías. Los caminos eran peligrosos y los accidentes ocurrían.
— Orsolina… es muy astuta. — concordó el rey — A pesar de que a ambos nos marca nuestro nacimiento, nuestros padres hicieron un buen trabajo con su casamiento. Puedes ponerle una pistola en la cabeza y ni así te lo admitirá, pero su enlace con Borghese le sumó prestigio y ella ha sabido aprovecharlo. Sé que no me negaría una intervención en estos asuntos, pero mi hermana no es de las que obran por amor a la familia. Tiene un precio, y es carísimo. Diría que desprendernos de algunas liras no causará mayor daño a mis arcas, pero el riesgo no está en la cantidad, sino en la identidad, que es incierta. No dice lo que quiere, pero lo cobra.
Podían descartar a Orsolina; su peor crimen y mejor defensa era su impredecibilidad. Ischirione quería a su familia, tanto a su madre como a su hermana, pero no las disfrazaba bajo caretas de ninguna índole. Las veía tal cual eran, lo que le daba más propiedad para decir las amaba. Más aún para prescindir de ellas sin temor a quebrantar falsas expectativas.
El entrenamiento estaba resultando ser una curiosa analogía de lo que los presentes estaban pensando. Se aproximaban al blanco, pero fallaban. Fallarían una y otra vez, si no llenaban ese agujero.
— Lo que me gusta de los blancos es que no pueden rebelarse. — dijo antes de abandonar esa postura de niño confortado. Con un gesto de su cabeza, invitó a la vampiresa que lo siguiera. Las antorchas iluminaron algo más que los extensos pasillos —. ¿Recuerdas el escándalo que fue tu nombramiento? Dos años de antipatía de parte de la Corte por designar a una mujer mariscal, sumados a los que has tenido que soportar en el cargo. Fue arriesgado, pero ha valido cada día. Es por eso que voy a aumentar la apuesta.
El trayecto acabó en una de las bibliotecas exclusivas del rey. La más pequeña de las que guarecía el palacio. El motivo tras su tamaño era que pocas veces se usaba para leer; su función principal era otorgar privacidad a quienes ingresaban. Más hogareño que un escritorio, donde Ischirione recibía a las autoridades que no le agradaban.
— Necesito un nuevo comandante en jefe, Ramiara. Alguien que pueda ejercer esa influencia de la que nosotros, por razones que no nos permitirán olvidar, no profesamos. Un varón más que competente; debe ser magistral, alejado de los escándalos, leal a quien le da de comer, que trabaje y no compita contigo, y públicamente católico. Lo último que necesitamos es un conflicto con el Papa. Tú te encargarás de darme un nombre, y bajo tu responsabilidad lo envestiré. Despreocúpate de quien detenta el cargo actualmente. De eso yo me encargo. De lo que te tienes que ocupar es, como siempre, de mantener el silencio. Nadie puede saber que tuviste injerencia ¿Alguna duda?
Más bien dicho, del anterior se encargaría su maestro de espías. Los caminos eran peligrosos y los accidentes ocurrían.
Ischirione Della Bordella- Realeza Italiana
- Mensajes : 127
Fecha de inscripción : 02/05/2017
Re: Para comandar un ejército [Privado]
En otra vida, cuando Ramiara d’Aosta tenía un corazón que latía, ella había sido muy unida a su familia. Lo eran todo, su mundo entero y de quienes más había aprendido. Los años habían pasado, algunos con una rapidez casi adolescente, otros con una lentitud tortuosa, pero Ramiara no los olvidaba; pensaba en sus padres y en cada uno de sus hermanos y de ellos -de su recuerdo en realidad- continuaba aprendiendo. Ah, pero entendía que no todas las familias eran iguales, que cada una hablaba su propia lengua y manejaba sus propios códigos. La real no era diferente y si Ischirione no confiaba completamente en su hermana sería por algo, el rey tendría razones de peso para dudar de ella y Ramiara lo entendía. Ella era una consejera abierta a las impresiones y opiniones del rey, no buscaba que el gobernante le obedeciera ciego, sino que intentaba sumar con sus ideas y propuestas para que ambos pudiesen dar con el mejor camino para seguir.
Lo escuchó en silencio porque mientras el monarca hablaba la mente de Ramiara iba a toda velocidad pensando alternativas. Lo siguió cuando él la invitó a hacerlo y juntos se movieron por los pasillos hacía una pequeña biblioteca, mientras él recordaba tiempos amargos en los que la capacidad de ella había estado en duda… No le importaba, sí reconocía que le había dado complicaciones en el primer momento, pero ahora solo era un mal recuerdo que no la afectaba pues sabía quién era y en esos casi setecientos cincuenta años de existencia, Ramiara había vivido cosas mucho peores.
-No, no me han quedado dudas pero me veo en la dura tarea de decirle que el hombre perfecto no existe, Alteza –le aseguró con ironía y sin reprimir una sonrisa. Sería difícil dar con alguien así y ambos lo sabían-. Tengo a alguien en mente, pero preferiría meditarlo mejor, no es un puesto que puede estar a cargo del primer nombre que ha cruzado mi cabeza. Después de todo, lo que en definitiva estamos buscando es un aliado.
Y qué pena le daba no encargarse ella misma del actual comandante en jefe… era ese maldito hombre quien había comenzado las habladurías sobre ella hacía algunos años, sí que hubiera disfrutado de matarlo. No de beberlo, hacía tiempo que había decidido no llevarse cualquier sangre a la boca, había gente que no servía ni siquiera de alimento, pero sí de matarlo lentamente.
Ramiara suspiró y observó al rey con orgullo, el niño se había transformado en un hombre inteligente, astuto, y ella supo que el tiempo que había invertido en él había valido la pena.
Lo escuchó en silencio porque mientras el monarca hablaba la mente de Ramiara iba a toda velocidad pensando alternativas. Lo siguió cuando él la invitó a hacerlo y juntos se movieron por los pasillos hacía una pequeña biblioteca, mientras él recordaba tiempos amargos en los que la capacidad de ella había estado en duda… No le importaba, sí reconocía que le había dado complicaciones en el primer momento, pero ahora solo era un mal recuerdo que no la afectaba pues sabía quién era y en esos casi setecientos cincuenta años de existencia, Ramiara había vivido cosas mucho peores.
-No, no me han quedado dudas pero me veo en la dura tarea de decirle que el hombre perfecto no existe, Alteza –le aseguró con ironía y sin reprimir una sonrisa. Sería difícil dar con alguien así y ambos lo sabían-. Tengo a alguien en mente, pero preferiría meditarlo mejor, no es un puesto que puede estar a cargo del primer nombre que ha cruzado mi cabeza. Después de todo, lo que en definitiva estamos buscando es un aliado.
Y qué pena le daba no encargarse ella misma del actual comandante en jefe… era ese maldito hombre quien había comenzado las habladurías sobre ella hacía algunos años, sí que hubiera disfrutado de matarlo. No de beberlo, hacía tiempo que había decidido no llevarse cualquier sangre a la boca, había gente que no servía ni siquiera de alimento, pero sí de matarlo lentamente.
Ramiara suspiró y observó al rey con orgullo, el niño se había transformado en un hombre inteligente, astuto, y ella supo que el tiempo que había invertido en él había valido la pena.
Ramiara d'Aosta- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 31
Fecha de inscripción : 30/03/2017
Re: Para comandar un ejército [Privado]
Asunto zanjado. Las mentes tras las defensas de Italia debían darse una pausa. La reflexión que antecedía cualquier decisión importante, aunque pareciera que no había más que pensar. Siempre se escapaba algo. Luego de hallar la solución, la impulsividad afloraba. Tenían que dejarla reposar. La euforia pronto se iba, pero las consecuencias quedaban. Un paso en falso y el ejército podía entrar en crisis. Y las crisis eran las mejores aliadas de los enemigos.
Aflojaron las tensiones, confiando el uno en el otro. Se quedaron callados, y eso, de nuevo, los hacía cómplices. Cómplices ya no solamente en la historia, sino en lo que no decían. En lo que, por prudencia, no podía expresarse. A Ramiara se le debían estar ocurriendo cien nombres o uno solo, pero Ischirione no podía saberlo por el momento, o se arriesgaba a que él quisiera disuadir sin tener su misma perspectiva de un terreno ya conocido y dominado por ella. Y eran cómplices, también, en lo que no valía la pena mencionar.
Era tan grato no hablar que Ischirione se permitió sonreír a medio filo, descansando de sus preocupaciones unos segundos. Lo contrario hubiera sido destruir un poco la paz que se había conquistado esa tarde. O, por lo menos, adelantarse a lo que debían sentenciar más tarde. Los dos sabían que el cielo le sonreía a las fuerzas armadas italianas, que había una plácida armonía en el respirar de dos seres que actuaban en sincronía.
Lo sabían. ¿Para qué arruinarlo, entonces?
Cuando Ischirione volvió a poner sobre su rostro esa expresión pensativa y solemne, apoyó una mano sobre el hombro izquierdo de Ramiara. No tenía para qué. Era un tipo de ratifiación. Lo hizo para no dudar de la confianza que depositaba en la vampiresa. Sabía que los reyes no podían tener amistades, pero ¿para qué ponerle nombre?
— Perfecto. Entonces brindaremos los tres frente al ejército que hoy nos odia, pero que mañana fingirá no hacerlo. Ahora ve con ellos. No es conveniente alargar el tiempo a solas. No quiero manchar la reputación de mi mariscal. — dijo tomando asiento. Había llegado el momento de separarse. — Quiero ese nombre en dos semanas, Ramiara. Te espero.
El tiempo era un detalle, luego de todo lo que se había tenido que soportar. Pero sus decisiones no lo serían. Aquellas mentes, en conjunto, cambiarían algo más que el ejército y la armadas.
Aflojaron las tensiones, confiando el uno en el otro. Se quedaron callados, y eso, de nuevo, los hacía cómplices. Cómplices ya no solamente en la historia, sino en lo que no decían. En lo que, por prudencia, no podía expresarse. A Ramiara se le debían estar ocurriendo cien nombres o uno solo, pero Ischirione no podía saberlo por el momento, o se arriesgaba a que él quisiera disuadir sin tener su misma perspectiva de un terreno ya conocido y dominado por ella. Y eran cómplices, también, en lo que no valía la pena mencionar.
Era tan grato no hablar que Ischirione se permitió sonreír a medio filo, descansando de sus preocupaciones unos segundos. Lo contrario hubiera sido destruir un poco la paz que se había conquistado esa tarde. O, por lo menos, adelantarse a lo que debían sentenciar más tarde. Los dos sabían que el cielo le sonreía a las fuerzas armadas italianas, que había una plácida armonía en el respirar de dos seres que actuaban en sincronía.
Lo sabían. ¿Para qué arruinarlo, entonces?
Cuando Ischirione volvió a poner sobre su rostro esa expresión pensativa y solemne, apoyó una mano sobre el hombro izquierdo de Ramiara. No tenía para qué. Era un tipo de ratifiación. Lo hizo para no dudar de la confianza que depositaba en la vampiresa. Sabía que los reyes no podían tener amistades, pero ¿para qué ponerle nombre?
— Perfecto. Entonces brindaremos los tres frente al ejército que hoy nos odia, pero que mañana fingirá no hacerlo. Ahora ve con ellos. No es conveniente alargar el tiempo a solas. No quiero manchar la reputación de mi mariscal. — dijo tomando asiento. Había llegado el momento de separarse. — Quiero ese nombre en dos semanas, Ramiara. Te espero.
El tiempo era un detalle, luego de todo lo que se había tenido que soportar. Pero sus decisiones no lo serían. Aquellas mentes, en conjunto, cambiarían algo más que el ejército y la armadas.
TEMA FINALIZADO.
Ischirione Della Bordella- Realeza Italiana
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