Only the strongest will survive // Privado - Valiont [+18]

Recuerdo del primer mensaje :

Caía la noche cuando la vampiresa se adentró en el bosque los remedios, un lugar popular entre los murmullos lioneses. Allí acudían hechiceros, gitanos y curanderos a buscar hierbas, matojos, crías de animales, huesos y otras porquerías para sus trucos, sus drogas, sus curas. Y ella, a fin de cuentas, no era tan distinta. Necesitaba de esas cosas para sus pócimas, sin ellas era débil a la luz del sol y una cazadora no podía permitirse el lujo de tomarse un descanso en mitad de una persecución. Necesitaba hacer acopio de provisiones para varias semanas, pues tenía en mente un viaje, una escapada, un encuentro.

 
Varias semanas habían transcurrido en las que Magnhild, aquella que busca y encuentra la victoria en la batalla, estuvo siguiendo un rastro, no uno de un monstruo, no intentaba localizar a un lobisome, un cemetauro ni si quiera a un Alpa, sino que lo que intentaba era encontrar era a aquel que les daba caza, y no a uno cualquiera, sino a un brujo en concreto, uno cuya fama le precedía y no sólo por su arte con la espada o los dotes de seguimiento, de deducción; a la rubia lo que le importaba, más allá de los éxitos de los contratos del albino al que andaba persiguiendo, era su misma persona. ¿Por qué no siempre cobraba? ¿Qué le hacía rechazar pagos a cambio de nada? Caza a una kikimora y se iba sin dinero, sin especias, sin nada. Aquello tenía confundida a la mujer, algo que era la primera vez que le pasaba. Los únicos sentimientos que había experimentado desde su mutación, estaban relacionados con aquel conocimiento, aquellos rumores, aquellas habladurías, aquel hombre. Y, finalmente, había dado con origen de todas sus dudas y lo había hecho, ni más ni menos, que en la concurrida ciudad de París.
 

La posada era una como otra cualquiera, muchos beodos en la zona de entrada, jugando a las cartas o, sencillamente, bebiendo en las mesas y un par de putas sentadas en regazos de aquellos que les llenarían el escote con francos. La cazadora se dirigió al tablón de anuncios y vio una marca de un trozo de papiro que había sido arrancado. Tomó ese pedazo y lo olio, lo acarició suavemente entre sus dedos, incluso lamió la fibra con la que estaba hecho. Una efímera sonrisa se dibujó en sus labios y fue a la barra a pedirse una jarra de hidromiel. Se quedó allí aguardando el regreso del que, esperaba, se estaba hospedando en aquel lugar. Observó a los presentes, los estudió, poniendo a prueba sus dotes detectivescas. Jugó con ella misma a adivinar sus oficios, sus perversiones, cómo serían sus familias. Obviamente no pensaba corroborarlo de ningún modo, porque le importaba menos y nada lo que de esos humanos fuera o si algo les ocurriera.  Pero entonces, vio bajar a una cortesana que bajaba corriendo las escaleras y en cuanto le cruzó por delante, la sujetó de la muñeca. -¿A dónde va, jovencita, tan ligera de ropa?- Obviamente la cazadora no era estúpida, sabía de su oficio y el por qué iba semi desnuda. Pero lo que había llamado su atención habían sido sus hermosos ojos verdes y los rizos castaños que caían sobre unos perfectos senos enmarcados por una fina tela blanca. La muchacha se sonrojó y pareció querer evitar su mirada, lo que era obvio, pocos podían ver directamente a aquellos orbes dorados de pupilas alargadas. -¿Le apetece ganarse un dinero extra?- Inquirió, dándole otro trago a su cerveza y esperó pacientemente a su respuesta. La cual no fue verbal, sino física, cuando la joven se le sentó sobre una de las piernas. La isleña rodeó la pequeña cintura de la chica menuda y sin reparo le ahuecó uno de los senos con la mano izquierda. Puestos a aguardar la llegada del albino, al menos pasaría un buen rato.

La mutada era incapaz de mostrar sentimientos como la decepción, pero de poder, seguramente lo hubiese experimentado en aquel instante en el que el albino rechazaba su invitación. Ella era capaz de divertirse por su cuenta con la muchacha, pero compartir sonaba mucho más entretenido. -Como quieras, Valiont.- Respondió en su habitual voz monocorde, mientras sus manos se deslizaban por las curvas húmedas de la figura femenina que tenía delante.
 
Rompiendo el erótico sonido de las gotas al caer en el agua de la tina, los cristales estallaron en mil pedazos justo junto a ellas, clavándose en la piel de las dos mujeres. La rubia estrechó sus alargados irises, reaccionando enseguida al salir de la bañera de un salto y sacar a su acompañante tras sus movimientos. Pero ésta gritaba como una loca, berreando, cubriéndose con los brazos la cabeza. Varios fragmentos habían arañado su pálida piel y, ahora, linfas carmesí desdibujaban sus seductoras formas.
 
El atacante se coló por la ventana de aquel segundo piso sin esfuerzo alguno y arremetió contra el cazador de monstruos como si Magnhild ni siquiera existiera en la habitación, menos aún la prostituta que seguía llorando, escondida tras el cuerpo desnudo de la norteña. Entrometerse en una lucha que no era suya, le sonaba a algo deshonroso, aunque ella careciera de tal valor en su diccionario. Pero Valiont le había explicado algunas cosas durante su breve periodo de conocerse, aunque ella las interpretaba a su manera. Decidió aprovechar el momento para estudiar a su maestro, sus movimientos, sus reflejos. Sabía que la droga aún le afectaba, lo apreciaba en la lentitud de sus gestos o en la dilatación de sus pupilas. No volvería a utilizar las hierbas con el albino, aunque se lo hubieran pasado muy bien días antes, porque las consecuencias empezaban a pintar nefastas.
 
Mientras el inquisidor ignoraba a las dos hembras del baño, Magnhild había echado mano a una daga que había oculta bajo la tina de madera. Ella siempre intentaba estar preparada, algo que había aprendido ya de pequeña donde tanto ella como el brujo habían sido “criados”. No era muy dada a apreciar a nadie, pero seguía teniendo un enorme interés en el mutado que se debatía ahora entre la vida y la muerte, siendo atacado por un humano con el ego más grande que la taberna en la que se hallaban. No le quitaría a Valiont el placer de su lucha, pero ya que la miraba de soslayo, le echaría una mano. Lanzó la daga con fuerza, clavándose justo bajo la escápula, en el hueco entre la quinta y la séptima costilla, pero hacia un lateral, esquivando así el pulmón y el corazón. Lo que buscaba era distraerle, darle un par de segundos al isleño para levantarse y que la pelea se equilibrara de nuevo, puesto que el estado de la mente del cazador de monstruos se tildaba ahora de nublado con posibilidad de chubascos.

La daga de Magnhild había hecho mella en el cuerpo de aquél inquisidor, bastante. Sin embargo aquél ser parecía totalmente invulnerable puesto que agarró la pequeña “Molestia” y se la arrancó como si estuviese rascándose. Sus ojos, de una tonalidad azul gélida se movieron lentamente hacia la cazadora de monstruos desnuda y levantó el brazo, tenía una especie de objeto bajo la muñeca que parecía ser una suerte de tencnología que lanzó al instante tres cuchillas una de otra, pero.. No en dirección a la que causó el desaire al enemigo si no..  A la puta, degollándola al instante. Los demas cuchillos se clavaron en su inerte cuerpo únicamente por el divertimento de la sangre. Éste sonrió. -No me molestes, niña. A ti te voy a crucificar también, aunque no seas nadie ni pertenezcas a ningún lugar, pero antes… Estoy teniendo asuntos con Valiont de Skellig. No se me volverá a… -Le miró, sonriendo, el inquisidor era realmente horripilante. -Escapar.

-Aceite del ahorcado.. -Valiont se levantó como pudo y lanzó sendos cortes con grácil habilidad a destajo pero el enemigo los esquivaba sin siquiera despeinarse puesto que el peliblanco estaba demasiado ido como para dar su 100%. El inquisidor sin nombre parecía levitar encima de algo invisible. Cada ataque que propinaba el albino era esquivado y devuelto con exponentes. Los ojos de Valiont palidecían y miraban a Magnhild. -...Huye. -Parecía que aquellos dos se conocían de antes, y si el inquisidor seguía vivo era por que ya tuvo que huir valiont en una ocasión. Volvió a mirar a su enemigo. -Es a mi a quien quieres, ¿Verdad? Entonces acaba el trabajo y déjala marchar. -Primero acabaré con la triste llama de tu vida. La extinguiré tanto que ningún faro brillará nunca jamás en la oscuridad de tu corazón. No existirá ninguna chispa que avive la ceniza y recupere las llamas donde una vez hubo fuego. No volverá a ocurrir lo mismo que en el Faro de la Luz Eterna, Valiont de Skellig. Tu vida termina aquí y ahora.

El albino sonrió o lo intentó y lanzó aprovechando la conversación de ambos, una bomba de diamantino, eran usadas para ver lamias invisibles pero le serviría como distracción.

Aprovechando el desconcierto y aquellos instantes que ahora recibía se acercó a su aprendiz. No dijo nada, tan solo la miró y la abrazó. Besó sus labios como si el mañana no existiese. Con necesidad extrema, casi enfermiza. La besó durante instantes que para su suerte parecieron eternidades. La necesitaba y allí estaba. Ahora lo que necesitaba es que ella viviese. Se retiró de sus labios y volvió a mirarla. Sonrió, iba a decir algo, seguramente que se marchara ahora que podía, pero mientras la sonrisa se efectuaba, una trozo metálico penetró el hombro del cazador hasta levantarlo del suelo y empalarlo contra el techo. Era una lanza de plata, la punta estaba hechizada con un encantamiento de Sombras, lo cual.. la herida se envenenaría muy rápido. -He cambiado de idea.. voy a ir a por ti. Puta. ¿Que tal si te violo antes de matarte? Así le daríamos un último espectáculo a tu maestro al cual, por lo que veo, tambien te lo pasas por la piedra y le comes la polla. ¿Por que no me la comes a mi? Es posible que de ese modo me apiade y solo te esclavice para mi divertimento hasta el fin de tus patéticos días de mutante-Sonreía de forma monstruosa y abrió la palma de su mano haciendo el hechizo que ya puso en marcha antes, aquél orbe de fuego que lanzó cual proyectil directamente a la tripa de Magnhild. Ahora, era el combate de ella.

Magnhild era incapaz de sentir rencor, desprecio o dolor en el ego. Que el inquisidor la ignorara no le producía ningún tipo de rechazo, sin embargo, ver a su maestro sometido de aquel modo en el suelo, sí que avivaba una chispa que no había sido prendida nunca. Hasta ahora. Siempre se movía por instinto, por contratos o por intentar encontrar aquello que sentía había perdido con la mutación, lo mismo que la había impulsado a ir en busca del albino, el único cazador de monstruos capaz de experimentar sentimientos. Se irguió tras haber lanzado la daga lista para atacar de nuevo si hacía falta. El desconocido se giró para enfrentarla, pero en vez de lanzar aquella extraña arma contra ella, lo hizo contra la puta, cuya cabeza cayó y rodó por el suelo, para cuatro segundo después, escurrirse hasta quedar de rodillas y, seguidamente, irse de lado con un sonido hueco al impactar contra los tablones del baño.

Valiont la instó a huir, pero tampoco tenía miedo, ni temía fallecer luchando. Sabía que aquella era la pelea de su compañero y solamente por ese motivo no se abalanzaba sobre el tipo, agarrando lo primero que tuviera a mano. El lugar estaba lleno de objetos que se podían utilizar como arma, desde vasos de cristal al grifo mismo del lavamanos.

El albino se levantó tras untar en la hoja el aceite del ahorcado e intento batallar, aunque se notaba que aún estaba fuera de sí, que la droga recorría aún su mutado organismo. La rubia fijó sus extraños orbes en el movimiento de pies del isleño y supo que las cosas no iban bien. Pero antes de poder decir o hacer nada siquiera, el brujo acudió a su encuentro y la besó de un modo confuso. ¿A qué venía tanto sentimentalismo? Lo podía notar, pero no lo comprendía ni correspondía. La mutada despegó los labios dispuesta a decirle que se dejara de tonterías, que ella no pensaba escapar como una cobarde y dejarle allí solo con el inquisidor, menos aún en el estado en el que se encontraba. Pero antes de poder pronunciar siquiera la primera letra, Valiont fue arrancado de su posición y alzado con brusquedad del suelo. ¿De dónde coño sacaba la fuerza aquel maldito engendro?

La palabrería y soberbia que se gastaba aquel tipo no era del agrado de Magnhild y no dudó en expresar su descontento, si es que se le podía llamar de aquel modo a ese “sentimiento”. -¿Qué tal si te violo yo a ti metiéndote el puño por el recto?- Espetó, repitiendo palabras que había escuchado a otros energúmenos en cierto momento. El religioso se rio de ella con descaro como si lo que acabara de decir fuera la mayor gracia del mundo. Las pupilas de la rubia se estrecharon, pareciendo que se fijaba en la silueta que tenía en frente, sin embargo, también podía ver perfectamente a su compañero que seguía empalado contra el techo. -Veamos quién la tiene más grande.- Comentó, pasándose la lengua por el labio inferior. Había localizado un pequeño frasco con algo que se hacía llamar “jabón en polvo”, no entendía su uso cuando lo normal era tirar de las pastillas de toda la vida. Pero ahora podía resultarle útil. En un rápido movimiento, golpeó el bote y lo lanzó contra el rostro del tipo que, como era de esperar y con sus hábiles reflejos, interpuso la mano libre en el camino. Sin embargo, aquellos extraños guantes con piezas metálicas hicieron su trabajo, reventando el vidrio y haciendo que los pequeños cristal de grasa de lagarto volaran a los ojos del inquisidor. En cuanto reaccionó por el escozor y el albino cayó por su propio peso, la mutada se movió para atraparlo y tiró de él. -Larguémonos de aquí.- Espetó, ayudando a su amigo a caminar y salir de allí, no sin antes recuperar las espadas de ambos, aunque fueran desnudos, una cosa era marcharse sin ropa y otra muy distinta dejar atrás sus armas. Eso jamás ocurriría.

Valiont sintió el tirón de Magnhild y al abrir los ojos lo comprendió. Lo mas inteligente y astuto en aquél momento era huir. -Malditos mutantes… ¡Volveré a dar con vosotros! ¡Todos ellos! -Vociferó una ultima vez aquella mole de carne que no conseguía ver nada. El peliblanco trató de saltar de cornisa a cornisa el solo, aunque le costaba por el estado en el que estaba. Cuando hubieron estado algo lejos del lugar de la batalla, se cercioró de ello y dio un fuerte silbido, largo y entrecortado. Miró a Magnhild y le sonrió. -Gracias. Ha sido un movimiento.. Inteligente. -Se dio cuenta de que estaba desnuda y no desaprovechó la oportunidad de contemplarla y admirarla de arriba a abajo. -Vaya… estas preciosa. -Dijo de forma suave y pausada mientras paseaba sus pulgares por encima de los pezones foráneos acercándose a darle un beso en los labios.

Le hubiese gustado ir a mas, no importa si estaban sobre el tejado de una ciudad, pero no era tiempo de eso, mas que nada por que Slavia ya estaba por debajo de ellos contestando a la llamada de su mejor amigo. Sonrió de nuevo y tomó la mano de la Cazadora. -Nuestro carruaje. -Dijo intentando bromear, todos sabemos… que él lo intenta, ¿Verdad?. Dio un ágil salto junto a Magnhild de Skellig y cayeron sobre el lomo de la bonita y enorme Yegua negra, aunque eso hizo que la cabeza de Valiont siguiese dando vueltas y vueltas mientras ésta se ponía en marcha camino al puerto mas cercano. Puertovegano.

Se giró sobre si mismo, mirando de nuevo a su compañera. Su aprendiz. Su ahijada. -No mas.. hierbas, ¿Vale? -Lo dijo sin seriedad ninguna en el rostro. -Me sientan.. mal. Dejémoslo ahí. Además… No nos hacen falta para pasarlo bien, ¿Verdad? -Aunque claro.. eso no significa que ella no pudiese hacerlo, por supuesto. Ese hecho incluso le calentaba al veterano Cazamonstruos. Mientras llegaban a Puertovegano, se quedó pensando. “Ahijada” ¿Eh? ¿Le acabaría llamando padre? ¿Le acabaría viendo como tal? ¿Incluso en la cama? Valiont no sabía si se sentía extraño por eso, o por que aquello le causaba morbo viniendo de Magnhild. No importa, pues habían llegado a Puertovegano.

El lugar era totalmente pesquero, y al mediodía había movimiento por doquier, pescadores por aquí y por allá. Trabajadores moviendo cargas de aquí a allá y una Taberna con pinta de ser sucia hasta la saciedad. Alejado del puerto, un enorme Mascarón cuya proa parecía una vorágine de caballos de varias patas. Valiont sonrió, pues William el Pirata, estaba aquí. Seguramente se dirigiría a la Taberna, aunque ellos llegarían antes. El Peliblanco volvía a estar… Caliente y necesitado de un descanso antes de partir hacia las Islas. Además.. ¿Que mejor manera de partir, que en el barco de su amigo? Se giró a Magnhild, antes de dejarle entrar a la taberna que se llamaba El Doblón comido. -Te presentaré a un amigo. -Le guiñó el ojo, por que eso significaba que.. Si a ella le gustaba, había posibilidades de ser traviesos. Muy traviesos. Tras eso, la invitó a entrar a ella primero. Respecto al Inquisidor... ya habrá tiempo de contarle a Magnhild quien era, dentro del Sleipnir.

Escuchaba al inquisidor vociferar mientras ellos se alejaban de la estancia, de la taberna y de la zona. Aunque el albino se impulsaba para dar los saltos por su cuenta, la rubia sabía que no estaba, ni mucho menos, en la mejor de las condiciones, así que ella pasaba primero y aguardaba al contrario para recibir su caída y ayudarle, así, a no perder el equilibrio. Ir de tejado en tejado era la mejor opción, no porque fueran desnudos, porque eso a la mutada le importaba un soberano pimiento, sino porque llamarían la atención y eso haría que el tipo que había intentado acabar con su compañero, diera con ellos más rápidamente.

Se detuvieron cuando ya estuvieron a un par de calles y Valiont llamó a su yegua. La bruja lo sabía sin que él tuviera que explicárselo, no tenía más lógica que esa el que diera un silbido alto reclamando miradas, sino era por una buena causa y una que, además, les ayudara a largarse lejos. Alzó ambas cejas cuando su maestro la observó de aquel modo, tocándole los pechos y dejó que la besara. -¿Te parece el mejor momento para esto?- Ladeó casi de manera imperceptible la cabeza. Magnhild no era empática, no comprendía las bromas y era extremadamente carente en sentimientos, pero era muy práctica y aunque su libido la gobernaba de manera habitual, tenía claro que no era el lugar ni el tiempo oportunos para ponerse a retozar como gatos en celo.

Bajaron los dos hasta el lomo de Slavia y emprendieron camino a saber dónde. Al menos la rubia no lo sabía, pero confiaba en el cazador de monstruos, aunque no hacía mucho que se conocían. Pero le había hecho una especie de bautismo, algo que la Magnhild más sensata hubiese considerado estúpido, pero tal vez se le estaba pegando algo de Valiont sin darse cuenta.

Sonrió levemente cuando le escuchó decir que no más hierbas. -Está bien, aunque yo me lo pasé bien mientras estabas inconsciente, gracias a ellas.- Comentó con total naturalidad, sólo diciendo la verdad sin tapujos ni remordimientos. Ella no gastaba de eso. Y sabía que el albino era tan libidinoso como ella, por lo que de estar los roles cambiados, seguro se hubiese aprovechado del mismo modo de la situación, porque una verga dura como aquella, era sino un desperdicio.

Cuando llegaron al puerto y desmontaron, dirigieron sus pasos a una taberna. Los marineros y piratas se giraban en su dirección, obviamente, pues iban los dos aún desnudos. Alguno que otro seguía al brujo, pero la mayoría de los ojos estaban clavados en la silueta de la rubia. -¿Tienes más amigos piratas además de la posadera?- La hubiese llamado puta, sin ser despectiva, sólo porque la propia Faye se llamaba así a ella misma, pero sabía que a Valiont la idea le desagradaba y no quería que la “regañara” de nuevo.

Ya dentro del local, fueron a sentarse. A la isleña poco le importaba no llevar ropa que la cubriera, en sus tiempos de entrenamiento, muchas veces iban desnudos, porque las ropas dificultaban los movimientos, además de servir, si eran apropiadas, como algo de protección y eso era un inconveniente cuando se trataba de ser instintivos. Al menos, así lo creía su instructor. -Una jarra de hidromiel.- Pidió al mesero.

El artillero se encontraba en la taberna cercana al mar, sentado a la barra, tomándose una jarra de hidromiel mientras esperaba la llegada de su capitán que estaba arreglando unos asuntos con la gente del puerto. Observaba a las meseras, todas bien encorsetadas con los pechos subidos hasta casi darse con ellos en el mentón. Las vistas no estaban mal, pero el pirata sólo tenía ojos para la rubia que se negaba a ceder ante su meticuloso cortejo. Aquellos ojos color miel, la sonrisa ladina que se gastaba y la lengua afilada que tenía. Podía estar sorda, pero el mal genio lo compensaba. Era una mujer de armas tomar y eso era lo que tanto le gustaba a Roberts, que no se amedrentara ante nada, que no se dejara pisotear y que, igual que el fénix, hubiese renacido de sus cenizas. Ya no era una puta propiedad de nadie, ahora era una mujer libre que había elegido navegar junto a un amigo. Bendita Faye.

Se abrió la puerta y aunque él no estaba mirando en aquella dirección, la sorpresa que se generó a su alrededor hizo que el moreno se girase sobre el taburete en el que aposentaba su trasero, descubriendo a una pareja que se adentraba en el bar, ambos completamente desnudos, aunque con espadas. ¿Era una función especial del local, estaba el circo en la ciudad o qué demonios estaba ocurriendo allí? Las cejas del artillero se arquearon con marcada curiosidad. Esperaba que William llegara pronto, porque si le contaba lo que había ocurrido, seguro que no le creería sin verlo él mismo.

Observó como pidió la jarra de Hidromiel y sonrió de medio lado, observándola de esa forma que solo Valiont parece saber observar a las personas y a los… Monstruos, como ella. Como ellos. Asintió para pedir Hidromiel y no les hicieron esperar. -Claro que tengo amigos Piratas, a menudo son los que me ahorran alguna moneda de oro por mis viajes por el mar. ¿Posadera? ¿Te refieres a Faye? -Sonrió aún más, pues le tenía en muy alta estima. Bebió de la Jarra y tragó. -Ella te gustará. -Alcanzó a decir, pero volvió a sonreir. -Y su capitán también.




Entonces fue cuando la música comenzó a sonar, tambores, violines y algún trompetín, el jaleo era menudo e incluso llevaban panderetas o algo parecido. Las puertas se abrieron y todos los que miraban a los desnudos, posaron sus miradas ociosas en los rumbares que empezaron a llegar, todos desaliñados al completo, con heridas y algas colgando, y tan alegres cantando. No cantaban letra, tan solo entonaba, Valiont movía la cabeza pues adoraba aquello del mundo de los Piratas. Las Salomas, las melodías, la alegría colectiva. Pronto comenzó a seguir el ritmo con las palmas y pronto estaba moviendo aún mas la cabeza, alegre, olvidando el rato de antes e invitando a Magnhild a que se relajara y olvidase lo de antes ella también. -Él te va a encantar.

Y allí estaba, el rubio, el Pirata de la Trenza. El vikingo del caribe. El Leviatan del Mar. El lobo de las duna de mar. Tenía muchos nombres, pero allí le conocían como El Perro, El Perro William. Tu gabardina era de color rojo carmín y estaba destrozada, y aún así, el la vestía como un galante caballero que venía a repostar. ¿Su sombrero? Impecable, sin daños, sin rasguños, portando con orgullo su Jolly Roger que era una calavera con una trenza rubia y un zarpazo en la cara. Sonreía a los presentes y tiró varias monedas de oro aleatoriamente por todo el local, lo que enervó a las personas de allá. -¡Will! ¡Will! ¡Will! -¡El es! ¡El es! -¡A quien queremos ver! -¡Will! ¡Will! ¡Will! -Le animaban sin parar, mientras el rubio observó a Roberts y le sonrió, con broma y alevosía que tenían entre ellos, éste le agarró bien el culo de Faye y le mordió la mejilla. -Voy a por una buena jarra de Hidromiel, mi jaca. -Siempre la ha llamado así, nadie sabrá jamás por qué.

Los piratas se sentaron y no pararon de hacer música, y ya con cuatro jarras, dos en cada mano, William se acercó mientras Faye hablaba con Roberts, seguramente del viaje que acababan de hacer. Valiont se levantó y se disculpó, no sin antes saludar al Capitán William. -Enseguida vuelvo, voy a saludar a Faye. ...Presentaros vosotros, si no os importa.

Valiont se marchó y William se sentó sin ninguna invitación. Se bebió toda una Jarra de un trago, hasta el final, durante varios segundos tragaba y tragaba, mirando a Magnhild, mirándola de arriba a  abajo, pues estaba desnuda. -Valiont siempre sabe como divertirse, de eso.. No hay duda. -Dijo con la voz tomada, pues la embriagez ya era mas que clara. Alzó una de sus cejas, dejándola así y sonriendo, mostrando uno de sus caninos colmillos. -¿Y bien, pequeña belleza de tierra? ¿Que sueles hacer para divertirte por aquí? Por que estoy dispuesto a beber y hacerte beber hasta que lo sueltes. ¡Ja, ja, ja! ¡SEGUÍD CANTANDO, MALDITOS GRUMETES! ..Que no decaiga la fiesta. -Llevaban meses en el mar, y cuando llegaban a tierra, eran verdaderos animales. Se pasaban 5 días de fiesta y sin descansar.

La rubia era de las que, a no ser que estuviera sintiéndose amenaza, cosa que hacía con bastante frecuencia, no prestaba atención excesiva a sus alrededores. Especialmente ahora que tenía a otro brujo con ella y el cuál parecía estar muy relajado en aquella taberna. Los ojos reptilianos de la cazadora de monstruos se centraron en los orbes casi iguales de su contraparte. -Ella ya me gusta.- Aseguró, no refiriéndose a su personalidad, pues no la había tratado, sino a su físico, a aquellos dos turgentes y preciosos pechos que había visto, a aquel redondeado trasero y esos labios carnosos que llamaban a gritos que los mordieran. Y, conociendo lo que ya conocía del albino, él debía estar hablando exactamente de lo mismo.

La música empezó a sonar y la mutada observó a los que tocaban y a los piratas que daban golpes con las puntas de sus pies en el suelo, siguiendo el ritmo. Alguno, bebido de más, se atrevía a intentar entonar alguna canción, pero ninguno terminaba de arrancar con sílabas, palabras y, menos aún, frases enteras. Una de las cejas de la mujer desnuda se elevó al ver a Valiont tan “alegre”, como si fuera capaz de sentir algo, contagiado por los ánimos del resto allí presentes. Iba a preguntarle que por qué le encantaría el capitán, pero antes de poder despegar los labios, se abrió la puerta y los hombres y mujeres del local se excitaron por la llegada de aquel hombre trenzado. Magnhild reconoció a la rubia que entraba con el pirata y enseguida ató cabos. Lo miró de arriba abajo y una leve y ladina sonrisa se dibujó en su rostro. Encantarle era exagerar, pero el tipo no estaba nada mal.

Vio partir a su compañero de aventuras en cuanto el hombre del sombrero se acercó a la mesa y éste se acomodó frente a ella sin quitarle los ojos de encima. Mientras el Perro bebía, a ella le trajeron su jarra de hidromiel y también le dio buena cuenta. Se pasó la lengua por el labio superior, recuperando la espuma que había quedado sobre éste y se la tragó, antes de contestar a la pregunta que el pirata le había formulado. La bruja no era de las que se andaba con tonterías o soltaba cosas con segundas, ella no tenía pelo alguno en la lengua, no suyo al menos, así que sin más, soltó lo que pensaba. -Por aquí, exactamente, es la primera vez que vengo, pero para divertirme, si es que se le puede llamar así, suelo matar monstruos y follar. No necesariamente en ese orden, ni tampoco tengo por qué separar ambas acciones.- Algunos consideraban que Magnhild tenía un sentido del humor particular, ella no se creía graciosa ni lo pretendía pero, al parecer, su manera de hablar tenía cierta picaresca peculiar. Sin querer, sin buscarlo. Pero allí estaba, a su manera. -¿Y qué sueles hacer tú, William Bones?- Quiso saber ella, sin ocultar que sabía quien era, no sólo por Valiont, sino por rumores y cuentos absurdos que se contaban por las tabernas. El hombre en cuestión tenía cierta fama, y no precisamente del todo buena, aunque ¿qué pirata iba a tenerla? Ninguna que se preciara, ninguno que aspirara a ser un monstruo del mar. Tal vez la rubia lo cazara, en cierta manera.