New Tricks to an (Not So) Old Dog → Privado

La misma noche que Hugo conoció a Clarisse, y una vez que el pequeño evento de su hermana hubo terminado, mientras ambos chicos Dārziņš iban rumbo a la casa familiar en una diligencia, llenó a su hermana de preguntas, quién se las respondió con esa cara que le hacía siempre que parecía demasiado obsesionado, o emocionado, o ambas. Fue así que Hugo obtuvo una dirección, y como no acordaron una hora, supuso que por la mañana estaría bien ir a visitar a su nueva maestra de arte, asunto que no le confesó a Alise, desde luego.

De ese modo, al día siguiente, sin más dilación y tras desayunar en la cocina y no en el comedor, como a veces hacía, salió por la puerta trasera de la residencia familiar. El sol de la mañana a penas estaba calentando las calles empedradas de París, y las aves desesperaban con sus cantos matutinos. Hugo decidió que era mejor caminar, de acuerdo con lo dicho por su hermana, donde Clarisse estaría, no era muy lejos de ahí.

Conforme fue avanzando, sin embargo, fue sintiendo cada vez más un peso en el estómago, algo frío como en el fondo de un pozo. Primero creyó que sería algo que había comido, pero él no era de los que se indigestaran con facilidad, mucho menos después del ataque del lobo (debía concederle eso a su maldición), todavía menos probable si se tomaba en cuenta que su desayuno fue frugal. Se detuvo un momento, sacudió la cabeza y se obligó a continuar. No recordaba la última vez que había tenido que hacer eso: literalmente detenerse para forzarse a una acción. Hugo no era de los que dudaran, no cuando su trabajo consistía en matar, basicamente.

Creyó que una vez que llegara al lugar se iba a sentir mejor, pero fue al contrario, conforme se acercaba, el malestar se acentuó, como si toda la idea de ir estuviera mal de origen. Se talló la cara con una mano antes de tocar en la puerta indicada. Se miró en el reflejo de una ventana, y al menos, no tenía mal aspecto.

La puerta se abrió, pero no era Clarisse, no esperaba que lo fuera, se trataba de algún sirviente, supuso, y preguntó por ella, dijo que la chica sabría de qué se trataba todo eso, y lo hicieron esperar.

Aguardar ahí no ayudó a ese malestar que parecía querer carcomerlo por dentro. Se rascó el hombro y el estómago, no podía precisar qué parte exactamente de su cuerpo se sentía mal, era todo y era nada. Estaba en eso, cuando la puerta se abrió de nuevo. Ojos claros y cabello rubio, rostro delicado y la misma letal sutileza que notó la primera vez, como si Clarisse fuera la persona más capaz de protegerlo, y al mismo tiempo de destruirlo.

—No podrás decir que no soy un alumno responsable. —Fue su manera de saludar, sobreponiéndose a la extraña inquietud que no lo dejaba en paz—. Y tú... no me dirás que olvidaste nuestro trato así de pronto —continuó, sin darle oportunidad a hablar. En cambio, Hugo se acomodó en el umbral de la puerta con pose de chulo barato, como si estuviera cortejando a la señorita Aubriot.

—Eso sí, como no quedamos en nada en cuanto a materiales, no traje, la próxima le puedo robar un par a mi hermana, porque oh sí, habrá próxima —advirtió y le guiñó un ojo. Era increíble la capacidad que tenía para sobreponerse a algo que parecía augurio de tormenta. No, no de tormenta, como el auspicio de la próxima luna llena.

Cuando se es adulto, uno suele sorprenderse, muchas veces, de la capacidad que tienen los niños para recuperar energías de una manera brillante. Son como máquinas que no paran quietas nunca, a menos que estén siendo víctimas de la enfermedad, o estén en condiciones que no les permitan andar de un lado a otro. Dicha teoría era la misma que rondaba en la cabeza de Clarisse esa mañana, mientras intentaba despegarse de la comodidad de su lecho, el que sus hermanos menores la obligaban a abandonar con insistencia. Se preguntaba cómo era posible que ambos estuvieran tan espabilados, incluso más que ella, que no era una humana corriente...

El recuerdo de nuevo la aisló a un lugar muy oscuro de su mente; esa habitación en la que se tiene que andar a tientas, evitando golpearse con algún mueble en el camino, en lo que se busca desesperadamente una luz. Pero el silencio se disipó gracias a las risas de Louis y Lucienne, sus grandes motivos para evitar perderse en la funesta situación que atravesó hacía tiempo, la misma que albergaba, entre páginas rotas y amarillentas, la muerte de sus padres. Aun así, tenía que mantener el evento lo más lejos posible, más que nada por esos dos niños que ahora estaban bajo su responsabilidad. De no ser por ellos, no hubiera recobrado tanta fortaleza para seguir adelante, así que, ¿qué más que agradecerles con una sonrisa y apartándolos de esas cosas que sólo buscaban herir?

Así pues, luego del repentino despertar, Clarisse tuvo que convencerse a la fuerza de salir esa mañana, a pesar de no tener muchas ganas de hacerlo. Sus hermanos menores querían ir al parque, hábito que habían tomado por Darcell, pero ahora mismo el mayor no se encontraba para llevarlos, por lo que la responsabilidad de cumplir tal capricho caía en Clarisse. ¿Y cómo negarse? Los demás días se la pasaban en casa estudiando y atendiendo sus deberes, y aunque la noche anterior los había llevado a un evento, no le parecía justo no complacerlos en ello esa vez, advirtiéndoles antes de que no siempre iba a ceder tan fácilmente.

Recordaba no tener compromisos para ese día, pues lo tenía libre de trabajo. Sin embargo, mientras tejía una larga trenza en el cabello color trigo de Lucienne, pensó en lo ocurrido la noche pasada; pensó en el hermano de Alise, y en lo extraño que le había resultado él, como si lo conociera de alguna parte. También le hizo eco el supuesto trato que habrían hecho, pero Clarisse no le creyó del todo, y una parte de ella se aferraba a la idea de que ojalá haya sido una broma de su parte.

No obstante, cuando terminaba su labor con el peinado de su hermana, escuchó los pasos rápidos y cortos de Louis acercándose. Apenas llegó a la habitación, pronunció las palabras que ella no quería escuchar: "Ese estirado de la noche anterior está abajo. Ese que Luci comparó con un lobo".

Sintió un aguijonazo en su interior, mas no lo demostró delante de los chiquillos. Se puso de pie simplemente, trató de quitar las arrugas imperceptibles de la falda de su vestido, y finalmente se dirigió al vestíbulo. Afuera, al abrir la puerta, estaba él, esperándola...

—Demasiado responsable, diría —murmuró al verlo apoyado en el umbral, con esa galantería suya que sólo daba risa—. En realidad no lo he olvidado, pero... —Frunció los labios, y tras un ademán, lo invitó a pasar—. Lo que sucede es que se me ha presentado un compromiso de última hora. —Luego le vino una pregunta clave que no podría pasar por alto—: ¿Cómo se supone que obtuviste mi dirección? No te la di en ningún momento.

Su sonrisa habitual se amplió. Hugo actuaba como un sinvergüenza, porque lo era, pero cuando sonreía de ese modo dejaba entrever que, a pesar de todo, de sus manos llenas de sangre, de su engreimiento e impertinencia, de su maldición incluso, no era una mala persona. Su familia podía tener todos los negocios turbios del mundo, y aún así, eran una de las familias más unidas y cariñosas que cualquiera podría encontrarse. Su padre les decía, a ambos, a Alise y él, que la gente no se dividía en buena y mala, que había muchos matices y conforme fue creciendo, fue entendiendo mejor esa lección.

Pero pronto su gesto se desvaneció tan rápido como vino tras ser invitado a pasar. Miró a Clarisse desvalido, un niño que no sabe qué sucede. Era casi como si le preguntara con la mirada si todo ese esfuerzo había sido para nada. Pero no abrió la boca —raro—, sólo escuchó y al final, sobreponiéndose a ese sentimiento de abandono y traición (como si de hecho hubieran quedado en un lugar y una fecha), rio.

—Ah, Clarisse, yo tengo mis métodos. Creí que anoche había sido suficiente para demostrártelo, pero ya vi que no, no te preocupes, me esforzaré en seguir demostrándotelo —bromeó y continuó caminando a su lado—, nah, no te creas, mi hermana fue la fuente de información. No la culpes, creo que sólo quería que me callara —explicó luego, un poco temeroso de causar un conflicto entre las dos chicas.

—¿Entonces? ¿Todo se cancela? ¿Me voy por donde vine? —Hizo un puchero—. Ooooo… tal vez pueda acompañarte a ese compromiso tuyo, si se puede, que tampoco quiero ser el metiche oficial. Es mi deber, si en verdad quiero demostrarte todo lo bueno que puedo ser, pero para eso tienes que dejarme —continuó, tal parecía que quería demostrarle el calvario que fue para Alise aguantarlo y el porqué soltó la sopa de la dirección al final.

La sensación de peligro, de incomodidad y de familiaridad, todo al mismo tiempo, iba y venía, variaba en intensidad, pero no se desvanecía. Cuando se ponía a bromear era cuando era más llevadera, pero cuando Clarisse hablaba, o reinaba el silencio, era cuando regresaba con más fuerza y Hugo tenía que morderse el interior de las mejillas para no hacer otra cosa, aunque no sabía el qué. Salir corriendo de ahí, gritar, atacarla o besarla, ¿qué de todo eso? Era horrible sentirse así de confundido y aunque había decidido que Aubriot le gustaba, no atribuía esa desazón a ese hecho, esto iba mucho más allá.

Quizá la maldición le estaba pasando factura. Quizá era que Clarisse era como él, y jamás había convivido tanto con otro licántropo, por no decir nunca. ¿Sería así con todos? ¿Todos los que cambiaba con la luna sentían esto? Había escuchado que algunos se juntaban en manadas, entonces le resultaba imposible creer que esto fuera usual, entonces… ¿qué demonios estaba mal con él?

—¿Qué dices? ¿Puedo ir yo también? —preguntó porque no podía quedarse callado y porque era cuando hablaba que se sentía mejor, si esa extrañeza en su interior. Hizo un puchero también, y le puso ojos de cachorro, que de algo sirviera su condición canina, se dijo—. Prometo portarme bien. —Era responsabilidad de Clarisse si le creía o no.

Clarisse había estado tonteando un poco con él la noche anterior, a pesar de la extraña sensación de amargura que le producía sin saber muy por qué, quizá era por compartir su misma naturaleza, no estaba del todo segura, pero, pese a lo primero, no quiso que pasara más de eso. Ella era un mujer que se trazaba límites, y cuando sentía las alarmas encenderse en su interior, sabía que lo mejor era dejarlo y ya estaba, y aunque Hugo fuera la mar de simpático, además de actuar como un niño con falta de atención, intuía que había algo más, tan nebuloso, y sin forma aparente, que a ella le causaba cierto resquemor, no se podía engañar.

Sin embargo, y pese a todo su esfuerzo para evitarlo, él consiguió su dirección y ahí estaba, insistiéndole de un modo que, sin duda, llegó a causarle cierta pena a ella. Tenía planes con su familia, sobre todo con sus hermanitos pequeños, porque, desde la pérdida de sus padres, se había hecho cargo de ambos, y eso no lo cambiaría por nadie en el mundo. Aun así, no hallaba cómo arreglar la sitiuación. ¡Es que no se lo esperaba! Clarisse llegó a pensar que lo anterior sólo quedaría en simple tonteo y ya estaba, pero él se traía tantas sorpresas consigo que... la dejaba fuera de base.

—No necesitas demostrarme nada, y no te preocupes, supuse que había sido ella la que te dio la dirección. Tampoco voy a molestar, es que me tomaste desprevenida —contestó, dejando escapar un suspiro. En cualquier momento aparecerían Louis y Lucienne—. La verdad pensé que sólo se trataba de una broma todo lo de anoche, en serio... Lo que no imaginé es que te lo fueras a tomar tan en serio.

Cruda, quizás demasiado, y por mucho que le apenara serlo, era algo que no podía callarse. No sabía exactamente qué hacer, porque recordar la imagen de ese lobo de la pintura, vale, eso no lo llevaba muy bien. Despertaba sentimientos encontrados, y éstos apuntaban hacia la presencia de Hugo.

—No te creo en lo más mínimo que vayas a portarte bien, Hugo, y mucho menos si tienes a dos pequeños diablillos a tu lado —soltó, dejándole claro que se trataba de una salida familiar. Ese era su principal compromiso ese día—. A ver, mira, yo tengo que hacerme cargo de mis hermanos pequeños, y hoy me han pedido que los lleve al parque. Es responsabilidad tuya si quieres ir y enfrentarte a ellos, porque no van a dejarte en paz, te lo aseguro...

Y mentira no era, porque, antes de poder continuar hablando, ambos aparecieron, prácticamente atacándolo a preguntas como sólo esos dos pequeños truhanes eran capaces de hacer. Clarisse los dejó ser esta vez, porque, no sólo se tenía que aclarar con palabras, sino con hechos.

—Yo no quería ser tan aguafiestas pero... te lo advertí. Ya no es mi culpa esta vez. —Hizo una mueca, en el momento en que los mellizos hacían de las suyas, jalándolo, prácticamente, hasta la salida. Aquel sería un largo día, temía.