AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Broken memories [Flashback]
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Broken memories [Flashback]
Quién iba a decirme que a mi edad, después de lo mucho que había pasado, volvería a derramar lágrimas de sangre, como si aún no hubiera comprendido que la pérdida de vidas inocentes no es algo que pueda preverse siempre. Como si me exigiera a mi mismo, pese a saberme incapaz de lograr tales deseos, conseguir proteger a toda la humanidad de la ira de aquellos seres que, aun siendo como yo, ni de lejos comprendían los sentimientos de la misma forma en que yo lo hacía. Semanas atrás, el caos se había desatado sobre aquella región. Y aunque la destrucción no hubiera llegado hasta tal punto de ser percibida por la mayoría de los mortales, cualquier sobrenatural podría notar el aire viciado que imperaba en el ambiente. Y el significado que ello tenía. Semanas atrás, noches atrás, la violencia de la Inquisición se había cebado con la vida de inocentes, humanos y sobrenaturales, demostrando una vez más su incapacidad de evolucionar a lo largo del tiempo. A lo largo de los siglos. Y por más que lo intentara, a pesar de mis esfuerzos por hacer que aquel terrible suceso no tuviera lugar, no podía evitar sentirme culpable. Ahora que muchas vidas se habían perdido por la estupidez de aquellos que instigaron el golpe, no podía desprenderme de la sensación de haber fracasado. Porque si entonces no pude protegerlos, ahora que había sido relegado de mi puesto como cabeza de los condenados de la Inquisición, sabía que se avecinaban tiempos aún más oscuros para los míos... Y también para los humanos, quienes más me preocupaban.
Mi "traición" no había pasado desapercibida para el resto de miembros de la facción, que en lugar de ver en mi la lógica de que me dotaban los largos años de experiencia en el mundo, habían preferido quedarse con la versión de que yo era poco menos que un traidor a la fe del "Señor". No sabría decir si era más patético o absurdo. Yo, que durante siglos había procurado el bienestar de todos los soldados de las diferentes facciones, luchando por alcanzar un entendimiento con todos los demás miembros de la sociedad. Una especie de pacto de no agresión, una especie de acuerdo que garantizara a ambos bandos que ninguno saldría lastimado... Y no había podido salirme peor. En lugar de conseguir la disolución, o por lo menos, la moderación de los pensamientos del resto de inquisidores, había sido el desencadenante de una guerra que a toda costa quise evitar. Y por culpa de esa guerra, por culpa mía, muchos inocentes cayeron. No sólo dentro de mi bando, hacia cuyos miembros cada vez siento menos simpatía -incluyendo a mi esposa-, sino también hacia personas que nada tenían que ver con este conflicto entre religión y criaturas "diferentes". O al menos, no del todo. No puedo expresar con palabras el dolor que atravesó mi pecho en el mismo momento en que puse un pie en la escena que los míos, los de mi especie, había provocado en medio de un claro del bosque. Cuerpos desangrados. Niños, mujeres y mayores despedazados. La muerte, en su forma más grotesca y terrible...
Pero ese dolor no era en absoluto comparable con el que hizo que me detuviera bruscamente, temblando, al adentrarme en el camposanto y toparme con su silueta, tirada en el suelo. Sollozando. Por un momento, el fugaz pensamiento de que ella también hubiese caído me congeló la sangre en las venas. Pero al ver que no era su cuerpo el que yacía frente a aquella fría lápida, sino su alma, me sentí incluso peor. ¿Qué podría decirle para acallar los remordimientos que no me dejaban dormir, ni pensar, ni sentir nada más que no fuera culpa y resentimiento? ¿Qué podría hacer para que su dolor fuese menor, para ayudar a su corazón a que fuera sanando, aunque lentamente, superando el trauma de la pérdida de su hermana? Las palabras se me quedaron atascadas en la garganta, y cuando finalmente estuve a su altura, lo único que pude hacer fue agacharme a su lado, colocar una mano con suavidad sobre su hombro, y esperar que mi presencia, en lugar de ser una molestia para su persona, lograra tranquilizarla. Aunque, de estar yo en su lugar, no sé qué habría hecho. Debería odiarme por haberlas metido a ella y a sus compañeras en mitad de un fuego cruzado en el que en el fondo imaginaba que ninguna de las dos partes pudiera llegar a vencer.
Mi "traición" no había pasado desapercibida para el resto de miembros de la facción, que en lugar de ver en mi la lógica de que me dotaban los largos años de experiencia en el mundo, habían preferido quedarse con la versión de que yo era poco menos que un traidor a la fe del "Señor". No sabría decir si era más patético o absurdo. Yo, que durante siglos había procurado el bienestar de todos los soldados de las diferentes facciones, luchando por alcanzar un entendimiento con todos los demás miembros de la sociedad. Una especie de pacto de no agresión, una especie de acuerdo que garantizara a ambos bandos que ninguno saldría lastimado... Y no había podido salirme peor. En lugar de conseguir la disolución, o por lo menos, la moderación de los pensamientos del resto de inquisidores, había sido el desencadenante de una guerra que a toda costa quise evitar. Y por culpa de esa guerra, por culpa mía, muchos inocentes cayeron. No sólo dentro de mi bando, hacia cuyos miembros cada vez siento menos simpatía -incluyendo a mi esposa-, sino también hacia personas que nada tenían que ver con este conflicto entre religión y criaturas "diferentes". O al menos, no del todo. No puedo expresar con palabras el dolor que atravesó mi pecho en el mismo momento en que puse un pie en la escena que los míos, los de mi especie, había provocado en medio de un claro del bosque. Cuerpos desangrados. Niños, mujeres y mayores despedazados. La muerte, en su forma más grotesca y terrible...
Pero ese dolor no era en absoluto comparable con el que hizo que me detuviera bruscamente, temblando, al adentrarme en el camposanto y toparme con su silueta, tirada en el suelo. Sollozando. Por un momento, el fugaz pensamiento de que ella también hubiese caído me congeló la sangre en las venas. Pero al ver que no era su cuerpo el que yacía frente a aquella fría lápida, sino su alma, me sentí incluso peor. ¿Qué podría decirle para acallar los remordimientos que no me dejaban dormir, ni pensar, ni sentir nada más que no fuera culpa y resentimiento? ¿Qué podría hacer para que su dolor fuese menor, para ayudar a su corazón a que fuera sanando, aunque lentamente, superando el trauma de la pérdida de su hermana? Las palabras se me quedaron atascadas en la garganta, y cuando finalmente estuve a su altura, lo único que pude hacer fue agacharme a su lado, colocar una mano con suavidad sobre su hombro, y esperar que mi presencia, en lugar de ser una molestia para su persona, lograra tranquilizarla. Aunque, de estar yo en su lugar, no sé qué habría hecho. Debería odiarme por haberlas metido a ella y a sus compañeras en mitad de un fuego cruzado en el que en el fondo imaginaba que ninguna de las dos partes pudiera llegar a vencer.
Abaddon V. Tsakalidis- Condenado/Vampiro/Clase Alta
- Mensajes : 73
Fecha de inscripción : 01/05/2014
Re: Broken memories [Flashback]
Nubes de tormenta surcaban el cielo nocturno, amenazando con descargar sobre la tierra toda su furia en forma de lágrimas. Lágrimas que llevaban horas resbalando por las pálidas mejillas de aquella joven que sollozaba, encogida sobre sí misma, junto a la tumba de su hermana. El único miembro de su familia que aún quedaba con vida, tras la muerte de sus padres meses atrás. La única persona que le había servido de apoyo en los momentos difíciles, que la había animado a continuar con su carrera cuando rendirse parecía la única opción. La única persona que se había preocupado por su salud, que la había ayudado a levantarse tras sus innumerables caídas. Que la había hecho superarse a sí misma, convertirse en más fuerte de lo que habría soñado jamás. Yvonne y ella habían compartido cientos de momentos que desde su muerte se transformarían en recuerdos henchidos de dolor. En recuerdos cargados de nostalgia. En recuerdos que la llevarían una y otra vez a la imagen de su rostro, pálido. De sus ojos, sin vida, observando al infinito. Era su hermana menor, y había muerto en sus brazos. Era su hermana menor, y había visto cómo la vida se le escapaba en un suspiro. Ambas habían jurado protegerse. Habían jurado que estarían juntas para siempre, incluso cuando el destino tratara de llevarlas por senderos diferentes.
Y ahora... Ahora se había marchado. ¿Qué le quedaba, más que llorar? ¿Qué rumbo debía tomar en su vida? ¿Por qué camino debería decidirse a continuar? Su alma, su corazón, lo único que rogaba era permanecer allí tirada, por siempre, junto a la fría lápida que ahora la separaba de su hermana. No tenía fuerzas para nada más. No quería tener fuerzas para nada más. Le daba miedo separarse de ella, olvidar su rostro, olvidar las últimas palabras que le dijo ante de irse para siempre. Esas palabras que ahora no podía dejar de repetirse. "Al final, tú siempre has sido la más fuerte. Debí creerte." ¿Cómo podía aceptar que de ambas, ella era la más fuerte, cuando su pérdida había destruido por completo hasta el más mínimo deseo por continuar? ¿Cómo iba a ser capaz de levantarse y seguir con su vida como si nada, si la parte más importante de su vida acababa de ser enterrada bajo tierra? Ahora el mundo le parecía un lugar oscuro y hostil, carente de sentido y significado. ¿Podría seguir actuando como música, como compositora, sabiendo que cada nota, que cada acorde, que cada estrofa irían siempre dedicados a ella? Y que nunca podría oírlos.
Mientras aquella joven de cabellos dorados seguía lamentándose sobre la fresca hierba del camposanto, el cielo finalmente decidió descargar su rabia sobre París. Y sólo entonces, alzó la vista, y sonrió. Sonrió porque mientras aquella tormenta de verano bañaba con fiereza sus mejillas, sintió que el alma de su hermana la estaba acompañando, de algún modo, desde allí arriba. Porque Yvonne siempre había tenido la fuerza de un vendaval, la fuerza para impulsarlas a ambas en una dirección concreta. Una fuerza que ella no tenía, pero que sabía que su hermana le otorgaría, desde allí donde estuviese, siempre que lo necesitara... Aunque ese hecho no fuera el mejor de los consuelos. Sus lágrimas poco a poco comenzaron a mezclarse con la lluvia, hasta el punto de confundirse. Y por un momento rogó que aquella tromba se llevase para siempre el dolor, pero sabía que era precisamente ese dolor lo que la haría recordar por siempre a su hermana. Lo que le haría tenerla siempre presente. Finalmente, encontró las fuerzas necesarias para erguirse y colocarse de rodillas sobre el mármol en el que estaba inscrito su nombre, encarándolo, y depositó dos docenas de rosas blancas sobre la piedra. Sus favoritas. Luego se quedó allí, muy quieta, esperando a que el tiempo pasara, a despertarse de aquella pesadilla, o de que una nueva señal se le apareciera, para darle una pista sobre por dónde debía continuar.
Y, por suerte, no se demoró demasiado. Aunque no era la señal que esperaba.
Y ahora... Ahora se había marchado. ¿Qué le quedaba, más que llorar? ¿Qué rumbo debía tomar en su vida? ¿Por qué camino debería decidirse a continuar? Su alma, su corazón, lo único que rogaba era permanecer allí tirada, por siempre, junto a la fría lápida que ahora la separaba de su hermana. No tenía fuerzas para nada más. No quería tener fuerzas para nada más. Le daba miedo separarse de ella, olvidar su rostro, olvidar las últimas palabras que le dijo ante de irse para siempre. Esas palabras que ahora no podía dejar de repetirse. "Al final, tú siempre has sido la más fuerte. Debí creerte." ¿Cómo podía aceptar que de ambas, ella era la más fuerte, cuando su pérdida había destruido por completo hasta el más mínimo deseo por continuar? ¿Cómo iba a ser capaz de levantarse y seguir con su vida como si nada, si la parte más importante de su vida acababa de ser enterrada bajo tierra? Ahora el mundo le parecía un lugar oscuro y hostil, carente de sentido y significado. ¿Podría seguir actuando como música, como compositora, sabiendo que cada nota, que cada acorde, que cada estrofa irían siempre dedicados a ella? Y que nunca podría oírlos.
Mientras aquella joven de cabellos dorados seguía lamentándose sobre la fresca hierba del camposanto, el cielo finalmente decidió descargar su rabia sobre París. Y sólo entonces, alzó la vista, y sonrió. Sonrió porque mientras aquella tormenta de verano bañaba con fiereza sus mejillas, sintió que el alma de su hermana la estaba acompañando, de algún modo, desde allí arriba. Porque Yvonne siempre había tenido la fuerza de un vendaval, la fuerza para impulsarlas a ambas en una dirección concreta. Una fuerza que ella no tenía, pero que sabía que su hermana le otorgaría, desde allí donde estuviese, siempre que lo necesitara... Aunque ese hecho no fuera el mejor de los consuelos. Sus lágrimas poco a poco comenzaron a mezclarse con la lluvia, hasta el punto de confundirse. Y por un momento rogó que aquella tromba se llevase para siempre el dolor, pero sabía que era precisamente ese dolor lo que la haría recordar por siempre a su hermana. Lo que le haría tenerla siempre presente. Finalmente, encontró las fuerzas necesarias para erguirse y colocarse de rodillas sobre el mármol en el que estaba inscrito su nombre, encarándolo, y depositó dos docenas de rosas blancas sobre la piedra. Sus favoritas. Luego se quedó allí, muy quieta, esperando a que el tiempo pasara, a despertarse de aquella pesadilla, o de que una nueva señal se le apareciera, para darle una pista sobre por dónde debía continuar.
Y, por suerte, no se demoró demasiado. Aunque no era la señal que esperaba.
Genie M. Mozart- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 55
Fecha de inscripción : 12/12/2013
Re: Broken memories [Flashback]
La reacción de la muchacha no me tomó por sorpresa en absoluto, y ni siquiera tenía el derecho para sentirme dolido por ella. Había apartado la mano que yo había depositado en su hombro, buscando confortarla, de un simple empellón. Un gesto de profundo y absoluto rechazo. ¿Qué era lo que esperaba? Lo mirase por donde lo mirase, el detonante de todas aquellas muertes habían sido mis acciones, y el hecho de que éstas hubieran enfurecido a mi esposa de ese modo, quien no había dudado en dar el aviso a fin de que todos pagaran las consecuencias de unos actos de los que yo era el único culpable. Si bien los celos, o el hecho de que hubiera engañado a Hēra no eran motivo para que los inquisidores intervinieran, el hecho de que yo, un antiguo líder de la orden, avisara a determinados grupos para que se escondieran evitando así los castigos, o incluso que ignorara órdenes en el caso de que considerara que los objetivos merecían perdón bajo mi criterio, sí que lo eran.
Ese había sido mi problema, mi incapacidad para separar las opiniones propias de las órdenes que los superiores me enviaban. No es que pensara que no tenía razón. ¿Pero eso a quién le importaba? La Inquisición estaba gobernada por el odio, el miedo y el fanatismo. Siempre lo había sabido, y aún así, hice lo que me pareció más correcto. Que Genie me rechazara era una consecuencia más, y aunque ni de lejos era la más terrible, sí que era la que más me lastimaba. Me senté frente a ella, dejándome caer levemente, sin dejar de mirarla pero expresando claramente que no tenía intenciones de volver a tocarla. Probablemente no lo había hecho a propósito, y simplemente había sido un reflejo fruto del shock que le habría supuesto tenerme allí, tan de repente, en un momento en el que lo más seguro es que deseara estar a solas. Pero no podía dejar que las cosas siguieran así. El peligro aún no se había disipado del todo. El nuevo mando ya sabía que algunos de los sentenciados habían logrado escaparse (aunque desconocían que había sido gracias a mi ayuda), así que la posibilidad de que fueran a por ella de nuevo era más que real.
- Genie... No deberíais estar aquí... Podrían estar siguiéndoos, y además, vuestras heridas aún no han sanado. -No supe muy bien de dónde conseguí sacar las palabras. Quizá del afecto que sin duda profesaba por aquella joven de cabellos claros, y mirada perdida. Afecto que, sin embargo, había provocado en ella todo aquel dolor. Nunca podría perdonármelo. Nunca. Pero mucho menos podría soportar la idea de que ella también corriera la misma suerte que su hermana, cuyo espíritu probablemente me estuviera maldiciendo desde el otro lado, al saberme a unos palmos de su tumba. Conocía perfectamente el hecho de que Yvonne jamás había aceptado la relación furtiva que su hermana y yo manteníamos. A pesar de que el paso de lo platónico a lo carnal sólo se había producido una vez, era evidente que el vínculo que nos unía era mucho más fuerte que eso. Y ese era precisamente el problema. Era la primera vez que sentía algo más por alguien que no fuera Hēra, eso me había cegado a mi, y la había acabado enloqueciendo a ella. ¡Qué terrible! Enamorarse de dos personas al mismo tiempo, y herirlas a ambas en el proceso. ¿Cómo cambiar nuestro destino a partir de ese momento? Ni siquiera me atrevía a imaginarlo.
Ese había sido mi problema, mi incapacidad para separar las opiniones propias de las órdenes que los superiores me enviaban. No es que pensara que no tenía razón. ¿Pero eso a quién le importaba? La Inquisición estaba gobernada por el odio, el miedo y el fanatismo. Siempre lo había sabido, y aún así, hice lo que me pareció más correcto. Que Genie me rechazara era una consecuencia más, y aunque ni de lejos era la más terrible, sí que era la que más me lastimaba. Me senté frente a ella, dejándome caer levemente, sin dejar de mirarla pero expresando claramente que no tenía intenciones de volver a tocarla. Probablemente no lo había hecho a propósito, y simplemente había sido un reflejo fruto del shock que le habría supuesto tenerme allí, tan de repente, en un momento en el que lo más seguro es que deseara estar a solas. Pero no podía dejar que las cosas siguieran así. El peligro aún no se había disipado del todo. El nuevo mando ya sabía que algunos de los sentenciados habían logrado escaparse (aunque desconocían que había sido gracias a mi ayuda), así que la posibilidad de que fueran a por ella de nuevo era más que real.
- Genie... No deberíais estar aquí... Podrían estar siguiéndoos, y además, vuestras heridas aún no han sanado. -No supe muy bien de dónde conseguí sacar las palabras. Quizá del afecto que sin duda profesaba por aquella joven de cabellos claros, y mirada perdida. Afecto que, sin embargo, había provocado en ella todo aquel dolor. Nunca podría perdonármelo. Nunca. Pero mucho menos podría soportar la idea de que ella también corriera la misma suerte que su hermana, cuyo espíritu probablemente me estuviera maldiciendo desde el otro lado, al saberme a unos palmos de su tumba. Conocía perfectamente el hecho de que Yvonne jamás había aceptado la relación furtiva que su hermana y yo manteníamos. A pesar de que el paso de lo platónico a lo carnal sólo se había producido una vez, era evidente que el vínculo que nos unía era mucho más fuerte que eso. Y ese era precisamente el problema. Era la primera vez que sentía algo más por alguien que no fuera Hēra, eso me había cegado a mi, y la había acabado enloqueciendo a ella. ¡Qué terrible! Enamorarse de dos personas al mismo tiempo, y herirlas a ambas en el proceso. ¿Cómo cambiar nuestro destino a partir de ese momento? Ni siquiera me atrevía a imaginarlo.
Abaddon V. Tsakalidis- Condenado/Vampiro/Clase Alta
- Mensajes : 73
Fecha de inscripción : 01/05/2014
Re: Broken memories [Flashback]
Tan absorta estaba en su propio dolor, que ni siquiera fue consciente de la presencia del vampiro hasta que éste estuvo justo a su lado. Cerca. Demasiado cerca. Muchas veces Yvonne le había recriminado aquella actitud suya, su facilidad para distraerse, para olvidarse de que en su vida como cazadora no era suficiente con prestar un poco de atención al mundo que le rodeaba. Ella siempre decía que para no morir en el intento de llevar a cabo su misión, lo más importante para una cazadora era poner todos los sentidos alerta, estuviese donde estuviese, en todo momento, sin nunca bajar la guardia. Recordó que en esa misma conversación fue la primera vez que le dijo a su hermana que ella nunca había querido llevar esa vida. Que no estaba hecha para ella, que no podía ir por el mundo siempre vigilando sus espaldas. Y fue entonces cuando Yvonne le respondió que mientras estuviesen juntas, nada más importaba. Y por eso Genie se quedó a su lado. Por eso aceptó unirse a aquel grupo de mujeres. Porque ellas las habían salvado, después de todo. Les habían permitido pasar más tiempo juntas, en aquel mundo tan hostil. Pero el tiempo de ambas, había terminado. Se había quedado completamente sola, en una realidad que ya apenas comprendía, y que le gustaba muchísimo menos. Ahora nada tenía sentido. No sin ella. No porque ella le había dado un rumbo que seguir, y si no estaba... ¿Qué sendero debería recorrer a partir de ese momento? ¿Debía volver a su vida de antes? No, eso era imposible... Porque ya nada era igual. Todo había cambiado. Ella había cambiado.
Todo cuanto conseguía ver a su alrededor era oscuridad, y en medio de esa oscuridad, flashes de luz cargados de recuerdos, de memorias que únicamente la hacían sentir peor. Que la concienciaban de que no había vuelta atrás. De que su hermana se había marchado, y sin ella, su vida ya no tenía sentido. Y a menos que encontrase un nuevo sentido para vivir, su existencia se reduciría a aquella espiral de remordimientos, autodestrucción y vacío en que acababa de convertirse. Y nadie puede aguantar mucho tiempo de ese modo. Nadie.
No lo hizo a propósito, ciertamente, pero su primera reacción ante el frío tacto procedente de aquella mano que alguna vez encontró extremadamente cálida, fue la de apartarse. O más concretamente, apartarlo de un manotazo. No pudo evitarlo. A pesar de que lo que sentía por aquel hombre podía ser fácilmente distinguible como amor auténtico, una parte de sí misma no podía evitar culparlo. Por los males acaecidos en su vida últimamente, desde que lo conociera, y especialmente, por la muerte de su hermana. No lo culpaba únicamente a él, sin embargo. Si los motivos que los habían llevado a acabar de esa forma eran los sentimientos que habían entre ellos, ella era igualmente culpable. Pero siempre resulta más sencillo apreciar el daño que otros te han hecho que el que te has hecho tú misma.
Pudo ver el dolor y la culpa perfectamente dibujadas en su reacción ante su rechazo. Sabía como él se sentía, porque ella se estaba sintiendo igual, pero desgraciadamente no estaba en condiciones para consolar a nadie, precisamente. Y mucho menos a alguien que había cometido su mismo crimen. - ¿Acaso creéis que eso me importa, Abaddon? Ahora que lo he perdido todo, lo único que espero es una señal que me indique cómo continuar... O eso, o ser consumida por completo, antes de que la locura comience a devorarme... Aún la oigo gritar, Abaddon. Decirme que me alejara, que me salvara yo. Y aunque sé que no lo hice, que permanecí a su lado hasta el final... Yo... No puedo evitar pensar que no pude protegerla. La oigo gritar cada vez que cierro los ojos, incluso cuando los tengo abiertos. La oigo gritar, junto al sonido de los truenos, de los dientes desgarrando la carne. No me importa que me encuentren, ni que me sigan. Yo... yo ya no sé si me importa algo en realidad. -Dejó que las lágrimas volvieran a bañar su rostro lentamente, abandonando todo intento por contenerlas delante de él. ¿Qué ganaba mostrándole su debilidad? No haría que ninguno de los dos se sintiera mejor. Nada importaba. El mundo la engulliría, o lo harían los terribles monstruos que en él habitaban. Pero aquella vez, no haría nada para evitarlo.
La herida en su vientre aún sangraba, manchando su vestido, goteando sobre aquella tierra sagrada. Y no le importó. Ya ni siquiera dolía. Era un escozor lejano del que había logrado olvidarse, al centrarse más en la pérdida, en el vacío, que la ausencia había dejado en su alma. Como una cicatriz que siempre la acompañaría. Siempre.
Genie M. Mozart- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 55
Fecha de inscripción : 12/12/2013
Re: Broken memories [Flashback]
Ni siquiera sé por qué lo hice. Aún hoy, después de muchas noches, de muchos momentos, soy incapaz de decir cuál fue el motivo que me llevó a estrecharla entre mis brazos. Con fuerza. Sus lágrimas manchaban mi camisa. El aroma de su sangre inundaba mis fosas nasales. Pero nada importaba. Yo sentía que tenía que estar allí. Que debía estar allí. A pesar de que sabía que su reacción volvería a ser de rechazo. ¿Qué otra cosa podría haber hecho? ¿Verla consumirse, sin más, tirada a mis pies? No, no lo permitiría. No podía hacerlo. Jamás me lo hubiese perdonado, y ya tenía demasiadas culpas con las que cargar, desde que provocase, aun sin quererlo, la guerra que la había dejado así de destrozada. ¿Por qué me había tenido que acercar a ella? ¿Por qué había intentado hablarles de los planes de la institución para la que tenía la desgracia de pertenecer, sin tener en cuenta que vivía en el mismo hogar que el enemigo? ¿Cómo pude ser tan estúpido para olvidar que Hēra siempre me había estado observando, sobre todo desde que descubriese mi traición? Era un fallo de principiante. Un error fatal que había provocado toda aquella desolación, todo aquel dolor. Que había herido de muerte a uno de los pocos seres que habitaban sobre la faz de la tierra que aún me recordaban cómo se sentía un ser humano. Qué significaba realmente estar vivo.
Por eso, ¿qué más daba que ella reaccionara a mi tacto con horror, con desagrado? Lo esperaba. Lo deseaba. Si la rabia, la furia y el rencor conseguían sacarla de aquel estado tan obscuro, entonces lo tomaría con los brazos abiertos. Tomaría su ira y la aceptaría. Era lo menos que merecía por haberla dejado en aquel estado.
- Puede que a vos no os importe, Genie... Pero a mi sí que me importa. No soportaría ver que os hicieran más daño, y que de nuevo, yo fallara en mi labor de protegeros... -Acaricié sus cabellos con devoción, intentando que se calmase, como si yo mismo no estuviera realmente reconcomido por la culpa y por los nervios. La incertidumbre era todo cuanto se extendía ante mis ojos. No sabía qué ocurriría a partir de ese momento. No sabía qué pasaría conmigo, con nosotros. No sabía si me permitirían seguir con vida después de esa traición, y lo que era peor, no sabía si finalmente irían por ella, por una de las supervivientes de la lucha. De ser así, ¿podría protegerla esa vez? No podría vivir sabiendo que le había hecho más daño. No podría vivir con su muerte en mi consciencia, ni siquiera por mi esposa. - Lo siento muchísimo, Genie... Bien saben los dioses que intenté hacer todo lo que estuvo en mi mano. Pero fallé, y no voy a poder perdonármelo jamás. Y vos tampoco deberíais. Culpadme a mi, a los inquisidores, pero dejad de dañaros a vos misma. Hicisteis todo lo que estuvo en vuestra mano. Era una guerra que no estábais preparadas para librar... Yo... No sé ni cómo pediros disculpas... -Extrañamente, no fue mi cercanía lo que pareció molestarla, pero sí mis palabras. Se alejó de mi tras suspirar un momento, y luego, su expresión era, en cierta forma, fría. Sabía que ella no deseaba mis disculpas, que no iba a aceptarlas. Pero, ¿qué otra cosa podía hacer?
- Podríais dejarme al menos que os sanara... O que lo intentase, al menos. No soporto veros así, Genie... Y vuestra sangre... Bueno... Si incluso a mi es capaz de alterarme... ¿A quién no habrá atraído ya hasta aquí? Os protegeré y lo sabéis, pero necesito vuestra colaboración... No volveré a fallaros jamás. Os lo juro. -Cada palabra que salía de entre mis labios parecía acentuar su incomodidad. A pesar de que era precisamente eso lo que yo había esperado, lo que había querido, no tenía ni idea que me fuera a hacer sentir tan desolado. No podía evitarlo, eran las sensaciones que experimentaba estando a su lado lo que me habían hecho perder la cordura, la compostura. Genie me hacía sentir demasiado bien. Me hacía sentir como imaginaba que se sentían los humanos al estar enamorados, muy a pesar de que mi corazón y mi alma por siempre estuvieran anclados a aquella que se había convertido en el peor de mis tormentos. Ambas eran tan diferentes, tan únicas cada una en su forma de ser... No quería renunciar a ninguna de las dos. Aunque estar con la vampiresa era prácticamente incompatible a estar con nadie más. Por su bien, y por el mío. No pude renunciar, y tal vez su recién adquirido rencor hacia mi persona nos alejara el uno del otro. Pero eso no cambiaría el hecho de que seguiría velando por ella. Para siempre.
Por eso, ¿qué más daba que ella reaccionara a mi tacto con horror, con desagrado? Lo esperaba. Lo deseaba. Si la rabia, la furia y el rencor conseguían sacarla de aquel estado tan obscuro, entonces lo tomaría con los brazos abiertos. Tomaría su ira y la aceptaría. Era lo menos que merecía por haberla dejado en aquel estado.
- Puede que a vos no os importe, Genie... Pero a mi sí que me importa. No soportaría ver que os hicieran más daño, y que de nuevo, yo fallara en mi labor de protegeros... -Acaricié sus cabellos con devoción, intentando que se calmase, como si yo mismo no estuviera realmente reconcomido por la culpa y por los nervios. La incertidumbre era todo cuanto se extendía ante mis ojos. No sabía qué ocurriría a partir de ese momento. No sabía qué pasaría conmigo, con nosotros. No sabía si me permitirían seguir con vida después de esa traición, y lo que era peor, no sabía si finalmente irían por ella, por una de las supervivientes de la lucha. De ser así, ¿podría protegerla esa vez? No podría vivir sabiendo que le había hecho más daño. No podría vivir con su muerte en mi consciencia, ni siquiera por mi esposa. - Lo siento muchísimo, Genie... Bien saben los dioses que intenté hacer todo lo que estuvo en mi mano. Pero fallé, y no voy a poder perdonármelo jamás. Y vos tampoco deberíais. Culpadme a mi, a los inquisidores, pero dejad de dañaros a vos misma. Hicisteis todo lo que estuvo en vuestra mano. Era una guerra que no estábais preparadas para librar... Yo... No sé ni cómo pediros disculpas... -Extrañamente, no fue mi cercanía lo que pareció molestarla, pero sí mis palabras. Se alejó de mi tras suspirar un momento, y luego, su expresión era, en cierta forma, fría. Sabía que ella no deseaba mis disculpas, que no iba a aceptarlas. Pero, ¿qué otra cosa podía hacer?
- Podríais dejarme al menos que os sanara... O que lo intentase, al menos. No soporto veros así, Genie... Y vuestra sangre... Bueno... Si incluso a mi es capaz de alterarme... ¿A quién no habrá atraído ya hasta aquí? Os protegeré y lo sabéis, pero necesito vuestra colaboración... No volveré a fallaros jamás. Os lo juro. -Cada palabra que salía de entre mis labios parecía acentuar su incomodidad. A pesar de que era precisamente eso lo que yo había esperado, lo que había querido, no tenía ni idea que me fuera a hacer sentir tan desolado. No podía evitarlo, eran las sensaciones que experimentaba estando a su lado lo que me habían hecho perder la cordura, la compostura. Genie me hacía sentir demasiado bien. Me hacía sentir como imaginaba que se sentían los humanos al estar enamorados, muy a pesar de que mi corazón y mi alma por siempre estuvieran anclados a aquella que se había convertido en el peor de mis tormentos. Ambas eran tan diferentes, tan únicas cada una en su forma de ser... No quería renunciar a ninguna de las dos. Aunque estar con la vampiresa era prácticamente incompatible a estar con nadie más. Por su bien, y por el mío. No pude renunciar, y tal vez su recién adquirido rencor hacia mi persona nos alejara el uno del otro. Pero eso no cambiaría el hecho de que seguiría velando por ella. Para siempre.
Abaddon V. Tsakalidis- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/05/2014
Re: Broken memories [Flashback]
Sus palabras sonaban sinceras, Genie sabía perfectamente que eran sinceras, y eso era precisamente lo que peor la hacía sentir. No sabía cómo explicarlo, pero cada vez que Abaddon se disculpaba o la hacía saber lo mucho que se preocupaba por su bienestar, más consciente era de su culpabilidad en todo ese asunto, y de su propia responsabilidad en la muerte de su hermana. Porque si Abaddon y ella nunca se hubieran conocido, o mejor dicho, si su relación hubiera permanecido como estrictamente "profesional", aquellas terribles consecuencias nunca habrían tenido lugar. Su tono herido la lastimaba, y hacía que lo resintiera, que se resintiera a sí misma, y que recordaba que Yvonne le había dicho desde el principio que aquella era una mala idea. Ahora era consciente de hasta qué punto su hermana pequeña tenía razón. Y Genie era el tipo de persona, de mujer, que odiaba arrepentirse de las decisiones tomadas. Siempre se creyó lo bastante fuerte como para aceptar cualquier consecuencia que pudiera derivar de sus actos, de sus elecciones. Pero no esto, nada como esto. Perder a Yvonne había sido como si le arrancaran una parte de su corazón, casi la mitad, y la hubieran arrojado al fuego mientras la sensación seguía presente.
Y notar cómo muere calcinada una parte de tu cuerpo, una parte tan importante, dista mucho de ser agradable. La agonía seguiría presente en su alma por siempre.
- Si las palabras, o vuestras disculpas, fueran capaz de devolverle la vida a mi hermana, entonces serían más que bienvenidas. Pero todo cuanto escucho son excusas, son lamentos, pero no soluciones. Porque no las hay, Abaddon. La muerte no tiene solución. La he perdido, y que me aseguréis lo preocupado que estáis por mi bienestar sólo me recuerda que yo sigo viva, y ella no. Que yo debería estar enterrada bajo esta tierra, y no Yvonne -El vampiro pareció querer decir algo, claramente un intento de discutir lo que estaba murmurando, pero la rubia alzó una mano, haciendo que cesara en sus intentos. No necesitaba oírlo, no quería oírlo. Ambos sabían que su preocupación venía motivada por lo que sentía por ella, y era precisamente eso, lo que sentían el uno por el otro, lo que los habían llevado hasta esa situación. Y en aquellos momentos, eso era lo último con lo que necesitaba o quería lidiar. - Y no, no quiero ni puedo culparos, o al menos, no solamente a vos, porque fueron otras personas las causantes de mi desgracia, entre ellas, yo misma. Yo que las convencí de alzarse, cuando hasta entonces habíamos pasado desapercibidas. Yo que confié en que nuestras fuerzas eran suficientes, a pesar de que me advertisteis de que había mucho más entre manos. Si parte de la culpa recae en vuestros hombros, otra gran parte pesa sobre los míos. Y ahora mismo, no soy capaz de afrontarlo, ni quiero pensar en ello.
Tras un largo momento, la cazadora suspiró y exhaló, tratando de tranquilizarse, y ordenar sus pensamientos. Lo primero que necesitaba hacer era alejarse, del vampiro, pero también de la tumba de su hermana. Alejarse de todo, en realidad, y tomarse un tiempo para llorar la pérdida, y para decidir qué hacer a continuación. Tras ese lapso, alzó la vista para mirar al vampiro, su semblante desprovisto de emoción. No le mostraría más debilidad, no podía permitírselo. Y aunque su oferta sonara tentadora, jamás se perdonaría volver a depender de él, de un inmortal, y de sus poderes, en orden de recuperar su buen estado físico. Las heridas sanan con el tiempo, con tratamientos y con remedios, tras un sufrimiento tan agónico como necesario. Eso era lo que deseaba. Sentir el dolor que precede a la sanación completa, no sólo de su cuerpo, sino también de su alma. Y eso debía hacerlo a solas. - Por muy bien que suene vuestra oferta, me temo que debo rechazarla. Vuestra sangre, en efecto, tiene la posibilidad de sanar mis heridas, como ya he comprobado antes, pero también viene acompañado de una conexión entre ambos que ahora mismo, no deseo. Que no sé si volveré a desear. -No pudo evitar que la voz le temblara en esas últimas palabras, porque dolía, dolía rechazarlo, rechazar el amor que ella sentía, y que veía, dirigido hacia ella, desde sus ojos. Pero tenía que hacerlo. - Debo marcharme, y si así os quedáis más tranquilo, podéis acompañarme hasta que regrese a las calles más concurridas. Y luego... por favor, os pido que me dejéis seguir mi camino. -Con cuidado, se puso en pie, lentamente, casi perdiendo el equilibrio en más de una ocasión, para finalmente mirarlo desde arriba. Había llegado el momento de la despedida.
Y notar cómo muere calcinada una parte de tu cuerpo, una parte tan importante, dista mucho de ser agradable. La agonía seguiría presente en su alma por siempre.
- Si las palabras, o vuestras disculpas, fueran capaz de devolverle la vida a mi hermana, entonces serían más que bienvenidas. Pero todo cuanto escucho son excusas, son lamentos, pero no soluciones. Porque no las hay, Abaddon. La muerte no tiene solución. La he perdido, y que me aseguréis lo preocupado que estáis por mi bienestar sólo me recuerda que yo sigo viva, y ella no. Que yo debería estar enterrada bajo esta tierra, y no Yvonne -El vampiro pareció querer decir algo, claramente un intento de discutir lo que estaba murmurando, pero la rubia alzó una mano, haciendo que cesara en sus intentos. No necesitaba oírlo, no quería oírlo. Ambos sabían que su preocupación venía motivada por lo que sentía por ella, y era precisamente eso, lo que sentían el uno por el otro, lo que los habían llevado hasta esa situación. Y en aquellos momentos, eso era lo último con lo que necesitaba o quería lidiar. - Y no, no quiero ni puedo culparos, o al menos, no solamente a vos, porque fueron otras personas las causantes de mi desgracia, entre ellas, yo misma. Yo que las convencí de alzarse, cuando hasta entonces habíamos pasado desapercibidas. Yo que confié en que nuestras fuerzas eran suficientes, a pesar de que me advertisteis de que había mucho más entre manos. Si parte de la culpa recae en vuestros hombros, otra gran parte pesa sobre los míos. Y ahora mismo, no soy capaz de afrontarlo, ni quiero pensar en ello.
Tras un largo momento, la cazadora suspiró y exhaló, tratando de tranquilizarse, y ordenar sus pensamientos. Lo primero que necesitaba hacer era alejarse, del vampiro, pero también de la tumba de su hermana. Alejarse de todo, en realidad, y tomarse un tiempo para llorar la pérdida, y para decidir qué hacer a continuación. Tras ese lapso, alzó la vista para mirar al vampiro, su semblante desprovisto de emoción. No le mostraría más debilidad, no podía permitírselo. Y aunque su oferta sonara tentadora, jamás se perdonaría volver a depender de él, de un inmortal, y de sus poderes, en orden de recuperar su buen estado físico. Las heridas sanan con el tiempo, con tratamientos y con remedios, tras un sufrimiento tan agónico como necesario. Eso era lo que deseaba. Sentir el dolor que precede a la sanación completa, no sólo de su cuerpo, sino también de su alma. Y eso debía hacerlo a solas. - Por muy bien que suene vuestra oferta, me temo que debo rechazarla. Vuestra sangre, en efecto, tiene la posibilidad de sanar mis heridas, como ya he comprobado antes, pero también viene acompañado de una conexión entre ambos que ahora mismo, no deseo. Que no sé si volveré a desear. -No pudo evitar que la voz le temblara en esas últimas palabras, porque dolía, dolía rechazarlo, rechazar el amor que ella sentía, y que veía, dirigido hacia ella, desde sus ojos. Pero tenía que hacerlo. - Debo marcharme, y si así os quedáis más tranquilo, podéis acompañarme hasta que regrese a las calles más concurridas. Y luego... por favor, os pido que me dejéis seguir mi camino. -Con cuidado, se puso en pie, lentamente, casi perdiendo el equilibrio en más de una ocasión, para finalmente mirarlo desde arriba. Había llegado el momento de la despedida.
Genie M. Mozart- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 12/12/2013
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