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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Lancelot du Lac Lun Ago 06, 2018 1:22 pm




No regrets, only memories




"No regrets, they don't work
No regrets, they only hurt"

Pensar en el pasado nunca había sido algo bueno de hacer, al menos no cuando se echa el vistazo buscando qué pudimos hacer diferente para evitar algo del presente que no nos gusta. Richard siempre había tenido la debilidad de buscar en el pasado intentando conseguir mejores resultados de sus actos, aunque bien ya sabía que la mejor forma de evitar los remordimientos, era pensar bien antes de actuar, el orgullo muchas veces le ganaba la partida a la razón, provocando momentos como aquel, cuando Kate se encontraba acurrucada en el sofá de su biblioteca, envuelta en una cálida manta, hematomas por doquier, incluso una herida en el rostro que había sangrado hasta hace muy poco.

Afuera era de día, sólo eso lo había detenido de salir en el momento en que ella llegó de esa manera, y de nuevo no había podido evitar pensar en todas las decisiones tomadas en el pasado y que habían resultado en este asqueroso presente. Sabía que ella había tomado muchas decisiones, también se sentía culpable de haber sido quien, de una u otra manera, las provocara. Con Kate había sido muy duro desde el mismo día en que la viera por primera vez. Sus palabras hacia ella tendían a ser hirientes, y la verdad no comprendía por qué le sucedía esto con ella y sólo con ella. En todas las ocasiones se había arrepentido automáticamente de lo dicho, pero el orgullo le impedía disculparse.

Aún podía recordar la primera vez que los ojos de ambos se cruzaron. Él ni siquiera sabía qué era ella, aunque estaba seguro que no era humana. Era la primera vez que estaba en presencia de otro sobrenatural que no fuera vampiro, así que aún no podía reconocerlos con facilidad.


Se detuvo antes de tomar el pomo de la puerta. Había pasado dos largos años fuera de su hogar, no queriendo poner en peligro las vidas de su esposa y mucho menos de su pequeño hijo, quien había sido la razón de su inmortalidad, por quien había decidido vivir en las sombras en lugar de morir. Ethan tenía solo unos meses cuando él se marchó, ya debía haber cumplido dos años, lo que significaba que se había perdido sus primeros pasos, sus primeras palabras, su primer corte de cabello, muchas de sus primeras veces, que ya no volverían. Pero al menos podría verlo crecer, intentaba consolarse con ello.

Abrió finalmente la puerta principal, llamando la atención del mayordomo quien al verlo se sorprendió tanto que no pudo evitar expresarlo en su rostro antes de sonreír. Le dio la bienvenida, después de haberlo creído muerto, y le indicó que su familia se encontraba en el comedor, esperando que la cena fuera servida. Se quitó los guantes, el sombrero de copa y el saco, entregándoselos al hombre y dirigiéndose por fin al comedor.

Al entrar, esperaba encontrar a su mujer y su hijo a la mesa, solo ellos dos, lo que encontró realmente no tenía nada que ver con la escena que había imaginado. En su lugar a la cabecera se encontraba un hombre que no había visto nunca, Emma, su mujer, se mostraba demasiado cariñosa con el extraño; además, había una chiquilla rubia cuyo rostro y aroma se hacían levemente familiares, aunque estaba seguro de no haberla visto antes, y su hijo se encontraba en una silla para bebés jugando en solitario junto a la madre mientras ésta no le prestaba la menor atención.

La ira comenzó a bullir en su interior. Emma notó su presencia y se puso inmediatamente en pie, temblando sin remedio mientras los demás comensales se mantenían en sus lugares. – ¿Richard? Pero… – No la dejó terminar. Una mirada asesina se dibujó en sus ojos dirigida al que ocupaba su puesto tan cómodamente. – ¡Fuera! – Bramó, mientras sus ojos se tornaban rojos como la sangre, consiguiendo que el mortal se pusiera de pie y huyera como si en ello se le fuese la vida. – Nos dijeron que habías muerto. Pero eres un… Eres un… – Intentaba decir la mujer, sin poder terminar la frase. – Soy un maldito vampiro. Era esto o la muerte, y elegí esto por ti y por Ethan. No podía volver hasta estar seguro que podía controlarme. – Explicó, más enojado que nunca. A pesar de sus diferencias con Emma, en realidad nunca habían tenido una discusión. – ¿Es que tu amante ha estado viviendo en mí casa? ¿Te has estado revolcando con él en mí cama? – Su voz se tornó en gritos histéricos, ante los que la mujer se estremecía.

Sin poder mirarlo a la cara y con las manos aun temblorosas, respondió con preguntas. – ¿Qué esperabas que hiciera? Creí que habías muerto. Además, no sé qué tanto te molesta, si siempre hemos tenido amantes. – Aquello era cierto, e irrefutable para él, pero eso no era en realidad lo que le molestaba, sino que su hijo se viera involucrado con los amantes de su esposa. – Antes no tenías un hijo mío, Emma. Esa es la diferencia. Así que te sugiero que en futuro vayas con tus amantes a otro lugar. Ahora que estoy aquí, no permitiré que nuestro hijo vea lo zorra que es su madre. – Dijo, y de eso sí nunca se arrepentiría. – ¿Cuál es la diferencia entre tú y yo? ¿Por qué tú puedes tener amantes tranquilamente y yo no? – Preguntó esta vez viéndolo directamente a los ojos, húmedos por las lágrimas, temblando ahora de ira.

– La diferencia, querida, es que tú eres mujer. Y las mujeres deben entregarse solo a sus maridos. Antes lo permití porque no me importaba, pero ahora tienes un hijo. ¿Esa es la imagen que quieres que el niño tenga de ti? – Atacó, y al ver que ella se quedó en silencio, simplemente dejando las lágrimas correr por sus mejillas, volvió su atención al salón, donde Ethan ignoraba por completo lo sucedido mientras jugaba con sus juguetes sobre la silla para bebés, y la pequeña niña rubia miraba sin inmutarse. – ¿Y ella quién es? – Preguntó de nuevo a Emma mientras se acercaba al pequeño para tomarlo en brazos. – Es tu hermana. – Fue lo último que dijo antes de dejar el salón, corriendo en dirección a su alcoba para llorar su frustración a solas.

Miró en dirección a la puerta por la que su esposa acababa de irse, sin entender realmente lo que había querido decir, pero dado que ya se había marchado, tendría que pedirle explicaciones a la niña. – Dime, ¿Quién eres realmente? Y, ¿Qué eres? – Preguntó, curioso. Así como él mismo se había mantenido a distancia de su hijo para protegerlo, sacaría de su casa a esa niña si resultaba ser que su naturaleza era peligrosa para el niño. Esperó por la respuesta mientras el pequeño satisfacía su curiosidad, mirando y tocando su rostro, conociéndolo.

Richard Gibbs
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Mensaje por Katherine Oppenheim Sáb Ago 11, 2018 9:26 pm




Tal vez parte de amar,

es aprender a dejar ir.




Las heridas físicas no se comparan al dolor que se percibe en el alma y en los sentimientos. En el sentir, se diversifican las oportunidades y las precisiones en las que todo es parte de la misma esencia: si tienes algo que duele, es porque se está vivo y si se está vivo, se pueden dar dos caminos. El primero, se basa en el olvido y en el decir adiós, dejando que el tiempo cure las heridas para volver a intentarlo cometiendo los mismos errores. En el segundo, se trata de la misma idea con la diferencia, de que se eligen otros aspectos o se toman otras decisiones, hasta que la realidad se moldea para parecerse lo más posible a la idea principal. En el caso de Kate, cada golpe, cada moretón visible como cada uno de los ocultos, es una señal de que debió irse de su hogar -o lo que consideraba suyo- antes de que las cosas llegaran a mayores. Terca en su parecer, le costó sangre salir del círculo vicioso en que se convirtió su matrimonio. Para su fortuna, lo logró estando viva. Muchas mujeres llegan a liberarse a través de la muerte. No antes. Sus mentes están tan encadenadas a sus esposos o parejas, que les es imposible concebir una vida sin alguien que las maltrate.

¿Cuándo Kate empezó a permitirlo? ¿Después de la mordida del licántropo a su esposo o antes de ello? Cubierta por la manta de roce suave y abrigador, sintiendo cómo incluso el estar acostada le provoca dolor, medita esta pregunta para entender qué hizo mal y cómo remediar en el futuro, para que no se repita. Se incorpora con dificultad, orgullosa que es, evita que la sirvienta que Richard ordene los cojines a su espalda, poniendo la palma de la mano frente a ella para solicitar algo de espacio. Si bien los músculos son demasiado tirantes, soporta el dolor y la manera en que su cuerpo exige reposo. Deja los almohadones para que su espalda no tenga incomodidad recostándose de costado. Su hermano se convirtió en su guardián en el momento en que puso un pie en el lugar. La casa que fuera de su padre, en la que viviera más de veinte años, ahora pareciera una cárcel. En el instante en que acomoda la cabeza contra las almohadas, sus párpados caen para darle cierto reposo a la mente que sigue a toda máquina tras su escapatoria del hogar conyugal. Y para evitar el encuentro verbal con el vampiro, prefiere sumergirse en los recuerdos de su primera vez en esta casa.

Hace más de veinte años atrás

Su llegada a la mansión Gibbs fue la gota que derramó el vaso para su cuñada, Emma. Ni siquiera las cartas que Kate trajera consigo como explicación del por qué fue enviada, fueron suficientes para la joven esposa de Richard que no sólo tuvo que soportar que le abandonaran por la guerra con un pequeño bebé. También ahora tenía que hacerse responsable de una niña de diez años. El colmo, fue su condición sobrenatural. Una cambiante, lo que significaba que su edad debía duplicarse para entender por qué ella respondía como lo hacía. El por qué de sus conductas, de sus frases, de sus silencios. Si fue catastrófico para Emma, para Kate fue tanto o más aún. Perdió todo el apoyo de su madre, fue confinada a una casa diferente, con personas que poco o nada comprendían su naturaleza cambiante y que le exigían en todo momento y lugar comportarse. Las reglas vinieron y con ellas, las prohibiciones. Tomar la forma de felino sólo era permitido cuando se estaba a solas en una habitación y de preferencia, de noche. Cuidar también de su sobrino cuando su madre se iba a con sus amantes, era otra de sus obligaciones. ¿Por qué contratar a una niñera cuando se tenía a la cuñada? El carácter de Emma era fuerte, tanto como la rebeldía de Kate. La comprensión entre ambas no vendría hasta mucho tiempo después. Meses y justo cuando estaban logrando un equilibrio, llegó otro factor que hizo peor la atmósfera de la casa.

La desaparición de su hermano provocó una tensión mayor, porque si bien su cuerpo no fue entregado, su esposa deseaba declararlo muerto y para ello, tendría que esperar dos años. Los estira y afloja entre cuñadas fue atroz. Las peleas constantes y la amenaza de que Kate debería irse en cuanto se diera por muerto a Richard, provocaba un dolor de cabeza perenne para la cambiante. Soportó que su cuñada gritara, que la humillara, se negara, le recriminara hasta que la situación fue calmándose. Parecía que las cosas serían así para Emma y Kate. Una situación desestabilizaba su relación y poco a poco, lograban encontrar la armonía hasta llevarse bien. En cuanto Emma notó que a su cuñada le daba igual que metiera a cuanto hombre deseara en la casa, relajó su conducta permitiendo que tuviera mayor libertad. ¿Qué podría decirle la cambiante a la humana sobre sus cascos ligeros? Por supuesto que nada. No era la señora de la casa y si su hermano había muerto, no le convenía enemistarse con Emma. Necesitaba quedarse en ese hogar y ser cuidada hasta que pudiera aparentar una mayor edad y para eso, faltaba mucho tiempo todavía.

La liga empezó a relajar la tensión, el fin de los dos años se acercaba con paso vertiginoso. Emma se sintió segura de ser la futura señora, la ama de la fortuna Gibbs; empezó a llevar a sus amantes a casa. Para Kate sólo fueron hombres que le mostraron en la cama de su cuñada, lo que era el sexo. Oculta en algunos rincones, adoptada su forma animal, veía cómo Emma se consumía en las profundidades de la lujuria, algo que por su aparente edad le estaba vedado y por el rígido código moral de su madre, no entendía, ni conocía hasta ahora. Le pareció curioso cómo su cuñada cambiaba de hombres a lo largo del tiempo, creyendo estar más enamorada del nuevo, comparando a los hombres con su marido. ¿Es que estaba obsesionada por Richard y le era imposible sacarlo de su mente? Por algunos meses pensó que la esposa de su hermano estaba enamorada de él y realmente se lamentaba que hubiera muerto. Claro, hasta que él se presentó "vivo" en la casa familiar.

Lo primero que Kate pensó fue que olía raro. A sus narices llegaba ese aroma que para ella era desconocido. Lo segundo, le obligó a levantar la cabeza del plato cuando llevaba la cucharada de la sopa a la boca, pues su cuñada se puso en pie de golpe -algo impensable porque la etiqueta era estricta en cuanto a que desde el inicio al término de las comidas, todos deben mantenerse en sus lugares-, con el rostro tan pálido, que parecía que había visto un fantasma. Un hombre estaba parado frente a la mesa, por lo que Emma dijo, era ¿Su hermano Richard? ¿El que estaba muerto? Por un lado se alegró porque ahora su cuñada no podría correrla. Por otro lado, el escuchar que él era un "vampiro", le hizo estremecer de pies a cabeza más que el hombre que ahora salía corriendo a toda velocidad para evitar la ira del marido mancornado. Los reclamos pasan de uno a otro, en tanto Kate sigue comiendo la sopa hasta terminar el contenido de su plato. Justo cuando mastica el último bocado, ambos esposos recuerdan que está presente.

Su cuñada se aleja dejando solos a los hermanos. Kate limpia con cuidado las comisuras de su boca colocando la servilleta en su regazo mirando a los ojos el vampiro con curiosidad – soy la bastarda de tu padre, mi nombre es Katherine. Tu esposa tiene las cartas de mi madre y el señor Gibbs – ni siquiera se molesta en decirle "padre". Todo lo contrario, mientras más impersonal sea su trato hacia su progenitor, sería mucho mejor. Se talla los ojos bostezando, está agotada. Su cuerpo es pequeño, se cansa con rapidez. Se pone en pie quitándose la ropa para quedarse sólo con las prendas más íntimas. Su transformación es rápida. El pequeño gato siamés salta de entre las ropas que aún le cubrían para subirse a la mesa maullando.

El pequeño Ethan grita de entusiasmo alargando las manitas hacia la gata que va acercando lento el paso hasta quedar al alcance del nene que le trata con brusquedad propia de la edad. Le jala las orejas y los bigotes hasta que la gata se le escapa provocando los reclamos del nene. Cae al piso tomando de nuevo su forma humana – soy una cambiante. Hasta ahora sólo puedo transformarme en gato, uno negro y el que viste. A Ethan le gusta, cuando su madre no está, suelo dormir en su cuna – le informa poniéndose la ropa con movimientos rápidos.

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Mensaje por Lancelot du Lac Jue Ago 16, 2018 11:25 pm







"Regrets, I've had a few
But then again, too few to mention
I did what I had to do
And saw it through without exemption"

Ver a la niña quitarse las ropas frente a él sin ningún pudor fue toda una sorpresa, aunque no debiera serlo tanto si consideraba los ejemplos que había recibido de su propia madre y recientemente de Emma, quien sin duda tenía facilidad para desvestirse frente a cualquiera. Pero fue aún más sorprendente ver su transformación en aquella pequeña minina que tanto parecía gustar a su hijo. El pequeño no había demorado en exigir la atención del animal, y la niña en su forma felina no había dudado en dársela, sin importar cuán brusco pudiera ser el bebé al momento de acariciarla. Al ver que su pequeño amiguito peludo desaparecía, Ethan hizo un puchero y volvió a sentarse sobre el regazo de su padre. Poniendo su atención en cualquier otra cosa.

Richard podía ver que su hijo crecía fuerte y sano, era lo único que no podía quitar que su esposa estuviera haciendo bien en su ausencia. Y, contrario a lo que pensase en principio, la naturaleza de la niña no parecía representar ninguna amenaza para Ethan, por lo que no veía motivo para echar a la calle una criatura indefensa y que, probablemente, no tenía a nadie más. Ya luego pediría a Emma las cartas que la chica mencionase anteriormente.

Sabiéndolo a salvo y fuera de todo peligro, dedicó su atención al curioso niño que, totalmente ignorante de lo que pasaba a su alrededor, chupaba su pequeño pulgar y miraba hacia cualquier cosa que resultase interesante a sus ojos. Lo tenía en sus brazos, podía tocarlo, y aun le parecía mentira que, después de tanto, pudiera ser parte de su vida nuevamente. ¿Sería correcto decir que esa era la sensación de amar a alguien? Se lo preguntaba ahora, ya que si bien durante el tiempo separados se había preguntado cómo estaría, si Emma lo alimentaba bien, si era un niño sano, entre tantas otras interrogantes que llenaban sus largos y vacíos días.

Volvió nuevamente la mirada a Kate, su pequeña y recién conocida media hermana. – Durante los días yo no seré capaz de velar por él, ni de poner un alto a las acciones de Emma si es que las considero incorrectas. Por ello tú serás mis ojos mientras el sol brille de ahora en adelante. Y por las noches, antes de ir a la cama, me reportarás cualquier cosa extraña que veas en la casa. ¿De acuerdo? – Sabía de sobra que no era una tarea para una niña, pero ella era un cambiante, así que debía tener el doble de lo que aparentaba, por lo que, esperaba, tuviera la consciencia de una mujer más adulta.



¿Remordimientos? ¿A quién quería mentirle? Claro que los tenía. En especial los había sentido pesarle en cuanto la viera entrar a la biblioteca con el rostro agachado queriendo evitar que viera su estado. Pero era muy tarde, había olido la esencia dulce de su sangre tan pronto había pisado la casa. Pensó tontamente que ella podía estar intentando sus viejos juegos de tentarlo pinchándose un dedo para que bebiera de ella, pero al ver su cara, con aquella herida aun sangrante en forma de V en la mejilla y el labio superior partido, su propia sangre le había hervido de rabia. Una furia ciega que lo había descontrolado al punto de que tuvo que ser detenido por varios de sus sirvientes de salir de la mansión en pleno medio día, cuando afuera brillaba el sol con intensidad.

Si lo pensaba, su enojo en ese momento era solo comparable con el que sintiera la noche es que se enterara que Emma lo había dejado, llevándose a su hijo con ella. Pero no era momento de pensar en eso, debía concentrarse en Kate.

Se acercó al sofá donde yacía con los ojos cerrados, seguramente dolorida por los golpes recibidos. La cargó con toda la delicadeza que pudo para sentarse en su lugar en el sofá y acunarla en su regazo como en el pasado hiciera con su hijo en las noches de tormenta. Porque sí, después de haberle pedido aquello, Kate había sido una excelente guardiana para su hijo, y aunque mantuviera sus reservas con ella durante un tiempo, había sido gracias a Kate que conociera aquel temor de su pequeño, y que pudiera brindarle el apoyo que el niño necesitaba en esas noches lluviosas que su madre abandonaba la casa para encontrarse con sus amantes.

Por todas esas veces que ella había ayudado a su hijo, ahora que ella necesitaba de él, no podía menos que estar con ella. Aunque seguía molesto en cierta medida, no podía evitar querer protegerla de su horrible realidad. Le recostó suavemente el rostro, por el lado menos lastimado, sobre su hombro y la dejó yacer sobre su cuerpo como si no pesara más que una pluma, y en parte era así. La veía mucho más delgada que cuando se marchase para casarse con aquel sujeto.

Lo único que lo hacía sentir más tranquilo era tenerla en su brazos, tibia, viva. Había podido escapar de su agresor y estaba con él, podía mantenerla en sus brazos de aquella manera mientras escuchaba el palpitar tranquilo de su corazón. Cada respiro de ella era un agradecimiento de Richard porque no fuera demasiado tarde.

– Apestas a lobo. – Se quejó, cuando lo que quería era darle palabras tranquilizadoras, y se arrepintió al instante. Pero esta vez empezaría a hacer las cosas diferentes, se prometió, por lo que hizo algo que nunca había hecho con ella. Se disculpó. – Lo siento, Kate. Lo siento tanto. – Pronunció mientras inhalaba su esencia. Sí, el aroma del tipo la rodeaba por completo, pero bajo el hedor a lobo, el olor de sangre y lágrimas secas, bajo todo eso todavía estaba el perfume característico que tanto le había gustado en el paso.

Pero no se había disculpado por las recientes palabras, se disculpaba por todos los pasados desaires y malos tratos. Por su manera de hablarle que siempre resultaba en formas de insultos, diciéndole, directa o indirectamente, que era una cualquiera. Por haberla alejado de sí lo bastante como para que sintiera la necesidad de casarse y poder ser libre de él. Aumentó ligeramente la presión en el abrazo, y la aligeró de inmediato a ver que la lastimaba.

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Mensaje por Katherine Oppenheim Vie Ago 17, 2018 8:58 pm




La vida es para vivir y caer,

así se aprende a mejorar.




Aquélla noche fue determinante para quedarse entre los Gibbs. Al parecer, a su hermano le había caído en gracia que su hijo estuviera atento a la felina que ante él se presentó para seguir sus juegos acostumbrados. Desde que llegó a la casa, por su propia apariencia, Kate jugueteaba con el pequeño porque le era raro tener en casa a un niño. En la vida que tuvo con su madre, pocas veces tenía acceso a un infante. Si sucedía, era porque las criadas no podían tener quietos a sus hijos en algunas ocasiones, llegando incluso a encontrárselos cerca de ella o bien, en la casa principal. Le parecían curiosos, sobre todo porque crecían a pasos agigantados comparados con la cambiante. Tenía su razón, como todo. La propia condición sobrenatural de la Gibbs impedía que pudiera jugar con ellos, de conformidad al tipo de madurez que ella poseía. Así que se resignó a mirarlos de lejos y a mantenerse con su madre porque sólo ella comprendía lo que a su hija le pasaba encerrada en un cuerpo mucho más joven de lo que su mente era.

Y ahora, con Richard, con aquél que esperaba que la pudiera comprender por compartir sangre o bien, porque era un sobrenatural como ella, seguía mirando de lejos todo, sin poder integrarse como con su madre. Él la observaba con reservas -algo que pocas veces cambiaría a lo largo de la vida que tuvo bajo su techo- y el reproche en lo profundo de sus ojos azules la llenaba de curiosidad. Quizá para él, era poco recomendable que se quitara la ropa con tal soltura si no comprendía que para la pequeña era complicado transformarse con las prendas puestas. Esa fue su primera impresión de él. Era parecido a sus tíos, censuraba en silencio sus acciones. Al menos no abría la boca para decir algo que la hiciera sentir peor. ¿Y si lo hiciera? Le parecía que estaba en todo su derecho porque la casa era suya, así como le sucediera con los Lancaster. ¿Alguna vez tendría su propio lugar? Hasta no crecer y aparentar una edad más acorde a su madurez, tenía que bajar la cabeza, apresurarse a ser lo que los demás querían de ella y callar la boca.

La siguiente vez que su hermano hizo uso de la voz, quedó todo claro para la pequeña. Era un hombre que imponía sus decisiones, sus propios métodos de corrección y de orden en su casa. Pasó de ser la hermana incómoda a la espía de su cuñada en lo que él tardó en decirle cómo la ocuparía. ¿Era justo? No. Para ninguna de ellas lo era. Sólo que el hombre del hogar era Richard. Así que debía bajar la cabeza, callarse y mover la cabeza de arriba a abajo para demostrar que entendía lo que quería. Lo que necesitaba de ella. Y para evitar problemas, lo haría aunque eso significara ser una enemiga de la mujer que la aceptara y que la cuidara hasta ahora. – Si es lo que quiere, así será, señor. Sólo deberá indicarme qué es con exactitud lo que busca para poder informar como lo espera – descubrió esa noche que su hermano era alguien con quien no deseaba hablar. En primera, porque su olor le perforaba la nariz. Había dicho que era un vampiro y si los rumores que escuchó a lo largo de su vida sobre ellos son ciertos, que son peor que los licántropos a quienes sólo debía evitar en las noches de luna llena, debería cuidarse incluso hasta que le cayera encima para beber su sangre. La de los hombres lobo es tóxica para un vampiro. Todos los demás, no.

En segunda, su carácter era serio y reservado con ella. A pesar del tiempo que transcurrió entre ellos, Kate sabía que él no confiaba en su persona. Tampoco deseaba su presencia. La mantenía alejada de sí, por lo que si bien los primeros meses la información fue dada en persona; en los siguientes, le dejaba cartas abajo de su puerta para evitar el contacto con él y no faltar a sus responsabilidades. Para la pequeña, volvía a estar a solas porque una vez que Emma descubrió lo que hacía, dejó de hablar con ella e incluso, se volvió más dura con su cuñada. Algo que por supuesto, Kate aceptó con la boca cerrada y la cabeza gacha. El único con el que podía convivir, era con su sobrino. Y al paso de los años continuó siendo así. Evitando a su hermano que no dialogaba y procurando estar lejos de lo que Emma hacía, para evitar roces y problemas. Uniéndose al pequeño para ser su sombra, un juguete o una compañera de juegos cuando fue creciendo.

Si alguien le preguntase por qué se fue de la Mansión Gibbs, sería sincera al decir que fue porque estaba sola. Porque detestaba ser como un objeto más del cual Richard podría aprovecharse y resolver alguna necesidad con ella. Desde el vigilar a su cuñada, hacerse cargo de la casa cuando ella faltó, hasta ser su amante y la que le brindara su sangre cuando él tenía sed. Kate siempre supo que su presencia era prescindible. El amor no fue algo que los uniera. Él la cuidaba como hacía con cualquier empleado a su servicio. Ella, por tener un lugar donde vivir. Quizá él llegó a encariñarse con ella. Quizá ella llegó a sentir algo por él. Hasta antes de que una noche de tormenta cambiara las cosas, Kate volvió a la vieja costumbre de estar peleada con Emma. De sentir el desprecio en las palabras de todos los que la miraban o se dirigían a ella, fuera su cuñada, su hermano o incluso la servidumbre, que poco comprendía que la bastarda del señor Gibbs estuviera bajo su propio techo o que fuera una emisaria del diablo por su condición cambiante. La atmósfera cambiaría muchos años después, mientras tanto, debía soportar todo.



***

Justo como ahora, Kate mantiene silencio -porque poco es lo que puede decir a su hermano, que está frenético y furioso por las condiciones físicas en las que llegó a su casa- y busca refugiarse a solas. En ese enorme sillón para su cuerpo que perdió peso a lo largo de estos dos años lejos del vampiro. ¿La causa? Un marido enloquecido por la licantropía y a quien -descubrió hace mucho- no conoció en realidad antes de contraer nupcias con él. En su afán de tener su propia casa, hizo caso omiso a muchas pistas que le indicaban cuán peligroso y violento era. El ser un hombre lobo no había creado ese mal carácter; lo potenció. Es la diferencia, es la horrible realidad que ahora vive, enlazada a alguien que no quiere volver a ver. Intentando por todos los medios olvidar el sufrimiento, las vejaciones, los golpes, las peleas, los gritos. Algún día podrá mirar atrás sintiendo que todo pasó. Hoy, todavía no es momento para que tenga paz.

Ya perdió la cuenta de todo lo que le duele y cómo lo hace. Su habilidad de la sanación acelerada hará que pronto esté mejor. Tiene ganas de dormir, olvidarse del mundo durante demasiado tiempo hasta que cuando abra los ojos, sentirse bien. Al menos en su cuerpo. La intervención de Richard es mal recibida, se pone tensa, lista para el ataque. Sólo su olor evita que le dé un buen golpe por instinto. Si pidió ayuda, es porque los últimos ocho días su esposo se salió de control y la golpeaba un día sí y el otro también. La locura se iba incrementando conforme la luna llena estaba más cerca. Y faltan cuatro días para que aparezca en el cielo. Temía que al llegar, la matara. Recarga la mejilla como él indica, en su hombro. Olvida cuántas veces le reclamó o reprochó algo. Sólo desea aferrarse a lo que conoce, a su desprecio frío y humillante que no la golpea al menos con la mano.

Su reproche por su olor, la obliga a bajar la cabeza. – No tengo nada qué disculpar, entiendo que mi olor te sea nauseabundo – aprieta el abrazo haciendo que se le escape un gemido de dolor. Siente las costillas que le matan. – Iré a... lavarme – su voz es queda, suave. Aprieta los dientes reflejando dicho esfuerzo en la unión de sus mandíbulas, por la forma en que se vislumbran bajo la piel. Encaja las uñas en las palmas hasta sangrar, conteniendo el gran dolor que le provoca todo este episodio. Físico y emocional. Él jamás cambiará. – Prometo que en cuanto esté bien, me iré de aquí para no alterar tu vida – exclama recordando sus palabras antes de irse. Que no volviera, que no tenía cabida en su vida. Que era una cualquiera que se entregaba a cuanto hombre se encontraba en la calle. Desvía la mirada apretando más las uñas contra las palmas profundizando sus heridas cuando el dolor intenta arrancarle unas lágrimas. No va a llorar, no frente a Richard.

Le tiemblan los labios cuando logra soltar el aire contenido, el cuerpo sigue el mismo movimiento tembloroso cuando recompone la postura sentándose lo mejor posible – parece que va a llover, el cielo se empieza a nublar. Será una noche de tormenta y pareciera que va a haber rayos y truenos. ¿Recuerdas cómo Ethan corría cuando empezaban los rayos a iluminar su recámara? Todavía recuerdo cómo me apretaba, sentía que me ahogaba, contigo se quedaba tan tranquilo que se dormía entre tus brazos. Tenías ese don para relajar su cuerpecito. Lamento que lo hayan alejado de ti – a su mente regresa la imagen de ella corriendo a la habitación de su hermano para tocar la puerta. – Esa primera noche, cuando me atreví a interrumpirte, pensé que me golpearías por mi atrevimiento. Me alegra que corrieras a con Ethan. Por más que intenté cuidarlo, no tenía tu fuerza. Ni podía darle la contención que necesitaba – rememora. Aprieta los dientes con la siguiente punzada de dolor. Esa postura le hace daño. Sólo no sabe qué hacer ahora que Richard parece estar dispuesto a lamer sus heridas. – Ethan siempre te amó, Richard. Siempre fuiste su héroe, deberías buscarlo – recomienda por hablar.

Por intentar que él se enfoque en algo diferente que no sea ella, que se olvide de cuidarla. De abrazarla porque está tan rota, que lo único que le falta para caer hasta el fondo, es ponerse a llorar y que él la humille de nuevo – debería ir a bañarme – repite como si con eso, él pudiera perdonar que su olor fuera insoportable. – Así, al menos, podrás respirar bien – se pone en pie conteniendo el gemido – ¿Puedo usar la recámara de invitados para darme el baño? – porque entiende que ahora, no tenga una para ella. Se la negó cuando se fue de ahí sin mirar atrás. Si regresó, es porque lo único que conoce es a Richard. Nadie más. – Al menos tú tienes a Ethan. Podrás decir que me lo advertiste, ni siquiera fui buena para concebir – sonríe con amargura y cinismo. Parpadea con fuerza para no llorar. No, no. No frente a él.

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Mensaje por Lancelot du Lac Mar Sep 04, 2018 11:50 pm







"No quieras caminar sobre el dolor descalza
Un ángel te cuida
Y puso en mi boca la verdad para mostrarme la salida"

El vampiro se sintió irritado por un breve momento debido a la postura defensiva que tomaba su hermana con él cuando todo lo que quería era ayudarla en ese momento tan amargo. Pero, ¿Cómo culparla? Especialmente cuando siempre había sido un bruto desconsiderado con ella. Se relajó a regañadientes y la dejó hacer y decir, al menos hasta que se puso en pie. Entonces la imitó y la tomó en brazos nuevamente. – Estás débil, Kate. No hagas fuerza. – La reprendió suavemente antes de llevarla escaleras arriba a la que antes fuese su habitación. El lugar se había mantenido intacto, todas las pertenencias que dejase atrás al marcharse seguían en el sitio donde ella las había dejado, y había hecho limpiar el lugar semanalmente como si ella aún viviese allí. Sin importar lo que le hubiera dicho aquel día hace más de dos años, ese seguía siendo su hogar.

Intentó por todos los medios no pensar en Ethan cuando ella le mencionó, pero ese era su punto débil. Y, como por arte de magia, el recuerdo de aquella noche se materializó ante sus ojos.


Era de esas noches en que los niños tenían prohibido acercarse al ala oscura. Habría una mujer en casa para satisfacer sus más primitivas necesidades. Tendría sexo, sí, y también se alimentaría de la mujer que pasara por su cama. Cuando el suave golpeteo a su puerta le interrumpió, había estado en plena faena, golpeando con fuerza contra las caderas femeninas mientras succionaba la sangre que salía a borbotones de su cuello directo a su boca. Intentó ignorar el llamado, pero entonces el golpeteo a su puerta se repitió, y no tuvo más opción que ponerse en pie mientras soltaba un gruñido malhumorado.

Sin importarle su desnudez, se acercó hasta la puerta. Al abrirla, lo primero que encontró fue a la pequeña Kate de 14 años aparentes, sosteniendo en una de sus manos un candelabro que de seguro había usado para iluminarse el camino. Aquello le extrañó, ya que la niña no la necesitaba para manejarse por la oscuridad. No pensó demasiado en el asunto y estuvo a punto de cerrarle la puerta en la cara, cuando su mirada bajó hasta el pequeño niño de 8 años. Iba a preguntar qué ocurría para que lo buscasen esa noche, cuando el fuerte estruendo de un trueno hizo temblar a su hijo, al punto que, de un salto, se aferró a sus piernas.

Alzó al niño en brazos y habló en dirección a su habitación. – Será mejor que te vayas. – La mujer iba a refutar, pero no se lo permitió. – ¡Ahora! – Y entonces se vistió tan rápido como pudo antes de marcharse, tomando del buró su paga por la noche. Una vez se marchó, Richard se internó en la habitación, instando a la niña a seguirlo y cerrara la puerta. Se puso rápidamente unos calzoncillos y se sentó al borde de la cama con el niño en su regazo. – Está bien, Ethan. Papá está aquí. – Le dijo al niño que se aferraba con fuerza a su cuello mientras lloraba en silencio. Ver a su pequeño llorar le partió el corazón, y le hizo cuestionarse tantas cosas respecto a su propio padre, que no había tenido una pizca de compasión por el niño que él había sido.

Estiró uno de sus brazos entonces hacia la niña, quien nunca había conocido a Douglas. Aunque mucha falta no le haría, el hombre había sido un completo cretino e insensible. Una vez tuvo su manita sostenida de la suya, otro trueno se dejó escuchar, y pudo sentir que incluso la niña, a pesar de su edad real, sentía temor de la tormenta. – Gracias, Kate. – Le dijo, antes de echarse de espaldas contra el colchón, dejando que cada niño se acurrucara a cada lado de su cuerpo y, prestándoles sus brazos como almohadas, los dejó dormir.



Esa fue la primera de muchas noches tormentosas en que los niños habían dormido con él, y desde entonces, cada vez que llovía, cancelaba sus citas nocturnas. – Recuerdo esa noche, y todas las que siguieron desde entonces. Odio el hecho de que las tormentas hicieran llorar a Ethan, pero eran la excusa perfecta para poder dormir con mi hijo. – Sonrió levemente ante el hecho. Y de repente sintió la necesidad de defenderse ante el temor que había sentido la niña en aquel momento. – Yo nunca te habría golpeado, Kate. Sé que soy un imbécil, y que cada vez que hablo te hago daño. Pero jamás te habría puesto un dedo encima. – Y no lo decía solo por aquel recuerdo, lo decía en general. No podría lastimar físicamente a una mujer, ni siquiera a Emma a quien odiaba con toda su alma por haberse llevado a Ethan. Mucho menos hasta el punto en que su marido había llegado con ella. – Al menos no para lastimarte. – Se corrigió al final, puesto que, años atrás, le había puesto encima mucho más que solo un dedo.

Apartando el recuerdo, puso a la chica de pie en el medio de la habitación y, mientras esperaba que llenaran la tina, tal y como había pedido antes de subir, comenzó a desvestirla rasgando las prendas con cuidado de no lastimarla. – No irás a ningún lado. – Dijo de pronto, mientras continuaba la tarea. – Sé lo que dije cuando te marchaste, pero no voy a dejarte sola en la calle. Este es tu hogar y lo será siempre que desees estar aquí. – Tras cada prenda que removía del cuerpo de la chica, un nuevo hematoma o herida se hacía visible a los ojos del vampiro, quien lanzaba una maldición por cada una de ellas. – Voy a matar a ese bastardo. – Gruñó de impotencia. Sí, tan pronto anocheciera ese malnacido exhalaría su último aliento, se prometió.

Sabía, sin necesidad de hurgar en sus pensamientos, que se estaba aguantando las ganas de llorar. Podía sentir el aroma salino de las lágrimas. Terminó de desvestirla y se puso en pie frente a ella, justo a tiempo una criada salía del baño anunciando que la tina estaba lista. – Puedes llorar, no voy a juzgarte. Sé que lo necesitas. – Le dijo antes de volver a cargarla para depositarla con extremo cuidado en el agua tibia, aun así, sabía que las heridas debían doler como el infierno.

Verla así de afectada le hizo recordar aquel primer pretendiente suyo. Un muchacho de unos 18 años cuando ella solo aparentaba 16.


Estaba por anochecer. Richard sabía que Kate había salido con aquel muchacho, y había ordenado que llegase antes de que se hiciera de noche, pues no la quería en las calles a merced de cualquier otro vampiro. Había estado ansioso toda la tarde sabiendo que no estaba en casa, viendo el reloj marcar cada segundo y cada minuto, tan lentamente que casi sentía el tiempo ir más lento que de costumbre.

Cerca del anochecer, y como le había prometido, Kate llegó a casa en compañía del muchacho, quien, al menos, había tenido la decencia de acompañarla hasta la puerta. Gracias a que podía escuchar sus pensamientos, el vampiro supo que el chico estaba comprometido, pero su novia, según sus propios pensamientos, “era demasiado mojigata”, así que todo lo que Kate podía ser para él era una pequeña aventura antes del pactado matrimonio.

Así pues, tan pronto como el último rayo de sol se desvaneció, Richard saló de la casa, alejando al joven que en ese momento besaba a su hermana, para agarrarlo por el cuello de la camisa. Furioso como estaba, no fue consciente de que le había dejado ver sus colmillos y ojos rojos. – Como vuelvas a acercarte a Kate, será lo último que hagas en tu vida. ¿Te queda claro? – Cuestionó a aquel que osaba aprovecharse de la inocencia de una chica que, si bien tenía mucha más edad de la que aparentaba, seguía siendo para él una niña.



Recordaba que en ese momento, tras asentir, el muchacho había salido corriendo despavorido fuera de su propiedad, y que la chica se había enojado muchísimo con él. Aun así, no se había atrevido a confesarle por qué lo había hecho. De alguna forma, prefería que lo odiara a que conociera los asquerosos pensamientos que había tenido su “pretendiente” respecto a ella. Desde entonces habían estado en guerra. Él corriéndole los pretendientes, y ella ahuyentando a sus mujeres. Eso había sido el inicio de toda la mórbida relación entre ambos, creía él, viéndolo ahora en retrospectiva.

Una vez estuvo rodeada por el agua tibia, el vampiro tomó una esponja enjabonada y se dedicó limpiar su espalda, donde las heridas no eran tan grabes. – No te preocupes por eso. Estoy seguro que en eso tiene más culpa él que tú. Encontrarás un hombre que te ame de verdad, y que pueda darte todos los hijos que anhelas. – Muy hondo en su corazón, aunque fueran amantes, él sabía que la relación entre ambos no podía durar. Eran hermanos, aunque fuese solo de padre, y ella añoraba más que nada en el mundo tener sus propios hijos. Hijos que él ya no podría darle.

La ayudó a terminar de bañarse, limpiando cada rincón donde aquel bastardo la había tocado y, como si fuese una niña, la secó y vistió con uno de sus viejos camisones. Suave y ligero, no supondría mucho peso con la piel lastimada. Desenredó su cabello húmedo y la depositó en la cama para que descansara. Sintiendo a flor de piel tantas emociones, se acercó a la puerta con intención de marcharse, pero se detuvo tan pronto tuvo el pomo de la puerta en su mano. – Sé que todo esto es mi culpa, Katherine. Cada golpe que ese sujeto te ha dado, cada gota de sangre y cada lágrima. Fui el mayor de los patanes contigo, y con certeza lo seguiré siendo, porque no sé ser de otra manera, y sé que volverás a irte de mi lado. Pero antes de que eso ocurra, ese bastardo va a pagar por lo que te hizo, te lo prometo. – Pronunció sin poder darle la cara, y sin poder realmente marcharse. Se quedó allí, mirando hacia la puerta cerrada, con una mano sobre el pomo y la otra hecha un puño.

Richard Gibbs
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Mensaje por Katherine Oppenheim Jue Sep 06, 2018 8:29 am




La vida es para vivir y caer,

así se aprende a mejorar.




Durante mucho tiempo, se sintió sola en esa enorme mansión a pesar de estar rodeada de tanta gente que iba y venía mientras ella se sentía invisible. Su cuñada se hacía cargo de su propia vida y dejaba a su hijo en manos de niñeras cuando iba a buscar el calor en brazos de otros hombres que no fueran los de su hermano. Richard, en cambio, tenía la mala costumbre de encerrarse a cal y a canto en sus habitaciones en el ala oscura sin que asomara la cabeza más que para cenar y hasta en esos momentos, se sentía la distancia entre ellos. El único que la llenaba de alegría era Ethan, el hermoso nene que fuera creciendo y al que ella sintiera como su hijo cuando lo cuidaba ignorando las protestas de las niñeras por no dejarlas hacer su trabajo. Con él, podía ser feliz. Por eso, por todo lo acontecido en el pasado, se asombró por el reto tan suave que Richard le dio tomándola en brazos como si no pesara nada. De una manera, era así. Ya había perdido la cuenta de los kilos que bajó en compañía de un marido que exigía la moda de la sociedad en su esposa: tan flaca y escuálida, que sólo podía comer un poco para mantener los estándares.

En sus inicios, moría de hambre. Con el paso de las semanas y los meses, se acostumbró. Su peso es alzado en vilo por los fuertes brazos del vampiro, por inercia, pasa su mano por el hombro masculino, ocultando el rostro de las miradas curiosas de los sirvientes en el cuello del vampiro, sintiendo su frialdad tan característica. Cierra los ojos dejando que la conduzca a donde va a permanecer, por eso al abrirlos, se queda azorada de ver su habitación en el mismo estado en que la dejara antes de partir para contraer nupcias. Podría pensar que fue ayer cuando abandonó esta casa que tantas tristezas le diera para ir a por algo que, creía, iba a ser mejor. El hormigueo en su nariz se vuelve insoportable. En el florero que comprara hacía ya más de cinco años, están las mismas rosas que él le mandara colocar. ¿Por qué? ¿Por qué hacía Richard ésto? La golpeaba verbalmente, la humillaba, la vejaba y luego, tenía comportamientos incomprensibles como dejar su habitación como ella la quería y ordenar que dejaran las rosas como si siguiera en casa y sólo hubiera salido a pasear. Incomprensibles como aquélla primera noche donde durmiera segura en sus brazos acompañada de su sobrino. Podría recordarlo como si fuera ayer:
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La tormenta sacudía las ventanas haciendo que los cristales se golpearan como si anunciaran la venida de un ejército marchando contra ellos. Ethan buscaba su protección en tanto su madre, como cada noche de prohibición al ala oscura, se iba a con sus amantes. El niño tenía la conciencia de lo que estaba sucediendo, comenzaba a comprender que sus padres estaban juntos, pero habían dejado de ser pareja hace mucho. Los primeros rayos fueron el anuncio de que la precipitación pluvial sería intensa. Kate procuró cuidar del pequeño, abrazándolo con sus cortas extremidades hasta que un rayo iluminó toda la habitación. Ambos se quedaron en silencio, estáticos, mirando hacia afuera donde la lluvia golpeaba todo a su paso. El estruendo fue tal, que cimbró las ventanas provocando un grito comunal de los dos pequeños que esperaban en la cama a que la tempestad amainara. Kate vio cómo el nene empezaba a sollozar, besó su frente sintiendo el corazón desbocado antes de buscar una solución a este tormento. Se puso en pie, tomó una de las frazadas para envolver el pequeño cuerpo – Shhh, tranquilo Ethan, tranquilo. Mira, hagamos algo ¿Te parece ir con papá? ¿Te llevo con Richard? Él te puede abrazar y como es grande, él seguro que no le tiene miedo a los rayos – promete haciendo que el niño le mire.

El asentimiento con tanta vehemencia le parte el corazón. Toma el candelabro que está en el mueble junto a la cabecera de la cama para salir de la pieza caminando por el pasillo a paso ligero, con un brazo alrededor de su pequeño cuerpecito intentando darle la fuerza y la contención que no siente. Hasta ella aprecia los latidos de su propio corazón en los oídos del miedo a que esta tormenta cause más estragos. La distancia se acorta hasta que las puertas dobles de la habitación de Richard quedan a la vista. El fino oído de la cambiante permite escuchar los gemidos dentro del recinto, como cada día de prohibición. Ella le había espiado para saber por qué tenían que mantenerse alejados y sobre todo, qué mentira decirle al pequeño para que no se acercara. Ahora, lo sabía. Era el día en que Richard traía a la casa a sus amantes para alimentarse y tener sexo con ellas. Intenta esperar unos instantes escuchando el típico sonido de las caderas de su hermano contra las femeninas que indican que están por terminar. El siguiente rayo le apresura la mano tocando con fuerza para que él pueda escuchar y los atienda. La tensión en Ethan aumenta.

Esperó, esperó deseando que le abriera rápido y para su fortuna, lo hace antes de que sea demasiado tarde. Lo mira sorprendida por su desnudez, con el cuerpo cincelado en granito. Nunca le había visto antes así, sin ropas. Se quedó en silencio sin saber qué decirle por el estupor, Ethan tampoco reaccionó azorado por la situación. Hasta que el trueno se hizo sentir con nueva violencia haciendo que el pequeño respingara corriendo a su padre para abrazar su pierna desconsolado con los ojos llenos de lágrimas. Kate rogó porque Richard comprendiera, que no lo rechazara porque de ser así, el pequeño no tendría una protección en ella. Podría llorar cuando vio que su hermano le abrazaba y alzaba en esas fuertes extremidades ordenando a quien quiera que estuviera en su cama, que se retirara. El vampiro mostró una humanidad inexplicable ocultando el rostro de su hijo en su cuello para que apreciara el hecho de que en sus brazos, no habría nada qué temer. Kate no supo qué hacer, si irse y dejarlos solos o quedarse. Escuchaba cómo la mujer se vestía con rapidez, agarraba el dinero y salía por la puerta sin ser vista por el primogénito Gibbs que seguía oculto en su padre, para irse de ahí a toda velocidad mirando con desdén a la jovencita que le había interrumpido la diversión.

Kate se preguntó qué tenía esa mujerzuela para que Richard se fijara en ella y ansiara poseerla. La vio partir antes de que el dueño de la casa le ordenara entrar y cerrar la puerta. Lo hizo, el viento afuera aullaba provocando que se sintiera estúpidamente desprotegida. Nunca había visto una tormenta de esa envergadura. Los miedos del niño se impregnaron en su piel cuando se acercó a la cama para abrazarlo en tanto su hermano se ponía los calzoncillos. No miró siquiera la cama, donde los aromas de ambos se combinaban. Sexo, brutal y mísero sexo. Cuando él vuelve, la pequeña Gibbs intenta dar un paso atrás sin lograrlo, es tal la fuerza de los sentimientos que embargan a padre e hijo, que se siente envidiando a Ethan por tener un consuelo en esos fuertes brazos. En el siguiente rayo que penetra las pesadas cortinas, ambos pequeños dan un respingo esperando el trueno. Mira cómo el vampiro alarga la mano y no duda, le toma como si fuera su tabla de salvación a este horrible episodio que remata con otro tronar que acelera como nunca su corazón. El agradecimiento esta vez le llega a los ojos, su hermano se muestra como un humano y eso la hace pensar que quizá, sólo quizá, pueda tener alma.

Esa noche cambiaría toda la concepción que tenía de él. Acurrucada entre sus brazos, con el rostro de Ethan frente a ella, comparte la protección del hombre. Algo que jamás tuvo y que no sabía que necesitaba. Cerró los ojos dejando que alguien más la cuidara, como cuando su madre estaba viva. Dejó que el sueño la venciera durmiendo con placidez. Reconfortada y contenida, sería una sensación de la que se haría adicta y aprovecharía cada noche de tormenta para descansar entre los brazos de Richard, con la mano sobre su pecho jugueteando con los vellos de la zona. Teniendo una intimidad que con ningún otro hombre compartiría en el futuro, ni con aquél que se ostentara con su marido. Esa noche, para ella, fue la primera donde viera el alma de Richard, una que quería poseer para sí.

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Ilusiones vanas porque con el paso del tiempo, cada acercamiento de la cambiante provocaba ira en su hermano. Sólo eran las noches de tormenta las que bajaban sus defensas. La partida de Ethan hizo que se perdieran y al mismo tiempo, provocó otras ocasiones en que pudo disfrutar de su hermano de forma más contundente que un simple abrazo. Hoy, en tanto él la sigue llevando hacia la cama, Kate hace círculos con su índice sobre su pecho, en un gesto que aquélla primera noche en sus brazos naciera y que le reconfortara al paso del tiempo sin que él supiera la verdadera razón del mismo. Para ella, era compartir una intimidad mil veces deseada con su familia. Era el sentimiento de protección y cuidado que los miembros de una estirpe debían darse uno al otro. Sus palabras alzaron sus párpados en silencio, escondiendo el rostro en su cuello, pegando su cuerpo herido contra el frío de su hermano. – Tus palabras me lastimaban más que los golpes de mi marido. No importaba lo que él dijera, hiciera o gritara. Jamás me causó tanto miedo o dolor como cuando me despreciabas – aprieta los ojos con fuerza recordando sus insultos, sus palabras mordaces y la ironía de sus comentarios.

Permite que la deje de pie en la habitación, quisiera alargar las manos para que no se aleje, más ese deseo está vedado para ella. Las manos masculinas empiezan a desprender su cuerpo de las prendas húmedas por la sangre y el sudor. Aprieta los dientes con cada movimiento que se necesita para que caigan al piso. Siente las rodillas a punto de desfallecer. ¿Por qué llegó tan lejos? ¿Por qué permitió que la lastimara tanto? Por orgullo. Por la terquedad de no regresar y ver en los ojos de Richard el brillo del triunfo, del cinismo y de sentir de nuevo cómo cada frase era una daga en su corazón. Se sujeta el costado izquierdo con la mano contraria para aspirar fuerte sintiendo que le falta el aire. Mira de reojo cómo terminan de llenar la tina con agua caliente preparándose para el dolor que aún le falta por sentir. Si usaron sales y aceites, sabe que su piel será cauterizada por el efecto mismo de éstas sobre las heridas.

La comprensión de Richard le mata. Hubiera deseado que se comportara así en el pasado, que le dijera estas palabras donde entiende sus necesidades antes de atacarla con cinismo y sarcasmo. – ¿Quién eres y qué hiciste con mi hermano? ¿Aquél que sólo me dirigía palabras duras y quien me espantaba todos los pretendientes? – logra pronunciar cuando su cuerpo es sumergido en el agua. Por inercia, cual gato cuando siente que le bañan, intenta separar su piel del líquido. En balde, porque el vampiro la hunde al tiempo que ella aprieta los dientes con todas las fuerzas y los ojos, cerrando las manos en puños, encajándose las uñas en las palmas para no gritar. Aspira muy fuerte echando atrás la cabeza sintiendo cómo el borde de la bañera le sostiene por la nuca. El agua cristalina, se torna rojiza cuando su cuerpo empieza a deshacerse de las últimas caricias de su marido. Él se lo advirtió, que no era un buen hombre. Que debía tener cuidado con sus desplantes, pensando que sólo lo decía para alejar otro pretendiente más como hiciera en el pasado. Si hubiera sido sincero, ésto no habría ocurrido. El hubiera ya no existe y mientras él pasea la mano con la esponja por su cuerpo desvaneciendo la sangre coagulada de su piel, ella recuerda al primer chico que le espantara.
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William había sido un joven encantador a pesar de su corta edad -para una cambiante, así era-, se comportaba de maravilla con ella, era atento y considerado. Risueño, la conquistaba con sus comentarios sobre la sociedad y la mojigatez. Si Kate hubiera sido más constante conociendo a las personas, sabría que todo tenía una razón de ser para este hombre. Después lo averiguaría por su propia mano, en aquél entonces, tras la primera cita donde la orden había sido llegar antes del anochecer, se quedó en el porshe de la mansión, en un lugar oculto a ojos de los sirvientes para entregarse a lo que serían sus primeras caricias con un varón que no fuera Richard. Sí, en aquél momento, ya su hermano había acariciado su cuerpo, en una noche donde la atrapó con una de sus camisas, demostrándole lo que era la sexualidad. Una vez abierta la caja de Pandora, la cambiante necesitaba de eso y mucho más. Así que se deleitaba en los besos del joven que la pretendiera justo cuando un exabrupto rompió el momento. Su hermano, cómo no, se hacía cargo de despedir al chico con los ojos rojos y los colmillos fuera de sus labios demostrando su superioridad sobrenatural arriesgando incluso su propia seguridad. La de ambos. Ni siquiera pudo evitar que saliera corriendo, antes de increpar al vampiro con rabia – ¿Qué te pasa? ¿Estás mal de la cabeza? Yo no te molesto con tus mujeres, ¿Por qué me impides tener lo que tú sí disfrutas? Eres un cerdo egoísta – habían sido sus palabras aquella noche antes de salir corriendo a su habitación enfurecida.

Después de ello, a solas en su cama, decidió que dos podían practicar el mismo juego. Así que la siguiente noche en que su amante llegaría a visitarlo, Kate esperó con paciencia en el porshe de la casa, con un libro en las manos fingiendo leerlo. Cuando la mujer apareció, vestida para retozar con el vampiro, la cambiante recorrió su cuerpo con los ojos dispuesta a hacerla recapacitar para que se largara de ahí. Se puso en pie, sacudió sus enaguas para ponerse frente a ella – tus servicios no son requeridos, así que puedes retirarte – la mujer no pareció escucharla, ganaba demasiado bien por lo que hacía en esta casa como para prestar atención a lo que una niña le decía. Así pues, Kate tuvo que hacer uso de algo mejor, la tomó del cuello, la estampó en la pared, al lado del umbral y sus ojos sacaron chispas. – Te dije que te largaras, a menos que quieras tener una nueva gargantilla en el cuello gracias a mis uñas. ¿Entendiste? Lo tocas y te corto las manos. Lo besas y te arranco la lengua. Te la mete y te juro que llamaré a la inquisición para que tus días de puta se terminen y ardas en la hoguera por bruja – le mostró los dientes con la rabia acumulada por años mostrando un deje de locura en los ojos.

La otra no dudo, salió corriendo de ahí a toda velocidad, como alma que lleva el diablo provocando la sonrisa divertida de la cambiante que entró a la mansión con paso alegre, canturreando. Cuando Richard salió preguntando a uno de los sirvientes si su compañía había mandado un mensaje o bien, si sabía algo de ella, Kate que esperaba en el pasillo, asomó la cabeza para cruzarse de brazos con una sonrisa – oh, ¿Te refieres a una morena de grandes senos y amplias caderas que tiene un lunar arriba del labio? Dijo que no la volvieras a llamar. Que ya no está disponible para ti. Y te recomiendo que acates la orden, Richard. Porque la siguiente vez que la vea, te daré de comer su lengua en un plato – dio media vuelta para irse a su habitación – si yo no tengo libertad, tampoco la tendrás tú para meter a tu amiguito entre las piernas de ninguna cualquiera porque ¡Esta también es mi casa! – bramó antes de cerrar la puerta con un golpazo.

Eso desató la guerra. Hombre que asistía a la casa, era corrido con fiereza por Richard. Mujer que se acercaba aunque fuera un poco, era amenazada de muerte por Kate. Eran dos fuerzas que chocaban constantemente con tal de que el otro bajara la cabeza. Y la tensión fue mucho peor cuando el hambre de Richard hizo su aparición, pero esa es otra historia.

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El baño termina por fin, el dolor que tiene es mitigado cuando la saca de ahí para llevarla a la recámara y vestir su desnudez con cuidado. Sí, Richard tiene ese toque dulce, para encontrarlo, se tiene que sangrar, como la propia cambiante lo entendió hace años. De sólo pensar que estará en la habitación sin él, tiembla de miedo pensando que en cualquier momento, su marido puede aprovechar la luz del día para invadir el terreno y matarla de una vez por todas. Sacude la cabeza ignorando el dolor que se aloja en sus sienes para rogar: – No quiero que te vayas, no hoy, no esta noche, Richard – implora mirando sus ojos, en los suyos se muestra sin tapujos ni restricciones, toda la vulnerabilidad que en su corazón se ha alojado por todo este tiempo. Se da cuenta de lo impertinente y de la falta de coraje que muestra con esta capitulación, así que recapacita intentando cambiar las tornas cuando mira que la tensión del vampiro está por explotar, – Al menos, déjame una de tus camisas, duermo mejor con ellas que con esta bata de abuela – se ríe y en el pecado lleva la penitencia porque gime al sentir cómo las costillas parecen partir su cuerpo en dos. Recordando sus atrevimientos de pequeña en las incursiones en la habitación de su hermano.
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Era justo como recordaba, la disposición de la habitación no había cambiado más que por las gruesas cortinas que cubrían las ventanas impidiendo que un solo rayo de sol las atravesara. Hacía sólo tres semanas que su hermano regresara a casa y ella tenía curiosidad por él. Así que aprovecha el sonido del agua, Richard seguro está tomando un baño. Se desliza silente por la habitación explorando, olfateando algo que le llama la curiosidad. El olor del vampiro le agrada más que el de cualquiera de los hombres que su cuñada trae a casa. Es incomprensible, más se dedica a juguetear cual vil gato que es ahora, corriendo a toda velocidad para saltar en su cama, metiéndose entre las sábanas, golpeando con las garritas cada figura que se crea con el movimiento, deleitándose en esos aromas. Las orejas se alzan cuando escucha algo en el baño, sólo es un chapoteo, sintiendo que su tiempo se termina para seguir explorando, se acerca al clóset mirando y restregándose por la ropa dejando pelos blancos en las fibras. La tela de buena calidad le gusta contra el pelaje.

Justo está en ello, cuando el viento arrastra una prenda, el sonido es atrapado por sus finas orejas provocando una carrera hacia donde proviene, cayendo encima de ésta para sentir la gloria bajo las patas. Seda, pura seda en una camisa blanca que tiene el olor de Richard. Se restriega contra ella, se acomoda acostándose en ella oliendo y sintiendo la suavidad nunca antes tenida. El chapoteo le anuncia que él está saliendo de la tina. ¿Qué hacer? No se quiere mover de ahí porque no quiere dejar la camisa. Deberá hacerlo a menos que él se ponga fúrico por su presencia prohibida de antemano. Lo resuelve fácil. Toma con los colmillos la tela empezando a caminar hacia afuera. Se desliza por la abertura de la puerta alejándose por el pasillo con placer y diversión. Es una camisa, no notará su ausencia. Es lo que se dice cada vez que vuelve a la recámara y encuentra una nueva prenda tan suave, más irresistible que la anterior. Es tal su obsesión por sus camisas, que duerme con ellas bajo la almohada o puestas sobre su desnudo cuerpo, siendo incapaz de descansar sin tener el olor de Richard sobre su piel.

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Ahora que él sigue parado en la puerta, tras tantas confesiones, se siente en deuda. Se abraza las piernas intentando no lastimarse más – me gustaba el olor de tu ropa cubriendo mi cuerpo, sentía que así estabas conmigo como en las noches de tormenta, que podía sentirme protegida aunque sólo fuera una prenda. Por eso me las robaba, además, era una tela deliciosa, la seda siempre será mi favorita y a ti te encanta usarla – toma las mantas para cubrir su cuerpo antes de seguir – estoy sangrando demasiado. ¿No sería mejor que bebieras de mí, de las heridas? Al menos así no se desperdiciaría. Si no, manda a alguien con vendas para curarme, así no caes en la tentación – susurra sintiendo que no puede exigir de él más. Desearía que la tomara entre sus brazos, que se quedara con ella, que bebiera como en los viejos tiempos, de su cuello, de sus senos, de sus caderas. Todavía se siente avergonzada cuando lo hizo de su propio sexo, provocando el orgasmo más fuerte que jamás ha sentido. Se queda en silencio, en tanto su mano se desliza por la tela de sus sábanas de lino.

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Mensaje por Lancelot du Lac Mar Sep 11, 2018 11:30 am







"Aléjate de mí y hazlo pronto antes de que te mienta"

Sonrió. Aunque pareciera imposible, incluso para él, estaba sonriendo. Y entonces agradeció estarle dando la espalda a la chica. Aquel sencillo gesto le había sido prohibido desde su infancia, y él había aprendido a las malas que era mejor la seriedad y la amargura. Simplemente no había podido evitarlo, escuchar a Kate decir el verdadero motivo por el que siempre se robaba sus camisas había provocado que, momentáneamente, se olvidara de las rígidas enseñanzas de Douglas. Siempre creyó que lo hacía por el puro placer de fastidiarlo, cuando creció y continuó haciéndolo, incluso luego de convertirse en amantes, creyó que la costumbre estaba demasiado arraigada en ella como para detenerse, además que sin duda ella prefería verlo sin ninguna prenda encima.

Borró la pequeña mueca que él llamaba sonrisa de sus labios y se giró. Caminando en su dirección, fue dejando todas y cada una de sus prendas regadas por el suelo de la habitación hasta quedarse completamente desnudo al momento en que se metía a la cama con ella. Si alguien conocía la mejor manera de hacerla descansar, ese era él. Y lo haría. Se sentó en la cama tras a ella, dejándola en medio de sus piernas, antes de sacarle aquel horrible camisón nuevamente. Tal como ella lo pidió, se encargó de limpiar todas y cada una de sus heridas con la boca. Lamiendo aquellas que sangraban y solo besando los hematomas, hasta que pudo observar que dejaban de sangrar.

En otros tiempos habría aprovechado la oportunidad para morder su carne y obtener más de aquel delicioso líquido vital al que se había vuelto adicto años atrás, pero ese no era el momento. Esta vez, por el contrario, mordió sobre su propia muñeca y, por primera vez desde que fuese transformado, le ofreció su sangre a una humana. Acercó su brazo sangrante a la boca de Kate y, ante su sorpresa, le instó a beber. – Bebe, Kate. Te ayudará a sanar mucho más rápido. – Solo entonces ella aceptó. Al principio, con una mueca de desagrado mientras se acostumbraba al sabor metálico, y luego ávida por más. – Está bien, ya está bien. – La detuvo y luego lamió la herida para que cerrara casi al instante.

Había una razón por la que nunca había permitido a nadie beber su sangre, especialmente no ella, y esa era porque no quería que se volviera adicta, como había escuchado que ocurría a los humanos. A esas alturas de su vida lo que menos deseaba era que alguien se sintiera atado a él, al menos no por su sangre. – Sí, duermes mejor con mi camisa que con esa horrible cosa. Pero duermes aún mejor desnuda en mis brazos, ¿No es así? – Se inclinó sobre su boca para lamer los restos de sangre en los bordes de su boca y luego se recostó sobre el colchón como lo hiciera aquella primera noche de tormenta y luego tantas otras veces, dejándole su brazo para apoyar la cabeza. La diferencia esta vez es que fue él quien le buscó la mano para ponerla sobre su pecho, esperando que, como siempre, ella se distrajera acariciando los vellos que cubrían sus pectorales antes de quedarse dormida mientras él la observaba en silencio.

Ahora que lo pensaba, había tantas cosas que nunca le había dicho, porque siempre que lo intentaba, siempre terminaba ofendiéndola de alguna manera. Así pues, se quedó en silencio, recorriendo el juvenil rostro de ella. Debía admitir, aunque fuera solo para sí mismo que, al verla en aquella condición al llegar, lo primero que sintió no fue enojo, sino miedo. Sí, había sentido pánico al pensar que pudo haberla perdido definitivamente, ella podía haber muerto y no habría podido hacer nada para remediarlo. – No voy a irme a ningún lado, Effie. Duerme. – Prácticamente le ordenó, y él mismo cerró los ojos esperando tener algo de descanso antes de que anocheciera.

No había podido dormir, cada que comenzaba a quedarse dormido, horribles imágenes de Kate desmembrada y desangrada, junto al desagradable lobo, le venían a la mente. Se dedicó simplemente a velar el sueño intranquilo de la chica, dedicándole suaves caricias en la espalda o el cuero cabelludo cuando la sentía moverse en sueños.

Después de algunas horas, y aprovechándose de que la chica seguía dormida, se atrevió a pronunciar en voz alta las palabras que, cuando ella le miraba, parecían huir de él y que ahora rogaban por salir de su garganta, donde habían permanecido atoradas por mucho tiempo. – Cuando te dije que te fueras y no volvieras, no quería ser un patán. Tenía la esperanza de que ese hombre al que habías elegido supiera valorarte y pudiera hacerte feliz, algo que yo nunca podré. No soy y nunca seré lo suficientemente bueno para ti Kate. – Le acarició el rostro apartando mechones de cabello que colocó tras su oreja. – Todo lo que hice fue para protegerte, incluso el querer alejarte de mí, pues sabía que te haría daño. Pero tú seguiste empeñada en acercarte más y más, hasta que ya no pude soportar la tentación. Te hice mía, cuando no debí. Y luego te retuve a mi lado mientras seguía intentando alejarte. –

Si fuera tan sencillo hablar así con ella. Si pudiera decir esas mismas palabras con sus intensos ojos verdes mirándolo. Pero no podía, todo lo que podía hacer era actuar, así que podía comprender la confusión que ella tenía respecto a su persona. Diciendo muchas estupideces mientras no actuaba acorde a sus palabras. Recordó entonces la primera vez que había bebido de ella.

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Estaba llegando al límite de su sed. Sentía su cuerpo débil y pesado, y algunas veces llegaba a tener alucinaciones. Esa noche vendría una nueva mujer y esperaba sinceramente que Kate se olvidara al menos por una noche de aquella dichosa guerra. Si no comía, perecería. Se sentía tan exhausto que había dejado de lado toda prenda que tuviera encima pues sentía que le pesaban de más.

Las horas diurnas pasaron más lento que de costumbre, agonizaba ya de hambre cuando finalmente comenzó a atardecer y entonces salió de su habitación, a duras penas manteniéndose derecho al caminar sin importar que la servidumbre o cualquiera lo viera desnudo. Kate ya aparentaba sus 17 años y también lo había visto en cuero más de una vez. De cualquier manera, no lograba pensar con la suficiente cordura como para que le importase.

Apenas había salido del ala oscura cuando escuchó a la chica pedirle al mayordomo que le informara que su compañera de aquella noche tampoco llegaría, con una sonrisa de victoria que le provocó una ira irracional. Esa niña se divertía a costas de su vida, y seguro que ni siquiera era consciente de ello.

Debido a su falta de alimento, su apariencia había cambiado ligeramente a su forma más animal, más bestia. Con los ojos inyectados en sangre, las uñas convertidas en negras garras y los colmillos extendidos y visibles rompiéndole los labios, se acercó a la chica y la llevó a rastras de la muñeca hasta su habitación, haciendo uso de las pocas fuerzas que le quedaban.

Hizo caso omiso de todas las quejas y la lanzó boca abajo sobre su colchón, para luego ponerse a horcajadas sobre sus glúteos para poner todo su peso sobre el cuerpo juvenil al acostarse completamente sobre ella.

Le levantó la falda con una de sus manos, acariciando la tersa piel desde las pantorrillas hasta los muslos y luego metiéndola bajo ella, agarrándola de la entrepierna para frotar su miembro erecto contra sus glúteos. Con la otra mano, a la vez, desgarró la parte superior de su vestido, teniendo acceso a masajear un blando y blanco seno. – Si no quieres permitir la entrada de mis mujeres, tendrás que ocupar tú su lugar. – Gruñó antes de encajar su mordida en el hueco entre su hombro y su cuello, obteniendo de ella el alimento que necesitaba.

La sangre comenzó a brotar rauda a su boca, dulce y espesa, provocando que se excitara realmente por ella y no solo por la falta de sexo de los últimos días. Cuando sintió que era suficiente, no por él sino por ella, que no soportaría si bebiera mucho más, se detuvo. Sostuvo su peso en las rodillas y una de sus manos para girarla, dejándola boca arriba. Al ver su rostro no pudo evitar sentirse asqueado de sí mismo.

Kate podía tener 34 años, pero tenía la inocencia de la edad que aparentaba, y él estaba siendo un cerdo asqueroso. Pero eso no le importó a continuación. Su instinto fue más fuerte que la razón, llevándolo a meterse entre sus muslos y besarla con furia. Furia consigo mismo por desearla, furia con ella por hacerlo llegar a esos extremos, furia con ambos por ser igual de testarudos.


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El inicio de aquel recuerdo le hizo poner duro casi instantáneo. Esa noche no la había tomado por muy poco, pero se había dado el gusto de tocarla y saborearla a placer, la guió con la boca a su primer orgasmo y luego la desechó fuera de su habitación. Sí, había sido maldito al llamarla una cualquiera por permitirle aquellos avances. Pero, de nuevo, había sido su manera de alejarla cuando lo que había deseado era enterrarse en ella y alcanzar su propia liberación. Era, sin dudas, el más necio y bruto de los hombres.

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Última edición por Richard Gibbs el Lun Sep 17, 2018 9:38 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Katherine Oppenheim Vie Sep 14, 2018 10:03 am




Te pertenezco,

tuve que irme para darme cuenta de ello.





¿Hace cuánto que no descansa de corrido? ¿Que no se levanta sobresaltada por un golpe en la cama, en la mesa, en cualquier mueble, incluso la pared? ¿Que su cuerpo permanece en reposo constante más de seis horas sin ser interrumpido por el anhelo lujurioso de su esposo que, en lugar de excitarla, le provoca malestar y rechazo? ¿Cómo es que soportó todo eso y más? Cuando la parte más importante de todas, es el descanso. ¿Se sorprende porque está todo el día irascible? Es producto de su mal dormir. Le faltó durante su matrimonio la comprensión, el cuidado, la propia libertad de acostarse sin que nadie le esté incordiando porque no encuentra una camisa azul (en el clóset, después de las camisas blancas); que si la escopeta (en el sótano, al lado derecho de las vidrieras); que si el pan (bajo el último estante, del lado derecho); que si el córcel azabache (con el herrero, te dije que le están cambiando las herraduras); que si y si y si. Terminaba poniéndose en pie porque él jamás encontraba nada, como si fuera un chiquillo. ¿Y si mejor no se conseguía una esclava en lugar de una esposa? Lo peor no era que le contestara esa frase porque aprendió a guardarse todas las palabras por miedo al arranque de ira. No, lo más bizarro consistía en que aún callando, le disgustaba y a últimas fechas, de todo la golpeaba.

Porque sí, porque no, por si las dudas y por si acaso. Golpes, gritos, humillaciones, vejaciones, el sexo se convirtió en su martirio. Las caricias dieron paso a los rasguños. Las palabras dulces a las constantes maneras de despojar a la cambiante de su orgullo, de su idiosincrasia siendo cada vez más apaleada y vapuleada. Si bien, las palabras desdeñosas de Richard le provocaron heridas mortales, ¡Era Richard! No pensaría en su vida que realmente quisiera tenerla a su lado, parecía más bien como que todo el tiempo le incordiaba y si le permitía estar en su casa es porque no tenía a dónde ir. Hasta que se comprometió con Jason. Sacude la cabeza con fuerza intentando quitarse los recuerdos de la mente para mirar con ansiedad la habitación, tan pequeña para todo lo que trae dentro, los fantasmas la persiguen y la enloquecen conforme va cayendo en cuenta que dormirá sola. Desearía que lloviera de forma aterradora para que los rayos y los truenos atrajeran de vuelta a Richard a su lado.

Y como si se materializara la tormenta, él voltea como si oliera su miedo. La expresión en su rostro es indescifrable cuando se desajusta la corbata tirando de ella hasta dejarla caer al piso. ¿Será que...? Pieza a pieza, va descubriendo su cuerpo musculoso producto de su antigua profesión de militar, dejando a la vista cada parte de su epidermis que ella acarició y besó durante aquéllas noches de locura y días interminables entre sus brazos. El tórax de su hermano permite a sus ojos pasear por esas cicatrices que son el recordatorio de sus batallas como humano, la manera en que se desabrocha los pantalones le provoca un hueco en el estómago. Esta vez, no tiene la premura de meterse en la cama para domar su carácter irreverente, pareciera que estos dos años sin ella, fueron suficientes para el mayor de los Gibbs para entender cuánto la había extrañado.

La cama se sume con el peso del vampiro, como si fuera un enorme depredador -que lo es-, se va acercando a ella haciéndola sentir más pequeña, como si el tiempo regresara más de ocho años atrás, donde empezaran sus exploraciones sobre un virginal cuerpo. Con esas manos grandes, de gruesos dedos que apretaban sus puntos más erógenos hasta provocar su primer orgasmo. Y como si fuera ayer, su piel se estremece con el simple recuerdo de esa particular forma de deslizar sus palmas varoniles sobre la tibia y pura piel femenina. El primer roce de su piel contra la suya en el actual momento, le obliga a contener un gemido. El dolor cede ante las sensaciones eróticas. Es imposible de otra manera cuando siente cómo se acomoda a sus espaldas, apreciando lo marcado de sus pectorales y hasta los abdominales contra su columna vertebral, enviando escalofríos en erráticas direcciones. Cuando le quita el camisón, siente cómo el cabello le cae a las espaldas en ondas, provocando que eche atrás la cabeza reposando contra su pecho, apreciando el abultado vértice de sus muslos contra los glúteos.

El ritual inicia con un simple beso sobre su piel herida. El femenino músculo bucal repasa sus labios para liberarlos de la resequedad que estas sensaciones le provocan. Palmo a palmo, el vampiro va tomando la vitae que emana de las heridas de la cambiante. Besa los hematomas, sin dejarse nada al azar, en una tarea tan bien elaborada que al terminar, la deja ansiando por más. Por tener sus brazos alrededor de su cuerpo, acariciando sus zonas más erógenas. Con él, tras el primer escarceo, fue verlo y sentir ganas de tener sexo. Ni siquiera seis años fueron suficientes para saciar su hambre de él. Todavía ahora, tras el fracaso de su matrimonio, quiere sumergirse entre sus fuertes brazos, apreciar la frialdad de su cuerpo cuando se introduce en su más íntima parte. El sonido más lujurioso de todos llega a sus oídos. Lo esperaba, lo anhelaba, lo necesitaba. A diferencia de lo que vivió con él, esta vez, el placer no llegó a su cuerpo. Richard no penetró su piel con esos largos y afilados colmillos que le provocaran miedo la primera vez que los viera por completo desenfundados en una expresión de total ira desdibujando sus rasgos.

No, esta vez, era su muñeca, su propia muñeca la que perforaba para dejar que la sangre emanara de ella, acercándola a su boca. Sorprendida, echa la cabeza un centímetro atrás como si no comprendiera el por qué lo hace, por qué le ofrece lo que a nadie hizo antes y está segura de que su ausencia no cambió ese aspecto en su vida. Se queda azorada y es por ello, que no atina a reaccionar hasta que la insta a beber. Toma la muñeca entre sus manos llevándola a su boca probando su sabor. Metálico, extraño, casi amargo. Intenta desviar la cabeza, el segundo trago cambia las tornas. Tiene que cerrar los ojos porque sólo así puede apreciar mejor su gusto y deleitarse en él sin distracciones. Descubre que no hay mejor sabor que éste, el de su sangre que le provoca un bienestar general en el cuerpo y una inquietud tremenda en medio de sus muslos. Un gemido suave se escapa de su garganta. Las cimas de sus senos se tornan duras y sus redondas carnes, pesadas. Aprende por qué él se niega a que beba de su sangre, la sensación es tan poderosa, tan excelsa y lujuriosa, que podría volverse adicta a ella como está ya por sus colmillos atravesando su fina piel.

El siguiente trago la transporta al pasado, sus ojos se abren por la sensación de bienestar que la embarga de pies a cabeza, como si estuviera descansada al máximo, tras una buena alimentación y un tórrido encuentro sexual. Al mismo tiempo, desea más de este decadente elixir. Aprieta los dientes contra la muñeca para alcanzar un cuarto y un quinto trago que la obliga a restregar los muslos para darse consuelo en el interior de su ser que clama y busca la penetración. Está a punto del orgasmo cuando él le ordena que se detenga. ¡No! ¡No aún! Y como si supiera lo que le sucede, de su imposibilidad de obedecer, le despega la muñeca haciendo que ella alargue las manos a por ella, ansiando que vuelva a su boca. Con frustración observa cómo lame la herida para cerrarla sin oportunidad de que pueda regresar a esa fuente de vida. Gimotea insatisfecha, sintiendo la opresión en su sexo. Ni siquiera la mordida le da tanta satisfacción. O quizá sea igual de potente, sólo que en momentos diferentes.

No quiere imaginar lo que podría ser que uno beba del otro. Sensibilizada, deja que él la maneje a su antojo. Asiente con la cabeza con su pregunta – siempre dormí mejor en tus brazos, Richard – alcanza a decir cuando él repasa con la lengua su boca llevándose los restos de la deliciosa sangre, le lleva los brazos al cuello para sujetarse de él, pegando los duros, pesados y erotizados senos a su pecho. Permite que la acomode sobre su cuerpo, por inercia cierra los ojos reposando la cabeza contra su tórax. Se sorprende de ver cómo él toma su mano para colocarla sobre sus vellos pectorales. Sonríe un poco, acariciando cada rizo con dulzura, sintiendo que la tensión va eliminándose de su cuerpo por esta ocasión. Es la de su sexo la que la inquieta, haciendo que levante una pierna para echarla sobre el abdomen masculino pegando sus genitales contra la piel que recubre el hueso de sus caderas. ¿La acusaría de puta si se restregara contra él? Su orden de que duerma, es correspondida con un apretar de sus párpados y la tensión de su cuerpo. Quizá él no sepa lo que su sangre provoca. Por miedo a que se vaya de su lado, se contiene las ganas de acariciar su cuerpo para obtener satisfacción. Se obliga a cerrar bien los ojos para dormir. Recuerda estos momentos de frustración sexual de sus primeras veces juntos.
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La guerra instaurada desde que le corriera al primer pretendiente continuaba sin cuartel. Richard cada vez salía menos de su habitación y seguro que era por la rabia que sentía, lo que en lugar de amedrentar a la cambiante, la espoleaba a seguir. Este día, volvía a regresar del porshe con otra mujer echada a la calle cuando miró al mayordomo con diversión – oh, habrá que decirle al señor que la joven que llamó ha decidido marcharse – dijo en voz alta sabiendo que arriba, gracias a su olfato desarrollado, estaba su hermano. Se rió subiendo las escaleras hasta que al llegar a la parte alta, un grillete de carne y hueso se asentó en su muñeca haciendo imposible soltarse. Asombrada, sus ojos vislumbraron la apariencia más feral que jamás conociera antes, la de Richard con sus garras enormes, oscuras, con los colmillos desbordando por su boca, los ojos inyectados en sangre y un aura de poder oscuro que la hizo lanzar el primer chillido de miedo.

– ¡Suéltame! ¡Richard! ¡Suéltame! ¡No! – ninguna de sus quejas surtió efecto alguno, él la arrastraba hacia el ala oscura, directa a su habitación donde cayó boca abajo sobre el lecho. Puso las manos contra el colchón intentando levantarse. En balde, porque la enorme constitución física del vampiro le aplastó la cara contra la tela de las sábanas. – ¡Richard! ¿Qué haces? ¡Richard! – sintió miedo, más cuando levantó sus faldas, bajo ellas, Kate no usaba ropa interior. ¿Para qué si le gustaba transformarse? Era más pesado tener que estarse quitando todas las prendas de los atuendos que las mujeres de época. La piel expuesta fue tomada sin consideraciones por el vampiro, que se ocupaba también de rasgar su vestido por el busto dejándola en una posición de desventaja. Intentaba escapar cuando escuchó un sonido que le heló la sangre y después, la hizo bombearla al máximo. Richard tenía los colmillos en su cuello, atravesando su epidermis, en lugar de escabullirse, se quedó quieta, descontrolada por las sensaciones que percibía, que le dejaban las piernas temblorosas y un hormigueo en todo el cuerpo. Gimió profundo, alto, lasciva. Rasguñó las mantas, alzó las caderas apreciando la virilidad de un hombre por vez primera.

Sus celosos actos provocaron una nueva mecánica en su relación. Tras el primer orgasmo que sintiera en esa noche, con las veteranas boca y manos del vampiro, quiso seguir experimentando esa sensación de abandono total, de pertenencia. Porque era así, sentía que era cierto lo que él demostraba con sus actos. Ella era suya, tanto que podría enloquecer de placer con tan poco. Y durante los siguientes días lo buscaba. Lo necesitaba. Lo rogaba y él, como siempre, le daba esquinazo. La ignoraba y humillaba a partes iguales. Hasta que volvió a jugar rudo, alejando a sus mujeres y esta vez, después de la segunda, cuando él la encaró, en medio de sus gritos, le jugó a traición.

Se abrió la yema del dedo con sus dientes, rasgando la piel, para dejar un rastro de sangre en su yugular, alzando el rostro para que el olor llegara a su nariz – ¿No dijiste que ocuparía el lugar de tus mujeres? Ahora házlo ¿O acaso no cumples tus promesas? Decide, bebes de mí o de ninguna – fue la sentencia. Ella quería volver a tenerlo, a sentir esa pertenencia, esa dominación y posesividad que sólo en su cama tenía. Y no dejaría que se escapara más.
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Aún en sueños, la figura de Jason la persigue. Se remueve inquieta, cada que lo hace, alguien le acaricia los cabellos llevándola de nuevo al descanso. A mitad de la noche, siente la soledad, la desesperación. Cada instante de su violenta relación es repasado por su inconsciente, sabiendo que ese lobo la persigue, escuchando su respiración en el oído, sintiendo las garras en su cuerpo, las mordidas en su piel. Sus piernas se mueven intentando alejarse, sus manos golpetean al lobo, es inútil, no puede alejarse, la toma entre sus brazos y ella grita – ¡NO, JASON, YA NO! ¡YA NO! ¡YA NO! – rasguña la piel sin lograr detenerle, golpea, patea, grita una y otra vez. A lo lejos, una voz llega a su mente, sin lograr arrebatarla del lobo que gruñe y ladra para morder su cara. Kate despierta bañada en sudor, con algunas heridas reabiertas por la forma en que se movió, sobre todo la de la mejilla que es una de las más graves. Mira a todos lados en la oscuridad, siente una mano que la toca y grita de nuevo – ¡NO ME TOQUES, NO ME TOQUES! – por la urgencia de alejarse, termina cayéndose de la cama de espaldas llevando las manos a la nuca con un gemido.

Para curiosidad de Richard, ni siquiera se transforma en felino, como hacía antes cuando quería escapar. No hace un solo movimiento en pos de la conversión, sólo estira las manos intentando detener lo que sea que le ataque. Pensando que Richard es Jason, sin utilizar siquiera sus sentidos agudizados. – Perdón, perdón, no lo vuelvo a hacer, no lo vuelvo a hacer – ruega entre sollozos porque para Kate, era mejor pedir perdón que preguntar qué hizo mal esta vez.

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