AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Segando coles (Maggie)
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Segando coles (Maggie)
Cuenta una antigua leyenda en Huesca que había un rey muy bravo y guerrero. Su nombre, Alfonso el Batallador, infundía temor en los infieles, participando en treinta estruendosas batallas, muriendo en la última. Como no tenía hijos, y su testamento era una locura (legar el reino a los templarios), los nobles hicieron rey a su hermano. Ramiro el Monje, llamado así porque lo sacaron de un convento, era alguien tímido, poco decidido, y que gustaba más de la pluma que de la espada. Tembloroso, le comprometieron con una chiquilla, y estaban decididos a manipularle. Un rey marioneta para ellos, reían condes y marqueses. Ramiro fue a pedir consejo a su abadía, donde todos los hermanos habían hecho voto de silencio. El abad, al escuchar sus problemas le llevó a un huerto. Guadaña en mano, comenzó a segar coles, una a una, y el rey asintió. A los tres días, durante un banquete con los aristócratas, las puertas se cerraron. Hombres con guadaña entraron a la cena, y el abad tocaba la campana. Ding-Dong, cada repiqueteo del monasterio precedía una cabeza rodada. Y así fue como los supervivientes de la nobleza aprendieron la lección, y el rey Ramiro fue conocido como el Temido.
Estas palabras declamaba en alto Manuel mientras paseaba por el convento, llevando en la mano izquierda un libro viejo. Era un sitio ideal para reunirse, pues sus religiosos habían hecho voto de silencio. Él sabía que una antigua conocida suya, Maggie, cazadora de vampiros y licántropos estaba por la ciudad, buscando una presa. Se ocupó de que se supiese que él estaba en el convento. No sabía muy bien de que iba la cosa, pero entendía que su enemigo común era más que suficiente para unirlos. Ya habían tenido antaño alguna cacería juntos, en ciudades distantes. En general no era raro que los cazadores y los inquisidores hiciesen buenas migas. Si un inquisidor tenía el soplo de que en X castillo vivía un vampiro viejo, un nosferatu por ejemplo, era probable que llamase a cazadores de la zona. El mayor número aumentaba sus posibilidades de victoria sobre criaturas que uno a uno barrerían las baldosas con ellos. Así que cuando escuchó los pasos inconfundibles (no iba descalza como los monjes) de Maggie sonrió:-¿Te ha gustado esa antigua leyenda de mi país? Ahora sorpréndeme tú, ¿a que hijo de Satán tenemos que enviar con su padre?-, mientras tamborileaba con los dedos. A lo lejos, las coles crecían...
Estas palabras declamaba en alto Manuel mientras paseaba por el convento, llevando en la mano izquierda un libro viejo. Era un sitio ideal para reunirse, pues sus religiosos habían hecho voto de silencio. Él sabía que una antigua conocida suya, Maggie, cazadora de vampiros y licántropos estaba por la ciudad, buscando una presa. Se ocupó de que se supiese que él estaba en el convento. No sabía muy bien de que iba la cosa, pero entendía que su enemigo común era más que suficiente para unirlos. Ya habían tenido antaño alguna cacería juntos, en ciudades distantes. En general no era raro que los cazadores y los inquisidores hiciesen buenas migas. Si un inquisidor tenía el soplo de que en X castillo vivía un vampiro viejo, un nosferatu por ejemplo, era probable que llamase a cazadores de la zona. El mayor número aumentaba sus posibilidades de victoria sobre criaturas que uno a uno barrerían las baldosas con ellos. Así que cuando escuchó los pasos inconfundibles (no iba descalza como los monjes) de Maggie sonrió:-¿Te ha gustado esa antigua leyenda de mi país? Ahora sorpréndeme tú, ¿a que hijo de Satán tenemos que enviar con su padre?-, mientras tamborileaba con los dedos. A lo lejos, las coles crecían...
Manuel de Lezo- Inquisidor Clase Media
- Mensajes : 21
Fecha de inscripción : 29/12/2017
Localización : Vete a saber
Re: Segando coles (Maggie)
Sin esperar que los primeros rayos de sol despuntasen al alba aquella calurosa mañana estival, salté sobre mi montura con agilidad para dirigir nuestros pasos, con un ligero movimiento de las riendas, hacia un convento situado en el interior de un espeso bosque al Norte de París. No acostumbraba a madrugar de esa manera después de haber salido de caza la noche anterior, pero la falta de sueño ese día merecía la pena con creces.
No pude evitar esbozar una sonrisa de medio lado cuando palpé, por encima de la chaqueta que me salvaguardaba de la humedad del amanecer, aquella inesperada misiva que había recibido la tarde anterior citándome en aquel sagrado lugar. Hacía tantos meses que no veía una cara conocida, que cuando vi el nombre del remitente de la misma creí que estaba soñando. El señor de Lezo, era un conocido Inquisidor junto con el que, tanto mi padre como yo, habíamos cazado en alguna que otra ocasión cuando cazadores de distintas nacionalidades éramos solicitados por otras aldeas que requerían de nuestra ayuda. De hecho él había estado presente la noche de luna llena que mi padre me inició en aquella peligrosa profesión; de modo que tenía a Manuel en una gran estima, considerándolo parte de la familia.
Aproximadamente una hora después de mi partida, llegué frente a unos enormes muros de piedra grisaceos cubiertos de moho, junto a los que desmonté para observar con curiosidad aquel tenebroso lugar. Guiando a mi caballo tras de mí al tirar de las riendas, fui rodeando el muro hasta que metros más adelante di con una puerta de hierro que permanecía cerrada. Tal vez me había confundido de lugar, pensé durante unos instantes al comprobar el sepulcral silencio que envolvía el bosque. Pero entonces, a lo lejos, pude escuchar la inconfundible voz del Inquisidor leyendo una historia que había escuchado en más de una ocasión, y sonriendo levemente, empecé a tirar del enrobinado cerrojo que atrancaba la puerta, hasta que éste cedió y pude entrar al interior del alejado convento.
No tardé en encontrar un pequeño sendero que llevaba hasta el edificio principal del convento, también construido con la misma piedra gris que el exterior, donde dejé a mí montura para entrar en un patio interior, sirviéndome de la voz del Inquisidor para encontrarlo.- Siempre me ha gustado esa historia, monsieur de Lezo. Alguna día yo seré Maggie, la Temida.- bromeé asomando la cabeza tras la puerta entre abierta del habitáculo donde se encontraba mi amigo. Sonreí con dulzura al verlo de pie, con su libro en las manos, y sin contenerme más tiempo, salí corriendo hacia él para abrazarlo con fuerza.- Me alegro mucho de veros, mon ami.- susurré mientras continuaba fundida en ese abrazo, suspirando levemente cuando escuché su siguiente pregunta.
Tal vez había descubierto que yo estaba en París, pero no la verdadera razón de porqué mis pasos me habían llevado hasta allí. Iba a ser duro explicárselo todo, pero él también conocía a mi padre, y comprendería mejor mi venganza si le contaba lo sucedido. Me separé lentamente de él para mirarlo a los ojos, y tras un suave suspiro continué.- Estoy buscando al inmortal que asesinó a mi padre hace unos meses, dejándolo morir entre mis brazos desangrado.- pronuncié sintiendo como me iba quedando sin voz al recordar de nuevo aquella fatídica noche en la que perdí a mi apoyo más importante.
No pude evitar esbozar una sonrisa de medio lado cuando palpé, por encima de la chaqueta que me salvaguardaba de la humedad del amanecer, aquella inesperada misiva que había recibido la tarde anterior citándome en aquel sagrado lugar. Hacía tantos meses que no veía una cara conocida, que cuando vi el nombre del remitente de la misma creí que estaba soñando. El señor de Lezo, era un conocido Inquisidor junto con el que, tanto mi padre como yo, habíamos cazado en alguna que otra ocasión cuando cazadores de distintas nacionalidades éramos solicitados por otras aldeas que requerían de nuestra ayuda. De hecho él había estado presente la noche de luna llena que mi padre me inició en aquella peligrosa profesión; de modo que tenía a Manuel en una gran estima, considerándolo parte de la familia.
Aproximadamente una hora después de mi partida, llegué frente a unos enormes muros de piedra grisaceos cubiertos de moho, junto a los que desmonté para observar con curiosidad aquel tenebroso lugar. Guiando a mi caballo tras de mí al tirar de las riendas, fui rodeando el muro hasta que metros más adelante di con una puerta de hierro que permanecía cerrada. Tal vez me había confundido de lugar, pensé durante unos instantes al comprobar el sepulcral silencio que envolvía el bosque. Pero entonces, a lo lejos, pude escuchar la inconfundible voz del Inquisidor leyendo una historia que había escuchado en más de una ocasión, y sonriendo levemente, empecé a tirar del enrobinado cerrojo que atrancaba la puerta, hasta que éste cedió y pude entrar al interior del alejado convento.
No tardé en encontrar un pequeño sendero que llevaba hasta el edificio principal del convento, también construido con la misma piedra gris que el exterior, donde dejé a mí montura para entrar en un patio interior, sirviéndome de la voz del Inquisidor para encontrarlo.- Siempre me ha gustado esa historia, monsieur de Lezo. Alguna día yo seré Maggie, la Temida.- bromeé asomando la cabeza tras la puerta entre abierta del habitáculo donde se encontraba mi amigo. Sonreí con dulzura al verlo de pie, con su libro en las manos, y sin contenerme más tiempo, salí corriendo hacia él para abrazarlo con fuerza.- Me alegro mucho de veros, mon ami.- susurré mientras continuaba fundida en ese abrazo, suspirando levemente cuando escuché su siguiente pregunta.
Tal vez había descubierto que yo estaba en París, pero no la verdadera razón de porqué mis pasos me habían llevado hasta allí. Iba a ser duro explicárselo todo, pero él también conocía a mi padre, y comprendería mejor mi venganza si le contaba lo sucedido. Me separé lentamente de él para mirarlo a los ojos, y tras un suave suspiro continué.- Estoy buscando al inmortal que asesinó a mi padre hace unos meses, dejándolo morir entre mis brazos desangrado.- pronuncié sintiendo como me iba quedando sin voz al recordar de nuevo aquella fatídica noche en la que perdí a mi apoyo más importante.
Maggie Craig- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 13/11/2016
Re: Segando coles (Maggie)
La voz de la joven siempre era agradable de escuchar. Al fin y al cabo, le recordaba a su padre, alegre, valerosa y nunca se amilanaba. No era raro que en este mundo de cazar el mal se adentrasen mujeres. Al fin y al cabo contaba mucho más la pericia que la fuerza bruta, que de nada servía a una presa ante sus depredadores naturales. Ahora bien, es cierto que en cuanto tenían hijos la mayoría decidía abandonar, razón por la que los hombres copaban la mayoría de puestos importantes.
-Para que te llamen de cualquier forma deberás sobrevivir-, respondió lacónicamente Manuel, mientras se giraba a contemplar su rostro. Aunque su cara era muy bonita, no podía engañar a nadie su mirada, ella había visto el mal, y este le devolvió la mirada. La muerte de un ser querido nunca se olvida. Ese mundo tambaleante, esa sensación de un reloj parado es insoportable.-Es un placer, tan preciosa como siempre-, dijo mientras le besaba la mejilla.
Y entonces escuchó la noticia que más se temía. El chupasangres en cuestión era el asesino de su padre, y pretendía ir a por él. -Sabes, la mayoría de cazadores deberíais pasar un tiempo en la Inquisición. Una temporada en la que te enseñan a atacar con indiferencia-, mientras se lo explicaba, monjes silenciosos caminaban a su alrededor. Aunque alguna mirada era de sorpresa por la estrambótica escena que se daba, Manuel sabía que no hablarían.-Los jóvenes siempre creéis que el odio os guía, que os hace fuertes ante la tormenta y la nieve-, dejó su zurrón enorme en el suelo, con cierto cuidado.-En realidad te nubla el juicio, hace que ataques rápido y de frente, por impulsos y no por planes. Sé que no servirá de nada, pero creo que no deberías ir-, y abrió el zurrón.
-Y como se que vendrás, te recomiendo esto-, y sacó una espada. Delgada, como un estoque de los que se utilizan en la tauromaquia, si bien tenía una particularidad. Estaba bendecido por el Arzobispo de Sigüenza, y sobre todo unas hebras de plata serpenteaban en el acero toledano. Un arma magnífica, formidable, ligera y efectiva contra toda criatura del Averno.-Me la bendijo un hombre santo, y la plata hará que no tengas rival. No golpees con tajos, solo penetra su corazón...Y practica-, avisó Manuel.-Con entrenamiento y mi ayuda, tienes una oportunidad-,aseveró Manuel.
-Para que te llamen de cualquier forma deberás sobrevivir-, respondió lacónicamente Manuel, mientras se giraba a contemplar su rostro. Aunque su cara era muy bonita, no podía engañar a nadie su mirada, ella había visto el mal, y este le devolvió la mirada. La muerte de un ser querido nunca se olvida. Ese mundo tambaleante, esa sensación de un reloj parado es insoportable.-Es un placer, tan preciosa como siempre-, dijo mientras le besaba la mejilla.
Y entonces escuchó la noticia que más se temía. El chupasangres en cuestión era el asesino de su padre, y pretendía ir a por él. -Sabes, la mayoría de cazadores deberíais pasar un tiempo en la Inquisición. Una temporada en la que te enseñan a atacar con indiferencia-, mientras se lo explicaba, monjes silenciosos caminaban a su alrededor. Aunque alguna mirada era de sorpresa por la estrambótica escena que se daba, Manuel sabía que no hablarían.-Los jóvenes siempre creéis que el odio os guía, que os hace fuertes ante la tormenta y la nieve-, dejó su zurrón enorme en el suelo, con cierto cuidado.-En realidad te nubla el juicio, hace que ataques rápido y de frente, por impulsos y no por planes. Sé que no servirá de nada, pero creo que no deberías ir-, y abrió el zurrón.
-Y como se que vendrás, te recomiendo esto-, y sacó una espada. Delgada, como un estoque de los que se utilizan en la tauromaquia, si bien tenía una particularidad. Estaba bendecido por el Arzobispo de Sigüenza, y sobre todo unas hebras de plata serpenteaban en el acero toledano. Un arma magnífica, formidable, ligera y efectiva contra toda criatura del Averno.-Me la bendijo un hombre santo, y la plata hará que no tengas rival. No golpees con tajos, solo penetra su corazón...Y practica-, avisó Manuel.-Con entrenamiento y mi ayuda, tienes una oportunidad-,aseveró Manuel.
Manuel de Lezo- Inquisidor Clase Media
- Mensajes : 21
Fecha de inscripción : 29/12/2017
Localización : Vete a saber
Re: Segando coles (Maggie)
Los monjes avanzaban en silencio por el claustro interior que había abandonado hacía escasos segundos, al tiempo que nos lanzában indiscretas miradas que trataban de disimular en cuanto se percataban de que yo les observaba de reojo. Era consciente de que no estarían demasiado acostumbrados a ver mujeres por aquellos lares, y mucho menos con la indumentaria varonil que yo portaba. Y es que si algo había aprendido es que era mucho más cómodo luchar con pantalones y camisola, que portando un encorsetado vestido con enaguas. Así que desde que empecé a entrenar junto al resto de cazadores de mi aldea, dejé los vestidos para mi madre y mis hermanas y comencé a vestir con ropa de muchacho, elección que le costó a mi madre muchos disgustos y quebraderos de cabeza, hasta que comprendió que yo había nacido para ser cazadora como mi padre, y terminó aceptando mis locuras.
Pude observar en los gestos de Manuel como asimilaba aquella dramática noticia lo mejor que podía, sin mostrar abiertamente el dolor que debió causarle la misma puesto que sabía la gran amistad que había entre mi padre y él; y nos gustase o no, incluso nosotros teníamos un corazoncito que se lastimaba. Cualquier cazador que se preciase estaba acostumbrado a ver la muerte de cerca, todos estábamos más que hechos a perder a alguno de los nuestros en alguna cacería que no había salido como debía, pero cuando esa pérdida era la de un familiar cercano, no podíamos evitar que el dolor nos sacudiese el alma por completo.- Querido amigo, mi forma de luchar no ha cambiado en absoluto. No debes preocuparte porque cometa algún error por las prisas de acabar con ese monstruo.- apunté con una dulce sonrisa, comprendiendo porqué el inquisidor me aconsejaba no continuar con mi particular y alocada vendeta.- Es cierto que es el odio y la sed de venganza los que me han hecho recorrer media Europa tras ese ser inmortal, pero creo poder mantener la mente fría llegado el momento. Mi padre me entrenó bien, y aunque es cierto que todavía no soy comparable a él en habilidad, conseguiré darle caza sin problemas a ese vampiro.- susurré mientras controlaba de reojo la puerta, por si algún monje se había quedado oculto para enterarse de qué tramábamos allí.
Sin dejar de estar pendiente de cada movimiento del cazador mientras se despojaba de su zurrón, me quedé desconcertada cuando obtuvo de éste una fina y hermosa espada que hoja plateada y brillante. No había nada que me gustase más en el mundo que las armas punzantes, así que embelesada con su explicación alargué las manos para tomar esta y empuñarla con maestría.- Es muy ligera, asombrosamente ligera.- opiné al tiempo que esgrimía como si de la espada bastarda de mi padre se tratase. Solo que ésta era cien veces menos pesada, y su control era mucho más sencilllo.- Espera, ¿has dicho "sé que vendrás"? ¿Eso quiere decir que te quedarás conmigo hasta que demos con él?- pregunté entusiasmada, esbozando una sonrisa de oreja a oreja, mientras continuaba calibrando el arma con los estoques que mi padre me había enseñado a hacer. Estaba segura de que con lo que ya había aprendido, y con la ayuda de Manuel, las noches de ese vampiro estaban contadas.
Pude observar en los gestos de Manuel como asimilaba aquella dramática noticia lo mejor que podía, sin mostrar abiertamente el dolor que debió causarle la misma puesto que sabía la gran amistad que había entre mi padre y él; y nos gustase o no, incluso nosotros teníamos un corazoncito que se lastimaba. Cualquier cazador que se preciase estaba acostumbrado a ver la muerte de cerca, todos estábamos más que hechos a perder a alguno de los nuestros en alguna cacería que no había salido como debía, pero cuando esa pérdida era la de un familiar cercano, no podíamos evitar que el dolor nos sacudiese el alma por completo.- Querido amigo, mi forma de luchar no ha cambiado en absoluto. No debes preocuparte porque cometa algún error por las prisas de acabar con ese monstruo.- apunté con una dulce sonrisa, comprendiendo porqué el inquisidor me aconsejaba no continuar con mi particular y alocada vendeta.- Es cierto que es el odio y la sed de venganza los que me han hecho recorrer media Europa tras ese ser inmortal, pero creo poder mantener la mente fría llegado el momento. Mi padre me entrenó bien, y aunque es cierto que todavía no soy comparable a él en habilidad, conseguiré darle caza sin problemas a ese vampiro.- susurré mientras controlaba de reojo la puerta, por si algún monje se había quedado oculto para enterarse de qué tramábamos allí.
Sin dejar de estar pendiente de cada movimiento del cazador mientras se despojaba de su zurrón, me quedé desconcertada cuando obtuvo de éste una fina y hermosa espada que hoja plateada y brillante. No había nada que me gustase más en el mundo que las armas punzantes, así que embelesada con su explicación alargué las manos para tomar esta y empuñarla con maestría.- Es muy ligera, asombrosamente ligera.- opiné al tiempo que esgrimía como si de la espada bastarda de mi padre se tratase. Solo que ésta era cien veces menos pesada, y su control era mucho más sencilllo.- Espera, ¿has dicho "sé que vendrás"? ¿Eso quiere decir que te quedarás conmigo hasta que demos con él?- pregunté entusiasmada, esbozando una sonrisa de oreja a oreja, mientras continuaba calibrando el arma con los estoques que mi padre me había enseñado a hacer. Estaba segura de que con lo que ya había aprendido, y con la ayuda de Manuel, las noches de ese vampiro estaban contadas.
Maggie Craig- Cazador Clase Media
- Mensajes : 357
Fecha de inscripción : 13/11/2016
Re: Segando coles (Maggie)
Observó como ella cogía el estoque, satisfecho, incluso orgulloso de ver que le gustaba.-Pon el dedo índice sobre el mango, apuntando a la hoja, para asegurar la precisión-, le cogió su mano y se lo colocó adecuadamente. -Además tiene un tope de hierro tras el primer palmo de acero, para que no se atasque si fallas en el pinchazo al corazón-, toqueteó esa pequeña parte de la espada. Negra, su función era evitar que al fallar una estocada se partiese contra un hueso o algo. En una lucha contra un ser sobrenatural, perder tus armas era sinónimo de morir.-Tu padre hubiese estado orgulloso de ti. Y a mí me arrancaría la cabeza por dejar que te metieses en este lío-, sonrió.
-No me has entendido. Escucha, has tenido suerte hasta ahora, porque el maldito chupasangre no se ha topado contigo, si mató a tu padre, es fuerte. Tu padre era duro como el plomo-, razonó con cierto dolor dentro Manuel. Quizá si él hubiese estado ahí, ahora mismo Maggie podría tener a alguien al que llamar "papá". En su gesto se reveló ese sentimiento de añoranza y culpa cuando un camarada caía.-Tú sola no podrás vencerle. Y eres joven-, intentó sonar lo menos repelente posible-, sería normal que perdieses el control. Te herviría la sangre, y eso es lo que no debes hacer-, terminó de hablar. Los monjes caminaban, aunque alguno no podía evitar rostro de sorpresa por la conversación que tenían. Alguno incluso miraba ruborizado a Maggie.
-Bueno, ya que aceptas mi ayuda, he pensado en reclutar a alguien, aunque no puedo decir nada. Incluso puede que consiga algo de ayuda mágica, aunque no cuentes del todo con ello-, eso iba a ser más dificil por muchas razones.-Él esperará un ataque devastador, de cazadores. Le sorprenderemos por la espalda,
aquí el honor vale de poco-,ahora tenía que explicar algo, el fundamento del éxito contra los vampiros.
-¿Te ha contado tu padre cuando pusimos en la boda de un vampiro con una aristócrata lanzamos una bomba repleta de metralla de plata, envuelta en un ramo de flores? La Inquisición se ocupó de que pareciese un acto revolucionario cualquiera...Y ningún vampiro espera ese ataque. La sorpresa es la clave-, parecía un profesor, pero no era tiempo para deferencias.-Dime, cuales son tus armas favoritas, tu estilo de combate, tus experiencias...No eres tan grande como tu padre, eso cambia mucho-, sonrió mientras le ponía la mano en el hombro.-Escucha, puede que no seamos épicos como las canciones, ni sea tan bonito como una novela. Pero seremos efectivos y ese vampiro volverá al infierno...
-No me has entendido. Escucha, has tenido suerte hasta ahora, porque el maldito chupasangre no se ha topado contigo, si mató a tu padre, es fuerte. Tu padre era duro como el plomo-, razonó con cierto dolor dentro Manuel. Quizá si él hubiese estado ahí, ahora mismo Maggie podría tener a alguien al que llamar "papá". En su gesto se reveló ese sentimiento de añoranza y culpa cuando un camarada caía.-Tú sola no podrás vencerle. Y eres joven-, intentó sonar lo menos repelente posible-, sería normal que perdieses el control. Te herviría la sangre, y eso es lo que no debes hacer-, terminó de hablar. Los monjes caminaban, aunque alguno no podía evitar rostro de sorpresa por la conversación que tenían. Alguno incluso miraba ruborizado a Maggie.
-Bueno, ya que aceptas mi ayuda, he pensado en reclutar a alguien, aunque no puedo decir nada. Incluso puede que consiga algo de ayuda mágica, aunque no cuentes del todo con ello-, eso iba a ser más dificil por muchas razones.-Él esperará un ataque devastador, de cazadores. Le sorprenderemos por la espalda,
aquí el honor vale de poco-,ahora tenía que explicar algo, el fundamento del éxito contra los vampiros.
-¿Te ha contado tu padre cuando pusimos en la boda de un vampiro con una aristócrata lanzamos una bomba repleta de metralla de plata, envuelta en un ramo de flores? La Inquisición se ocupó de que pareciese un acto revolucionario cualquiera...Y ningún vampiro espera ese ataque. La sorpresa es la clave-, parecía un profesor, pero no era tiempo para deferencias.-Dime, cuales son tus armas favoritas, tu estilo de combate, tus experiencias...No eres tan grande como tu padre, eso cambia mucho-, sonrió mientras le ponía la mano en el hombro.-Escucha, puede que no seamos épicos como las canciones, ni sea tan bonito como una novela. Pero seremos efectivos y ese vampiro volverá al infierno...
Manuel de Lezo- Inquisidor Clase Media
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Fecha de inscripción : 29/12/2017
Localización : Vete a saber
Re: Segando coles (Maggie)
Asentí con una alegre sonrisa al escuchar las palabras de Manuel, aceptando de buen grado sus experimentados consejos. Sus explicaciones me recordaban mucho a los entrenamientos con mi padre, el cual con paciencia, mucha paciencia y perseverancia había conseguido hacer de mí una buena cazadora. Había aprendido a utilizar cualquier tipo de arma, incluso a hacer de un simple utensilio de cocina, un acero mortal; o de la escoba de mi madre, un pequeño arsenal de estacas. Desde mi infancia había sustituido las muñecas de trapo por dagas y estacas, y cuando alcancé la adolescencia, cambié los vestidos pomposos y los bailes de salón por todo tipo de espadas. Sin contar con que mi arco había ido creciendo conmigo, ya que cada cierto tiempo mi padre me tallaba uno nuevo acorde a mi altura.
-Mi padre sería el primero que me animaría a acabar con ese monstruo. Se había hecho a la idea de que cuando algo se me metía entre ceja y ceja no había quien me convenciese de lo contrario.- tranquilicé a Manuel, imaginando que ahora que no me encontraba bajo la protección de mi padre, se sentía responsable de mí en cierto sentido.- Y apuesto lo que quiera a que le alegraría saber que no estoy sola y que cuento con vuestro apoyo.
Divertida por la expresión de los monjes que no podían evitar echar un ojo al habitáculo donde nos encontrábamos, comencé a blandir de nuevo la espada con rapidez, sujetándola tal y como me había dicho, acercándome de vez en cuando hasta la puerta para asustar a alguno que se hubiese quedado rezagado para espiar. Era cierto que al ser un arma menos pesada cogerla de esa forma me daba mayor firmeza y seguridad en mis estocadas.-Tal vez haya tenido suerte porque continuo con vida después de todo. Pero también puedo asegurarte que me he enfrentado durante todo este tiempo a inmortales más poderosos que él o licántropos que no han conseguido abatirme.- desvié la vista durante unos segundos. Cierto que el vampiro en cuestión también continuaba con vida, y que nuestro enfrentamiento había terminado en un extraño romance, sin saber a ciencia cierta si esa puerta se encontraba ya cerrada. Tenía muchos secretos inconfesables, y éste era uno de ellos.
Volví a mirarlo a los ojos, esta vez esbozando una tímida sonrisa.- Pero seguro que si cuento con vuestra ayuda, todo resultará mucho más fácil.- apunté alegremente mientras colocaba el extraño florín en su vaina y me acercaba a Manuel, tratando de descubrir a qué se refería exactamente el inquisidor con sus palabras.- He de confesarle
que no estoy sola en esta cacería. Cuento con la inestimable ayuda de un magnífico cazador, que ha sido mi maestro desde poco después de llegar a París.-donde mejor no mencionar que era un lycan y que nuestro encuentro también había sido épico.- Y tal vez podamos unir a nuestras filas a un hechicero de fiar...y con el que estoy prometida.- concluí estas últimas palabras con un todo más bajo, esperando que pasasen inadvertidas.
-No solo me contó aquella anécdota en varias ocasiones, sino que además la ponía de ejemplo cuando en alguna cacería teníamos que valernos de artimañas para derrotar a algún inmortal poderoso.- sonreí con cierta melancolía al recordar a mi padre trazando planes como líder de nuestro pequeño gremio. Mi padre tenía el don de la paciencia y la racionalidad, yo sin embargo era totalmente impulsiva y visceral. Y para qué engañarnos, sabía que mi problema de no parar detenidamente a pensar mis acciones me llevarían a una muerte prematura.
-Mi padre siempre me instruyó con armas blancas. Adoro las espadas y las dagas. Aunque también llevo estacas y mi inseparable arco. No sabría explicarte como es mi forma de lucha, excepto que no soy cautelosa y cometo el error muchas veces de atacar de frente a mi adversario. Soy terca y testaruda, lo que hace que si mi contrincante me desarma, sea capaz de intentar vencerle a mordiscos si hace falta.- sonreí ladina al recordar mi primera lucha con el vampiro, donde defenderse con uñas y dientes se plasmó tal cual en nuestro encuentro.- Manuel, nuestra batalla será épica. De eso estoy segura.- apunté apretando su mano con la mía.
-Mi padre sería el primero que me animaría a acabar con ese monstruo. Se había hecho a la idea de que cuando algo se me metía entre ceja y ceja no había quien me convenciese de lo contrario.- tranquilicé a Manuel, imaginando que ahora que no me encontraba bajo la protección de mi padre, se sentía responsable de mí en cierto sentido.- Y apuesto lo que quiera a que le alegraría saber que no estoy sola y que cuento con vuestro apoyo.
Divertida por la expresión de los monjes que no podían evitar echar un ojo al habitáculo donde nos encontrábamos, comencé a blandir de nuevo la espada con rapidez, sujetándola tal y como me había dicho, acercándome de vez en cuando hasta la puerta para asustar a alguno que se hubiese quedado rezagado para espiar. Era cierto que al ser un arma menos pesada cogerla de esa forma me daba mayor firmeza y seguridad en mis estocadas.-Tal vez haya tenido suerte porque continuo con vida después de todo. Pero también puedo asegurarte que me he enfrentado durante todo este tiempo a inmortales más poderosos que él o licántropos que no han conseguido abatirme.- desvié la vista durante unos segundos. Cierto que el vampiro en cuestión también continuaba con vida, y que nuestro enfrentamiento había terminado en un extraño romance, sin saber a ciencia cierta si esa puerta se encontraba ya cerrada. Tenía muchos secretos inconfesables, y éste era uno de ellos.
Volví a mirarlo a los ojos, esta vez esbozando una tímida sonrisa.- Pero seguro que si cuento con vuestra ayuda, todo resultará mucho más fácil.- apunté alegremente mientras colocaba el extraño florín en su vaina y me acercaba a Manuel, tratando de descubrir a qué se refería exactamente el inquisidor con sus palabras.- He de confesarle
que no estoy sola en esta cacería. Cuento con la inestimable ayuda de un magnífico cazador, que ha sido mi maestro desde poco después de llegar a París.-donde mejor no mencionar que era un lycan y que nuestro encuentro también había sido épico.- Y tal vez podamos unir a nuestras filas a un hechicero de fiar...y con el que estoy prometida.- concluí estas últimas palabras con un todo más bajo, esperando que pasasen inadvertidas.
-No solo me contó aquella anécdota en varias ocasiones, sino que además la ponía de ejemplo cuando en alguna cacería teníamos que valernos de artimañas para derrotar a algún inmortal poderoso.- sonreí con cierta melancolía al recordar a mi padre trazando planes como líder de nuestro pequeño gremio. Mi padre tenía el don de la paciencia y la racionalidad, yo sin embargo era totalmente impulsiva y visceral. Y para qué engañarnos, sabía que mi problema de no parar detenidamente a pensar mis acciones me llevarían a una muerte prematura.
-Mi padre siempre me instruyó con armas blancas. Adoro las espadas y las dagas. Aunque también llevo estacas y mi inseparable arco. No sabría explicarte como es mi forma de lucha, excepto que no soy cautelosa y cometo el error muchas veces de atacar de frente a mi adversario. Soy terca y testaruda, lo que hace que si mi contrincante me desarma, sea capaz de intentar vencerle a mordiscos si hace falta.- sonreí ladina al recordar mi primera lucha con el vampiro, donde defenderse con uñas y dientes se plasmó tal cual en nuestro encuentro.- Manuel, nuestra batalla será épica. De eso estoy segura.- apunté apretando su mano con la mía.
Maggie Craig- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 13/11/2016
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