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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Átropos Sáb Ene 06, 2018 1:40 am

Hacía varias noches atrás no había terminado en buenos términos con Gaspard. Aunque aquella vez las cosas llegaron a un punto que resultaba sorprendente para ambos, especialmente por ser como eran, Eloise se había fijado una misión de suma importancia para ella: deshacerse del homúnculo de porquería. ¿Lo logró? Sí, pero a costa de sacrificios, porque las cosas no siempre pueden ser color rosa (¡qué aburridas serían, además!), y así habían terminado: Gaspard enfadado con ella, con el orgullo herido, a punto de mandar todo al demonio; Leto mostrándose como una especie de mediadora entre ambos; la aparición de un vampiro que le recordaba más cosas de las que, creía, guardaba en su cabeza, y finalmente, empezar a encontrar un verdadero sentido a su existencia, a pesar de la caótica confusión que parecía no tener fin.

Para Eloise, que apenas se recuperaba de su anterior estado de demencia absoluta, aún resultaba complejo el hecho de estabilizar su mente. Había estado dos siglos, ¡dos malditos siglos!, subyugada al dominio de la podredumbre de las Catacumbas y de esa locura que la alejaba más de quién era en realidad. Todos sus recuerdos se esfumaron de la noche a la mañana, y ahora que pretendía recuperarlos, las cosas no podían mostrarse menos desastrosas. Aunque haber conocido a Gaspard de Grailly podría convertirse en algo sustancial para su existencia, sentía que habían cosas de su pasado que no estaba segura si deseaba recordar, o incluso, saber.

Era extraño reconocer que le asustaba, justamente por todo ese vasto historial que llevaba a cuestas. Se hizo una fama significativa luego del abrazo vampírico, que no hizo más que empeorar su situación con el gusano. ¡Ese maldito! Él era el único culpable de todo, y aunque ahora ya no tenían que compartir el mismo cuerpo, parecía que no quería dejarla en paz. No, no sólo no quería dejarla en paz, no estaba contento con que ella se acercara a otros, que recordara con aprecio a Helga, y mucho menos, que sacara conclusiones acerca de la familiaridad que sentía en torno al vampiro que, sospechaba, iba a desenmarañar tarde o temprano. ¿Le iba a gustar?

La respuesta prefirió dejarla para otra ocasión, porque esa vez estaba centrada en otras cosas que debía priorizar sí o sí. La decisión la había tomado con una lucidez asombrosa, como lo haría una persona con sus neuronas funcionales. Era como si todo rastro de Átropos se hubiera esfumado desde el momento en que golpeó con brusquedad al homúnculo, dejándolo abandonado en el barrio de bodegas en donde se encontró, accidentalmente, con Gaspard, con quien se encontraba ahora en quién sabe dónde...

Él aún seguía molesto, podía intuirlo; no había dicho una sola palabra desde que dejaron todo el mal rato atrás. No, el mal rato no se había alejado, seguía ahí, latente, fastidiando demasiado. Sólo dejaron al gusano, que no hacía más nada que estorbar entre ambos. Leto había tomado su forma animal y estaba dormida dentro del bolsillo del abrigo de Gaspard, y ni siquiera se dieron cuenta cuándo terminó ahí. ¡Ni siquiera cómo terminaron en esa casa! Que parecía haber sido abandonada hacía no demasiado tiempo. A Eloise le recordó un poco a donde vivía, pero pensó luego que a las personas de esa época les gustaba más lo céntrico, que estar ocupando propiedades tan apartadas como esa.

Pero eso aún no respondía por qué estaban ahí. ¡Claro! Se refugiaron en ese lugar porque faltaba relativamente poco para el amanecer, y el trecho que conducía a la ciudad era largo. Aunque Eloise insistió en que Gaspard continuara, él no le hizo caso. ¿Se lo esperaba? El humano de Grailly jamás cambiaría su particular modo de tomar decisiones, y así estaba: hiriéndose la palma de la mano con la uña, sin parar de mover el pie y observando a través de la ventana que quedó descubierta. La única luz que los iluminaba era la de un candil que luchaba por no desvanecerse entre las penumbras.

Eloise no se atrevía a decirle nada a él, porque ya había causado suficientes problemas, pero no se trataba tanto por eso. Su estado de lucidez le permitía darse cuenta de algunas cosas, y le costaba muchísimo dejarlas salir. Quizá a Gaspard también, porque no se acostumbraba; él odiaba la compañía de otros, y mucho más si traicionaban su confianza. Aun así, optó por permanecer a su lado, a pesar de las circunstancias. Pero ella no se acercó, no tuvo el valor de hacerlo, quiso quedarse en el rincón oscuro en donde había permanecido todo el rato que llevaban ahí.

—Gaspard —murmuró, cuando ya no soportó más el silencio—. ¿Sigues todavía molesto? ¡Ya está! Me disculpé, ¿qué más quieres?

No obtuvo respuesta, él seguía recostado cerca de la ventana, sentado en una butaca ya vieja. Se encontraban en el segundo piso de la propiedad. Aún quedaban algunos muebles que apenas tenían una sutil capa de polvo. Pero eso era lo que menos le importaba a Eloise, porque se planteaba más bien si acercarse o no, ¡y al diablo! Se puso de pie para plantársele en frente, sujetándole el mentón, y así obligarlo a mirarla.

—¿Vas a seguir ignorándome o tengo que arrancarte las palabras de la boca? —inquirió, y aunque aquel gesto pudo confundirse con algo que haría Átropos, no fue así, aquella era Eloise en todas sus piezas completas—. Si quieres seguir metido en mis asuntos, al menos hazlo bien, ¿no? No pretendas que vamos a desperdiciar el único momento en el que podemos aclarar todo de una buena vez, y hacerlo como dos personas adultas.

Lo soltó y fue a sentarse a su lado, con las piernas flexionadas, observando al frente. Ella misma estaba sorprendida de su propia actuación.

—Sé que es difícil volver a confiar en alguien que traiciona tu confianza, pero, ¿qué fue lo que hice exactamente? Cometí errores, lo sé. Estaba desesperada, lo entiendes. No eres ningún estúpido, eres mucho más brillante de lo que haces ver a los demás, ya no es algo que puedas ocultarme por más tiempo, no ahora...
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Mensaje por Invitado Dom Ene 14, 2018 9:52 am

Gaspard de Grailly era un hombre voluble, puro caos emocional que solía traducirse en caos físico por esa maldición suya de ser incapaz de parar quieto, fueran cuales fuesen las circunstancias. Los estudiosos lo llamarían hiperactividad, desarrollarían drogas para que tipos como el aquitano pudieran concentrarse y llevar una vida normal, ¡como si al no-tan-vulgar resurreccionista le interesara lo más mínimo llevar la etiqueta de la normalidad a cuestas!, pero aún no lo habían hecho, ni tenían intención tampoco de hacerlo, así que no había más solución a sus asuntillos que las que él se llevaba buscando desde que tenía consciencia de sí mismo.

Así pues, Gaspard de Grailly se encerró en su propia mente, tan estimulante que no requería de estímulos externos para poder entretenerse, y se permitió relajarse (en la medida en que un tipo como él era capaz de hacer eso) y abstraerse, no del todo pero sí lo suficiente para ser casi manso. Si bien era cierto que él había sido quien había sugerido lo de largarse, ella era quien estaba decidiendo el lugar al que los tres se estaban dirigiendo, como una maldita familia desestructurada con dos cabezas que ni siquiera en sus peores pesadillas serían algo parecidos a buenos padres de una ratita tan silenciosa como, a veces, él mismo. ¡Enhorabuena, papá figurado, tu niña se te parece...!

Era, no obstante, por motivos distintos: Gaspard callaba porque odiaba hablar por hablar, igual que odiaba tener que lidiar con otras personas e incluso con sus atractivos vampiros en la mayor parte de las ocasiones; Leto, por su parte, callaba por pura timidez. En aquel momento lo hacía porque se había quedado dormida, en su forma de rata, en uno de los bolsillos del abrigo del aquitano, aún con un breve aroma a vino (¿véis? ¡Estar concentrado permite saber esas cosas aunque se tengan unos sentidos normales! Bueno, eso y haber mamado casi más vino que leche materna, como era una constante en la familia de Grailly), sin que él se hubiera quejado. ¿Para qué?

Algunos podrían creer que no estaba molestándose y lamentándose del lugar que la ratita nada presumida había elegido para echarse la siesta porque la despertaría, pero eso le daba igual. Para preocuparse por algo así hacía falta un mínimo de empatía, y si bien Gaspard algo de eso tenía, no era el momento ni el lugar para apelar a algo que no le abundaba precisamente. No, Gaspard no se había quejado porque tenía cosas mejores en las que pensar, nada más y nada menos, como por ejemplo la traición que aún sentía demasiado reciente por parte de la vampiresa o su propio mal humor, el cual, al no estar concentrado en disimular su lenguaje corporal, se le tenía que notar casi hasta de vuelta en su Saint-Émilion natal.

Francamente, le importaba un bledo. Lo hizo cuando se fueron, lo hizo mientras caminaban, lo hizo hasta cuando llegaron a la casa y él se sentó, a solas, huraño y aún sumergido en el huracán de pensamientos que era su mente hasta cuando se suponía que estaba en reposo. Oh, reposo, qué bonita palabra, sonaba hasta melodiosa, ¿qué demonios significaba...? ¿Se le podría alguna vez aplicar a alguien como él, que no podía parar quieto ni aunque lo intentara? Y por una vez lo estaba haciendo, con sus mecanismos habituales: provocarse dolor en la palma de la mano, el más efectivo de todos los que alguna vez había tenido que utilizar para controlarse a sí mismo.

No olvidaba, su memoria era demasiado buena para hacerlo. De poder olvidar, olvidaría la traición de Eloise, igual que la existencia de un parásito que le había dado una migraña con la que aún estaba lidiando. Para su desgracia, eso parecía imposible que le sucediera, y mucho menos pronto, en parte por sí mismo y en parte porque seguía acompañado de una de las malditas protagonistas de su molestia y eso no ayudaba nunca a nada. Gaspard alzó la mirada vagamente al oírla, de fondo, y no prestó demasiada atención hasta que ella no lo obligó; furioso al respecto, siseó y apartó la mirada, consciente de que algo de razón tenía, por poca gracia que le hiciera.

– Te ha costado tu maldito tiempo llegar a darte cuenta de lo que soy, ¿no? Cualquiera diría que no prestabas atención a nada que no fueran tus asuntos. – espetó, y su acento musical se mezcló con su tono de voz molesto para convertir esa exclamación molesta en algo más rabioso de lo que el propio Gaspard había pretendido. No es que le hiciera falta que gritara, ella estaba tan cerca que su cuerpo casi había reaccionado a la falta de espacio que los separaba, pero aun así lo hizo, como si fuera a sentirse mejor a sabiendas de que estaba siendo injusto. ¡Maldita empatía, demonios, estaba muchísimo mejor sin ella!

– ¿Qué quieres que te diga? No me gusta que me utilicen, y tú lo has hecho. No me gusta que intenten manejarme, y tú lo has hecho. No me gusta confiar en nadie, tú me obligaste y has quebrado esa confianza. Lo dices todo como si solucionarlo fuera tan fácil que una conversación lo puede conseguir. – respondió, por fin, siendo sincero, aunque a veces era preferible que no lo fuera, porque su manera de exponer las realidades sin filtros ni medias tintas podía llegar a ser dolorosa, sobre todo para ella. Él ya estaba molesto, así que por añadir algo más a ese cóctel que tenía en la cabeza y en sus rarísimos sentimientos tampoco iba a pasar nada.

– Me hablas tú de hacer las cosas bien. Estupendo, dame una lección, tú que no has podido evitar que tu homúnculo salga y te encadene a él. El día que te lo cargues de una vez será cuando acepte tus consejos. – refunfuñó, volviendo a ese tema que tanto le molestaba (sin más, lo había hecho desde el principio, no veía por qué iba a cambiar algo así cuando no había habido alicientes para que lo hiciera), que era el homúnculo. – Esto de confiar en alguien no me gusta. Estaba muchísimo mejor yo solo, era todo mucho menos problemático. – afirmó, tajante.
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Mensaje por Átropos Miér Ene 31, 2018 12:05 am

¡Qué complicado se estaba volviendo todo ese asunto! Sobre todo para ella, que no se había vuelto a relacionar con la lucidez de sus pensamientos desde hacía bastante tiempo. Tampoco era como si le resultara maravilloso. Además, fue prácticamente obligada a ello, y aunque una parte de sí misma lo había necesitado con urgencia, lo que iba descubriendo en el proceso no era en lo más mínimo agradable, en realidad, le dejaba una amargura que, temía, no se iba a esfumar tan pronto, sino que le seguiría taladrando la cabeza por mucho rato. De acuerdo, tendría que, en algún momento, aprender a convivir con ese desastre y con esas verdades incómodas por muy difícil que le resultaran. Por muy inaceptables que le fueran en su propia lógica. Por muy... ¡Tendría que hacer el intento! Y ya, fin del tema.

No, no podía ponerle punto y final aún...

Estaba frustrada, consternada; prácticamente con la cabeza hecha añicos. Antes, en su época de Átropos, era fácil aceptar todas las cosas extrañas que hacía, porque no le importaban, porque simplemente se dejaba llevar por impulsos, y muchos de éstos iban y venían. Pero en ese instante ya no era eso. Esa locura de la que se sentía orgullosa ya no se encontraba ahí. Ella empezaba a recobrar, de manera progresiva, todo lo que había dejado abandonado junto con la muerte de Helga, y ese todo ahora pretendía regresar a su lugar de origen: su cabeza. Quizá podía llegar a entender un poco más el motivo de la privación de su lógica, y ese motivo era nada más que el maldito gusano que bien pudo haber sido su hermano gemelo. Tal vez se trataría de alguna venganza de su parte, por no tener la capacidad de depender de su propio cuerpo, o, ¿y si había algo más? ¿Se trataría directamente de Helga, su madre?

Hasta ahí no llegaba su comprensión, porque, a pesar de que empezaba a recordar algunas cosas, tenía la mala espina de que la mujer que cuidó de ella le hubiera ocultado cosas. Y una de esas cosas se relacionaba, no sólo con el homúnculo, sino con ese hombre que había irrumpido en su antigua casa en ruinas.

Sin embargo, justamente en esos minutos en los que el silencio le pesaba demasiado, ese no era su principal problema, ni su principal razón para querer entender cómo diablos funcionaba la lucidez en alguien, sobre todo en alguien que había pasado por una condenada locura durante dos siglos. Eloise quería, con genuina desesperación, comprender lo que la ataba a alguien tan complejo como Gaspard. Por supuesto, la rabía que llegó a experimentar era auténtica, y no se trataba de esa ira que desbordaba Átropos cuando las cosas no se hacían como ella quería. Esta vez se trataba de algo diferente; algo ligado a la indignación, al arrepentimiento, al dolor...

Por eso fue que sus palabras (las de él) le chocaron tanto, le sonaron demasiado bruscas; tan afiladas como un puñal de plata. Sí, por una parte sabía que esa era la conducta habitual de Gaspard, y, estando en ese estado lucidez, lo aceptaba, no obstante, por otro lado no lo asimilaba. Por otro lado, no era lo que quería oír, y por mucho que su sentido común le refutara que pensaba en tonterías, había algo que se iba anidando en su pecho y le provocaba un fuerte deseo de... ¿De qué? Aquello era tan parecido a lo que sintió cuando Helga se fue de su lado para siempre. Pero, ¿Gaspard se iría de su lado?

La idea la golpeó más que el silencio incómodo que se hizo entre ambos, casi inquebrantable, como un enorme muro hecho de roca maciza. Incluso llegó a ser menos tolerable que lo que él le había dicho. Una parte era verdad, otra no; estaba siendo un tanto injusto, sobre todo por no querer ponerse en el lugar de ella, aún cuando Eloise sí se intentaba poner en el suyo, a pesar de luchar con su demencia de manera constante. Y eso fue lo que más le dolió. Y tanto, cabía decir. Aun así, debía contener su desesperación.

—¿Sigues con eso? Digo, ¿acaso has hecho el esfuerzo de ponerte en mi lugar, Gaspard? ¿Has intentado pensar cómo debería sentirse estar en mi situación? ¿Lo has hecho? Sigues recriminándome una estupidez, y lo sabes —espetó, apretando mucho las manos, hasta sentir como las uñas se le clavaban en la piel—. ¿Cuándo se supone que te utilice? ¡Estás estúpido! Crees que si te hubiera utilizado, ¿estaría aquí a tu lado luego de haber golpeado al gusano? A ver, piensa cabeza...

Exigió las respuestas, aunque no de forma directa, simplemente dejó la semilla de la duda germinar, y que se tomara su tiempo para hacerlo, mientras que ella, aceptaba con los brazos abiertos que llegó a equivocarse, inclusive cuando quiso controlarlo, ¡cuando era imposible hacerlo! Pero, claro, esa ella que quiso hacerlo no era Eloise, era Átropos, y ya Gaspard tenía experiencia identifícándolas a ambas.

—Si lo mencioné, es porque al menos pienso en alguna solución. Pero si la tuya es estar solo, pues bien, lo entiendo. —Sentenció, poniéndose luego de pie. Sabía que Leto aún estaba dormida, y que si deseaba encontrarla, lo haría. Tampoco pretendía meterla en más problemas; la pobre rata no se lo merecía—. Sólo una cosa más, Gaspard. El único que ha decidido meterse en esto, a pesar de seguir empeñado en que le gusta estar solo, has sido tú. Incluso antes de venir aquí te dije que podías seguir tu camino. ¡Estás aquí por tu maldita decisión! No te he obligado en ningún momento. Te di opciones, y creo que he sido bastante sensata en ese caso. Pero ya no importa. Sólo te importas tú y tu orgullo herido; no quieres ver más allá de eso...

No valía la pena seguir dándole vueltas al asunto. Las cartas estaban sobre la mesa, al menos para ella. Así que, aunque era demasiado arriesgado, buscaría otro refugio temporal durante el día. Ya luego se iba a encargar del gusano y ladrón de cuerpos. No le importó en ese momento tener que ser el cordero sacrificado en semejante ritual, porque todos sus deseos de seguir adelante con su existencia se vieron reducidos a cenizas. Por esa misma razón había decidido largarse de ahí, en silencio, sin demasiadas quejas al respecto.
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Mensaje por Invitado Dom Feb 11, 2018 3:52 pm

Por supuesto que seguía con eso: había seguido, seguía y seguiría eternamente, o al menos el tiempo suficiente para que pudiera entender los sentimientos ajenos... Con lo cual, sí, eternamente parecía una cantidad de tiempo bastante aproximada para lo que le costaría. ¿Cuán difícil era entender que si Gaspard no se entendía a sí mismo en ciertas cosas, menos iba a entender a los demás? Podía hacer el esfuerzo intelectual, que en realidad no era tal, de ponerse en su lugar, pero siempre habría limitaciones, como por ejemplo que era hiperactivo, sí, pero ni estaba loco ni lo estaría nunca, y eso no ayudaba a comprender a Eloise.

También estaba el pequeño detalle de que había estado siempre solo, hasta cuando se había encontrado rodeado de personas; esa soledad le había hecho preferir confiar en sí mismo y nada más, y de pronto todo había cambiado y le habían empezado a salir seres alrededor como si fueran setas, ¡maldita sea! Él no había elegido nada de aquello: ni a Eloise, ni a la maldita rata que lo había adoptado como si fuera su padre (premio al padre del año para Gaspard, efectivamente, se lo merecía. ¡Ja!), ni mucho menos a su hermano Lazet. Y con lo que odiaba que le dieran órdenes o que otros, aunque fuera el destino, controlaran su vida por él, tenía demasiado con lo que lidiar como para encima andarse con exquisiteces.

Por supuesto, eso a Eloise no le importaba, o si lo hacía lo ponía muy por detrás de su propia locura. Gaspard, hombre de pocas palabras, creía más en los hechos, los cuales podía analizar con muchísima más objetividad; ante sus ojos, Eloise había cometido una serie de fallos con él que, sí, podían explicarse con su locura, pero le habían herido, una de cal y una de arena. Como consecuencia, él, animal con algunos rasguños bastante profundos, estaba a la defensiva, ¡no era tan difícil de entender ni siquiera para una demente ocasional como ella lo era! Causa, efecto; acción, reacción; Gaspard era herido, atacaba. Tan sencillo, y a la vez tan complicado, como eso.

– Fulana egoísta. – espetó. A continuación, silencio; Leto seguía dormida en su bolsillo, ajena al divorcio en potencia que sus padres estaban llevando a cabo, y Eloise sólo necesitó aquellas dos palabras, dichas con bastante rabia contenido y con un extraño acento gascón que a Gaspard sólo le salía de cuando en cuando, para detenerse. Él ni siquiera lo había dicho con esa intención, simplemente su mente había sido rápida a la hora de procesar lo que estaba pensando y sus labios, tan impredecibles como el resto de su cuerpo esculpido en mármol pecoso, se habían abierto para hacérselo saber, sin duda imbuidos por esa parte de Gaspard que disfrutaba algo del dolor de un vampiro, para lo cual era necesario pincharlos antes.

– Me has utilizado desde el momento en que viste un atisbo de cordura. El gusano te arrastraba a las Catacumbas, a ser Átropos otra vez, pero yo te llevaba en dirección contraria y te me has agarrado con uñas y dientes porque sabes que prefieres esto que volver a reinar entre cadáveres. – afirmó. Se detuvo cuando el recuerdo de los mordiscos de Átropos, más que Eloise (aunque también), le provocó un escalofrío que resultó imperceptible por el resto de movimientos de su cuerpo, un motor incapaz de detenerse por culpa de la maldita hiperactividad que aquejaba desde pequeño.

– Aparte de fulana y egoísta eres muy estúpida. – matizó, encogiéndose de hombros. Al momento siguiente, se había incorporado y se estaba quitando el abrigo donde Leto descansaba en forma de rata, y lo dejó apoyado por allí con la delicadeza suficiente para que ella no fuera aplastada por la tela en esa forma delicada suya. Sin embargo, todo atisbo de cuidado se esfumó en cuanto el cuerpo de Gaspard quedó a la vista: con cada músculo en tensión y cada tendón a la vista, era evidente que su molestia se estaba viendo reflejada en su aspecto físico, que no dejaba de impresionar a Eloise, aunque él estuviera ignorando ese detalle en concreto por su propio y maldito bien.

– Me has dado una elección y la he tomado, hasta ahí estoy de acuerdo. – confirmó. Lo contrario habría sido engañarse a sí mismo, y por ahí sí que no pasaba. – Pero si no viera más allá de mí y de mi orgullo herido, me habría ido. Si no me importaras una mierda, Eloise, me habría largado, y sin embargo aquí estoy. ¿Molesto? Oh, sí. Pero sigo leal, y no he sido nunca leal a nadie más que a Gaspard de Grailly, así que trágate tus malditas palabras y empieza a fijarte en los actos de una maldita vez, porque son mucho más importantes. – explicó, admitió, rabiosamente cedió en eso.

La rabia que sentía era tal que incluso se acercó a ella y le puso la mano en la garganta para, con su fuerza no sobrehumana pero sí extraordinaria, estamparla contra la pared. Sin embargo, no apretó el cuello de Eloise, y no por saber que no podría partírselo siendo un mero humano, sino porque en lugar de eso dedicó su atención a ella y a su boca, que estaba besando y mordiendo a intervalos irregulares, como él, su comportamiento y sus malditos pensamientos. Ya que hablaba de actos, no le costaba nada demostrarle el porqué de no haberse largado; Gaspard no era de los sentimentales, pero sí de los enfermizamente atraídos por vampiros, y por eso la estaba besando. Al menos, esa era su excusa para no admitir la otra verdad, que no se había ido porque una parte de él, más grande de lo que creía, estaba loca por la loca de las Catacumbas reformada a la que sentía clavarse contra él.
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Mensaje por Átropos Miér Feb 21, 2018 1:08 am

¿Por qué todo lo relacionado con su pasado resultaba tan complicado? ¿Por qué? Una parte de ella, esa que había huido de la locura, se mantenía aferrada a la idea de descubrirlo y entenderlo, pero su lado más caótico quería mandar todo al diablo, creyendo que las Catacumbas, y la mismísima destrucción, eran la mejor solución a ese problema que había iniciado la relación con Gaspard de Grailly. Una parte de ella deseaba abandonarlo todo, mas, su lado más sensato, no quería, a pesar de ser precisamente el que más sufría por toda aquella situación. Sin embargo, ese mismo dolor, esa indignación, además de la decepción que llegó a experimentar en ese momento, la convencieron de que, quizá, lo mejor era cederle su espacio a él.

Desde luego, ya se había decidido a hacerlo, pero Gaspard hizo que se detuviera. Sus palabras la obligaron a hacerlo, justamente en el instante en el que su decisión estaba tomada. No se giró a verlo, simplemente se quedó inmóvil, escuchándolo. La rabia hacia él se había esfumado; sólo seguía presente su intención de vengarse del homúnculo, aunque para ello tuviera que sacrificarse a sí misma, incluso se llevó la mano, de manera inconsciente, hacia su abdomen, recordando la carta que ese gusano usó en contra suya. Claro, eso lo consiguió porque se había resguardado tras un hechizo de Helga, uno que, además, fue hallado por la misma Eloise. Maldita deformidad ladrón de cuerpos...

Y ahí seguía su pasado, fastidiándola, martillándole la cabeza, como si ya no tuviera suficiente ruido en ésta. Como si ya no sintiera la necesidad de dejarlo todo, aún en su condición de inmortal. Pero no podía. No quería. ¡Maldita sea! Ese estúpido humano tenía razón, y aunque no se la dio directamente con palabras, sí que lo hizo la mirada que le dedicó cuando se dio media vuelta para observarlo. La diferencia entre ella y Átropos era bastante abismal, a pesar de que ésta última sólo se convirtió en una máscara, un refugio en el que podía silenciar todas sus dudas, y el dolor de una pérdida que no quiso aceptar en su momento.

—Tienes una idea bastante extraña de eso a lo que llamas "utilizar", ¿sabes? Quizá estuve durante dos siglos rodeada de cadáveres y oscuridad, pero no siempre fue así, por lo que, sí, tengo una idea muy clara de lo que es valerse de alguien. Mejor dicho, utilizarlo a tu antojo y luego hacerlo a un lado, como si fuera basura —le refutó. Ya que pretendía seguir en lo mismo, estaba bien, era hora de debatirlo como se merecía—. Y más importante, esa persona se marcha sin avisar; se esfuma, y ya. No te da esperanzas de nada, ni siquiera te dice si le importas o no. Yo tuve razones, porque, aunque no fue la mejor opción, quería protegerte. Ah, pero eso da igual... La loca soy yo, eh.

Retrocedió. Esta vez era ella quien no quería lanzarse en ese pozo de sentimentalismos, porque se estaba fastidiando demasiado. No, no le fastidiaba, le hacía daño, y sólo quería cerrar los ojos y que todos se callaran de una vez por todas. Gaspard incluido. Sin embargo, aquello no iba a poder ser. O se acostumbraba a ordenar su cabeza, o... ¡No tenía mejores opciones! Tal vez sí era un poco estúpida, y ya no debía seguir dándole vueltas al mismo asunto. Ya se negaba hacerlo. Sólo quería salir de ahí y ya vería qué haría después, que el destino se encargara de hacer con ella lo que le complaciera.

Pero "su querido humano" entró al ataque antes de que la resignación ganara territorio, y lo hizo de una manera en la que Eloise no pudo discutirle nada en lo absoluto. Él usó una táctica que atacaba su punto débil. Era una jugarreta sucia a la que ella cedió con facilidad, porque le correspondió el beso desde el primer momento. No obstante, al recordar lo anterior dicho, y el tema de los vampiros que él tocó en el barrio de bodegas, hicieron que Eloise se apartara de Gaspard de manera brusca, inclusive llegó a hacerle daño al clavarle los colmillos con mucha rabia en el hombro.

—¡No te me acerques más! ¡No lo hagas! —replicó. Furiosa como estaba, él sólo se quedó en su lugar, mientras Eloise bufaba de pura molestia—. Te quejas de que te utilicé, ¿y tú qué haces? Sólo te quedas porque soy un maldito vampiro. ¡Es por eso que lo haces! Te importan más un par de colmillos que otra cosa. Trágate tú tus malditas palabras y acciones, Gaspard de Grailly. Búscate a otra sanguijuela que no sea tan estúpida como yo...

Buscó la salida, pero él la bloqueó. Y fue en ese instante en el que Eloise deseó poder ser Átropos de nuevo, mas no pudo. Se encontraba cada vez más débil por la cercanía del amanecer, y ya estaba cansada de luchar consigo misma. También con Gaspard.

—Ya basta. Yo no voy a ser parte de tus trofeos, lárgate, o déjame ir. Hay muchos vampiros allá afuera que querrán dejarte como colador —balbuceó, llevándose una mano a la boca, con la mirada perdida en alguna parte que no era la figura de Gaspard. Sólo se aislaba más de él, hasta que la esquina de la habitación derruida la detuvo—. Tú eres el único que utilizas a los demás. Eso es lo que realmente haces. Es lo que demuestran tus actos, y también tus pensamientos. Eso hacen.

De un momento a otro terminó sentada en el suelo, con los brazos rodeándoles las piernas, mientras hacía como si ya no hubiera nadie a su alrededor. Siempre estuvo sola, ¿por qué ahora tenía que ser diferente? Hasta su madre la había abandonado, ¿no? No, ella no lo hizo a propósito, pero sus mentiras le hicieron más daño que eso...

—¿Por qué sigues aquí? Todo esto es... Difícil. Lo odio. Tal vez habría sido más sencillo quedarme como Átropos y no pasar por este... ¿Dolor? No lo sé, llegué a olvidarme de si tenía sentimientos o no. Los monstruos no deberían tenerlos. No.
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Mensaje por Invitado Mar Mar 06, 2018 2:22 pm

Los resurreccionistas no sabían mucho de monstruos, para desgracia del imaginario colectivo y de los amantes de lo morboso: su profesión era tan malditamente prosaica que le quitaba la magia a todo, hasta a la muerte. ¡Se lidiaba con cadáveres, demonio, la misma definición de algo que no va a moverse ya nunca más! A fuerza de robarlos, uno se acababa acostumbrando a la quietud y el silencio; en realidad, su profesión era muy rutinaria, monótona, y obligaba a una serie de rituales que cada uno de ellos llevaba bastante a rajatabla porque favorecía el trabajo: desde luego, lo contrario a lo que una mente inquieta como la de Gaspard requería...

Y por eso se había educado, antes de ser un ladrón de tumbas, como cazador. No había sido una profesión que él hubiera elegido de haber podido elegir, pero Gaspard siempre había sido muy práctico y siempre se adaptaba a los golpes que le daba la vida porque no había tenido más remedio que hacerlo, así que cuando se le presentó la oportunidad en bandeja, la tomó, ¡vaya que sí! Tal vez no ejercía de asesino de sobrenaturales tanto como de ladrón de cuerpos para gente cuyos propósitos le importaban de poco a nada, pero sí que solía practicar el noble oficio de vez en cuando, y era casi terapéutico para él porque, francamente, necesitaba mantenerse activo, o de lo contrario se volvería loco.

Así pues, aunque a tiempo parcial, Gaspard de Grailly era cazador, con muchos años de experiencia en el sector y una formación exquisita de la mano de un grupo de truhanes con poca moral y mucha, muchísima avaricia para hacerse lo más ricos que pudieran en el menor tiempo posible. Eso se traducía, claro, en muchas muertes a sus espaldas, siempre de sobrenaturales porque todavía no había llegado al punto de matar a un humano, y menos así porque sí; estaba convencido de que habría tiempo en su vida para todo, y la ocasión no tardaría en llegar, pero aún no lo había hecho. Y, claro, entre los sobrenaturales había habido seres que eran lo peor, auténticos monstruos, lo cual convertía al aquitano en un auténtico experto en el tema en cuestión.

¿A qué venían, entonces, todos esos malabares mentales que estaba haciendo el mediano de los de Grailly? Muy sencillo: Átropos, ante él, se estaba derrumbando, balbuceando no sabía él qué tontería de los monstruos cuando él sabía que ella no era uno, aunque estuviera potencialmente como una cabra y le hubiera costado mucho llegar a un nivel de higiene bastante básico, incluso para la época. Y él sabía que debía decir algo al respecto, tal vez para tratar de animarla o algo así, ¡qué sabía él! La empatía nunca había sido lo suyo, no se cansaba de repetirlo porque era un hecho que todos los que lo trataban debían empezar a manejar cuanto antes, así que eso lo dejaba atado de pies y manos... con lo que el aquitano odiaba no poder moverse a su libre y descontrolado albedrío.

– Monstruo. Ja. Eso en todo caso lo será el parásito de tu cráneo, pero ¿tú? No. Los monstruos hacen cosas mucho peores que las tuyas. Sólo te has encerrado, alimentado, vuelto loca y tratado mal a un humano pueblerino que roba muertos y caza a los tuyos, no has hecho las barbaridades de otros. – opinó. Aunque seguía de pie, no estaba mirando a Átropos, en el suelo, sino que su mirada se había clavado en su hombro, que lucía la marca del mordisco que su vampiresa fulana le había dado en un impresionante ataque de rabia que no había hecho sino calentarlo, como de costumbre. Gaspard de Grailly, el rarito de los vampiros, el que disfrutaba de ser mordido, atacaba de nuevo.

– Tú misma lo has dicho, Eloise, hay otras sanguijuelas. Muchas. Las ha habido antes que tú, quizá las haya después de ti, ¿yo qué sé? ¡Si ni siquiera sé lo que voy a hacer justo después de hablar! Pero recuerda una cosa, una maldita cosa nada más: la única sanguijuela a la que vuelvo eres tú. – espetó. Aunque hubiera admitido algo serio y profundo, su tono de voz, tan enfadado como demostraba estarlo su cuerpo, de por sí duro, en tensión, hizo que la cosa no fuera tan sentimentaloide como podría haberlo sido. Mejor, por otro lado, puesto que si Gaspard detestaba la empatía, mucho más odiaba los sentimientos, hasta si eran propios. Sobre todo si eran propios.

Ya le había admitido más de una verdad incómoda a Eloise en el período de tiempo que llevaban conociéndose, y la verdad era que a él le parecía demasiado ya, así que tendía a evitar seguir por ese camino, igual que también solía evitar hablar más de la cuenta. Sin embargo, Eloise tenía la maldita costumbre de llevarlo a límites que lo incomodaban sobremanera, y aquella vez no fue la excepción; Gaspard, inquieto por naturaleza, decidió sentarse en el suelo, justamente enfrente de la vampiresa, en una posición de casi total quietud que no le pegaba nada y de la cual salió moviendo los dedos unos contra otros, imparables. Igual que él mismo: si hubiera solución para su hiperactividad, aparte de drogas como el opio que no le apetecía probar, ya la habría descubierto, así que lo suyo sería terminal, imaginaba.

– Madura. La maldita vida es difícil. ¿O te crees que la mía no lo ha sido? Que no tenga doscientos y pico años no significa que todo haya sido un camino de malditas rosas. – ordenó. Gaspard apenas hablaba de sí mismo, no confiaba en nadie para hacerlo, y además tenía el pasado muy bien enterrado y no le infectaba heridas que pudieran llevarlo a narrar episodios concretos. Sin embargo, Eloise estaba hecha un desastre y necesitaba una bonita dosis de realidad para salir de esa piscina de desprecio hacia sí misma que le provocaba la confusión, y Gaspard, experto en verdades incómodas, sería el responsable de dársela. ¡No podía esperar!

– Tu madre te abandonó, bien. Tu madre, que era de la realeza, te recuerdo. La mía se olvidaba de que yo existía, ¿y qué? Me busqué la vida yo solito. Tú debes hacer lo mismo. – aconsejó. Parecía mentira que alguien tan tosco como él pudiera dar una guía tan buena a una persona tan perdida como Eloise, pero así era. Nadie como un desharrapado para entender a otro, ¿no? – Tu humano siempre vuelve. A lo mejor será por algo, porque te prefiere a otros coladores, porque a ti te aguanta y al resto no, yo qué sé. Pero hundirte nunca va a solucionar una maldita basura, Eloise, y lo sabes tan bien como yo. – gruñó, con la paciencia a punto de acabarse.
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Mensaje por Átropos Miér Mar 21, 2018 12:36 am

¿Y de qué otra manera podría considerarse con todos esos antecedentes que llevaba a rastras en su sombra? Tal vez estaba lidiando con un mal concepto de sí misma, ¿y cómo no? Alguien que había vivido casi dos siglos en las Catacumbas, rodeada de cadáveres, creyéndose, y comparándose además, con la mismísima muerte, no hallaba otro mejor calificativo que el de ser un "monstruo". También se había hecho protagonista de crímenes terribles; la Inquisición llegó a preocuparse en su momento por tan nefastos incidentes, pero eso no era algo que Gaspard sabría de primera persona, porque la conoció en un período bastante pésimo, por así decirlo. Sí, claro que estaba bastante inestable de la cabeza, y cuando la encontró en las Catacumbas, doña Átropos aún seguía muy presente, sólo que en menor medida, hasta que se desvaneció. ¿Para bien o para mal? Una pregunta compleja obtendría una respuesta del mismo nivel.

Eloise había estado bajo la influencia de ese animal rastrero a la que llevaba atada desde su nacimiento. La inmortalidad sólo empeoró las cosas, y la locura fue una consecuencia que vino tarde o temprano, sobre todo al faltar Helga, quien era la que podía lidiar con ese mal creciente en su interior. No era un mal que quiso elegir, porque no cualquiera decide volverse loco de la noche a la mañana porque le apetece; tiene que haber un detonante (siempre lo hay), y para ella ya existía uno bastante molesto. Pero, ni contaminándole la mente con desagradables ideas, consiguió el dominio absoluto. El homúnculo parecía ser un constante perdedor ante la necedad de Eloise de mantenerse un tanto lúcida, aún sin pretenderlo.

¡Oh! Pero ahora que se había aislado, en partes, del parásito, ya no se trataba de un poco de lucidez, sino que se hallaba muy despejada, a pesar de la confusión evidente que la acorralaba. Desde luego, aquello no era más que un síntoma de ser arrastrada a la luz de forma repentina: terminarás dañándote la vista, te costará incluso observarla, y andarás torpemente por donde pises. Sí, algo así era lo que le ocurría a Eloise, si se le podía comparar con un ejemplo más real. Ella había abandonado la oscuridad, de un modo metafórico, claro, y en partes se lo debía a un humano. Un humano que se llamaba Gaspard de Grailly, y, aparte de Leto, parecía ser el único que llegó a aguantarla como la loca de las Catacumbas, inclusive ahora tenía que hacerlo con ese pesimismo y pena que sentía hacia sí misma. Lo hacía porque quería, además, cuando ni siquiera ella lo obligaba.

Desde luego, para alguien en su situación, le era bastante complicado llegar a entender muy bien el porqué, y sólo se ofuscaba de un modo terrible. Eloise llevaba mal entender los sentimentalismos, y mucho más reconocer que los tenía, al igual que su humano. A ella se le comprendía un poco debido a su historial, y a Gaspard... Vale, él era rarito. ¡Y no! Tampoco era el único mortal con problemas para lidiar con sus emociones. Quizá esas posiciones eran las que hacían el momento más tenso y amargo, aun así, Eloise hizo acopio de toda la cordura que pudo rescatar del abismo de su mente, y centrarse mejor en las palabras de Gaspard. Le costó en un principio, pero pudo hacerlo, aunque todavía le faltaba hallar las palabras adecuadas. Simplemente se acercó un poco a él, y se quedó mirándolo de un modo indescriptible.

—Y no sabes cuánto detesto que así sea, que existan otros —admitió, pero no había rabia en su voz; ni siquiera le estaba recriminando nada. Eso había sonado diferente al rencor, y era algo que le afectaba mucho más—. Porque quizá ahora sí me soportes, y decidas quedarte a mi lado aún cuando te pido que no lo hagas, pero ya no sé si es por mí, o por lo que soy. Tal vez si fuera posible dejar a un lado mi naturaleza, ¿te quedarías? —inquirió, no obstante, no quiso esperar respuesta, por evitar escuchar algo que terminara dejándola con peores expectativas—. Entonces sí, tendré que regresar al mismo punto de antes, buscarme la vida yo sola, porque mi madre ya está muerta, y la única persona a mi lado, podría largarse de una vez por todas.

Bajó la mirada, quizá tendría razón o no, porque no estaba realmente segura de sus propias palabras. De lo que sí estaba segura era de que Gaspard solía ser completamente impredecible, y aunque tuviera unos fetiches bastante extraños para la mayoría de los mortales, con él nunca se sabía. A pesar de todo lo ocurrido, había decidido quedarse a su lado, ¿no? Pero eso podía cambiarlo. Si quisiera. Ella no quería eso.

—Lo lamento, Gaspard. Yo no quería aprovecharme de lo que ocurrido esa noche, porque nunca fue mi intención, y me cuesta entender por qué te hiciste esa idea. ¿Acaso creíste que no regresaría jamás? —habló de nuevo, movida por algo que aún no alcanzaba a describir, pero se sentía algo... bien, aunque continuara quemándole en lo más hondo—. Yo iba a regresar, y aquí estoy, porque me da igual que seas como seas, me importas así. Y esperaría lo mismo, pero eso sería absurdo. No siempre se puede ser correspondido...

Sin embargo, no le dio tiempo a que dejara bien clara su respuesta, o que hiciera el intento al menos, porque esta vez había sido ella quien terminó acercándose hasta el punto de poder rozar sus labios. Lo siguiente que hizo fue sujetar el rostro ajeno y acabar aquello con un beso que pretendía ser detestablemente lento para él, aunque, dada la manera en que correspondía, se notaba que lo disfrutaba. Incluso, cuando Eloise hizo el intento de separarse para añadir algo más, Gaspard no se lo permitió. Era mejor así. Entre ambos era evidente que las palabras, al menos en ese punto, no eran necesarias.
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Mensaje por Invitado Mar Abr 03, 2018 8:58 am

Gaspard estaba ofuscado, vaya que sí. Le ocurría a veces, cuando se enfrentaba a criaturas menos inteligentes que él, y es que aunque fuera impredecible e hiperactivo, demasiado para lo que le convenía, estaba bien dotado en varias cosas, sesos incluidos. Quizá era para compensar la falta de paciencia, puesto que ambas cosas estaban relacionadas, ¿no?; es decir, su exceso de inteligencia le volvía casi imposible la tarea de entender a otros, y eso le agotaba la paciencia muy rápido, demasiado con casi toda probabilidad. ¿Le importaba? Ni lo más mínimo.

Sobre todo en aquel momento, ocupado como estaba conteniendo las ganas que sentía de zarandear a Eloise, quien parecía haberse aficionado a sacar a la luz las goteras mentales de Átropos y era incapaz de entender el francés tan básico y cortante que había utilizado Gaspard. Tal vez, se planteó por un momento, si cambiaba de idioma conseguiría que ella lo entendiera mejor; la idea, sin embargo, se le borró de la cabeza enseguida porque sabía que sería inútil, como intentarlo siquiera. Ella pensaría lo que le daba la gana sin importar lo que intentara hacerle ver él, así que ¿para qué perder el tiempo?

A punto estuvo de rendirse, el maldito aquitano. ¿Realmente se le podía echar en cara, teniendo en cuenta que ella estaba tapándose los ojos a propósito ante una realidad que de puro clara podía hasta denominarse cristalina, ¡demonios!? Incluso en sus cristalinos y perturbados ojos verdes pudo verse la derrota, despacio, instaurándose, como si hubiera decidido que no valía la pena hacer como Napoleón y meterse en la Rusia invernal que era Eloise cuando le daba por pensar como Átropos. Pero luego el inepto sentimental era él... Maldita fuera la coladora a la que había elegido por encima de otros, ¡maldita mil veces!

Bah, si ella no quería entender que no lo hiciera. Él ya le había dejado muy claro, hasta para lo críptico que era las veces que se refugiaba en su taciturno silencio, que había temido que ella no volviera, ¿quería acaso que volviera a admitir algo tan duro para él en voz alta? ¡Ni de broma! Parecía mentira que no los conociera a él y a su maldito orgullo, que le complicaba aún más que sus escaseces sentimentales todo ese asunto de afrontar cosas que deberían ser obvias; casi tenían eso en común, Eloise y él... Pero sólo casi. Porque él era capaz de admitir las cosas en el momento, y no cuando casi se le suplicaba para que lo hiciera.

Aun así, aceptó las disculpas, y ni él mismo entendió por qué. O sea, a ver, racionalmente comprendía los argumentos de Eloise, aunque su mente tuvo que aguantarse una risa sardónica al sobrevolar la débil construcción de los miedos impropios de la vampiresa, pero creía que la cosa se quedaría en entendimiento y ya. Seguramente tuvo bastante que ver el hecho de que no le dejó responder, para una vez que Gaspard deseaba hablar y decir algo en vez de dejar que el silencio llenara la situación en la que se encontraba, y lo besó. Es más, lo tuvo todo que ver.

Gaspard se frustró, de nuevo, por la lentitud. Todo su ser era velocidad, impulso, movimientos caóticos que a veces, casi siempre, le pillaban por sorpresa incluso a él mismo, pero ella quiso imponerle un ritmo demasiado poco acelerado y a Gaspard le estaba ofuscando... Hasta que dejó de hacerlo. No supo después cómo consiguió poner la maldita mente en blanco por un momento y dejarse arrastrar por la marea en vez de nadar a contracorriente, pero fue capaz de hacerlo y eso fue aún más significativo que la maldita disculpa de Eloise, la verdad.

Sin darse cuenta, continuó incluso cuando ella iba a separarse. Le importó poco estar a punto de ahogarse durante un instante en concreto, porque una parte enfermiza de él casi sintió aún más placer ante la perspectiva de encontrarse tan cerca de la muerte en las manos de alguien que podría provocársela con desearlo, y poco más. Aun así, venció el cerebro del que Gaspard de Grailly se enorgullecía tan a menudo, venció el instinto de conservación que opinaba que sí, sus fetiches estaban bien pero sólo si terminaban con su corazón latiendo un rato más, y al final se apartó para respirar hondo, con los ojos cerrados y sin mirarla. Demasiado había hecho ya.

– Bien, tema aclarado, entonces ya está todo eso, ¿no? Tú vas a seguir pensando lo mismo sin que te importe una bazofia lo que yo piense y te intente decir, como la princesita malcriada que eres. – se mofó, porque tras el beso había vuelto la rabia, intensificada por el hecho de que se había obligado a sí mismo a tragársela durante un rato y, la verdad, eso siempre era una idea penosa en su libro. Justamente por eso, Gaspard de Grailly se limpió la boca con el brazo, como si le diera asco lo que acababa de hacer aunque ambos supieran que no había sido así, y por fin la miró, con desprecio.

– Para qué vas a creerte una basura, Eloise. Pudiendo refugiarte en tu maldita historia lacrimógena, ¿por qué creerse que yo entendí que no ibas a volver y que si estoy aquí es por algo? Qué más dará lo que no eres, estoy por lo que eres. Al final vas a hacer que me acabe largando. – escupió. La saliva no llegó a abandonar su boca después de haber viajado hasta la de Eloise hacía sólo un momento, pero el desprecio implícito en él se vio en todo su cuerpo e incluso en el rictus asqueado y rabioso de su expresión. Era impredecible, sí, pero ¿realmente era tan descabellado pensar que le ofendía que ella, justo ella, no le creyera...?
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Mensaje por Átropos Miér Mayo 02, 2018 11:01 pm

Él tenía esa maldita necedad de darle algo y luego, como si sintiera un gusto indescriptible por eso, quitárselo. Le arrebataba eso poco que ella tanto disfrutaba, y luego actuaba como si nada hubiera pasado. Al menos esa era la idea que se paseaba en ese momento en su cabeza, caótica cuando menos. Aun así, Eloise sacó la calma, de quién sabe dónde, para no regresarle el golpe a Gaspard como se merecía. ¿Y de qué diablos se quejaba? Ambos era unos malditos inestables de porquería, y ella, hasta para sorpresa de sí misma, lo había asimilado, incluso comprendido; para que luego siguieran repitiendo que su cabeza no tenía reparo. ¡La única cabeza que no tenía reparo era la del humano!

Le indignaba tanto cuando él se negaba a querer entenderla siquiera un poco, o tal vez lo hacía, pero ese ego herido no se iba a sanar tan fácilmente, así como le estaba ocurriendo a ella en ese momento. Gaspard disfrutaba de meterle el dedo en la herida y removerlo hasta que Eloise no pudiera soportar más el dolor. Sin embargo, evitó, por todos los medios, descontrolarse. Sí, estuvo a punto de entrar en una de sus crisis existenciales, esas que pasaban del miedo y la autocompasión a la rabia y al delirio que... ¿Que daba paso a su otra personalidad de turno? ¡Ni de broma iba a permitir que Átropos tomara el control de la situación! Ya bastante había tenido de ella, así que por ahí no quería pasar todavía. Necesitaba aferrarse a la poca lucidez de sus pensamientos, al menos para poder satisfacer la sed de curiosidad que despertaba su antigua vida.

Volver a recordar aquello la mantuvo distraída, al menos por el tiempo que necesitó para no golpear a Gaspard por su osadía, porque sus palabras seguían calándole muy hondo. Pero tampoco le iba a dar el gusto de regodearse en un disgusto por parte de ella. Eloise se limitó a exhalar un suspiro y a regresarse de nuevo a su rincón; estaba demasiado agotada como para iniciar otra batalla en contra del aquitano, así que prefirió dejar que las palabras revolotearan en el aire, y que él siguiera ahogándose en su maldita hiperactividad. Oh, sí, ¡cuánto disfrutó verlo tan incomodo! Incluso se permitió sonreír desde las penumbras. Aunque no tenía caso... No estaba para andarse con esas tonterías. Tan molesta e indignada como se encontraba, prefería dedicarse a hallar alguna solución en la que pudiera destruir, de una vez por todas, a ese parásito. Sí, la decisión era la más práctica en ese momento, así evitaba ahondar más en todas esas cosas que le hacía sentir ese sinvergüenza, humano de pacotilla...

Era obvio, algo fallaba en la comunicación entre esos dos. Gaspard y Eloise, por mucha atracción que hubiera entre ambos, sin siquiera pensarlo demasiado, solían andarse en perspectivas diferentes. Todo en ellos era caos mental, y mientras él veía las cosas desde un punto de vista más práctico, ella abogaba por... ¿por qué? ¡Sí, Eloise! ¿Por qué? Definitivamente, su mente ofuscada no le ayudaba, y aunque quisiera decir "vale, sí, Gaspard, es verdad. Tienes razón y lo entiendo", una parte de sí misma se frustraba lo suficiente como para que a ella casi le diera un ataque de ansiedad, o algo parecido. ¡Maldición! Se sentía tan derrotada, y era algo que detestaba, pero no le quedaban motivaciones para vengarse... ¿o sí?

—¿No que te ibas a largar? Porque la princesita malcriada sigue pensando lo que quiere, y eso no va a cambiar —habló al cabo de un rato. Eterno para él, cualquier cosa para ella, a decir verdad—. Eres un maldito rabioso, Gaspard. A este paso acabarás ganándome la competencia de quién se enoja y se indigna más rápido. Es más, acabas de llevarte el primer lugar. ¡Enhorabuena!

Ironizó, incluso sonrió cuando él le devolvió la mirada, aún con más rabia. De Grailly disfrutaba haciéndola sangrar, pues ella también tendría que desquitarse. ¿Y qué mejor que revolviéndole más la cabeza? ¡Vaya! Eloise acababa de descubrir una parte de sí misma diferente; quizá era alguna de las cosas que había aprendido de su sire, algo se lo decía, pero lo ignoró, porque estaba más centrada en fastidiar al humano de porquería...

—¿Qué pasa? ¿No te gustó el comentario de la princesita malcriada? ¡A ver! ¿Qué quieres que te diga? Sí, maldita sea, lo entendí todo. Pero, ¿cómo se puede estar en paz cuando cambias de opinión más que de calzones? —espetó, hasta puso los ojos en blanco. Tuvo que hacer a un lado todo el tiempo que le había dedicado a su pasado, a sus ideas sin sentido, y centrarse en ese momento. Ya tendría tiempo para volver a sentirse como la peor cosa del mundo—. Dan igual las palabras a estas alturas, pero sí, ya está todo asimilado y aceptado. El problema es: ¿cómo diablos lo va llevar tan fácil y práctico cuando mi cabeza está hecha un desastre?

Y ahí iba él de nuevo, dándole la espalda, nuevamente hundido en esa rabia que parecía que no iba a abandonar tan fácilmente. Sin embargo, esta vez, Eloise no pareció molestarse por eso, lo dejó ser. Estaba viendo las cosas con mejor perspectiva, y eso era un gran avance tratándose ella, aun así, estando tan al límite por tener que seguir en las mismas condiciones con Gaspard, se acercó lo suficiente como para abrazarlo por la espalda, apegando los labios fríos en la piel de su cuello.

—Ya deja de rabiar tanto. Si te recrimino cosas, me molesto contigo, y hago mi berrinche de princesita malcriada, es por algo, ¿no? —soltó, aún con los labios pegados contra su piel—. Otros humanos no han corrido con tu misma suerte. Pero ellos no importan ahora, importas tú, aunque te ofenda cualquier cosa...

Finalmente hizo lo que pretendía hacer en su posición: clavarle los colmillos en el hombro, con la evidente intención de molestarlo lo suficiente. ¿Qué mejor que hacerle cosquillas con su debilidad? Sí, se estaba aprovechando, además de sumarse un tanto de las energías que había perdido por culpa del homúnculo indeseable, tóxico, pretensioso y descerebrado.
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Mensaje por Invitado Miér Mayo 23, 2018 1:18 pm

La rabia de Gaspard burbujeaba en su interior como, creía, lo hacía la sangre que los vampiros succionaban, en un movimiento tan erótico y ardiente para él que hasta la fecha nada había sido capaz de hacerle desear otra cosa que no fueran los colmillos de los chupasangres hincándosele fuerte, hasta el fondo, profundos como sólo ellos podían... Hasta la fecha, sí, pero con excepciones; excepciones, sí, pero sobre todo una, la maldita fulana que había aparecido por primera vez en su vida durante una excursión a las Catacumbas y que allí se encontraba, amargando cada maldito segundo de la vida mortal de Gaspard de Grailly, resurreccionista y cazador a tiempo parcial.

El aquitano pocas veces echaba de menos su pueblecito natal. Saint-Émilion, desde que había empezado a ser demasiado rápido hasta para su propio cuerpo, se le había quedado pequeña, y el acontecimiento más significativo que había tenido lugar allí había sido, sin duda, el único vampiro al que él había descubierto con las manos en la masa, ¿o debería decir con los colmillos en la carne...? ¡Así había sido, sí, vulgaridades aparte! Tanto que era su modelo para muchas cosas, demasiadas, pero ni siquiera así podía utilizarlo como guía para saber cómo portarse con la vampiresa: debía confiar en lo que sentía, y eso... Bueno, eso era caótico.

Se trataba de una cuestión de lógica: si el aquitano no paraba quieto, ¿cómo demonios iban a hacerlo sus emociones! ¡Pretenderlo era una estupidez tal que nadie en su sano juicio debería siquiera planteárselo! Y ni siquiera si no se estaba en su sano juicio, como cualquiera de ellos, ya que tanto Eloise como él mismo demostraban, a veces, estar para que los encerraran. Bueno, ¿y todo eso a qué venía...? Él, Gaspard, estaba empezando a perder el hijo; a veces le sucedía cuando su mente desarrollaba un pensamiento, que siempre se ramificaba en exceso para que él decidiera querer continuarlo hasta el final.

Sí, él era inconsciente, visceral, impredecible e inestable; Gaspard era un humano de porquería como Eloise le había recriminado, ¡sí y mil millones de veces sí! Pero, hasta con sus defectos, Gaspard se la había ganado; incluso siendo el peor humano que ella se podía haber echado a la cara, cuerda o no, en las Catacumbas o fuera de ella, Gaspard de Grailly era el humano que se había terminado de enredar en el camino de la princesita malcriada con complejo de fulana, ¿o era al revés? No lo de princesita, que también, sino lo de cruzarse en el camino del otro... Ugh, demasiado lío, no le gustaba el rumbo de sus pensamientos, pero cuando quiso cambiarlo sucedió eso que se lo impidió por completo.

Aunque había hecho oídos sordos a las palabras de Eloise, la princesa Eloise como su macabra mente le quiso recordar con cierta crueldad, no pudo ignorar la sensación de los colmillos de marfil atravesando su piel con un dolor que le provocó una erección inmediata. Gaspard, nunca inmune al efecto de los vampiros y mucho menos de la suya, cerró los ojos y dejó escapar un gruñido que tenía mucho de gemido de puro placer, en respuesta a ese gesto que ella había hecho para someterlo pero que con él, siempre, tenía el efecto contrario. Oh, sí, otro detalle de la personalidad del aquitano: una vez probaba algo que le gustaba, tenía dificultades serias para dejarlo estar. Menuda suerte que a ella también le fuera a gustar...

– En eso tienes razón, fulana, importo yo. – sentenció. Gaspard raramente era egocéntrico; orgulloso sí, mucho, hasta el hartazgo, pero ¿pensar que él era lo único que valía la pena sobre la faz del mundo? Eso nunca. Ni siquiera en ese momento, aunque pudiera parecerlo, había dicho esas escasas palabras con semejante intención, y aunque él tuviera sus dificultades para interpretar con objetividad lo que había dicho y todo lo que había detrás, ella lo conocía lo suficiente para tener claro que él lo había dicho por algo mucho más básico: posesividad.

Desde el principio, desde ese encuentro aleatorio en las Catacumbas que lo había cambiado todo para ambos, habían tratado de dominar al otro como pudieran, y aunque las cosas entre ellos hubieran avanzado (a trompicones, igual que sus respectivas corduras), eso seguía sin cambiar lo más mínimo. Dependiendo de cómo se interpretara, podía tener más ventajas o inconvenientes, ya que en función de cada momento podía favorecer o perjudicar. ¿En aquel, que era el que realmente importaba, cómo debía interpretarse? Pues, bueno, a saber.

A efectos prácticos, se tradujo en que Gaspard, queriendo dominar a Eloise y hacer lo que le viniera en gana a él, no a ella, se valió de su fuerza para arrancarla de su hombro aunque con eso la herida empeorara, ¡como si le importara! A continuación, la agarró a peso, pues seguía siendo increíblemente ligera para lo pesada que era cada vez que abría la boca, y la empotró contra una pared, indiferente a cualquier cosa que no fueran sus deseos y, también, los de ella, tan receptiva a él como las veces que no lo había odiado y despreciado, que habían sido unas cuantas. Ah, qué caóticos eran...

También fueron caóticos sus movimientos, con sólo una mano, al desabrocharse la ropa y quedar semidesnudo ante ella, contra ella y, al final, en ella, pues se introdujo de un golpe rápido y sin encontrar la más mínima resistencia por parte de la princesita malcriada a la que estaba obligando, al golpearla con cada embestida, a que lo mordiera. Más, más, necesitaba más, le importaba poco que ella lo prefiriera despacio o no (tan poco le importaba que ni se daba cuenta) porque él sabía lo que los dos necesitaban, la única manera que él tenía de reconocer que a él también le importaba y que no le disgustaba tanto que así fuera. Y así siguió, haciéndoles a los dos un daño teñido de placer hasta que ella le mordió y él estalló por completo.
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Mensaje por Átropos Vie Jun 08, 2018 2:19 am

De acuerdo, ella misma lo había provocado, y lo hizo con toda la mala intención posible. Quizás en un principio no había sido de ese modo, pero, ya después, oh sí, claro que no se quedaría de brazos cruzados, y si él terminaba aún más molesto y marchándose, ella se limitaría a alzar los hombros y a ignorarlo, porque ya no era la primera vez que se quedaba sola, lo había estado desde hace más de un siglo, ¿para qué se iba a frustrar en ese momento? Sí, se notaba ese ligero cambio de opinión, y cómo no, de humor. Eloise podía ser tan tremendamente volube, que llegar a entenderla con la lucidez suficiente (no la de Gaspard, porque ni tenía) resultaba un completo dolor de cabeza. Ella en sí misma lo era, y por eso se estaba tomando a pecho eso de calarle en lo más hondo de su rabia, burlándose en su cara, porque eso era lo que quería en ese instante, hacerlo sangrar como él lo había hecho con ella hacia nada.

Tal vez se estaba tomando esa rabia para ella, y no al modo en que lo haría Átropos, porque Átropos se limitaba buscar de destruir con sus manos todo lo que la fastidiaba, pero Eloise no. La venganza de ella era mucho peor, porque sabía cosas que la otra loca no comprendía, y así era mucho más sencillo valerse de ello para empezar a descargar todo su resentimiento contra él, aunque lo haría en forma de palabras. Eloise no resultaba ser la única ofendida, y todo ello se había convertido en una tormenta dispuesta a destruir, y ni siquiera le importaba llevarse de por medio a Gaspard. Ella llegó a ser tan condenadamente egoísta, que sólo se interesó en sí misma. Primero Eloise, segundo Eloise, tercero Eloise. Y punto.

Era increíble cómo alguien podía llegar a sacar tantos aspectos extremos de su personalidad de un momento a otro, pero, ¿qué otra cosa se podía llegar a esperar de Eloise? Una vampira de doscientos años acostumbrada a vagar entre cadáveres, que, además, estuvo pegada a un bicho del demonio y su madre había sido una bruja relacionada con lo peor de la magia... Era como pedirle peras al horno, y por eso no era de extrañarse que cambiara radicalmente sus pensamientos por otros mucho más conflictivos, sobre todo si se le picaba lo suficiente. Era como un maldito animal salvaje enjaulado, fastidiado de estar encerrado, y con ansías de ser liberado para atentar contra todo aquel que osara en molestarlo siquiera un poco.

Quizás ese resentimiento, esa rabia reciente que despertó repentinamente en ella, fue la que la llevó a actuar con hostilidad cuando lo mordió, incluso cuando él reaccionó, y ambos terminaron enredados, pero no como la última vez que se vieron. Esta vez fue diferente, y aunque Eloise lo recibió sin resistencia alguna, también descargó gran parte de su frustración con el humano. Aun así, temía que eso no iba a ser suficiente; no cuando sentía que rozaba cada vez más a su nada estimada Átropos. Sin embargo, no se trataba de la loca de las Catacumbas, eran las emociones genuinas de Eloise, luego de todo lo que había estado pasándole desde que salió de su pútrido refugio.

No estaba en sus cabales (más que de costumbre, cabía destacar), y por mucho placer que pudiera haber sentido su cuerpo en ese momento, mientras marcaba la piel de Gaspard con las uñas, pero sin llegar a ser demasiado hostil, seguía demasiado hundida en su propio pozo de molestia genuina. Y, sí, por eso terminó mordiéndolo para quitárselo de encima, aunque ella ni siquiera hubiera llegado al clímax. Hubo mucha intención de herirlo con intención en esa mordida, no podía engañarse. Eso sí lo disfrutó más que lo otro...

Lo hizo a un lado de un golpe, incluso le dedicó una mirada rabiosa, acomodándose luego la ropa como si sintiera asco, pero no, estaba enfadada con todos, incluyéndolo. Y lo único que hizo, además de limpiarse la sangre que brotaba de la comisura de sus labios, fue alejarse de él, como si tuviera la peste o algo parecido. No tenía ni siquiera deseos de hablar, porque sus ojos ya hablaban suficiente. Estaba harta, maldita sea, ¡harta de todo y de todos! Y por mucho que su humano fuera importante para ella (porque, ¡demonios!, sí lo era, y mucho), Eloise se bloqueó por completo, así que, sin decir palabra alguna, se salió de la habitación, dispuesta a lanzarse a las afueras, aunque el amanecer estuviera peligrosamente cerca.

Había llegado a un punto autodestructivo, y ni había pensado en ello; no estaba pensando con la mejor lucidez posible, simplemente se hundió en su propia miseria. Se sentía ofuscada, con mucha rabia, y una impotencia que había surgido, tan repentinamente, que apenas se dio cuenta de su desastre mental cuando sintió la tenue luz del alba golpeándole el rostro. No fue suficiente para dañarla, pero sí para que retrocediera, mas no para que buscara refugio. ¿Ese sería, acaso, su final? ¿Habría perdido la batalla contra sí misma sin darse oportunidad a una revancha? Tan cansada de todo como se encontraba en ese instante, se dejó caer de rodillas al suelo, observando el cielo cada vez más claro, como lo recordaba en su infancia. ¿Sería la última vez que lo vería de ese modo? No porque sería un montón de cenizas, sino porque Gaspard terminó apartándola, con tanta violencia, que ni se dio cuenta, sólo cuando estuvo dentro, en tinieblas.

—Cállate, ¡cállate ya! —exclamó, llevándose las manos a los oídos, hecha un ovillo, como si fuera una cría de cinco años—. Ya... cállate. No te quiero oír, ni a ti, ni a nadie. Gaspard... necesito ayuda. Y por favor, no vayas a salir con uno de tus comentarios ingeniosos. Estoy cansada.


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Mensaje por Invitado Dom Jun 17, 2018 8:57 am

El placer que sintió fue tal, sin ningún tipo de igual que pudiera comparársele (y lo había intentado, ¡vaya si lo había hecho!, cuando se había dado cuenta del pequeño detalle de que los vampiros podían matarlo; para su desgracia, nada se les comparaba, así que ahí estaba...), que Gaspard dejó de pensar por un instante, y todas las voces veloces de su cabeza, pensamientos a medio formar sumados a otros que sí lo estaban, se apagaron por completo. Por si a alguien se le ocurría preguntársele por qué demonios era el aquitano adicto a los vampiros: eran los únicos que podían silenciar su mente y detenerla durante un instante...

Siempre, sin embargo, demasiado corto. El momento pasó, y el interior de Eloise no contribuyó para nada al no estrujarse contra él y su hombría, lo cual significó que ella no se había visto tan satisfecha como él; saciado como se encontraba, hubo un momento en el que no le importó, de forma semejante a como le daban igual los mordiscos que horadaban su cuerpo, sangrantes y profundos en algunos casos. El problema fue que ese momento también pasó, y aunque Gaspard de Grailly habría preferido mil veces que le diera igual, no lo hizo, no lo hizo en absoluto.

Con sus ojos verdes clavados en la vampiresa, contempló aquel estúpido y extraño espectáculo no sin cierta lástima hacia ella, mucho más inestable que él pese a que él fuera hiperactivo y tuviera una excusa para su carácter voluble y su toma de decisiones aún más caótica de lo que estaba demostrando ser la de Eloise. Lo contempló como lo haría un extraño, al menos así lo parecía, pero hacía mucho tiempo que el aquitano había dejado de ser un desconocido indiferente en lo que respectaba a su princesa fulana malcriada, y para su desgracia se descubrió a sí mismo preocupado. Lo último que necesitaba...

Su vida era un caos, de acuerdo, eso lo aceptaba. Su vida era irregular, como también lo era su personalidad, y los seres cercanos a él podían contarse con los dedos de una mano, y aun así sobraban dedos; eso lo aceptaba, le gustaba incluso, porque había disfrutado siempre de la soledad y eso no iba a empezar a cambiar. En un momento dado, no obstante, todo se había empezado a derrumbar despacio, lo suficiente para que él con su velocidad habitual no fuera capaz de notarlo, y sólo empezaba a descubrir el desastre ahora que parecía ser imposible solucionarlo, ¡maldita fuera!

Maldita, sobre todo, Eloise, tan frágil en el suelo que él casi se sintió como si la hubiera utilizado, ¡como si ella no hubiera disfrutado los mordiscos que le había propinado en todo el cuerpo para herirlo en venganza! El dolor se sentía bien, eso él lo había aprendido hacía mucho, y si bien a él solía gustarle más recibirlo a través de unos colmillos afilados (el pensamiento lo endureció de nuevo, pero Gaspard se obligó a ignorar ese deseo en concreto), entendía la sensación de necesitarlo... como ella lo había hecho.

Eso era, quizá, lo único que entendía de la vampiresa. Por muy inteligente que fuera, pese a su apariencia tosca y vulgar, sobre todo cuando él mismo quería parecerlo, las personas se le daban de pena y odiaba inmiscuirse con ellas por complicadas, así que los vampiros eran algo aún peor, si cabía. Y ahí estaba, mirándola mientras se vestía de nuevo, ignorante de cuándo había empezado a moverse pero consciente de que era cuestión de tiempo porque no sabía estarse quieto, jamás lo había conseguido y a eso tampoco iba a empezar entonces.

– Bien. – respondió, escueto como solía serlo. Gaspard no creía en perder el tiempo hablando; las personas mentían, eso era un hecho universal e indiscutible, y lo hacían sobre todo a través de las palabras, así que ¿para qué perder el tiempo abriendo la boca y emitiendo sonidos que la mayor parte de las veces significaban otra cosa totalmente diferente a las intenciones de la persona que las decía? Al menos en eso era consecuente: odiaba escuchar al resto, sí, y también odiaba hablar él mismo, con lo cual apenas lo hacía, y con Eloise tampoco iba a hacer una excepción. En ese momento no lo merecía.

– Sí la necesitas. Mucha. – afirmó. No lo hizo con tono ingenioso, ni siquiera su expresión era pilla o buscaba pasarse de lista, sino que habló desde su carencia casi absoluta de empatía y reafirmando un hecho que, a sus ojos, era evidente: Eloise tenía muchísimos problemas, ninguno de los cuales era él por cierto, y necesitaba que le echaran una mano. Hasta un niño lactante sería capaz de darse cuenta de esa realidad en concreto, hasta si se le escapaban los detalles más concretos y mórbidos de todo el apaño que tenían montado la vampira y el resurreccionista; si Gaspard se daba cuenta, un niño lo tendría chupado.

– Así que nos largamos. – anunció. Una vez estuvo vestido del todo, pese a la sangre que manchaba sus ropas por los mordiscos que ella le había estado propinando, Gaspard se consideró listo para acercarse a ella y cogerla como si fuera un saco de patatas para sacarla de allí. Que discutiera y pataleara todo lo que le apeteciera, esa vena que le había salido a Gaspard de Grailly había que aprovecharla, y él iba a hacerlo llevándola a un lugar seguro, fuera ese cual fuese. – Tú dirás a dónde, no me importa cargarte hacia donde sea. – aguardó una respuesta, pero no fue capaz de esperar ahí plantado y quieto, así que se puso a andar para sentirse algo mejor.
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