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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Arwel Reiss Dom Ene 07, 2018 10:32 pm

Me recuerdas..., me recuerdas a una rosa; una rosa sin duda alguna.
El gran Gatsby - Francis Scott Fitzgerald

El jardín botánico lucía glorioso a los ojos de Arwel, quien se había detenido a observar como era que la luz de la luna que entraba por los enormes cristales en el techo abrazaban un rosal, volviendo a las rosas tan atractivas como lo era el olor de la sangre para el inmortal. Con la yema de los dedos, el inmortal acarició los pétalos de la única rosa que aun se encontraba en capullo. Aquella vulnerable flor le recordó de manera inevitable a su hermana Amanda o al menos a la que conoció en su tiempo como humana pues ahora ella se había transformado, como seguramente pronto sucedería con aquella flor, no solamente en una poderosa inmortal sino también en una representante de la realeza que ansiaba más poder.

El tiempo y las circunstancias volvieron a los hermanos un par de completos desconocidos, y aunque ambos habían actuado con recelo en su reencuentro en el Museo, ahora estaban dispuestos a conocerse más, todo debido a que en el fondo aun existía un lazo de hermandad que los unía y les decía que necesitaban confiar uno en el otro. El Reiss deslizó su mano del capullo a las espinas que lo rodeaban, esas que estaban ahí para protegerlo de aquellos que tratasen de lastimarlo. El vampiro sonrió. Le resultaba fascinante como era que todo en la naturaleza evolucionaba para protegerse de aquello que lo dañaba, incluso él, incluso Amanda, a quien esperaba de manera paciente a pesar de no haber recibido una respuesta a la invitación que se aseguró de hacer llegar hasta ella, aun a pesar de conocer los riesgos que podría acarrear el que alguien descubriera que un desconocido enviaba cartas para citar a la Reina de los Países Bajos a un lugar como aquel. Si bien Arwel no era un completo desconocido para la Reina, si lo era para el mundo en general, quienes desconocían por completo que Amanda tenía un hermano y eso no era de extrañar, después de todo hacía apenas un par de semanas que ambos inmortales se dieron cuenta de la presencia del otro sobre aquella tierra.

Después de permanecer varios minutos con recorriendo con los dedos el capullo de la rosa así como sus espinas, Arwel alejó su mano y giro en su lugar. Alguien había llegado al Jardín, pero debido a que solo se encontró con Amanda una vez, era incapaz de descifrar si es que verdaderamente era ella quien llegaba o un enviado del poderoso y malicioso esposo de su hermana. Sabiendo una vez más que corría riesgo, el Reiss decidió aguardar en su sitio y confiar en que la presencia que se acercaba hasta donde él se hallaba pertenecía a la Reina que él estaba dispuesto a servir hasta el final.
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Mensaje por Invitado Dom Ene 14, 2018 9:45 am

La misiva había llegado acompañada de la indiscutible mirada desaprobadora de mi mensajero, quien no contento con creerse en posición de juzgarme por ser mujer, también creía ser merecedor de mi atención como reina por dedicar mi tiempo y mis valiosos recursos a correspondencia privada. Como consecuencia de ello, no dudé a la hora de convertirlo en mi siguiente cena, con particular satisfacción a la hora de verlo desangrarse ante mí, despacio pero no lo suficiente. Habían pasado ya varias semanas después de otra de mis casi muertes, y aunque a esas alturas ya debía estar acostumbrada a que hubiera atentados en mi contra, pocos se habían encontrado tan cerca del éxito como aquel, del que había terminado por recuperarme gracias a la atención de Lazet. Pese a que en mi cuerpo no quedaran ya las heridas ni cicatrices de las torturas a las que había sido sometida, en mi mente y mi ánimo pendían ambas como una continua nube negra que auguraba tormenta; me sentía más rabiosa, más amarga y más extrema, casi poniéndome en peligro yo misma pero celebrándolo porque, así, al menos yo controlaba lo que me sucedía. Por ello, intenté delegar lo posible el control del reino en otros en los que confiaba, cada vez menos, y cuando la misiva con la citación de Arwel llegó, en vez de escuchar a quienes me recomendarían quedarme encerrada y protegida decidí hacer caso omiso y dirigirme, de noche, al jardín botánico.

Había perdido la cuenta del tiempo que hacía que no pisaba aquel lugar. Tal vez hacía años, las primeras veces que había visitado París o hacía apenas unas semanas: el tiempo se me antojaba extraño tras el atentado, y aunque no me costara mantener la atención lo cierto era que encontraba cada vez menos alicientes para ello. Arwel, sin embargo, no entraba en esa categoría; su presencia me había atrapado desde que nos habíamos reencontrado por casualidad en el Louvre, mi museo, y una parte de mí era consciente de que verlo de nuevo era, tal vez, lo que necesitaba para reponerme. Ahora, más que nunca, me iba a costar entregar mi confianza, pero precisamente por eso necesitaba buscar a alguien digno de semejante sacrificio. Arwel se había comportado de forma honrada y amable durante nuestro primer encuentro en milenios, de modo que le iba a dar la oportunidad de probarse a sí mismo... Y con esa intención lo encaré, pelirrojo como solía serlo yo y frente a un rosal que parecía competir en intensidad carmesí con él. – Me sorprendió un poco tu carta. Aunque, lo que es peor, me cazó en un mal momento, pero no podía no venir a verte cuando me lo pediste con semejante cortesía. – lo saludé, y me acerqué a él para darle un suave y rápido abrazo, que descubrí que necesitaba mucho más de lo que había creído hasta entonces.
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Mensaje por Arwel Reiss Miér Feb 14, 2018 10:43 pm

Su mirada había buscado en la oscuridad la figura de quien fuera que llegaba esa noche a la reunión con él, pero al no encontrar aún a quien le haría compañía esa noche, Arwel regresó la mirada al rosal. No valía la pena buscar entre las sombras, pues quien fuera que llegaba esa noche a la reunión, no tardaría en  mostrarse y al menos durante unos pocos segundos más, él deseaba estar en calma. ¿Significaba eso que la presencia de Amanda le significa un torbellino? No precisamente un torbellino, pero si algo diferente en su monótona existencia. Su hermana, era algo agradable para el Reiss, sin embargo, él no era tan ingenuo como para creer que ella dejaría sus deberes como Reina para ir a encontrarse de buenas a primeras con él. Así pues, Arwel estaba esperando por encontrarse con algún enviado de confianza de la Reina o para hacer las cosas más interesantes, un enviado del Rey a quien aún no tenía la dicha de conocer; sin embargo, quien llegó a la reunión fue la persona requerida, su hermana.

La voz de Amanda fue para el Reiss una caricia, similar a la que él hubiera dado a las rosas un minuto atrás.
Ya imaginaba que resultaría una sorpresa – aseguro al tiempo que se giraba para observar finalmente el eternamente joven y hermoso rostro de su hermana – después de todo es inusual que las mujeres de la realeza reciban cartas tan personales y apremiantes de hombres – se inclino a modo de saludo, pues aunque reconocía a Amanda como su hermana, sentía que lo más prudente y correcto era darle el trato de Reina por el que ella tanto se esforzó – Una disculpa, no quería molestar en un… ¿mal momento? – No estaba seguro de cómo es que debía tomar aquellas palabras. Por un lado ella podría referirse a que estaba organizando su manera de proceder con Dragos, armando estrategias o simplemente manteniendo el pueblo al que reinaba en orden; o por otro lado, podía ella referirse a algo serió, después de todo, ¿No le menciono en su primer encuentro que su esposo era un ser temible que trataba de eliminarla del mapa?.

Con la confusión de quien espera que le den más información, Arwel permaneció en su sitio, mismo desde el que observo como es que Amanda se acercaba a él con la única finalidad de abrazarle. El gesto le tomó por sorpresa pues no recordaba haber abrazado alguna vez a su hermana durante sus años como mortales y pese a ser un ignorante respecto a eso, rodeo suavemente el cuerpo de Amanda, que aunque igual de resistente que el sueño, le resultaba vulnerable, quizás por estatura y complexión. El abrazo, aunque novedoso y hasta podría decirse breve, reveló más de lo que ambos hubieran esperado. Para Arwel resultó evidente que se necesitaban el uno al otro y que aunque el tiempo los hubiera separado y cambiado, Amanda siempre sería su hermana y que por ella, haría lo que fuera.
¿Paso algo? – se atrevió a preguntar, recordando que la confianza entre ambos sería necesaria de ese momento en adelante.
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Mensaje por Invitado Mar Mar 06, 2018 2:51 pm

La debilidad no era propia de los nuestros, y no me refería a los vampiros, sino a nuestra familia. Arwel y yo veníamos de un linaje largo de valerosos guerreros, hombres que habían luchado contra los invasores con la fuerza de los antiguos dioses y mujeres fieras que habían defendido sus hogares tan bien como habían podido; ninguno de los dos, aunque nuestras crianzas hubieran sido diametralmente opuestas, habíamos mamado la debilidad. Sin embargo, el tiempo era capaz de erosionar cualquier cosa si las circunstancias eran las correctas, e incluso yo, antaño orgullosa y desafiante ante cualquier enemigo que osara siquiera despeinarme, me encontraba débil y mal, emocional y racionalmente dolida por la tortura a la que me habían sometido por un exceso de confianza. ¿Significaba eso que me culpaba a mí misma por lo que había sucedido? No, en absoluto. Reconocía que tenía una parte de la responsabilidad por confiar en mi intuición contra viento y marea y contratar a la pianista que provenía de una familia de cazadores, pero no había sido culpa mía el desequilibrio mental del hermano de mi Liara, y mucho menos lo eran cada uno de los golpes que había sufrido bajo su mano. Por el contrario, era única y exclusivamente mi responsabilidad la respuesta que daría a las afrentas que había sufrido, y justamente para eso necesitaba a Arwel, en quien había decidido depositar mi confianza sin saber si era merecedor, siquiera, de ella. Desconfiaba, sí, pero tampoco se me podía culpar por ello, después de todo... Y, además, él me daría motivos para volver a confiar ciegamente en su criterio, o al menos eso esperaba.

– Sí, ha sucedido algo. – confirmé. No pude evitar suspirar, justo cuando me separé de él, y bajar la mirada hacia el suelo, intentando recobrar el dominio de mí misma. Los abrazos nunca habían sido una costumbre entre nosotros, demasiado poco apegados para considerarnos siquiera hermanos de verdad, pero ambos habíamos decidido volver a intentarlo todo de nuevo tras la coincidencia de reencontrarnos, de modo que probablemente a él no le habría importado en demasía mi arranque. Siempre, y eso lo sabíamos ambos, había sido una mujer pasional, y aunque el tiempo también me había suavizado, en ciertos momentos no podía evitar volver a comportarme como solía cuando las cosas eran mejores. – Es una historia algo larga, debo avisártelo, así que espero que estés dispuesto a escuchar y que me disculpes por no preguntar antes por ti y por cómo estás. – advertí, y sólo entonces lo miré de nuevo a la cara. – Como sabes, me tomo mis ocupaciones de reina muy en serio, hasta cuando son cosas protocolarias. Hace un tiempo, me embarqué en la búsqueda de un pianista para mi séquito personal, y, guiándome por la recomendación de una vieja conocida, encontré a una jovencita con un talento abrumador y con la que enseguida congenié. La contraté, y todo fue bien al principio, pero su hermano es cazador y no le gustó que empleara a su hermana. – expliqué. Entonces hice una pausa para hacer acopio de mis fuerzas y concluí. – Ese cazador me torturó, a punto estuvo de matarme.
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