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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Benjamín Revueltas Mar Ene 09, 2018 9:55 pm


“Ahora te nombro, incendio, y en tu hoguera
me reconozco: vi en tu llamarada
lo destruido y lo remoto.”
— José Emilio Pacheco, La materia deshecha


No hubiera asistido a tan extraña invitación, de no ser porque la misteriosa misiva nombraba al hombre que sirvió de detonante para la caída en espiral de Benjamín. No es que el hombre de la Nueva España echara la culpa a Ramón de todo lo que sucedió, pero no era tonto, fue su encuentro y subsiguiente lealtad hacia él lo que finalmente lo obligó huir a la tierra paterna. Un sitio donde todavía era un desconocido, un forastero de piel demasiado morena y ojos demasiado oscuros, de castellano torpe y raras expresiones en zapoteco que nadie entendía.

No hubiera asistido, era un viaje largo que no podía costearse con facilidad, pero la mención de Ramón, y su causa, le provocó demasiada curiosidad como para ignorar el hecho. Con un caballo prestado, podía llegar hasta el límite con Francia en dos días a buen paso, sin forzar al animal, y decidió que así haría el recorrido. Conforme se fue acercando, fue preguntando en los poblados que fue pasando, hasta llegar a uno a faldas de los Pirineos, donde era su cita. En la plaza principal de la pequeña población, de acuerdo con la misiva, así que tras descansar y asegurarse que el caballo estaría bien, fue hacia allá para el atardecer. Era el día y la fecha, si bien no acordados, porque él no tuvo oportunidad de responder, sí señalados por su misterioso invitador.

Se sentó en la pileta de una fuente de la que no brotaba agua. Hacía frío, pero el sol de la tarde todavía alcanzaba a calentarlo un poco, y se quedó ahí, comiendo nueces. El lugar, siendo tan pequeño, no contaba con muchos pobladores, así que estaba vacío, y en silencio. Al menos, pensó, de ese modo le sería más fácil identificar a quien quiera que le hubiera escrito.

Sólo esperaba que asistiera, el viaje había sido largo, había gastado dinero que no le sobraba, y tenía que regresar a Madrid cuanto antes, todos sus asuntos pendientes estaban en aquella ciudad. Cuando terminó la última nuez, perdió un poco la esperanza y se puso de pie, aunque no comenzó a caminar de inmediato. Primero porque aún quería ver si la otra persona se presentaba, y segundo, porque sintió una fuerza que ya había sentido antes. Si bien sus poderes estaban debilitados desde que había dejado el marquesado, aún era capaz de detectar ese tipo de cosas. Giró sobre su eje y un hombre alto y apuesto estaba frente a él, con las montañas como fondo, enmarcando una estampa que le recordó al mismo Ramón de Alba, muerto a manos de la corona española. Dio un respingo.

Debo suponer que fue usted quien me citó aquí —dijo, quedo, pero sin titubear, como casi siempre hablaba ante desconocidos—. Sé que conoció a Ramón de Alba, pero él… —No terminó la frase. Ramón estaba muerto, fusilado por traición. Era un criollo que quiso más oportunidades para él, y de paso para gente como Benjamín.
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Mensaje por Fernand de Louvencourt Sáb Feb 24, 2018 6:50 pm

“Océanos y linajes de distancia entre nosotros
Y sin embargo, conocíamos la crueldad del régimen
Los tormentos, la horca, las vejaciones
Aquel hombre quería lo mismo que yo
La libertad de la patria.”
Fernand de Louvencourt


De todos los años que llevaba empuñando el acero y desgarrando la carne, Fernand todavía no podía contestarse una pregunta: ¿Por qué el hombre buscaba ser libre? Si lo llevaba a lo más básico, el instito de supervivencia, no pasaba de las interrogantes intermedias. La mayoría se volcaba contra la mano rectora por no tener suficiente autonomía o poder de decisión. Los abusos eran otra causa frecuente; incluía a la Orden de los Insurrectos dentro de esta categoría. Pero había casos, no raros, en que individuos a los que nada faltaba buscaban la libertad. Hijos de familias de renombre, regiones pequeñas en vías de desarrollo. ¿Era una cosa de soberbia, la respuesta a la sed de expansionismo, o era que la humanidad había sido tallada del mármol del caos?

Su reunión con Benjamín Revueltas le abría esos mismos cuestionamientos que dejaba y retomaba de vez en cuando. Un incipiente movimiento independentista se iniciaba en México, y Revueltas era uno de los románticos viajeros que comenzaba su recorrido en la peligrosa senda llamada emancipación. Influenciado por Ramón de Alba, un valiente subversivo que ya no estaba entre los vivos. Vil mano del virrenato; si Fernand había citado a Revueltas, era para no dejar morir la chispa independentista. Si los instintos no le fallaban, el prófugo estaba llamado a quedar registrado en la historia.

Se detuvo en el lugar acordado, un pueblo que perfectamente podía llamarse de mala muerte. Esperaba que el frío y el hambre no hubieran mitigado sus fuerzas al punto de postrar al mexicano, pero Fernand no podía convocar a nadie a un sitio decente sin poner en riesgo la vida de ambos. Identificó de inmediato al sujeto. ¿Cómo no hacerlo, con esos rasgos tan poco comunes? Fernand asintió con agrado; era increíble que la necesidad de autodeterminarse llegara tan lejos que reuniese a personas meridanamente distintas como ellos dos.

Mi pésame, Revueltas. Supe de la traición. Se procura evitarlo, pero pese a cualquier esfuerzo, los levantamientos traen consigo la división entre los patriotas. Le diría que estamos listos. Pero nunca se está preparado para la guerra. Nunca. No se vuelve a estar a salvo luego de dado el primer paso, así que no puedo asegurar su seguridad, pero puedo jurarle que la muerte de Ramón de Alba no acabará con lo que él inició. Lo continuaremos. — aseguró Fernand, manteniéndose de pie frente al individuo. Hubiera estrechado su mano y dado el abrazo correspondiente de las condolencias, pero no podían exhibir familiaridad. Incluso en un sitio como ese, no podían descartar que un campesino quisiera hacerse de unos francos extras.

Y pensar que Fernand había compartido con los demás miembros de su organización la historia de Ramón de Alba; los había inspirado. Ahora era un mártir. Lo mismo en lo que, el insurrecto presentía, se convertiría pronto. Pero ahora tenía enfrente a un hombre que había cruzado los mares por una causa. Y como ningún proceso sobrevivía si no crecía, a él correspondía alimentar su algarabía.

Antes que cualquier cosa, dígame si se está guareciendo en un lugar apropiado. Si lo tiene, no me diga en dónde. Es mejor así. Si está enfermo, pasando hambre o frío, hágamelo saber. Puedo hacerme cargo. De eso no se preocupe. — dijo el licántropo, cambiando el tono a uno más imperioso — Sólo no se deje atemorizar por los cobardes y enemigos de la patria. Que nadie de su círculo preste sus oídos a los opositores que pregonan el miedo y la estampida. De alguna u otra forma barreremos los campos de virreinistas y traidores.
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Mensaje por Benjamín Revueltas Miér Jun 27, 2018 9:57 pm


A pesar de las diferencias físicas entre este hombre y de Alba, se lo recordó muchísimo, no sólo el porte, sino la manera de expresarse. Benjamín mantuvo el rostro serio mientras el sujeto habló; de una cosa estuvo seguro, si había conocido a Ramón, si Ramón mismo lo tenía en cierta estima, entonces eso bastaba para él. No que ahora fuera a seguirlo ciegamente, pero sabía que la causa en la que alguna vez creyó, seguía viva, aquí, tan lejos del virreinato. En él y en el sujeto que lo había citado en ese pueblo a faldas de los Pirineos.

Asintió nada más, con los ojos a medio cerrar, como para no dejar ver su tristeza. Una vez que el otro hubo terminado y Benjamín lo escuchó atentamente, levantó el rostro, el francés (hasta donde sabía, era francés), era más alto.

Estoy perfectamente. —Sonrió de manera pequeña—. No aquí, sino en Madrid, sé que es lejos, pero tengo asuntos pendientes ahí también. Asuntos… personales. —Esperaba que con eso se evitara preguntas, porque era incómodo hablar de su padre, de la historia intrincada que el hombre tuvo con su madre, su propia historia complicada con Trinidad y que ahora resultara hijastra de Felipe Revueltas. ¿A quién se le ocurrían estas cosas?

Temor jamás —entonces dijo, sacando el pecho y levantando el mentón. Parecía el último príncipe nacido de los zapotes, los zapotecos, forjados en el barro negro de Monte Albán. No sólo hubo algo regio en su semblante, sino también muy digno y aguerrido.

Me alegra saber que incluso aquí existe gente como usted. No me malinterprete, pero dada mi posición, la imagen que tengo de los europeos no es la mejor. Pero no me hago prejuicios, eso nunca —confesó luego, de manera menos tensa tanto en su posición como en su voz—. Es una pena que para continuar con estas causas se necesite tanto capital. Perdón por la sinceridad, soy de la idea de que la revolución debe nacer desde abajo, sin embargo, desde abajo es imposible sostenerla. Supongo que es una cuestión de equilibrio… Unión, no división —habló bajito, por aquello de los oídos indiscretos. Ramón había sido víctima de ellos, y de los cobardes que acusaba su acompañante.

En fin, me gustaría tener un nombre para dirigirme a usted —dijo. Era raro no conocer su identidad. La carta que le llegó venía rubricada con iniciales nada más, y no sabía si siquiera si eran las de este sujeto.

Entrecerró los ojos, independientemente de sus ideales en común, el otro compartía algo más con Benjamín, el factor sobrenatural. Pero no era bidxaa'¹, parecía más un nahual², aunque… no, los nahuales se transformaban a voluntad. Supuso que por ahora no importaba realmente, aunque jamás podría confiar plenamente en un hijo del dios guidiribeela³.


¹ Zapoteco: hechicero.
² Náhuatl: ser sobrenatural que tiene la capacidad de tomar forma animal.
³ Zapoteco: murciélago.



Última edición por Benjamín Revueltas el Lun Sep 24, 2018 9:22 pm, editado 2 veces
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Mensaje por Fernand de Louvencourt Jue Jul 12, 2018 11:27 pm

Cada héroe llevaba más cicatrices que las que exhibía su cuerpo. Más historias de las que se pudieran contar. Así debía ser. Había una batalla más importante que luchar; no podían distraerse. Aplicando esa regla, Fernand no hizo preguntas. Así también, se aseguraba, de que no invadieran su círculo privado, el cual dejaba bastante que desear. ¿No era un alivio, al fin y al cabo, preocuparse de alguien más?

Bien. Entre Europeos tampoco nos llevamos. Se me antoja más un buen vino que el té de las seis. — suavizó Fernand el ambiente, confesando su poca afinidad con los Ingleses. No se debía a un tema histórico o de estricto nacionalismo, sino de hábitos; el licántropo se ahogaba entre marcos muy estrictos de comportamiento, con escasa autonomía. Benjamín era algo nuevo, porque daba signos de ser muy educado, pero nada imperativo. Qué mezcla. — Por favor, no te disculpes por decir la verdad. Lo que sé, me lo enseñó la gente; la servidumbre, los peones, las cantineras. La gente que tiene menos es la que más da. Lo mismo pasa en estas causas. Podré tener un apellido, una herramienta indispensable para conseguir refugio y armamento, pero sin ellos todo es chatarra.

Fue entonces que Benjamín le hizo notar que no se había presentado. ¿Sería una costumbre? ¿Un mal hábito adquirido por años ocultándose entre sus enemigos? Ni él lo sabía. A medida que pasaban las semanas y los meses, le iba importando menos que su nombre perdurase. Tenía la certeza de que su alma sería libre de su cuerpo próximamente, pero quería que fuese por completo, para así nunca volver, porque hallaba romántico sacrificar su reputación a la de su revolución. Pero ahora rompería esa poesía, dejando una huella en Revueltas. O sería Revueltas quien dejaría una huella en él.

Está tratando con este ridículo, cuyo espíritu inquieto borra de la mente hasta su nombre: Fernand de Louvencourt, a vuestro servicio. — se presentó, inclinando la cabeza con humildad. Benjamín podía ser de otra nacionalidad, e incluso de una especie distinta, pero sería su hermano, luchando hombro con hombro. — Hemos tratado cinco minutos y ya he encontrado un centenar de diferencias entre nosotros, pero son esas divergencias las que se necesitan para combinar operaciones y acabar de un soplo con nuestros rivales. Por tanto, es mi camarada. Usted dirá en qué puedo servir.
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Mensaje por Benjamín Revueltas Lun Sep 24, 2018 9:40 pm


Tragó grueso, dándose cuenta de cuánto le gustaron las palabras que el otro dijo. Eso mismo creía él sobre esas causas, que debía existir un balance, aunque la mayor parte del tiempo fuera desconfiado de las clases privilegiadas, pero ello era más por la experiencia personal. Asintió luego y sonrió al escuchar el nombre, mismo que se le antojó imposible de pronunciar, de momento, al menos.

Fernand —musitó. Se quedaría con el de pila, ese no era tan complicado.

Ya no existen hombres como usted. Creí que Ramón de Alba era el último, pero me alegra ver que no es así —dijo y aunque su rostro no reflejó gran cosa, como era casi siempre, hubo un brillo distinto en sus ojos de ónice. De la misma obsidiana que sus antepasados forjaron sus armas.

Habrían ganado contra los españoles, de no ser por la viruela.

Ni que lo diga… —sonrió de lado, al fin rompiendo la máscara de solemnidad—, usualmente no me fiaría de un hombre como usted, lamento ser tan directo, pero me da confianza, además, carga con la marca del nexkoyotl¹, ¿no es así? Quiero decir, del lobo —aclaró. Tras estarlo estudiando llegó a esa conclusión, pues si no era nahual y no era hechicero, además de estar a plena luz del día, era lo único que quedaba.

No se preocupe, lo supe porque yo mismo tengo ciertas habilidades que estoy dispuesto a poner a disposición de la causa. Yo…, me gustaría saber si usted sabía lo hacía Ramón en la Nueva España. Pero… —Se removió, incómodo—. No aquí, me siento desprotegido bajo estos cielos que no son el mío. —Miró a un lado y luego a otro.

Ramón alguna vez me habló de ciertos ideales en este lugar de mundo. Algo sobre acabar con los reyes, pero él se concentró en liberar a las colonias. No creo que haya sido una cuestión desinteresada, era criollo, hijo de españoles pero nacido en el nuevo continente y ya por ese simple hecho, no tenía los mismos derechos. Era eso lo que lo motivaba, pero no lo culpo y siempre creí en su causa, aunque sus ideales y los míos eran distintos —explicó con la misma levedad que había estado demostrando.

Benjamín era cauteloso. Ya era bastante que de manera tan directa le dijera a Fernand sobre su magia y la propia maldición ajena. Un paso para forjar confianza. No era de los que soltaran todo de una maldita vez, no era tonto y tal vez ni siquiera lo hacía a propósito, su crianza lo había hecho así. Siempre le dijeron que el hombre blanco era sinónimo de crueldad, y esas eran enseñanzas que no se olvidaban tan fácil.

Desconozco este pueblo. Me estoy quedando en una posada más allá, pero si usted conoce un lugar seguro… —Dejó la frase inconclusa, esperando por Fernand.


¹ Náhuatl: lobo.
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Mensaje por Fernand de Louvencourt Jue Oct 18, 2018 8:32 pm

Muy bien. Fernand tampoco confiaría, en lugar de Benjamín. Ni él confiaba en sí mismo, cuando a la luna se le ocurría mostrar su culo plateado. Cuando se trataba de un licántropo, era errado pensarlo como un individuo; dos criaturas existían: el humano y el monstruo. Se asomaban en el terreno del otro aleatoriamentte, pero no se mezclaban. Era posible que, cuando la muerte llegase, se llevase dos almas que irían a distintos lugares a reposar.

Nada que reprochar. Sus habilidades serán de gran ayuda. Ya tiene su primera tarea: si por algún motivo la luna quiere jodernos antes de lo esperado, póngale la correa a este peludo. Si no pueden contenerme, mándenme al patio de los callados. Lo digo en serio. No se puede tener rencores si se está muerto. Es mejor perder un líder que un ejército. Bueno, siempre que se haya sido un buen líder, alguien que hubiera dejado preparada a su gente. Usted sabrá que fui, Revueltas, si se da el más fatal de los escenarios. —dijo con ligereza. Fernand había imaginado tantas veces cómo sería su muerte que ya parecía que la tenía planificada.

Comprobaba, con los breves relatos del hechicero, que no era la sangre la que llamaba a tomar las armas por una causa que probablemente les costaría la vida. Era el amor por la tierra a la que se sentía pertenecer. Los seres vivos buscaban intrínsecamente el hogar, y por eso sentían la necesidad de defenderlo con puños y dientes.

Podemos discutir sobre el derecho inalienable del pueblo a rebelarse contra los gobernantes en otra parte. —acabó la conversación antes de que fuera tarde para pasar desapercibido—. Sígame.

Conocía un lugar. No se trataba de una posada común y corriente. Se trataba de una panadería, pero no los recibirán precisamente con baguette caliente y queso para acompañar. Tampoco usaron una puerta. Lo que hizo Fernand fue dirigirse a la parte posterior del edificio y mover unos barriles. Debajo de ellos, había un escondrijo. Levantó la tapa de madera e invitó a Benjamín para acercarse a bajar. Fernand debía ir primero, para no suscitar sospechas. Tenían que partir llevándose bien.

Una vez abajo, los revolucionarios se hallaron entre estantes y sacos de patatas. Era parte del sótano de la panadería, apartada especialmente para albergado, Sin más comodidades que un par de velas encendidas, heno y frazadas. La querida chusma. La que le ofrecía refugio y también compañía para compartir un brebaje caliente cuando el cuerpo lo pidiese.

Se habrá dado cuenta de que no es un palacio, pero es más seguro que esos bailes de fiestas pomposas en las que deben estar brindando por nuestra pronta captura. —sonrió burlesco— Ahora, sobre los reyes: he oído que algunas naciones que, no obstante buscar independencia de España han reconocido al Rey Fernando VII. Ningún idiota se le cree. Obviamente es un manejo de política pura, porque no se le niega la calidad de Rey, pero lo dejan sin poder real. ¿Usted quiere lo mismo, Revueltas, o prefiere cortar cabezas?
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