AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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It's so hard to leave | Flashback | Privado
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It's so hard to leave | Flashback | Privado
'It's so hard to leave—until you leave. And then it is the easiest goddamned thing in the world... Leaving feels too good, once you leave.'
John Green
John Green
Siempre lo había deseado. En sus momentos de soledad, cuando alimentaba a su hija, o incluso cuando se abstraía debajo del peso de un cliente que dominado por el frenesí del deseo se enceguecía, Janelle se permitía soñar con el día en el que acariciaría la libertad. Pues, al parecer ese día no era tan lejano como ella pensaba y al fin había llegado.
-Vamos, Bree, debemos irnos. Despierta, amorcito –le dijo mientras la sacaba de la cama e intentaba vestirla pese a que la niña estaba muy adormilada todavía.
Los jefes del burdel en el que trabajaba habían viajado. Sus compañeras estaban dormidas luego de una noche de arduo trabajo, Janelle supo que no habría momento más óptimo que ese para intentar escapar, para volver a su vieja vida donde habría dolor también, pero al menos tendría más dinero.
Sucedía que la vida de burdel no era lo que ella había esperado. Claro que tenía techo y comida para ambas, ¿pero a qué precio? No le quedaba mucho para ella –cosa de dos francos por cliente, o sea: nada en verdad-, todo lo que los hombres –y alguna que otra mujer- pagaban iba directo a las manos de los que regenteaban el burdel. A eso se había sumado que el lugar había dejado de ser seguro, ella misma había encontrado a un hombre hablando plácidamente con Bree, ¡se había colado en el sector no permitido! Y si bien nada le había ocurrido a su hija, Janelle tomó aquello como una señal de que no debía permanecer más allí porque aquello podría repetirse, conocía muchas historias sobre hombres que gustaban de satisfacerse con niñitas y no quería que aquello le sucediese a su hijita. Aunque le pesase, debía volver al puerto, allí donde todo lo que los marineros o piratas pagaban quedaba enteramente para ella. Ah, pero claro que eso no les gustaría a los dueños… y sucedía que ella había dado aviso sobre su decisión, pero nadie la había tomado en serio. Se rieron de su resolución, pues se decía que nadie podía escapar de aquel burdel, pero Janelle debía intentarlo.
Tomó lo necesario –una cuchilla bien puntiaguda y afilada, sus pocos ahorros, abrigo para ambas, unas manzanas y un trozo de queso- y salió sin mirar atrás al frío de la ciudad. No tenía muy claro el camino, pero creía que preguntando aquí y allá podría llegar bien. Instó a Bree a apurar su paso y al final tuvo que prometerle que cuando ya no pudiese caminar más ella la cargaría. Sabía que las horas del día eran vitales, debía alejarse del burdel mientras la luz del sol se dejase ver, pues en la noche ellos eran poderosos y saldrían tras ella.
-Ya casi llegamos, amor –le prometía a la niña cuando ella hacía preguntas, pero no lo tenía tan claro, las últimas indicaciones se las había dado un hombre con marcado acento ruso y ella no le había entendido bien-. Al menos nos estamos alejando –se reconfortó.
La noche las encontró sin que tuviese idea de donde estaban. Una especie de bosque, en las zonas más alejadas… Bree necesitaba parar y a Janelle no le quedó más opción que hacerlo. Se sentaron en las raíces de un árbol, Janelle sacó la cuchilla para trozar una manzana, que la niña comió con desespero, y no la guardó sino que la empuñó. No se sentía segura, desde que la noche le había ganado al día ella no tenía paz en su corazón y presentía que llegar al puerto no sería tan fácil como había imaginado.
-Vamos, amorcito –le rogó a la niña y se puso en pie-. Tenemos que encontrar un lugar mejor para dormir, ¿tienes sueño?
-No –le respondió ella-, pero quiero hacer pis, mami.
-Pero qué mala madre eres, Janelle –dijo la voz de un hombre y ella dio un gritito de miedo-, llevar a tu hija a rastras… ¡Deberían quitártela, darla en adopción! –Brent, el vampiro que era fiel servidor de los dueños del burdel, se rió burlándose de ella.
Janelle había reconocido la voz, pero no tenía idea de dónde provenía. Él podría estar en cualquier lado, incluso trepado a las ramas de los árboles. Ella empuñó el arma con su mano derecha, mientras mantenía con la izquierda abrazada a Bree que no entendía lo que allí sucedía.
Janelle van Dergjant- Prostituta Clase Baja
- Mensajes : 26
Fecha de inscripción : 18/04/2017
Re: It's so hard to leave | Flashback | Privado
Los parásitos nocturnos se solaparon alrededor de los adoquines del suelo. Acostumbrada a barrerlos con la suela de sus zapatos, Helida o en este caso el pintor Ebran, los ignoro, caminando como si no existieran. Como si en aquellas tierras no prevaleciera nada más que la desgracia humana, trágica pero mortal.
Bajo su brazo, el mar cálido del puerto reflejaba sus colores en el óleo. Al fin, había dado por terminado su cuadro del puerto. Le había llevado más días de lo esperado, pero no le importaba ya que el atardecer del puerto siempre era lo que mejor se vendía. Los colores tórridos entintando en el cielo enamoraban a cualquier idiota. Helida se ajustó el sombrero que ocultaba sus largos cabellos y ensombrecía su mirada. No le resultaba difícil actuar como muchacho, cuando una llevaba haciéndolo toda la vida, emergía de forma natural. A decir verdad, lo que resultaba costoso era actuar como una dama.
Tranquila, silboteó de regreso a su humilde morada, situada en las afueras de Paris. Su padre se había ocupado de que la cabaña no estuviera rodeada de vecinos espantados ante los ruidos que producían sus espantosas genialidades. Genialidades, que habían quedado en nada, ya que ahora, Helida no se ocupaba de ese tipo de asuntos. Atravesó los barrios bajos con su lienzo bajo el brazo. Todo aquel que oso acercarse provocador al “muchacho” pintor, fue otorgado con un parpado púrpura. Dejó atrás las calles, alcanzando la pequeña boscosidad que se formaba justo antes de alcanzar su casa y se desplazó entre los árboles del camino con una vaga noción de cuan tarde era. No solía haber nadie por aquel lugar, solo dementes y…dementes. Por eso, no tuvo otra opción más que detenerse cuando escuchó una voz alta y clara:
“Pero que mala madre eres Janelle, llevar a tu hija a arrastras… ¡Deberían quitártela, darla en adopción!”
Helida orientó el rostro en la dirección del sonido. Junto al camino, en un pequeño claro, localizó a una mujer, pero a ningún hombre que pudiera ser dueño de la voz. Distinguió el brillo afilado de un arma entre sus dedos temblorosos y supo que algo iba mal. Aquello le hizo suspirar con una excesiva exasperación. la mujer parecía estar un aprieto...Si le echaba una mano...
¡No!
No era su problema. Regresaría a casa, cenaría junto al fuego y dormiría tranquila hasta el amanecer… Y estaba decidida hacerlo, hasta que la vio; una niña, inocente, asustada, preciosa…
Puso los ojos en blanco. Enfadada con el mundo, dejó el lienzo contra el tronco de un árbol y emergió al claro casi en el mismo instante en el que el hombre, dueño de la voz, lo hacía por otro lado, caminando lentamente hacia la mujer y la niña. Depredador, animalístico… Para colmo, aquello; un inmortal. Helida se apresuró, llegando antes que él junto a la mujer y la pequeña. Sin mayores pretensiones, encaró al extraño, casi como si le diera pereza todo aquello y es que…le daba mucha pereza.
─¿Qué asuntos os traéis con mi mujer y mi hija? ─murmuró, defensora, su voz rasgada ocultando el hecho de que se trataba de una fémina.
Con suerte, y por su bien, la desconocida no le clavaría el cuchillo a ella. La miro un momento a ella y a la pequeña, esperando que comprendiera que trataba de ayudarlas.
Bajo su brazo, el mar cálido del puerto reflejaba sus colores en el óleo. Al fin, había dado por terminado su cuadro del puerto. Le había llevado más días de lo esperado, pero no le importaba ya que el atardecer del puerto siempre era lo que mejor se vendía. Los colores tórridos entintando en el cielo enamoraban a cualquier idiota. Helida se ajustó el sombrero que ocultaba sus largos cabellos y ensombrecía su mirada. No le resultaba difícil actuar como muchacho, cuando una llevaba haciéndolo toda la vida, emergía de forma natural. A decir verdad, lo que resultaba costoso era actuar como una dama.
Tranquila, silboteó de regreso a su humilde morada, situada en las afueras de Paris. Su padre se había ocupado de que la cabaña no estuviera rodeada de vecinos espantados ante los ruidos que producían sus espantosas genialidades. Genialidades, que habían quedado en nada, ya que ahora, Helida no se ocupaba de ese tipo de asuntos. Atravesó los barrios bajos con su lienzo bajo el brazo. Todo aquel que oso acercarse provocador al “muchacho” pintor, fue otorgado con un parpado púrpura. Dejó atrás las calles, alcanzando la pequeña boscosidad que se formaba justo antes de alcanzar su casa y se desplazó entre los árboles del camino con una vaga noción de cuan tarde era. No solía haber nadie por aquel lugar, solo dementes y…dementes. Por eso, no tuvo otra opción más que detenerse cuando escuchó una voz alta y clara:
“Pero que mala madre eres Janelle, llevar a tu hija a arrastras… ¡Deberían quitártela, darla en adopción!”
Helida orientó el rostro en la dirección del sonido. Junto al camino, en un pequeño claro, localizó a una mujer, pero a ningún hombre que pudiera ser dueño de la voz. Distinguió el brillo afilado de un arma entre sus dedos temblorosos y supo que algo iba mal. Aquello le hizo suspirar con una excesiva exasperación. la mujer parecía estar un aprieto...Si le echaba una mano...
¡No!
No era su problema. Regresaría a casa, cenaría junto al fuego y dormiría tranquila hasta el amanecer… Y estaba decidida hacerlo, hasta que la vio; una niña, inocente, asustada, preciosa…
Puso los ojos en blanco. Enfadada con el mundo, dejó el lienzo contra el tronco de un árbol y emergió al claro casi en el mismo instante en el que el hombre, dueño de la voz, lo hacía por otro lado, caminando lentamente hacia la mujer y la niña. Depredador, animalístico… Para colmo, aquello; un inmortal. Helida se apresuró, llegando antes que él junto a la mujer y la pequeña. Sin mayores pretensiones, encaró al extraño, casi como si le diera pereza todo aquello y es que…le daba mucha pereza.
─¿Qué asuntos os traéis con mi mujer y mi hija? ─murmuró, defensora, su voz rasgada ocultando el hecho de que se trataba de una fémina.
Con suerte, y por su bien, la desconocida no le clavaría el cuchillo a ella. La miro un momento a ella y a la pequeña, esperando que comprendiera que trataba de ayudarlas.
Helida Darsian- Cazador Clase Media
- Mensajes : 288
Fecha de inscripción : 25/04/2014
Localización : Paris
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Re: It's so hard to leave | Flashback | Privado
No entendió de dónde había salido ese hombre. Era como un ángel que había aterrizado de pronto en ese claro para impedir lo que ya era un hecho en la mente de Janelle, tan acostumbrada a la mala fortuna. Aunque sabía que nadie tenía tanta fuerza como ese demonio que las perseguía, Janelle se escondió detrás del recién llegado con su hija pegada a su cuerpo justo en el momento en el que el odioso vampiro se dejó ver, saliendo de entre las sombras para mostrar su cara más cínica. ¡Cuánto lo odiaba! Era desalmado, no tenía códigos ni valores, solo le importaba servir bien a su jefe, eso y llenarse el estómago con sangre de prostitutas que no sabían cómo defenderse de él. Ella misma le había entregado su cuello en varias oportunidades a cambio de favores o de clemencia para alguna de sus compañeras que debían afrontar un castigo de su mano.
Mentiría si dijera que no se había sorprendido ante las palabras de él –de ese inesperado intermediario que ahora, lamentablemente, estaba también en peligro-, pero tampoco le importaba mucho. ¿Su esposa? Podía serlo si él lo quería, había sido muchas cosas para sus clientes… una esposa muerta y añorada, una prima, monja, la mismísima reina de Francia e incluso una hermana para un perverso incestuoso; Janelle sabía cómo interpretar papeles, aparentar ser quién no era. Podría ser la esposa de él siempre que vivieran.
Presenciaba aquella escena que de pronto se había vuelto calmadamente tensa, todos se medían, esperando entender qué ocurriría en los siguientes segundos, adivinando quién atacaría primero. Apoyó una mano sobre el hombro del sujeto y se sorprendió al sentir que no era tan duro como se esperaba:
-Debemos huir –le susurró, aterrada-, él es en verdad peligroso. Nos matará…
El vampiro dijo algo que Janelle no comprendió, estaba muy ocupada tomando a su hija en brazos, cubriéndola con el abrigo. Era pesada, ya tenía una niña y no una bebé recién nacida, pero no había nada que ella no pudiera hacer por aquella pequeña.
-Bree, amor mío… pase lo que pase no te sueltes, agárrame fuerte y pase lo que pase estaremos juntas –le dijo.
Janelle no quería quedarse, su instinto le decía que debía correr, pero la mente le recordaba que eso sería en vano pues había visto a ese vampiro actuar antes y sabía que a veces hasta parecía ser capaz de volar.
-No, no, Janelle –le habló el inmortal-. ¿A dónde vas? Deja que me deshaga de tu reciente esposo y ya hablaremos tú y yo.
Se les acercó y Janelle retrocedió. Empuñaba el arma, lista para defenderse siempre que el temor se lo permitiera. Pero el hombre también iba armado, ¿podrían ellos dos contra el vampiro? No quería tener que averiguarlo.
Mentiría si dijera que no se había sorprendido ante las palabras de él –de ese inesperado intermediario que ahora, lamentablemente, estaba también en peligro-, pero tampoco le importaba mucho. ¿Su esposa? Podía serlo si él lo quería, había sido muchas cosas para sus clientes… una esposa muerta y añorada, una prima, monja, la mismísima reina de Francia e incluso una hermana para un perverso incestuoso; Janelle sabía cómo interpretar papeles, aparentar ser quién no era. Podría ser la esposa de él siempre que vivieran.
Presenciaba aquella escena que de pronto se había vuelto calmadamente tensa, todos se medían, esperando entender qué ocurriría en los siguientes segundos, adivinando quién atacaría primero. Apoyó una mano sobre el hombro del sujeto y se sorprendió al sentir que no era tan duro como se esperaba:
-Debemos huir –le susurró, aterrada-, él es en verdad peligroso. Nos matará…
El vampiro dijo algo que Janelle no comprendió, estaba muy ocupada tomando a su hija en brazos, cubriéndola con el abrigo. Era pesada, ya tenía una niña y no una bebé recién nacida, pero no había nada que ella no pudiera hacer por aquella pequeña.
-Bree, amor mío… pase lo que pase no te sueltes, agárrame fuerte y pase lo que pase estaremos juntas –le dijo.
Janelle no quería quedarse, su instinto le decía que debía correr, pero la mente le recordaba que eso sería en vano pues había visto a ese vampiro actuar antes y sabía que a veces hasta parecía ser capaz de volar.
-No, no, Janelle –le habló el inmortal-. ¿A dónde vas? Deja que me deshaga de tu reciente esposo y ya hablaremos tú y yo.
Se les acercó y Janelle retrocedió. Empuñaba el arma, lista para defenderse siempre que el temor se lo permitiera. Pero el hombre también iba armado, ¿podrían ellos dos contra el vampiro? No quería tener que averiguarlo.
Janelle van Dergjant- Prostituta Clase Baja
- Mensajes : 26
Fecha de inscripción : 18/04/2017
Re: It's so hard to leave | Flashback | Privado
Si la excazadora hubiese sido capaz de poner todavía más los ojos en blanco, estos hubiesen dado la vuelta a sus cuencas como canicas. Quizás podría haber sido capaz de ignorar la escena si tan solo la mujer se hubiese encontrado en apuros, pero llevando en brazos a una niña era imposible cubrirse la mirada. El inmortal, evidenciando su letal elegancia se acercó a ambas, dejando al desnudo sus intenciones de terminar con su marido, es decir, con ella. Maldita fuera, si es que no daba tres en un burro. Asintió errática, ante lo que la mujer le susurraba.
─Ya, ya, ya sé…─murmuró─. Probablemente acabemos tres destripados en el suelo, pero eh, solo se vive una vez. Ahora date la vuelta y márchate. Yo lo distraigo ─. La contempló un segundo, e insistente le dedicó una mirada de pocos amigos─. ¿Qué es lo que no has entendido? Márchate si quieres que os salve el culo. Largo, fuera.
El vampiro las siguió con la mirada, inalterable, su tímida sonrisa ofreciendo un gesto burlón, como si estuviera un paso por delante de sus intenciones. Y probablemente lo estuviera, pero al mismo tiempo no lo estaba. Si bien Helida estaba desentrenada, él no sabía que ella era consciente de que él era un vampiro. Y ah, mira por donde que la punta de su bota guardaba varios secretos. Se burló, acechándola relajado, como un león cerca de una gacela.
─¿De verdad serás tan necio como para interponerte en mi camino?
─¿Qué quieres a cambio? Tengo dinero.
Inmutable, expuso las ganancias de aquel día. Si aceptaba, mejor para todos. No era muy aficionada a tomar el camino de la prudencia, sin embargo, con vidas en juego, tendía a ser más medida. De haber sido lo contrario estaría luchando con uñas y dientes. Aunque nadie le asegura que aquello no fuera a suceder puesto que, ante la ofrenda, el vampiro lanzó una carcajada al aire, la cual Helida acompañó con un chasquido de lengua que evidenció su irritación; la segunda opción tendría que ser.
Dejó que se acercara, que cerrara sus dedos alrededor de la garganta, que la alzara del suelo y entonces presionó el resorte de del talón de una de sus botas contra la otra. La afilada punta de madera emergió de la delantera de una de sus botas.
Mientras lo hacía, Helida tan solo alzó la pierna e impulsándose la hundió en la base de su mandíbula. El inmortal la soltó sorprendido, la sangre resbalando por su cuello. Un rugido denotó su ira. La muchacha dejó escapar una carcajada que hubiese helado la sangre de cualquiera. Mentiría si dijera que no disfrutaba aquello. Sin embargo, le faltaban armas. Lo único que se le ocurría era sobrevivir hasta el amanecer. Si todo salía bien, la niña y su madre podrían huir y ella, no terminaría desmembrada.
Aunque dudaba que todo saliera bien, básicamente por el hecho de que el monstruo se encontraba sobre ella nuevamente. La abofeteó y las horquillas de su cabello salieron despedidas al igual que su sombrero, evidenciando la naturalidad de su sexo. El inmortal se detuvo un momento, ligeramente desorientado. Aquella sorpresa le supuso unos valiosos segundos que Helida aprovechó para hundir la daga que guardaba en su tobillo en su garganta. No tendría mayor efecto más que el de una daga, ya que era de plata, el arma equivocada, pero la tonta de ella acostumbraba a pasearse con poca cosa tras su retirada. Sin embargo, el vampiro comenzó a desangrarse tempranamente a pesar de que sus heridas cerraban con rapidez. La pérdida de sangre encendió su sed y la muchacha también tomó ventaja de aquello. Rasgó su brazo, haciendo que el plasma brotara y contempló el deseo en los ojos del diablo.
─¿Un pequeño banquete? ─tentó.
Dejó que se cerniera sobre ella, que la mordiera y succionara. Maldita sea, había olvidado cuan doloroso era aquello. Pero valía la pena, valía la pena porque entre sus manos encendió una cerilla que prendió contra las ropas del vampiro. Tan sumido en su sed, que se percató de aquello cuando su espalda estaba en llamas. Despegándose de la muchacha, reculó atónito. Helida no supo como mitigó las llamas, si se zambulló en el lago o rodó por el suelo ya que no se quedó allí para observarlo. Recogió su gorro oculto su cabello y salió corriendo tomando la ventaja de la que fue capaz. Lo que no esperaba era toparse con la muchacha y su hija tempranamente. ¿Podían correr más lento? Maldita sea…Meditó un momento para luego aferrarla del brazo y tirar de ella.
─Sígueme.
Las llevaría a su casa.
─Ya, ya, ya sé…─murmuró─. Probablemente acabemos tres destripados en el suelo, pero eh, solo se vive una vez. Ahora date la vuelta y márchate. Yo lo distraigo ─. La contempló un segundo, e insistente le dedicó una mirada de pocos amigos─. ¿Qué es lo que no has entendido? Márchate si quieres que os salve el culo. Largo, fuera.
El vampiro las siguió con la mirada, inalterable, su tímida sonrisa ofreciendo un gesto burlón, como si estuviera un paso por delante de sus intenciones. Y probablemente lo estuviera, pero al mismo tiempo no lo estaba. Si bien Helida estaba desentrenada, él no sabía que ella era consciente de que él era un vampiro. Y ah, mira por donde que la punta de su bota guardaba varios secretos. Se burló, acechándola relajado, como un león cerca de una gacela.
─¿De verdad serás tan necio como para interponerte en mi camino?
─¿Qué quieres a cambio? Tengo dinero.
Inmutable, expuso las ganancias de aquel día. Si aceptaba, mejor para todos. No era muy aficionada a tomar el camino de la prudencia, sin embargo, con vidas en juego, tendía a ser más medida. De haber sido lo contrario estaría luchando con uñas y dientes. Aunque nadie le asegura que aquello no fuera a suceder puesto que, ante la ofrenda, el vampiro lanzó una carcajada al aire, la cual Helida acompañó con un chasquido de lengua que evidenció su irritación; la segunda opción tendría que ser.
Dejó que se acercara, que cerrara sus dedos alrededor de la garganta, que la alzara del suelo y entonces presionó el resorte de del talón de una de sus botas contra la otra. La afilada punta de madera emergió de la delantera de una de sus botas.
Mientras lo hacía, Helida tan solo alzó la pierna e impulsándose la hundió en la base de su mandíbula. El inmortal la soltó sorprendido, la sangre resbalando por su cuello. Un rugido denotó su ira. La muchacha dejó escapar una carcajada que hubiese helado la sangre de cualquiera. Mentiría si dijera que no disfrutaba aquello. Sin embargo, le faltaban armas. Lo único que se le ocurría era sobrevivir hasta el amanecer. Si todo salía bien, la niña y su madre podrían huir y ella, no terminaría desmembrada.
Aunque dudaba que todo saliera bien, básicamente por el hecho de que el monstruo se encontraba sobre ella nuevamente. La abofeteó y las horquillas de su cabello salieron despedidas al igual que su sombrero, evidenciando la naturalidad de su sexo. El inmortal se detuvo un momento, ligeramente desorientado. Aquella sorpresa le supuso unos valiosos segundos que Helida aprovechó para hundir la daga que guardaba en su tobillo en su garganta. No tendría mayor efecto más que el de una daga, ya que era de plata, el arma equivocada, pero la tonta de ella acostumbraba a pasearse con poca cosa tras su retirada. Sin embargo, el vampiro comenzó a desangrarse tempranamente a pesar de que sus heridas cerraban con rapidez. La pérdida de sangre encendió su sed y la muchacha también tomó ventaja de aquello. Rasgó su brazo, haciendo que el plasma brotara y contempló el deseo en los ojos del diablo.
─¿Un pequeño banquete? ─tentó.
Dejó que se cerniera sobre ella, que la mordiera y succionara. Maldita sea, había olvidado cuan doloroso era aquello. Pero valía la pena, valía la pena porque entre sus manos encendió una cerilla que prendió contra las ropas del vampiro. Tan sumido en su sed, que se percató de aquello cuando su espalda estaba en llamas. Despegándose de la muchacha, reculó atónito. Helida no supo como mitigó las llamas, si se zambulló en el lago o rodó por el suelo ya que no se quedó allí para observarlo. Recogió su gorro oculto su cabello y salió corriendo tomando la ventaja de la que fue capaz. Lo que no esperaba era toparse con la muchacha y su hija tempranamente. ¿Podían correr más lento? Maldita sea…Meditó un momento para luego aferrarla del brazo y tirar de ella.
─Sígueme.
Las llevaría a su casa.
Helida Darsian- Cazador Clase Media
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