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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Lena Windsor Jue Ene 18, 2018 8:57 am

Dueño del Universo, yo regulo su fortuna.
Puedo nombrar reyes, puedo deponerlos,
pero de mi corazón yo no puedo responder.
—Jean-Baptiste Racine —




La coronación de la reina había supuesto un antes y un después en su vida. La joven que había marchado y se había paseado hasta la iglesia mientras todo su pueblo en las calles vitoreaba su nombre, no era la misma una vez el furor de la coronación pasó. La joven de antaño había perdido, y ahora era su ocupación divina de reina, la que ocupaba todo el tiempo de la misma. Ya se había ocupado de buscar sus damas de la corte, ya estaban las nuevas leyes a poco de hacerse firmar. Todo estaba arreglado en los primeros días de regencia de la joven reina, no obstante, había un único fallo en aquella imagen perfecta. La corte de los lores quería un rey a su lado. No un rey cualquiera y tampoco lo querían en cualquier otro momento; si no ahora y aquí. Antes de que el pueblo se acostumbrase a solo tener una reina y un nuevo monarca no fuese visto con buenos ojos. Todos elogiaban el porte y la educación de la Windsor. Su pueblo la amaba y lo habían hecho desde su infancia, en que no era nadie más que una pequeña infante con aspiraciones al trono inglés. Ahora este amor, sería la espada y el manto de la reina, aún así, era insuficiente. La corte de las intrigas exigía que la monarca tomase las decisiones cuanto antes. Un nuevo rey debía ser coronado en las siguientes semanas. Finalmente, la insistencia enfermiza a la que sometieron a la reina terminó germinando y en cuestión de horas, surgió un apoyo incondicional de todos los lores a uno de los candidatos a ocupar ese cargo. Quien también después fue aprobado por la reina. Alecder Jorce Delayne Windsor Seymour sería desde ahora hasta su muerte; el nuevo rey inglés.

Lena, quien siempre pensó podría tener tiempo para conocer a quien desde el momento en que se viesen, sería su esposo, se encontró con que únicamente contaría con un día para conocerlo, antes de que se desposaran y él ascendiese al trono. Todos los consejeros de su padre, hablaban maravillas del joven que había escogido, aunque burocráticamente lo hubieran escogido ellos en realidad. Fuera como fuere, su padre en vida también le había hablado incluso hasta de su deseo de alguna vez unir ambas castas. Al final, el sueño de su padre se haría realidad, pensó Lena mientras todo a su alrededor se llenaba de ruidos y de criados y soldados corriendo por el gran castillo. Todo debía estar perfecto para la llegada del futuro rey de Inglaterra y desgraciadamente, se habían acelerado tanto los tramites, que apenas habían dejado tiempo para los preparativos. La joven reina puso todo su afán en que todo estuviese perfecto para darle la bienvenida, y en contra de lo que se pensaba, lograron terminar todos y cada unos de los preparativos la misma noche anterior a la llegada del rey.

La noche concluyó en un radiante sol anunciando el nuevo día en el condado de Berkshire, donde el castillo Windsor se alzaba glorioso esperando la llegada del nuevo monarca. Con todo el castillo preparado y con una comitiva de soldados a su lado, la reina con las primeras luces del alba, emprendió en la mañana la marcha hacia mitad del camino que Alec debería recorrer para llegar hasta ella. En principio, los planes era que Alec fuera a llegar solo hasta Berkshire y la reina le esperase en la puerta para darle la bienvenida. Sin embargo, Lena que deseaba un recibimiento más privado entre ambos, a última hora los cambió y junto a sus hombres más leales acudieron a su encuentro. El primero en partir fue un mensajero quien llevó una carta a Alec anunciándole que los planes habían sufrido algunos cambios, y se encontraría con la reina a medio camino. Seguidamente de su marcha, Lena y su escolta avanzaron lo más rápido posible. Aún les quedaba un buen tramo para llegar y mientras el encuentro esperado no se producía, no dejaba de darle vueltas a cada uno de los planes que había para ese mismo día. Tras el encuentro y el descanso de los hombres que los acompañaban, había preparado una abundante caza en honor a Alec. Nunca antes había siquiera recibido correspondencia de su parte, por lo que desconocía si pudiera serle de su agrado la caza, o si por el contrario con esa acción no hacía más que alejarlo más de si. En algunas ocasiones habían cruzado miradas, sin embargo, para aquellos tiempos ella había sido una adolescente, no la mujer en la que ahora se había convertido.

Más acelerados que tranquilos, los caballos avanzaban con prisa y elegancia por el camino de tierra que seguía hasta su destino. Los bosques de los alrededores, yacían tranquilos, calmados ante la brisa temprana que les acariciaba las hojas. La reina con la mente fija en su destino y con el semblante regio, aunque por dentro estuviese hecha un manojo de nervios, montaba a su yegua con mano experta comandando la comitiva. Sus guerreros a caballo la seguían fieles mientras los estandartes de la casa Windsor hacían relucir los colores de la casta. Al lado de ella, dos de sus consejeros la acompañaban en aquel día tan importante, como sería el conocer a su futuro esposo. Entre charlas banales y algún que otro descanso para sus caballos, el transcurso del tiempo pasó rápido y antes de que se diese cuenta desde una alta colina observaba de lejos el estandarte y la llegada de la comitiva del futuro rey. Lejos de sonreír, la reina se guardó la sonrisa para sus adentros, junto con sus nervios y esperando que todo fuera bien, manteniendo la compostura, fue a su encuentro con semblante decidido por el mismo camino que ellos recorrían. El tramo final se le hizo todavía más corto y con la capa blanca que portaba con la que destacaba por encima de todos los demás, al detenerse ambas comitivas fue ella sola al encuentro de Alec, esperando que este hiciera lo mismo. Puso a andar su montura y deteniéndose en mitad del camino que quedaba para recorrer, se detuvo esperando que su futuro marido diera un paso al frente. Al principio, la comitiva ajena no sufrió muchos cambios, hasta que de pronto una figura regia encabezó la marcha adelantándose un buen tramo al encuentro de la figura mas menuda. Lena entonces sonrió con suavidad y haciendo andar a su montura nuevamente, la detuvo frente a frente de la ajena. Enseguida los caballos quedaron cerca, Lena miró fijamente al jinete y bajó la cabeza en señal de respeto poco después. Ahí estaba la ultima leona de los Windsor ante el gran lobo de los Seymour.

Seed bienvenidos, majestad. —dijo entonces, la reina a su futuro esposo; El rey de Inglaterra.


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¿No me recomiendas que busque un esposo que juegue por mí?
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Mensaje por Alec Windsor Vie Ene 19, 2018 8:46 am

Que perdida de tiempo ¿verdad? Sentarse en aquella silla esperando a que llegase el mensajero era ridículo. A veces Alec se lamentaba de no haber las hecho las cosas de otra manera. Al principio sus acciones habían estado mediadas por un plan bien trazado, pero había que ser sincero: estaba perdiendo la paciencia. Tres décadas había tardado en llegar a donde estaba y no pretendía que nada se le escurriese entre los dedos ahora que estaba a punto de obtenerlo. Si, se había manchado las manos y propasado en mas de una ocasión pero, como bien había aprendido desde su juventud, uno no podía pretender subir a lo mas alto de la pirámide sin estar dispuesto a echar a otros pendiente abajo. Por suerte su residencia en Essex estaba lo bastante surtida de diversiones como para poder hacer frente a aquella espera. Los miembros de su comunidad que acudían a diario a presentarle peticiones había aumentado desde que empezó a correrse el rumor de que seria rey. En ese momento todos querían congraciarse con él, incluso mas de lo habitual. No podía culparlos, todas las ovejas necesitan un pastor que les lleve por el desierto. En aquel momento se hablaba de una disputa de tierras, pues ambos sostenían que una determinada porción de cultivo, una muy fértil la verdad, estaba en territorio propio. Alec siempre trataba aquellos temas en persona, pues todo lo que ganasen sus adeptos y súbditos repercutía en él directamente.

Uno de sus secretarios entro en la sala de audiencias, esperando el momento de que el rey le permitiese acercarse. Así lo hizo Alec, dejando a medias aquel asunto. Unas simples palabras del secretario bastaron para que se levantase de su silla, dejando a sus apoderados la resolución de aquel asunto algo mas trivial. El licántropo se paseo por los pasillos de su palacio hasta la sala de reuniones, algo mas privada, situada en el ala oeste de la misma. Los muebles eran de una calidad soberbia, así como las obras de arte. El mensajero allí presente estaba de acuerdo, pues miraba embobado los lienzos como si hubiesen sido dados por Dios en persona. En cuanto le vio, reacciono como alguien que siente un escalofrió de miedo en la espalda, y bien que hacia. El futuro rey de Inglaterra no toleraba idioteces, y mucho menos de la servidumbre a la que pagaba por mantenerlo informado. - ¿Y bien? - Dijo por toda respuesta, esperando un informe que parecía que no llegaría nunca. - La reina ha accedido a una reunión, excelencia.... - Comenzó diciendo el informante, como si aquello fuese una noticia del todo inesperada. Alec sabia que la reina no rechazaría una oportunidad semejante, sobre todo estando la boda y la coronación tan cerca. Es evidente que querría conocerlo en persona y tratar de determinar sus intenciones y personalidad. - Hay mas. La reina vendrá con una comitiva privada y reducida para sorprenderos a mitad de camino, seguramente el mensajero oficial ya esta de camino para comunicarlo. - Eso si que era interesante. Estaba claro que cambiar el protocolo de semejante manera no era lo normal. ¿Odia ser que la reina quisiese pillarlo desprevenido? Si era así, debería de haber tomado precauciones mayores. Volvió a mirar al informante con sus dorados ojos y se la mantuvo hasta que bajo la vista. - ¿Estas seguro de que no sabe nada de nuestro amigo?  - Dijo en un tono suave y medido. - No excelencia. Lleva mucho en su guardia personal y nadie duda de él, siempre está pegado a ella.

El mensajero se retiro a una señal de su mano. Parecía que todo seguía según lo previsto. Sin embargo, esta nueva acción de su futura esposa si que no estaba en su guion.  Había recibido información de su imprudencia en anteriores ocasiones, algunos incluso la tachaban de temeraria. Por lo general algo así no le importaría, pero la gente temeraria tendía a ser impredecible y eso podía ser un problema considerable mientras asentaba las bases para su plan en la corte. Pero ¿que podía hacer al respecto? Se paseo por la habitación durante un par de minutos, tratando de elucubrar cual seria su siguiente paso. Sonrió satisfecho, había una manera de matar dos pájaros con la misma piedra, puede que incluso tres... Se volvió hacia su secretario con aquella mirada de quien tiene las cosas muy claras. - Llama a Beumont, dile que necesito verle antes de partir hacia Windsor.

Las caballerizas de su hacienda de Essex no eran como las de su palacio a las afueras, pero cumplía con todas las comodidades necesarias para poder disfrutar de uno de sus hobbies sin tener que salir de la ciudad. Alec entro por la puerta y acudió rápidamente hasta el espacio ocupado por Anubis. El semental negro estaba en plena forma y era la joya de la corona de su colección equina. Traído desde Siria, el cuadrúpedo era perfecto para la reunión con la reina: elegante, alto y con una resistencia que solo las arenas del desierto podían propiciar. Subió a lomos del animal y partió sin demora, acompañado nada mas que por un pequeño séquito que no superaba al de la propia reina, por nada del mundo demostraría mas pompa que ella, debía de mantener un perfil bajo si quería que todo fuese según lo previsto. Llegaron al punto de encuentro a media tarde, donde avistaron la comitiva real. Alec alzo la mano para detener a su guardia personal y taconeo al caballo para que se adelantara. La reina ofrecía todo un espectáculo de grandilocuencia, con sus veinticuatro años parecía mas que habituada al poder, uno que en realidad no le pertenecía del todo. - Os agradezco los deseos, majestad. Hacia tiempo que esperaba este encuentro. - En ningún momento pareció sorprendido por el cambio en los planes. Su semblante, sereno y tranquilo, demostraba un absoluto convencimiento de que nada de ella podría sorprenderle. - Os pido disculpas si os he  hecho esperar. Supongo que como futuro matrimonio deberíamos empezar a conocer ciertos defectos. - Su sonrisa en aquel momento no era arrogante, sino una ensayada fuente de animo. Aquella mueca hacia que le subiese la bilis a la garganta. - Espero que no os importe, me he tomado la libertad de traer enseres para un picnic en los terrenos antes de volver a... la oficialidad de palacio. Siempre que tengáis a bien uniros a mi, claro. - Con un hábil movimiento desvió a Anubis hacia las planicies entre bosques cercanas, haciendo una seña para que le acompañase.


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Mensaje por Lena Windsor Mar Ene 23, 2018 11:48 am

Aquel para muchas doncellas debía ser el día más especial de sus vidas. Inclusive, había muchas que sencillamente, habían sido educadas para que cúando llegase el día en que conocieran al esposo que hubiesen escogido para ellas, la única misión y la más primordial, era gustarles. A la joven reina habían intentado instruirla en esas dotes femeninas, no obstante, desgraciadamente nunca había superado el aprobado en esa materia. Desde pequeña había sabido que de llegar a reinar, quisiera o no, tras la llegada del rey, su condición de reina pasaría a un segundo plano y consigo, perdería poder. Sus obligaciones también cambiarían, y aunque ella se negase a ello, pronto la corte solo desearía de ella tantos herederos como pudiera llevar en su vientre. De reina absoluta, pasaría a ser una yegua de crianza. De las líneas más selectas de la aristocracia, eso si, empero estaba de más decir que para ella aquel destino era el peor al que podía encaminarse. Ahora, en un día triste para ella y en el que por obligación, debía afrontar aquel destino de verse apartada de su corona, tenía claro que el sacrificio no permitiría que fuera por cualquiera. Deseaba no solo un rey al que darle herederos, si no también, en la medida de lo posible, un compañero.  Alguien de quien sentirse orgullosa, quien se preocupase tanto por asuntos de estado, como los del pueblo. Quería poder hablarles a sus hijos de lo valeroso y valiente que era su padre y que este, a pesar de la responsabilidad a sus espaldas, tuviese tiempo para ellos. Seguramente deseaba un sueño. Ese tipo de reyes no existían, sin embargo, tenía la esperanza de que en alguna parte hubiese alguien similar y por sus ruegos; esperaba que este ahora mismo, se encontrase frente a ella.

Alec era inquietante. Ciertamente, lo era. Con solo verle encaminarse en una impoluta montura oscura hacia ella, lo supo. Igual que el retrato de él que le habían mandado semanas atrás cuando decidió su elección; había un aura misteriosa e inquietante alrededor de él. Se le conocía como un magnifico guerrero y político. Su ducado era de los más ricos de la región y así siempre había sido desde que tras la muerte de su padre; él, ocupase el lugar que le correspondía como único heredero al vigente título. Realmente, no hacía falta ser muy observador para darse cuenta del porte aristocrático que portaba como una segunda piel, coincidió Lena observándole llegar hasta ella a lomos de uno de los caballos más elegantes que había tenido la gracia de contemplar hasta el momento. Dehesa, su yegua española siempre sería su favorita de su gran colección equina, más este, parecía hasta eclipsar a su nívea belleza. Tras la correspondiente reverencia a quien sería en poco tiempo, el hombre más poderoso de Inglaterra y su esposo, levantó la vista hacia aquel formidable caballero británico de rostro sereno que se cernía sobre ella. Quedándose ensimismada al oír su ronca voz cuando este le habló, le sonrió de vuelta poco después. En todas las reuniones en las que sus consejeros le habían hablado de él, todos coincidían en lo imponente que era y en realidad, era más imponente incluso en persona de lo que habría imaginado. Sus pobladas cejas enmarcaban unos ojos color dorado que la atravesaron enseguida su mar azul impactó en aquellas doradas profundidades. La joven reina inmediatamente, sintió que sus mejillas se teñían de rojo ante aquel intenso cruce de miradas, más alzo valerosamente la barbilla. Ni era bueno mostrar abiertamente sus sentimientos, ni esconderlos; por lo que intentó mostrarse neutral, tranquila y calmada, tal y como debía de ser una reina, pese a lo joven que esta pudiese ser.

Si este fuera uno de vuestros terribles defectos, no os preocupéis. — Río ella suavemente ante las palabras de Alec, completamente agradecida de que tuviese humor. Era un rasgo poco común entre la corte inglesa. — Soy muy paciente y puedo serlo por ambos… aunque a veces, pueda parecer todo lo contrario.

Relajada, finalmente dejó atrás el manojo de nervios que había atorado su garganta poco antes del encuentro, cuando aún no sabía con qué tipo de hombre se enfrentaría cara a cara.  Cuando le invitó a seguirlo, poco hizo falta de que Alec le hiciera la señal para que lo siguiese, ella enseguida puso marcha tras él. Alzando la barbilla, la joven recorrió con la mirada la arboleda lejana que se extendía por entre las montañas. Vislumbró también los campos con sus brotes verdes apenas floreciendo, los destellos del río que avanzaba sinuoso, hacia un horizonte teñido de rayos dorados por el sol. Todo estaba tan tranquilo… un espejismo, sin duda, pensó la joven reina alcanzando a Alec y a su espectacular montura en su camino hacia donde los criados se apresuraban en alistar a tiempo, el picnic que se iba a llevar a cabo. Habían escogido un claro protegido del viento y resguardado de los demás. Por lo menos, lo suficiente para albergar cierta intimidad y no ser interrumpidos o molestados. Mientras ellos permanecían escondidos del mundo, Inglaterra esperaba ajetreada la llegada de su rey y su reina. Nunca había habido tanta gente en sus calles, como en la actual. Lo satisfactorio de toda aquella situación era, que los mercados y los pueblos cercanos a Windsor y el resto de condados, se encontraban llenos por doquier de actividad y aquello, tanto para sus súbditos como para las arcas del reino era una situación más que favorable. Llegando al lado de su futuro esposo tras darles una señal con la mano a su comitiva para que se tomaran un merecido descanso, lo miró de reojo y a pesar de que la mirada masculina seguía pendiente de lo que se extendía frente a ellos, la reina de alguna forma supo que él era consciente de cada uno de sus actos, como de las miradas de esta. La debía estar analizando, como ella hacía con él. Regresando su suave mirada al frente, sonrío y acarició distraídamente las blancas crines de su montura.

Espero podáis perdonar mi atrevimiento al cambiar abruptamente el protocolo, no deseaba que otros establecieran nuestro primer encuentro como monarcas. — Habló rompiendo el silencio. Su sonrisa fue suave aunque cálida cuando buscó los ojos de su actual prometido y futuro rey. — Soy consciente de que el acto no fue muy inteligente de mi parte, sin embargo, me habría odiado si no lo hubiese hecho. —Confesó intentando esconder lo mínimo de ella, pues el matrimonio y la coronación ya era una gran realidad que los acercaba a ambos, aunque fueran unos completos desconocidos.

En dos días compartirían lecho y coronas, no había tiempo para venderle quien no era. Ya no tendrían semanas de flirteo o coqueteo, era imposible. La agenda había decido por ellos y por más reina que fuese, o dejase de ser; ya no se podían cambiar los tiempos. Desviando la mirada de Alec, a su alrededor empezó a notar gentío inquieto moviéndose de un lado para otro y su mirada de nuevo recayó en el paisaje que se extendía frente sus ojos. Los criados terminaban de preparar la zona para el breve picnic que compartirían y mientras de ellos, solo dos se quedaban para atenderles, el resto se fue de vuelta con los demás, dejándolos solos. A un lado del camino las comitivas descansaban, excepto un pequeño grupo de soldados que reacios a perderlos de vista, se acercaron lo suficiente para no temer por la seguridad de ambos. Lena entonces, viró a Dehesa hacia uno de los extremos del pabellón que habían montado. — ¿Os estaría bien dejarlos aquí? —Preguntó refiriéndose el pequeño pasto donde los caballos podrían comer a placer y ellos disfrutar de esta breve calma que se les había concedido, y de la que sin embargo; no muchos días podrían disfrutar. Reinar en ocasiones no sería fácil, como para permitirse no aprovechar los breves instantes de paz.


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Mensaje por Alec Windsor Jue Ene 25, 2018 6:29 am

Desde hacía mucho la forma de pensar de los ingleses, y de las sociedad en general, impedía que la gente tuviese un concepto exacto de cómo eran sus semejantes y las especies que les rodeaban. En el caso que ocupaba al rey ahora mismo, sin duda era mucho peor. La mitad de la nobleza actuaba en público como si la reina Lena fuese la octava maravilla del mundo, una bendición solo comparable a su dignidad y bla, bla, bla… La otra mitad la consideraba una arribista que por algún motivo se había ganado la confianza del vulgo, obteniendo así la única carta con la que podía negociar. Alec reconocía que aquello sí que podía ser un problema, los Windsor habían tenido cierta popularidad desde que se comunicó que heredarían la corona. Qué curioso que el padre de la reina empezase a hacer caridad en cuanto se hizo oficial ¿verdad? Ganarse el votux populis no era realmente un mal plan, ya se sabía desde la época antigua que el que controlaba a las masas controlaba Roma. Esa había sido sin duda el único gran éxito en su campaña de camino a la corona, pero también habían cometido un defecto de base crucial para todo lo que implicaba la política: dejar de lado a la nobleza. Reinar sin los ricos era un error casi tan malo como reinar sin el pueblo, siguiendo el ejemplo de la antigüedad solo se podía pensar: ¿Cómo acabo Cesar? Apuñalado a traición por aquellos a los que consideraba amigos y aliados, porque los había ignorado. Pero aquí no acababa la cosa no, resultaba que todo eso eran solo opiniones públicas, la cara que todos los políticos planteaban en las asambleas. Sin embargo, en las reuniones privadas, en los clubes de campo, en las cacerías en Escocia, todo eran de la opinión: era una yegua digna de crianza.

Al coronar aquella ruta, cerca de los prados semi boscosos del condado, empezaba a entender por qué lo decían. Los humanos siempre habían sido de costumbres fijas, afirmaban que su especie eran salvajes que solo servían para la violencia y los instintos más básicos pero, ¿no eran básicos los instintos que tenían al mirarla? Lena Windsor estaba en la flor de la vida, a sus veinticuatro años tenía resaltados todos los encantos de la juventud femenina, acompañados quizás de un porte un poco más practicado y unos ojos azules que subían la lívido de más de un miembro de la cámara. De hecho, era probable que la escasa defensa entre la nobleza que tenía fuese producto de esos ojos. No nos engañemos, era una joven atractiva, hasta Alec debía admitir que, para no ser loba, resultaba interesante. Como si Anubis le leyese el pensamiento intento morder un poco a la yegua de la reina. La montura era una preciosa hembra de cuello arqueado, sevillana probablemente, y el semental negro ya le tenía picado el ojo. No obstante, el licántropo lo refreno bien y lo mantuvo en su sitio con mano firme. Aquella mujer parecía desesperada por parecer regia y colocarse como alguien capaz de controlar la situación. Admirable, pero desacertado. – No dudo de ello, majestad. Sin embargo, sabed que yo también lo soy. A fin de cuentas, he esperado este momento durante mucho tiempo… - No dejaba de ser verdad, a términos estrictos llevaba planeado aquel momento décadas, y por supuesto, ningún par de ojos azules le impediría conseguir lo que quería. Si había algo que caracterizase al licántropo es que su determinación era férrea, y nada podía interponerse en su camino.

Ya cuando los caballos empezaban a aproximarse al pic nic pudo olerlo, aquel agradable olor propiciado solamente por la satisfacción de algo bien planeado. A aproximadamente treinta yardas estaba el sotobosque de pinos más frondoso de la zona, un lugar hermoso que descendía en colina hasta el pic nic, un sitio perfecto donde asentarse para poder ver los alrededores con los arboles a la espalda. Justo como él había previsto. Detuvo a Anubis, y desmontó rápidamente, apartando al sirviente que pretendía ayudar a la reina. – No tenéis porque disculparos. Si este es uno de vuestros defectos también, no veo razón por la que preocuparse por algo de intimidad, ¿verdad? – La miro fijamente durante unos segundos, esperando permiso para poder sujetarla por la cintura y bajarla a tierra. Aquello era un acto que le desagradaba notablemente, pues su aroma se metía en su nariz dándole una notable sensación de… humanidad. A pesar de ello mantuvo la compostura, todo estaba saliendo según lo previsto. Se quedó mirándola unos segundos después de bajarla, con las manos aun en su cintura de muñeca de porcelana. – Bienvenida. Esposa. – Aquello prometía. Aunque inicialmente pareciese que ella estaba llevando la voz cantante por haber organizado aquella reunión, pretendía darle la vuelta lo antes posible a todo aquello. Le abrió paso hasta la zona del pic nic y la ayudo a sentarse.

De repente, todo se puso en marcha. Antes incluso de que nadie humano pudiese reaccionar, Alec ya estaba percibiendo su olor acercándose. Venía a toda velocidad colina abajo, como salido por ensalmo del bosque cercano situado a sus espaldas. Aquellos segundos de ventaja supusieron la oportunidad perfecta para el hombre sobre el caballo castaño que venía a toda velocidad hacia ellos, levantando el arma y listo para dispararla. Con la mirada airada y fija en su objetivo, el sicario disparo el arma mientras gritaba, presa al mismo tiempo de ira y de euforia. – ¡¡¡Muerte a la usurpadora!!!! – El disparo de su pistola resonó en el valle como si fuese un cañón en los oídos de todos los presentes. La guardia de la reina, presa del pánico, corrió en sus monturas, prestos para socorrer a su reina. Sin embargo, ya era demasiado tarde. El sicario se había adelantado lo bastante, aprovechando las necesidades de intimidad de la pareja para tener un disparo limpio y claro. La bala salió despedida del arma hacia el cráneo de la soberana con un ansia de sangre imparable. Recorrió uno, dos, diez metros…. Todo para fallar. Aprovechando sus sentidos sobrehumanos, Alec aparto a la reina en el último momento, dejando que la bala le rozase ligeramente el hombro despidiendo un ligero hilillo de sangre al aire antes de caer sobre la reina.

Viendo su tentativa frustrada, el sicario dio media vuelta a su montura y pico espuelas, esperando poder huir de la zona antes de que la guardia real o la guardia personal del duque llegasen antes y acabasen con él sin pensárselo dos veces. Puso la montura al galope justo en el momento en que el jefe de la guardia de Alec llegaba a la zona. Sin pensárselo, Alec se levantó a toda velocidad y le grito al guardia. – ¡¡Beumont, rifle!! – El guardia actuó instantáneamente lanzándole su arma al licántropo que se posiciono con la culata del arma en el hombre y la vista fija en el sicario que se alejaba. Su mirada lobuna lo veía con claridad, sentía el viento que podía desviar la bala. El blanco estaba ya a trescientos metros y se alejaba, pero el licántropo mantuvo el pulso firme y acaricio el gatillo. Segundos después, el jinete caía desplomado. La bala le había atravesado el cuello. Devolvió el rifle a su guardia mientras los soldados de la reina se acercaban al cadáver a toda prisa, solo para confirmar lo que Alec ya sabía de sobra. Se arrodillo junto a su futura esposa y le puso la mano en la mejilla con aire de preocupación, como si aquello hubiese estado a punto de acabar en tragedia. – ¿Lena? – Dijo su nombre instintivamente, pues un marido debía de preocuparse por el bienestar de su mujer, ¿verdad? – Majestad… ¿Estáis bien? ¿Estáis herida?


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Mensaje por Lena Windsor Vie Ene 26, 2018 3:21 am

Su mirada penetrante le recordó a la mirada de un lobo. Solo una vez había estado en presencia de uno de aquellos animales místicos y había sido incapaz de cazarlo. ¿Quién podría matar a ese majestuoso animal? En aquellos años una manada de lobos se estaba alimentando de las ovejas de los granjeros de sus tierras y habían hecho batidas para terminar con ellos. Ella, incapaz de matar a semejantes criaturas, los dejó escapar. Ahora, a la vera de aquella profunda mirada, se sintió intrigada como aquel día de antaño en que el lobo pareció fundirse con ella. Tras darle permiso, las manos masculinas la bajaron del caballo y sintiendo aquellos brazos fuertes bajo sus manos, supo a ciencia cierta, que aquel hombre ante ella podría levantarla con una mano si ella se lo pidiera. No desvió su mirada cuando la dejó en el suelo. Sus manos aún seguían en su cintura, como si no quisiera alejarse, y una sonrisa bailó en las comisuras de sus labios al oírle darle la bienvenida. Podría acostumbrarse pronto a como sonaba la palabra esposa de su boca. —Es un placer, esposo. — Afirmó ella.  Claro que lo era. Como hombre poseía un atractivo fuera de lo común. Daba la impresión de ser alguien inquebrantable, fuerte; un nato conquistador. Con la profundidad de su mirada, parecía ver el alma de las personas y nada escapaba a su examen; aún menos su transparente mirada. Que Dios la amparase en la noche de bodas, pensó antes de romper aquel intenso intercambio y andar con él hacia donde le esperaba el intimido picnic que le había preparado.

Sentándose en la silla y esperando que Alec hiciera lo mismo a continuación, recayó en la variedad de fruta fresca y comida que habían traído y sonrío. Cualquier diría que la había estado estudiando a fondo, hasta el punto de averiguar la comida que más le gustaba. Las uvas, junto con los melocotones eran sus favoritas y ahí estaban los racimos más grandes que había visto, justo frente a ella. Los sirvientes al sentarse Alec a su lado, se fueron dejándolos en aquella burbuja de intimidad y tranquilidad. La reina, con los ojos prendidos en su esposo no fue consciente de nada, hasta que de pronto en unos míseros segundos, el caos se precipitó hacia ella. – ¡¡¡Muerte a la usurpadora!!!! —Aquel gritó resonó en el claro y oyendo las pisadas poderosas de la montura del que se acercaba para asesinarla, oyó un fuerte disparo y antes de poder huir, siquiera de poder reaccionar, el cuerpo pesado de Alec cayó hacia ella, derribándola al suelo. Apartándola a milésimas del impacto del arma que atentó directamente contra su vida.

Una mano masculina detuvo el duro golpe de su cabeza contra el suelo al impactar, lo miró y antes de poder retenerlo, antes de poder siquiera asimilar lo que había ocurrido, este se levantó del suelo con firmeza y decisión. Un segundo disparo resonó inmediatamente y junto con el golpe seco de un cuerpo cayendo al suelo, a unos metros de ellos, Lena se levantó ligeramente del suelo con suma lentitud hasta quedar recostada en el mismo. Oyendo gritos y voces a su alrededor, sin identificar cual era de quien, cerró los ojos. Su alrededor se llenaba de ruidos y a lo lejos, llegó a oír los relinchos de su yegua, inquieta. Inspiró y soltando el aire de sus pulmones, una mano se acomodó en su mejilla y la instó a responder. Tardó en reaccionar. Nunca antes habían intentado atentar contra su vida. Era cierto que había visto entrenar con armas a la guardia privada de su padre, y ella incluso, una vez había empuñado una. Sin embargo, esta vez la habían encontrado con la guardia baja. Tragó duro y alzando tras unos segundos sus azules ojos a los dorados, asintió aun visiblemente conmocionada. Solo pensar en lo que podría haber pasado... la sangre de su cuerpo se helaba en hiel.

Estoy bien…Gracias a vos, creo que lo estoy—Le contestó unos segundos después, llevando una de sus manos a la ajena que le sujetaba la mejilla. Se quedó mirándole unos segundos y antes de que él le dijese algo más, agarrándose de la mano de su esposo, se volvió a poner derecha. Con los pies en el suelo al principio sufrió un leve mareo y terminó sujetándose por inercia a uno de los brazos de su esposo. Le apretó el brazo y una de sus manos se manchó de sangre al tocarle, despertándola de golpe. Él habia sangrado por salvarla. — ¡Alec estáis herido! ¿Por qué no lo habéis dicho antes? — Exclamó entonces viendo en su brazo un hilillo de sangre manchando su ropa. Ni siquiera se dio cuenta de haberse tomado la confianza para llamarle por el nombre, tan mortificada por lo que había sucedido, solo tenía ojos para aquella herida. No parecía muy grave, aun así era necesario limpiarla y observar si la bala se le había quedado dentro o si con suerte, solo le había rozado. —Traedme inmediatamente paños, vendas y agua limpia. ¡Ahora, corred! ¡El rey está herido! — Tras sus ordenes, los criados fueron inmediatamente a buscarle lo que les había pedido.

¿En qué momento esto había sucedido? ¿Por qué no lo había previsto? En su estupidez por disfrutar de su futuro esposo, habrían podido morir ambos. Esto jamás se lo perdonaría. Arriesgar la vida del futuro rey y la propia, no era poca cosa. Sintiendo la adrenalina recorriendo violentamente su cuerpo, en lo único que podía pensar era en como el cuerpo de Alec la había echado a un lado y la había protegido, aún con el riesgo de perder él la vida. Le debería por siempre su vida. Quizás los demás ignorasen el rostro del asesino, sin embargo, Lena lo tenía grabado a fuego en su mente. Aquella mirada enloquecida, sin humanidad y con sed de sangre siempre había estado en ella. Solo fijo en ella, como si fuera un ciervo al que cazar en una cacería. Un suculento premio que colgar en una pared. Había apuntado a matarla y aquel habría sido su final, si Alec no hubiese estado en ese momento con ella. Obligándolo a sentarse en una de las sillas donde minutos antes había estado ella misma, cortó con uno de los cuchillos que había para la comida del picnic, la fina tela que rodeaba la herida. Se acercó aún más a él, y concentrada en la herida, la examinó minuciosamente. No era grave, reparó enseguida. Por suerte, parecía que solo le hubiese rozado la bala y aunque fuese una herida aparatosa por la sangre, estaba segura que Alec no le daría más importancia que la de un rasguño.

Tomad majestad, aquí tenéis. ¿Deseáis que nos ocupemos nosotras de la herida? — Una de las criadas se acercó con utensilios para la cura de la herida y otra, con un cubo con agua para limpiarle. Enseguida Lena tuvo en sus manos lo necesario, se negó rotundamente a dejar aquel quehacer en otras manos que no fueran las suyas. Aquel a partir de ahora, sería un privilegio solo de ella. — Podéis retiraros, yo misma atenderé las heridas de guerra de mi esposo. — Dijo con una voz que no admitía replica alguna. Tras unas reverencias al rey, las sirvientas se fueron y Lena sonrío empapando el trapo con agua para limpiarle el hombro. Agradecía que su padre antes de morir la hubiese llevado a la guerra con él y haber podido aprender a sanar heridas mucho peores a la actual. Sus movimientos al limpiar la herida fueron suaves y delicados, precisos. En ningún momento le tembló el pulso, ni apareció ninguna mueca al ensuciarse las manos de sangre. Se había hecho fuerte en momentos críticos y donde otras sencillamente se hubiesen desvanecido, ella seguía firme en sus propósitos. Por suerte, Alec no se iba a desposar con cualquier dama inglesa de noble cuna delicada y frágil, si no a lo más cercano a una hija de guerreros. Cuando le limpió toda la aparatosa sangre y vio la realidad, respiró tranquila. No había ningún peligro. Ni creía hacerle falta cocerle la piel al llegar a palacio. Ciertamente era un rasguño, y en menos de un día empezaría a cicatrizar. No le había dado en el musculo, sino simplemente había pasado rozando su piel. Una vez la zona quedó totalmente limpia, echando mano a las vendas, empezó a vendarle el hombro con la misma dedicación. —Ojala todas vuestras heridas solo sean estas y no tenga que preocuparme por más en el futuro—Levantó la mirada hacia su esposo y le sonrío, dejando dentro del cubo el paño sucio, lleno de sangre, dando por concluida su tarea.

En esos minutos que había estado ocupada con Alec, a su alrededor habían estado yendo y viniendo los generales de las comitivas. Unos pocos guardias se habían alejado a caballo en busca de más de aquellos rebeldes, buscando si hubiera cómplices del fallecido y otros tantos, habían ido a asegurar el camino de vuelta a Windsor. Los sirvientes empezaron a empaquetar las cosas nuevamente, guardándolo todo ante la inminente vuelta al castillo. El acercamiento íntimo antes de la noche de bodas se había visto alterado por las circunstancias actuales. Quizás, en la cacería del próximo día tendrían tiempo de intercambiar con cierta intimidad, palabras nuevamente. También en la corte se podría, a pesar de estar llena de aduladores y lores con ansias de poder, estaba segura que aquel hombre que próximamente sería el gran rey de reyes podría hacer lo que quisiera, cuando quisiera. No lo veía como un hombre que se le pudiera manipular, o prohibirle nada a su voluntad. Y si él quisiera recuperar el tiempo perdido, ella no sería quien empezara a negarse a sus deseos, los que también eran los de ella.

Majestades, el camino hacia el castillo está limpio. — Les informó uno de los generales de la guardia de la reina, presentándose ante ellos. — Estamos listos para partir en cuanto lo ordenéis. Windsor os está esperando.


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Mensaje por Alec Windsor Dom Ene 28, 2018 1:19 pm

La gente siempre confundía que era lo mejor de la vida. Algunos pensaban que los hijos, otros creían que el poder, y normalmente Alec les daría la razón a estos últimos. Sin embargo, ahora tenía claro que la emoción más intensa y placentera del mundo era, sin duda, tener la razón. Aquella simpe situación era como elevar la egolatría y la superioridad de una persona hasta un nivel que pocos podían imaginar. Curiosamente, muchos psicólogos habían llegado a la conclusión de que, hasta en el sexo, tener la razón era equivalente al propio acto en sí mismo. En aquella ocasión, el rey tenía todo el placer que solo la emoción puede dar. Desde el primero momento había estado estudiando a la reina, sabia como era, o por lo menos tenía una idea aproximada y, como suele ocurrir con muchas mujeres de alta cuna, la perspectiva de un romance idílico con un individuo al que apenas conocen es algo en lo que todas piensan mínimo una vez. Fue precisamente esa la razón por la que el licántropo se alegró tanto de que hubiese cambiado el curso del protocolo, porque las oportunidades de oro como esa siempre pueden aprovecharse. Como suele decirse: el hombre sabio espera paciente su oportunidad, pero nunca la deja pasar de largo. El asesino con ínfulas había supuesto un fracaso completo, pero para Alec aquello había sido como una mañana de navidad para un niño de cinco años. De haber estado a solas se habría echado a reír como dicho niño sin parar, vanagloriándose en el éxito que había tenido en toda aquella situación. Sin embargo, tampoco podía engañarse al respecto del resultado, es posible que todo hubiese tenido el efecto deseado, pero no por ello su trabajo había terminado. Ahora es precisamente cuando venía la parte más complicada.

Era curioso lo que un poco de manipulación podía hacerle a alguien. Una mano, un nombre susurrado,…. Algunas cosas implemente sucedían y casaban bien con lo que se pretendía pero, en lo que a guiar las emociones de los humanos se refería, aquello podía considerarse un arte. Alec nunca había sabido pintar demasiado pero, en aquello; en eso sí que era un auténtico artista. La algarabía de movimientos por parte de los criados desde el momento del disparo se colaba por sus oídos y el olor a sangre, su sangre, le impregnaba la nariz aunque no hubiese sido más que un roce. Aquellas ocasiones suponían todo un reto para él, pues sus sentidos agudizados por su especie lo llevaban todo a la enésima potencia. A pesar de todo, trato de centrarse en su futura esposa. Lena mantenía cierta compostura, pero el licántropo no se dejaba engañar por las poses. Su olfato siempre captaba todas las sutilezas, incluso los cambios de humor podían suponer una alteración del perfume natural de un humano. Solo había que saber interpretarlo. Lena apestaba a incredulidad, y también a gratitud. Veía al hombre que sería su marido como alguien que estaba dispuesto a sacrificar su propia vida e integridad física por ella. Una lealtad digna de reyes y amantes. – No tenéis que preocuparos, esposa. No es grave. – Ciertamente no lo era. Aquella herida ya habría cicatrizado antes de la caída del sol y el apenas la notaria jamás. Las armas humanas eran una nimiedad, solo tenía que darle un poco de tiempo. Empero, la dejo hacer; ahora necesitaba tener la impresión de autoridad durante un tiempo con el fin de poder recomponerse y reaccionar. No importaba, era un signo más de intimidad que podría aprovechar. – Haré todo lo posible por que así sea, majestad. – La dejo hacer con tranquilidad, sin alterarse por la herida ni el dolor, para él no era nada. El dolor era cosa de humanos. – Me preocupaba más que sangraseis vos. – Dijo mientras le agarraba la mano con cierto aspecto de cariño. – Sentí en el alma un dolor enorme cuando murió vuestro padre. Pensar que podría pasarlos lo mismo es inaceptable para mí.

Sí, claro. Un dolor enorme por tener que ocuparse también de su joven hija. Windsor había sido un idiota al confiar en Alec, por consiguiente, había pagado las consecuencias con treinta centímetros de acero frio atravesándole el pecho. Pero no se pondría a perderse en el pasado. Tenía cosas más importantes en las que pensar. En cuanto avisaron de que el camino hacia palacio estaba despejado se separó de la reina y volvió hasta Anubis. Su guardia personal le mantenía vigilado a él y al entorno. Todos excepto Beumont. – ¿Estás seguro de que nadie podrá rastrearlo hasta ti? – Dijo después de asegurarse de que nadie los escuchase. – No a menos que resucite, excelencia. – Aquello hizo asentir al rey con satisfacción. El trabajo bien hecho no siempre era fácil de conseguir pero, al menos en estas labores, el jefe de su guardia nunca le había fallado. Subió al caballo y avanzo por la columna de caballos hasta situarse delante, junto a Lena. – Lamento mucho que las cosas se hayan complicado tanto. Esperaba que el pic nic nos permitiese tener unos minutos a solas. – Dijo mirándola de soslayo, manteniendo la postura que se esperaba de un rey. – Sin embargo, espero que aceptéis una invitación para cenar esta noche. En privado. – Tenía claro que la reina deseaba conocerle antes de que la coronación tuviese lugar, y era importante que así fuese. De lo contrario, su relación tensa y poco desarrollada sería un lastre para los asuntos de estado que debían llevarse a cabo lo antes posible. La reina debía de confiar en él y en su criterio, y para conseguirlo trabaría todas las conversaciones y contrataría a todos los asesinos falsos que fuesen necesarios.

No todo el paseo de vuelta fue silencioso. A medida que la comitiva se acercaba al gran castillo de Windsor, en Berkshire, se comenzaba a oír los clamores del pueblo que se aglomeraba junto a la gran calzada. Alguien debía de haberse asegurado de adelantarse y clamar a los cuatro vientos que los reyes se aproximaban a la fortaleza. Construido desde principios del siglo XI, el castillo se levantaba sobre una inmensa colina natural, dando una visión de pájaro de varias decenas de kilómetros a la redonda. Un gran sitio para que residiese la familia británica. Accedieron por la calzada de la puerta oeste, saludando alegremente a todos los pueblerinos que habían ido corriendo a ver a la nueva pareja real. Aquella imagen era importante, pues ver a Lena contenta por la elección de su marido político haría que el amor del pueblo hacia ella se trasladase a Alec, un gesto que sería crucial en los meses venideros, dándole cierto impulso entre la cámara de los comunes. Llegaron a los establos de palacio y, de nuevo, ayudo a su futura esposa a bajar de su montura, mientras dejaba que los criados se trasladasen al interior para atender a los animales. – En fin, supongo que querréis descansar un poco. Espero poder veros esta noche y retomar el buen momento de antes. – Dijo con una sonrisa antes de dejar que los cortesanos se llevasen a la reina.

Todo había salido a pedir de boca. Por fin estaba en la cuna del poder y, en tan solo unos días, seria coronado como el rey de una de las naciones más poderosas del mundo. Sus aposentos en el ala oeste del palacio eran de lo mejor que podía darse y tenía todas las comodidades que necesitaba. Se había asegurado de hacer llamar a uno de sus criados para que se encargase el de la cena. Tendría siempre presente sus gustos y no los de cualquier otro. Además era bueno que Lena empezase a acostumbrarse a otras cosas, a los cambios. Ya estaba en el salón privado, observando los jardines apenas iluminados cuando la reina llego a la cena. – Buenas noches, esposa. – Parecía que aquel apelativo empezaba a agradarle, así que lo usaría cuanto pudiese. – No sabía si vendrías. Si es que se me permite tratarte así. Sé que aun no somos matrimonio pero… - Dijo abriendo los brazos y señalando el vacío salón. Estaban solos.


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Mensaje por Lena Windsor Lun Ene 29, 2018 8:48 am

Hacía tiempo, meses incluso que nadie le recordaba el espantoso suceso de la muerte de su padre en manos enemigas. Aún, una pequeña parte de consciencia de la joven buscaba a hierro y fuego a los culpables de esa fatídica muerte. Los organizadores debían de estar a juicio de todos; muertos. Habían muerto tantos soldados en aquella batalla que quizás lo que sus averiguadores decían, podía ser una realidad. Los asesinos podrían haber estado entre aquel montón de cadáveres incinerados. Había sido una masacre, medio ejercito privado de su padre había caído esa idílica noche de sangre y gritos. Ella, en un principio debía de haber acompañado a su padre, no obstante, los designios del destino hicieron que terminase quedándose en su ducado junto a su hermana esperando su regreso y el de sus hombres. Las horas fueron pasando y ni este, ni ninguno de aquellos valerosos soldados aparecieron. La inquietud se instaló en su corazón y al caer el amanecer, Lena fue quien encabezó el resto de sus hombres en una misión de rescate. En vano; pues al llegar ya solo había cuervos picoteando la carne de los caídos. Con decisión la joven buscó a su padre entre los cuerpos, rogando para que ninguno de ellos fuera él. Un grito entonces resonó en las inmediaciones y con una bandada de cuervos sobrevolando su figura, la figura femenina cayó de rodillas ante el cuerpo de Jorge de Mountbatten Windsor; su padre. La imagen de su cuerpo destrozado, lo intentó olvidar las semanas siguientes. Mandó a todo tipo de hombres de confianza a esclarecer lo ocurrido, y ninguno de ellos obtuvo una respuesta que la satisficiera. Todos decían lo mismo, los asesinos debían de estar muertos como todos los de aquella noche. Tras oír las mismas palabras una y otra vez, a aquello se refugió finalmente la joven y viéndose libre, de la influencia de su progenitor, poco después, su hermana y ella ascendieron. Como se había escrito desde su nacimiento, los Windsor vivirían y morirían como grandes reyes. Y ahí estaba ella, la última Windsor ocupándose del futuro rey. El hombre que uniría sus escudos, en un mismo emblema. Al que jamás dejaría ir a una batalla sin ella. No sucedería lo mismo de su padre con él, por ello apostaría la joven su corona de reina.

Por suerte, hoy no tendremos que lamentar nada. No tendréis que acudir a mi entierro, vos os habéis asegurado de ello —sonrío y sintiendo aquella muestra de afecto, por primera vez en lo que llevaban juntos llevó sus ojos a contemplar los labios ajenos. La calidez de estos al besar su mano… Si, podía decirse que a algún nivel, su cuerpo respondía a él. Como mujer respondería al hombre que sería su esposo.

La voz del comandante la distrajo y separándose rápidamente el uno del otro, volviendo a sus responsabilidades, la joven reina agradeció que su secreto por el momento, estuviera a salvo. Vio de soslayo la figura del rey alejándose hasta llegar a Anubis e imitándolo, subió por su propio pie a su montura y encabezó la comitiva de regreso al castillo. El camino que quedaba era más bien corto. Esta vez tras el suceso del atentado a la vida de la reina, los soldados fueron más ligeros y Lena agradeció la sutil rapidez. De volver nuevamente a soportar un trayecto a caballo tan lento como en la ida, su jaqueca sería considerable. Escudada por sus comandantes de confianza, apresuró su marcha mientras la comitiva de Alec los alcanzaba tomando posiciones para la protección del futuro rey. Los comandantes que la custodiaban, se adelantaron y dejando sitio al futuro rey, cerraron filas en torno a ellos. Miró de reojo a su prometido y asintió. No dijo nada más, a veces sobraban las palabras. Además, desde sus posiciones empezaban a oírse los vítores y las aclamaciones del pueblo inglés que salía al encuentro de su futuro rey. Aquel momento había sido creado especialmente para él. Tras traspasar las puertas, una lluvia de gritos afloraron de todos los rincones del pueblo. Colgados los escudos de ambas casas en los torreones del castillo anticipándose a la coronación formal, estos también eran en mano de sus súbditos que los aclamaban felices, deseosos y esperanzados de la nueva era que se abría con aquella unión. El rostro de Lena era radiante. Aquel era su pueblo, aquel era su hogar. En un momento dado los soldados se arreplegaron y dejando solos al rey y a la reina, Lena detuvo ligeramente su caballo, dejando que Alec fuera quien encabezase el desfile hacia el castillo. Los súbditos gritaron su nombre mientras ambos saludaban a los allí reunidos. La gente siguió celebrando la inminente unión y con aquellos últimos cánticos, entraron al castillo, deteniéndose en las caballerizas privadas de los reyes.

Nuevamente, y ahora ante las miradas de sus damas de honor que corrieron a esperarla y a los demás miembros del castillo, Alec la bajó de Dehesa. —No os preocupéis, con sumo placer asistiré. Ahora descansad también, os necesito en la mejor forma posible. —Sonrío y dejando sus palabras flotando en el espacio entre ambos, dio media vuelta dirigiendo sus pasos hacia la entrada del castillo, donde la esperaban. En todo momento sintió el deseo de voltearse. No lo hizo, demasiado poder tener su esposo como para otorgarle más poder sobre ella. Acompañada de sus damas, se dirigió rápidamente a su alcoba donde acostada tuvo una seria conversación con sus damas sobre su futuro esposo. Todas deseaban saber más de él y ella, todavía quería saber más también. Poniendo fin a los cuchilleos cuando uno de sus consejeros pidió audiencia con ella, acudió a la sala del consejo donde lo atendió en privado. Él había sido quien se había encargado en su ausencia, de que todo el castillo y Windsor, sino Inglaterra entera, estuviese preparada para su nuevo rey. Agradeciéndole su dedicación, concluyeron los preparativos con la lista de comida a la cena real que se daría a continuación de la coronación. Toda Inglaterra estaba invitada, también habrían miembros de la realeza extranjera. Se habló de conversar con el cocinero que había hecho traer Alec y quien, debía de conocer más que nadie sus gustos y a raíz de ello, elaborar finalmente el menú de la cena real. Satisfecha con el resultado, concluyó la reunión a tiempo de poder cambiarse y acudir a la cena privada con su esposo.

El vestido escogido para la ocasión, no era de los más ostentosos. No deseaba ir como reina, sino como esposa. Una joven esposa a la que no le hacía falta adornar sumamente su cuerpo para ser un complemente perfecto. Peinándose para la ocasión, liberando su pelo lacio con rizos en las puntas en su hombro y espalda, el vestido del color era el propio de sus ojos, además en el corsé habían detalles dorados, lo que evocaba a la perfección su situación. La bruma dorada de las olas. Una vez lista, partió sin ninguna escolta hacia el ala oeste, donde por el momento, residiría el futuro rey. Luego de desposarse uno de los dos debería de trasladarse para estar el uno más cerca del otro, aún con habitaciones separadas si así lo deseaban. En su camino hacia el salón privado, solo oía sus pisadas acercándola cada vez más, donde la esperaban. No estaba nerviosa, por lo contrario, deseaba llegar lo más pronto posible para averiguar más de aquel enigmático hombre que pronto, seria suyo. Al llegar ante la puerta, el único guardia allí apostado para la vigilancia de ambos, le abrió la puerta y con una sonrisa, la reina, se adentró donde su esposo la esperaba. Con los brazos abiertos y sin nadie más molestándolos. Solos, ella y él. Sin nadie más de los criados que los atendiesen en la cena que se llevaría a cabo.

Si ansiáis algo, debéis de estar dispuesto a romper las reglas— dijo con una sonrisa tras que se cerrase la puerta a su espalda—Quizás no sea lo que se espera de los futuros reyes, pero como esposa, si lo espero de mi marido. — En la corte debían de estar enfurecidos por no seguir las reglas del juego. No obstante, a veces olvidaban que ellos eran simples peones mientras ellos, como monarcas se encontraban apostando en otro juego. —La privacidad en esta corte, pronto os daréis cuenta de que parece una utopía. — Río suavemente y yendo al encuentro de su esposo, caminó hacia él al tiempo que su mirada azul se perdía en la belleza de los jardines que se encontraban tras de su imponente figura. Los jardines reales eran los más espectaculares del reino. Al llegar ante los ventanales donde estaba su esposo, observó las fuentes y las luces que habían encendido y sus orbes se perdieron maravillados. Hacía tiempo no paseaba por aquel ala del castillo y ahora, se preguntaba el motivo de dejar de lado algo tan maravilloso como aquello. — Me quedé con el ala más soleada del castillo, pero tenéis las vistas más bellas de todo Windsor. — Si Alec le pidiese instalarse allí, en el ala oeste junto a él, serían aquellas vistas las que la decantarían por venirse. Siempre había encontrado esa parte del castillo más fría y oscuro, sin embargo, hasta en aquella oscuridad, relucía la joya más bonita de Inglaterra.

Mirando por última vez las vistas, quedando de perfil en la luz de la luna que aquella noche brillaba en su cenit medio llena en el firmamento, se volteó para él cuando uno de los criados irrumpió pidiendo permiso para pasar. Alec se lo dio y viendo a uno de los criados acercarse hasta ambos tras las respectivas reverencias, este les acercó una bandeja con copas, para amenizar la velada. — ¿Deseáis una copa de vino, majestad?— El hombre se la ofreció y Lena asintiendo tomó no solo una copa, sino las dos. El criado en silencio, decidió dar unos pasos atrás y volvió a desaparecer dejándolos nuevamente a solas, en privado. Cuando la puerta se cerró, Lena se acercó unos pasos a su esposo y le tendió una de las copas. — ¿Un poco de vino, esposo?—Le preguntó, buscando cierta cercanía que únicamente podía darse con el contacto y no con las formalidades. Le sujetó la copa hasta que esté la tomó de sus propios dedos y con aquel breve contacto, retiró su mano lentamente. Tenía tanto por preguntarle, tanto por saber sobre él que en su cabeza no encontraba ningún orden para ello, ni ninguna pauta a seguir. Mojó sus labios en la copa y sin dejar de mirar a los ojos de su esposo, bebió un sorbo. No bebió mucho, apenas lo probó. Deseaba estar en sus cabales para atender a todo lo que su esposo le contase sobre él. Le vio dar un sorbo a la bebida y en la luz de la copa, la mirada dorada masculina refulgió contra sus mares en sosiego. Decidida a no dejarse intimidar, dio un paso nuevamente hacia los ventanales y suspirando, su mirada se perdió en la luna que atentamente los observaba.

Si me pudierais permitir la confianza, me gustaría preguntaros algo… ¿Qué esperáis de esta unión, Alec?—Preguntó entonces, de espaldas a él, bañada su figura por aquella luz nocturna del exterior. Lena iba directa a la boca del lobo. No deseaba andarse con rodeos. Ella sería honesta, pero él debía serlo igual que ella para que este matrimonio pudiese ser beneficiario para ambos. Ella necesitaba confiar en él y él, necesitaba ver en su prometida algo más que una simple joven bella que desposar. Tenía mente e inteligencia. Era más joven que él y no había vivido tanto como su esposo, sin embargo, aquello no le quitaba virtudes como reina. Apoyándose en uno de los ventanales, apoyó su espalda en ella y a contra luz dejó que los ojos ajenos la observasen y estudiasen en lo que regresaba su atención a él. Le devolvió la misma mirada, más dulce pero con el fuego llameante en su iris de quien algo fuertemente desea, y deseó;  que él, en vez de apagar aquel fuego, sintiese el indómito deseo de hacerlo crecer. —Perdón por mi poco tacto, y no me malinterpretéis, no os hablo de traer herederos a nuestra nación, lo cual en algún momento esa será nuestra responsabilidad, hablo de vuestros deseos… de vuestros sueños; vuestras metas. —Deseaba conocer aquella faceta de él. Quería saber qué tipo de rey se iba a convertir y que reina sería con él a su lado. — Como reina tengo el anhelo de fortalecer nuestra casta, también de empoderarnos. Deseo ser; que seamos, la imagen más gloriosa de nuestros antepasados. Pero aún más importante, ansío llevar a Inglaterra hasta la cumbre más alta jamás alcanzada. Quiero un tiempo dorado para nuestro reinado… y ahora, solo me falta por saber, si mi rey comparte este grandioso sueño con su reina. — confesó intentando así de alguna forma expresar todo lo que pasaba por su cabeza. En cada una de sus palabras no dejó que el rey la amedrantase con su figura, ni con la mirada que este le mantenía. Debía de acostumbrarse a la presencia masculina con todo aquel poder innato que lo rodeaba como una segunda piel, y él seguramente, debería de acostumbrarse a tener una esposa con pocos reparos a la hora de hablarle en privado. Delante de sus súbditos era la reina y él, sería el rey. De puertas cerradas a su alcoba, ambos serían iguales. Lena a la hora de transmitirle sus deseos habló con convicción y pasión de lo que era su gran pueblo y nación. Tenía grandes sueños para ellos como monarcas, porque por sí sola, sin el apoyo de su esposo, ambos sabían que no llegaría demasiado lejos en sus designios por más reina que fuera. — ¿Estáis conmigo, esposo? —Preguntó enfrentándose a lo desconocido. En esta partida podría perder y aun así; la leona de los Windsor, decidía arriesgarse.


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Mensaje por Alec Windsor Mar Ene 30, 2018 3:14 pm

Inglaterra… siempre había visto países enteros y todos ellos les habían gustado más o menos. Sin embargo, aquel tiempo ligeramente oscuro, y sus paisajes verdes durante todo el año eran para Alec el paraíso. Las ciudades eran ordenadas y llenas de viveza, combinado la modernidad con el bullicio de una ciudad mas antigua que muchos países del mundo. ¿Cómo no iba a gustarle aquel sitio? Es cierto que Windsor no reflejaba lo que había esperado, puede que creyese que se encontraría con un montón de jardines llenos de flores y recargados salones al estilo francés, pero se había sorprendido gratamente. Aquel era un monumento a la historia y la política de cientos de años de planificación, política y tendencias constantes a ostentar el poder.  A decir verdad, el licántropo empezaba a imaginarse viviendo allí sin ningún tipo de problema. Es cierto que Londres seguía siendo su ciudad por costumbre pero aquel silencio y constate perfección le resultaban de lo más atractivas. Y ya que estábamos hablando del tema… ¿Qué hacíamos con la reina? Su opinión hacia ella no estaba tan clara como la que sentía por Inglaterra, ni mucho menos, pero debía de reconocer que tenía que tomar ciertas decisiones sobre ella. La joven parecía del todo prendada por el licántropo, al menos en lo que parecía ser el encuentro inicial. No era para menos teniendo en cuenta la obra teatral que había tenido que interpretar para que pensase que era una especie de caballero andante que venia a socorrerla de todo mal. Aquello le había dado ciertas facilidades pero no la mantendría en vilo constantemente. Aun después de la boda seguirían habiendo cuestiones en las que podía ponerle las cosas muy difíciles. Por lo tanto, nos planteábamos de nuevo la pregunta: ¿Qué debía hacer?

Las puertas del salón se abrieron mientras él seguía pensando en sus cosas. Aquella noche la reina había escogido un vestido azul, muy acorde con sus ojos, pero igualmente decantado para una reunión más intima, no algo que exhibir ante la corte como un consejo de moda que hubiese recibido de algún rincón de Europa. Aquello no estaba pensado para eso. Su sonrisa pretendía iluminar la sala, pero lo cierto es que Alec seguía enfrascado en aquella condenada pregunta, sin tener del todo claro cómo responderla. No podía negarlo, el atractivo en el ámbito personal era mayor que en el público, donde se esperaba una imagen más recatada de ella. Supuso que ahora vendría la parte más tediosa hasta el matrimonio, una sucesión constante de charlas banales en su mayoría donde tendría que fingir estar de acuerdo con ella en la mayoría de los casos. Por lo menos la primera cuestión no era tan banal. – En realidad creo que es todo lo contrario. Llegará un momento en que tengamos quizás demasiado tiempo para nosotros. – Por eso interpretaba claramente la concepción. Se esperaba que la reina quedase embarazada lo antes posible para que el reino tuviese un heredero que garantizase la sucesión. La cámara de los lores se iba a llevar una gran desilusión. Entre sus planes había muchas cosas ahora mismo, pero un bebe con Lena Windsor no era uno de ellos. – Puede que llegueis a hartaros de mí, pero intentare que eso no ocurra.- Se colocó de perfil al jardín y se acercó un poco más a ella. No podía creer que se lo estuviese poniendo tan fácil. - En cuanto a las vistas… creo que tenéis toda la razón. Tengo las mejores. – En absoluto estaba entre sus planes hacerle un cumplido, pero ya había empezado ese camino y no podía desandar lo andado. Además, tendría que hacer cosas mucho más importantes que alagarla dentro de un par de noches. ¿Qué problema había en empezar a acostumbrarse?  

Dejo que los criados trajesen el vino, una buena cosecha proveniente del sur de Francia, de la zona de la Riviera más concretamente, llevaba tiempo en su bodega y llego a la conclusión de que impresionarla con algo así vendría muy bien. Sin embargo, el sorprendido fue él. Alec tuvo que contenerse para no atragantarse con el vino cuando le hizo aquella pregunta. ¿A qué clase de juego jugaba? El licántropo inspiro profundamente aquel aroma tan suyo y vio que no estaba siendo descortés, ni si quiera había sospecha en aquel olor. Curiosidad… de verdad quería algo como le explicaba sin nada a medias.  Extraño, desde el principio pensó que Lena comenzaría a darse cuenta de cosas pasado un tiempo, cuando ya fuese demasiado tarde para frenar sus planes, pero si realmente estaba tan ansiosa por conocerle podía ser peligrosa. Este era el problema de haberla salvado, ahora sentía tanta curiosidad por Alec que podía querer saber demasiado, un doble filo con el que el licántropo no esperaba encontrarse. No obstante, dejo que acabase su exposición sobre lo que esperaba y escucho con atención mientras elaboraba un plan. Tenía que pensar rápido, hasta que se dio cuenta… no tenía por qué mentirle. – Entiendo de donde viene esta pregunta, supongo que yo también la habría hecho en vuestra posición. – Hacia aproximadamente dos días, cuando se prometieron, y en silencio en su cabeza.  Era evidente que la chica no tenía ni idea de política silenciosa, pero eso daba igual cuando la que abría la boca era una reina. – A términos estrictos soy un desconocido, y habéis accedido a casaros conmigo más por la presión de la nobleza que por cualquier sentimiento que pueda inspiraros. Si es que os inspiro alguno. – Dejo de darle vueltas a todo y comenzó a exponer su plan. – Antes de contestaros a la pregunta, esposa, quizás hay algo que deberíais de saber sobre mí. En ocasiones me he visto obligado a hacer cosas que no me gustaban, por el bien de mi familia era lo que tenía que hacer. Sin embargo, hay una cosa que siempre me he tomado en serio: mi palabra. Si la doy, la cumpliré.

No estaba mintiendo, claro está, pero desde luego la clave estaba la condición “si la doy”. Alec nunca daba su palabra a la ligera, claro está, pero la reina no tenía por qué saberlo. Aquello solo era para darle una falsa impresión de completa honorabilidad con la que podía contar, y le daba pie a creer fielmente en todo aquello que le prometiese. – Teniendo esto claro, os prometo una cosa: si soy Inglaterra, todo cuanto hago y hare, será siempre en beneficio de Inglaterra. – Tampoco era mentira. Alec quería ser un rey que se recordase en los anales de la historia, y siendo la cabeza que llevaba la corona, obviamente toda Inglaterra seria suya: ¿Quién no querría que fuese poderosa? La imagen gloriosa de cuento de hadas de la que le hablaba la reina le importaba poco, pero su imagen, su propio poder… eso era algo bien distinto. – Si eso os sirve, estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario.  – A mi menara, le faltó decir.

No podía dejarlo así, podía ser muy consciente de lo que aquella respuesta podía significar para ella y lo que no. Quizás precisamente por eso volvió a dar otro paso hacia ella, dejando solo las copas como obstáculo entre ambos. Ella no se bastaría con eso, necesitaba un cueto, necesitaba al rey que tenía en la mente, aunque fuese durante el tiempo suficiente como para que le pusiese una corona en la cabeza. – En cuanto a traer herederos… creo que deberíamos empezar por algo más fácil. – Dijo mirándola fijamente mientras alzaba la mano. Las yemas de sus dedos tocaron su mejilla suavemente dibujando el margen de su cara hasta acabar debajo de su barbilla. Levanto la cara de su esposa suavemente, como si aquello fuese un movimiento que requiriese de arte y poesía, se acercó aún más, rozando su nariz con la suya, podía sentir su aliento desde allí, cada fibra de su olor le impregnaba la nariz entremezclado con el vino. Era un olor dulce, como si el vino contuviese una especia de caramelo que lo cambiase. – Algo como esto. – Dijo susurrando ante sus labios, estaba rozándolos con los suyos, casi se estaban tocando por completo… Cuando entro el criado anunciando que la cena estaba servida. Viendo que había interrumpido un momento importante, se disculpó y salió rapidamente. - Creo que empiezo a entender lo que deciais de la utopía.


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Mensaje por Lena Windsor Vie Feb 02, 2018 10:13 am

Contra la luz de la luna, en perfil mientras su mirada era testigo de la belleza del exterior, no podía dejar de pensar en la multitud de deberes que les esperarían a más tardar, dos noches en adelante. La cámara de Lores se reuniría con el rey días después de la coronación, mientras, ella atendería al pueblo con quienes siempre disponía tiempo para arreglarles los mundanos problemas que el día a día les causaba. Luego, el rey y ella se reunirían con el consejo privado y allí, por fin vería el auténtico rostro de su marido. Estaba acostumbrada a que los hombres siempre tuviesen secretos escondidos de ella. Muchos de los lores de la cámara la deseaban, y era tal la obviedad de aquellos hechos, como que muchas veces sentía sus miradas recorriendo su cuerpo cuando esta les daba la espalda. Luego, cuando les enfrentaba con su mirada, estos volvían a la seriedad de antemano, escondiendo aquellos deseos a sus “inocentes” ojos. Si, en cada hombre vivía un ente oculto. Una sombra, una mancha tenebrosa. Su padre ya le había avisado de ello y Lena, a pesar de lo imprudente e impulsiva que era, en ocasiones cuando su padre aún seguía con vida, se había detenido a escucharle. Hasta los más caballerosos y dulces, podían tramar algo y aunque su futuro esposo, pareciera ante sus ojos y la de todos; un salvador y un guerrero indestructible, no debía confiarse. De allí que quisiera conocerle, saber en cierta medida sus gestas anticipadas para con la nación inglesa. No obstante, sus pensamientos quedaron silenciados cuando su esposo la halagó, haciendo nacer en sus labios una dulce sonrisa. No le solían gustar los cumplidos, no obstante, por él;  parecía que aquello podía cambiar de un momento a otro.

¿Así es como pensáis seducir a una reina, mi atractivo esposo? —Le preguntó totalmente intrigada por aquel hombre que se acercaba nuevamente a ella. Viendo su figura imponente acercarse desde el cristal donde veía su reflejo, lentamente se volvió hacia él. Ahora su mirada dorada se encontraba despierta y centrada en ella. ¿Qué estaría pasando por su cabeza? Se preguntó encontrando en el rostro ajeno, uno de los mayores misterios en los que se había visto  atrapada en sus pocos años de vida. Era inaudito que un joven como aquel pudiera tener un aura tan poderosa y caminar con aquel semblante, con aquella gala sin haber nacido para la tarea de gobernar. Cada vez que lo pensaba, más se convencía del gran acierto que había tenido con él. No hacía falta ni mirarle, sino que solo con como reaccionaba el cuerpo de ella ante su presencia, era una fácil demostración, de cómo la atracción la unía a aquel hombre, apenas y hasta el momento; todavía, un desconocido. Aunque aquello, sería por muy poco tiempo. No debía temer mucho en la noche de bodas y está, cada hora que pasaba se encontraba más cerca de convertirse en una realidad. Por su parte, pensaba aprender rápido para darle lo que él quisiera de ella, para complacerle y que no tuviese que ir al encuentro de otros brazos ajenos a los suyos, y por parte de él, tampoco parecía a simple vista que la joven no fuera de su interés. Por lo menos, no parecía desagradarle. Y aquello, ya representaba una pequeña victoria para Lena. — Si me lo preguntáis, de vuestra boca suena sumamente interesante la noche de bodas. —sonrío en su dirección y negó. ¿Cómo podría ella terminar aburriéndose de su esposo? En todo caso, como muchas veces ocurría, sucedería al contrario, aunque ella haría todo cuanto estuviera en su mano para impedir que él pudiera sentirse aburrido a su lado. —No podríais aburrirme. Parecéis incapaz de hacer que una dama se aburra en vuestra presencia,—añadió totalmente segura de sus palabras respecto a aquel particular tema, en el que pronto se verían las caras el uno al otro.

La joven reina iba a añadir algo más, cuando de pronto llegó el sirviente con las copas de vino y dejando que aquel bochornoso tema, se desvaneciera, ahí fue cuando se le ocurrió tomar las cartas del asunto e irle de frente. Ella de antemano conocía la necesidad que sentiría de adaptarse a los nuevos cambios cuando él, ya fuera coronado y muchas decisiones que ahora eran de ella, serían exclusivamente tarea del rey. Él tendría el poder principal de la corona, sin embargo, él también deberá de afrontar algunos cambios, y algunos estaba segura vendrían de la mano de su joven esposa. Ambos como humanos, tenían defectos y virtudes por igual, y al final, terminarían conociéndolos y respetándolos. No obstante, lo que salió sin pensar apenas por su boca no fue una pregunta sin importancia sobre sus defectos, sino sobre el futuro de Inglaterra. Lena le habló abriéndole su corazón, siéndole sincera y esperó mínimamente la misma consideración. Sus palabras, cuando llegó su respuesta, si no fueron tan sentidas como las de ella y tan explicativas, si tuvieron cierto efecto en la reina. En lo menos que demostraba Alec con sus respuestas, quedaba demostrado que en cierta forma, él sería un aliado para ella en tanto magnificar el poder de la nación inglesa como reyes. También le confesó ser de palabra y aquello, no iba a cambiar ahora, que con más motivo tendría y daría la palabra como rey. Lo cual se debía a unos códigos morales y a una responsabilidad como monarca que estaría por encima de todo lo demás. La gente lo seguiría y si debían confiar, lo harían por alguien por quien mereciese la pena combatir. Alguien de palabra, de instintos y de fuerza.

A cada palabra que salía de los labios masculinos, ella asintió ciertamente complacida. Lo que oía no era nada disparatado, y ciertamente, antes de que esta pudiese valorar palabra por palabra sus dichos, el joven usó una táctica certera para desconcertar su mente. Se acercó a ella y de pronto, encontrándose entre el ventanal a su espalda y el cuerpo masculino frente a ella, acorralándola, sintió su corazón en su pecho bombear con fuerza. —¿Qué queréis decir con ello? —le preguntó sintiéndose estúpida segundos después, cuando la mano masculina acunó su rostro y con suma delicadeza le subió el mentón hasta la altura de sus labios. Ya antes había sido besada, más nunca antes la habían sorprendido de esa placida forma. Sintió su nariz rozando la propia y  exhalando su aliento sobre la boca de su esposo, por unos tortuosos segundos pudo sentir como sus labios se rozaban. Leves toques, caricias lentas que lentamente se acercaban más y más hasta acariciarse mutuamente. Suspiró y aquel suspiro quedó trabado en el espacio que aún quedaba entre ambos personajes. Le sentía tan cerca de ella, que casi podía saborear su sabor; oler su fragancia masculina envolverla. Cerró los ojos y cuando, esperó hasta con ansias que este terminase de profundizar el beso, uno de los criados entró sin avisar, destruyendo la burbuja intima que el rey había creado para ella.

Sus pestañas aletearon sin poder creerse que a los criados se les ocurriese no avisar antes de entrar, con más razón todavía cuando se encontraban los futuros reyes reunidos en privado. Solos, sin nadie más. Desconcertada por aquella interrupción, que aunque breve, si había roto parcialmente el momento del primer beso de ambos, se sintió decidida a no dejarlo escapar. ¿Cuánto tendría otra oportunidad semejante? Ahora era anhelo lo que recorría su cuerpo y guiaba sus labios nuevamente a romper la distancia que nuevamente los separaba. Apenas fue un paso. Alec era un poco más alto que ella y mucho más corpulento, aun así, nada la detuvo en su ardid de completar aquel beso que él había iniciado y que ahora ella, deseaba darle vida. Sin más miramientos, cruzó la distancia tras sus últimas palabras y rozando su nariz contra la de él, sus labios se acariciaron. Primero, solo fue un roce suave, delicado. Sin embargo, luego de aquel roce ella profundizó la caricia. Le había dejado con la miel en los labios y la joven reina, no era de las que se contentaban con lo que pudo haber sido. Si estaba en su mano, ella siempre lo desearía todo.

Al instante que se tocaron sus labios, ella sintió una oleada de calor atravesándola. ¿Quién podría haberle dicho que aquel adusto y fuerte hombre, tendría unos labios tan suaves; tan cálidos? Presionó con dulzura sus labios contra los masculinos, y con suma lentitud, se encontró saboreando el sabor a frescura, a seda caliente de aquella ardiente boca. Sus brazos se entrelazaron voluntariamente alrededor del cuello de Alec. Abrió sus labios, permitiéndole el total acceso a su cavidad y el aroma masculino la envolvió. Jadeando sobre su boca, tras unos pocos roces más, ella se apartó ínfimamente, concluyendo el beso pero sin alejarse de él y de aquella prohibida cercanía que compartían contra los ventanales del gran salón privado. Aún no del todo satisfecha, pero si, sonrojada ante aquellos ojos que parecían no apartarse de los propios, no dio ninguna muestra de arrepentirse por aquella impulsividad y deseo ferviente en ella. Por el contrario, podía parecer que esta rogase por más.— No podía permitir que en nombre de la utopía, esto concluyese. — le susurró en los labios. La joven reina respiró en profundidad, entremezclándose ambos alientos y restó en el lugar devolviéndole la mirada, esperando por una respuesta de él; una señal, o un movimiento. En la mano del futuro rey estaba la realización de la siguiente jugada. Podía alejarse y concluir así el momento, o por lo contrario, recuperar aquellos pocos centímetros que los separaban y tomarla de nuevo en un profundo beso.


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Mensaje por Alec Windsor Lun Feb 05, 2018 6:10 am

Cuando era niño, Alec caminaba por los jardines de la casa de su abuelo, esperando el momento oportuno para ir a hablar con él y, si podía librarse de sus clases de la tarde, mejor. Su abuelo era una persona impresionante, desde todos los puntos de vista. Cuando comenzó a jugar al ajedrez con él, le hizo una pregunta: Dime, hijo ¿qué pieza es la más importante? Sin pensarlo dos veces si quiera, Alec respondió que esa pieza era el rey, sin duda. Creo que no hace falta aclarar que estaba totalmente equivocado. Como su abuelo le dijo, aunque el rey era importante, pues de morir, la partida se acababa, también podía ser una pieza que era más un  lastre que otra cosa. El motivo de ello era porque esa pieza siempre era el blanco de todas las hostilidades, su movilidad era tremendamente reducida y su capacidad para producir una estrategia efectiva solo ponía en riesgo la propia partida. ¿Dónde estaba entonces la pieza más importante? Alec nunca fue capaz de contestarle a esa pregunta hasta muchos años después, cuando se había convertido y acudió a un baile donde no importaba quien fuese su padre; y todo porque su madre acaparaba todas las miradas. Fue ahí cuando entendió donde estaba la trampa en la pregunta de su abuelo. El poder no reside en la corona porque esta tenga poder por sí misma, sino porque los peones le dan ese poder, la atención y la expectativa de grandeza que hace de una pieza aparentemente poco útil una figura que puede terminar la partida. Cuando volvió a ver a su abuelo le dio una nueva respuesta: la piza más importante, le dijo, es aquella a la que el jugador le dé más importancia. El viejo licántropo le miro y sonrió, sintiéndose orgulloso, pues había captado la verdad detrás de todo ser humano. Todo el mundo es un puzle de necesidades; conviértete en la pieza que falta, y harán todo cuanto quieras.

En el caso de Lena, la pieza estaba precisamente en lo que todo el mundo veía, pero nadie apreciaba: era mujer. Todos le habían dicho cuanto se había esforzado su padre por educarla en las artes masculinas, como se suponía que debía entender de protocolo, diplomacia y hasta estrategia militar. Sin embargo, nunca le habían dado la importancia debida a hecho de que fuese mujer. ¿Y por qué iban a hacerlo? Para ellos solo era una corona, con suerte. La pieza que faltaba en todo el rompecabezas emocional de Lena Windsor era muy sencilla: necesitaba a alguien que la quisiera. Quizás no que la amase, eso era demasiado pronto como para determinarlo, sino alguien que estuviese con ella no solo por deber, sino por placer. – Oh, os aseguro que es muy posible. Tiendo a ser un poco agotador a veces. – Por no decir irritante. Ese era el término que usaba su padre para referirse a él a veces, pero no podía culparle. Seymour siempre fue demasiado ignorante como para ver que, lo que definía como irritante, en realidad era simplemente vergüenza porque su hijo adolescente fuese más listo que él. – Las damas quieren a soldados jóvenes, pero me agrada saber que no sois de esas. – En realidad podía decirse que si lo era. Aunque aparentase mucha menos edad, Alec era lo bastante viejo como para ser el padre de la propia Lena. No obstante, había cosas que no se podían ignorar, como el comentario sobre la noche de bodas. ¿Debería contarle todo lo que sabía? No estaba seguro de que sus palabras reflejasen una intención diferente a la de una joven esposa medio nerviosa, pero tampoco esperaba que pudiese ser directa en preguntarle sus intenciones. Lo cierto es que tuvo  la mejor de las ideas al poner espías a la joven reina desde el principio.  – La noche de bodas es cosa de los dos. – Dijo mientras le besaba la mano de manera cortes, aunque con cierto punto de incitación y falta de paciencia. – Mientras estés cómoda, esposa, todo me parecerá bien.

Seamos sinceros, nadie se creería jamás que Alec estaba pasando por aquello por primera vez. Había tenido sus amantes, claro está, pero siempre había sido discreto. Los nobles tenían amantes a montones y normalmente fardaban de ello, pero se pasaban más tiempo sofocando los incendios de sus escándalos que disfrutando de la aventura propiamente dicha. El licántropo no era de esa manera; sus mujeres siempre habían tenido claro que podían esperar de él y cómo comportarse ante su relación, es decir, con absoluto mutismo. – Debo admitiros una cosa, esposa: jamás he tenido a mi lado a una mujer como vos. – Eso quería decir dos cosas: humana y reina. Todas las amantes de Alec habían sido sobrenaturales, por eso es por lo que en esta ocasión era… ¿nuevo? Supongo que esa expresión valía. Por otro lado, parecía que la respuesta dada sobre la sinceridad era suficiente. Estaba claro que aquella mujer era una filantrópica que creía que el mundo que gobernaba podía llegar a ser un paraíso. Alec no creía en ello en absoluto, siempre había tenido claro que el mundo estaba organizado jerárquicamente por un motivo. A los hombres había que gobernarlos. A menudo no se hacía sabiamente ni con el objetivo de mejorarlo todo, pero aun así había que hacerlo. Existe un muro que separa clases; di que ese mundo no existe y solo tendrás una guerra.

Que inoportuno. Una de las cosas que pensaba cambiar sin dudarlo cuando aquella fuese su casa. Mira que entrar sin avisar en una reunión privada… Pero tampoco importaba mucho, después de todo había conseguido lo que quería con el gesto, que era causar expectación a la reina. Era como las arañas, empezaban colocando un sutil veneno en la presa que las paralizaba, dejándolas expuestas e indefensas, todo justo antes de empezar a envolverla con su tela y, antes de darse cuenta, ya estaban atrapadas sin posibilidad de huir. Empero, el sorprendido nuevamente fue él, pues la reina no tenía pensado quedarse a medias. ¿Es que se había equivocado completamente en su análisis sobre ella? O eso, o es que el veneno que había plantado en ella era mas potente de lo que había calculado. Aquellos labios que le tocaron no eran los de una niña asustada e inexperta, sino los de alguien que había saboreado miel y solo quería mas, aquella necesidad juvenil y poco medida, por el simple placer de tener lo que se quiere resultó embriagadora, casi hasta placentera. Abrió la boca lentamente y acaricio su lengua, notando un sabor dulce, fino y, en parte, amargo por la mortalidad y el miedo típico de todos los humanos. Que curiosa mezcla que el rey aprovecho y saboreo. No le importaba tocarla. Si, aquello era por el poder no por ella, pero si podía disfrutar de algún placer por el camino no lo dejaría pasar. La tomo de la cintura manteniéndola pegada a su cuerpo, era más delgada de lo que imaginaba, casi parecía que le faltaba sitio donde cogerla.

Finalmente, se separó de él, dejando su aliento por el camino y una marca que debería no haber dejado, sobre todo porque Alec podía no controlar determinados aspectos de su personalidad. – No deberías haber hecho eso. – Dijo como si hubiese cometido un grave error… y así era. Para bien o para mal, los licántropos como Alec tenían la sangre caliente y sus emociones eran demasiado amplias para los humanos, tanto que a veces ni uno de la edad del rey podía controlarse. Elevo una de sus manos, hasta el cuello de la reina, y la agarro de él, llevándola un par de paso atrás, hasta el ventanal que estaban mirando hacia solo unos minutos y que parecía tan inocente. En aquel momento, el lobo que llevaba dentro solo pensaba en comer y eso no solía acabar bien para nadie. Teniéndola inmovilizada de aquella manera, sus ojos dorados empezaron a mirar su piel, sus labios carnosos; sus oídos captaban los latidos del corazón, la sangre bombeando rápidamente por el cuello hacia la cabeza; olía aquellos cambios en su aroma personal. El licántropo la beso, pero no fue como la anterior, aquella vez era un beso estratégico, medido y controlado. Lo que ahora acontecía era completamente distinto, un instinto medio salvaje que quería apoderarse de ella. Antes de darse cuenta, su mano bajaba del cuello, bordeando el escote de su vestido. Sus labios, descontrolados, saborearon sus labios y empezaron a bajar por la barbilla y llegando al cuello. Si no lo paraba ahora podía matarla, notaba los colmillos aflorando a la superficie, casi arañando la piel que sabía que cubría ligeramente la carótida y que, de morderla, se desangraría en segundos. Fue entonces cuando la mente consciente de Alec tomo el control y freno a la bestia en seco. Tratando de pasar desapercibido, regreso lentamente a sus labios, mientras los colmillos volvían a su lugar, escondidos en las sombras. Dio un último beso en sus labios y le coloco el pelo, dejándolos fuera de su rostro. – Perdóname, esposa. – Dijo con su tono controlado de siempre. – Espero no haberte asustado.

Quito las manos de la joven y se recompuso. Estaba claro que tenía que estar más alerta con el lobo la próxima vez. Había sido descuidado y había creído que no tendría motivos para preocuparse por él estando con una humana. No cometería el mismo error por segunda vez. – Creo que deberíamos ir a cenar. – Dijo mientras le ofrecía el brazo para que le acompañase, las copas habían caído al suelo y el líquido se desparramaba por alfombra. Por suerte, el resto de la cena ocurrió sin incidentes. Hablaron largo y tendido sobre los problemas que podían afrontar cuando subiese al trono, que podía esperar el pueblo, pero sobre todo de los detalles de la boda y la coronación. Alec dejo que pensase en ello, que tuviese la boda que quisiese. En cuanto al resto, ya pensarían en algo.


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Mensaje por Lena Windsor Mar Feb 06, 2018 11:39 am

Lejos de todo pensamiento, la reina jamás pensó que de aquella forma pudiese afectar a su futuro esposo, la impulsividad de su hacer. Era inaudito pensarlo siquiera, y aún así sucedió. Él reaccionó como ella nunca pensó podría suceder. Dejándola boquiabierta, deseosa y confundida a partes iguales. Aquel hombre, sería un su vida una pieza inesperada. De ante mano siempre lo había sabido, no obstante, ahora tenía la real certeza de que así sería. Aquel hombre bien podía ser su perdición. El beso de su parte, inició a causa de la impulsividad femenina de la que se vio envuelta, tras el intento fallido de que el rey la besara. Con aquella interrupción, sus ganas crecieron y sin pensar en las consecuencias que aquello le traería, buscó terminar lo que su esposo había iniciado. Él le correspondió. Acarició su lengua varias veces en lo que sus labios se acariciaban. Ella con ansias y él, todo lo contrario. Calmado, cálido y hasta paciente. Lena disfrutando del contacto, cuando finalmente se alejó de su aliento, esperó cualquier otra reacción de la que su esposo hizo alarde. Tras haberse contenido en el beso que ella había buscado como se buscaba agua en el desierto, lo último que esperó fue su devastadora reacción. Aún podía saborear su aliento, cuando él habló contra sus labios. Su tono fue filoso, oscuro. Sus palabras se asemejaron a un jarro de agua fría para la joven. Lo miró dudando del significado real de sus palabras que más bien sonaron a amenaza y abruptamente sin aire, se encontró empujada hacia el ventanal contra el que su espalda chocó. Sintió la frialdad del cristal en su espalda y antes siquiera de abrir la boca para preguntarle a su esposo que hacía, su boca nuevamente arremetió contra la de ella. Alejando todo pensamiento racional de su mente, esta gimió contra el paladar masculino y llevando sus manos a agarrarse de su camisa, perdió el sentido del tiempo.

Era agresivo, hasta violento la forma en la que sus labios exigían la sumisión absoluta de la fémina. Parecía un combate, un combate feroz. Apretando sus dedos en la camisa masculina, esta mordió los labios de su esposo en medio de aquel caos que él provocaba. Su silueta quedó pegada a la masculina, las manos antes en su cuello resiguieron su anatomía, llevándola más contra si mientras alejando sus labios de los de la joven, dejándola febril, estos acariciaron su mandíbula perdiéndose hasta su cuello. Lena ladeó el cuello y sintiendo el frío aliento de Alec recorrerlo, se estremeció. Por un segundo; unas milésimas de segundo, se tensó. Sin saber la razón, su corazón se aceleró. Como la presa que avecina la ansía de sangre de su cazador, quedó estática entre los brazos de su futuro esposo. Fue un ínfimo momento, más la sensación de alerta fue intensa. La boca de Alec acarició fugazmente la curva de su cuello; su pulso errático y regresando nuevamente a la boca femenina, volvió a besarla con fuerza, quitándole de su cuerpo la sensación y cruda expectación que él mismo había provocado en ella. Lena respondió nuevamente a aquel beso, abrió su boca dejando que él volviese a arrasar todo a su paso y cuando este se alejó, ella exhalo su aliento. Se sentía sofocada y a la vez, viva como nunca antes.

No debéis disculparos jamás por un beso, —le contestó sintiendo como los brazos de él empezaban a liberarla lentamente de la prisión en la que la habían encarcelado. Intentando razonar también ella, dejando que la adrenalina que ahora corría por su ser se desvaneciera junto con la distancia interpuesta entre ellos por él, se obligó a liberarlo. Abrió sus manos y dejando escapar su camisa de entre sus dedos, consciente del vino que habían derramado a sus pies, lo esquivó con sus pasos y tomó el brazo de su esposo. Alejándose del ventanal, dejó que su esposo le llevase a la mesa y tras ahora sí, ordenar que sirvieran la cena, pronto se vieron rodeados por criados llevando todo tipo de platos. Los primeros segundos fueron extraños, compartiendo miradas en silencio, intentando averiguar que podía pasar por la cabeza del futuro rey en esos momentos, los criados volvieron a dejarlos solos. Casi sin darse cuenta, el último de los criados se despidió y con Alec, rompiendo aquel silencio Lena se vio obligada a hablar, siguiéndole una larga conversación donde entre plato y plato, hablaron un poco de todo y realmente de nada. La boda, la coronación y sus primeros días como monarcas frente a su pueblo, fueron los principales temas que trataron. Aprendiendo de su esposo en la cena, observó los gustos del mismo, captando su gusto por la carne poco hecha. Consciente de que aquello no era nada comparado con los gustos macabros de otros reyes que había oído, no le preguntó si quiera sobre el asunto. Pronto, la larga cena llevada a cabo concluyó y acompañándola Alec hasta la puerta de sus aposentos, él le besó la mano y se fue. Sola en sus aposentos, se refugió y sintiendo sus labios latir al recordar aquel feroz encuentro, aquella noche tardó en conciliar el sueño.

A la mañana siguiente, solo salir el sol entre las montañas que coronaban el castillo, sus damas fueron las primeras que la despertaron. La cacería estaba lista para iniciar y solo con que los futuros esposos llegasen, todo daría inicio. Debía de darse prisa, antes de que él viera la comitiva de caza que se estaba preparando en la principal entrada del castillo, envió uno de sus criados a avisarle. No le había dicho nada a su esposo, puesto que la cacería que le había preparado era una sorpresa. Esperaba que la idea fuera de su agrado, no obstante viendo como se había desenvuelto con el arma al salvarla, como de su gusto por la carne, creía tener la certeza de que había dado en el clavo con aquel deporte. Alistándose con su ropa de montar, tras compartir un suculento desayuno con sus damas para recargar energías, se enfundó en su ceñido traje y encaminó sus pasos a las caballerizas donde ya le esperaba una reluciente Dehesa para ser montada. En el castillo todos parecían impacientes por que la partida de caza que aún no había iniciado, terminase. En la ceremonia del matrimonio y la coronación de Alec, por la noche, en la cena real se pensaba servir parte de la carne que hoy se consiguiera para las mesas. Las cocinas de palacio esperaban recibir pronto las piezas para empezar a administrarlas. Una cena de tal magnitud como la que al día siguiente se llevaría a cabo en el castillo, exigía una preparación muy minuciosa y un tratamiento intachable de la comida que se serviría.

Subiendo a lomos de Dehesa, se encaminó hacia donde esperaban ansiosos los perros de caza y toda la comitiva. Había todo tipo de perros, desde veloces galgos hasta los típicos sabuesos ingleses, capaces de derivar ellos solos a los jabalís que corrían salvajes por esos bosques. Sonriendo cuando fue consciente de que Alec ya se encontraba preparado con sus hombres, antes incluso que ella, hizo avanzar a su yegua hasta llegar al lado de su esposo. — Espero hayáis descansado bien en vuestras dependencias, esposo. — empezó a decir tras compartir una larga mirada con él, en forma de silencioso saludo. Le sonrío y guardando las armas que uno de sus hombres le ofreció, en las alforjas que portaba junto a la silla de montar, frente a ellos los hombres con los perros se dividieron en dos bloques. Uno para cada miembro de la pareja real. — ¿Estáis preparado para hacer de esto una competición? — Dehesa se encontraba inquieta, deseando salir a correr, aunque la mano de Lena la mantuviera noble y firme en su puesto al lado de Anubis. Este también parecía responder al nerviosismo de la yegua, más la mano férrea de su jinete lo mantenía controlado. A su alrededor pronto los hombres también se unieron con sus armas en los dos bloques diferenciados y adelantándose con Dehesa al frente, Lena hizo voltear su yegua quedando frente a su esposo. — Os propongo un trato para hacerlo más interesante, ¿qué os parecería… si el vencedor, se quedase con el caballo del otro? — Lo miró fijamente y antes de que este pudiera responderle, mandó a Dehesa al galope iniciando la apertura de la cacería mientras sus hombres y los perros la seguían. Lena no iba a permitirse perder a Dehesa, aunque ello significase terminar con todos los ciervos machos de los alrededores. Sonó el cuerno de salido, y aquel juego privado entre los reyes; dio inicio entre los bosques ingleses de la región.


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¿No me recomiendas que busque un esposo que juegue por mí?
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La leona y el lobo de Inglaterra |Privado Empty Re: La leona y el lobo de Inglaterra |Privado

Mensaje por Alec Windsor Sáb Feb 10, 2018 4:36 am

Dejando su felicidad completamente al margen. Desde siempre Alec había tenido claro que lo que los humanos convencionales entendían por felicidad no era para él. Aquella noche le quedaba claro que no había mayor verdad que esa. Lena había quedado completamente hipnotizada por sus acciones, unas acciones que no la habrían convencido si hubiese estado más atenta a las cosas. Para empezar tenía la necesidad masiva de sentirse aceptada y querida, y en cuanto había visto que el supuesto marido que le habían escogido, un hombre que posiblemente la sometería y la dejaría de lado en todas las decisiones de estado y familiares, resultaba ser alguien que prefería gobernar con ella a gobernarla a ella… bueno, digamos que en su mundo el champan llovía del cielo, las puertas se abrían y el satén caía al suelo. Había sido de lo más fácil ponerla bajo su control sin que ella se diese ni cuenta, al menos eso garantizaba que la corona ya era suya. Sin embargo, mientras caminaba hacia su habitación del ala oeste, tras acompañar a la reina a su recamara, empezó a pensar en ese momento que había tenido cerca de la ventana. Por norma general, el lobo que era, el ser depredador que solo dejaba salir en luna llena siempre estaba controlado, firmemente doblegado bajo su mano y su voluntad. Empero, en aquel momento, su sed de sangre natural había estado a punto de escapársele de las manos. Se preguntaba si la reina era consciente de lo cerca que había estado de matarla y despedazar su cuerpo por toda la sala. Era increíble que, después de décadas de planificación para llegar a donde estaba, todo hubiese estado a punto de saltar por la borda por un maldito beso. Pocas mujeres habían sido capaces de calar lo bastante adentro como para irritar al cazador, al monstruo… nunca se imaginó que Lena pudiese hacerlo. Tendría cuidado en próximos encuentros, pues si la noche de los días siguientes se le iba de las manos tendría que dar muchas explicaciones.

Entro en su habitación, deseoso de poder dormir unas horas, antes de su inevitable necesidad de levantarse. Alec jamás había dormido más que dos o tres horas al día, esas escasas horas eran las que le mantenían cuerdo, pero su energía nunca mermaba y su cerebro siempre estaba demasiado alerta como para ignorar nada. Desgraciadamente, ya había alguien esperándole en las habitaciones. Su espía, un hombre cercano a los cuarenta, ostentaba el cargo de jefe de la guardia de la reina. Llevaba más de diez años a su servicio y todos esos años había sido fuel solamente a un hombre: Alec. Verse en persona no era algo que tuviese previsto, pues podría levantar sospechas acerca de a quién era leal realmente el guardia. No obstante, la carpeta de información que le proporciono no podía ser entregada por mensajero, aquello era una bomba de relojería que podía estallarle en la cara en cualquier momento. ¿Cómo había podido ser tan estúpida? Si ahora mismo creyese en dios lo maldeciría de mil maneras. La imagen que aquello podía propiciar si se sabía acabaría con su reinado antes de empezar. – A no ser… - Claro, ahí es donde estaba la clave. Alec comenzó a reírse a carcajadas en mitad de la habitación, dejando desconcertado al guardia sin entender porque su jefe se reía como un loco. Pobre humano, no veía las cosas con claridad, no como él. Sin saberlo, tenía ya todo cuanto necesitaba para empezar su reinado con buen pie. – Retírate. Has hecho un buen trabajo. -  El guardia hizo una reverencia y salió por una puerta menor y más discreta. Parecía que Alec no iba a poder dormir nada después de todo, pero no importaba, merecía la pena teniendo en cuenta la recompensa.

Amaneció en Windsor varias horas después y Alec miraba al techo. Solo había podido cerrar los ojos veinte minutos pero estaba satisfecho. Justo cuando pensaba que podría dormir un poco sonó la puerta de sus dependencias. Comprimiendo un gruñido dejo pasar a los criados. Por lo visto, su amante esposa había organizado una jornada de caza en los bosques cercanos, esperando que fuese de su agrado. Lo era, después de todo el rey era británico, pocos deportes apreciaba tanto como la caza. El rey se preparó, se dio un baño y vistió con ropa limpia para la caza. Tenía un rifle que apreciaba bastante, uno que le permitía disimular sus sentidos más agudos y dar siempre en el blanco sin llamar la atención. Comió un poco de fruta y algo de carne para mantenerse con fuerza y salió directo a las caballerizas de palacio, donde ya esperaba Anubis. El semental negro ya estaba cepillado y ensillado para cuando llego, se movía nervioso y ansioso por salir a correr. El licántropo monto y lo mantuvo firme con mano experta, justo a tiempo para salir al patio, donde ya esperaba la reina. -  Lo cierto es que no he dormido demasiado. Había algo rondándome la cabeza… - Dijo con un ligero deje de sonrisa cómplice mientras ponía su montura al lado de la reina. – Debió de ser un sabor que note anoche. – A pesar de que estaban rodeados de sirvientes y de la partida de caza, estaba seguro de que su esposa lo entendería. No paso mucho hasta que la reina empezó a poner aquello como una competición; ¿era la misma que le había visto disparar la tarde anterior? No era ningún secreto que Alec era un tirador experto, pero al observar a la yegua de la reina supo que merecía la pena. – Estáis jugando con fuego esposa. Pero acepto… - No estaba dispuesto a perder a Anubis, ni tampoco a perder contra la reina. – Pero no esperéis que os deje ganar, le tengo demasiado cariño a mi montura.

Dejo que saliese corriendo a lomos de su montura sin preocuparse demasiado. El rey viro a su caballo y lo espoleo hacia su sendero de cazas, Anubis salió disparado como si su vida dependiese de ello. Ya habían pasado unos segundos y había dejado atrás a toda su comitiva, pues era un caballo de resistencia y velocidad admirables. Entro en el linde del bosque y dejo que el caballo aminorase el paso, guiándolo con las piernas mientras sacaba el rifle y lo preparaba para la caza. No necesitaba a los perros ni a los ayudantes, sabia seguir un rastro mejor que nadie y olía a su presa a kilómetros. Cerró los ojos y dejo que los olores vinieran a él, unos aromas característicos que dejaban traslucir las cosas. Justo a tiempo, levanto el arma y disparo.  No necesitaba comprobarlo, sabía que le había dado. Un jabalí de buenas proporciones, perdía sangre, ya muerto. Era una buena pieza, pero no le bastaba. Justo en ese momento le alcanzaron los auxiliares, que tomaron la pieza a medias entre extrañados y sorprendidos. Alec continúo avanzando, dejando que la mañana fuese productiva. Aunque el jabalí fue su mejor pieza, varios venados y aves le siguieron el camino. Sin embargo, cuando ya la mañana estaba lo bastante avanzada, dejo atrás a su partida de caza, dando a entender que necesitaba soledad, y quedándose solo con Beumont como escolta. – Permanece aquí, que nadie me siga. – Dijo al aire. No necesitaba mirarle, sabía que obedecería.

El olfato del licántropo era posiblemente su mejor arma, estaba tan afinado que podía notar cada fibra que le rodeaba, pero solo había un rastro que le interesaba. Estaba convencido de poder ganar la competición, pero tenía otras cosas en mente para mantener su estatus. Siguió aquel rastro durante una media hora hasta que por fin la vio. La reina estaba agazapada detrás de un árbol, esperando a una presa posiblemente. El rey desmonto y se dirigió en silencio hacia ella, aproximándose por la espalda. Se enderezo y dejo que la espalda de ella notase  el calor, justo antes de rodearla con los brazos. – Te encontré. – Dijo susurrándole al oído. Sabía que estaría sola, ella siempre parecía querer ir por libre, y después de la información que consiguió la noche anterior ya no le cabía duda. Aparto sus cabellos del cuello para besar su piel. – Perdona mis labios. No saben lo que hacen.  


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Mensaje por Lena Windsor Jue Feb 22, 2018 8:50 am

Solo faltaba un día para que definitivamente Lena dejase de ser la que era para volverse esposa y reina. En su interior aquello estaba bien, más en una parte de su razonamiento no deseaba perder ningún de sus derechos y a pesar de no parecer que su esposo fuera uno que lo primero que hiciera fuera alejarla a un lado de todo por cuanto había luchado desde pequeña, no terminaba de fiarse. El maldito juego a seducirla a la que jugaba su esposo, la mantenía en vilo. Muy cierta era que poco había podido dormir aquella noche por culpa de aquel excitante beso que habían compartido en la intimidad de la recamara del próximo rey. Bestial, seductor... hasta su timbre de voz era sensual. La forma en la que le hablaba, en la que jugaba con ella, la enloquecía. Ella solo era una joven sin apenas casi experiencia en los hombres y él, ya debía de haber cabalgado centenares de cuerpos en su vida. Alec jugaba con mucha ventaja y mientras la joven reina solo pensaba en la noche de boda y en como debía sonar aquel hombre jadeando su nombre en su oído mientras tomaba su cuerpo por primera vez, ella solo podía pensar en como ganárselo más. De esa question fue que apareció la idea de la cacería Todos los ingleses que se preciaran amaban las cacerías y aprovechando que en aquel deporte ella había sido una de las mejores rastreadoras de su padre, fue fácil dar con la idea perfecta para demostrarle de alguna forma a su esposo, que ella era tan capaz como cualquiera de seguirle el ritmo en sus pasiones y debía de ganarle, no tenía de otra.

Procurad que lo de anoche no os distraiga la mente, esposo.— Le susurró con complicidad tras una ligera reverencia de su cabeza en lo que ambos caballos se posicionaban uno al lado del otro. No iba a darle el gusto de saber cúanto aquel beso la había perturbado a ella también. Sonrió complaciente tras saber que él aceptaba la competición y tomó con fuerza las riendas de Dehesa entre sus manos, anticipándose. Habían llegado al mismo tiempo al punto de encuentro y no pensaba alargar mucho más el encuentro. Tanto la montura de él, como la de ella mostraban claros signos de ansiar la libertad y no sería ella la que les negase un buen galope. Azuzando la primera a su yegua justo cuando sonaron las trompetas anunciando la jornada de caza, salió disparada hacia los bosques y campos del este. Su comitiva tardó en alcanzarla y cuando lo hicieron, Lena dio una mirada rápida a su espalda viendo como en la lejanía se perdían Anubis y su prometido. La competición había iniciado y no pensaba regalarle su montura fácilmente. Ordenó soltar a los perros y galopando con su caballo pronto dejó atrás las lindes del castillo para meterse campo a través hacia los bosques más tupidos. Enseguida las presas fueron cayendo y mientras su comitiva las recogía junto a los perros, ella ya estaba yéndose hacia la búsqueda de otra pieza, más grandes que las anteriores. No conocía aquellos bosques como si fueran los que colindaban con su ducado familiar, más había estado suficientemente tiempo como para saberse ciertos trucos por aquellos parajes, mientras que Alec no debía conocer ni la mitad de lo que ella sabía de aquellos parajes.

Tomó la delantera una vez más y tras perseguir a un par de ciervos, haciéndolos caer al poco tiempo, la reina se separó de su grupo siguiendo el resto de rastros, que esperaba la hicieran llegar a la victoria. Unos minutos después, en solitario empezó a virar a Dehesa hacia uno de los rincones donde conocía de antemano la presencia de la manada de ciervos que solían morar por la zona. Bajó de Dehesa, dejándola en una zona segura del bosque y empezó a rastrear con destreza cualquier señal del paso de la manada que seguía. Encontró unas señales, y arrodillándose sobre un lecho de junco pisoteado, escrutó las huellas con ojo experto. Estas le indicaban de la presencia de la manada de ciervos por las proximidades. Habrían pasado hacia media hora por aquella pradera oculta entre el frondoso bosque. Lentamente con el mayor sigilo que era capaz de conseguir, todavía agachada fue de árbol en árbol, intentando localizarlos. El objetivo de la reina era los ciervos machos adultos y cualquier ciervo que estuviese herido. A través de las huellas que había seguido, había podido identificar dos rezagados de la manada. Uno debía ser un anciano y el otro, por la forma de la huella parecía que estuviese cojo. Cualquier herida en la naturaleza por mas leve que esta fuese, ya era un claro indicativo que tarde o temprano el animal moriría. Aún se preguntaba como no había llamado la atención de algún oso o lobos, aunque estos últimos hacia años ya no se avistaban por desgracia.


El cielo estaba despejado pero soplaba una ligera brisa. La reina había seguido a su fallecido padre desde muy pequeña a sus cacerías y el tiempo, jamás había sido ningún impedimento. Tras unos minutos más siguiendo las huellas, se puso de pie en silenciosa calma y asegurándose que su montura no se iría muy lejos de donde la había dejado, echó a andar hacia la cañada donde de antemano sabía que allí solían reunirse los ciervos alrededor del agua, calmando la sed y buscando refugio. Con suerte podría acercarse lo suficiente para poder tomar desprevenidos a los ciervos. Por el camino habían caído a sus manos gloriosos faisanes y ya contaba con conejos y algunos que otros ciervos. Estas cacerías iban bien para eliminar la competencia de los machos más fuertes en época de apareamiento, por ello, solo se cazaban ciertos especímenes o por lo menos, es lo que ella hacía y había ordenado a su partida de caza. No deseaba perder a Dehesa, pero tampoco jugaría sucio para ganar a su futuro esposo. Obtendría sus presas costase lo que costase y con suerte, esperaba que estas fueran más pesadas y mayores que las del rey.

Se quedó al acechó observando minuciosamente el paisaje frente a ella. Podía vislumbrar las sombras de los animales entre los arboles pastando y descansando con suma tranquilidad. Regularizó su respiración, relajó su cuerpo contra el árbol en el que yacía escondida y con calma esperó que los especímenes más débiles salieran del escondite. En algún momento estos saldrían a alimentarse en el pasto frente a ella  y allí tendría su gran oportunidad. Hasta entonces, solo podía esperar con calma a que se diesen las opciones correctas. Durante varios minutos esperó, totalmente concentrada en la cacería no fue capaz de oír siquiera a Alec acercándose hacia ella. ¿Quien se lo iría a esperar? Él yacía en la otra zona de caza y toda su comitiva la había dejado atrás mientras subían las piezas al carro. Nadie debía de andar libremente por esos campos a menos de ella. Cuando sintió el calor masculino a su espalda, jadeó con sorpresa. La voz masculina irrumpió el tenso silencio que se había formado y sonriendo, cerró los ojos en actitud receptiva cuando esos labios besaron su cuello.  La había tomado desprevenida y no estaba acostumbrada a ello.— Alec — Jadeó su nombre. Su cuerpo se estremeció y la piel de su cuello se erizó proporcionándole un cosquilleo agradable, demasiado agradable. — ¿Que hacéis aquí? ¿Habéis venido para desconcentrarme? —susurró sintiendo sus brazos rodeándola y su fuerte cuerpo contra su espalda. Suspiró y soltando el rifle que mantenía en una de sus manos bajadas, se dio la vuelta encarandosele. Le miró encontrandoselo a escasos centímetros de sus labios y sonrío satisfecha. —¿Tanto extrañáis ese sabor del que hablabais, que habéis venido a por más, majestad?— Susurró contra sus labios. Su espalda terminó entre el contrario y el tronco del árbol. Sin escapatoria miró al hombre que pronto sería uno de los seres más poderosos de la tierra y bajo las oscuras cejas, los intensos ojos dorados le devolvieron la mirada. ¿A que jugaba con ella?


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Mensaje por Alec Windsor Mar Mar 06, 2018 3:31 am

Tenía que tener paciencia. No es que todo estuviese siendo demasiado complicado ahora mismo, pero igualmente debía de tener cuidado y tacto. Alec llevaba el tiempo suficiente manipulando gente como para saber que esperar, pero aun así, también sabía que cada persona era un mundo. Tenía claro que la estaba seduciendo bien, era una materia en la que le gustaba considerarse prolífico y bien versado. Además, hasta ahora nunca había tenido ninguna queja sobre de sus amantes. Sin embargo, tenía que estar pendiente. Si Lena Windsor era aunque sea un poco lista se habría planteado la posibilidad de que aquella seducción estuviese centrada en obtener el poder; cosa que era verdad, por supuesto. Eso hacía que, mientras cabalgaba por aquel bosque, pensase mucho mas en su estatus y en como terminar de convencerla. Anubis caminaba prácticamente solo por la foresta sin tropezarse lo mas mínimo, para él la tierra húmeda de Inglaterra era como un estanque placido, sin problema a la hora de superarlo. ¿Qué debería hacer entonces? Estaba claro que la había convencido de que sentía interés por ella, tal vez incluso pasión, aunque fuese de manera accidental, pero eso no era suficiente. Recientemente se había estado carteando con su madre, siempre buscaba su consejo en este tipo de asuntos y ella no dudaba en dárselo. No es ningún secreto que Lena no la satisfacía como nuera, Sienna Delayne hubiese preferido a una licántropo para que se casara con ella; y transformar a la reina no era una opción. Darle ese poder sin ganárselo solo levantaría sospechas sobre ellos y, por supuesto, quitaría a Alec toda la ventaja de la que gozaba ahora mismo. ¿Que le gustaba tener que estar con una humana? No, pero la humana podría ser mucho, pero que mucho peor.  Aun así, el licántropo empezó a plantearse ciertas preguntas a las que de momento no sabía como responder: ¿Qué relación tendría con ella una vez casados? ¿Cómo la trataría? ¿Querría tener hijos con ella? No es que estuviese preparado para responder a eso, pues se había esmerado tanto en conseguir la corona que no quería siquiera plantearse que pasaría después.

En segundo lugar, debía plantearse seriamente que hacer con la información de la que disponía. No creía posible que la información fuese verídica al cien por cien, pero mejor no arriesgarse y ponerse en lo peor nada mas empezar. Si era cierto que su futura esposa había otorgado millones de libras de las arcas reales a un príncipe extranjero por un simple revolcón, Alec tendría que moverse deprisa y arreglar ese problema antes de que la cámara parlamentaria se enterase. Un escándalo de esa índole podría acabar con su reinado antes de empezarlo. Por último, estaba la duda sobre el libertinaje de su mujer. No la conocía lo bastante aun pero dudaba que fuese del tipo de mujer que se revuelca en el pajar con el primero que pasa. En parte esa era la razón por la que había tomado el curso de acción de seguirla por el bosque. Si realmente era como el rumor y la información detallaban iba a tener que ponerse de un modo completamente distinto. Faltaban veinticuatro horas para la coronación, y no pensaba esperar otros diez años para tenerla. Ninguna manzana está libre de podredumbre, así que todo se aclararía antes o después. Cuando la localizo, volvió a tener esa sensación rozándole la nariz. El olor de Lena siempre había sido… bueno digamos que peculiar, pero desde la noche anterior mostraba cierto deje de osadía, una parte que no conocía de ella y que solo respaldaba lo que tenía entre sus documentos. Podía ser que siempre hubiese sido así, pero lo mejor era comprobarlo. – Hola esposa. – Dijo respondiendo a aquella voz. Que receptiva estaba ante él. Aquella predisposición resultaba casi hasta enternecedora, si es que Alec hubiese tenido un corazón capaz de tal cosa. El licántropo aspiro el olor que manaba de ella, tratando de desmenuzarlo, de dejar el telar que era su mujer dividido en hilos. No era algo que resultase fácil, especialmente con una humana adulta. – Os echaba de menos. – Dijo con un tono que bien podía ser sincero. Lo cierto es que empezaba a gustarle jugar con ella, era como un osito de peluche en manos de un niño.

Esa clase de reacciones son las que luego le dejaban patinando. Tan correcta y modosa, pero luego se mostraba ardiente y predispuesta. Aquel tipo de reacciones no eran las típicas de una joven que no ha conocido hombre y que está a punto de casarse. O bien había conocido cama ajena, o es que era la mujer más apasionada y fogosa que se hubiese visto en Inglaterra. – Lo curioso es que si… - Dijo pensativo, mientras la acercaba un poco más a él. – Creo que le pediré al cocinero que prepare lo mismo para almorzar. Creo que fue el pato lo que estaba tan rico. – Estaba bromeando, obviamente. No todo en una seducción debía de ser pasión y besos robados, había descubierto con el paso de los años que un poco de humor solía gustarle a las mujeres. Las inglesas eran demasiado estrictas y protocolarias en su día a día, por lo que cierta versión jocosa en la intimidad podía ser más estimulante que cualquier beso. Sonrió burlonamente ante su mujer, dejando que se reconcomiese un poco. – Aunque bueno, quizás… - Dijo antes de acercarse más a ella y besar sus labios. Al principio le dedico un beso modesto, sencillo pero dentro de lo que los humanos consideraban cariñoso, después dejo que saliese parte de la bestia que la había tomado con ella la noche anterior. No era igual, obviamente, aquella vez había ido con intenciones de matar, pero dejo que parte de ese instinto se filtrase a sus labios, un ansia que podría haberse confundido con verdadero y profundo deseo. Paciencia. – No, era esto lo que quería. – Y siguió besándola sin importarle la manada de ciervos que salían de una cueva cercana. Posiblemente las presas que la reina esperaba, pero que tendrían que esperar a otra ocasión. Un ligero gruñido escapo de su garganta mientras la besaba, espantando a las criaturas de fino oído hacia otra parte del valle. Vivirían un día más.

Aquello le pareció una eternidad, pero estaba claro que por mucho que eso pasase no cambiaría nada. Podría besarla toda la vida a partir de la mañana siguiente, pero si quería mantenerla amarrada a sí mismo y convencerla de que podía fiarse de él, de que lo que dijese seria siempre para beneficio de ese gran matrimonio que serían ellos debía de tener algo más. Convencido de que sus situación no mejoraría sin eso, llego a un punto determinante. – Lena, hay una cosa que quería hablar contigo primero. – Se separó un poco de ella, para dejar que tomase aire, pero no tanto como para que pudiese pensar con claridad. – Soy leal a Inglaterra, pero antes tengo que haceros una pregunta: ¿Queréis casaros conmigo? – Aquella era una apuesta muy arriesgada, se lo estaba jugando todo. – No tenéis que hacerlo solo porque la cámara parlamentaria lo diga. Yo seré leal a la corona, os caséis conmigo o no. Así que, si queréis que os libere del compromiso solo decídmelo. – No iba a dejar tiempo de por medio para que meditase esa opción, prefería dar la alternativa rápidamente. – Pero si realmente queréis casaros conmigo, sabed que no puedo esperar el momento en que seas solo mía, por lo tanto. – La dejo junto al árbol y dejo espacio suficiente como para poder arrodillarse en el suelo, acto seguido, tomo parte de la manga de su chaqueta y arranco un una parte para tener un enorme hilo negro que ato alrededor del anular de la reina. – Lena Windsor, cásate conmigo.


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