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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Alec Windsor Sáb Ene 27, 2018 9:23 am

Paris. Nunca entendería que era lo que tenía esa ciudad que tanto cautivaba a la gente. La revolución francesa demostró que no podía confiarse en aquella gente. Cierto, la monarquía francesa se había ganado aquello a pulso pero, ¿de verdad era necesario que destruyesen medio casco histórico? Incluso después de que la monarquía se restituyese, si es que a eso podía llamarse monarquía, la gente había seguido amando Paris con un interés fuera de lo común. Hay quien decía que era la ciudad del amor, pero el solo podía pensar que aquello era una excusa de lo más barata. También era posible que se hubiese vuelto demasiado cínico como para apreciar ese tipo de cosas, y con la boda reciente quedaba demostrado que él no era el típico marido que se quedaba prendado de su joven esposa. No, el prefería verse a sí mismo como un rey antes que como alguien que comparte su vida con otros. Puede que la edad le hubiese vuelto algo irascible en ese aspecto y, aunque la reina inglesa se esforzaba por que el matrimonio fuese lo más “feliz” posible, Alec no estaría contento ni plenamente satisfecho. Aún no. Algunos vieron con malos ojos que se marchase directamente después de la boda, incluso pensaron que podía ser un signo evidente de descortesía hacia el matrimonio. Nada más lejos de la realidad, su intención era empezar a trabajar inmediatamente, pero para este asunto necesitaba tener un aspecto mucho menos oficial. Era curioso lo que podía conseguirse con un poco de ropa de clase media y un atuendo algo despeinado. Pasear por Paris sin la más mínima protección o sequito resultaba extraño, pero al mismo tiempo algo reconfortante.

La zona centro y el norte de la urbe era el principal foco de atención de la clase alta de la ciudad. Desde que el orden se había vuelto a imponer, el jardín de VIllemin siempre era un lugar de paseo para las parejas y los nobles de bajo rango que visitaban la ciudad por negocios. Al otro lado del jardín, cerca del canal de Valmy, se alzaba el hotel de Arenes. Construido a finales de 1798, suponía uno de los grandes centros de acogida de personalidades de renombre de Europa. O como era más conocido por la clase obrera y burguesa de la ciudad: el hogar de los amantes. Existía la leyenda urbana de que el hotel tenía una discreción exquisita para las reuniones clandestinas de amantes de la alta burguesía y la nobleza, siendo siempre el principal centro de hospedaje donde podían hacer todo lo que sus instintos más básicos les exigiesen. A cambio, el hotel recibía grandes cantidades de dinero y unos fieles huéspedes que veían en sus instalaciones un oasis de decadencia que podían aprovechar con total libertad. Puede que fuese por eso que la persona que buscaba estuviese alojada allí. Aniëtt O'Claude, condesa del Sacro Imperio Romano, señora de las tierras de las riveras del sureste. Era una de las pocas nobles del imperio que aún conservaba territorios franceses, y aunque nunca se había postulado a favor ni en contra de ningún grupo político excesivamente mayoritario, mantenía ciertos intereses en la ciudad. Pero ahí no acababa la cosa, resultaba que la mujer además era cambiante. Aquel olor que percibió mientras la seguía por las calles hace dos días no podía confundirle, era claramente una sobrenatural insertada en la maquinaria imperial en decadencia. Curioso… Le sorprendió verla llegar al hotel. Sabía que, el que estuviese en Paris no era tan raro, pero que se alojase en el Arenes… bueno aquello ya tenía algunos visos más de sospechas. Además, ¿desde cuándo una condesa viajaba sola? Sin sequito, sin doncellas, sin guardias… solo un chofer que la llevaba de un lado a otro cuando ella lo necesitaba. Aquel misterio empezaba a gústale.

Cruzo los jardines de Villemin al amparo de la noche y entro en la amplia avenida mientras se subía el cuello de la chaqueta. Al bordear la esquina del hotel, se introdujo rápidamente por el callejón hasta la parte de atrás del edificio. Allí había ya un miembro del personal, alguien que sabía que no era un hombre normal y que, por encima de todo, Alec apreciaba la discreción. El individuo le dejo entrar por la puerta de servicio y le dio una llave, sencilla y sin adornos, típica de las copias del personal. El rey le miró fijamente un par de segundos y, justo después de tragar saliva, el empleado le dijo lo que buscaba: la suite del ático. Subió las escaleras con paso relajado, nadie que estuviese allí le reconocería, y cuanto mas secreto fuese todo aquello mejor, quería tener aquel asunto zanjado sin que nadie lo supiese. Llego al último piso y entro por el pasillo, adornado con elegantes alfombras rojas y lienzos al óleo que, si bien eran imitaciones, daban el aire adecuado al ambiente. Llego a la puerta sin ningún tipo de ceremonias y sin tratar de pasar desapercibido; no serviría de nada, pues seguramente ella ya había captado su olor y sabía que no estaría sola. La llave entro limpiamente en la cerradura y abrió la puerta sin ruido, colándose en la habitación como cualquier otro inquilino del hotel. Ahora todo dependía de tener paciencia.

Avanzo por la antesala de la suite y se encamino directamente a la puerta entreabierta del dormitorio, desde donde provenían las luces encendidas. La condesa estaba sentada en su tocador, peinándose como las mujeres solían hacer antes de acostarse. Reconocía que la paciencia y la determinación de hacer algo así todas las noches debía de dar una serenidad de lo más impresionante. Empujo la puerta y su figura se vio ligeramente iluminada por la luz tenue. – Que belle surprise. – Dijo con cierto tono jocoso. – Lamento importunaros en plena noche, condesa. No obstante, por mí no paréis. Puedo esperar. – Puso esa extraña mirada que ponía siempre que veía a un animal, un animal medio herido atrapado en un cepo y que solo podía hacer dos cosas: tratar de huir o pelear hasta morir. ¿Cuál de las dos serás Aniëtt?
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Mensaje por Aniëtt O'Claude Miér Ene 31, 2018 4:45 pm

Una llamada política, el acuerdo del tipo de la decadencia
No podemos arriesgarnos a estar neutros en un tren en movimiento...








No era tan clara la decisión por la cual la habían solicitado a ella frente a autoridades parisinas, más no lo cuestionó ni por una milésima de segundos, era parte de su labor corresponder a las asignaciones reales, nada fuera de lo común. Sabía que el Sacro imperio comenzaba a tener complicaciones tanto por temas internos y secretos, como también desde los aldeanos. La restricción de la dinámica de poder tenía a incontables personajes con un desvarío y descompensación inimaginable. Más a la castaña, no le daba roce de importancia, o al menos, no la suficiente como para hacer cambio en su estilo de vida. Reconocía en quienes la rodeaban un deje  de interés por asuntos de alta clase, pero rauda y discreta, evitaba todo tipo de encuentros fuera de los planificados o estrictamente citados con antelación. Era la única manera de salvaguardar su propia espalda.

Aquel consejo contaba con diversos tipos de autoridades, tanto laicos como eclesiásticos, todos atraídos por las necesidades de cada país como también, ofreciendo ayuda o sobornos al estado que creían comenzaba a ser el que pisa tierras delicadas. Sacro imperio.
La castaña no estaba al tanto de demasiada información, su poca formación referente a temas legales o morales, la tenían al margen de cualquier encuentro social, quizás esa había sido la razón por la cual se solicitaba su única presencia. Tal vez hacerla ceder, o empuñar con mucho mas agarre la defensa de lo que debía por encargo y decisión, proteger.

Aunque si estaba al tanto que por su cargo, tenía derecho a votaciones, uno de los múltiples motivos por los cuales su estancia en reuniones de poder se veían cancelados por la misma. Su llegada a la clase alta no fue un hecho de tradición o interés, más bien aquel cargo era otorgado por eterno agradecimiento, un acto honorable, nada más. Al buscar lejanía de este sistema tan estricto, tan analítico y poco comprensivo, fue como se perdería un poco de los cambios críticos.
Ahora estaba allí, poniéndose al tanto de cada acontecimiento, sin dar opinión basal, sin hacer gestos y mucho menos sin sugerir ideas, ni a favor ni en contra. Su voz se guardaba para momentos cruciales, y éste, parecía ser una reunión de tantas otras que se vendrían sobre ella.

La estabilidad política estaba fuera de sus manos, pero no así la resolución pacífica. Ocasionalmente ofrecía protección a los menos favorecidos, una de las tantas razones por las cuales abandonó su estatus de poder visible. Conocía la maraña de engaños y abusos dentro del imperio, idea a la que se aferraba en incontables situaciones para poner sobre la mesa sus constantes negativas a estar presente. Ahora más bien, tan solo optaba por salir en silencio y buscar un sitio dónde descansar.
Desconocedora de sitios, simplemente abogó a la buena guardia de su fiel cochero, éste, tras la comunicación vaga con otro de sus colegas decidió llevarla al lugar dónde se ahogaría en un descanso necesario para al día siguiente continuar con los trámites que deseaba terminar.

Hotel Arenes. Iba contando mentalmente todos los personajes que le seguían los pasos al mismo sitio, tal parecía que la noche prometía grandes cosas para el lugar, pero ella no sería parte de aquello. Posterior a recibir su llave, caminó siempre acompañada de aquel cochero. A decir verdad, no necesitaba más, sabía mantener la calma ante situaciones de estrés como también sabía defenderse sola ante cualquier pronóstico que se avasallara contra ella.

¿Vendrá esta noche? — Cuestionó, sin siquiera prever que las palabras afloraban sus labios corrompiendo por completo el deseo de que tan solo fuese un interrogatorio mental.
¿Cómo dice, señorita O'Claude?— Recibió contestación.
Nada, olvídalo… — Observó a su acompañante y dedicando una ligera reverencia en su dirección le dedico una torcida sonrisa — Ve a descansar, y por favor, que nadie toque a mi puerta— Terminó la charla dejando que su anatomía se perdiera tras la lujosa puerta que escondía tras de sí un gran sitio de descanso. No por nada todos se hospedaban en aquel hotel, pensó.

Hacía ya un par de noches que sentía la presencia de otro ser además de ella y su fiel compañero. Lo había tomado como normativo la primera vez, cuando su olor embriago por completo los instintos de la castaña y ésta, sin querer alertar a quienes la rodeaban, lo ignoró. Pero el día siguiente se mantuvo, en esa ocasión con mayo fervencia, hecho que la puso un tanto más incómoda que la primera vez, además de estar alerta a cada movimiento, tanto suyo, como al de quien seguía sus pasos sin perder acontecer de la duquesa. Esperaba que aquella noche fuese diferente, había gastado un gran trayecto de viaje, y por si fuese menos, hasta desconocía los paraderos en los cuales se detendría, todo había iniciado como un viaje sin rumbo hasta dar con los parlamentarios.

Se quitó todo rastro de lujo, su cabello se dejaba caer por sobre sus hombros, mientras las telas de seda que cubrían su anatomía se reemplazaban por un material mucho más ligero, más común. Los tacones pasarían a un costado para ahora dar sus pasos por los alrededores de ese sitio en sandalias de baja plana. Estaba cómoda, deseaba estarlo, como también había deseado un poco de tranquilidad, hecho que prontamente se vería truncado.
Se sentó frente a un gran espejo que reflejaba su figura, su rostro, aquellas facciones agotadas que tan solo anhelaban un poco de descanso. Pero como la realidad es mucho más cruda que los deseos, nuevamente sintió la presencia de quien antes, había tenido al menos la prudencia de mantenerse alejado. Frunció los labios, harta de la congoja, un poco nerviosa también, aunque se negase el hecho de sentir miedo, su corazón no controlaba el latir apresurado que inicio su pulso. Siguió con la mirada firme, desafiándose a sí misma a dar de frente a lo que fuese que venía a por ella, pero nada, nada de lo que tenía en mente, de lo que podría haber imaginado o dentro de sus peores presagios, daba cabida a la realidad de quien se asomaba por la marquesa de la puerta.

Que contradictorio, su majestad — Murmuró. Se mantuvo en su posición, sólo que esta vez, lentamente se cruzaba de piernas y dejaba descansar parte de su peso en la espalda de aquella silla que la sostenía — Dudo que sea un factor sorpresa irrumpir en la habitación de una dama, de ser así, la sorpresa es mía, no suya — Dejó que su mirada se mantuviese en el reflejo, mientras su diestra tomaba aquella castaña cabellera para que descansase sobre uno de sus hombros.

Había oído uno que otro cotilleo sobre el actual rey de Inglaterra, muchos bastantes interesantes, pero ni uno de ellos se tomaban la palabra por la infiltración o por su estado sobrenatural. A leguas notó su especie, tragando en seco con un ligero ápice de desagrado. Le daría el beneficio de la duda.

No es necesario que lo haga, dígame ¿A qué se debe ésta extraña violación de mi espacio privado? — Dedico una suave sonrisa. Ya sus facciones se afinaban y tan solo se mantenía la curiosidad de su presencia.


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Mensaje por Alec Windsor Vie Feb 02, 2018 5:13 am

Y por fin allí estaba. Desde que había conocido ciertos detalles de la situación de Europa había querido dar aquel paso, y no es que la cambiante fuese su elección favorita. Una cosa que rara vez decía Alec en voz alta es que detestaba a los gatos, fuesen cambiantes o no. Aquel olor que la mujer despedía no dejaba lugar a dudas y, precisamente por eso trato todo lo posible por ignorar ese olor a felino y centrarse más en otro olor, el que emanaba directamente de ella, ese olor personal que muchos trataban de cubrir con perfume innecesariamente. Aquel olor era el único que necesitaba, pues era la herramienta que siempre había usado el licántropo para determinar qué tipo de persona era aquel con quien hablaba. Aniëtt O’Claude era el tipo de mujer que siempre mantenía una apariencia perfecta, sin el más leve fallo, con esa imponente fachada sin la más leve grieta que hacía que la gente se maravillase con verla sin tener que mirar nada más. No obstante, el rey sabía que lo que había dentro era lo que realmente tenía que tocar y conocer, pues por muy pasiva políticamente hablando que pareciese esa mujer, podía ser una buena aliada si la guiaba por el camino apropiado. ¿Por qué otra razón iba a escogerla? Cierto, tenía algo que él necesitaba, pero también podría haber sustituido eso por otras opciones, sin embargo, la mayoría de nobles del imperio estaban tan centrados en su propio ombligo que los costes de obtener lo que quería habrían sido demasiado grandes. Aspiro aquel olor con tranquilidad, asimilando todo lo que le proporcionaba. Cada persona era un telar inmenso, compuesto por pequeños hilos entramados que formaban su personalidad y componían su olor propio. Si quería ver todo lo que necesitaba de esa mujer, iba a tener que hacerlo despacio. Hilo por hilo.

Sonrió inquisitivamente ante sus primeras palabras. Así que sabía quién era. Bien, eso podía hacer las cosas de manera más fácil. Si tenía en cuenta que la persona en su habitación no era un cualquiera, sino alguien con poder y posición, puede que se tomase en serio sus palabras desde el principio. – Como dijo el rey Gilgamesh: Las maravillas del mundo son mías, pues el mundo es mi jardín. – Le devolvió aquella mirada a través del espejo. Había oído cosas de la condesa, pero no que fuese lo que la mayoría de hombres dirían atractiva. Si no fuese por aquel olor que trataba de meterse en su nariz, puede que hasta él lo hubiese pensado.  Sin embargo, no se perdería en largas melenas cayendo por el hombro de nadie. Los negocios iban primero. – Esto no es ningún acoso, si es lo que piensas Aniëtt… Supongo que puedo llamarte así, visto lo visto. – La siguiente sonrisa no tenía nada de serio. Aquel tono juguetón era parecido a cuando un hombre coge una pelota de lana para jugar con su gatito. – Más bien es… una visita de interés mutuo. Si estas dispuesta a escucharme, claro.  ¿Una copa?- Dijo dándose la vuelta y volviendo a la sala de estar de la habitación. Había un mueble bar en el fondo de la sala, pegado a la ventana. Camino hasta allí y se sirvió un whisky en vaso corto, dejando un vaso más  preparado para ella. Sentía cierta curiosidad por como saldría de aquella habitación. ¿Se vestiría para parecer más correcta y protocolaria? O, por otro lado, ¿permanecería en su estado actual para demostrar que no tenía vergüenza? Independientemente del caso, Alec podría deducir mucho de ella por esa clase de comportamiento. Era lo que los científicos de aquella época llamaban… ¿Cómo era? Tics reveladores, creía haber oído.

Espero paciente a que saliese de la habitación mientras tomaba asiento en uno de los sillones de la sala. Cuando apareció de nuevo por la puerta, él ya bebía un poco de su copa. – Impresionante, debería de alojarme en este hotel más a menudo. – Dijo ignorando de sobras el que no era su habitación, sino la de ella. En cualquier caso, dejo un poco de espacio entre medias, pues quería ver qué clase de persona era y tener paciencia era un aspecto que definía a un buen político. Para comprobar siempre el talante de una persona solo había que hacerla esperar. Dejo pasar largos minutos en las que se la quedó mirando. Sus ojos dorados recorrían todas las facciones de la mujer, tratando de ver lo imposible en ellas. – Eres de origen plebeyo ¿verdad? Se nota en tu cara y tus manos. Las has cuidado bien durante años pero se nota que son manos que han trabajado, no de las que nacen en una cuna de oro.  Lo que significa que obtuviste tu título por matrimonio o por méritos…. Me atrevería a ser descarado pero creo que voy a ser un caballero por una vez y diré que por méritos. – Dijo sonriendo. Obviamente Alec si era de buena cuna, y por supuesto de una mayor que la de un humano. Había nacido en una estirpe lobuna que se remontaba a la época de Enrique VIII, casi cuatrocientos años de lobos listos para tomar el poder y, por fin, estaban en la cima de él.

No dejo de mirarla hasta que por fin vio oportuno comenzar con el verdadero quid de la cuestión, la verdadera razón por que la que estaba en aquella sala en secreto. – Bien, creo que con todo lo dicho podemos empezar a tomarnos las cosas un poco mas en serio. – Dijo antes de dejar la copa en la mesa. – Llevo un tiempo observando ciertas cosas, y no he podido evitar preguntarme lo siguiente: ¿tienes alguna ambición? – Podía parecer una pregunta un tanto descortés pero, teniendo en cuenta como había entrado en su habitación, creo que podía decirse que todo régimen protocolario había salido volando por la ventana. – Lo pregunto por una simple razón. Si no tienes ninguna, me levantaré y saldré por esa puerta ahora mismo, y esta conversación jamás habrá tenido lugar. – En aquel momento su tono cambio, dejando muy claro que aquellas palabras ya no eran una broma, independientemente de su jocosidad hasta el momento. – Si la tienes, hablaremos. Después, saldré por esa puerta y esta conversación no habrá tenido lugar… Entiendes lo que quiero decir ¿verdad?
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Mensaje por Aniëtt O'Claude Sáb Feb 10, 2018 3:06 am

Cuando la tiranía es ley
la revolución es orden.







Ni en sus ideas más remotas podría haber deducido un acontecimiento como por el cual estaba atravesando ahora ¿Cómo se supone se debe reaccionar ante una imprudencia como aquella? ¿Cómo enseñar la exasperación de que violen tu privacidad si quien está en frente es una de las grandes autoridades? En su mente, mientras los segundos se hacían eternos y antes de que el sujeto frente a ella pudiese tomar las palabras en busca de respuestas a sus anteriores interrogaciones, se vio inmersa en dudas que escapaban de toda lógica. No le debía respeto, o  quizás, de forma política sí, pero en un escenario donde él atravesó los códigos de privacidad, posiblemente ella también tenía la opción entre sus manos de romper los estamentos protocolares de cortesía. Pero aguardó, pues la intriga era mucho más grande que la cólera. Y además, él debía tener en mente que una interrupción como aquella no causaría tanto agrado. Pues las facciones de la fémina de inmediato se tornaron reservadas, entre tanto con mesura se dedicaba a seguir cada línea que marcaba la figura contraria.

No conocía de cerca a los licántropos, puede que en una que otra ocasión haya compartido sala con uno de ellos, pero jamás un roce más allá de lo formal. Conocía historias, había estado presente en los líos que se formaban con la presencia de uno y un sinfín de otros acontecimientos que la llevaban a ser tajante frente a estos sobrenaturales. No eran de su agrado, mucho menos bajo la luna llena. Y nuevamente allí, mantuvo la calma. Algo buscaba de ella y no aceptaría perder la oportunidad de saber con qué contaba ella para ofrecerle, o si estaba dispuesta a darlo.
No enseñó de primera mano su desagrado por la especie, pues como bien había reconocido en él facciones que lo alejaban de la simple humanidad, también se veía expuesta frente al sigiloso estudio donde estaba siendo examinada.

Las visitas se informan con antelación, o al menos… se esperan — Masculló, observando como la figura masculina luego de lanzar sus palabras se perdía entre la marquesa de aquella puerta que separaba su habitación del resto de aquel sitio que esperaba fuese solo suyo por esa noche. No tenía deseos de compartir, y allí estaba él, adueñándose de todo a su paso.
Tomó una gran bocanada de aire, se desafió ante su propio reflejo en el espejo y ladeo su cabeza de lado a lado, casi imitando un regaño mudo a un infante que no se comporta como debe. Y lo hacía, pues intentaba mantener la calma, tanto suya como de sus pieles. Aniëtt no se destacaba por ser una mujer impulsiva, más bien gustaba de ir “despacio por las ramas” ya que todo camino suele ser delicado, pero hay errores comunes que suelen suceder y ante la acción, mejor prevenir. Dejó escapar de entre sus labios hasta la última reserva de aire en sus pulmones, exhaló, casi imitando un suspiro agotador en el mismo instante que se ponía de pie para mantener prestancia.

Pensó por unos momentos en cambiar su vestuario, pero esperaba que la reunión improvisada fuese corta, por lo que así tal cual se había preparado para descansar, siguió los pasos del rey, encontrándose nuevamente con aquellos baches inquisitivos — No bebo, su majestad— Sentenció, a saber de conciencia si aquello era cierto o no, o si aquel toque final sonaba con sarcasmo o reflejaba en su tono concretamente respeto frente a la figura masculina.
Su espalda se cargó contra la marquesa que dividía las dos secciones, sus largas piernas la mantenía firme en aquella estampa. Cruzó sus brazos a la altura del pecho, ladeó ligeramente la cabeza y con los labios rectos, sin sonrisa ni disgusto, enarcó una de sus cejas. El silencio comenzaba a reinar entre el par y no entendía el porqué de la espera. Hasta claro, aquel comentario que llamó la atención de la fémina de sobremanera.

Humilde es un buen sinónimo, no creo que sus aldeanos se sientan cómodos frente a un rey que no puede medir sus palabras para no herir sentimientos — Su cuerpo se relajaba, pero de todas formas que se quedó inmóvil — Aunque le aclaro que en mí, no hirió nada… mi pasado no me condena en lo absoluto y no es algo que niegue, de haberlo preguntado le hubiese contado mi historia de inicio a la actualidad, pero dudo que aquello le interese, o quizás le gusta sacar conclusiones por lo que tiene a simple vista — Desafió la mirada del castaño, sorprendida ante la decisión con la cual también regresaba aquel intrigante atisbo — Y frente a lo que yo puedo observar, omito comentarios… — Sinceró.

La distancia entre ambas anatomías era la necesaria para tener completo control visual de los movimientos corporales del Rey, no sabía sus intenciones y eso le dejaba mil ideas por las cuales podría estar allí, asumiendo que muchas de ellas era un ataque del cual no lograría entender. Contaba con estar equivocaba. Pero de la situación, nada le causaba confianza. Mucho menos aquel sujeto.

¿Quién no las tiene? — Con ello, daba como afirmativa la interrogante planteada por la alta autoridad de Inglaterra.

Ambiciones. Palabra que la llevó a viajar a un tiempo distante, dónde el anhelo por proteger y cuidar la incitaba a tomar cargos de los cuales aún no se encontraba preparada. Ni hasta en la actualidad sabía si lo estaba. Pertenecer a cierto tipo de clase social no era trabajo fácil, menos cuando la condesa se había proclamado a sí misma como protectora de los lugareños. Sus derechos, sus exigencias y disgustos, pasaban por ella antes de ser expuestos. Fin que la tenía en el ojo del huracán, ya que ofrecer protección ante los abusos cometidos por los grandes estamentos no era una las tareas lógicas que tenía una figura como ella. Parpadeó un par de veces tomando el hilo de la voz masculina y se atrevió a dar un par de pasos hasta llegar al sofá que estaba justo en frente dónde él descansaba su anatomía. Tomó posición, casi en el borde de aquella superficie y al contrario de su compañero, ella no estaba cómoda. No buscaba estarlo, no era seguro.

Ambas respuestas me llevan a un desenlace que deseo — Dedicó una ladeada sonrisa — Pero frente a la curiosidad no me perdonaría dejarlo salir sin relatar lo que trae en mente, sería una interrupción innecesaria además de una completa perdida de su valioso tiempo, ¿No? — Cruzó nuevamente sus piernas entre tanto detallaba las facciones ajenas —Entiendo perfectamente a lo que se refiere, y espero que también entienda que necesito respuestas ¿Me dirá? ¿O seguirá jugando al gato y al ratón? Me siento un poco acorralada… pero nadie dice que los papeles no se puedan cambiar


Última edición por Aniëtt O'Claude el Lun Mar 12, 2018 11:29 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Alec Windsor Miér Feb 14, 2018 9:07 am

Que brillante podía ser la mirada de una persona que estaba sorprendida. Una de las cosas que mas le gustaba al rey de Inglaterra era sentir que todo cuanto hacia era impredecible para aquellos que le rodeaban. Obviamente, Alec siempre planeaba meticulosamente todas sus acciones, sus palabras y su forma de actuar ante una persona concreta pero, posiblemente lo mas importante, era que jamas se acercaba a nadie sin haberle estudiado previamente. Sus manías, sus gustos, sus tendencias políticas... incluso sus amantes. No había encontrado gran cosa acerca de la condesa pero estaba seguro de que tenia algún secreto escondido en el armario. Todos teníamos secretos. Los cambiantes como ella eran bastante celosos de su intimidad, a diferencia de los licantropos, ellos tendían a mantenerse en ciertas pautas, como si los animales que habitaban en ellos dictasen algunos aspectos de su personalidad. No todos claro esta, pero si algunos que intrínsecamente venían con las pieles de las bestias que habitaban sus cuerpos. Los licantropos, aunque pudiesen verse afectados por la luna, tenían una concepción completamente distinta de si mismos, cada lobo era único, independientemente de como se transformase. Empezaba a pensar que bella condesa podía parecerse mas a su especie que a la de los cambiantes. Se camuflaba entre los humanos, permaneciendo en unas sombras con las que no estaba cómoda del todo. La única diferencia entre ella y el propio Alec parecía radicar en el motivo de la ambición. Sus acciones parecían mas guiadas a servir a aquellos menos desfavorecidos que a mejorar su propio estatus.  En ese aspecto concreto, se podría decir que Aniëtt era muy parecida a su esposa: anegada, generosa y con un sentido de la responsabilidad sorprendente. Desgraciadamente, eso no solía ir acompañado de capacidad para ver cuando te manipulaban.

Y rebelde. Estaba claro que no le gustaba la intromisión, aunque no esperaba que aquello le agradase. Rechazar una bebida no era un símbolo muy dado a querer conversar pero el rey no dijo nada al respecto. Simplemente se dedico a seguir tomando su propia bebida mientras dejaba que el hielo se fuese derritiendo lentamente el la copa ajena. Una lastima, la bebida no era despreciable y con el hielo solo la aguaría y se echaría a perder. Pero la vida esta llena de decepciones, supongo. Su postura era otro indicativo, era una mujer muy atractiva para ser una cambiante, eso había que admitirlo, pero esos brazos cruzados la mantenían a la defensiva. Se estaba planteando llamar a seguridad, o incluso atacarlo ella misma... y eso seria un gran error por su parte. - A mis súbditos les da igual mi capacidad emocional Aniët. Lo único que les importa es poder llevar comida a sus familias y vivir lo mejor posible. Creo que si tienen eso, lo que yo opine de ellos les resultara irrelevante. - No dejaba de ser cierto. Los sentimientos no eran importantes para un rey, mas bien lo contrario. Las decisiones que debía de tomar un soberano sobrepasaban la comprensión del vulgo y si se preocupaba por la opinión del pueblo su gobierno radicaría en contentar a los humanos. ¿Alguien en serio pensaba que eso era productivo? En cuanto a las palabras que hacían referencia al propio Alec, el licantropo permaneció durante un par de segundos indiferente. Sonrió de medio lado y dejo escapar una pequeña risa irónica. - Vaya, vaya... así que la gatita sabe sacar las uñas. - Eso era bueno, pero el tono de su voz no dejo ver eso, solo dejo ver que sus comentarios no eran relevantes para el asunto. En cualquier caso, le gustaba que una mujer tuviese cierto carácter, de lo contrario no le serviría para lo que tenia pensado. - Te sorprendería saber lo que soy capaz de observar niña. Pero supongo que la rebeldía viene incorporada a la... ¿como la llamaste? Humildad, creo.

Si que las tenia. Puede que su ambición no fuese la misma pero eso no le importaba, casi hasta le beneficiaba. Si desease un poder equivalente al del propio Alec acabaría convirtiéndose en un problema, pero la ambición que tenia no parecía ir por ese camino. - Me alegra saber eso. - La miro mientras se acercaba al sofá. Había cierto deje de atractivo en ella, puede que por el felino que detectaba en su olor; sin embargo, si que detectaba otra cosa en aquel olor. Estaba bien enmascarado pero el podía notarlo... curiosidad y un deje de miedo ¿quizás? Puede que necesitase algo mas de tiempo y provocación como para terminar de detectarlo. Dejo el vaso en la mesa y se levanto mientras la escuchaba, ese deje de rebeldía empezaba a irritarle un poco. Acorto las distancias con ella y dejo una rodilla en el suelo para que sus ojos quedasen a la par que los de la fémina. - Cuidado Aniëtt. Soy un hombre paciente y con cierta tendencia a la tolerancia, pero hay una parte de mi que no tiene esa costumbre.... No me provoques. - Alzo una de sus manos le acaricio la barbilla con el pulgar mientras sonreía ligeramente, pero sus ojos dorados no mostraban cariño, sino una amenaza clara y evidente. - Haz eso por mi. - Volvió a incorporarse, para que pudiese verle desde abajo, mientras el rey volvía a guardar los colmillos, había olvidado lo mucho que solían provocarlo los gatos.

Dejo un minuto de tiempo para que las cosas se calmasen, tenia que convencerla de que asociarse con él era lo que mas le convenía, tanto para sus intereses como para los de ella. Empezó a exponer las cosas tal y como él las veía.  - Tu imperio se desmorona Aniëtt. Hace diez años controlabais media Europa, ahora perdéis terreno por todas partes y tu emperador vampiro tiene la brillante solución...  el mar Báltico. Un mar donde esta gran parte de mi armada. - Eso había sido una idea ridícula. Cualquiera con un mínimo de conocimiento de historia y con al menos un espía decente sabría que la marina británica era insuperable. Felipe II, Napoleón, ocho papas... todos trataron de intimidar a Inglaterra con barcos y todos fracasaron. Nadie en su sano juicio lo intentaría otra vez. - Antes de que te des cuenta el imperio se derrumbará. ¿A quien le importara esos súbditos de los que antes hablabas? - Todo el mundo sabia que cuando un reino cometía un error eran los mas pobres lo que lo pagaban, y ya que tanto le importaban... - Sin embargo, estoy dispuesto a darte una posible solución a eso. Una que creo que nos beneficiaría a los dos y que te permitiría mantener a todas esas familias que están a tu cargo por un puesto público que no termina, creo yo, de gustarte. - Esperaba haber dado en el clavo, todas sus afirmaciones se habían basado en la idea que tenia de ella y lo que había podido averiguar observándola, si ahora se equivocaba todo su plan podía irse al garete. - Te daré lo que nadie mas de tu gobierno tendrá, y tú podrás hacer lo que siempre has querido. Te ofrezco ser la única noble imperial con acceso al mar Báltico y su comercio.
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Mensaje por Aniëtt O'Claude Vie Feb 23, 2018 6:22 pm

Tu estado de control, tu trono podrido de oro
tu política, tu riqueza y tu tesoro... No.






Bien, si así lo cree no soy quien para contradecir las palabras de un Rey, pero aun así, casi pensando a viva voz, debo decirle que en situaciones de emergencia, sus “Subditos” o cualquier pueblerino en apuros, acostumbra a refugiarse en un personaje de autoridad que le brinda paz más que lujos — Añadió, como fin a la conversación en la cual creyó sentirse un poco arrebatada por la forma en la cual había optado aquel castaño tratarla. Casi como un ser incauto que no sabe de lo que habla además de sentimientos y razones, pero no. Aniëtt al menos se caracterizaba por ser certera y concreta, si bien, sus motivos para ayudar a otros viajaban por la línea de lo emocional, conocía muy bien los límites que hay que marcar en este oficia y vaya que lo hacía bien. Entonces, oír que se recriminaba por eso, sentir que hablaba de ella como líder con menos poder por tener una mirada más humanitaria. Estaba completamente equivocado y además, ganando a cada segundo más el desagrado de la fémina.
Había ya lanzado sus ideas contra la mesa, además de pensar mucho en sus palabras y cuidarse de con quien trataba no logró evitar dejar que su cabeza volara en ideas paralelas tan solo por medio segundo. ¿No había opción de que él se acercase a ella en otra ocasión? Quizás un sitio más solicitado, o con una cita previa. Cuando la presencia de la cambiaformas era exclusivamente requerida, allí se encontraría ¿Qué le haría pensar al Rey de Inglaterra que se negaría a su llamado? ¿Lo pensó acaso? Pues desde su posición actual, al detallar cada facción de su rostro, cada movimiento imperioso, seguramente acostumbraba a que le rodeasen halagos y consentimientos. Seguramente era de esa clase de cabecilla. Y aun así, ella habría asistido con buena disposición para oír lo que tenía para decirle, no como ahora. No como se hallaba frente a la escena. No cuando ahora además de estar un poco irritada, se sentía mirada en menos.

Frunció el puente de su nariz y cuando la distancia entre ambos se iba haciendo cada vez menor, hizo ademán de ponerse de pie sin intentarlo. Pues justo frente a ella, obligándola a mirar  hacia abajo, observó aquellos baches claros que en otra ocasión no había tenido oportunidad de ver.  Esa de esas miradas que calan hondo. Negar que se tratase de un joven apuesto sería mentir, aun cuando solo la idea estaba en su cabeza y en una disputa consigo misma. Pero tras el “Gatita” descartó de su cabeza todo intento de buscarle más atractivo. Joven que se sabe llamativo, pierde todo encanto. Sube hasta la nube de idealización de sí mismo y cae contra un suelo firme donde nadie lo recibe de brazos abiertos — Irrumpe mi habitación, me llama “niña” asumiendo que de sus labios no sale nada más que cometarios despectivos ¿Y pretende que sonría ante esa supuesta cara angelical? Y no, no es un cumplido, Monsieur  — Desafió su mirada y rápidamente a pesar de que la distancia se marcaba nuevamente ella se alzó de aquel sofá para simplemente cargar parte de su cola contra la marquesa del mueble. El roce de su mano le generó un cosquilleo extraño, lejos de complacencia era el rechazo inminente de una amenaza, o desconfianza. No sabría describirlo con palabras, pero algo hubo en este corto contacto que alerto a la fémina, junto a sus tres pieles que asumían dentro de sí posición para salir a flote.
Inhaló con insistencia para abastecerse, inflar por completo sus pulmones y luego dejar salir así un suspiro bastante notorio. Ladeó ligeramente su cabeza mientras dudando entre hablar o callar, se vio nuevamente dando pie a las palabras del rey.

No me amenace — Sentenció mientras seguía con la idea fija en que algo malo saldría de este encuentro. Pero quería, en el fondo más oculto de sus hebras, deseaba oír lo que tenía para ella. No podía terminar con todo por uno de sus arrebatos por defender su potestad frente una alta autoridad — El cerebro se entrena, y si me deja ilustrarlo… — Murmuró, dando contra el suelo con su talón en un movimiento repetido — Puede amasar en usted mucha más tolerancia…como por ejemplo, a la frustración — Las palabras salían de sus carnosos labios casi como verborrea. No lo quería hacer enfadar y ésta vez, era netamente por información — Un Rey como usted no debería ser susceptible,  o fácil de exasperar ¿No lo cree?

Silencio. Prolongado sosiego que casi la hizo creer en ofrenda de paz, hasta que su voz irrumpió y ligeramente, la cambiaforma olvidaba todo recelo hacia el personaje. No se encontraba allí para hacerle daño. Traía consigo negocios, negocios negros para la Condesa. Escuchó con atención, asintiendo a eventos de los cuales había oído hace un tiempo. No estaba al tanto de todo, y aquello, fue lo que trajo duda a su mente. Sí conocía del desgaste inicial de sus tierras, pero no era asunto del Rey saber o hablar de ello. También reconocía que su Rey actuaba con principios propios y ante ello, ella desde su potestad había decidido hacer vista gorda solo para mantener en plenitud la vivienda y estancia de su pueblo.

Bajó la mirada y observó cada grieta del suelo a sus pies ¿De qué se trataba todo esto? ¿Traición? No podría ¿O sí? ¿No había prometido acaso bienestar a sus benefactores? Mordió su propio labio inferior y por un momento no supo que decir. Además del hecho que tocaba su fibra sensible, el fin era el indicado. Bienestar, pero ¿A qué costa? ¿A esa? ¿En manos de un sobrenatural que es capaz de trabajar desde la oscuridad? Subió la mirada y dedicó una torcida sonrisa. Ya más calma, con mayor tranquilidad y serenidad — ¿Me ve como la presa fácil? ¿Por eso está acá? — Se puso de pie dejando que sus propias manos se entrelazaran frente a su vientre — No por tener debilidad hacía el bienestar de mis pueblerinos haría lo que fuese, aunque sea ilegal… sé que las normas aunque tránsugas, irregulares he inestables sean, se cumplen — Dio un paso en frente — Sé también, como tanto lo recalca en mi cara, que el imperio se cae a pedazos. Yo no puedo hacer nada al respecto y por más que sus intenciones sean honorables — Sarcasmo — Temo que no aceptaré a su propuesta. Si le imperio cae, caeré yo… si mi pueblo cae, lo hará con la ley por delante, no con fraudulentos lazos que — Observó de pies a cabeza al Rey — Lo siento por esto… pero no tiene usted ni una pisca de confianza y mucho menos una aliada en frente

Rodeó el cuerpo del castaño mientras en su cabeza una y otra vez venían imágenes de su mandato en el imperio — ¿Qué tan alto desea llegar?— Murmuró como cuestionamiento tras su espalda — ¿O que tan rápido? Entiendo que lleva poco al mando, y con certeza afirmo que antes de venir con este tipo de ideas, primero debe armar lazos


Última edición por Aniëtt O'Claude el Lun Mar 12, 2018 11:29 pm, editado 2 veces
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Mensaje por Alec Windsor Sáb Mar 10, 2018 12:20 pm

Pero qué demonios tenían todos los miembros de esas especies inferiores. ¿Es que ahora de repente estaba de moda la compasión y la empatía hacia los humanos? Por el amor de dios, pero si estaban todos felices en la ignorancia. Alec estaba dispuesto a jugarse un ojo a que todos aquellos súbditos que tan caritativamente se cobijarían bajo sus manos protectoras, pensando que ella les daría paz, estarían más que encantados de quemarla en una hoguera o de dejarla pendiendo de una horca si supiesen lo que era realmente. Los humanos eran ganado, simple mano de obra. ¿Qué importaba como acabase su mundo? Plagas, guerras, hambre… la moralidad no entraba en su modo de vida. Sin embargo, los seres como Alec eran distintos, provenía de una selección natural superior a la humana, la nueva raza dominante. Ahora bien, explícale eso a alguien como la condesa. La hipocresía humana parecía escapárseles por completo de las manos y eso, había que admitirlo, le restaba bastante atractivo a su de por si minina rareza. No obstante, podía llegar a perdonar su enorme falta de consciencia por ese olor subyacente que se notaba en el aire, estaba bien disimulado entre la indignación y la escasez de tolerancia hacia un hombre de su especie pero podía notarlo: duda. Debía de seguir preguntándose a que venía todo aquel escenario y, sobre todo, su propuesta. Claro que no tenía pensado hacer las cosas en público, ahora bien, si tenía dudas respecto al porque, eso lo dejaría libre para su imaginación. Alec tenía demasiados problemas y demasiados planes en mente como para tener que hacerle un esquema sobre sus intenciones y los motivos de las mismas. Si quería saber algo, tendría que pensar. Si es que los pueblerinos en apuros la dejaban, claro.

- ¿En qué momento esto se convirtió en un debate sobre las necesidades de los humanos? – Dijo casi con cierto deje de desprecio. Los humanos nunca le habían agradado, le parecían inferiores y lentos en su inmensa mayoría, pero tampoco pensaba dar todas sus opiniones en voz alta. Por otro lado, su mas que abierta hostilidad ahora resultaba mucho mas interesante. La pose de mujer modosa no le pegaba y aunque podía resistir tranquilamente al lobo, que solo deseaba abrirla en canal en ese momento, se tragó esa parte de sí. Si por él dependiese todo ser no licántropo estaría desangrándose en el suelo. Alec prefería ser un poco más práctico. – Si hubieses sonreído te habría considerado irremediablemente estúpida. ¿Sabes lo que opino de la estupidez? – Dijo mientras veía con cierto nivel de diversión la cola que afloraba por la parte de atrás del cuerpo de la mujer. – Hay determinadas cosas que no veo necesarias, entre ellas la estupidez y el dolor inútil; bueno, en realidad ambas cosas me parecen inútiles. Y no tengo apetencia por las cosas inútiles, para eso ya tengo a mi esposa. – Bien, esperaba que al menos fuese una mujer mínimamente fuerte. Tener que estar cuidado de una aliada podía ser algo tedioso y agotador, y ya tenía bastantes idiotas en su entorno como para encima tener que depender de ella también. En cualquier caso, y aunque los colmillos se dejaban ver en su sonrisa, se mantuvo tranquilo y sereno. No le molestaba que la cambiante le amenazase, lo que si le molestaba era que aquella reunión estuviese desviándose de sus verdaderas intenciones. Tenía la impresión de que ella también podía sentirse así, de lo contrario no estaría instándole a tener paciencia y tolerancia. Parecía haber tenido la impresión de que Alec no tenía paciencia ni autocontrol, bien, eso era bueno. Cuanto más impredecible le considerase menos se estaría preocupando por sus movimientos.

- Mi paciencia está bien como esta. A decir verdad, deberías ver lo que soy capad de hacer con ella. Quizás un día te lo enseñe… con todo detalle. - A fin de cuentas aquella bata no tapaba tanto como para no hacerse una idea bastante fiel de lo que podía haber debajo de ella. No le gustaban nada los cambiantes, y tampoco los gatos, pero después de ciertas experiencias que había tenido no le importaba ser un poco más flexible en sus gustos. Aunque no fuese humana, la carcasa que si lo parecía era lo bastante hermosa como para tentarle, al menos una vez. En cualquier caso, eso sería después de que hubiese conseguido lo que había ido a buscar. “Los negocios primero”, le decía siempre su abuelo, ” y si la mujer es el negocio, mejor que abandones ese camino”. – En virtud de esa gran paciencia y, dicho sea de paso, de ese miembro tan extrañamente erótico tuyo, te propongo un trato: libertad de palabra con todo respeto. De esa forma, tu no tienes que verme los dientes, y yo no tengo que oler al gatito que llevas dentro. – Se dio la vuelta y cogió de nuevo su copa con tranquilidad, no parecía estar en absoluto intimidado por ella, ni tenía ninguna intención de estarlo. No la subestimaba, pero tampoco es que se preocupase demasiado por lo que pudiese intentar hacerle. Le parecía mas el tipo de mujer que defendía su territorio en lugar de invadir el de otros.

Se lo estaba pensado. No es que esperase una respuesta afirmativa desde el principio pero, si que esperaba una resistencia un poco más indignada, una especie de pose que permitiese a Alec dudar de su supuesta lealtad al Imperio y así estar en una baza mejor para negociar; pero su olor no le engañaba, estaba dudosa y pensaba en todas las posibilidades que acababa de ofrecerle. Prácticamente le estaba regalando todo el poder del imperio. Sin embargo, su primera pregunta le pilló por sorpresa… - ¿Confianza? – Sin poder evitarlo, el rey comenzó a reírse a carcajadas, como si de repente le hubiesen contado a un niño un chiste divertidísimo que le hubiese llegado como para reírse tirado en el suelo. - ¿Qué si puedes tener confianza y fiarte de mí? Por supuesto que no. – Dijo mientras se limpiaba una lagrima que le caía de los ojos por la risa. – Soy un rey, Aniëtt, los reyes somos notables mentirosos. – Y volvemos a la evidencia de la estupidez, nadie en su sano juicio se fiaría de una propuesta así a ciegas. De hecho, si se fiase de él la habría matado hace tiempo, y se lo tendría bien merecido. – Se lo que estás pensando: ¿Por qué hacer la oferta si no puedes confiar en mí? ¿Por qué traicionar a mi país por alguien en quien no confió? ¿Por qué ignorar la ley? Te responderé a todas esas preguntas. Primero: precisamente por eso estoy aquí, en persona, sin que nadie lo sepa. Si simplemente hubiese querido hacerte la oferta sin perder nada lo habría hecho por emisario o en público, sin embargo, estoy aquí en persona exponiendo mi imagen y posición reuniéndome con una líder extranjera en territorio enemigo. ¿Qué gano mintiéndote? – No tenía ningún sentido, cualquier miembro de la realeza habría servido de emisario y, si el plan hubiese fallado, Inglaterra podría haberle declarado traidor de espionaje y haberse lavado las manos. – Segundo: no estarías traicionando a tu país por mí, sino por la gente que supuestamente está a tu cargo, ya que tanto te importan. Además, técnicamente no sería ilegal, ya que la nobleza imperial tiene dispensa para crear sus propios negocios en el extranjero. Según esa ley que quieres tener por delante, un acuerdo conmigo no es ilegal. Solo habrias de darme un porcentaje de las ganancias. Un veinte por ciento, por ejemplo – Mal visto… puede ser que si teniendo en cuenta que dicho acuerdo comercial seria con el gobernante de un país que ha declarado abiertamente joderle la vida a de ella, pero igualmente no hay una declaración de guerra entre Inglaterra y el Imperio, por lo que sigue estando dentro de los márgenes de la ley. También se aseguró de leer la letra pequeña. – Y tercero: mis aspiraciones no tienen nada que ver con el Imperio. Esto es solo el inicio de una amistad.
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Mensaje por Aniëtt O'Claude Dom Mar 25, 2018 12:57 am

Independiente yo nací
independiente decidí.








Algo rondaba en su cabeza más allá que las palabras de quien llevaba el mando en Inglaterra. Bien sabía que “perro que ladra no muerde” y en menos de un minuto su cabeza se veía bombardeada por palabrería que a pesar de querer tener peso, carecía de sentido con base para la cambiaformas. Tenía ideales claros, como también confiaba en ese sentimiento inexplicable que dejaba el centro de su estómago en situaciones como las actuales. Confiaba en sus instintos, en su ingenio y su atención para con los demás. Y el gobernante frente a sus ojos desde el primer instante había hecho revolver su estómago, su cabeza y su prestancia. Bien parecía ser un digno gobernante ¿Quién no querría a alguien como él frente a las guardias? Ósea, gobernar es situación de estrés, es situación de carácter y decisión, lo que definitivamente eran sinónimos del castaño, pero… además de todo un cargo positivo a su espalda, también se hallaba en la encrucijada de lo paternal. Un rey era cabecilla de una familia enorme, cabecilla, monarca y líder de un país ¿Cómo surgiría este con un déspota sujeto que solo brindaba por el bienestar propio? Bien, sabía que su imperio caería a pedazos de un momento a otro, los rumores eran claros y altos, además, hace mucho dejaron de desmentir esa situación para pasar a centros de conversatorio donde el “Que haremos” era la pregunta más recurrente. Y seguramente, aunque muchos de sus colegas apoyaban la idea de unirse al enemigo, o a desconocidos, ella era la entre las pocas voces que asumía el riesgo de perder todo si moría con las manos limpias defendiendo lo que por honor se le había entregado. No cedería ahora. No lo haría ni aunque el más alto gobernante viniese a ella con las mejores y más precisas palabras. Aniëtt era terca y testaruda, era leal, y más que ser leal a otros, era fiel consigo misma.

Y de nueva cuenta omitió, pues responder a todo lo que oía parecía ser una pérdida de tiempo frente a los oídos de un ser que no aceptaría palabras más que simplemente quisiera escuchar. Frunció los labios, entrecerró los ojos y se dio el tiempo de captar toda energía que provenía de la efigie contraria. Pocas veces había tratado con personajes de dicho calibre, a decir verdad, jamás imaginó verse inmersa en un tema político como este. Aceptar un cargo de poder simplemente lo vio como una opción de vida, nunca como un acto de conflicto que pronto le haría una tranca pies para dejarla contra el piso. Suspiró, y en medio de una para nada cordial carcajada del rey su ceño se frunció. Muy bien, si en los minutos anteriores no había quedado claro que sus puntos de vistas no habían sido los mismos, ahora tachaba entre ellos una gran brecha con la falta de compresión proveniente de esa exuberante muestra de diversión. Y fue hasta allí, donde la cambiaformas decidió bajar la guardia para simplemente comprender que sus pieles en medio del asunto no serían de gran utilidad. Ella no sabía luchar, siquiera para invitarlo a salir del lugar serviría. No era confrontacional, estaba lejos de creer ganar una batalla. Sus interiores aunque alertas, se calmaron para dejar que ella fuese quien marcara la defensa por sí misma.

Desde su espalda se mantenía un poco más dentro de sí, asumió que se podría alargar la estancia del lycan frente a la comodidad que expresaban sus movimientos, y de tenerlo allí ¿Por qué no aprovechar la instancia de sacar información? No sabía con qué tácticas ni movimientos hacerlo, pero de intentarlo nada perdería. Aunque, asumiendo bajo su carácter y temperamento, era más fácil sacarlo de sus casillas que sacarle información — No debería perder el tiempo con una “Líder” de un imperio que se desmorona, Rey Windsor — Primera vez que usaba su apellido y a decir verdad, creía que sería la mejor forma de tratar con un sujeto como tal. Pues a ciencia cierta, los comentarios de pasillos solían tener la razón y el motivo de su matrimonio era mera conveniencia. Pobre he ilusa hembra la que se situara a su costado —Supongo que el apropiarse de tierras sería mucho más fácil que perder el tiempo acá con una cambiaformas un poco inestable, un tanto inexperta en este tipo de encuentros y por lo demás, lo suficientemente correcta como para no aceptar ni un tipo de tratos fraudulentos, como puede ser el que me ofrece, como el que puede endulzar con la soberanía de un pueblo que se desmorona o con la felicidad de pueblerinos que sí, cobijo bajo el manto que se me brinda para tener bienestar y cuidados propios — Le daba la espalda, mientras en un vaso limpio dejaba caer un par de hielos junto con el agua que los inundaba mientras estos se derretían — Sus tres, cuatro o cinco mil razones no me harán ceder, debería de tenerlo claro, y como le he dicho, sería mucho más fácil para usted, con toda la artillería que tiene, con todo el apoyo y sus súbditos, invadir, más que convencer

Jugando con el vaso entre sus dedos caminó hasta quedar junto al sofá donde descansaba su figura. No podía mentir, no era ciega ni mucho menos, a pesar de tener el desagrado a flor de piel por los de su raza, admitía que cada uno de ellos reflejaba en su piel la belleza indiscutible de ser varonil y decidido. Los de su raza eran diferentes, más ligeros, más mansos, no por ello más débiles pero su presencia “cotidiana” solía pasar menos por la vista. En cambio ellos, algo reflejaban en sus miradas, en la forma de penetrar la vista ajena que la colocaba un tanto fuera de sí. Pero no más allá ni exagerado, parpadeó hasta dejar que su delgada anatomía tomara posición a su costado. El perfume del castaño comenzó a rodearla mientras ella aun meneando el vaso dejaba que los hielos dejasen un ligero ruido en roce con el cristal — No tengo miedo en perder todo lo que me ha dado la clase ¿Sabe? Supongo que me investigó lo necesario para asumir que yo no resultaría un peligro de negarme a la oferta, o de ofenderme —Asumió, llevando el líquido a sus labios, para beber un poco y luego cargarlo sobre su propia rodilla descubierta — Soy alguien sin el cargo de nobleza, sigo siendo el mismo personaje, continuaré con mis cometidos y hasta, podría asumir que lo haría de mejor manera, obviando la necesidad de falsas amistades que se mantienen a mi costado por mera admiración o en espera de recibir algo a cambio —De nueva cuenta lo observó, ahora desde más cerca, sin intenciones de limitar su escaneo — Pero lamento decir que usted sin el cargo podría derrumbarse fácilmente, por eso a mí no me ve conflictuada ante la idea de negarme o aceptar. Soy leal, viajo por ley, no al filo de esta o cruzando de vez en cuando la línea, voy dentro de ella… admiro la sabiduría, la prestancia y la astucia que lo llevó a la cabecilla, pero pronto caerá como pretender hacer caer a los demás

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