AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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A sangre y plomo. (privado)(+18)
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A sangre y plomo. (privado)(+18)
Recuerdo del primer mensaje :
La fortaleza de Tromsø, al norte del país, se erigía en un complejo de islas y fiordos navegables que Danielle estaba harta de estudiar sobre los mapas. Tenía informes visuales, carpetas y carpetas sobre toda la información valiosa que cabía tener en cuenta, desde los planos de construcción del edificio, a la historia escrita sobre la zona. Había estudiado el lugar a conciencia, porque en un ataque naval no se podía improvisar, la maniobrabilidad era reducida y debía tener previsto cualquier movimiento enemigo como si se tratase de una partida de ajedrez. Anticiparse requería mucha estrategia y visión de campo, pero sobre todo, mucha preparación.
Embarcaron al grueso del ejército de infantería, sólo la caballería iría a pie, pues eran más rápidos que los soldados, y de esta forma, en tan sólo dos días estarían casi a las puertas de Randulf. Los desembarcó en Brensholmen y se reunieron a pie en Kalfjord con la caballería. Los hombres estaban frescos, de lo contrario habrían llegado agotados tras la caminata de seis días, transportando además todos los víveres, yendo más lentos que una tortuga. Su gran inquietud era que se encontrasen con la flota de Randulf, pero sus espías habían informado de que los buques con más cañones estaban más al norte, en Honningsvag disputando una porción de tierra a los suecos. Enviaron refuerzos a los camaradas de Suecia sólo con el objetivo de mantener esos barcos allí anclados, para tener una travesía más o menos segura.
El ejército de tierra avanzaría por el sur, atravesando Kalfjord, y la flota se dividiría en dos, una atravesaría Vikran para atacar la puerta sur, y la otra remontaría por el fiordo llamado Skulsfjord atacando por detrás, en un movimiento envolvente. Atacarían Tromsø por todos los flancos. En teoría sólo podrían recibir ayuda por el norte, si la flota que estaba peleando con los suecos regresaba, pero era un riesgo a correr. Situó a la Reina Ana en el sur con varios buques menores, comandado por el capitán Sjögren y ella se subió al Inferno, el mastodonte de 74 cañones, que junto al Avenger, capitaneado por Anderson, cubrirían la retaguardia y pararían el envite de la flota pesada si regresaban a tiempo.
Habían establecido un sistema de señales luminosas para comunicarse tierra-mar además de que siempre contaban con Atharal que podía volar y llevar las comunicaciones de un lugar a otro.
Rompía apenas el alba cuando todos estuvieron en posición. Subida al castillo de proa, mandó levantar las compuertas de los cañones, y la Verga de Satán apuntó en dirección a la puerta de la fortaleza. El cañón de proa era de un calibre enorme, un cañón de 36 libras que disparaba piezas de artillería de 18 kg cargadas con metralla. Se necesitaban catorce personas para manejarlo: un jefe artillero, 12 artilleros y el chico de la pólvora, pues se necesitaban casi 6 kg para cargarlo. Atravesaba grosores de más de un metro y astillaba toda madera que pudiera impactar, así que con esa monstruosidad montada en el bauprés, la puerta de Randulf saltaría por los aires a la señal de Höor.
La fortaleza de Tromsø, al norte del país, se erigía en un complejo de islas y fiordos navegables que Danielle estaba harta de estudiar sobre los mapas. Tenía informes visuales, carpetas y carpetas sobre toda la información valiosa que cabía tener en cuenta, desde los planos de construcción del edificio, a la historia escrita sobre la zona. Había estudiado el lugar a conciencia, porque en un ataque naval no se podía improvisar, la maniobrabilidad era reducida y debía tener previsto cualquier movimiento enemigo como si se tratase de una partida de ajedrez. Anticiparse requería mucha estrategia y visión de campo, pero sobre todo, mucha preparación.
- mapa:
Embarcaron al grueso del ejército de infantería, sólo la caballería iría a pie, pues eran más rápidos que los soldados, y de esta forma, en tan sólo dos días estarían casi a las puertas de Randulf. Los desembarcó en Brensholmen y se reunieron a pie en Kalfjord con la caballería. Los hombres estaban frescos, de lo contrario habrían llegado agotados tras la caminata de seis días, transportando además todos los víveres, yendo más lentos que una tortuga. Su gran inquietud era que se encontrasen con la flota de Randulf, pero sus espías habían informado de que los buques con más cañones estaban más al norte, en Honningsvag disputando una porción de tierra a los suecos. Enviaron refuerzos a los camaradas de Suecia sólo con el objetivo de mantener esos barcos allí anclados, para tener una travesía más o menos segura.
El ejército de tierra avanzaría por el sur, atravesando Kalfjord, y la flota se dividiría en dos, una atravesaría Vikran para atacar la puerta sur, y la otra remontaría por el fiordo llamado Skulsfjord atacando por detrás, en un movimiento envolvente. Atacarían Tromsø por todos los flancos. En teoría sólo podrían recibir ayuda por el norte, si la flota que estaba peleando con los suecos regresaba, pero era un riesgo a correr. Situó a la Reina Ana en el sur con varios buques menores, comandado por el capitán Sjögren y ella se subió al Inferno, el mastodonte de 74 cañones, que junto al Avenger, capitaneado por Anderson, cubrirían la retaguardia y pararían el envite de la flota pesada si regresaban a tiempo.
Habían establecido un sistema de señales luminosas para comunicarse tierra-mar además de que siempre contaban con Atharal que podía volar y llevar las comunicaciones de un lugar a otro.
Rompía apenas el alba cuando todos estuvieron en posición. Subida al castillo de proa, mandó levantar las compuertas de los cañones, y la Verga de Satán apuntó en dirección a la puerta de la fortaleza. El cañón de proa era de un calibre enorme, un cañón de 36 libras que disparaba piezas de artillería de 18 kg cargadas con metralla. Se necesitaban catorce personas para manejarlo: un jefe artillero, 12 artilleros y el chico de la pólvora, pues se necesitaban casi 6 kg para cargarlo. Atravesaba grosores de más de un metro y astillaba toda madera que pudiera impactar, así que con esa monstruosidad montada en el bauprés, la puerta de Randulf saltaría por los aires a la señal de Höor.
Última edición por Danielle Morgan el Lun Ene 29, 2018 9:20 am, editado 1 vez
Danielle Morgan- Humano Clase Media
- Mensajes : 245
Fecha de inscripción : 21/08/2017
Re: A sangre y plomo. (privado)(+18)
—Oh, no. Ni se te ocurra dejarme ahora para ir a saciar tu estómago. Céname a mi.— cuando se entendían y eran capaces de descubrirse sin acabar gritándose o recriminándose algo, aumentaba su deseo por mil. Cuando discutían se hacían daño y lo último que le apetecía era complacerlo en nada, pero cuando estaban bien, la cosa era muy distinta. Él estaba allí, dejando sus responsabilidades, sus hijos y su condado atrás para acompañarla en un momento delicado de su vida y eso le demostraba mucho más que cualquier palabra que pudiera decir. Las llamas del fuego se quedaron en nada en comparación de la hoguera que se desató sobre ese lecho, mejor aprovechar ahora que estaban más unidos y estaban bien, porque cuando regresasen a Akershus y les arrastrase de nuevo la vida, acabarían chocando.*
Nuestros cuerpos se encontraron hambrientos, mis ojos como arpones se hundieron en sus mares mientras con las manos enlazadas por encima de su cabeza nos amamos sobre esas sabanas. La primera vez fue ruda, salvaje, necesitada, nuestros sexos friccionaron voraces, incapaces de dejar de depredar la boca del otro, insaciables de aplacar nuestras propias necesidades. La segunda fue clama, llena de besos y promesas silenciosas, nuestra nariz se rozó innumerables veces y mientras nos mirábamos nuestros labios se embebieron del otro.
Tras una noche en la que nos disfrutamos, en la que la conversación se prolongó hasta altas horas de la noche, entre risas, unas copas y bromas que se acabaron convirtiendo en mas besos, acabamos sucumbiendo al sueño enredados como la hiedra, incapaces de separar nuestros cuerpos un ápice.
El futuro nos depararía nuevas gestas, mas en esta os habíamos proclamado vencedores.*
Al día siguiente abandonaron la posada tarde, se habían dormido tarde y no tenían prisa, el barco no estaría a después de comer. Fueron a hacer unas compras y después a comer, como si no hubiera una guerra al otro lado del mar. Pasaron por delante de una relojería y se detuvo señalándole un reloj de bolsillo como el que ella llevaba en el chaleco y con una sonrisa burlona le dijo.
— ¿Te regalo uno? Así podrás medir mejor el tiempo cuando me enfade contigo y podrás calcular cuando venir a arreglarlo.*
Ladeé la sonrisa mirando el escaparate y después elevé la mirada al cielo como si buscara algo.
-Tengo una técnica mejor pirata, cuando te cabreas espero a que me mandes un cuervo -bromeé echándome a reír pues de sobra sabia lo que le tocaba la moral esa frase. Dani tras la visita al panteón y la noche juntos parecía mas animada, como si en parte le tramite estuviera pasado y ahora pudiera empezar de 0.*
Le dio un codazo y continuaron paseando por las calles, comprando algunas cosas y cuando en su reloj las manecillas marcaron las cuatro se dirigieron al astillero. Subió las escaleras hasta la oficina recuperando de nuevo la rigidez del gesto. Sólo quería pagarle a Albert y marcharse, pero al entrar se quedó clavada en el sitio. Daisy Wellington, su madre, estaba en el despacho, sentada y con su sextante entre las manos apoyado en el regazo, iba vestida de riguroso negro, elevó los ojos hacia Danielle y se levantó.
— Madre…— hacía años que no la veía, pero su padre le prohibió entrar en su casa y aunque alguna vez había escrito a su madre no había recibido respuesta y un día dejó de escribir. La mujer tenía el sextante que dejó sobre la tumba de Horace sujeto y Danielle pensó que iba a tirarlo al suelo.
— No lo habría dicho nunca en alto pero… yo sé que estaba orgulloso de ti aunque le molestara que no fuera a la manera tradicional.— ese comentario la dejó sin habla.*
La madre de Danielle parecía una mujer sensata, su rostro mostraba el dolor que seguramente durante años habría arrastrado por no ver a su hija, por la cabezoneria de su marido y por el orgullo de sus hijos, pero en este instante, ambas parecían encontrarse de frente.
Era el momento de Dani, ese que necesitaba para escuchar una verdad que yo intuía pero que dicho de los labios de su madre ella creería. Me mantuve a un lado, en un segundo plano casi invisible, no hubiera roto ese momento por nada, pues le pertenencia y lo necesitaba.*
Se acercó a su madre y la cogió de las manos, temblorosas, aun sujetando el sextante y respiró hondo. Después de tantos años esas palabras abrían una herida olvidada en la parte insensible de su corazón, la protegida por acero y piedra, pero por otro lado aligeraban algo la sensación de ser una paria.
— Madre… este es el conde Cannif. ¿No es irónico? Todo empezó porque queríais emparentar con la nobleza y ahora…Estoy haciendo las cosas que creo que son correctas, lamento que no fuera suficiente. Quédatelo, seguramente en el panteón acabará por desaparecer.— Demasiados años sin dirigirse la palabra pero en ese instante no cabían más porque apenas tenían sentido. Le cogió el sextante y lo dejó sobre la silla abrazándola. No sabía qué puerta se acababa de abrir, pero era una sensación reconfortante.— Te escribiré.— su madre asintió secándose los cantos de los ojos recuperando la pose estirada cuando Albert entró en el despacho.
— ¿Vas a ser tan miserable de cobrarle los arreglos a tu hermana?.— preguntó la mujer a su hijo y éste iba a responder pero no lo dejó.— Cóbramelos a mi si tienes agallas.— Sacó el talonario desafiando a su hijo y este frunció el ceño pero no dijo nada más que se podían marchar cuando quisieran.*
Saludé a la madre cuando Dani hizo la presentación, mas me mantuve en silencio ,dejando que ambas conversaran. Que su hija y yo estabamos juntos era una evidencia, algo que sobradamente sabia que habría llegado a sus oídos. Lo nuestro no fue un acuerdo, fue algo muy distinto, quizás por eso éramos dos titanes furibundos capaces de hacer arder una habitación en todos los sentidos, pero si algo también existía entre ambos era respeto, ese que Dani a fuerza de coraje en mi corazón se había labrado.
Su madre estaba orgullosa de su hija y yo no pude evitar sonreír ante aquella imagen tan emotiva, me alegraba de haber venido con ella, seguramente a estas alturas su madre ya sabría que si no acudió al funeral fue por mi culpa, lo que aun engrandecía mas a su hija pues en el condado actúo como si ella fuera la condesa de los Paies Bajos.
Al entrar el hermano me tensé, no iba a dejarle faltar el respeto a mi mujer, su madre parecía buena persona, pero ese capullo estaba mas afanado en hacerse con el monopolio de la empresa paterna que en tender puentes a su hermana.
Fue la madre la que sin pensarlo salió en su defensa acallando a su hijo con un gesto que me hizo descubrir de donde había sacado Dani parte de ese carácter tan férreo que en demasiadas ocasiones me mostraba.
-Vendremos a visitarla señora y es bienvenida en nuestra casa siempre que desee viajar a tierras norteñas. -Me despedí besando el dorso de su mano con educación y enlazado mis dedos a los de Dani un -Albert -fue mi despedida.*
La Reina Ana zarpó rumbo a Akershus una hora después y aunque viajó a Londres con la sensación de haber perdido algo, regresaba con otra de haberlo encontrado. Tarde, demasiado tarde, pero al menos no sentía la opresión de antes y de alguna forma Inglaterra hoy era un poco más amable para ella.
Nuestros cuerpos se encontraron hambrientos, mis ojos como arpones se hundieron en sus mares mientras con las manos enlazadas por encima de su cabeza nos amamos sobre esas sabanas. La primera vez fue ruda, salvaje, necesitada, nuestros sexos friccionaron voraces, incapaces de dejar de depredar la boca del otro, insaciables de aplacar nuestras propias necesidades. La segunda fue clama, llena de besos y promesas silenciosas, nuestra nariz se rozó innumerables veces y mientras nos mirábamos nuestros labios se embebieron del otro.
Tras una noche en la que nos disfrutamos, en la que la conversación se prolongó hasta altas horas de la noche, entre risas, unas copas y bromas que se acabaron convirtiendo en mas besos, acabamos sucumbiendo al sueño enredados como la hiedra, incapaces de separar nuestros cuerpos un ápice.
El futuro nos depararía nuevas gestas, mas en esta os habíamos proclamado vencedores.*
Al día siguiente abandonaron la posada tarde, se habían dormido tarde y no tenían prisa, el barco no estaría a después de comer. Fueron a hacer unas compras y después a comer, como si no hubiera una guerra al otro lado del mar. Pasaron por delante de una relojería y se detuvo señalándole un reloj de bolsillo como el que ella llevaba en el chaleco y con una sonrisa burlona le dijo.
— ¿Te regalo uno? Así podrás medir mejor el tiempo cuando me enfade contigo y podrás calcular cuando venir a arreglarlo.*
Ladeé la sonrisa mirando el escaparate y después elevé la mirada al cielo como si buscara algo.
-Tengo una técnica mejor pirata, cuando te cabreas espero a que me mandes un cuervo -bromeé echándome a reír pues de sobra sabia lo que le tocaba la moral esa frase. Dani tras la visita al panteón y la noche juntos parecía mas animada, como si en parte le tramite estuviera pasado y ahora pudiera empezar de 0.*
Le dio un codazo y continuaron paseando por las calles, comprando algunas cosas y cuando en su reloj las manecillas marcaron las cuatro se dirigieron al astillero. Subió las escaleras hasta la oficina recuperando de nuevo la rigidez del gesto. Sólo quería pagarle a Albert y marcharse, pero al entrar se quedó clavada en el sitio. Daisy Wellington, su madre, estaba en el despacho, sentada y con su sextante entre las manos apoyado en el regazo, iba vestida de riguroso negro, elevó los ojos hacia Danielle y se levantó.
— Madre…— hacía años que no la veía, pero su padre le prohibió entrar en su casa y aunque alguna vez había escrito a su madre no había recibido respuesta y un día dejó de escribir. La mujer tenía el sextante que dejó sobre la tumba de Horace sujeto y Danielle pensó que iba a tirarlo al suelo.
— No lo habría dicho nunca en alto pero… yo sé que estaba orgulloso de ti aunque le molestara que no fuera a la manera tradicional.— ese comentario la dejó sin habla.*
La madre de Danielle parecía una mujer sensata, su rostro mostraba el dolor que seguramente durante años habría arrastrado por no ver a su hija, por la cabezoneria de su marido y por el orgullo de sus hijos, pero en este instante, ambas parecían encontrarse de frente.
Era el momento de Dani, ese que necesitaba para escuchar una verdad que yo intuía pero que dicho de los labios de su madre ella creería. Me mantuve a un lado, en un segundo plano casi invisible, no hubiera roto ese momento por nada, pues le pertenencia y lo necesitaba.*
Se acercó a su madre y la cogió de las manos, temblorosas, aun sujetando el sextante y respiró hondo. Después de tantos años esas palabras abrían una herida olvidada en la parte insensible de su corazón, la protegida por acero y piedra, pero por otro lado aligeraban algo la sensación de ser una paria.
— Madre… este es el conde Cannif. ¿No es irónico? Todo empezó porque queríais emparentar con la nobleza y ahora…Estoy haciendo las cosas que creo que son correctas, lamento que no fuera suficiente. Quédatelo, seguramente en el panteón acabará por desaparecer.— Demasiados años sin dirigirse la palabra pero en ese instante no cabían más porque apenas tenían sentido. Le cogió el sextante y lo dejó sobre la silla abrazándola. No sabía qué puerta se acababa de abrir, pero era una sensación reconfortante.— Te escribiré.— su madre asintió secándose los cantos de los ojos recuperando la pose estirada cuando Albert entró en el despacho.
— ¿Vas a ser tan miserable de cobrarle los arreglos a tu hermana?.— preguntó la mujer a su hijo y éste iba a responder pero no lo dejó.— Cóbramelos a mi si tienes agallas.— Sacó el talonario desafiando a su hijo y este frunció el ceño pero no dijo nada más que se podían marchar cuando quisieran.*
Saludé a la madre cuando Dani hizo la presentación, mas me mantuve en silencio ,dejando que ambas conversaran. Que su hija y yo estabamos juntos era una evidencia, algo que sobradamente sabia que habría llegado a sus oídos. Lo nuestro no fue un acuerdo, fue algo muy distinto, quizás por eso éramos dos titanes furibundos capaces de hacer arder una habitación en todos los sentidos, pero si algo también existía entre ambos era respeto, ese que Dani a fuerza de coraje en mi corazón se había labrado.
Su madre estaba orgullosa de su hija y yo no pude evitar sonreír ante aquella imagen tan emotiva, me alegraba de haber venido con ella, seguramente a estas alturas su madre ya sabría que si no acudió al funeral fue por mi culpa, lo que aun engrandecía mas a su hija pues en el condado actúo como si ella fuera la condesa de los Paies Bajos.
Al entrar el hermano me tensé, no iba a dejarle faltar el respeto a mi mujer, su madre parecía buena persona, pero ese capullo estaba mas afanado en hacerse con el monopolio de la empresa paterna que en tender puentes a su hermana.
Fue la madre la que sin pensarlo salió en su defensa acallando a su hijo con un gesto que me hizo descubrir de donde había sacado Dani parte de ese carácter tan férreo que en demasiadas ocasiones me mostraba.
-Vendremos a visitarla señora y es bienvenida en nuestra casa siempre que desee viajar a tierras norteñas. -Me despedí besando el dorso de su mano con educación y enlazado mis dedos a los de Dani un -Albert -fue mi despedida.*
La Reina Ana zarpó rumbo a Akershus una hora después y aunque viajó a Londres con la sensación de haber perdido algo, regresaba con otra de haberlo encontrado. Tarde, demasiado tarde, pero al menos no sentía la opresión de antes y de alguna forma Inglaterra hoy era un poco más amable para ella.
Danielle Morgan- Humano Clase Media
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