AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Let the game begin // Privado - Armagedon
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Let the game begin // Privado - Armagedon
Allí donde se arremolinaba el pecado, era fácil toparse con alguno de sus hijos o con ella misma. Claro que el pecado estaba en cualquier parte, porque todos los seres vivos, especialmente los humanos, sentían lujuria, avaricia, ira, gula, pereza, soberbia o envidia, muchos incluso los acumulaban todos a la vez. Pero cuando había una concentración de algo tan poderoso, se sentían atraídos como polillas a la luz. Cada uno tenía su debilidad, aquello que le gustaba más, que le perdía, pero Envidia era menos selectiva, le gustaban todos los pecados por igual, ni siquiera anteponía los celos a los demás, los degustaba con placer al mismo nivel. Así que cuando aquella noche se dejó llevar por el aroma de la lascivia hacia un hostal, a ninguno de sus allegados le hubiese sorprendido en lo más mínimo.
El olor era muy fuerte, más que el del mismísimo burdel, no por el sexo en sí que se estaba llevando a cabo, sino por el alcohol que se entremezclaba y los gritos que hacían eco por la estrecha callejuela que enfilaba hacia la puerta de entrada.
Los pasos de la mujer, tranquilos, elegantes, guiaban el camino sin que ella tuviera que pensar en ello siquiera. Las pocas personas con las que se cruzó por el camino, giraron a seguirla con la mirada, hipnotizados por su presencia, su aura, su belleza. Era algo completamente normal y lógico. Era una mujer hermosa y segura de si misma, casi una diosa. Y encarnaba el pecado de la envidia, aquel que iniciaba desde disputas maritales a grandes guerras.
Cruzó el umbral, ignorando al recepcionista que, seguramente, también era el propietario del lugar, a fin de cuentas un hostal implicaba baja clase y poco poder adquisitivo, así que dudaba mucho que invirtiera algo en contratar a alguien para atender a quienes llegaban, lo más probable era que fuese un negocio familiar en el que la esposa hacía la limpieza y los hijos se turnaban con el padre para atender a quienes llegaban. Subió las escaleras, siguiendo aquel hilo ramificado de corrupción. Una vez en la planta de arriba, pasó la lengua por el inferior de sus labios. Se aproximó a la puerta, donde aguardó unos segundos, escuchando los gemidos, que más que placer exclamaban sentir dolor. No era una fiesta en la que todos se lo estuvieran pasando bien, pues al menos una persona, no estaba allí de voluntad propia. Llamó suavemente con los nudillos, aguardando. Se escucharon ruidos al otro lado, seguramente temían que quien estaba al otro lado era la policía y querían ocultar lo que hacían. -No temáis, vengo a unirme a la diversión.- Le gustaba mirar, participar y devorar. Cualquier cosa sería bienvenida, especialmente porque llevaba varios días sin probar sangre, algo a lo que ella misma se sometía por el placer que le proporcionaba la tortura de resistirse y lo mucho que disfrutaba cuando liberaba sus instintos y engullía a sus presas.
Finalmente, abrieron la puerta y el hombre al otro lado de la hoja de madera se quedó estupefacto al ver a la griega. Su boca, casi desencajada por la sorpresa, su mirada, que pronto descendió del precioso rostro de ella a su exagerado escote. -¿Me vas a dejar pasar, encanto, o pretendes que me quede sola aquí fuera?- El hombre tartamudeó, no le salían las palabras, estaba visiblemente nervioso. Pero su cuerpo reaccionó mejor que su lengua al apartarse y permitir el paso de la pelirroja, que fue directa a la cama, donde una chica yacía atada de tobillos y muñecas al esqueleto del mueble. Había algo de sangre en las sábanas y otros dos tipos observaban, uno saliendo del baño, subiéndose los pantalones y otro bajando un arma que empuñaba con la diestra. -Veo que vosotros sabéis cómo pasarlo bien. ¿Os importa si me uno?- Se sentó al borde del colchón, acariciando los labios de la muchacha cuyos ojos estaban enrojecidos de tanto llorar. -¿Quieres que te suelte, pequeña?- Envidia no era ninguna salvadora, no la iba a liberar. Pero la dejaría para el postre, primero mataría a los tres tipos frente a ella, les drenaría la vida ante la atenta mirada de aquella mujer a la que habían hecho sufrir por no ser capaces de convencerla para pasarlo bien de manera consentida. La lujuria era un pecado delicioso, pero había algunas cosas que a la griega le chirriaban, como estúpidos neandertales incapaces de pagar por unas putas.
El olor era muy fuerte, más que el del mismísimo burdel, no por el sexo en sí que se estaba llevando a cabo, sino por el alcohol que se entremezclaba y los gritos que hacían eco por la estrecha callejuela que enfilaba hacia la puerta de entrada.
Los pasos de la mujer, tranquilos, elegantes, guiaban el camino sin que ella tuviera que pensar en ello siquiera. Las pocas personas con las que se cruzó por el camino, giraron a seguirla con la mirada, hipnotizados por su presencia, su aura, su belleza. Era algo completamente normal y lógico. Era una mujer hermosa y segura de si misma, casi una diosa. Y encarnaba el pecado de la envidia, aquel que iniciaba desde disputas maritales a grandes guerras.
Cruzó el umbral, ignorando al recepcionista que, seguramente, también era el propietario del lugar, a fin de cuentas un hostal implicaba baja clase y poco poder adquisitivo, así que dudaba mucho que invirtiera algo en contratar a alguien para atender a quienes llegaban, lo más probable era que fuese un negocio familiar en el que la esposa hacía la limpieza y los hijos se turnaban con el padre para atender a quienes llegaban. Subió las escaleras, siguiendo aquel hilo ramificado de corrupción. Una vez en la planta de arriba, pasó la lengua por el inferior de sus labios. Se aproximó a la puerta, donde aguardó unos segundos, escuchando los gemidos, que más que placer exclamaban sentir dolor. No era una fiesta en la que todos se lo estuvieran pasando bien, pues al menos una persona, no estaba allí de voluntad propia. Llamó suavemente con los nudillos, aguardando. Se escucharon ruidos al otro lado, seguramente temían que quien estaba al otro lado era la policía y querían ocultar lo que hacían. -No temáis, vengo a unirme a la diversión.- Le gustaba mirar, participar y devorar. Cualquier cosa sería bienvenida, especialmente porque llevaba varios días sin probar sangre, algo a lo que ella misma se sometía por el placer que le proporcionaba la tortura de resistirse y lo mucho que disfrutaba cuando liberaba sus instintos y engullía a sus presas.
Finalmente, abrieron la puerta y el hombre al otro lado de la hoja de madera se quedó estupefacto al ver a la griega. Su boca, casi desencajada por la sorpresa, su mirada, que pronto descendió del precioso rostro de ella a su exagerado escote. -¿Me vas a dejar pasar, encanto, o pretendes que me quede sola aquí fuera?- El hombre tartamudeó, no le salían las palabras, estaba visiblemente nervioso. Pero su cuerpo reaccionó mejor que su lengua al apartarse y permitir el paso de la pelirroja, que fue directa a la cama, donde una chica yacía atada de tobillos y muñecas al esqueleto del mueble. Había algo de sangre en las sábanas y otros dos tipos observaban, uno saliendo del baño, subiéndose los pantalones y otro bajando un arma que empuñaba con la diestra. -Veo que vosotros sabéis cómo pasarlo bien. ¿Os importa si me uno?- Se sentó al borde del colchón, acariciando los labios de la muchacha cuyos ojos estaban enrojecidos de tanto llorar. -¿Quieres que te suelte, pequeña?- Envidia no era ninguna salvadora, no la iba a liberar. Pero la dejaría para el postre, primero mataría a los tres tipos frente a ella, les drenaría la vida ante la atenta mirada de aquella mujer a la que habían hecho sufrir por no ser capaces de convencerla para pasarlo bien de manera consentida. La lujuria era un pecado delicioso, pero había algunas cosas que a la griega le chirriaban, como estúpidos neandertales incapaces de pagar por unas putas.
Última edición por Envidia el Mar Ene 30, 2018 11:13 am, editado 2 veces
Aegea A. Blackbird- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 03/12/2017
Re: Let the game begin // Privado - Armagedon
"Lo verá el impío y se irritará;
rechinará los dientes y se consumirá;
el deseo de los impíos perecerá."
Salmos 112:10
rechinará los dientes y se consumirá;
el deseo de los impíos perecerá."
Salmos 112:10
Como cada noche seguía el rastro de la corrupción del alma, ese aroma sutil que desprendían las personas y que como si de una enorme diana se tratase, los señalaban como objetivo para La Muerte. Descendió por un callejón de empinados escalones, abstraído en las palabras del salmo que le había venido a la mente un rato antes. Su hermano solía burlarse de él insinuándole que como teólogo no tendría precio. Armagedon leía, reflexionaba e interiorizaba las escrituras, no era sólo un arma de destrucción masiva, y en este caso estaba dándole vueltas a eso de "consumirse". Las escrituras no solían ser literales, a veces sí, pero quizás ese salmo se refiriese a que los impíos llevaban el castigo en la propia penitencia; quizás muchos de ellos fueran devorados por la enfermedad o por la inanición, Dios castigaba de muchas formas y no siempre era necesaria su intervención. Pero digamos que le gustaba ser la venganza divina en su versión más rápida y letal.
Escuchó los llantos casi antes de girar la esquina y el hedor a lujuria, ira y codicia. Los hombres codiciaban aquello que podían tener, su falta de humildad los llevaba a creer que podían ser dueños de algo sólo porque sí. ¡Cuán equivocados estaban! Lo que Dios da, Dios lo quita. Soberbia también: tres contra una pobre muchacha. Y encima seguro que se vanagloriaban de haber cometido ese acto tan impío. Ascendió las escaleras del hostal siguiendo el rastro; seguramente la víctima de los pecados de los otros lo pudiera ver comno un salvador o un vengador, pero nada más lejos. Armagedon no traía la justicia de los hombres, sino la de Dios, y si en ella estuviera escrito que la muchacha debía morir, así sería.
Detectó también la presencia de un no muerto en esa alcoba y se tensó: los humanos no eran rivales para La Muerte, pero los vampiros por definición lo esquivaban. Más bien él los esquivaba, no era un necio, tenía pocos años como sobrenatural y muchos de ellos le superaban con creces en poder. Empujó la puerta con dos dedos caminando despacio, haciendo crujir los tablones bajo se peso.
- Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado.- Miró alrededor, clavó sus fríos ojos en los de los hombres que, sorprendidos, se miraban entre ellos, primero por la aparición de la mujer y después de aquel tipo extraño que hablaba como un cura.- El pecado será purgado con sangre.- miró a la mujer que era como él, esa que no tenía corazón latente en el pecho, tratando de discernir si estaría de acuerdo en lo que iba a suceder allí dentro, porque si no lo estaba, era libre de marcharse ahora.
Armagedon- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 12/11/2017
Re: Let the game begin // Privado - Armagedon
Había desatado los tobillos de la muchacha y una de sus manos, bajo la atenta y estúpida mirada de los tres hombres que observan la escena atónitos, casi hipnotizados por la presencia de la vampiresa que, ni siquiera se había molestado en usar sus poderes, ni falta que le hacían, pues muchas veces le bastaba y sobraba con sus innumerables encantos. Entonces escuchó unos pasos ascender por las escaleras y detuvo sus movimientos. Estaba segura que iban a tener visita, pues los movimientos del recién llegado eran excesivamente cautos para un residente de semejante posada que regresara a aquellas horas de la madrugada. Cualquiera lo haría ebrio y, por tanto, sin cuidado alguno. Se escuchó el chirriar de la puerta al ceder y luego el crujir de los tablones de madera que conformaban el suelo. El resto de la estancia quedó en silencio.
Unas palabras flotaron entonces en el aire, provenientes de los labios del joven apuesto que acababa de hacer su aparición. La griega alzó el rostro, despegando sus claros orbes del rostro sorprendido de la jovencita que había sido mancillada y ahora admiraba atónica al apuesto caballero que parecía llegar para salvarla. -¿Viene a hacer limpieza, joven?- Se levantó con suma calma y elegancia, acomodando de nuevo su vestido que lacio caía hasta casi rozad el suelo, algo que sólo impedía el escaso talón del calzado del pecado. Acarició su rizada y rojiza melena al acercarse a uno de los que, al parecer, ya estaban condenados, y no precisamente por ella, aunque hubiese llegado la primera a la fiesta. Acarició el rostro mal arreglado de aquel moreno con barba desaliñada de un par de días y aliento a alcohol. Se inclinó como si fuera a besar aquellos agrietados labios, mas lo que hizo fue esquivarlo y llevar la nariz a olerle el cuello. Despacio, con tranquilidad, como si no hubiera prisa alguna, y es que para la mujer no la había. Se movió poco a poco, rodeando a su víctima hasta situarse detrás, encarando al resto al asomar el rostro por encima del hombro. Despegó los labios al tiempo en que sus colmillos se afilaban y sus orbes se teñían de rojo. La chica fue a gritar, pero bastó un parpadeo de la vampiresa para silenciarla con su poder sobrenatural. Los varones seguían prendados de ella, ahora sí, sumidos bajo un hechizo de atracción y deseo. Hincó los dientes en la yugular del primero y succionó, clavando la mirada en el recién llegado, cuyas intenciones aún no conocía, pero algo le decía que no se interpondría en su festín. Aunque tampoco tenía claro del todo si se uniría o, simplemente, observaría.
Unas palabras flotaron entonces en el aire, provenientes de los labios del joven apuesto que acababa de hacer su aparición. La griega alzó el rostro, despegando sus claros orbes del rostro sorprendido de la jovencita que había sido mancillada y ahora admiraba atónica al apuesto caballero que parecía llegar para salvarla. -¿Viene a hacer limpieza, joven?- Se levantó con suma calma y elegancia, acomodando de nuevo su vestido que lacio caía hasta casi rozad el suelo, algo que sólo impedía el escaso talón del calzado del pecado. Acarició su rizada y rojiza melena al acercarse a uno de los que, al parecer, ya estaban condenados, y no precisamente por ella, aunque hubiese llegado la primera a la fiesta. Acarició el rostro mal arreglado de aquel moreno con barba desaliñada de un par de días y aliento a alcohol. Se inclinó como si fuera a besar aquellos agrietados labios, mas lo que hizo fue esquivarlo y llevar la nariz a olerle el cuello. Despacio, con tranquilidad, como si no hubiera prisa alguna, y es que para la mujer no la había. Se movió poco a poco, rodeando a su víctima hasta situarse detrás, encarando al resto al asomar el rostro por encima del hombro. Despegó los labios al tiempo en que sus colmillos se afilaban y sus orbes se teñían de rojo. La chica fue a gritar, pero bastó un parpadeo de la vampiresa para silenciarla con su poder sobrenatural. Los varones seguían prendados de ella, ahora sí, sumidos bajo un hechizo de atracción y deseo. Hincó los dientes en la yugular del primero y succionó, clavando la mirada en el recién llegado, cuyas intenciones aún no conocía, pero algo le decía que no se interpondría en su festín. Aunque tampoco tenía claro del todo si se uniría o, simplemente, observaría.
Aegea A. Blackbird- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 03/12/2017
Re: Let the game begin // Privado - Armagedon
Lujuria, siempre Lujuria. Uno de los pecados más sórdidos, aquel que convertía a los hombres en animales presos de sus propios deseos, de los instintos más bajos y primitivos. Eran como perros persiguiendo a la perra en celo. Le asqueaban profundamente aquellos que eran capaces de condenar sus almas por satisfacer aquello que les colgaba entre las piernas. Había grados de lujuria: estaban los puteros, los fornicadores, las fulanas o aquellos con gustos peculiares, que no hacían daño a nadie y tan sólo se condenaban a si mismos. Y luego estaban aquellos cuya adicción al placer carnal los llevaba a cometer aún más pecados y más terribles, como la violación, el asesinato,la pederastia, el robo, la extorsión etc. Esos eran los que merecían el fuego eterno, la condena sin fin en las llamas del infierno.
Se acercó a uno de los hombres, hechizado por la mujer, que a todas luces tenía poderes de control mental. Lo enganchó del cuello presionando la nuez con su poderosa mano de férreo agarre y lo olió torciendo los labios en una sutil mueca de desagrado.
- no pienso llevarme esto a la boca, huele a podredumbre y basura.- Cerró la mano con saña aplastando su cuello, asfixiándolo hasta que los ojos se le salieron de las órbitas y finalmente hizo un movimiento seco con la muñeca arrancándole la garganta y dejandolo caer al suelo entre estertores. Abrió la mano para soltar el fardo, mano que se había manchado de sangre pecadora y la observó a la luz de las lámparas de gas que iluminaban la estancia, brillaba en ese tono rojo rabioso, pero Armagedon controlaba su sed bastante bien para tener la edad que tenía.
Sus pasos se encaminaron ahora hacia el otro hombre que seguía alelado bajo el influjo de la otra cainita y se colocó frente a él, escrutando en el fondo de sus ojos, evaluando el peso de sus pecados. Los del vampiro eran fríos y azules, impertérritos, duros como el acero.
- ¿Y tú vienes a divertirte? ¿te gusta la sangre condenada?.- le dijo a la mujer sin dejar de mirar al sentenciado. La Muerte no le hablaba de usted a nadie, no hacía distinciones por clase, género o edad. Pocas veces interactuaba con sus congéneres, ya que técnicamente no tenían alma que redimir, estaba ya condenados a vivir una eternidad y que al final de su existencia ya no hubiese nada más, porque Dios no llamaba a su lado a los hijos de Caín. Además, Armagedon era práctico, y si habían tres mil millones de humanos en el mundo, no iba a meterse con los sobrenaturales, que costaban mucho más de matar. Cavilaba cómo matar a ese desgraciado; ¿retorcerle el pescuezo? ¿sacarle los ojos y arrancarle la lengua? Quizás colgarlo de sus propias tripas estaría bien.
Se acercó a uno de los hombres, hechizado por la mujer, que a todas luces tenía poderes de control mental. Lo enganchó del cuello presionando la nuez con su poderosa mano de férreo agarre y lo olió torciendo los labios en una sutil mueca de desagrado.
- no pienso llevarme esto a la boca, huele a podredumbre y basura.- Cerró la mano con saña aplastando su cuello, asfixiándolo hasta que los ojos se le salieron de las órbitas y finalmente hizo un movimiento seco con la muñeca arrancándole la garganta y dejandolo caer al suelo entre estertores. Abrió la mano para soltar el fardo, mano que se había manchado de sangre pecadora y la observó a la luz de las lámparas de gas que iluminaban la estancia, brillaba en ese tono rojo rabioso, pero Armagedon controlaba su sed bastante bien para tener la edad que tenía.
Sus pasos se encaminaron ahora hacia el otro hombre que seguía alelado bajo el influjo de la otra cainita y se colocó frente a él, escrutando en el fondo de sus ojos, evaluando el peso de sus pecados. Los del vampiro eran fríos y azules, impertérritos, duros como el acero.
- ¿Y tú vienes a divertirte? ¿te gusta la sangre condenada?.- le dijo a la mujer sin dejar de mirar al sentenciado. La Muerte no le hablaba de usted a nadie, no hacía distinciones por clase, género o edad. Pocas veces interactuaba con sus congéneres, ya que técnicamente no tenían alma que redimir, estaba ya condenados a vivir una eternidad y que al final de su existencia ya no hubiese nada más, porque Dios no llamaba a su lado a los hijos de Caín. Además, Armagedon era práctico, y si habían tres mil millones de humanos en el mundo, no iba a meterse con los sobrenaturales, que costaban mucho más de matar. Cavilaba cómo matar a ese desgraciado; ¿retorcerle el pescuezo? ¿sacarle los ojos y arrancarle la lengua? Quizás colgarlo de sus propias tripas estaría bien.
Última edición por Armagedon el Dom Feb 11, 2018 12:40 pm, editado 1 vez
Armagedon- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 12/11/2017
Re: Let the game begin // Privado - Armagedon
Mientras succionaba la sangre de aquel hombre, siguió los movimientos del otro vampiro por la estancia, de sus acciones, sus gestos, sus expresiones. Sonrió, despegando los colmillos de la dermis del sujeto al ver la mueca de asco que el apuesto joven dibujó en sus labios. Se relamió la comisura de la boca al dejar caer inerte el cuerpo ya sin vida ni gota alguna de plasma en sus venas. El golpe seco resonó en la habitación que permanecía ahora en silencio. La muchacha les seguía observando atónita, aturdida, hipnotizada por el poder de la griega. Aunque, seguramente, con el shock que debía llevar encima, si Envidia dejara de dominar su mente, la chica sería incapaz de gritar de todos modos.
Sacó un banco pañuelo de la manga de su vestido y con éste se limpió los restos de sangre de alrededor de los labios. Lo guardó de nuevo en el mismo sitio y dio un paso en dirección al otro inmortal que observaba al único varón cuyo corazón aún latía de la sala. -Yo vine aquí por lo mismo que usted. Atraída por la lujuria, la depravación, el deseo irrefrenable de los mortales por tener aquello que se les tiene prohibido.- Sin mirarla siquiera, extendió su mano y acarició el contorno del rostro de la chica, resiguiendo pómulo y mandíbula con el dorso de los dedos. -¿Me equivoco?- Inquirió después, ya que a parte del modo en que había entrado en el hostal, hablando de pecado y purga, no tenía más pruebas de los motivos por los que aquel cainita se encontraba en el mismo lugar que ella. La pelirroja conocía bien los pecados, convivía con ellos a diario, y sabía la poderosa atracción que eran capaces de ejercer sobre cualquiera, humano o sobrenatural. Sin embargo, le sorprendió que se negara a beber la sangre de una comida servida en bandeja. Ella era muy sibarita, claro que sus gustos estaban muy encaminados a lo que se encontraba allí, así que intentaba comprender por qué a él parecía repulsarle la idea. -¿Y de qué clase de sangre se alimenta usted, joven vampiro?- Sentía curiosidad y no era alguien que se conformara con verdades a medias. A pesar de no tener prisa y disponer de toda la eternidad para saciar aquellas preguntas que podían surgirle a lo largo de su no vida, de vez en cuando se impacientaba un poco cuando algo lograba llamar su atención más de lo habitual.
-¿Por qué matar si no va a alimentarse?- Preguntó con su habitual tono seductor y atrayente. Era algo inevitable, algo que llevaba consigo de antes de ser robada de su mortalidad con la intención de permanecer hermosa y perfecta para siempre, incluso previo a convertirse en el pecado mismo.
Sacó un banco pañuelo de la manga de su vestido y con éste se limpió los restos de sangre de alrededor de los labios. Lo guardó de nuevo en el mismo sitio y dio un paso en dirección al otro inmortal que observaba al único varón cuyo corazón aún latía de la sala. -Yo vine aquí por lo mismo que usted. Atraída por la lujuria, la depravación, el deseo irrefrenable de los mortales por tener aquello que se les tiene prohibido.- Sin mirarla siquiera, extendió su mano y acarició el contorno del rostro de la chica, resiguiendo pómulo y mandíbula con el dorso de los dedos. -¿Me equivoco?- Inquirió después, ya que a parte del modo en que había entrado en el hostal, hablando de pecado y purga, no tenía más pruebas de los motivos por los que aquel cainita se encontraba en el mismo lugar que ella. La pelirroja conocía bien los pecados, convivía con ellos a diario, y sabía la poderosa atracción que eran capaces de ejercer sobre cualquiera, humano o sobrenatural. Sin embargo, le sorprendió que se negara a beber la sangre de una comida servida en bandeja. Ella era muy sibarita, claro que sus gustos estaban muy encaminados a lo que se encontraba allí, así que intentaba comprender por qué a él parecía repulsarle la idea. -¿Y de qué clase de sangre se alimenta usted, joven vampiro?- Sentía curiosidad y no era alguien que se conformara con verdades a medias. A pesar de no tener prisa y disponer de toda la eternidad para saciar aquellas preguntas que podían surgirle a lo largo de su no vida, de vez en cuando se impacientaba un poco cuando algo lograba llamar su atención más de lo habitual.
-¿Por qué matar si no va a alimentarse?- Preguntó con su habitual tono seductor y atrayente. Era algo inevitable, algo que llevaba consigo de antes de ser robada de su mortalidad con la intención de permanecer hermosa y perfecta para siempre, incluso previo a convertirse en el pecado mismo.
Aegea A. Blackbird- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 03/12/2017
Re: Let the game begin // Privado - Armagedon
- El único alimento que en verdad sacia es la fe. La sangre sólo mantiene mi cuerpo vigoroso. ¿Por qué matar si no es para subsistir? Buena pregunta.- Se acercó a la muchacha y colocó una rodilla sobre el lecho donde la habían atado. Elevó su barbilla y escrutó en aquellos ojos asustados, ausentes por el hechizo de dominación mental y decidió que los pecados de esa desgraciada no merecían la pena de muerte. Despacio desató sus ligaduras, primero una y después la otra.- Los animales matan para subsistir. Los avariciosos matan para saciar su codicia, los envidiosos lo hacen para satisfacer su ansia de poder, los asesinos matan porque la ira los posee. Yo no soy un animal, ni un insensato pecador que corrompe su alma por un trago. Mato porque es la misión que se me ha encomendado, limpiar la tierra de pecados, enviar al tormento eterno a quienes no temen la cólera de Dios.
Soltó del todo a la joven y la tomó de la mano haciendo que se levantara de la cama, tendiéndole la ropa que le faltaba y pasando la mano por su cabello en una única pasada, la única caricia que un monstruo insensible podía otorgar dadas las circunstancias.
- Márchate, aléjate del pecado, dale gracias a Dios por tu efímera vida cada mañana al despertar y quizás no venga a por tu insignificante alma. Recuerda mi rostro, porque es el de la propia Muerte.
La chica salió de la estancia confusa, colocándose bien la camisa y una prenda de abrigo, secándose las lágrimas con las mangas y tambaleándose un poco. Armagedon la siguió con la mirada hasta que se perdió pasillo abajo, luego volvió a fijar sus gélidos ojos en el violador que quedaba.
- ¿Te lo vas a comer? es por acabar rápido, tengo cosas que hacer.
Las facciones del vampiro parecían estar cinceladas en mármol travertino, suaves, definidas, sin imperfecciones que lo harían más humano, menos apabullante. Su expresión era tan hierática, tan falta de emoción, tan calmada, que si no se movía en un buen rato se podría dudar si era en verdad una estatua. Había aprendido con los años que la templanza era una virtud, que el control era un arma, que la fortaleza mental era un escudo. Apenas sufrió frenesí sangriento, controlaba la sed muy bien para tener relativamente pocos años como cainita.
Soltó del todo a la joven y la tomó de la mano haciendo que se levantara de la cama, tendiéndole la ropa que le faltaba y pasando la mano por su cabello en una única pasada, la única caricia que un monstruo insensible podía otorgar dadas las circunstancias.
- Márchate, aléjate del pecado, dale gracias a Dios por tu efímera vida cada mañana al despertar y quizás no venga a por tu insignificante alma. Recuerda mi rostro, porque es el de la propia Muerte.
La chica salió de la estancia confusa, colocándose bien la camisa y una prenda de abrigo, secándose las lágrimas con las mangas y tambaleándose un poco. Armagedon la siguió con la mirada hasta que se perdió pasillo abajo, luego volvió a fijar sus gélidos ojos en el violador que quedaba.
- ¿Te lo vas a comer? es por acabar rápido, tengo cosas que hacer.
Las facciones del vampiro parecían estar cinceladas en mármol travertino, suaves, definidas, sin imperfecciones que lo harían más humano, menos apabullante. Su expresión era tan hierática, tan falta de emoción, tan calmada, que si no se movía en un buen rato se podría dudar si era en verdad una estatua. Había aprendido con los años que la templanza era una virtud, que el control era un arma, que la fortaleza mental era un escudo. Apenas sufrió frenesí sangriento, controlaba la sed muy bien para tener relativamente pocos años como cainita.
Armagedon- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 74
Fecha de inscripción : 12/11/2017
Re: Let the game begin // Privado - Armagedon
Por la manera en que aquel joven hablaba, le recordó a un predicador que conociera siglos atrás en el mismísimo Vaticano, capital del catolicismo, ciudad soberana de la lucha contra los pecadores y el pecado. Aquel hombre promulgaba su fe en Dios como el pobre que reclamaba alimento para sus hijos. Era un verdadero creyente, un devoto del señor. Fue divertido verle sucumbir ante sus encantos, suplicar por su atención, doblegar su espíritu y corromper su mente hasta hacerlo enloquecer. Su alma fue lo último que se llevó tras drenarle toda la sangre. Fue un delicioso bocado difícil de olvidar y que aún pasados casi trescientos años lo recordara, expresaba claramente la huella que aquel manjar había dejado en su exquisito paladar.
Regresó entonces al presente y se centró en lo que le acontecía en aquel preciso momento, el vampiro liberando al postre. Sentía curiosidad, si tanto odio les tenía a los pecadores, ¿por qué liberar a la muchacha? No era culpable de la lujuria que se había arremolinado en el hostal, pero sí estaba llena de celos por una hermana suya, consumida por ellos había salido aquella noche a intentar jugársela, pero había caído en las redes de tres desgraciados y terminado en aquel lugar de poca clase, siendo abusada y castigada por lo que nadie excepto ella y la griega sabían. Ladeó la sonrisa al ver partir a la chica. -¿A caso la envidia no es un pecado capital?- Inquirió como quien tiene dudas sobre una verdad bien conocida, con ese tono hasta irónico, aunque sumamente suave y elegante, como sólo la pelirroja era capaz de expresarse. Y nadie mejor que ella conocía aquel delito, aquellos pensamientos impuros, aquellos sentimientos que, como ácido, quemaban el corazón desde dentro, llenándolo de agujeros hasta que sólo una masa negra y amorfa quedaba moviéndose de manera errática en el centro del pecho. A ella le encanta el olor a podredumbre en el alma, se alimentaba de él, se regocijaba en el perfume del rencor y el color carmesí de la sangre derramaba por obsesión, delirio y celos.
Se aproximó a la única presencia relevante que allí quedaba junto con ella, pasando junto al humano al que con un rápido y sencillo movimiento de muñeca le partió el cuello, situándose, finalmente, al lado del cainita hasta que sus hombros, diestro con diestro, casi se tocaron, como si pretendiera pasar por su lado y el lugar fuera demasiado estrecho, claro que sin ser ese el caso, sino que ella lo había querido así. Giró la cabeza, dejando que sus ojos, ahora rojos por haber ingerido su alimento favorito, se clavaran en los orbes foráneos. -Obviamente, comparado con el hedor que desprendían los tres caballeros que ahora yacen en el suelo, ella no apestaba demasiado, pero estaba llena de pecado, uno que, ni aun habiendo ocurrido lo que ha ocurrido hoy, dejará de crecer, de alimentarse, de propagarse como una plaga hasta invadir cada rincón de su cuerpo.- Ella sabía lo que se decía, era la mejor incitando a ello. Y si los celos no consumían a la joven por su propio peso, ella misma se encargaría de hacerlo, llegado el momento.
Regresó entonces al presente y se centró en lo que le acontecía en aquel preciso momento, el vampiro liberando al postre. Sentía curiosidad, si tanto odio les tenía a los pecadores, ¿por qué liberar a la muchacha? No era culpable de la lujuria que se había arremolinado en el hostal, pero sí estaba llena de celos por una hermana suya, consumida por ellos había salido aquella noche a intentar jugársela, pero había caído en las redes de tres desgraciados y terminado en aquel lugar de poca clase, siendo abusada y castigada por lo que nadie excepto ella y la griega sabían. Ladeó la sonrisa al ver partir a la chica. -¿A caso la envidia no es un pecado capital?- Inquirió como quien tiene dudas sobre una verdad bien conocida, con ese tono hasta irónico, aunque sumamente suave y elegante, como sólo la pelirroja era capaz de expresarse. Y nadie mejor que ella conocía aquel delito, aquellos pensamientos impuros, aquellos sentimientos que, como ácido, quemaban el corazón desde dentro, llenándolo de agujeros hasta que sólo una masa negra y amorfa quedaba moviéndose de manera errática en el centro del pecho. A ella le encanta el olor a podredumbre en el alma, se alimentaba de él, se regocijaba en el perfume del rencor y el color carmesí de la sangre derramaba por obsesión, delirio y celos.
Se aproximó a la única presencia relevante que allí quedaba junto con ella, pasando junto al humano al que con un rápido y sencillo movimiento de muñeca le partió el cuello, situándose, finalmente, al lado del cainita hasta que sus hombros, diestro con diestro, casi se tocaron, como si pretendiera pasar por su lado y el lugar fuera demasiado estrecho, claro que sin ser ese el caso, sino que ella lo había querido así. Giró la cabeza, dejando que sus ojos, ahora rojos por haber ingerido su alimento favorito, se clavaran en los orbes foráneos. -Obviamente, comparado con el hedor que desprendían los tres caballeros que ahora yacen en el suelo, ella no apestaba demasiado, pero estaba llena de pecado, uno que, ni aun habiendo ocurrido lo que ha ocurrido hoy, dejará de crecer, de alimentarse, de propagarse como una plaga hasta invadir cada rincón de su cuerpo.- Ella sabía lo que se decía, era la mejor incitando a ello. Y si los celos no consumían a la joven por su propio peso, ella misma se encargaría de hacerlo, llegado el momento.
Aegea A. Blackbird- Vampiro Clase Alta
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Re: Let the game begin // Privado - Armagedon
El vampiro mantuvo el gesto imperturbable y la postura quieta, seguro de si mismo, plantado en aquella habitación como si fuera el dueño y señor de todo cuanto sus zapatos pudieran pisar. Suyo era el derecho a juzgar a quien quisiera, cuando quisiera y donde quisiera. Suyo el don de la muerte y la sentencia y por ende, también el del perdón. Rara vez dejaba escapar a alguien, pero cuando el olor de la inocencia lo tocaba se descolocaba mucho.
La mujer acabó con el tercer desgraciado y grácil como una pluma pasó pegada a él. Destilaba fatalidad por cada poro de perfecta y muerta piel, se olía a la legua que incitaba con sus cantos de sirena al naufragio total.
- ¿cuántas almas has condenado al pecado? no me malinterpretes, tu trabajo me resulta útil. Todos aquellos que sucumben lo hacen por su propia debilidad, porque la oscuridad anida en su alma en mayor o menor medida. Tú sólo les pones el anzuelo. ¿Cómo te llamas? Yo soy Armagedon.
Dudaba que supiera de él, habían llegado a París recientemente, él y sus hermanos procedían de Roma, pero Guerra ya se había hecho de notar, Deborah siempre acababa siendo conocida y Sashura destacaba por su albina belleza de tal forma que no podía pasar desapercibida. Esa mujer le recordaba mucho a Babilonia, la gran ciudad del pecado en la antigüedad. ¿Por qué? pues porque algo en su sonrisa ladeada, algo en sus curvas, en sus movimientos elegantes y sutiles como los de un áspid, gritaban a cien voces que esa mujer era la maldad en estado puro, la cúspide del pecado, la reina que manejaba los hilos de la depravación.
- Ha caído Babilonia, todas las naciones han bebido del vino del furor de su fornicación; y los reyes de la tierra han fornicado con ella, y los mercaderes de la tierra se han enriquecido de la potencia de sus deleites. Porque dice en su corazón: Yo estoy sentada como reina, y no soy viuda, y no veré llanto. Por lo cual en un solo día vendrán sus plagas; muerte, llanto y hambre, y será quemada con fuego; porque poderoso es Dios el Señor, que la juzga.- Recitó el versículo 18 del Apocalipsis mientras caminaba despacio describiendo una vuelta alrededor de ella, con esa voz calmada y varonil que ostentaba el jinete llamado Muerte. Seguramente ella fuera más antigua y poderosa y no solía meterse con vampiros, o con cualquier ser sobrenatural a menos que lo atacasen a él deliberadamente. Tenía demasiados humanos que exterminar como para meterse en problemas con los demás.- por lo que ven mis ojos, Babilonia no ha caído, la tengo frente a mi. Salgamos.
No esperó respuesta y se encaminó a la escalera del local dándole la espalda. No hablaba con nadie excpeto con sus hermanos, porque normalmente con los que conversaba acababan asesinados de su mano. No tenía "amigos" y aquella mujer le pareció interesante, ya que sus dotes colocaban una diana en la espalda a todos los que con ella cruzaban palabras.
La mujer acabó con el tercer desgraciado y grácil como una pluma pasó pegada a él. Destilaba fatalidad por cada poro de perfecta y muerta piel, se olía a la legua que incitaba con sus cantos de sirena al naufragio total.
- ¿cuántas almas has condenado al pecado? no me malinterpretes, tu trabajo me resulta útil. Todos aquellos que sucumben lo hacen por su propia debilidad, porque la oscuridad anida en su alma en mayor o menor medida. Tú sólo les pones el anzuelo. ¿Cómo te llamas? Yo soy Armagedon.
Dudaba que supiera de él, habían llegado a París recientemente, él y sus hermanos procedían de Roma, pero Guerra ya se había hecho de notar, Deborah siempre acababa siendo conocida y Sashura destacaba por su albina belleza de tal forma que no podía pasar desapercibida. Esa mujer le recordaba mucho a Babilonia, la gran ciudad del pecado en la antigüedad. ¿Por qué? pues porque algo en su sonrisa ladeada, algo en sus curvas, en sus movimientos elegantes y sutiles como los de un áspid, gritaban a cien voces que esa mujer era la maldad en estado puro, la cúspide del pecado, la reina que manejaba los hilos de la depravación.
- Ha caído Babilonia, todas las naciones han bebido del vino del furor de su fornicación; y los reyes de la tierra han fornicado con ella, y los mercaderes de la tierra se han enriquecido de la potencia de sus deleites. Porque dice en su corazón: Yo estoy sentada como reina, y no soy viuda, y no veré llanto. Por lo cual en un solo día vendrán sus plagas; muerte, llanto y hambre, y será quemada con fuego; porque poderoso es Dios el Señor, que la juzga.- Recitó el versículo 18 del Apocalipsis mientras caminaba despacio describiendo una vuelta alrededor de ella, con esa voz calmada y varonil que ostentaba el jinete llamado Muerte. Seguramente ella fuera más antigua y poderosa y no solía meterse con vampiros, o con cualquier ser sobrenatural a menos que lo atacasen a él deliberadamente. Tenía demasiados humanos que exterminar como para meterse en problemas con los demás.- por lo que ven mis ojos, Babilonia no ha caído, la tengo frente a mi. Salgamos.
No esperó respuesta y se encaminó a la escalera del local dándole la espalda. No hablaba con nadie excpeto con sus hermanos, porque normalmente con los que conversaba acababan asesinados de su mano. No tenía "amigos" y aquella mujer le pareció interesante, ya que sus dotes colocaban una diana en la espalda a todos los que con ella cruzaban palabras.
Armagedon- Vampiro Clase Alta
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Re: Let the game begin // Privado - Armagedon
Los iris rojizos de la griega empezaron a aclararse hasta tornarse de un color azul casi cristalino, mas no desapareció la sensación que éstos emitían, ni tampoco desapareció la sonrisa de los labios ya limpios de sangre pero aún visiblemente húmedos y sugerentemente carnosos de la vampiresa. -Llevó tantos años en el mundo como la primera criatura capaz de sentir. Hace millones de años que dejé de contar los seres que sucumbieron ante mí.- Hizo una pausa, dejándole tiempo al contrario para intentar adivinar quién era ella. El nombre ajeno tenía una clara connotación bíblica y la manera en que se expresaba, desde el instante en que cruzó el umbral de aquella estancia, le había delatado como un fiel siervo de Dios, algo poco habitual en los de su raza, cabía mencionar. Pero sumamente interesante y atrayente para el pecado.
Aún no le había dicho cómo se llamaba ella, que la comparó con Babilonia y aquello, la llenó de orgullo. Aquel había sido uno de sus grandes logros y pensar que alguien que no lo había vivido lo rememoraba, casi le hacía pensar que aún tenía un corazón que se aceleraba. -Babilonia nunca caerá, estimado Armagedon. Porque no puede morir lo que no tiene alma y, a su vez, habita en todas ellas.- Hizo un elegante gesto con la mano, invitándole a pasar primero, aunque no supo siquiera si él la vio. Podía verse estirado, pero no era nada respetuoso. La inmortal solía ignorar a los demás, no tenía obligaciones y siempre hacía cuanto se le antojaba. Podría haberse sentado en la cama y aguardar a que viniera alguien para seguir con su fiesta particular. Sin embargo, siempre le causaban curiosidad aquellos que adoraban al “Señor”. Era fascinante descubrir hasta dónde eran capaces de llegar por servir a alguien a quien ni podían ver, ni escuchar. No sólo la humanidad estaba llena de esclavos de la fe, también los había entre los sobrenaturales.
Bajó las escaleras sin prisa alguna, pues poco le importaba si su nuevo acompañante la tenía que esperar abajo, como tampoco le iba a saber mal si, por el contrario, se marchaba sin aguardar por ella. La vida no tenía fin para ella y siempre había algún nuevo ratoncito con el que jugar. Mas al llegar a la calle, comprobó que el cainta seguía allí y, enseguida supo, que él se había interesado por ella también. Fue entonces, y no antes, que reveló su identidad con un rostro casi inexpresivo y su habitual tono de voz sensual. -Soy Envidia, el pecado mismo, encarnado en este cuerpo que llevo utilizando durante casi ochocientos años.- Dentro de ella habitaban los otros seis pecados de manera inevitable, pues unos se engendraban a otros y, especialmente ella, los necesitaba y alentaba a todos a la vez. -Ya he visto que la sangre no es santo de tu devoción, pero ¿te gusta el vino?- Hizo especial hincapié en su referencia religiosa, aunque de manera muy sutil. Le estaba invitando a extender su charla, a trasladarse a otro lugar más apropiado para dos seres como ellos. Obviamente, no estaba acostumbrada al rechazo, pero de ocurrir, seguro que podría sobrellevarlo con elegancia.
Aún no le había dicho cómo se llamaba ella, que la comparó con Babilonia y aquello, la llenó de orgullo. Aquel había sido uno de sus grandes logros y pensar que alguien que no lo había vivido lo rememoraba, casi le hacía pensar que aún tenía un corazón que se aceleraba. -Babilonia nunca caerá, estimado Armagedon. Porque no puede morir lo que no tiene alma y, a su vez, habita en todas ellas.- Hizo un elegante gesto con la mano, invitándole a pasar primero, aunque no supo siquiera si él la vio. Podía verse estirado, pero no era nada respetuoso. La inmortal solía ignorar a los demás, no tenía obligaciones y siempre hacía cuanto se le antojaba. Podría haberse sentado en la cama y aguardar a que viniera alguien para seguir con su fiesta particular. Sin embargo, siempre le causaban curiosidad aquellos que adoraban al “Señor”. Era fascinante descubrir hasta dónde eran capaces de llegar por servir a alguien a quien ni podían ver, ni escuchar. No sólo la humanidad estaba llena de esclavos de la fe, también los había entre los sobrenaturales.
Bajó las escaleras sin prisa alguna, pues poco le importaba si su nuevo acompañante la tenía que esperar abajo, como tampoco le iba a saber mal si, por el contrario, se marchaba sin aguardar por ella. La vida no tenía fin para ella y siempre había algún nuevo ratoncito con el que jugar. Mas al llegar a la calle, comprobó que el cainta seguía allí y, enseguida supo, que él se había interesado por ella también. Fue entonces, y no antes, que reveló su identidad con un rostro casi inexpresivo y su habitual tono de voz sensual. -Soy Envidia, el pecado mismo, encarnado en este cuerpo que llevo utilizando durante casi ochocientos años.- Dentro de ella habitaban los otros seis pecados de manera inevitable, pues unos se engendraban a otros y, especialmente ella, los necesitaba y alentaba a todos a la vez. -Ya he visto que la sangre no es santo de tu devoción, pero ¿te gusta el vino?- Hizo especial hincapié en su referencia religiosa, aunque de manera muy sutil. Le estaba invitando a extender su charla, a trasladarse a otro lugar más apropiado para dos seres como ellos. Obviamente, no estaba acostumbrada al rechazo, pero de ocurrir, seguro que podría sobrellevarlo con elegancia.
Aegea A. Blackbird- Vampiro Clase Alta
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Re: Let the game begin // Privado - Armagedon
Esperó en la fría y calmada noche que esa mujer bajase y se uniera a él en su ronda nocturna. Para ellos comenzaba la jornada, no había hecho más que empezar y era pronto para retirarse, rara vez se sorprendía de lo pecaminoso, ya había visto de todo, los humanos eran una fuente inagotable de pecado. Pero los cainitas aún lo eran más. Posiblemente porque no tenían alma, porque ya estaban condenados, porque su existencia en sí misma era un pecado y un castigo. Los ojos de Armagedon refulgían como zafiros helados en la noche y cuando la pelirroja se acercó, con esa cadencia felina, con la indolencia de quien sabe que lo tiene todo hecho, escuchó sus palabras, aceradas como el viento gélido. Era un pecado, era todos ellos.
- sorpendente. Así que tú eres la mano que mece la cuna. Yo soy Armagedon, el jinete del Apocalipsis llamado Muerte. Mi misión es purgar la tierra de aquellos miserables que no son dignos de heredar el reino de los cielos. Gracias al empujón que les das, sellan su destino y yo ejecuto su sentencia.
No era un vampiro tan centenario como Envidia, pero no se asustaba frente a otros más mayores. Tenía fe en Dios, en sus habilidades y en la protección de sus hermanos y del destino. Si había sido elegido para llevar a cabo esa misión, es porque Dios no permitiría que lo matasen vilmente en un callejón. ¿Vino? Por qué no. En verdad nada saciaba por completo su sed más que la paz que le inundaba cuando conseguía el autocontrol. Bebía sangre pecadora a raudales, mataba sin piedad, aplastaba, trituraba y sajaba como un autómata, sin que esto le produjese más sensación que la borrachera de pecado al entrar en su organismo. Era complicado saber qué le movía, que le gustaba a Armagedon, si es que algo le gustaba. Parecía estar hecho de roca estanca, de esa que no se puede atravesar con nada,de esa que no se puede mover ni erpsionar, fabricada para soportar el paso tiempo inexorable sin ceder un ápice.
- decide tú el sitio.- Porque él no tenía preferencias, no se ataba a lo mundano, a los placeres, a aquello que pudiera considerarse "favorito". mientras caminaban se metió las manos en los bolsillos reflexionando.- Tu les tientas, como el diablo tentó a Jesús en el desierto. Y cuando fallan, porque son impuros, es cuando yo debo actuar. Podrías resultarme útil.- Desde luego, era todo un caballero.No acotumbraba a mentir, eso era pecado, así que decía las cosas con la simpleza que su significado les otorgaba.- Me facilitarías el trabajo. No es que me cuesta encontrar pecadores, pero a veces tengo que seleccionar el trigo de la paja, y contigo evitaría perder tiempo.
Nada de "¿y qué haces el viernes? ¿te vendría bien quedar?" directo al grano, sin florituras ni pérdidas de tiempo. ¿Qué otro interés podría tener en ella si no? ninguno. Si quería beber vino, podía comprarlo en cualquier bodega, y si quisiera compañía, no tendría más que pasear por cualquier local para obtenerla. Se detuvieron donde Envidia quiso parar su rumbo y entraron al local. Por la mente del cainita se paseaba la idea de que Envidia tentase a Garion, su primo, el inquisidor que iba tras sus pasos y al cual Guerra quería matar de forma desordenada e insensata. Las casualidades no existían y Dios la había puesto en su camino, trataría de aprovechar esa ventaja a ser posible.
- sorpendente. Así que tú eres la mano que mece la cuna. Yo soy Armagedon, el jinete del Apocalipsis llamado Muerte. Mi misión es purgar la tierra de aquellos miserables que no son dignos de heredar el reino de los cielos. Gracias al empujón que les das, sellan su destino y yo ejecuto su sentencia.
No era un vampiro tan centenario como Envidia, pero no se asustaba frente a otros más mayores. Tenía fe en Dios, en sus habilidades y en la protección de sus hermanos y del destino. Si había sido elegido para llevar a cabo esa misión, es porque Dios no permitiría que lo matasen vilmente en un callejón. ¿Vino? Por qué no. En verdad nada saciaba por completo su sed más que la paz que le inundaba cuando conseguía el autocontrol. Bebía sangre pecadora a raudales, mataba sin piedad, aplastaba, trituraba y sajaba como un autómata, sin que esto le produjese más sensación que la borrachera de pecado al entrar en su organismo. Era complicado saber qué le movía, que le gustaba a Armagedon, si es que algo le gustaba. Parecía estar hecho de roca estanca, de esa que no se puede atravesar con nada,de esa que no se puede mover ni erpsionar, fabricada para soportar el paso tiempo inexorable sin ceder un ápice.
- decide tú el sitio.- Porque él no tenía preferencias, no se ataba a lo mundano, a los placeres, a aquello que pudiera considerarse "favorito". mientras caminaban se metió las manos en los bolsillos reflexionando.- Tu les tientas, como el diablo tentó a Jesús en el desierto. Y cuando fallan, porque son impuros, es cuando yo debo actuar. Podrías resultarme útil.- Desde luego, era todo un caballero.No acotumbraba a mentir, eso era pecado, así que decía las cosas con la simpleza que su significado les otorgaba.- Me facilitarías el trabajo. No es que me cuesta encontrar pecadores, pero a veces tengo que seleccionar el trigo de la paja, y contigo evitaría perder tiempo.
Nada de "¿y qué haces el viernes? ¿te vendría bien quedar?" directo al grano, sin florituras ni pérdidas de tiempo. ¿Qué otro interés podría tener en ella si no? ninguno. Si quería beber vino, podía comprarlo en cualquier bodega, y si quisiera compañía, no tendría más que pasear por cualquier local para obtenerla. Se detuvieron donde Envidia quiso parar su rumbo y entraron al local. Por la mente del cainita se paseaba la idea de que Envidia tentase a Garion, su primo, el inquisidor que iba tras sus pasos y al cual Guerra quería matar de forma desordenada e insensata. Las casualidades no existían y Dios la había puesto en su camino, trataría de aprovechar esa ventaja a ser posible.
Armagedon- Vampiro Clase Alta
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Re: Let the game begin // Privado - Armagedon
Una efímera sonrisa asomó a los labios de la pelirroja cuando escuchó el modo en que se refería a ella. Estaba claro que hacía mucho más que mecer la cuna y el resto de pecados lo sabían. Encarnada no era la mayor de ellos, pues Avaricia, Lujuria y Soberbia la superaban en años, pero como ente inerte, como vicio, maldad, vileza… Se les llamaba de tantas maneras que había perdido la cuenta. Pero como tal, como pecado capital, ella era la más antigua de todos, la que los vio nacer de sus entrañas etéreas y los ayudó a crecer y propagarse como plagas por el mundo. -¿Eres uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis? Vaya, siempre creí que sólo era una amenaza vacía más de Dios.- No hizo mención a su nula creencia en una única deidad, ella había conocido tantas religiones que la idea de un dios único le resultaba risible. Si había cuatro jinetes, siete pecados y cinco continentes. Un solo creador era poco creíble.
Tal y como él le indicó, ella fue la que dirigió los pasos de su caminata. Lo primero que hizo fue salir del barrio en el que se encontraban y se dirigió a uno con algo más de poder adquisitivo, aunque tampoco llegaron al más rico. Buscaba cierta clase, pero que no faltaran pecadores de los que a ella le gustaban. En las clases altas abusaban mucho de la avaricia y la soberbia, pero había poca ira y aún menos pereza. En la variedad estaba el gusto y la griega lo sabía a la perfección. -Ya deberías saber que no hace falta que el empujón sea muy fuerte para que caigan. Los humanos son débiles por naturaleza y están rodeados de pecado. Yo sólo necesito pestañear y se arrodillan suplicando por más.-
En cuanto llegaron al local, esperó a que uno de los hombres que había junto a la puerta, riendo a carcajadas, chocando jarras y casi dándose golpes en los pechos, la mirara y embobado le abriera la puerta. Llevaba siglos sin hacer ese gesto, no empezaría aquella noche cuando, encima, tenía compañía. Pasaron al interior y se sentaron a una mesa. Enseguida las atendió una mesera que observaba atónita a los dos cainitas que tenía allí. Los dos eran atractivos y rezumaban poder. Atraían todas las miradas, pues no estaban acostumbrados a toparse con parejas tan llamativas. Y aunque sólo estuviera uno de ellos, seguro que el número de ojos clavados en ellos no disminuiría. -Yo quiero una copa de vino tinto. Del mejor que tengáis.- Puntualizó, pues sabía que de no hacerlo, con lo descolocados que estaban todos en ese local, capaz le traían el de la casa sin pensar. Dejó que su contraparte pidiera lo que quisiera y en cuanto les dejaron a solas de nuevo, clavó sus ojos azules en los helados de Armagedon. -Cuéntame, querido. ¿Qué es lo que pasa por esa cabeza?- De nuevo apareció aquella sonrisa ladina y pérfida, la mueca del diablo que más sabe por diablo que por viejo. -¿Seguro que sólo deseas seleccionar el trigo de la paja?- Ella tenía claro que no era sólo eso, pues como cainita, el orgullo venía implícito, incluso para uno que parecía tan estirado como el que tenía sentado delante. Si tenía a tres jinetes más de su parte, ¿para qué pedir ayuda externa? Algo tramaba, alguna idea rondaba su mente. Y Envidia, por extraño que pareciera, estaba intrigada.
Tal y como él le indicó, ella fue la que dirigió los pasos de su caminata. Lo primero que hizo fue salir del barrio en el que se encontraban y se dirigió a uno con algo más de poder adquisitivo, aunque tampoco llegaron al más rico. Buscaba cierta clase, pero que no faltaran pecadores de los que a ella le gustaban. En las clases altas abusaban mucho de la avaricia y la soberbia, pero había poca ira y aún menos pereza. En la variedad estaba el gusto y la griega lo sabía a la perfección. -Ya deberías saber que no hace falta que el empujón sea muy fuerte para que caigan. Los humanos son débiles por naturaleza y están rodeados de pecado. Yo sólo necesito pestañear y se arrodillan suplicando por más.-
En cuanto llegaron al local, esperó a que uno de los hombres que había junto a la puerta, riendo a carcajadas, chocando jarras y casi dándose golpes en los pechos, la mirara y embobado le abriera la puerta. Llevaba siglos sin hacer ese gesto, no empezaría aquella noche cuando, encima, tenía compañía. Pasaron al interior y se sentaron a una mesa. Enseguida las atendió una mesera que observaba atónita a los dos cainitas que tenía allí. Los dos eran atractivos y rezumaban poder. Atraían todas las miradas, pues no estaban acostumbrados a toparse con parejas tan llamativas. Y aunque sólo estuviera uno de ellos, seguro que el número de ojos clavados en ellos no disminuiría. -Yo quiero una copa de vino tinto. Del mejor que tengáis.- Puntualizó, pues sabía que de no hacerlo, con lo descolocados que estaban todos en ese local, capaz le traían el de la casa sin pensar. Dejó que su contraparte pidiera lo que quisiera y en cuanto les dejaron a solas de nuevo, clavó sus ojos azules en los helados de Armagedon. -Cuéntame, querido. ¿Qué es lo que pasa por esa cabeza?- De nuevo apareció aquella sonrisa ladina y pérfida, la mueca del diablo que más sabe por diablo que por viejo. -¿Seguro que sólo deseas seleccionar el trigo de la paja?- Ella tenía claro que no era sólo eso, pues como cainita, el orgullo venía implícito, incluso para uno que parecía tan estirado como el que tenía sentado delante. Si tenía a tres jinetes más de su parte, ¿para qué pedir ayuda externa? Algo tramaba, alguna idea rondaba su mente. Y Envidia, por extraño que pareciera, estaba intrigada.
Aegea A. Blackbird- Vampiro Clase Alta
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