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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Claude Babin Mar Mar 27, 2018 4:33 pm

Las noches para Claude empezaban en el trabajo. Jamás se perdía una puesta de sol pues trabajaba de lunes a domingo en el puerto, cargando sacos, cajas y otros objetos que ni se molestaban en embalar, del muelle a los barcos y a la inversa. Era una labor agotadora, especialmente para una muchacha que fingía ser un varón, delgada como un fideo y escurridiza como un ratón. Pero aunque se dejara los riñones todos los días, la paga que recibía ayudaba a que todos tuvieran comida que llevarse al estómago cada día en su casa. Y para “El ratón de circo”, apodo que se había ganado por sus dotes acrobáticos y su facilidad para arrancar sonrisas, la familia era lo más importante.

Era jueves y Rufus, el perro que tenía el propietario del muelle sur para vigilar los cargamentos, estaba babeando de más, seguramente porque a escasos metros de donde él permanecía sentado y, supuestamente, alerta, se encontraba Hale, uno de los porteadores, aprovechando su descanso de cinco minutos para comerse un trozo de pan con queso. Claude, subida sobre una de las cajas, acuclillada, cogió impulso y saltó sobre las espaldas del hombre que, desprevenido, le daba otro mordisco a su hogaza. -¡Te pillé! ¿Cómo osas traer cena y no compartir con los demás?- Le acusó entre risas, obviamente bromeando con él y de inmediato se bajó de un brinco hacia atrás, liberando a su amigo. -Como te descuides, Rufus intentará robarte el queso y, seguramente, hasta la mano.- Sonrió ampliamente, mostrando todos los dientes. No los tenía mal para la vida que llevaba, al contrario, se veían bastante blancos y bonitos, pero le faltaba el canino derecho que había perdido cuando era una niña y estaba jugando. Estaban pasándolo bien en la breve pausa que se les permitía cuando, sin previo aviso, apareció el Sr. Hudgens, el dueño del negocio, el que pagaba el salario de todos y les gruñó por estar divirtiéndose en el lugar de trabajo. -No se amargue, señor, que sólo se vive una vez y hay que aprovechar los descansos para reponer fuerzas.- Le sacó la lengua en un gesto infantil, antes de salir por patas a ayudar con el siguiente cargamento. La muchacha no solía callarse lo que pensaba, pero a pesar de lo suelta que podía tener la lengua, no era ninguna insensata. Hudgens no era ningún santo que ofreciera empleo a los necesitados, sino un explotador que se aprovechaba desesperación de otros para contratar esclavos sin grilletes ni problemas de papeleos. Claude no se quejaba, porque le había costado mucho encontrar dónde la contrataran. No sólo parecía ser más joven de lo que era cuando mentía al decir ser un chico, sino que además estaba muy flaca y eso echaba para atrás a los propietarios de los negocios, pensando que no tendría fuerza. Mas ella sacaba toda su energía, que no era precisamente poca, y la transformaba para estar a la altura del resto de sus compañeros. Tal vez fuera un poco más lenta, pero lo compensaba siento más cuidadosa y meticulosa, por lo que solían ponerla a tratar con las cargas delicadas y frágiles. No había pluses por riesgo ni nada similar, pero se les pagaba en metálico al final de cada jornada laboral.

El turno era de ocho horas, empezaban a las siete de la tarde y terminaban a las tres de la madrugada, lo que le dejaba dos horas de descanso al ratón, antes de que empezara su otro trabajo como repartidor de periódicos desde las cinco de la madrugada hasta las seis y media. Esa labor le gusta, porque podía ir en celerífero prestado y eso le encantaba. Así que mientras andaba de un lado a otro cargando cajas, soñaba despierta con, algún día, poder comprarle un aparato de esos a su hermano.


Última edición por Claude Babin el Miér Mar 28, 2018 12:18 pm, editado 2 veces
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Mensaje por Armagedon Miér Mar 28, 2018 1:58 am

"Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia;
porque la vida del hombre no consiste
en la abundancia de los bienes que posee." Lucas 12-15



Todos los pecados eran aborrecibles; el perezoso que se abandonaba a su desidia mientras otros cargaban con el doble de trabajo por su culpa, el que por gula engordaba su panza mientras otros morían de hambre, el envidioso que ponía el ojo en la vida ajena, el lujurioso y el iracundo que no podían contener sus más bajos instintos...etc Pero la avaricia y la soberbia le asqueaban en cuanto a que eran pecados de los que uno era consciente de su mal, es decir, que a pesar de que las consecuencias a priori de eses pecados pareciesen menores, eran más fáciles de controlar mediante la voluntad y sin embargo no lo hacían. Los humanos habían sido dotados de una naturaleza vil que perdía el control en un acceso de ira o de lujuria. Mas la avaricia y la soberbia necesitaban de cierto intelecto, y un humano con algo de seso y raciocinio debería ser temeroso de dios y controlar sus tendencias. Un hombre podía tener un acceso de ira una vez en su vida y pagar las consecuencias de un sólo pecado, acabar en la cárcel o llevarse la peor parte muriendo en una pelea. Sn embargo el codicioso y el soberbio lo eran todos los días, a todas horas, con todo el mundo.

A veces se hastiaba de matar asesinos, buscapleitos, violadores o drogadictos y le gustaba dar caza a algún soberbio o un codicioso. Normalmente hasta iban de la mano ambos pecados y en este caso era así. Esa noche bajó al puerto, Envidia le había dado un par de nombres, empresarios que explotaban a sus trabajadores como negreros, gentuza que miraba por encima del hombre a aquellos cuyo único error había sido nacer pobres. Tenía los nombres memorizados en su particular lista negra, y como si de San Martín se tratase, iba a llevarles la muerte a esos cerdos.

A veces se preguntaba si tanta sangre pecadora le podría provocar algun daño a su organismo, pero era curioso cómo pasadas las horas se desvanecían los efectos de las drogas, la ira o la lujuria. Además Armagedon tenía un extraordinario autocontrol, algo que conseguía con su férreo carácter, su disciplina, su oración y su vida meticulosamente ordenada y planificada.

Entró en las oficinas de aquella nave de mercancías y encontró a tres hombres gruesos que apestaban a alcohol, tabaco, dinero y codicia. Sabía que muchas familias lo pasaban mal por su culpa, en concreto una cuyo cabeza había perecido en una accidente por las malas condiciones de trabajo, dejando seis niños huérfanos que irremediablemente caerían en manos de la mala vida y el pecado para sobrevivir y eso le revolvía las entrañas. Los adultos podían elegir su camino, pero un niño de tres años no tenía conciencia del pecado, y aunque seguía sin saber cuándo una persona era lo suficientemente consciente de su tendencia pecaminosa como para poder considerarla pecadora, sabía que un niño pequeño no lo era. Se lo tomó con calma, primero uno, después el otro y finalmente el pez gordo al que desangró hasta bañarse en su sangre repleta de soberbia, lujuria y avaricia, sobre todo avaricia. Le entraron náuseas, pero las controló, demasiada avaricia le producía ese efecto, ya que Armagedon no ansiaba nada material. Quizás su propio pecado fuera la soberbia, pero ninguno más.

Tambaleándose por el atracón, se perdió en un callejón, el gordo había sido una sorpresa, excepto la ira, contenía todos los pecados en su persona y estaba algo mareado, porque los otros dos no se quedaban cortos. Apoyó una mano en la pared y notó el bocado de sangre ascender por el esófago y acudir hasta su boca. Vomitó un charco de sangre en el suelo, sí, definitivamente no necesitaba tanta para que su organismo funcionara y esa combinación de pecados le estaban sentando realmente mal.


- Guárdame, oh Dios, como a la niña de tus ojos, escóndeme bajo tus alas porque en ti he confiado - recitó un fragmento del Salmo 17 mientras le sobrevenía otra náusea y vomitaba otra bocanada de sangre. Odiaba vomitar, se sentía débil y le temblaban un poco las piernas.

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Mensaje por Claude Babin Miér Mar 28, 2018 12:32 pm

Una vez terminado su turno en los muelles y tras despedirse de su compañeros, Claude se acercó a Rufus y le dejó un pequeño trozo de pan duro que había encontrado en el suelo cerca de la oficina del señor Hudgens. -Toma, grandullón, pero no se lo cuentes a nadie, ¿vale? Será nuestro secreto.- Le guiñó el ojo al animal, que ya no le hacía caso alguno, demasiado ocupado en babear la hogaza para reblandecerla y así poder comérsela. Le dio unos suaves golpecitos en la cabeza al can y se levantó, pues se había acuclillado antes para ofrecerle el regalo a su amigo peludo. Se arregló la bufanda que llevaba al cuello y emprendió el paseo de cada noche.

Tenía dos horas hasta tener que presentarse en la caseta de los periódicos, así que siempre disfrutaba de una lenta y agradable caminata a la fresca. Mas aquella noche, cuando cruzaba por una de las habituales callejuelas de su ruta, pudo ver a una silueta que se recargaba contra el muro y, por los sonidos que escuchaba, soltaba una buena vomitona. Primero pensó que estaría ebrio, algo muy habitual dadas las horas que eran y la zona en la que se encontraban, pero ella no tenía miedo y a veces era un poco testaruda, además de ser una muchacha de costumbres y rutinas, así que cambiar su recorrido habitual no le apetecía. Decidió pasar junto al individuo como si no ocurriera nada, pero al cruzarse con él pudo ver que lo que echaba no era alcohol ni comida, sino sangre. -¡Dios mío! ¿Se encuentra usted bien?- La chica posó una mano en la espalda del desconocido, tomándose, tal vez, demasiadas confianzas, pero fue un acto reflejo, la misma actitud que tendría hacia un familiar o allegado al preocuparse por él al verle en tan mal estado. -¿Qué tiene una úlcera? Eso le ocurre a Monsieur Ferrand, el vecino de la calle Paladen. Mi madre dice que salen por el estrés… ¿Qué está usted estresado?- Le dio suaves friegas como si intentara consolarlo, sin saber realmente si tal acto serviría de algo. Le miró mejor la cara y se sorprendió al ver su aspecto. -Vaya, es muy joven para tener una úlcera sangrante… Debería ir al hospital, aunque será difícil que a estas horas le atiendan.-

Miró a ambos lados en diversas ocasiones y al final cogió del brazo al hombre y tiró de él para que se moviera, aunque no parecía muy colaborador. -Venga, será mejor que se siente un rato. Si lo desea, yo puedo traerle agua, tal vez eso calme su… ¿estómago? O apague el ardor que debe estar sintiendo ahora mismo en la garganta…- Hizo una mueca, tocándose el cuello al imaginar cómo debía ser que se encendiera un fuego dentro de la boca. Miró de soslayo el gran charco rojizo del suelo y arrugó la nariz con desagrado. -Si todo eso es suyo, yo de usted me preocuparía y mucho...- Alzó la vista, buscando los ojos claros que parecía tener el desconocido. -No sé si es usted mudo o si se encuentra tan mal que no puede ni responder, pero al menos asienta o pestañee o algo para que nos entendamos, ¿le parece? Dos parpadeos para no y uno para sí.- Decidió Claude.
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Mensaje por Armagedon Jue Mar 29, 2018 3:30 am

La vomitona lo había mareado más de lo que cabría esperar, la codicia era un pecado asqueroso y que sabía mal, Armagedon no estaba apegado a nada material ni siquiera a algo físico, sólo a sus hermanos, y por eso el ansia de poseer dinero hasta corromperse le sentaba como un tiro en sus venas. Boqueó como un pez, tomando un aire que no necesitaba para respirar, cuando sintió el brazo de alguien sobre su espalda frotándole como quien reconforta a un niño enfermo y le costó un poco reaccionar.

Elevó los ojos, de ese profundo azul hielo para encontrarse con lo de un chico, o una chica, no estaba seguro de qué era. ¿Le estaba ayudando? Su voz sonaba conciliadora y le estaba preguntando si se encontraba bien. Iba a contestarle que obviamente no, que el charco de sangre bajo sus pies hablaba por sí solo, pero entonces aquella pequeña y desgarbada bola de carne humana empezó a disparar palabras a toda velocidad y el vampiro se quedó con cara de poker, incapaz de reaccionar a tal verborrea.

¿Que si tenía úlcera? ¿que si estaba estresado? ¿quién narices era Monsieur Ferrand? ¿el hospital…? ¿agua? ¡Dios, no!…¿un pestañeo sí dos no?…¿qué…?

De pronto estaba sentado en la acera con un brazo sobre sus hombros y aquellos ojos vivarachos moviéndose sin cesar al ritmo de esos labios que no dejaban de sacar palabras. La cabeza aún le daba vueltas porque uno de los capataces iba hasta el culo de whisky, se sumaba a los más de quince pecados que había ingerido de golpe, y su habitual estado de calma zen acababa de desaparecer en veinte segundos.

Elevó la mano con la palma abierta en un claro gesto de “para, detente”, su rostro mostraba una combinación extraña de desconcierto y náuseas.


-estoy bien.- ¿En serio Armagedon? ¿bien? bueno, lo que en verdad quería decir es que no se iba a morir por esto, pero no se sentía con fuerzas de echarle el discurso de que él era la Muerte y bla bla.

Arrugó la cara frunciendo el ceño y cerrando los ojos con fuerza en un claro intento de deshacerse de la nebulosa que flotaba en su cabeza y adormecía sus sentidos. Se pasó la manga de la camisa por la boca limpiando la sangre, porque aunque no le importaba mucho que alguien lo viera cubierto de ésta, era mejor mantener la mascarada y ser prácticos, los cazadores y la inquisición les seguían los pasos y prefería no tener que detener su misión divina de aniquilación por tener que ocuparse de esos problemas.

Observó los gestos faciales del buen samaritano que se había detenido a ayudarle, ¿o era una mujer? No podía estar seguro. Normalmente la caridad o la piedad era algo que no tenían con él, básicamente porque cuando él hacía acto de presencia, volaban las tripas y todo se teñía de rojo, así que no estaba acostumbrado a ese sentimiento. ¿Cómo podía moverse tan rápido un ceja? ¿cómo podía darle tiempo a sonreír de medio lado cuando no paraba de parlotear?


-¿quién eres?.- su voz trató de atajar por unos segundos la avalancha de palabras que le había caído encima mientras recomponía su cabeza, necesitaba encontrar de nuevo la calma pero ese humano que parecía un ratón corriendo en una rueda, no se lo permitía con tanto furor verborreico.
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Mensaje por Claude Babin Jue Mar 29, 2018 7:19 am

Tras conseguir arrastrar al desconocido hasta una zona con algo de corriente de aire, le hizo sentar en la acera, momento en que aprovechó para salir corriendo al pozo de la plaza. Buscó a su alrededor algo con lo que poder contener agua, lo limpió bien de polvo, lo aclaró y lo llenó, regresando luego junto a hombre que seguía sentado y oscilando de un lado a otro como si acabara de bajarse de un barco. -Tome, beba un poco de agua, está fresca.- Le ofreció el cuenco, mas éste no lo llegó a coger. -¿Cree que le sentará mal? Lo cierto es que no presté mucha atención cuando mi madre me contó qué era lo que tomaba Monsieur Ferrand para que no le doliera la úlcera… Pero ahora está mejor. Lástima que no le pueda ir a preguntar, porque a estas horas duerme, claro, él ya está mayor y su trabajo es muy cansado, así que antes de que se ponga el sol ya está roncando. De hecho, a veces paso frente a su casa de camino al puerto y noto cómo retumban las paredes.- Rio al recordarlo, dando más friegas a la espalda del desconocido que aún parecía descolocado. -¿Seguro que no es usted sordo además de mudo?- Inquirió, justo antes de que la mano ajena se alzara. Al fin una reacción. -¡Dime!- Contestó entusiasmada, sonriendo ampliamente cuando le respondió que estaba bien, aunque no las tenía todas consigo de que eso fuera cierto. Le observó, durante unos segundos en silencio, hasta que le vio limpiarse los restos de sangre de los labios con la manga de la camisa. -Pero hombre, ¡no haga eso! ¿No ve que su camisa está más sucia que su boca? Tenga, use esto.- Se desenrolló la bufanda del cuello y se la tendió, esperando que le sirviera.
 
La sonrisa no desapareció del rostro de la chica mientras el hombre seguía algo atolondrado y excesivamente callado. Hasta que de pronto cayó en algo. -¿Es la primera vez que le ocurre? ¿Está asustado?- Ladeó la cabeza como lo haría un animal curioso y algo preocupado. Su semblante acompañó al gesto, apretando un poco los labios. -Es cierto, disculpe por no haberme presentado. Soy Claude Babin, trabajo en los muelles y repartiendo periódicos. Justo le encontré durante mi cambio de turno entre una labor y otra…- Le tendió la mano como saludaría un varón y esperó a ver si el contrario se la estrechaba. -¿Y podría conocer yo su nombre? Lo cierto es que por sus facciones no parece usted muy francés… Aunque de unos años para aquí, mi padre dice que han inmigrado de muchos países. Además, uno es de allí donde se sienta como en casa, ¿verdad?- Rasgó un poco sus ojos al sonreír de nuevo, sin erguir aún la cabeza que seguía medio inclinada hacia la izquierda. -Mi hogar, por ejemplo, está donde está mi familia. Sin importar que sea aquí en París o en alguna ciudad perdida de la India. Como tampoco importa que sea entre cuatro paredes y acurrucados todos juntos debajo de un puente.- Rio ante su comentario, aunque no bromeaba, ella lo creía bien cierto.
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Mensaje por Armagedon Dom Abr 01, 2018 3:18 pm

Un paralizado Armagedon la escuchaba con los tímpanos martilleando como si en lugar de unos huesecillos minúsculos tuviera un troll tocando el tambor en ellos, pues sus sentidos estaban más desarrollados y drogado hasta las trancas de tanto pecado, aún estaba más excaerbado todo.

Seguía sus gestos nerviosos, vivaracha como como un caniche de circo o una ardilla voladora. Recordaba las palabras calmadas de su padre, las del Padre Piero cuando se acercaba a la iglesia a escuchar el rosario de maitines antes de ser convertido, esas palabras salmodiadas en oración llenaban su alma de tranquilidad, de quietud, como para algunas personas el ronroneo de un gato o el rumor de las olas. Pero aquel torrente de palabras hacía incursión directa en su cerebro como si fueran balas.

Le tendió su propio pañuelo y el vampiro se quedó sujetándolo con una expresión indescifrable, como si en la mano le hubiera dejado un criptex en vez de una simple pañuelo. ¿Qué se suponía que debía hacer con él?. Por fin consiguió reaccionar al huracán Claude.


- No estoy asustado, la sangre no es mía, eres tú quien debería asustarse porqu...-
pero entonces cuando iba a soltarle su discurso de que era el jinete de la Muerte, comenzó de nuevo a hablar de su familia y el vampiro frunció medio ceño, porque no sabía si gruñirle como hacía Guerra cuando algo le molestaba, estallar en carcajadas por lo absurdo de la situación, o simplemente ignorarla y seguir su camino. De alguna manera se enfurruñó, porque estaba hablando y Claude le había interrumpido con esa fuerza arrolladora y él solía ser el que imponía los tiempos y hacía que los demás se cagasen de miedo. Tenía la mano cerca de la nariz y hasta ella le llegaba el sutil aroma de hogar que había descrito, a pesar de su baja condición olía a jabón común y a pan. Con gesto brusco le devolvió el pañuelo.

-Armagedon. No soy de por aquí, soy de Roma y si no te callas te arrancaré la lengua.-
Miró con expresión cabreada a esa ínfima porción de persona humana y de pronto abrió los ojos exageradamente con expresión de desconcierto. ¿Ira? ¿Había sido presa de la Ira? ¡Él no podía pecar de Ira ni de Soberbia! debía ser la sangre pecadora en sus venas haciendo estragos. Eso estaba muy mal, debía hacer penitencia, él era puro, los pecados no le alcanzaban y así debía seguir.

- eeeeehm... Lo siento, te pido perdón por mis palabras. No debería hablar la Ira por mi.- no servía sólo con que se arrepintiera, necesitaba que le concediera su perdón. Consiguió levantarse y entonces quedó de manifiesto de nuevo que le sacaba más de una cabeza y un cuerpo, agarró el agua que le tendía y se enjuagó la boca escupiendo a un lado. La miró intensamente. ¿Y bien? ¿a qué esperaba? tenía que decirle que lo perdonaba o entonces tendría que ir a confesarse y amanecería pronto, y no sería posible.
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Mensaje por Claude Babin Dom Abr 01, 2018 5:15 pm

Ladeó la cabeza como un cachorro curioso al escuchar al desconocido hablar. Al parecer se había animado a decir más de dos palabras y eso a Claude le pareció una buena señal después de toda la sangre que le había visto vomitar en el callejón. -¿No es suya la sangre? ¿Se ha comido una vaca cruda o qué?- Ni por asomo pensó en una posibilidad como la que se asemejaba a la realidad, pues la muchacha no tenía ni la menor idea de la existencia de seres sobrenaturales en el mundo. Vivía en un barrio pobre, pero muy acogedor, allí no había vagabundo desconocido ni prostituta sin familia, así que para los vampiros que buscaban calmar la sed, se suscitarían demasiadas sospechas de desaparecer alguien. La comunidad en la que habitaba la chica era casi como un pueblo pequeño en el que todos eran amigos y hermanos, se ayudaban como podían, hacían trueques para sobrevivir al invierno, a la enfermedad y la hambruna. Eran todos como una gran familia unida.
 
La curiosidad crecía constantemente en Claudette que siempre había tenido una innata necesidad por investigar los sucesos inexplicables, conocer a personas que se negaban a abrirse a los demás e incluso por explorar casas y naves industriales abandonadas. Le encantaba guardar secretos, pero antes debía descubrirlos. Iba a preguntar, cuando de pronto el joven le contestó con la voz seria y en un tono algo tajante, cosa que la chica no se tomó a pecho, al contrario, lo achacó al malestar en el que se debía ver sumido el pobre hombre enfermo. -¿Armagedon? Es un nombre muy curioso, jamás había oído de nadie que se llamara de ese modo… ¿Son sus padres muy religiosos?- A Babin no le parecía un nombre muy adecuado, pero ella no era quién para juzgar las elecciones de aquellos que bautizaban a sus seres queridos, así que no hizo hincapié en su opinión, sino que preguntó con inocente interés. ¿Es usted de Roma? Roma es amor al revés, ¿lo sabía? Yo lo descubrí hace unos años cuando me lo dijo mi madre. Dijo que por eso es la ciudad de los enamorados y que aquellos que viven allí, son dichosos y afortunados en el querer. Claro que mis padres se criaron aquí en París y yo creo que son la pareja más feliz del mundo.- Hizo un gesto con los brazos al intenta abarcar todo lo posible, acompañando sus palabras al generalizar y medir cuán felices eran aquellos que la habían criado con cariño y afecto desmesurados.
 
Estaba sonriendo cuando el que se había presentado como Armagedon, se disculpó por su actitud y la muchacha negó, aspeando una mano en el aire, mientras con la otra volvía a envolverse el cuello con la bufanda, ya que el hombre no había querido usarla. -No tiene nada por lo que pedir perdón. Todos somos humanos y como tales, nos dejamos llevar a veces por los sentimientos y usted no se encuentra bien… Es normal que se vea más afectado por la negatividad.- Sonrió una vez más al ver que se enjuagaba la boca con el agua que le había ofrecido y se levantó casi de un salto para quedar de pie junto al contrario. -¿Por qué no viene a casa conmigo? Podría dejarle algo de ropa limpia de mi padre. No creo que sea adecuado que se pasee cubierto de sangre por la ciudad a estas horas de la noche… La policía podría pensar que ha asesinado usted a alguien.- Comentó de manera que se denotaba clara broma a pesar de ser un tema delicado. Era una joven con tacto a pesar de su alocada personalidad y sabía que con los “muertos” no se jugaba.
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Mensaje por Armagedon Lun Abr 02, 2018 5:41 pm

Una vaca habría estado mejor que esos desgraciados, que sabían a corrupción, a maldad y a todas las cosas que hacían del mundo un lugar infrahumano. Pero por desgracia, no, no podía elegir su menú. Ahora que lo pensaba, era bastante triste no poder concederse ni un capricho. Los humanos podían comer sobras o deleitarse con un dulce, pero él sólo podía alimentarse de pecadores, una dieta muy restrictiva. Aunque ahora que lo pensaba, no le apetecía saber qué sabor tenía un bebé.

- ¿Una vaca cruda? pues... en realidad no, fueron tres ho...- frunció el ceño sin acabar la frase porque aquella criatura había empezado a hablar de otra cosa sin apenas respirar.- ¿Amor? En Roma no todo el mundo es feliz...¿qué? yo...no soy negativo... es que no...- como se había puesto en pie y Claude no paraba de parlotear la arrinconó contra una pared pegando un manotazo sobre ésta y fijando sus ojos de color hielo en los de la muchacha, el muchacho...lo que fuera.- ¡¡No soy humano!!.- ¿Había levantado la voz? ¡Por los clavos de Cristo! hacía años que no levantaba la voz, y en menos de dos minutos había sido abrasado por la Ira y perdido el control gritando.

Aún estaba procesando lo que le acababa de decir. ¿Lo invitaba a su casa? ¿estaba loca? ¿para qué querría alguien abrirle las puertas de su hogar a la mismísima muerte? Apretó los ojos con fuerza y resopló tratando de calmarse. Si la policía lo encontraba ¿qué iba a hacerle? suplicar? pedirle clemencia? Claude no sabía dónde se metía hablando con el cainita más entregado al asunto del homicidio controlado. Le hizo un gesto con el dedo sobre sus labios en señal de guardar silencio.


- Mañana. Aquí. Te explicaré algo, y ahora vete a tu casa.- o a su otro trabajo, o a donde fuera, pero lejos de él y de la sangre. Aún no había decidido qué tipo de persona era Claude, no sabía qué pecados correrían por sus venas, porque siempre había alguno, aunque fuera menor. No se iba a quedar más rato a averiguarlo, así que sacó las manos de la pared y se dio la vuelta, encaminándose a la salida del callejón, mientras se quitaba la camisa y la arrojaba dentro de un bidón donde aún habían ascuas, seguramente de algunos operarios que lo habrían encendido para calentarse en el turno de noche. No sentía el frío, al contrario, sólo la sangre golpeando en sus sienes y provocando el aumento de su temperatura.

Llegó a casa con el subidón de emociones malvadas embotando su mente pero sobre todo, desconcertado. Tras lavarse como un autómata, se tendió sobre su cama en la más completa oscuridad, esperando a que su cabeza dejase de dar vueltas, mientras trataba de recordar el orden de los dos millones de palabras que le había dicho Claude, rememorando los gestos de su expresiva faz, el brillo de sus ojos en todo momento. ¿Sería una de esas extrañas excepciones? una persona feliz, plena, sin envidias ni rencores, sin deseos dañinos que gangrenaran el alma. Si no lo era iba a enfadarse mucho, porque se la habría metido doblada, nunca se había sentido tan insultado ni tan retardado como esa noche. Nadie tomaba el pelo a la Muerte.
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Mensaje por Claude Babin Mar Abr 03, 2018 12:17 pm

Claude seguía con su cháchara amena y su tono alegre de voz resonaba en la plazoleta en la que sólo se encontraban ellos, una zona abandonada por las noches, sin residencias, sin habitantes, por allí sólo había vida durante el día, desde el momento en que salía el sol y hasta que este se ponía, en aquellas horas diurnas en las que la muchacha dormía, aquello rebosaba de gente, de animales, de carros repletos de víveres y objetos para vender, para cambiar, para comprar. Era una plaza dedicada al mercadeo y las pisadas hacían eco entre el bullicio y las conversaciones con intentos de regateo.

La muchacha no era consciente de lo que sus palabras estaban causando en el desconocido, no se le pasó por la mente que tanto parloteo pudiera estresar a alguien o llevarlo al límite. Así que cuando elevó la voz de aquel modo y la acorraló contra la pared, se sorprendió por la reacción ajena, parpadeando varias veces con sus grandes ojos verdes. -¿No es usted humano? No creo que por tener una úlcera deje de serlo, la verdad… Quiero decir, si le viera por dentro, a lo mejor podría parecer una especie de gusano, todo rosa por las tripas y los órganos… suave y viscoso…- La imagen que se le vino a la cabeza a la chica, la dejó algo descolocada y terminó por tener un escalofrío al intentar apartarla. -Ugh, mejor no hablemos de eso que al final quien terminará vomitando seré yo…- Hizo una mueca de asco con la boca, torciéndola y dejando caer hacia abajo las comisuras de sus labios. Mas el hombre no pareció hacerle caso y sin saber por qué motivo, la citó a verse allí de nuevo al día siguiente, mas bien la noche, a la misma hora y, aparentemente quería explicarlo algo entonces. -¿Peo por qué no me lo explica hoy y nos ahorramos la espera?- Alcanzó a preguntar, pero el contrario ya no la escuchaba, se alejaba a paso dudoso y tambaleante. Claudette arrugó la frente, porque no le gustaba dejar las cosas a medias, menos aún las conversaciones.

No tenía sentido quedarse allí divagando consigo misma, además, ni siquiera sabía el tiempo que había perdido al atender al desconocido. No tenía dinero para permitirse un reloj y no se podía uno ubicar temporalmente con la luna, así que arrancó a correr en dirección a la caseta de los periódicos, esperando no llegar tarde. Por suerte, cuando llegó, se dio cuenta que aún era temprano porque no se encontraba allí el dueño, ni ninguno de los otros muchachos que repartía las gacetas. Se sentó en el suelo a esperar con la espalda apoyada contra un muro. Se dedicó, mientras aguardaba, a intentar calcular la cantidad de sangre que podría vomitar un hombre sin morir. No era médico ni tenía estudios al respecto, pero había visto a gente perder excesivos fluidos por alguna herida y fallecer. O aquel joven con el que se había cruzado tenía más sangre de la normal en el cuerpo o, ciertamente, no toda la que había en el suelo era suya. Tal vez alguien hubiera vomitado allí antes que él y al verlo se le hubiesen revuelto las tripas… ¿Tenía aquello sentido?

Cuando llegó el señor Laforette, les dio a cada uno su montón de periódicos y les dejó coger los celeríferos para iniciar el reparto. Devolvían el vehículo al terminar y regresaban todos a sus casas o se iban a sus otros empleos, porque ninguno de ellos tenía sólo aquel trabajo. No eran tiempos fáciles para nadie y todos lo comprendían bien, por eso se ayudaban a veces e incluso se suplían en turnos si alguno enfermaba. Eran buenos amigos, casi como hermanos.

Para cuando llegó a casa, estaba agotada. Pero aún así, ayudó a su madre con el desayuno, además de haber traído el pan en su camino de vuelta. Comió una pequeña porción de gachas y se fue a recostar. Cuando despertara, intentaría buscarse un tercer empleo para las tardes, uno que pudiera terminar antes de las siete, cuando iniciaba el turno en los muelles. Suspiró, con los brazos rodando la almohada y se giró hacia la pared para dormir unas horas.
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Mensaje por Armagedon Sáb Abr 07, 2018 2:12 pm

"Sin embargo, en la iglesia prefiero emplear
cinco palabras comprensibles y que me sirvan
para instruir a los demás, que diez mil palabras
en lenguas que nadie entiende." Corintios 14:19


¿Entendería el ratón parlanchín sus palabras? porque no podía haber sido más directo al decirle que no era humano y sin embargo se lo había tomado como que él estaba enfermo de algo y por eso no se consideraba humano. ¿Quién narices entendería algo así de esas dos escuetas palabras?

Le había dado vueltas a por qué le dijo que se encontrarían al día siguiente y le revelaría su verdadera naturaleza. Sería genial poder decir que lo había hecho porque era tan pecadora como cualquiera y sabría, demasiado tarde, que la muerte iba a por ella. Pero no, lo cierto es que tenía una compulsión por terminar las cosas que empezaba, y en ese caso, había comenzado su discurso habitual sobre ser un jinete del apocalipsis y no lo había finalizado porque la ardilla locuaz lo había interrumpido con sus desvaríos sobre úlceras, gusanos y ciudades donde todo el mundo era feliz en el amor.

Se despertó cuando el sol se ponía y se bañó a conciencia, odiaba el olor y el sabor de la sangre cargada de pecado que ingería como un pozo sin fondo. Se había deshecho de la camisa lanzándola al fuego pero aún podía percibir las notas de codicia, envidia, ira y lujuria pegadas a su piel. Se calzó otros pantalones oscuros y una camisa blanca que abrochó dejando el último botón suelto, sus hermanos le decían que ya tenía suficiente pinta de estirado sin llevar camisa.

Pensaba ayunar esa noche, purgarse de tanta maldad, pero eso lo decidiría después cuando evaluase si Claude merecía o no que él acabase con una miserable vida de pecados. Se encaminó hacia el puerto, mientras su cabeza seguía algo descolocada por lo sucedido la noche anterior, pues había sucumbido a la Ira sin que la muchacha estuviera cometiendo pecado alguno. Pasó por un puesto de comida callejera y de inmediato le vino a la mente la imagen escuálida de una muchacha pobre (porque era una muchacha,¿no?) y recordó su infancia en las afueras de Roma, al final de la Via Sacra donde su madre malvivía hasta que falleció. Sin saber muy bien por qué, compró empanadas calientes rellenas de cualquier cosa suculenta. A él le gustaba cocinar para sus hermanos, aunque cuando probaba los guisos todo le sabía a ceniza, probablemente porque era una actividad que requería precisión, técnica, orden y limpieza; virtudes que el jinete apreciaba en gran medida porque le aportaban calma.

Asomó al callejón, un poco más pronto de lo que cabría esperar y se quedó apoyado sobre la pared que la noche anterior ejerció de soporte a sus manos mientras vomitaba. En el suelo, a unos metros, todavía se veía una mancha oscura, pero probablemente, ratas, gatos y alimañas del puerto habrían dado cuenta de lo que él sacó. Había algunos gendarmes rondando aún por allí, ya que se habían descubierto tres cadáveres desangrados en una nave cercana. Cuando Claude enfiló el callejón el vampiro despegó la espalda de la pared y se quedó quieto esperando que llegase a su altura. Iba a decirle algo y despegó los labios pero de nuevo la muchacha se le adelantó y el cainita echó la cabeza hacia atrás rodando los ojos. ¿Es que no se callaba nunca? Directamente le colocó la bolsa con empanadas calientes en las manos, a ver si le daba por morderlas, así mientras masticaba dejaría de parlotear.


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Mensaje por Claude Babin Lun Abr 16, 2018 3:08 pm

El sueño de la muchacha estuvo lleno de esperanza, unas visiones en las que su padre no cojeaba, su madre recogía flores en el prado y con cada una que recolectaba, otra florecía en su lugar como si no ocurriera nada. Su hermano pequeño correteaba, persiguiendo una pelota de cuero y también había un perro como Rufus, pero menos sucio y sin tanta baba. Ella les observaba con una sonrisa, desde la distancia, sentada bajo la sombra de un gran manzano en el que crecían frutas caramelizadas. Los niños del barrio se arremolinaban alrededor del tronco y de Claude, aguardando con sus bocas abiertas a que cayeran para comérselas. Entonaban algún tipo de canción mientras danzaban, circulando hacia la izquierda con las manos cogidas.
 
Cuando el aroma de la comida la alcanzó recostada en el catre, se desperezó, estirando tanto sus extremidades que bien se podría haber dislocado las articulaciones. Bostezó de manera exagerada y rodó al tiempo en que se incorporaba, quedando sentada al borde del colchón con los pies en el suelo. Se vistió rápidamente y se aseó un poco la cara en la palangana, mojándose el cabello para peinárselo y domar los mechones rebeldes que se emperraban en quedar de punta todos los días. Pasó junto a la familia, saludando a todos y revolviendo el pelo del pequeño, antes de agarrar una hogaza de pan y una mandarina y salir corriendo. -¡Voy a buscar un nuevo empleo! Nos vemos mañana. Sed buenos.- Guiñó un ojo, riendo, al cruzar el umbral y pisar, finalmente, la calle.
 
Claudette vivía a su manera y tenía la cabeza loca, así que no le había dado vueltas a las palabras que le dijera aquel hombre de la úlcera la noche pasada. Eso sí, era tan curiosa como el gato más travieso y estaba ansiosa por encontrarse de nuevo con el desconocido para ver qué era lo quería contarle. Pero hasta ese momento aún quedaban muchas horas, así que fue a distintos lugares de la ciudad a ver si conseguía que alguien la contratara. Era difícil encontrar trabajo, las cosas estaban complicadas y había mucha desesperación, mucha hambre. No era que el ratón ansiara riquezas, pero sí que en sus padres dejaran de preocuparse por las letras de la casa o que les alcanzara para hacer más de dos comidas al día. No por ella que a penas necesitaba nada, pero Françoise estaba en plena edad de crecer, necesitaba más fruta, variedad en carnes y esas cosas eran muy caras. Pero a pesar de su tesón y la actitud positiva, aquel día no tuvo suerte. Era hora de ir a los muelles, al día siguiente probaría suerte de nuevo.
 
Al terminar su turno en el puerto, se despidió de sus compañeros y le dio un fuerte abrazo a Rufus que en su habitual línea de personalidad le gruñó, pero se dejó hacer al mismo tiempo. La muchacha se dirigió al callejón de la noche de antes y vio una silueta aproximarse. Entornó la mirada, enfocando la vista, hasta que pudo ver bien el rostro del que se acercaba. -¡Ha venido! Pensé que a lo mejor con lo mal que se encontraba ayer, ni recordaría cómo llegar hasta aquí… O que me había hecho una promesa.- Ladeó la cabeza al tener la bolsa de papel en las manos y sin necesidad de mirar el contenido, supo lo que había dentro. -¿Es para mi familia?- Claude no era egoísta, jamás lo había sido, y anteponía a su hermano, padre y amigos, por encima de ella misma. Repartiría las empanadas si es que eran un obsequio y con una sonrisa vería como los demás se las comían y disfrutaban. Ella se alimentaría con verles felices y se conformaría con poder oler el relleno de carne hasta que las regalara. -Por cierto, ¿cómo se encuentra hoy? ¿Va bien de la úlcera? ¿No le sangra?-


Última edición por Claude Babin el Mar Mayo 01, 2018 7:25 am, editado 1 vez
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Mensaje por Armagedon Miér Abr 25, 2018 3:00 pm

"Bienaventurados los humildes
pues ellos heredarán la tierra"
Mateo 5:3



¿Para su familia?¿Cómo diablos iban a ser para su familia si no estaban allí? ¡Por San Pedro! que esa chica era un tormento lleno de verborrea incesante. Frunció el ceño, metió la mano en la bolsa y le puso una empanada humeante frente a los ojos.


- Come. Se van a enfriar. No tengo úlcera y si la tuviera no me mataría porque yo ya es...- no pudo acabar la frase porque esta vez un gendarme interrumpió la charla.
- buenas noches. No pueden estar aquí.- el vampiro lo miró hastiado.
- ¿por qué?
- porque ha habido un delito de sangre y están ustedes en la escena del crimen.

Estúpidos ignorantes. Esa no era la escena del crimen, esa sangre era suya, aunque técnicamente sí pertenecía a los cuerpos de las víctimas. Normal que la humanidad estuviera abocada a la extinción. Ni siquiera se molestó en contestarle al agente de la ley, agarró con fuerza a Claude del brazo y tiró de ella para salir del callejón y caminaron bordeando las naves industriales de la zona baja del Sena.

Iba a decirle a Claude que ya estaba muerto, que no podía morir porque él era la propia Muerte, pero sin saber ni por qué, le hizo una pregunta.


- ¿Tu familia pasa penurias?.- ¡Mierda! debería haber cerrado el pico, ahora soltaría esa lengua con un torrente infernal de palabras que no podría detener y sería horrible porque en ningún momento había pensado en entablar conversación con un posible cadáver a corto plazo.

Ciertamente estaba delgada como un perro callejero, sus ropas estaban tan remendadas que tenían más hilos que telas y a sus zapatos les quedaba tan poca suela que un día de estos iba a rozar las plantas de los pies con los adoquines. Él también había sido pobre y por aquel entonces no se preguntaba si Dios cuidaba de los pobres, aunque esa frase de las bienaventuranzas le reconfortaba cuando sólo tenía un mendrugo de pan que llevarse a la boca. La mayoría de la gente no era piadosa ni temerosa de Dios, dudaba que pudiera encontrarse con un corazón tan puro, salvo en honrosas excepciones, la mayoría habían sido siempre un fiasco, hasta los curas y monjas. Especialmente ellos, no había cosa que le diera más asco que un religioso corrupto, que alguien que se las diera de ser la voz de Cristo en la tierra y después cometiera pecados atroces. Con esa gente tan vil se ensañaba con gusto.
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Mensaje por Claude Babin Mar Mayo 01, 2018 7:49 am

Se miró la empanada que ahora tenía en la mano y escuchó el rugir de sus tripas que, traicioneras, le reclamaban que les diera de comer aún pudiendo compartir aquel delicioso manjar con su familia. Movió un poco la bolsa, aún había dentro tres o cuatro más, ¿podía ser tan egoísta como para morder la sujetaba en su diestra? Se la llevó hacia la boca con los ojos cerrados, aspirando el delicioso aroma que impregnaba sus fosas nasales y, al mismo tiempo, le calentaba la cara. Pero antes de entreabrir los labios para darle un mordisco, la voz del gendarme la detuvo. -¿Qué ocurre, señor?- Preguntó a la vez que el joven a su lado también formulaba su propia cuestión al servidor de la ley.

La mirada de Claude se desvió hacia el charco de sangre. Alzó un dedo con la empanada aún sujeta con los otros cuatro y fue a intervenir, a decir que aquello que se veía ahí era a casa de una úlcera de estómago que sufría el pobre caballero que tenía a su lado, pero éste la tomó con fuerza del brazo y tiró de ella, dejándola, balbuceando con el rostro girado hacia el policía que se quedaba atrás en el callejón. Fijó entonces sus inquietos ojos en el rostro pétreo de Armagedon. -¿Por qué no le ha explicado que la sangre era suya? El pobre gendarme estará buscando a un asesino cuando no hay ninguno…- Le sabía mal que tuviera que perder el tiempo con un falso crimen cuando en París ocurrían constantemente. Robos, ataques violentos, violaciones, asesinatos… Era el pan de cada día con la crisis que vivían. La falta de alimento y de dinero enloquecía a demasiada gente mientras ella, allí estaba, con una bolsa llena de jugosas empanadas de carne. Suspiró, antes de guardar la que tenía fuera y ponerla a buen recaudo, al tiempo en que asentía al interrogante del joven. Detuvo su andar, como si pensar en la situación familiar le impidiera proseguir con algo, con su vida misma.

Allí plantada, igual que si dos zapatos de cemento la clavaran al suelo, abrazó la bolsa de papel antes de volver a fijar sus ojos claros en aquellos dos témpanos de hielo azulados ajenos. -Bueno, en realidad tampoco podemos quejarnos… Hay muchas personas peor que nosotros. Tengo dos trabajos, a punto de tres, y hay comida que llevarse al estómago todos los días… Dos veces al menos, algunos días incluso tres.- Sonrió con optimismo, aunque en su mirada se veía el dolor que sentía, no por ella, sino por Françoise especialmente, y también por sus padres. -Mi madre es una mujer muy fuerte y mi padre nunca se rinde.- El orgullo tiñó sus palabras en aquel momento y la sonrisa se volvió más sincera al pasar a nombrar al pequeño de la familia. -Y mi hermano será un buen hombre y asistirá al colegio, estudiará, jugará… Quiero que sea feliz.- Asintió con convicción, pero enseguida sacudió la cabeza. -¿Por qué hablamos de mí? Es usted el que ayer estaba hecho unos zorros…- La expresión se le escapó y perdió un tanto las formas, pero no podía evitarlo, era una chiquilla de sólo veinte años que nunca había tratado con gente de clase alta, ni siquiera de la media, excepto cuando alguna vez había ido a comprar al mercado del centro y eso rarísima vez ocurría por la diferencia de precios con el ambulante.
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Mensaje por Armagedon Jue Mayo 10, 2018 9:07 am

- Porque en verdad ayer si hubo tres muertes aquí cerca, a pesar de que esa sangre saliese de mi estómago.- El gendarme no estaba equivocado, pero a la joven le sabía mal que hubiera ocultado su información y ahora ese hombre estuviera custodiando una falsa pista. Vale, no tenía malicia, eso se lo tenía que reconocer.

Iba a decirle que la procedencia de esa sangre no era del todo suya porque él la sacó antes de los cuerpos a los que les pertenecía, pero de nuevo Claude inundó el aire con palabras, una tras otra. Tres trabajos. Dos comidas. Un hermano. La triste y mísera historia de siempre en esa ciudad decadente donde los ricos eran muy ricos y la mayoría eran pobres ratas sin futuro. Pero tanto ricos como pobres enfrentaban algún día su destino, el rostro de la Muerte, y si habían delinquido y pecado, todavía más pronto.

Se detuvo a orillas del Sena mirando pasar algunas barcazas llenas de mercancías. Se le empezaba a dar bien escucharla sin interrupción, porque ya se había resignado a dejarla hablar pues él no encontraría el momento de intervenir.


- Gracias.- dijo al fin. Se había cabreado porque no lo dejó soltar su discurso de ser la muerte y bla bla, pero finalmente había comprendido que sólo trataba de ayudarlo.- por lo de ayer. No tengo úlcera, es algo más complejo. Dime...- se giró para taladrar el alma de Claude con sus fríos ojos azules.- ¿Crees que quien comente actos horrendos debe ser castigado? Y si es así ¿por qué nadie quiere tener un verdugo en su familia?

Quería saber la opinión de Claude al respecto, pues él en verdad era el verdugo definitivo, aquel que debía ejecutar la sentencia divina a quienes hubieran pecado cometiendo actos condenables, y sí, eso le convertía a él en un asesino, en alguien capaz de dañar a los demás, en ese alguien que nadie quiere en su familia.

Quizás estuviera siendo algo críptico en sus palabras, pero prefería no decirle a la humana parlanchina lo mismo que les decía a los demás, porque de seguro que empezaría a hacerle preguntas estúpidas sobre su inmortalidad, sobre su caballo bayo que debería portar según la Biblia, sobre los demás jinetes etc. Antes de llegar a ese punto, quería saber qué pensaba Claude sobre el bien y el mal, catalogar su moralidad, ponerle la etiqueta de "pecadora" o no. Estaba pensando que necesitaba a alguien diurno que le ayudase con algunas gestiones. Siempre había abogados de dudosa moralidad dispuestos a arreglarles los papeles a los vampiros, pero por practicidad, no solía matarlos. No se refería a eso, pensaba más bien en alguien que le hiciera algunos recados básicos ya que Guerra se pasaba el día  y la noche con Estrella y sus hermanas apenas pisaban la casa. "¿Y no será que te sientes solo, Fabio?". Cerró los ojos un instante, su cabeza le había jugado una mala pasada. Sólo a golpe de voluntad se conseguía ser la Muerte y sobrellevarlo, y la Muerte asume su soledad, porque será la única que quede cuando llegue el llanto y crujir de dientes. Pero Fabio, el que todavía subyacía bajo ese manto negro de mortandad, se sentía solo, pues antes tenía a su padre y a sus hermanos y ahora cada cual hacía su vida.
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Mensaje por Claude Babin Lun Mayo 14, 2018 6:05 pm

No sabía cómo era que él sabía con tanta certeza que se habían cometido aquellos tres asesinatos, si bien porque había oído hablar de los cuerpos o por qué, pero era cosa suya y ella no iba a entrometerse. Aunque le seguía sabiendo mal por el pobre policía que custodiaría aquel charco de sangre como si fuera relevante para el caso y en realidad nada tenía que ver con ello, o eso era lo que “El ratón” creía.
 
De pronto ella enmudeció, algo inaudito pensarían sus padres, pero no supo por qué, aquel agradecimiento la silenció durante unos segundos. Parpadeó, observando el rostro de aquel joven que con sinceridad y una seriedad asombrosa, le dabas las gracias por preocuparse, cuando la noche anterior se había enfurecido incluso, aunque no tenía muy claro si por intentar socorrerle o por algún otro motivo. Sabía que ella hablaba mucho, no sería el primero en quejarse al respecto, pero era algo que iba con ella, que no podía cambiar y que la convertían en quien era.
 
Entonces cayó aquella pregunta que la descolocó por completo. Se le quedó mirando con expresión neutra, dudando, pensando, analizando. Era una cuestión compleja, aunque la respuesta muy sencilla y pronto acudió a su legua y afloró de sus labios conformando palabras y frases concisas. -Los actos horrendos serán juzgados por Dios y será él quien imponga castigo… Por eso no se puede tener un verdugo en casa, ¿no? Porque aunque Jesús está en casa de todos, es algo metafórico… Él realmente no está en la Tierra con nosotros y los hombres no deberían tomarse la justicia por su mano.- Con un dedo se tocaba la mejilla, aunque eso no impedía que siguiera hablando. En su familia eran muy creyentes, habían sido criados de una manera un tanto distinta a los católicos habituales, debido a la pobreza que les rodeaba, pero eran buena gente, rezaban y acudían a misa cuando podían. Los dos hijos habían sido bautizados y educados en la palabra del señor, aunque con cierta permisividad, eso saltaba a la vista por la vestimenta y corte de pelo de Claude. -Yo, por ejemplo, no puedo juzgar a los demás por sus actos. Yo puedo ser tan culpable como ellos, sobre todo si me dedicase a ir señalando con el dedo… Mi madre siempre me dijo que ser acusica está mal. Y también me enseñó desde que era un renacuajo, que los pecados se acaban pagando.- Asintió, rascándose un poco la cabeza, justo detrás de la oreja izquierda. Ella no se consideraba pecadora, tampoco creía conocer a nadie que hubiese pecado, al menos no los conocidos pecados capitales. Aunque sí había oído hablar de gente que se dejaba llevar por la avaricia, la lujuria o la soberbia, según su padre los defectos más habituales en los seres humanos.
 
Cayó entonces en la cuenta y ladeando de nuevo la cabeza, se dignó a preguntar. -¿Por qué quieres saberlo? ¿Es una duda existencial? Yo a veces las tengo, aunque no tan profundas como esa… Tal vez es que tu vida sea más complicada y por ello le das vueltas a cosas tan complejas.- Ella podía tener una vida difícil, pero no se lamentaba de ello constantemente y sabía que, dentro de lo posible, en su familia tenían suerte. Estaban los cuatro vivos, juntos, tenían un techo bajo el que dormir y comida que llevarse a la boca. Obviamente se le podía pedir más a la vida, pero tampoco era estrictamente necesario. Tal vez, la vida de Armagedon fuera mucho más dura que la suya propia, sobre todo si lo de vomitar sangre no venía de una úlcera. ¿Le habría golpeado alguien, tal vez, y tenía sangrado interno por ello? Fue lo único que se le ocurrió tras darle varias vueltas al tema en su loca cabeza.
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Mensaje por Armagedon Mar Mayo 22, 2018 8:49 am

Armagedon inclinó la cabeza un poco escuchando atento la reflexión de Claude. Si bien era cierto que su padre era el juz del ultimo día, también era cierto que dejaba en manos de sus enviados la decisión de administrar la justicia en la tierra.

- Jehová, pues, será juez, y él juzgará entre tú y yo. El vea y sustente mi causa, y me defienda de tu mano.- Su voz grave recitó el pasaje que bien conocía.- es del libro de Samuel, capítulo 24. Dios nos juzgará a todos, eso es cierto, algún día, cuando llegue la hora de cada uno, cuando nos llame a su presencia. Pero llegar a su presencia requiere abandonar este mundo de carne y ascender a su Reino, y no es él quien decide directamente, manda a sus enviados a administrar la muerte o la vida.

Clavó sus ojos claros en las aguas del Sena, grisáceas como esa ciudad decadente. Roma tenía una luz especial, era una ciudad con alma, no como esa Babel de la podredumbre y del progreso. Los parisinos se creían el ombligo del mundo, lo más especial de la raza humana y al vampiro le repugnaba la soberbia indecente de todos ellos.


- ¿Me creerías si te dijera que soy un sicario de Dios? Que tengo la misión de limpiar el mundo, de purgarlo eliminando a las almas podridas y corrompidas para que Dios los juzgue en su infinita presencia.

La bomba acababa de estallar, sin muchos detalles, obviamente, pero lo importante se lo había dicho. La reacción de la humana sería lo verdaderamente interesante, porque no solía decirle a nadie lo que era a menos que fuera a morir o que finalmente lo dejase marchar con la amenaza de ir a por su alma si cometía pecados. Nunca había tenido una charla así con alguien como si fueran dos amigos que hablan del tiempo.


- Los tres hombres que murieron ayer eran culpables de asesinato, de extorsión, de matar a los trabajadores de hambre y aprovecharse de su desesperación por pura y llana codicia. Lujuria, avaricia, ira, pereza,envidia, sobrebia, gula... Todos ellos estaban contenidos en sus miserables vidas. Era hora de llevarlos ante la justicia de Dios, el único que puede decidir si pasarán al reino de los cielos perdonados y limpios o arderán en los fuegos del infierno pagando por todo el mal que han hecho a la creación divina.

Miró ahora a Claude, pensando que si pensaba que estaba loco, o salía huyendo o se reía de su confesión, se sentiría como un imbécil por haberla hecho. ¿Por qué le producía esa alteración? ¿acaso se encontraba frente a un alma pura? tan sólo perdía su calma interior cuando se enfrentaba a quienes en verdad merecían la salvación y eran ejemplo de que Dios había creado criaturas perfectas en esencia, aunque el libre albedrio las corrompiera después.


Última edición por Armagedon el Lun Jun 18, 2018 9:34 am, editado 1 vez
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Mensaje por Claude Babin Vie Mayo 25, 2018 3:53 pm

Las palabras del joven no eran para nada normales, no era una conversación que se mantuviera de manera habitual por la calle y si bien el padre solía dar discursos sobre Dios y recitar versos del Génesis, el Apocalípsis y otros tantos, lo solía hacer con un tono casi amenazador, como si pretendiera asustar a los fieles y que con sus miedos obedecieran aquello que, según él, era la palabra del señor y que a Claude, lejos de desear faltarle al respeto, consideraba que estaban algo desviadas de la verdad. El ratón era mu dado a parlotear sin par y a aquellas alturas, Armagedon ya se había percatado de ello, sin embargo, aquella charla la tenía más pensativa de lo esperado y rumiaba cada palabra pronunciada por el que ya no era un desconocido para ella. En algunas cosas encontraba que tenía razón, pero otras, a ella, le chirriaban. -¿Y quién te otorgó ese poder? ¿Fue Dios mismo?- Ladeó la cabeza, no le juzgaba, sólo preguntaba con curiosidad. No se le antojaba una mala persona, pero otorgarse el derecho a decidir quién vivía y quién moría no era algo para que nadie se tomara a la ligera.
 
Dio un paso atrás al escuchar sus últimas palabras. Sí, sabía la fama que tenían algunos hombres por los muelles y aunque no sabía exactamente cuales eran los que habían fallecido, porque ella vivía aliena a los horrores que la rodeaban en muchas ocasiones dada su cabeza algo alocada, sentía que le estaba diciendo no sólo que apoyaba que hubieran muerto para ser juzgados por Dios, sino que había sido él mismo y con sus propias manos el que había sentenciado sus cuerpos, almas y existencias. -¿Que tú sesgues vidas, no te convierte también en un criminal? A mi parecer, nada justifica arrebatarle el derecho a la vida a nadie, excepto si es un accidente mientras proteges a alguien o a ti mismo.- Arrugó la frente, en desacuerdo con tal proceder. Y tal vez sólo estaba lanzando una hipótesis al aire para ver cómo reaccionaba ella. Pero estaba siendo sincera. -La naturaleza y la religión siempre han estado reñidas y por eso el padre nunca cree que ésta hace su trabajo, seleccionando de manera inteligente y sabia los que deben seguir sobre la Tierra  los que deben abandonarla y ascender a los cielos o bajar al purgatorio. Sí, muchas vidas inocentes se pierden por enfermedades, pero nadie las juzga, ¿cierto? Se consideran cosas normales, que ocurren… Pero la opulencia de los ricos condena a los pobres y, sin embargo, hay ricos buenos que hacen donaciones, que cuidan huérfanos, que son voluntarios en hospitales…- Ella había visto a esas gentes, hombres y mujeres que dejaban de lado su clase social, su nobleza, sus ropas finas y se arremangaban para arrimar el hombro, para mancharse de sangre. -¿Merecen la muerte, según tú, por ser ricos y avariciosos, aunque luego por otro lado sean bondadosos?- Los ojos de Claude tenían las pupilas dilatadas, titilantes. Estaba sembrada de dudas.
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Mensaje por Armagedon Mar Jun 19, 2018 2:45 am

No había echado a correr, ni temblaba como un cascabel. ¿Estaría perdiendo su "toque"? normalmente cuando le decía a la gente que era la Muerte se orinaban encima, ahora comprobarían si era así. Tenía las manos metidas en los bolsillos, las sacó y se giró hacia Claude. Había muchas preguntas flotando en el aire que debían encontrar su respuesta.

- Soy el jinete del Apocalipsis llamado Muerte. Mis hermanos son los otros tres. Tenemos la misión divina de limpiar el mundo, de hacer que Su palabra salga de los escritos y se haga realidad. Soy inmortal Claude, cuanto soy se lo debo a mi verdadero padre, a Dios.

Para acompañar esas palabras sacó las llaves de su casa del bolsillo y sin mediar palabra ni cambiar el gesto, se la clavó a si mismo en la palma de la mano haciendo que el metal atravesase hasta el otro lado, luego lo sacó y a los ojos de la muchacha la herida se cerró sola. No necesitaba demostrarle nada a nadie, pero al parecer sí tenía esa extraña necesidad de contarle su historia a esa chica que no era nada suyo. ¿Por qué? Porque se sentía solo, todo se reducía a eso, al final la Muerte era más humana de lo que pretendía. Guardó las llaves de vuelta en su bolsillo, aguardando que saliese corriendo, gritando o suplicando que no la matase, lo cual sólo aceleraría su llegada. Una pena, no parecía mala chica en absoluto, al contrario, le daba la impresión de que a pesar de tener una existencia plagada de penurias mantenía una actitud vital y de gratitud por lo que sí tenía.

- Soy un asesino Claude, a tus ojos, a los de los humanos, lo soy. Pero es que las leyes de los hombres no pueden juzgarme, soy vuestro verdugo por imposición divina. A quien quita la vida se le castiga y señala, pero a quien la da ¿se le venera? ¿se le dan las gracias? pocos son los que así lo creen y a mi me duele y me asquea que la gente tenga tan poca consideración con el regalo de la vida, muchos no lo merecen. No es muy distinto de un gato y un ratón. Si no existieran los depredadores, el mundo estaría lleno de ratones que se comerían toda la despensa y las cosechas. Yo equilibro la población, llevándome a los impíos ¿qué hay de malo en eso?

¿Estaba tratando de convencerla a ella o a si mismo? ese pensamiento fugaz le hizo cambiar el gesto y echar a andar de nuevo, a paso calmo, bordeando el Sena. Si dudaba de su misión, de su existencia o de las decisiones que tomaba, nadie lo sabía, ni siquiera sus hermanos, él siempre fue el fuerte, el recto, el inalterable. Era la dura roca que permanecía imperturbable a la vorágine de su existencia.

- Claro que hay gente rica que son buenas personas y gente pobre que merece el infierno durante la eternidad. El dinero no compra el alma, pero suele coincidir que los poderosos oprimen al prójimo y se aprovechan de su ventaja, y eso no se compensa construyendo un hospital. Una vez alguien me dijo que tenía una visión del mundo muy triste y oscura, que había cosas bonitas en la gente y en la vida. Tal vez sea así, pero es que soy la Muerte. Poca gente se alegra de verme.

En la orilla había bancos de piedra donde se sentaba la gente. Un vagabundo tocaba el violín sentado en uno de ellos, con una lata de sopa como cuenco para recibir limosna. Armagedon se detuvo cerca, escuchando la música algo desgañitada que le arrancaba a esas cuerdas. Esa era una de las pocas cosas que le fascinaba de la humanidad, se quedaba como una cobra encantada ante la flauta. En su fuero interno se debatía entre quitarle el sufrimiento a ese hombre que malvivía en la calle y que posiblemente bebía para olvidar, o darle todo el dinero que llevaba encima. Ser le Juez máximo era agotador a veces. Finalmente sacó el puñado de monedas que llevaba en el bolsillo y las dejó caer en la lata.

- deberías irte a casa, la noche no es segura para los ratones.
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Mensaje por Claude Babin Mar Jun 19, 2018 6:12 am

Claudette no era una muchacha ingenua a pesar de su optimismo, no se creía cualquier cosa que le contaban como si fuera la verdad más absoluta. Sin embargo, tampoco era estrecha de miras, tenía una mente muy abierta y aunque muchas cosas pudieran parecer pura fantasía, ella no se cerraba en banda a no verlas posibles. Aún así, y a pesar de haber oído las historias sobre el Apocalipsis y sus jinetes una docena de veces, las palabras que salieron de la boca de Armagedon, marcaron la incredulidad en el rostro de la joven que, poco a poco, iba ladeando su cabeza como un cachorro incapaz de comprender por qué su amo hacía lo que fuera que estaba haciendo en esos momentos.

Entones, ocurrió. Escuchó primero el tintineo metálico de las llaves al chocar entre sí, siguiéndolas con la mirada, hasta que, de pronto, una de éstas atravesó la mano del hombre como si fuera mantequilla. La fuerza que tuvo que ejercer para que algo sin afilar provocara tal destrozo, fue descomunal. Los orbes de la chica se abrieron desmesuradamente e incluso un grito escapó de lo más profundo de su garganta, drenándole, momentáneamente, los pulmones de aire. De ser escrupulosa, se hubiese echado a vomitar ante la carnicería que tenía lugar frente a su atenta mirada o, al menos, se hubiese desmayado. Por desgracia para ella, ya había visto cadáveres de animales en descomposición, gente con miembros gangrenados y cosas horripilantes con antelación, así que únicamente sintió el sobrecogimiento de su corazón, llevándose la mano al pecho como si con eso pudiera evitar tal sensación. Pero aquel acto descabellado, loco y antinatural, logró lo imposible, dejar al ratón sin habla. Despegó los labios en varias ocasiones, pero ningún sonido escapó de ellos, quedando como un pez fuera del agua, boqueando como una tonta.

Tardó varios minutos en recomponerse, atónita, paralizada. Cuando lo logró, a saber por qué milagro, alzó la vista hacia el rostro despreocupado del que, hasta el momento, creía era un hombre enfermo con una úlcera en el estómago. -¿Qué…?- Tragó saliva con dificultad, casi notando como ésta le raspaba al pasar laringe abajo, pareciendo arena más que un fluido pegajoso. -¿Qué eres?- Alcanzó a preguntar. Porque sí, él le había dicho que era la Muerte, pero eso era, cuanto menos, ridículo. La muerte llevaba una capa negra y portaba una guadaña en la mano, era un esqueleto andante e iba descalzo. El muchacho que tenía allí delante era de carne y hueso, aunque lo de curarse como si nada, sí era algo increíble. Pero ni siquiera Jesucristo fue capaz de sanar las heridas que se le infligieron en la cruz, él murió allí, aunque resucitara luego al tercer día. Aquellas señales quedaron para siempre en pies y manos y en la palma de Armagedon no había rastro de lo ocurrido. De manera instintiva y, obviamente, sin pensar, tomó los dedos ajenos entre los propios, extendiendo la mano foránea para ver de cerca el lugar que la llave había atravesado. -No lo comprendo...- Murmuró con la palma tan cerca de la cara que prácticamente le rozaba la nariz.

Las últimas cosas que el supuesto jinete le había dicho habían caído en un pozo infinito. La mente de Claude se había quedado completamente en blanco o, mejor dicho, estaba trabajando a marchas forzadas con el cúmulo de ideas absurdas que la abordaron, colándose a través de cada poro de su piel hasta, prácticamente, saturarla. Ahora ya estaba más centrada, demasiado incluso, en una sola cosa, ¿por qué había desaparecido la herida? Era espabilada, sabía que los magos tenían trucos y lo que había ocurrido allí de eso no tenía nada. -¿Brujería?- Murmuró, hablando en realidad consigo misma, aunque debió pensarlo únicamente y, sin embargo, las sílabas salieron de sus labios sin filtro, a pesar de hacerlo en tono bajo.
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Mensaje por Armagedon Miér Jul 11, 2018 8:40 am

Negó con la cabeza a la pregunta de Claude, no iba mal encaminada y para un humano era lo más fácil de asimilar. Pero no, no era eso.

- No hay brujería en mi, pero existe. Yo soy un hijo de la noche, un inmortal, recibí el legado de Caín para poder ser el instrumento de Dios. Soy un vampiro Claude. Ya sé como suena eso, y lo normal es que eches a correr, yo en tu lugar lo haría. Esos hombres corruptos cayeron bajo mi poder, ya sabes ahora por qué vomité sangre, no tenía úlcera como tú pensabas, sólo una enorme indigestión de sangre pecadora.

Fijó sus ojos fríos en los de la chica que estaba en shock, retiró la mano y volvió a mirar al Sena. Sacó entonces unos billetes de su bolsillo poniéndolos en la mano de la chica.


- tómate la noche libre, ya hablo yo con tu jefe, seguro que no le importará y tú podrás llevar a tu casa el sueldo que necesitáis para vivir. Me marcho a casa, lo normal es que si vuelves a verme te cambies de acera, sería lo más sensato. Pero también quiero decirte que nadie que no cargue con grandes pecados debería temer la justicia divina, así que duerme tranquila.- "Por el momento no iré a por ti". Es lo que pensó, pero no lo dijo en alto. Sin más le dio la espalda y echó a andar, esa noche la Muerte se iría a casa sin sembrar la oscuridad a su paso, el día anterior ya se había lucido, no necesitaba comer más, el ayuno le purgaba.





"El pesimista se queja del viento
El optimista espera que cambie
El realista ajusta las velas"





El sol tomó posesión del cielo y Armagedon se ocultó como una rata en su casa, donde una visita inesperada de su hermano le trastocó todos los planes. No es que tuviera mucho, tenía uno proncipal: matar. Así, sin más ni menos, sin adornos, era la muerte y a eso se dedicaba. Pero las noticias que Guerra le trajo de la mano de su prometida hicieron mella en él y salió a deambular por las oscuras calles de París, necesitaba pensar y aclararse, tenía mucho humo en el horizonte. Sin saber por qué sus pasos lo llevaron de nuevo al puerto donde comenzaba la carga y descarga de mercancías, últimamente frecuentaba mucho ese lugar, y para qué negarlo, buscó con la mirad a Claude. Necesitaba su cháchara exasperante, su curiosidad infinita que aún era capaz de maravillarse con las cosas, necesitaba una dosis de buena energía, de espíritu puro y brillante porque se sentía caer en lo más oscuro por momentos.
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