Mouse trap // Privado - Armagedon

Recuerdo del primer mensaje :

Las noches para Claude empezaban en el trabajo. Jamás se perdía una puesta de sol pues trabajaba de lunes a domingo en el puerto, cargando sacos, cajas y otros objetos que ni se molestaban en embalar, del muelle a los barcos y a la inversa. Era una labor agotadora, especialmente para una muchacha que fingía ser un varón, delgada como un fideo y escurridiza como un ratón. Pero aunque se dejara los riñones todos los días, la paga que recibía ayudaba a que todos tuvieran comida que llevarse al estómago cada día en su casa. Y para “El ratón de circo”, apodo que se había ganado por sus dotes acrobáticos y su facilidad para arrancar sonrisas, la familia era lo más importante.

Era jueves y Rufus, el perro que tenía el propietario del muelle sur para vigilar los cargamentos, estaba babeando de más, seguramente porque a escasos metros de donde él permanecía sentado y, supuestamente, alerta, se encontraba Hale, uno de los porteadores, aprovechando su descanso de cinco minutos para comerse un trozo de pan con queso. Claude, subida sobre una de las cajas, acuclillada, cogió impulso y saltó sobre las espaldas del hombre que, desprevenido, le daba otro mordisco a su hogaza. -¡Te pillé! ¿Cómo osas traer cena y no compartir con los demás?- Le acusó entre risas, obviamente bromeando con él y de inmediato se bajó de un brinco hacia atrás, liberando a su amigo. -Como te descuides, Rufus intentará robarte el queso y, seguramente, hasta la mano.- Sonrió ampliamente, mostrando todos los dientes. No los tenía mal para la vida que llevaba, al contrario, se veían bastante blancos y bonitos, pero le faltaba el canino derecho que había perdido cuando era una niña y estaba jugando. Estaban pasándolo bien en la breve pausa que se les permitía cuando, sin previo aviso, apareció el Sr. Hudgens, el dueño del negocio, el que pagaba el salario de todos y les gruñó por estar divirtiéndose en el lugar de trabajo. -No se amargue, señor, que sólo se vive una vez y hay que aprovechar los descansos para reponer fuerzas.- Le sacó la lengua en un gesto infantil, antes de salir por patas a ayudar con el siguiente cargamento. La muchacha no solía callarse lo que pensaba, pero a pesar de lo suelta que podía tener la lengua, no era ninguna insensata. Hudgens no era ningún santo que ofreciera empleo a los necesitados, sino un explotador que se aprovechaba desesperación de otros para contratar esclavos sin grilletes ni problemas de papeleos. Claude no se quejaba, porque le había costado mucho encontrar dónde la contrataran. No sólo parecía ser más joven de lo que era cuando mentía al decir ser un chico, sino que además estaba muy flaca y eso echaba para atrás a los propietarios de los negocios, pensando que no tendría fuerza. Mas ella sacaba toda su energía, que no era precisamente poca, y la transformaba para estar a la altura del resto de sus compañeros. Tal vez fuera un poco más lenta, pero lo compensaba siento más cuidadosa y meticulosa, por lo que solían ponerla a tratar con las cargas delicadas y frágiles. No había pluses por riesgo ni nada similar, pero se les pagaba en metálico al final de cada jornada laboral.

El turno era de ocho horas, empezaban a las siete de la tarde y terminaban a las tres de la madrugada, lo que le dejaba dos horas de descanso al ratón, antes de que empezara su otro trabajo como repartidor de periódicos desde las cinco de la madrugada hasta las seis y media. Esa labor le gusta, porque podía ir en celerífero prestado y eso le encantaba. Así que mientras andaba de un lado a otro cargando cajas, soñaba despierta con, algún día, poder comprarle un aparato de esos a su hermano.

La contestación de Armagedon no aclaró nada en la cabeza del ratón que parecía girar incansablemente en una rueda sin freno. Era una joven con mucha imaginación y aunque había leído libros de todo tipo y escuchado historias muy peculiares, que aquel hombre se presentara como vampiro, como jinete del Apocalipsis y como La mismísima Muerte, era demasiado para una mente abierta y sin fronteras, pero que había vivido hasta ahora en un mundo, relativamente, normal.
 
Con cara de tonta seguía mirando allí donde antes había estado la mano del inmortal y ahora reposaban unos billetes. Para cuando reaccionó, en el momento en que su cerebro empezó a mover los engranajes de nuevo, ya era tarde, estaba sola en el callejón y al italiano no se le veía ni a lo lejos. No recordaba qué era lo que le había dicho al dejar aquel dinero, tal vez ni siquiera había dicho nada. Caminó, arrastrando los pies hasta su lugar de trabajo y se intentó centrar en hacer lo mismo de cada noche. Ya le devolvería los billetes al día siguiente, por ahora los mantendría a buen recaudo en su bolsillo.
 
La noche fue sencilla, su cabeza estaba en otra parte y por poco no provoca un par de accidentes graves transportando cajas de una zona a otra del muelle. Para cuando llegó a casa se sentía hecha polvo y se dejó caer en el catre. No logró pegar ojo en toda la mañana, solamente cerró los ojos durante algunos minutos, pero no sirvió de nada. A la hora de levantarse las ojeras le llegaban hasta los pómulos y su rostro habitualmente pálido, no ayudó en nada a mejorar su aspecto. Era consciente de la facha que tenía, así que evitó cruzarse con su familia al dirigirse a trabajar por la tarde.
 
Se veía buscando el reloj de cuco de la pared constantemente, sin tener muy claro si quería que llegara la noche o, por el contrario, deseaba evitarlo. El dinero le quemaba en el bolsillo, necesitaba devolverlo, pero la imagen de una muerte a la vieja usanza de los libros de ilustraciones, con capa y guadaña, se le aparecía cada vez que dejaba caer los párpados en un cansado pestañeo.
 
Claudette no parecía la misma, era como si se le hubiera gastado la batería. Caminaba despacio, casi tambaleándose. Dirigió sus pesados pasos, irónico puesto que era ligera como una pluma, hacia el callejón de siempre. Si no encontraba a Armagedon, colocaría los billetes en el suelo y los sujetaría con una piedra. Pero ella no podía seguir guardando aquello que no le pertenecía y cuya procedencia aún no comprendía.

Iba mirando al suelo, aunque sin ver. Sus pensamientos le impedían ser consciente de lo que la rodeaba. Por suerte, no se tropezó con nada ni nadie, no tuvo ningún accidente, no se cruzó con un indeseable ni pisó, sin querer, a ningún ratón inocente. Por suerte, sus pies sabían a donde iban, recorriendo el camino de siempre, uno que su cuerpo había memorizado hacía ya meses. No fue hasta que la voz de Armagedon alcanzó sus oídos, que reaccionó, despacio, alzando la cabeza, cuyo mentón casi le tocaba el pecho, dejando que sus ojos viesen la silueta de la Muerte, aproximándose a su posición, porque sus pies, ahora, de pronto, se habían clavado en el suelo por algún motivo que no se molestó en analizar. No contestó al saludo, no por mala educación, sino porque sus labios no se despegaban. Sólo su cabeza parecía hacerle caso y moverse, siguiendo la figura del jinete al pasar por su lado en dirección al banco, junto al río.
 
Dejó caer los párpados, tomando aire poco a poco hasta dilatar por completo los pulmones, y lo dejó escapar repentinamente con fuerza, buscando un modo de despertar a sus extremidades que, perezosas o asustadas, permanecían petrificadas. Aquello no funcionó, sin embargo, tras unos segundos, viendo al inmortal tomar asiento, sus piernas avanzaron, siguiéndole y dejaron a Claude aposentada a su lado.
 
Negó cuando éste le pidió perdón. Si bien era cierto que la información había trastocado su realidad y la había tenido en vilo toda la noche, no consideraba que él hubiera hecho nada malo por sincerarse con ella, al contrario. Admiraba que le hubiese dicho la verdad aún cuando no había necesidad. Le parecía noble por su parte que, con una completa desconocida, hubiera sido tan franco. Por muy optimista que ella se mostrara siempre, sabía que en el mundo había mucha falsedad, muchas mentiras, muchos secretos. Y que se le revelara algo tan importante como la misión encomendada por Dios, la había abrumado de tal modo que la había dejado estupefacta, muda.
 
Sus manos reposaban boca arriba en el regazo, la zurda sosteniendo los billetes, aprisionados ligeramente bajo el peso de los dedos, pues no ejercía fuerza para sujetarlos. Si el viento hubiese soplado algo fuerte aquella noche, se los hubiese llevado, sin duda alguna, volando. La pregunta de Armagedon fue como el salto de un resorte en el mecanismo de la joven que se tensó de inmediato, clavando sus dilatadas pupilas en el rostro foráneo. -¿Qué?- La primera palabra que pronunciaba en casi veinticuatro horas y sonó en un tono demasiado agudo, como el piar inexperto de un polluelo que reclama comida por primera vez.
 
Escuchó con atención la aclaración del cainita, liberando un suspiro de alivio de manera inevitable. Podía no ser algo cortés, pero dada la situación, tampoco era algo que pudieran recriminarle. Miró de nuevo el dinero, cerrando poco a poco la mano. Necesitaba esa ayuda para su familia. Un tercer trabajo era, ahora mismo, indispensable para ella. Su padre empeoraba día a día y no podían permitirse medicinas que paliaran el dolor del miembro fantasma. Sus claros ojos se elevaron, buscando el rostro de Armagedon. -¿Qué clase de recados?- Lo necesitaba, pero aún temía que esas cosas que le pidiera el jinete de la muerte, ella no fuera capaz de realizarlas, ya fuera por ética o por miedo. Aún así, algo le decía que el italiano no iba con esas intenciones, pues se le veía alicaído. No tenía muy buen aspecto, ahora que se fijaba mejor en sus azules ojos. No parecían tan fríos como las otras veces, sino más bien tristes o así se le antojaba a Claude.

Mientras la Muerte hablaba, el ratón recordó el primer encuentro que tuvieron y que, incluso en el deplorable estado en el que se encontraba aquella noche días atrás, tenía mejor aspecto que ahora. Los orbes siempre vivarachos de Claude intentaron buscar aquellos heladores iris de Armagedon, sin embargo, no se le antojaron fríos como anteriormente, sino tristes y vacíos. ¿Qué le podía ocurrir al mismísimo portador del Apocalipsis para que algo le afectara de un modo tan profundo? ¿No se suponía que su misión era purgar la Tierra? ¿Acabar con todos aquellos que Dios consideraba indignos? Si bien la muchacha no estaba de acuerdo con aquel proceder, a él le había visto muy seguro de ello cuando le confesó lo que era y cuál era su lugar en el mundo, su sino. Y ahora, ahora parecía un alma en pena recorriendo las calles parisinas a altas horas de la noche en busca de un poco de compañía.

Mientras le había estado observando, lo cierto era que no le había escuchado. No sabía cuáles eran los supuestos recados ni para qué se lo pedía a ella, pudiendo recurrir a cualquiera con mejor disposición física y mental para ser ayudante de la Muerte. Alguien que compartiera su visión, que le comprendiera y le diera su apoyo incondicional. Ella no estaba conforme con su proceder, no creía que nadie mereciera el poder de ser juez y verdugo a la vez. Sin embargo, verle así le dolía en el pecho y en un impulso de los suyos, de aquellos que la incitaban a meterse donde no la llamaban, de caer en trampas y de poner en riesgo su pequeña locura, extendió los brazos hacia aquel joven de apariencia humana y le rodeó con ellos, estrechándole con toda la fuerza que le quedaba. -Todos tenemos días malos... El mundo es para los valientes, para los que no se rinden, para aquellos que buscan el lado positivo de las cosas y se aferran a ellas como si la vida les fuera en ello. No sirve de nada regodearse en el dolor, rememorar una y otra vez aquello que nos hace mal, que nos hace sentir poca cosa…- Hablaba por propia experiencia, de aquello que había aprendido ya de niña, lo que sus padres le habían enseñado, pues ellos también habían tenido sus momentos bajos y aún ahora los tenían. Eran supervivientes, pobres, mortales… Pero se tenían los unos a los otros y eso, eso les hacía invencibles.

Alzó un poco la cabeza, buscando esos orbes azules como el cielo que ahora la miraban sin comprender, ella tenía bastante claro que no era por sus palabras, sino por el abrazo. -No sé si sea la persona adecuada para los recados... pero puedo ser tu amiga.- Los amigos decían la verdad a la cara, aunque doliera, la sinceridad era la base fundamental de un vínculo como aquel. Ella siempre era honesta y aunque, seguramente, el jinete del Apocalipsis no estuviera dispuesto a aceptar que le llevaran la contraria o contradijeran sus decisiones, ella lo haría.

La respuesta del jinete no fue unas negativa clara, no le dijo con rotundidad que no deseaba que fuera su amiga, sino que él no había tenido ninguno y no sabía cómo serlo. El ratón, por primera vez aquella noche, sonrió, porque la confesión del cainita le había hecho gracia, no en un sentido en el que se burlara de él, al contrario, le parecía vulnerable y cercano, otra novedad que sumar al encuentro. -Nadie nace sabiendo ser un amigo, se aprende interactuando con los demás… Pero debes saber que la base de toda buena amistad es la sinceridad. Si se parte de eso, es fácil ir dejándose llevar por el resto.- Estaba segura de que el vampiro mentía poco y más que hacer eso, lo que podía hacer, en ocasiones, era omitir la verdad por no causar estragos en aquellos que, según él, no merecían el castigo divino de Dios.

Aflojó el abrazo, porque desde que se lo había dado que notaba la tensión del cuerpo ajeno, la rigidez de cada músculo que estaba en contacto con su propia figura. Ella lo había hecho como un gesto de buena voluntad, como una muestra de esa amistad que le ofrecía. Pero era evidente que a Armagedon le incomodaba tanta cercanía, así que le devolvió su libertad. Y aunque durante unos segundos desvió la mirada al soltar el agarre, pronto regresó sus dos orbes, que volvían a tener cierto brillo, al rostro del italiano. -Los amigos se apoyan en momentos difíciles, se escuchan el uno al otro y, con el tiempo, se comprenden.- Claude intentaba explicar de la mejor manera que sabía lo que significaba, para ella, la amistad. Lo hacía con toda la inocencia y buena intención del mundo, sin malicia oculta, sin segundas intenciones, sin pretensión alguna. Simplemente porque era incapaz de nada de eso, ella podía ser un poco pícara, pero nunca se pasaba de la ralla y, desde luego, no le deseaba mal alguno a nadie. De hecho, ni siquiera se lo deseaba a algunos que, claramente a ojos de cualquiera, lo merecerían.

Giró sobre los talones, fijando la vista en el Sena durante unos instantes, para luego dejar caer los párpados y dejar que la brisa acariciara su rostro, sus pestañas y le enredara ligeramente el pelo. -Y si necesitas lo de los recados, puedo ayudar. Ya te he dicho que no sé si seré la persona más adecuada, porque muchas personas me ven como a un crío y no me respetan demasiado… Pero quiero ayudarte en lo que pueda. Y tal y como te he dicho antes, el mundo es para los valientes y yo, aunque menuda, lo soy.- Asintió, abriendo de nuevo los ojos y sonrió, virando un poco la cabeza para ver el perfil de Armagedon. -¿Qué me dices?-