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Una triste canción {Armagedon} 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Una triste canción {Armagedon}

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Mensaje por Monserrat Dom Sep 09, 2018 4:00 pm

La noche estaba impregnada de un olor muy suave.
Olía a tranquilidad.

Debía ser por el barco cargado de aceite de oliva traído de Italia y por las cajas de madera que sin ningún aprieto llevaba descargando desde hace largos minutos.
Hace ya tres meses que había llegado de quién sabe dónde a la gigante París, meses que al principio fueron duros, confusos y atemorizantes para la licántropa que sin amo, no había sido más que un can perdido en un mar de rostros, cosas y hábitos desconocidos.
A pesar de que había aprendido ya algunas palabras y expresiones, a Monserrat el francés le seguía pareciendo difícil, a veces pensaba que nunca podría aprenderlo y que era inalcanzable, mucho más si en vez de socializar solía pasar su tiempo libre corriendo en el bosque como lo que sentía que era, una loba.

Lo que hacía que olvidara la barrera del lenguaje era encontrar personas que hablaran su propio idioma en el día a día en su vida o nuevo trabajo, aunque no había conocido a ninguno que viniera de las tierras de las que ella venía o que conociera los parajes que siendo una esclava guardiana había recorrido como licántropa. Igual no era que hablara demasiado, para ella sus únicos amigos habían sido sus hermanos perdidos, esos que compartían con ella su triste, servil y sangriento pasado. Hemanos de mordida.

Estibadora de barcos.
Llevaba ya dos semanas y tenía boquiabiertos a sus compañeros de trabajo y marineros que le duplicaban en tamaño, a los transeúntes y mercaderes, a los jefes que al principio no habían dado ni medio franco al verla y darse cuenta que ni siquiera entendía sus palabras.

Pero Monserrat no era tonta, entendía las señas y por supuesto, tenía el don de la observación del lobo y sus sentidos. Así era como hoy en día, gracias al ejemplo de sus compañeros y la rutina conocía algunas mañas, las tareas por completo y gracias a su fuerza antinatural era la consentida de sus patrones sin saber que eso también era por sus rasgos físicos y exotismo; podía llevar dos cajas sobre sus hombros sin problema o esfuerzo alguno y al caer la noche cuando todos dormían y los demás empleados se había ido, podía cargar el triple o más si se le antojaba y aún le quedaría energía para su carrera nocturna en cuatro patas.

¿Por qué no vivir en el bosque o parajes oscuros como lo había hecho al principio?
No sabía, solo entendía que debía dar esas circunferencias doradas de metal para vivir en el piso del barriecillo donde ahora vivía, para comer, vestir y que eso se ganaba haciendo lo que ahora hacía en el puerto y no estaba mal, amaba los turnos de noche y  le gustaba como el hombre que llamaban Blaise cantaba y tocaba esa guitarra vieja que tenía, la tranquilizaba de una manera triste, como si supiera de su vida y de su lugar de origen que seguro la recordaba como la niña Monse de ojos grandes, vivaces y oscuros, hija en secreto de sierva y hacendado. Hija secuestrada y olvidada por los años.

A veces, Blaise tocaba música que evocaba los recuerdos y sensaciones de un hogar perdido en la memoria, acompañando sus pasos como aquella noche, solo ella y el crujir de la madera de los escalones que cedían más que con su propio peso con el de las cajas, también él, su barba grisácea y guitarra flamenca, con su pereza en la cubierta del barco mirando el cielo y a hurtadillas a su silenciosa y trabajadora compañera.

Una triste canción le decía que sí, a la loba le gustaba la música bajo la luz de la luna nueva.




Última edición por Monserrat el Dom Sep 16, 2018 4:18 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Armagedon Mar Sep 11, 2018 10:24 am

"Y llamó Dios a la luz Día,
y a las tinieblas llamó Noche.
Y fue la tarde y la mañana un día."

(Génesis 1:5)

Las tienieblas, la noche, la oscuridad, eran la garantía de su existencia. Condenado a no volver un a ver un solo rayo hasta el día del Juicio Final, o hasta que Dios en su infinita misericordia lo llamase a su lado, vagaba por las silenciosas calles en busca del pecado. Exterminar, purgar, lavar la mancha. Era su misión, su cometido, la mano ejecutora de Dios que traería al mundo la destrucción necesaria que daría paso a un nuevo mundo limpio y sin corromper.

Siempre recurría a los textos sagrados que memorizó desde bien niño, lo serenaba, le daban sentido a todo, pero de un tiempo a esa parte su mundo estaba patas arriba, sus hermanos se habían desmarcado de la misión y había tenido que mudarse a un apartamento él sólo, siguiendo con la ruta marcada por Dios. No estaba acostumbrado a eso, él era el que de alguna forma "cuidaba" de los demás, le gustaba cocinar para ellos aunque la comida a él le supiera a ceniza, compartir la mesa como una familia bien avenida. Era meticuloso, así que todas las albores que requiriesen precisión le ayudaban a centrarse, a enfocar su mente en algo más allá de ser la Parca. Ahora nadie "conocido" asomaba a su puerta, los recados diurnos se los hacía un secretario que le cobraba bien por ello, le hacían la colada y le limpiaban de vez en cuando el apartamento que había encontrado de renta en un barrio medio de París. Y fuera de esa gente... no tenía trato con nadie más.

A veces se quedaba durante horas en la biblioteca del College de France, leyendo bajo el farol de gas los textos apócrifos, filosofía, biología o matemáticas. Pero entendía poco o nada, su visión de la existencia era muy cerrada y sencilla: los humanos pecadores merecían la muerte, punto final.

Otras veces se daba atracones de sangre corrupta, mataba, arranca vidas sin más, extirpaba el pecado y la maldad a base de colmillos y golpes. Destripar, desmembrar y desangrar. Dios así lo quería.

Pero sobre todo, la mayoría de los días se sentía aún perdido, adaptándose a esa situación, a estar solo de verdad. Solía frecuentar el puerto, por las noches era un nido de ratas, bebedores, fornicadores, asesinos, ladrones y extorsionadores, lo mejor de cada familia se daba cita en los bajos fondos. Allí era sencillo dar con quienes no merecian ver un nuevo amanecer. Se detuvo entre las tinieblas, pegándose a una pared de ladrillo y apoyando la espalda contra ella, a escuchar la triste melodía que los dedos del viejo arrancaban a la guitarra. La música...esa era una de las cosas que Armagedon no comprendía de la Humanidad. ¿Cómo era posible que almas tan impías fueran capaces de crear algo tan bello? La música le parecía creación divina, de seguro que cuando Dios le llamase a su lado sonaría algo así en los altos cielos. Cerró por un instante los ojos dejando que las notas inundaran sus sentidos, los transportaran a la vieja y sucia Roma, donde creció en una chabola de la via Sacra. Recordó el sol cálido que bañaba la ciudad de las siete colinas, el aroma a olivo y ciprés, el idioma dulce y cantarin de los romanos cuyo dialecto era el más extendido de la península de la bota. ¿Echaba de menos esa vida? seguramente un parte de Armagedon sí, el que una vez fue un niño. Mas eso ya debía quedar atrás, ese niño estaba muerto y enterrado, y sólo el ángel de la muerte ocupaba su interés.

La melodía terminó y con ella el cainita abrió los ojos de nuevo, perfectmente adaptados a la oscuridad, donde se desenvolvía bien, descubriendo que no estaba solo al escuchar al músico... un lobo. Pobre criatura. Aberraciones, fallos de la naturaleza que Dios permitía para que el mundo fuera diverso y lleno de posibilidades. No mataba sobrenaturales a menos que éstos atentasen contra él, con exterminar a los humanos infames ya tenía suficiente trabajo.


Última edición por Armagedon el Miér Sep 12, 2018 5:10 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Monserrat Mar Sep 11, 2018 4:33 pm

Paso a paso la guitarra cantaba, los dedos del marinero se movían metódicos pero audaces a través de las cuerdas que Monserrat escuchaba cómo comenzaban a tensarse y vibraban hasta convertirse en los sonidos que embriagaban sus sentidos como esa extraña sustancia que a veces la hacían beber a ella y sus hermanos sus antiguos amos en sus celebraciones, esas tan ajenas e inentendiblemente dolorosas, humillantes.

Esa sustancia que veía beber también en la nueva ciudad a hombres y mujeres, a veces a niños y ancianos  acompañados con canciones entre algarabías y risas cuando las puertas de las tabernas se abrían y cerraban, también en las calles, sobre todo en el puerto y a sus compañeros, a hombres de mar igual, algunos a veces la invitaban a tomar de sus licoreras o jarras, otros a reunirse junto a ellos después de una larga jornada de trabajo en alguna tabernucha hasta el amanecer.

La licántropa siempre decía que no moviendo la cabeza, no habían recuerdos felices de ningún licor, o celebración alguna excepto las memorias de su infancia que ahora ya eran borrosas imágenes de un tiempo que ella sentía había sido feliz y siendo aún una extraña bestia en tierra de desconocidos, prefería estar lejos antes que lastimar a alguien que buscara todos menos la muerte. También era porque no encontraba propósito a hacerlo, importantes la otra razón de que aún no se acostumbraba a que la vieran en su forma humana, a estar tanto tiempo en el día caminando sobre dos patas sin la protección de su pelaje o lo liviano de su andar y la elegancia, la sencillez y el arte en la forma de ver la vida.

Aún en el interior del barco la melodía era clara en sus oídos, tomó otras dos cajas pensando en si llevar una más sería demasiado osado. Frunció el ceño sin poder concentrarse por completo en su tarea, era como siempre, podía hacer su trabajo con eficiencia mientras sus sentidos estaban alerta en el mundo que la rodeaba y su mente en sus recuerdos, en los buenos y malos. Lo curioso es que jamás pensaba en ¿por qué a mi? o ¿por qué así?, era solo una espectadora observando a través de un caleidoscopio del tiempo su propia vida.

La tercera caja fue puesta sobre las demás, todas levantadas para ser llevadas entre sus brazos hasta la escalera que daba a la cubierta, allí ya estaban cargadas sobre uno de sus hombros para comenzar la marcha de regreso a la tierra cuando sintió algo extraño, quizás era porque el mar la asustaba pero era un miedo que comenzaba a superar siempre que el barco estuviera ligado al puerto. Apenas llegó al exterior sintió el aire diferente, más denso y Monserrat miró la extensión del puerto a largo y ancho, las construcciones que silenciosas permanecían de pie metros más allá.

No había nadie al parecer. Pero tenía una certeza, la pregunta era ¿de qué?
Sus ojos oscuros fueron sobre el músico, contemplando con ojos de eternidad y continuando cuando los últimos acordes comenzaron, no deseaba que la encontrara husmeando, estaba aprendiendo que muchos eran desconfiados, mucho más que ella. Así continuó su trabajo sin perder la sensación en sus sentidos hasta que al haber descendido escuchó el silencio, la música había terminado para su mala suerte.

Descargando ya casi completaba otra hilera perfecta de cajas, levantó los ojos a Blaise quien descansaba sus dedos y miraba a la luna para sorprenderla observándolo. Él sonrió y hubo silencio. - Así que te gustan mis canciones y quieres una más, dama tímida.- no supo lo que significaba y sus ojos adoptaron los ojos del can avergonzado antes de volver a su labor. - Trabajas siempre muy duro, a este paso nos dejaras sin trabajo a todos. - un corto silencio sin respuesta de ella, como siempre. Monserrat escuchó el suspiro y cómo acomodaba la guitarra de nuevo, le asaltó una alegría por lo que suspuso vendría.

- No te preocupes, ya aprenderás a hablar como nosotros. Por ahora, otra canción. - rasgó la guitarra en la víspera. - Esta me la enseñó mi primer jefe una noche que desembarcamos en España, yo era muy joven. ¿Conoces España?- el silencio regresó, más profundo. - Quisiera hablar español. Así sabría de dónde vienes y quién te enseñó a cargar de esa manera...En fin...- quizás se había resignado a que jamás lo sabría porque guardando silencio comenzó de nuevo a tocar.

Monserrat hubiera sonreído, pero a cambio regresó la extrañeza, la sensación punzante por una presencia que sintió a algunos largos pasos. Su olor iba más allá del aceite de olivas y destacaba aún más en aquel al que llevaba oliendo desde que comenzó su trabajo aquella tarde. Olfateó profundo encaminándose lento y prevenida a donde le indicaban sus sentidos.
Se detuvo a puertas del callejón oscuro.
En el límite de la luz y las tinieblas husmeó alerta y con sus ojos de lobo se quedó observándolo sin decir ninguna palabra. No era un hombre, ella conocía qué era y qué hacían, ¿vendría por el viejo músico? ¿por ella? El corazón le latió y aunque tenía temor de ser forzada a regresar a su esclavitud o de un encuentro violento una vez más, a devorar el miedo le habían enseñado, así como a vampiros y siempre había sido  buena en ello.




Última edición por Monserrat el Dom Sep 16, 2018 4:25 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Armagedon Jue Sep 13, 2018 2:28 pm

El latido del corazón vivo, el sonido más sublime que podía encontrar tras la música. Sólo que éste olía a perro, y los perros tenían su lugar, y éste era lejos de los cainitas pues su sangre era ponzoña, veneno cruel que los descomponía por dentro. Si quisiera abortar su misión, no lo haría bebiendo de un animal maldito por la luna, directamente saldría a saludar al sol, pero eso sería fallarle a Dios y no haría.

Decían que los licántropos y los vampiros eran enemigos naturales. Eso era una estupidez, simplemente una casualidad evolutiva les había otorgado el don de corromper a los no muertos mediante su sangre, pero no era muy distinto de una seta venenosa para un humano. Eso no les daba rango "especial" en la historia del mundo. Sin embargo él sí lo era, porque había sido elegido por Dios, y su hermano Guerra, también licántropo, había obtenido la maldición por el mordisco para poder servir mejor en su misión. Generalmente los perros sólo eran eso, perros descontrolados y salvajes.

Se separó de la pared y caminó despacio, pues Armagedon no era dado a sentiientos excesivos como la ansiedad, la prisa, el pánico o la alegría. Ni siquiera su enfado solía asomar a sus gestos; tanto era así que su hermana Victoria le decía medio en broma que sus músculos de la risa habían muerto con el humano. La Muerte se detuvo a unos metros frente a la mujer que lo observaba desde la entrada del callejón y que claramente estaba a la defensiva.


- No vengo a por ti. Hay suficiente espacio en este puerto para no chocar, da media media vuelta y vive una noche más.

Se lo dijo en francés, pues hasta la fecha adivino no era y no podía suponer que la joven no entendía ese idioma. tampoco él lo hablaba a la perfección, hacía unas erres más sonoras y le daba cierto deje cantarín a algunas palabras, pues lengua materna era el italiano. La miró de arriba a abajo. Sólo una vez había mordido a un licántropo en medio de un "ataque de locura transitoria" que es lo que le ocurría cuando ingería excesiva sangre con el pecado de la ira. Perdió la frialdad que le caracterizaba y bebió de la bestia. jamás había pasado peores días que los siguientes, su hermana tuvo que poner toda su magia a funcionar para sacarlo de ese entuerto y desde entonces lo tenía claro: lejos de los perros.
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Mensaje por Monserrat Dom Sep 16, 2018 4:53 pm

Una espigada, masculina y elegante figura de cabellos como el oro, de mirada clara cual mar recorrido en su vida y pálida piel de muerte fue lo que vio al fondo del callejón, apoyado sobre la pared mirándola en silencio, sabiendo ya lo que Monserrat era.
Vampiro y licántropo.
Eso era bueno, ambos sabían y se conocían, se suponía que así no podían haber secretos entre los dos al conocer la esencia de lo que cada uno como bestia tenía como motor, como instinto primario. Se suponía.
Vampiro y licántropo. Era una combinación que desde tiempos inmemorables solía evitarse. La morena se preguntó qué sucedería si el espectro supiera a cuantos como él había asesinado en su vida.

Quizás se decidiera a dar media vuelta e irse. ¿Eso alguna vez había sido así? Nunca. Quizás se enfureciera y fuera el primero en gritar guerra. Como loba, sabueso y soldado protector había conocido en primera fila y partícipe directo, la manera en que los vampiros actuaban. Eran impredecibles y astutos, una rareza para ella que nunca entendió bien el porqué debía asesinarlos, pero que igual lo hizo ya que era su deber, debía obedecer y los castigos por la subordinación y el miedo a sus amos siempre fueron más fuertes que el atreverse a preguntar ¿por qué? ¿Entendería él su pasado? ¿Querría entenderlo?

Durante su observación del intruso no parpadeó a no ser que fuera estrictamente necesario y no se movió de su lugar ni un milímetro, tampoco a alguno de sus músculos que se hallaban ya lo suficientemente acostumbrados a soportar largas horas en posición de guardia vigilando las tierras de sus señores, en alguna misión extraña y sangrienta o por simple diversión de los que se hicieron llamar sus amos y tomaron como propiedad su vida hasta el día de su glorioso escape.

Cuando lo vio caminar hacía ella a lo largo del callejón aunque el corazón le latió raudo y la temperatura en su cuerpo ascendió mucho más de lo que ya era habitual no por miedo sino por ansia de saber que planeaba, Monserrat se mantuvo allí plantada, aunque liberó por voluntad las manos, cerrándolas con fuerza y un gruñido bajo escapó de sus labios como advertencia clara. Detente.
Se detuvo como lo hizo la música y sin saber si era fortuna o no, aún lo esperaba en la línea que como limbo dividía la luz del infierno que se llamaba oscuridad aquel día.

Arqueó una ceja frunciendo el ceño. Un gruñido más.
Para él su expresión sería una muestra de que no aceptaba lo que fuese que hubiera dicho, para ella era sencillo, aunque reconocía el idioma, sabiendo que era francés no lo entendía, excepto por las palabra no, puerto, media, noche y vida.
De nuevo sentía el calor que como en oleadas iba y venía, atravesando su cuerpo como veneno que al contrario de asesinarle, le daba vida, pero también furia y coraje. Iba a entrar al callejón para terminar con todo, en realidad para comenzar y resumir pronto, cuando una voz se escuchó a su lado.

La conocía y detuvo el pie que ya se había despegado del suelo para sumergirse en lo incierto. - ¿Qué miras, pequeña?-  Blaise observaba las tinieblas con intriga, llevaba la guitarra en la mano ya que casi nunca una vez que la tomaba, la dejaba. Se sobresaltó al ver una silueta sobresalir entre tanto negro frente a ellos y rió por su miedo. Ella solo pensaba cómo no lo había escuchado venir. -¿Quién está ahí?-  demostrando su valentía como hombre de mar aunque tenía la piel erizada, quiso adentrarse en la oscuridad. La mano de la licantropo lo detuvo, interponiéndose en su paso.

El francés la miró y Monserrat hizo lo mismo de reojo, meneando la cabeza como un no, volviendo de inmediato al frente. Lo que acechaba entre las sombras era rápido y peligroso.
El hombre sin saber porqué obedeció y se quedó al lado de la joven de grandes e inocentes ojos. Pero el ser humano es terco, ocioso y escéptico. Por esas razones Blaise habló de nuevo, aunque algo le decía como hombre que huele tormentas en la distancia, que nada estaba bien.

- ¿No le gustaría acompañarnos, compañero? Andar solo a estas horas de la noche por estas calles es peligroso. Esta bella señorita...ella no habla mucho y yo sí, lo hago... un poco... lo acepto, pero tenemos una guitarra y algo de whisky. Si le gusta la música y el buen alcohol es bienvenido. - de nuevo solo entendió el no, horas, noche y otras como guitarra, whisky y alcohol. Lo cual resumía y deducía había sido una invitación. Miró al marinero confundida y volvió a menear la cabeza queriendo explicarle que era la peor idea.

Sentía tanta impotencia y seguiría siendo así porque lo único que él le devolvió fue un encogimiento de hombros, era claro que tampoco sabía porqué lo había hecho.
Suspiró guardando el callejón con sus ojos plantados en el vampiro, esperando que dijera que no, porque si aceptaba, estaba claro que no podría terminar su trabajo hasta que los rayos del sol fueran claros y tendría que velar por el bienestar del hombre como leal y fiel perro guardián.
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Mensaje por Armagedon Vie Sep 21, 2018 5:25 pm

De normal no habría aceptado, de normal la muerte sólo se paseaba por los callejones de la ciudad arrastrando su capa enlutada por los adoquines. De normal, la muerte no atendía a advertencias ni gruñidos, no llegaba pronto ni tarde... llegaba cuando debía llegar. Pero esa noche no era normal, esas semanas no eran normales, dejaron de serlo cuando sus hermanos le dieron la patada como si fuera un perro callejero.

No podía reconocerlo, no lo haría nunca, pero así se sentía, abandonado a su suerte a pesar de ser el último que permanecería en pie sobre la faz de la Tierra. Seguramente por ese motivo la Muerte obvió el peligro de tener una licana cerca, ignoró deliberadamente su ponzoña, el veneno que podía causarle enfermedad y dolor, quizás la única criatura que podría equipararse a él en capacidad destructiva.

Durante unos segundos se observaron en el callejón, vampiro y licano, la muerte y la vida, el frío y la llama. Pero entonces el viejo marinero irrumpió en escena y le explicó que la mujer no hablaba mucho, por su expresión, diría que la había visto esforzarse en entender; quizás fuera extranjera o quizás simplemente fuera una retardada. Fuera como fuese, no le quitaría el ojo de encima, porque aceptó con un leve asentimiento el ofrecimiento del hombre. Guitarra y whisky, de ambas lo que más le gustaba era la música, pues Armagedon rara vez bebía ni se dejaba llevar por los vicios que muchos cainitas había adoptado con los años. ¿Tenía algo más que hacer? No, ya había matado suficiente por esa noche. ¿Tenía lugar mejor al que ir? No. Su apartamento era como un cascarón vacío. Así que sin pensarlo mucho, siguió al marino hacia donde le indicó. El viejo hablaba y le contaba cosas sobre ese barco en el que vivía, sobre la última travesía que los había llevado hasta París, pero su origen en verdad era otro.

Armagedon escuchaba sin interrumpir, calibrando su longeva vida, quizás había cometido pecados, seguramente, pero no le olía a miserable rastrero que necesitase ser expiado por la gracia divina. La mujer tampoco hablaba, esa noche Blaise tenía un público difícil, falto de entusiasmo, o al menos eso parecía.

Se sentaron sobre unas cajas y el hombre le preguntó qué hacía allí. La muerte no mentía, pero si les decía toda la verdad tendría que matarlos o dejarlos ir sabiendo quien era él, lo cual era peligroso.


-Terminé mi trabajo y salí a caminar un rato. Lo que estabas tocando antes...?.- dejó el interrogante en el aire, tomándose las confianzas de tutearlo, no estaba la muerte para tonterías de pleitesías. El viejo le dijo el nombre de la canción y su compositor y Armagedon lo apuntó mentalmente. Quizás algún día pudiera escuchar música sin necesidad de interactuar con los humanos, eso le aliviaría la carga de saber que a pesar del virtuosismo de alguno, le tendría que rebanar el cuello por sus pecados. Lejos estaba de saber que el ipod no se inventaría hasta dos siglos después.

Sujetó el vaso que le ofreció entre las manos, mirando fijamente a la muchacha. Esos ojos fríos como el acero no entendían de cortesías ni de que mirar fijamente a alguien fuera de mal gusto, sólo la analizaba como un peligro potencial para si mismo, pero cuando decidió que no parecía ser hostil del todo, se centró en el músico. Debería plantearse alquilar un apartamento al lado de la Opera Garnier, al menos desde su casa escucharía música cuando ensayaban.


- Adelante.- Animó al hombre a seguir tocando mientras sujetaba el vaso que no había probado.
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Mensaje por Monserrat Lun Sep 24, 2018 5:17 pm

Aún insegura de que fueran las palabras de su compañero una invitación, segura o queriendo de que si en verdad era así la respuesta por parte del vampiro fuera un no para poder estar tranquila y no vivir con el sosiego todo el resto de la noche de lo qué podría suceder, esperó la morena con la respiración agitada y los ojos oscuros y resplandecientes en el invasor.
No era miedo, era ansia canina.
Un ansia que se vio adormecida cuando vio el asentimiento de cabeza. Eso era un acepto en cualquier lado del mundo, un claro y mudo sí con el que también habían contestando ella y sus hermanos a sus señores desde las celdas húmedas de los pasadizos hasta las praderas luminosas que olían a hierba fresca y a libertad.

Ahogando el gruñido con un suspiro pesado y un aire de disgusto en su rostro observó al cainita. ¿A qué jugaba?¿Qué deseaba?
Le atemorizó la idea de que sus pasados esclavistas hubiesen regresado por ella en forma de vampiro, aunque era de ellos de quien en el pasado debía protegerlos, no sería raro que hubiesen buscado artimañas tales como aliarse para encontrar a sus sabuesos-licántropos desertores.
Observó de soslayo a lo que solo era para ella una amenaza y los dejó pasar primero, humano y no muerto, antes de tomar su marcha vigilante tras ellos.

Tomó asiento junto al marinero cuando esté decidió cuál sería el lugar, fue una fortuna que no fuera en la cubierta del barco porque los daños habrían sido graves para la compañía si se presentaba alguna rencilla. Pero los siguientes minutos fueron largos y tensos, porque aunque existía una conversación desconocida para ella y de vez en cuando desviaba la mirada a Blaise, la mayoría del tiempo su atención la robó el espectro de cabellos dorados y ojos como el invierno. Sabía que ellos eran rápidos, demasiado. Cuando se encontraban las miradas de ambas bestias, reconocía el estudio que él como ella, le hacía.
- ¿Y a qué se dedica, caminante nocturno?- preguntó Blaise arqueando una ceja mirándolo con sagacidad cuando la copa de whisky fue aceptada por el que pensaba era un hombre. Sus ojos brillaron en la oscuridad de la noche.

Era la vieja y cotidiana manía a la que como buen hombre de mar se había acostumbrado al encontrarse con sorpresas desagradables y siendo un hombre de aprendizaje rápido desde la juventud con sus primeras crueles y equivocadas experiencias, no olvidaba jamás seguir sus tradiciones.  Se acercó un poco para susurrar, mirando de reojo a la licántropa que giró al sentirse observada. Allí sentada se sentía completamente perdida meditando en que seguramente pensaba el espectro que era una tonta, que lo pensaba como todos.

Quería salir a correr en cuatro patas directo a la oscuridad donde sentirse segura y libre, en la forma que sentía era natural y era ella, a cambio debía quedarse allí, cuidando con fidelidad y porque tenía la mala manía de tomarle cariño a quienes eran amables con ella y lo más extraño (y a lo que a su vez más le definía como Monserrat) era que no le molestaba, lo hacía de buena gana aunque la incomodidad por no entender y por sus propios complejos la invadieran, ella, debía cuidar al marinero de las canciones y la música, de la guitarra española que tanto le recordaba con canciones a su infancia y días en la Nueva Granada.  

- Porque sospecho que ella cree que usted es algo así como un asesino o alguien a quien temer.- ese fue el susurro y rió de buena gana moviendo la cabeza, por dos cosas: podía ser una idea descabellada como podía ser lo más cierto del mundo. Había visto cosas extrañas recorriendo el mundo. Tomó la guitarra asintiendo con una reverencia de su mano cuando escuchó el pedido de comenzar con una nueva tonada. El caballero parecía alguien con clase por sus modales y presencia. - ¡Pues como guste, Señor!- respondió animado afinando algunas cuerdas y tomando de su propio whisky. - Últimamente he estado tocando mucha música española, de hecho desde que comenzó a trabajar en el puerto. - miró a Monserrat quien volvía a no mirarlo, sino al extraño y eso le puso la piel de gallina, pero quiso tranquilizarla y a su vez, a él mismo con lo que más amaba, la música.

- Creo que viene de allí, pero no estoy seguro, parece no saber nada de España, pero a veces la escuchó tararear viejas canciones que solo cantan y reconocen hombres de mar como yo en el idioma de ellos.- rasgó la guitarra. - Espero le guste y acompañe su trago.- dijo cerrando los ojos comenzando a cantar. Y Monserrat, como la soledad, miró al cielo también cerrando los ojos y aunque sus lágrimas fueron invisibles como su tristeza, existieron y fueron muy reales al reconocer la canción que a veces su padre le cantaba en las playas hermosas de la Cartagena que la vio nacer.

Miró al suelo por primera vez en la noche, apoyando los codos sobre sus rodilla. Y tal como el francés lo diría, cantó en voz muy baja las partes de la letra que recordaba, olvidándose por unos instantes que un vampiro la acompañaba, o mejor, que este quizás era su enemigo.
La noche para ella era fría y aún olía a suave aceite de olivas.


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Mensaje por Armagedon Dom Oct 07, 2018 9:34 am

"Porque el que habla en lenguas
no habla a los hombres, sino a Dios;
pues nadie le entiende,
aunque por el Espíritu habla misterios."

(Corintios 14:2)


Había notado esa chispa vivaz e inquieta en la loba mientras la miraba, tampoco él había sido sutil escrutándola, pues sus garras podían hacerle mucho daño, heridas que tardarían años en curar, su ponzoña era el mal para los vampiros. Cuando el viejo le preguntó a qué se dedicaba, Armagedon tuvo que contestar, y no mentía, no tenía por qué, sólo que en ocasiones como esas, ocultaba cierta información.


- Mi padre me envía a cobrarme las deudas.- Era un poco complicado explicar algunas manchas de sangre de su pantalón, y en esencia, ése era su trabajo. A buen entendedor pocas palabras bastan, y supuso que Blaise sería lo suficientemente sabio por su edad para saber que con tipos como Armagedon no valía la pena hacerse el valiente. En los suburbios y en los negocios como los que se daban en el puerto a diario, siempre había quien se pasaba de listo y alguien tenía que ajustarle las tuercas, no era tan raro.

Giró la cabeza hacia Monserrat cuando el viejo músico se refirió a ella y le dijo que posiblemente fuera española. Lo siguiente que le salió no tuvo ni idea de por qué lo hizo, simplemente las palabras salieron solas de sus labios.


-¿puedes entenderme si te hablo en italiano?.- su lengua era muy similar, se lo dijo despacio mientras en su rostro tomaba posesión una expresión tan sorprendida como la de la joven. ¿Por qué narices había usado su lengua materna con una extraña? además era licana, no tenía pensado sentarse a filosofar con ella, y sin embargo allí estaba, hablando con la loba o al menos tratando de entenderla.

El viejo entonó una canción que si bien La Muerte no conocía, sintió como si la hubiera conocido de siempre, era el poder que tenían las canciones de cuna, que tocaban una fibra interna que conectaba con el niño que siempre quedaba oculto bajo el adulto que era. Guardó silencio y se dejó arrastrar hasta las que su madre le cantaba, era pequeño, casi había olvidado su rostro, pero en ciertos detalles la tenía presente como en ese momento. La canción expiró y sus oídos sobrenaturales escucharon el restallar de una lágrima sobre la madera del barco. Armagedon era un incompetente emocional, así que eso de las lágrimas le daba algo de alergia porque no las entendía, del mismo modo que no entendía la debilidad.

Giró el whisky en el vaso, moviéndolo en círculo y guardando un silencio sepulcral. Apenas bebía, porque todo le sabía a ceniza, pero no podía hacerle daño así que se lo bebió de un trago.


-¿te importa si vuelvo mañana?.- le preguntó al viejo. Tras esto él mismo se sintió estúpido. ¿Volver? ¿para qué? no debía disfrutar de los placeres mundanos, eso sólo te desviaba de la misión encomendada. Pero algo en su interior se había roto y por la grietas se vislumbraba al humano que algún día fue.
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