AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Beautiful Disposition [Flashback]
2 participantes
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Beautiful Disposition [Flashback]
”Four corners at my bed, four angels to watch over my head
one to watch and one to prey
two to eat my soul away”
"The Creeper Man"
Dawn Kurtagich
one to watch and one to prey
two to eat my soul away”
"The Creeper Man"
Dawn Kurtagich
DIEZ AÑOS ATRÁS
Edad: 5 años.
Clase: Media.
Estado mental: Cuerda.
Sus zapatos rojos repiquetearon contra el suelo del corredor. Alitzée saltó sobre un madero que sobresalía, haciendo que el otro lado emergiera. No había forma posible de encajarlo adecuadamente, siempre se desbordaba por algún lado. Su madre la había echado de la habitación para estar a solas durante un tiempo y ella, acostumbrada, se había entreteniendo con las nubes de polvo que emergían cada vez que presionaba algún punto de aquel viejo hostal. No sabía donde estaba su padre tampoco, se había marchado antes de que el sol saliera. Apenas había pasado con ellas unas horas desde su llegada a París. Alitzée estaba emocionada, no era la primera vez que visitaban el País, pero la pequeña no recordaba las anteriores. Había disfrutado del barco y hablado a todo aquel con quién se cruzaba para así, practicar su francés.
─Bonjour, quoi de neuf? ─saludó, a un hombre que acaba de aparecer al final del pasillo.
El tipo la miró con ojeriza y, ella simplemente le mostró su sonrisa, a la cual le faltaba algún que otro diente de leche. Ladeó el rostro a la espera de respuesta, pero la voz de su madre al otro lado de la puerta la reclamó.
─Niña, entra aquí ahora mismo.
Despidió al extraño con una mano y se introdujo en la habitación. La mujer, se encontraba tendida en la cama, sus ojos sellados.
─¿Cuántas veces te he dicho que no hables con nadie? ─increpó. Alitzée agachó la cabeza─. Algún día de estos, alguien se te llevará y yo me alegraré. Ni papa ni yo iremos a buscarte. Ponte el chaquetón, nos vamos a comer algo.
─¿Con papa? ─preguntó la pequeña tímidamente.
─No, papa está trabajando y no hagas más malditas preguntas. No has cerrado esa boquita en todo el viaje, me produces malestar, niña.
─Perdón…─musitó Alitzée.
Se puso el chaquetón y caminó tras su madre. No trató de tomar su mano puesto que sabía que no se lo permitiría, así que simplemente persiguió sus sombras. Descendieron las escaleras del hostal que llevaban a la recepción y precisamente en el último escalón, Angeliqué se detuvo tan bruscamente, que Alitzée chocó contra su espalda. La niña se apartó, desconcertada, y se asomó por un costado del cuerpo de la mujer. Frente a ambas, había un hombre, la mirada fija en su madre. Cuando reparó en la pequeña, sus labios se entreabrieron, atónito. Alitzée, reculó un paso y se aferró al abrigo de su madre, un poco asustada.
─Mama…
─Vete al cuarto y no salgas hasta que regrese.
─Pero mama, no quiero estar so-
─Haz lo que te digo.
La aferró del brazo con brusquedad, instándola a que volviera a subir las escaleras. Alitzée le hizo caso, mirando a aquel señor un momento antes de desaparecer en la segunda planta. Tenía los ojos ligeramente dispares, como ella. Entró en la habitación y permaneció allí, contemplando el exterior por la ventana. Suspiró. Ella quería ver París y ahora, estaba encerrada en un cuarto, sola. ¿Y si desaparecía un poco? Seguro que sería capaz de regresar antes que su madre. Abrió la ventana y sacó la cabeza, descansando los ojos sobre la enredadera que devoraba la fachada del hostal. Lo meditó un tiempo hasta que se decidió a descender por la enredadera hasta abajo. Cuando alcanzó el suelo, lo hizo orgullosa. Sus ojos se perdieron entre la maleza que concurría la parte trasera del hostal. Buscó flores, pero apenas halló pinchos, malas hierbas y un arbusto que se movía. Alitzée dio un paso atrás. Un perro pulgoso y grande, emergió de entre las hojas, ladrando, gruñendo y amenazando con sus amarillentas fauces. La pobre niña, simplemente chilló y se tapó el rostro, a la espera de que se la comiera.
Alitzée Quincampoix- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 03/10/2014
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Re: Beautiful Disposition [Flashback]
“Me irritaba que se creyera una recién nacida
Era de esas niñas que creía que nadie era dueño de nada
Y todo era de ella
Y no entendía cuando le decía que mi reloj me pertenecía
Hasta que quedó perpleja cuando le dije que ella era mía.”
Rémi Quincampoix
Era de esas niñas que creía que nadie era dueño de nada
Y todo era de ella
Y no entendía cuando le decía que mi reloj me pertenecía
Hasta que quedó perpleja cuando le dije que ella era mía.”
Rémi Quincampoix
Edad: 14 años
Clase: Alta
El matrimonio de sus padres se desmoronaba. Cuando las discusiones subían de tono, Rémi se escondía entre los árboles del patio y le daba a los troncos con algún palo. Ahí refunfuñaba y se lamentaba. No entendía por qué su relación era tan mala, ni mucho menos por qué razón su padre le pegaba tan duro a su madre. Podía ser culpa de él. Podía ser culpa de los hijos que Alexandrine no había podido parir. O su padre estaba loco, o era el único cuerdo.
El estrés impregnaba las ropas de Rémi con cada día que crecía en esa nauseabunda mansión en Reims. Fue un alivio que, una semana después de haber cumplido los catorce, su padre le anunciara que lo sacaría unos días de casa. A París, vaya originalidad. No era la primera vez que Léonard salía en un viaje de negocios, pero era la primera vez que llevaba a su hijo con él. Rémi no se explicaba el motivo, pero lo entendería un par de noches más adelante, cuando su progenitor lo llevara a un burdel.
Dentro del carruaje, Léonard echó una mirada disimulada a su padre; se veía inquieto, poco dueño de sí. Pensaba, de seguro, en que estaba llegando tarde a una reunión importante. Por eso no dejaba en paz esas mangas. Lo raro fue que se detuvieron en un sitio sin facha alguna de ambiente festivo, propio de esos viejos borrachos en dinero que veía llegar a su hogar de vez en cuando. Rémi puso un pie fuera y se quedó mirando el inmueble con la cara plagada de dudas. Desgraciadamente, no alcanzó a sacarse ninguna.
— Vete a jugar al jardín. — ordenó Léonard — ¿No es eso lo que te gusta?
Patrañas. Rémi arrugó la frente, desconfiado. No era tan tonto como para no darse cuenta de que querían deshacerse de él. Lo patético era que, como Léonard no conocía a su hijo, hacía preguntas incluso acerca de sus hábitos más repetitivos. Ni siquiera se daba el trabajo de usar el sentido común. Más aún, a la gente vieja no se le ocurría nada. Rémi juró que, cuando cumpliera los años de su padre, no sería así.
— Sí, señor. — contestó Rémi obediente. Con esa simple frase, se ahorraba los problemas.
— Volveré antes de la hora del té. Compórtate. — dijo Léonard antes de desaparecer de la vista de su hijo.
Ya solo, se acercó a la pileta del centro y se inclinó para buscar algún anfibio o reptil con el cual entretenerse. No tenía un cedazo para atrapar guarisapos, pero con tal de no aburrirse era capaz de tomarlos con las manos. La suerte le sonrió cuando consiguió hacerse con un sapo saltón, resbaloso y difícil de sujetar. Estaba a punto de metérselo al bolsillo cuando sintió a un perro ladrar. Para cuando Rémi se puso de pie, el animal ya estaba gruñendo. ¿A quién? El adolescente se acercó con sigilo lo suficiente para alzar el cuello sobre los arbustos y encontrar la causa del jaleo. Tenía que ser una niña.
Astutamente, el muchacho se puso a silbar para atraer la atención del can. Éste moderó su amenaza gutural, pero no movió un músculo. Sólo cuando Rémi alzó el sapo que había capturado, el perro volcó toda su atención en él. Un poco decepcionado por tener que deshacerse de su trofeo, Rémi lanzó el señuelo hacia el lado contrario del patio para poner a salvo a la desgraciada criatura. Pan comido. No volvieron a ser molestados.
— Que lo disfrutes. — susurró de malas, antes de centrarse en la cría que, evidentemente, no tenía madre. Con esa cara de espanto, parecía una comadreja. Tuvo que caminar hasta ella, porque no se movía. Se hincó a su altura y le habló con extrañeza — Te besó tu ángel de la guarda. Esa no la cuentas dos veces, si es que ya conoces el dos. ¿Quién eres y cómo llegaste hasta aquí? ¡No! Dime si sabes dónde está tu madre.
R. Aurélien Quincampoix- Humano Clase Alta
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Re: Beautiful Disposition [Flashback]
Algo extraño sucedió; los ladridos del monstruo se alejaron, disipándose en la distancia hasta desaparecer. Alitzée no se atrevió a apartar las manos de su rostro, conteniendo el aliento, cerró los ojos con fuerza hasta que una voz en un perfecto francés, la reclamó. Lentamente, separó los dedos, echando un vistazo entre los mismos. Dudaba que el perro hubiese aprendido a hablar, pero una niña nunca era demasiado precavida de los monstruos que acechaban bajo su cama. Cuando comprobó que no hubo peligro, alejó las manos de su cara.
─¿Se ha ido ya el perrito? ─preguntó temblorosa.
No era un sabueso quién tenía frente a ella, sino otro niño, mucho más alto que ella, bonito y gentil. Era un niño mayor, de los que se metían con el ligero desvío de sus ojos, pero aquel era distinto. Aquel le había salvado de ser devorada.
─Mi mama se perdió ─mintió. Pero debía de hacerlo. Sabía que cuando una persona mayor le preguntaba dónde estaba su madre, era para regresarla con ella y Alitzée, por el momento, no deseaba volver. Mucho menos que se enterase de que había bajado por la enredadera de la fachada. Recibiría una buena tunda en el trasero si Angeliqué sabía aquello─. ¿Eres un príncipe? Solo los príncipes rescatan a las damiselas en apuros. Los agentes de la ley también, pero me gustan más los príncipes.
Era un niño guapo con el que le hubiese encantado poder jugar a papas y mamas. La niña, se levantó del césped, posándose sobre sus zapatos carmesí y se dejó caer suavemente sobre él. Le regaló un tierno abrazo, acompañado de unas mejillas rosadas.
─Gracias por salvarme ─Apartándose, ladeó el rostro cual búho y rió timidamente─. Me llamo Alitzée. Vengo desde Oxford, pero aún no he podido visitar París. Podrías acompañarme.
Esperó a que él se pusiera en pie, para enredar sus dedos entre los suyos. Sintió la mano grande pero no restrictiva. Fue ella quién tiro ligeramente y no al revés, como solía sucederle con su padre.
─¿Cuál es el camino hacia el jardín botánico?
Siempre había sentido fascinación por las rosas. Y tras las historias que su tío le relataba, había amado tanto las albinas como las salpicadas en rojo. La niña alzó la mirada, buscando el rostro de su nuevo amigo. Alitzée podría ser feliz con un jardín de rosas blancas, pero intuyó que a él le gustaría más el color carmesí. Tendrían que ponerse de acuerdo cuando se casasen, porque aquello sucedería en algún momento.
Un príncipe no salvaba a la doncella con la que no pretendía casarse.
─¿Se ha ido ya el perrito? ─preguntó temblorosa.
No era un sabueso quién tenía frente a ella, sino otro niño, mucho más alto que ella, bonito y gentil. Era un niño mayor, de los que se metían con el ligero desvío de sus ojos, pero aquel era distinto. Aquel le había salvado de ser devorada.
─Mi mama se perdió ─mintió. Pero debía de hacerlo. Sabía que cuando una persona mayor le preguntaba dónde estaba su madre, era para regresarla con ella y Alitzée, por el momento, no deseaba volver. Mucho menos que se enterase de que había bajado por la enredadera de la fachada. Recibiría una buena tunda en el trasero si Angeliqué sabía aquello─. ¿Eres un príncipe? Solo los príncipes rescatan a las damiselas en apuros. Los agentes de la ley también, pero me gustan más los príncipes.
Era un niño guapo con el que le hubiese encantado poder jugar a papas y mamas. La niña, se levantó del césped, posándose sobre sus zapatos carmesí y se dejó caer suavemente sobre él. Le regaló un tierno abrazo, acompañado de unas mejillas rosadas.
─Gracias por salvarme ─Apartándose, ladeó el rostro cual búho y rió timidamente─. Me llamo Alitzée. Vengo desde Oxford, pero aún no he podido visitar París. Podrías acompañarme.
Esperó a que él se pusiera en pie, para enredar sus dedos entre los suyos. Sintió la mano grande pero no restrictiva. Fue ella quién tiro ligeramente y no al revés, como solía sucederle con su padre.
─¿Cuál es el camino hacia el jardín botánico?
Siempre había sentido fascinación por las rosas. Y tras las historias que su tío le relataba, había amado tanto las albinas como las salpicadas en rojo. La niña alzó la mirada, buscando el rostro de su nuevo amigo. Alitzée podría ser feliz con un jardín de rosas blancas, pero intuyó que a él le gustaría más el color carmesí. Tendrían que ponerse de acuerdo cuando se casasen, porque aquello sucedería en algún momento.
Un príncipe no salvaba a la doncella con la que no pretendía casarse.
Alitzée Quincampoix- Humano Clase Alta
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Re: Beautiful Disposition [Flashback]
Cuando Rémi tenía la edad de Alitzée, ansiaba tener una hermana menor, para poder mandarla. Pero ahora que tenía a la niña apegada a su mano y sin darle tregua, se arrepentía. Era completamente fatal, porque las madres como las de esa chica eran fatales y no sabían educar. Y ahora se las daba de princesa. Apostaba que esa tarde se creía la Cenicienta, y que por eso se había desaparecido estrepitosamente de la vista de los adultos.
Pero ya no podía deshacerse de ella. Eso le pasaba por dárselas de salvador. La miró hacia abajo como si fuera un bulto peligroso. Procuró corresponder su abrazo, pero pareció un vago intento de palparla lo menos posible. Las niñas de su edad sólo sabían babear y mojarse en la cama. Qué pesadilla si lo ensuciaba a él también. Sería el hazmerreír de su círculo de amistades.
Se reincorporó con la mano de la risueña niña en su poder. ¿Y qué se suponía que tenía que hacer con eso?
— Alitzée, esto no es para reírse, porque si no sabes en dónde está tu mamá, entonces estás perdida. Y chispas que es difícil encontrar a los adultos cuando no quieren ser encontrados. Yo no puedo cuidarte. Soy hombre. Si no está tu madre, al menos una mujer tiene que hacerse cargo de ti. — dijo empezando a ponerse nervioso. Ni hermanos menores tenía y ahora tenía que echarle el ojo a una criatura sin norte.
No supo qué cara puso ni por qué le dio tanto romadizo, pero la cuestión es que el que Alitzée quisiera marcharse impulsó a Rémi a pescarla firme de la mano, para que no agravara aún más el asunto. Él tenía en cuenta que, si algo malo pasaba, todos los dedos apuntarían a él como el principal responsable.
— Oye, oye. Frena ahí. ¿Cómo puedes querer ir tan lejos con esas piernas tan cortas? No irás a ningún lado hasta que estés de vuelta con tu mamá. Hasta entonces, tienes que quedarte conmigo y obedecer a tus mayores. Pórtate bien o llamaré al perro. — amenazó improvisado, ganando tiempo para convencerla de mejor manera. — Mira, ¿por qué no mejor jugamos a la Bella Durmiente y te duermes un rato? O a Juana de Arco, para amarrarte.
Como no conocía nada de ella, a Rémi le surgieron deseos insoportables de controlarla. Improvisar con esa bola de energía sinfín le olía a contrariedades. Lástima que no pudiera convertirla en oveja y meterla dentro de un corral. Pensó en amaestrarla, y más le valía aprender. Alitzée era despistada. Ni se fijaba en que Rémi usaba ese tono imperativo porque estaba preocupado.
Pero ya no podía deshacerse de ella. Eso le pasaba por dárselas de salvador. La miró hacia abajo como si fuera un bulto peligroso. Procuró corresponder su abrazo, pero pareció un vago intento de palparla lo menos posible. Las niñas de su edad sólo sabían babear y mojarse en la cama. Qué pesadilla si lo ensuciaba a él también. Sería el hazmerreír de su círculo de amistades.
Se reincorporó con la mano de la risueña niña en su poder. ¿Y qué se suponía que tenía que hacer con eso?
— Alitzée, esto no es para reírse, porque si no sabes en dónde está tu mamá, entonces estás perdida. Y chispas que es difícil encontrar a los adultos cuando no quieren ser encontrados. Yo no puedo cuidarte. Soy hombre. Si no está tu madre, al menos una mujer tiene que hacerse cargo de ti. — dijo empezando a ponerse nervioso. Ni hermanos menores tenía y ahora tenía que echarle el ojo a una criatura sin norte.
No supo qué cara puso ni por qué le dio tanto romadizo, pero la cuestión es que el que Alitzée quisiera marcharse impulsó a Rémi a pescarla firme de la mano, para que no agravara aún más el asunto. Él tenía en cuenta que, si algo malo pasaba, todos los dedos apuntarían a él como el principal responsable.
— Oye, oye. Frena ahí. ¿Cómo puedes querer ir tan lejos con esas piernas tan cortas? No irás a ningún lado hasta que estés de vuelta con tu mamá. Hasta entonces, tienes que quedarte conmigo y obedecer a tus mayores. Pórtate bien o llamaré al perro. — amenazó improvisado, ganando tiempo para convencerla de mejor manera. — Mira, ¿por qué no mejor jugamos a la Bella Durmiente y te duermes un rato? O a Juana de Arco, para amarrarte.
Como no conocía nada de ella, a Rémi le surgieron deseos insoportables de controlarla. Improvisar con esa bola de energía sinfín le olía a contrariedades. Lástima que no pudiera convertirla en oveja y meterla dentro de un corral. Pensó en amaestrarla, y más le valía aprender. Alitzée era despistada. Ni se fijaba en que Rémi usaba ese tono imperativo porque estaba preocupado.
R. Aurélien Quincampoix- Humano Clase Alta
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Re: Beautiful Disposition [Flashback]
Oh, qué ironía. Había dejado atrás a una carcelera para toparse con otro celador. La mano del muchacho se enroscó alrededor de la suya y se le antojó tan restrictiva como unos grilletes. Decepcionada, Alitzée compuso su expresión de mayor lástima. Apretó los labios e hinchó las mejillas y su rostro comenzó a tomar un tinte ligeramente rojizo. No quedo ahí la cosa, puesto que su mirada de un tono ámbar, reflejó destellos, víctima de una inminente vidriosidad que anunciaba la proximidad de su llanto.
─Pero no tienes por qué cuidarme…Solo tienes que acompañarme y ser mi amigo.
Tiró de la mano del muchacho instándola a seguirla, pero era como tirar de un carro repleto de piedras pesadas. Alitzée quería visitar París, quería ver el jardín botánico y borrar de su lista las planta y las flores que todavía no había podido ver. A punto estuvo de rogarle, pero él sentenció su destino, amenazando con llamar al animal de nuevo.
─¡No! ─exclamó espantada─. Al perro no por favor.
Asustada, se enquisto en sus piernas, abrazándolas con la mano libre. Lagrimas redondas resbalaron por sus enrojecidas mejillas. Escondió la cabeza entre las piernas del chico y se negó a sacarla de ahí hasta que algo le asegurase que el perro devora niños no regresaría para comérsela de la cabeza a los pies. Sollozó un instante, sumida en su angustia infantil, triste porque se había escapado de la habitación del hostal para explorar París y lo único que había hallado había sido un niño carcelero y un perro salvaje. El celador despegó los labios para ofrecerle una dudosa gama de juegos: la Bella Durmiente o Juana de Arco. Ni si quiera sabía qué era la segunda cosa, pero Alitzée no halló divertido en encontrarse más amarrada de lo que se encontraba en aquel instante. Las ofertas se le antojaron tan deprimentes, que sus tímidos sollozos aumentaros y pronto, amenazó con inundar el jardín. No era llorona y mucho menos delante de su madre, que no dudaba en batirle el rostro de un guantazo cada vez que se mostraba más quejicosa de lo normal. Sin embargo, su manipulación infantil tan solo funcionaba con su tío Lewis y algún que otro desconocido. Siempre la consolaba, hablándole de los personajes de sus historias, de como la niña, tras haber llorado mares, se había visto llevada por la corriente a través del cerrojo de la puerta que la confinaba. El chico era su puerta y ella esperaba poder escapar lloriqueando.
─No quiero dormir, tampoco quiero que me amarres ─musitó con los ojos brillosos─. Tan solo quiero que me acompañes al jardín botánico, por favor… Si me llevas con mi mama, se enfadará mucho mucho. Y no quiero que se enfade…
Le concedió una expresión que ni el más gélido de los celadores hubiese podido ignorar. Tironeó suavemente de su mano, tratando de persuadirlo a acompañarla.
─Solo será un momento…Por favor…El príncipe siempre salva a la doncella, no la encarcela. Tú serás mi príncipe cuando crezca, pero para eso, tienes que hace una buena tarea, sino, te transformarás en el villano y el villano no se puede casar con la princesa. Además, no tienes pinta de villano…
Ni si quiera un poquito.
Nada, de nada.
─Pero no tienes por qué cuidarme…Solo tienes que acompañarme y ser mi amigo.
Tiró de la mano del muchacho instándola a seguirla, pero era como tirar de un carro repleto de piedras pesadas. Alitzée quería visitar París, quería ver el jardín botánico y borrar de su lista las planta y las flores que todavía no había podido ver. A punto estuvo de rogarle, pero él sentenció su destino, amenazando con llamar al animal de nuevo.
─¡No! ─exclamó espantada─. Al perro no por favor.
Asustada, se enquisto en sus piernas, abrazándolas con la mano libre. Lagrimas redondas resbalaron por sus enrojecidas mejillas. Escondió la cabeza entre las piernas del chico y se negó a sacarla de ahí hasta que algo le asegurase que el perro devora niños no regresaría para comérsela de la cabeza a los pies. Sollozó un instante, sumida en su angustia infantil, triste porque se había escapado de la habitación del hostal para explorar París y lo único que había hallado había sido un niño carcelero y un perro salvaje. El celador despegó los labios para ofrecerle una dudosa gama de juegos: la Bella Durmiente o Juana de Arco. Ni si quiera sabía qué era la segunda cosa, pero Alitzée no halló divertido en encontrarse más amarrada de lo que se encontraba en aquel instante. Las ofertas se le antojaron tan deprimentes, que sus tímidos sollozos aumentaros y pronto, amenazó con inundar el jardín. No era llorona y mucho menos delante de su madre, que no dudaba en batirle el rostro de un guantazo cada vez que se mostraba más quejicosa de lo normal. Sin embargo, su manipulación infantil tan solo funcionaba con su tío Lewis y algún que otro desconocido. Siempre la consolaba, hablándole de los personajes de sus historias, de como la niña, tras haber llorado mares, se había visto llevada por la corriente a través del cerrojo de la puerta que la confinaba. El chico era su puerta y ella esperaba poder escapar lloriqueando.
─No quiero dormir, tampoco quiero que me amarres ─musitó con los ojos brillosos─. Tan solo quiero que me acompañes al jardín botánico, por favor… Si me llevas con mi mama, se enfadará mucho mucho. Y no quiero que se enfade…
Le concedió una expresión que ni el más gélido de los celadores hubiese podido ignorar. Tironeó suavemente de su mano, tratando de persuadirlo a acompañarla.
─Solo será un momento…Por favor…El príncipe siempre salva a la doncella, no la encarcela. Tú serás mi príncipe cuando crezca, pero para eso, tienes que hace una buena tarea, sino, te transformarás en el villano y el villano no se puede casar con la princesa. Además, no tienes pinta de villano…
Ni si quiera un poquito.
Nada, de nada.
Alitzée Quincampoix- Humano Clase Alta
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Re: Beautiful Disposition [Flashback]
Ignoró cuánto tiempo transcurrió. Tuvo una sensación muy extraña, que no supo explicar, cuando ella se le arrimó a la pierna. Se quedó contemplando, sus lágrimas tocándole, concretándose, suplicándole; su rostro emergiendo de la sombra con trágica belleza, tiñéndose de la súplica de los desamparados: los ojos de avellana, brillantes; las manos buscándolo con insistencia, con elocuencia, como ofreciéndole paz.
Al principio no pudo reaccionar. Era tan insólito lo que le estaba pasando. Permaneció unos segundos estático, procesando la información y el requerimiento de la niña. No importaba cuánta ternura ella desprendiese, estaría metiendo a ambos en problemas si partían al jardín botánico sin dar aviso. Tampoco podía acceder a su segunda petición. ¿Amigos, había dicho? Rémi no podía ser amigo de Alitzée. Para que se diera una amistad, primero debía existir una relación de simetría. Ambos lado a lado como iguales. Ellos nunca serían ni semejantes. Ella no lo entendía, pero no importaba. No quería decir que la diferencia no existiera.
Rémi tuvo que renunciar a la seguridad de su indiferencia. Se inclinó ligeramente y tomó a Alitzée entre sus brazos, casi meciéndola al levantarla.
— Lo siento, pero no podemos ir. Puedo ofrecerte quedarme contigo, pero no como amigo. Los amigos son compinches, se apoyan en lo que se les ocurra, y no importa si se rompen las reglas. Yo no puedo hacer eso contigo, o te pondría en peligro. Entiendes lo que es eso, ¿cierto? Pe-li-gro. Eso significa villanos, gente mala que te podría encontrar. — dijo Rémi pensando en cómo sonar más convincente a una niña de cinco años — Y para evitar que las encuentren, las princesas tienen un guardián, o cómo se llaman… ¡un caballero, sí! Siendo así, naturalmente que tengo por qué cuidarte, porque eres mía para cuidar.
El muchacho apenas se creía lo que estaba diciendo, pero ya no aguantaba más esa mirada de corazón destrozado sobre él y habría sido absurdo tratar de explicarle lo que se entendía por deber y honor. Y no la ponía en el suelo, mientras esperaba la reacción a sus palabras. La retuvo así. Parecía que no iban a separarse nunca, o que no se separarían de un tirón.
Al principio no pudo reaccionar. Era tan insólito lo que le estaba pasando. Permaneció unos segundos estático, procesando la información y el requerimiento de la niña. No importaba cuánta ternura ella desprendiese, estaría metiendo a ambos en problemas si partían al jardín botánico sin dar aviso. Tampoco podía acceder a su segunda petición. ¿Amigos, había dicho? Rémi no podía ser amigo de Alitzée. Para que se diera una amistad, primero debía existir una relación de simetría. Ambos lado a lado como iguales. Ellos nunca serían ni semejantes. Ella no lo entendía, pero no importaba. No quería decir que la diferencia no existiera.
Rémi tuvo que renunciar a la seguridad de su indiferencia. Se inclinó ligeramente y tomó a Alitzée entre sus brazos, casi meciéndola al levantarla.
— Lo siento, pero no podemos ir. Puedo ofrecerte quedarme contigo, pero no como amigo. Los amigos son compinches, se apoyan en lo que se les ocurra, y no importa si se rompen las reglas. Yo no puedo hacer eso contigo, o te pondría en peligro. Entiendes lo que es eso, ¿cierto? Pe-li-gro. Eso significa villanos, gente mala que te podría encontrar. — dijo Rémi pensando en cómo sonar más convincente a una niña de cinco años — Y para evitar que las encuentren, las princesas tienen un guardián, o cómo se llaman… ¡un caballero, sí! Siendo así, naturalmente que tengo por qué cuidarte, porque eres mía para cuidar.
El muchacho apenas se creía lo que estaba diciendo, pero ya no aguantaba más esa mirada de corazón destrozado sobre él y habría sido absurdo tratar de explicarle lo que se entendía por deber y honor. Y no la ponía en el suelo, mientras esperaba la reacción a sus palabras. La retuvo así. Parecía que no iban a separarse nunca, o que no se separarían de un tirón.
R. Aurélien Quincampoix- Humano Clase Alta
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Re: Beautiful Disposition [Flashback]
Mas de un tirón se verían separados.
Los pies de Alitzée dejaron de tocar el suelo cuando la alzó y contra todo pronóstico, logró consolarla. De forma natural, la niña rodeó su cuello con los brazos y apoyó la mejilla sobre su hombro, que se vio humedecido por las ultimas cristalinas que rodaban por su cada. Hacía tiempo… ¿años?, en su mente infantil Alitzée no supo calcular exactamente cuando había sido la última vez que la habían tomado en brazos. Su madre no lo hacía, ni si quiera la tomaba de la mano. Su tío Lewis había dejado de hacerlo hacía mucho tiempo y su padre…Su padre no tenía permitido tocarla si quiera, mirarla incluso, tan solo lo hacía cuando su madre no andaba cerca, con un rápido beso en la mejilla, o una brusca caricia en el cogote.
“Te quiero tanto que podría comerte”, le había dicho la última vez que habían andado solos. Tras lo que había dejado la marca de sus dientes en su mejilla, un beso distinto a los que le dedicaba su tío, que eran tiernos, cuidadosos y acogedores. Acogedores como la forma en que el chico la sujetaba en aquel instante. Ya no se sintió confinada, sino envuelta en sabanas de seda. La tranquilidad, hizo que su corazón se estabilizase y su respiración adquiriese una melodía similar a las olas del océano rompiendo contra la orilla. Alitzée parpadeó despacio.
─Un caballero para cuidarme ─murmuró para sí.
Resultó extraño, que el sentimiento apaciguador, calara incluso sus huesos, empujándola a un sueño instintivo. Sus pestañas se besaron cuando cerró los ojos y pereció a merced de Morfeo. Sin embargo, su tranquilidad apenas duró segundos, que en cuanto la niña comenzó a soñar con espesas letras de humo coloridas, Angeliqué dobló la esquina del edificio con expresión alterada.
─¡¿Dónde diablos te encontrabas?! ─le recriminó en inglés.
Sus dedos, como patas de araña retorcida, se enquistaron en las costillas de su hija y tiraron de ella, mandándola de vuelta al suelo sobre sus dos pies. El rostro de la pequeña tornó blanco como el papel.
─Ma-
─¡Ni una palabra más niña! ¡Te advertí de que esperases y te encuentro aquí, molestando a este chico!
Alzó la vista un momento, encontrando los ojos de Rémi. Su expresión furiosa se deshizo en una irreconocible. Miro a su niña y de nuevo al chico, después la aferró de bruscamente de la muñeca, obligando a que se marchara, a que ambas se alejaran de aquel lugar. Alitzée podía escuchar el traqueteo del corazón de su madre, como el tamborileo de los pies de un conejo contra los adoquines del suelo. Giró el rostro un momento, antes de que volvieran a girar la esquina del edificio y clavó sus pupilas traga mundos sobre las del chico. Con la sonrisa colgante y la mano alzada, se despidió.
Tic, tac.
Nos volveremos a ver.
Los pies de Alitzée dejaron de tocar el suelo cuando la alzó y contra todo pronóstico, logró consolarla. De forma natural, la niña rodeó su cuello con los brazos y apoyó la mejilla sobre su hombro, que se vio humedecido por las ultimas cristalinas que rodaban por su cada. Hacía tiempo… ¿años?, en su mente infantil Alitzée no supo calcular exactamente cuando había sido la última vez que la habían tomado en brazos. Su madre no lo hacía, ni si quiera la tomaba de la mano. Su tío Lewis había dejado de hacerlo hacía mucho tiempo y su padre…Su padre no tenía permitido tocarla si quiera, mirarla incluso, tan solo lo hacía cuando su madre no andaba cerca, con un rápido beso en la mejilla, o una brusca caricia en el cogote.
“Te quiero tanto que podría comerte”, le había dicho la última vez que habían andado solos. Tras lo que había dejado la marca de sus dientes en su mejilla, un beso distinto a los que le dedicaba su tío, que eran tiernos, cuidadosos y acogedores. Acogedores como la forma en que el chico la sujetaba en aquel instante. Ya no se sintió confinada, sino envuelta en sabanas de seda. La tranquilidad, hizo que su corazón se estabilizase y su respiración adquiriese una melodía similar a las olas del océano rompiendo contra la orilla. Alitzée parpadeó despacio.
─Un caballero para cuidarme ─murmuró para sí.
Resultó extraño, que el sentimiento apaciguador, calara incluso sus huesos, empujándola a un sueño instintivo. Sus pestañas se besaron cuando cerró los ojos y pereció a merced de Morfeo. Sin embargo, su tranquilidad apenas duró segundos, que en cuanto la niña comenzó a soñar con espesas letras de humo coloridas, Angeliqué dobló la esquina del edificio con expresión alterada.
─¡¿Dónde diablos te encontrabas?! ─le recriminó en inglés.
Sus dedos, como patas de araña retorcida, se enquistaron en las costillas de su hija y tiraron de ella, mandándola de vuelta al suelo sobre sus dos pies. El rostro de la pequeña tornó blanco como el papel.
─Ma-
─¡Ni una palabra más niña! ¡Te advertí de que esperases y te encuentro aquí, molestando a este chico!
Alzó la vista un momento, encontrando los ojos de Rémi. Su expresión furiosa se deshizo en una irreconocible. Miro a su niña y de nuevo al chico, después la aferró de bruscamente de la muñeca, obligando a que se marchara, a que ambas se alejaran de aquel lugar. Alitzée podía escuchar el traqueteo del corazón de su madre, como el tamborileo de los pies de un conejo contra los adoquines del suelo. Giró el rostro un momento, antes de que volvieran a girar la esquina del edificio y clavó sus pupilas traga mundos sobre las del chico. Con la sonrisa colgante y la mano alzada, se despidió.
Tic, tac.
Nos volveremos a ver.
TEMA FINALIZADO
Alitzée Quincampoix- Humano Clase Alta
- Mensajes : 117
Fecha de inscripción : 03/10/2014
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