Bajo el influjo de los fuegos fatuos [Flashback] {Privado}

por **Danna Dianceht** Sáb Feb 10, 2018 3:15 am

Thig crioch air saoghal, ach mairidh gaol is ceòl.
—El mundo se acabará, pero el amor y la música perdurarán.—
Frase celta

La culpa seguía corroyendo el alma de la joven duquesa, que en apenas dos años había perdido toda su familia y ahora se erguía como la heredera Dianceht y de los ducados de los mismos. Ahora estaba en el lugar que le correspondía. Había sido educada y entrenada para llevar algún día esa carga sobre sus hombros. La vida de las personas a su cargo, sus tierras, las gentes a las que acobijaban, las relaciones mercantiles, la corte escocesa… todo había sido calculado al detalle para que algún día ella pudiera acceder al puesto por el que había nacido acompañada de un hombre a su lado. Sin embargo a su joven edad y a la terquedad de la muchacha que se negaba a desposarse sin oír hablar del amor de los amantes enamorados y esas historias que tanto agradaba de leer, no se daba a ceder. Rechazando cualquier inclinación hacia ella proveniente de los jóvenes adinerados de la región que buscaban en ella una gran oportunidad. Por el momento estaba ella, solo sería ella. Su inteligencia, el apoyo de quienes ahora eran su familia y la ayuda de sus mentores, le aseguraban poder seguir con el ducado por sí sola unos años más. Hasta que su joven caballero apareciese o por lo contrario, tuviera que ceder ante sus reyes y desposarse con quienes ellos le impusieran para ser el nuevo duque de Escocia.

Los días uno tras uno fueron pasando para la joven, que en medio del deber de esos primeros meses no encontró paz ni descanso. Ni aún en de noche sus sueños se hacían reparadores y tranquilos, ya que gracias a las pesadillas que atacaban sus noches se le hacía imposible conciliar un buen descanso. Siempre en sueños de nuevo veía los mismos colmillos que la condenaron a la licantropía y sin cesar oía la risa de su padre al revelarle en que espécimen de la naturaleza se había vuelto tras su primer despertar. Al principio no había habido forma de creérselo, hasta que con la muerte de su padre en sus manos aquella primera noche de luna llena de la joven, no pudo más que aceptar su naturaleza cambiante. La bestia que en luna llena se adueñaba de ella y contra la que no sabía qué hacer para detenerla.

Tras un largo suspiro de sus labios, la duquesa lentamente se levantó de la cama y viendo por su ventana la última luz apagarse del castillo, se desató la bata que la cubría escondiendo de sus damas el vestido turquesa con el que se había ataviado y la dejó caer al suelo quedándose simplemente en aquella tela que cubría su cuerpo. Se repasó con las manos los bordes del vestido, arreglándoselo mientras entonando en su mente canciones celtas, empezaba a prepararse para su escapada de aquella noche. La primera que haría de incognito desde la muerte de su padre.

Tras concluir dándose unos leves toques de polvos en sus mejillas, tomó de su armario su capa blanca y en la oscuridad del castillo salió sin hacer ruidos hacia los establos, en donde Atenea, su fiel yegua oscura la esperaba ensillada como había ordenado al mozo encargado de cuidarla. — Gracias David. Podéis descansar y restar tranquilos, antes del alba estaré de vuelta, no os preocupéis por mí. —Dijo la duquesa subiendo a los lomos de su corcel, viendo la preocupación en el joven que había hecho años lo había salvado y desde entonces servía y trabajaba para ella en el castillo. El joven muchacho asintió a regañadientes, realmente no muy convencido de que no pudiera preocuparse por ella y su seguridad. Al fin y al cabo todos los sirvientes de los duques Dianceht la adoraban. Siempre había sido así y así seguiría. No obstante, terminó dejandola irse. A fin de cuentas ella era la duquesa y el solo un simple palafranero.

—Así se hará mi señora —dijo, y abriendo las portezuelas del establo dejo via libre para que la duquesa y su bella y gracil montura.

Tras las palabras del joven y un asentimiento de su parte, Atenea y ella salieron de los establos galopando hacia el bosque, en dirección al pueblo más cercano donde una fiesta le esperaba al son de los tambores, gaitas y el fuego. Hoy los escoceses celebraban el día de los muertos, los espíritus y la magia. Se llamaba el día de Samaín y como tal se recordaba a los difuntos, a los guerreros caídos de las guerras y en canticos, bailes y botas de hidromiel, se celebraba en sus nombres y les daban las gracias por cuidarles desde los cielos. Era la festividad en la que por esos días se producía una comunicación entre el mundo de los vivos y el de los muertes, por ello se honraba y se recordaba a los familiares difuntos. Aquella noche la duquesa esperaba poder honrar a su madre a quien siempre estas fiestas le habían gustado y quien, siempre procuro no faltar a ninguna festividad de ese calibre. Toda la rama materna de la familia siempre había estado muy unida a la cultura y celebraciones celtas y como última descendiente, era su deber y su deseo seguir con esas costumbres. Quizás fuera mal visto que la duquesa asistiera y aún más sola a festividades como aquellas, y por ello asistiría de incognito, siempre y cuando no la reconocieran, todo tenía que ir bien y estar bien. Sin embargo, tampoco iba a sentir miedo alguno por encontrarse sola sin compañía de sus doncellas. Como era determinante en Danna desde pequeña, todo lo que sentía era lo que terminaba haciendo y esa noche ya cabalgaba hacia donde el corazón le rogaba asistir, sin saber con quién por los designios caprichosos del destino se encontraría, o más bien; quien la descubriría.