La herida.

por **Mëtztli Acer** Sáb Feb 17, 2018 2:58 am

Apoyé el peso de mi cuerpo en el del lobo, la doncella pasó delicadamente su cabeza bajo mi brazo y cogió con su otro brazo mi cintura.
Empezamos a subir al piso de arriba por una larga y ancha escalera de madera que crujía bajo mis pies, pese a que Roman cargaba con todo mi peso, tuve que apretar con fuerza mi herida, me dolía muchísimo. El hechicero nos seguía en silencio, sus pasos eran gráciles y su capa púrpura ondeaba con cada uno de sus movimientos. Una vez arriba, un largo y estrecho pasillo con puertas a ambos lados se extendía frente a mí, tomé aliento. El hechicero índico con el dedo al enano una de las puertas que había a mi derecha, estaba relativamente cerca, nos dirigimos a ella despacio. El mago introdujo una llave grande por la cerradura de la puerta, la cual rechinó mientras se abría. En el interior había dos camastros de madera, y una especie de mesita en el centro de ambos pegada a la pared, en la mesita, un candil iluminaba con luz tenue la sobria habitación. Me acercaron a uno de los camastros y me tumbaron allí.
-Voy a por la aguja y el agua hervida, no tardo-dijo la doncella con una sonrisa mientras desaparecía a toda velocidad por la puerta.
Creo que mi cara de circunstancias lo decía todo. No me gustaba qe tuvieran que ayudarme, yo era un orgulloso licantropo nacido para enfrentar a los Argent.
El hechicero tomó asiento en una silla que había junto a un pequeño escritorio de madera muy viejo y algo carcomido. La doncella no tardó mucho en volver, traía consigo una palangana llena de agua y una aguja que dejó en la mesita al lado del camastro.
-Bueno ya os puedes ir. -Apuntó mirando los demas- mañana nos vemos, que durmas bien, yo me ocupo de él.
Me quité la camisa ante la atenta mirada de la joven, que se acercó a mí decidida, cogió el paño de dentro de la vasija y empezó con cuidado a limpiar la sangre de la herida. Después de un rato cogió la aguja, la enhebró con el hilo y noté como clavaba la punta en mi piel.
La chica seguía dando puntadas en mi herida con sumo cuidado, al rato grito-¡Listo! Y acercó sus labios a la aguja para cortar con sus dientes el hilo mientras me miraba descarada y su fino pelo caía sobre mi pecho.