AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La vida nos perdonará |Flashback| Privado
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La vida nos perdonará |Flashback| Privado
Metamorfosis, doble rapto que me descubre el ser distinto
tras esa identidad que finjo con el mirar enajenado.
Julio Cortázar.
tras esa identidad que finjo con el mirar enajenado.
Julio Cortázar.
Faltaban tres días para su boda y Octavien no estaba especialmente feliz. Sí lleno de culpa, sí dudoso, sí atemorizado, pero no feliz. Sentía que utilizaba a aquella muchacha, a Anna, y eso –aunque todos lo hicieran- iba en contra de sus ideales morales. Claro que era justamente su moral la que cualquiera pondría bajo juicio, él lo sabía bien. Era muy joven, pero sus ideales eran firmes. Siempre había condenado los matrimonios estratégicos, aunque eran la normalidad de la sociedad, y ahora se veía él en medio de una disyuntiva que podía cambiarlo todo y que lo ponía frente a sus propias normas también.
Necesitaba hablar con ella, con la hermosa Anna, sin intermediarios, sin las familias de ambos entrometiéndose en todo. Necesitaba ser sincero con ella y, a la vez, con él mismo. Por eso la había citado allí esa mañana invernal, el Museo de Ciencias Naturales era uno de los lugares donde más tiempo pasaba Octavien y aunque le había dicho en la misiva que la citaba allí porque quería mostrárselo, lo cierto era que deseaba que ese lugar le diera fuerzas para ser completamente transparente con ella, aunque siéndolo pusiera en riesgo su vida.
La aguardaba firme en la entrada. Hubiese querido pasar a buscarla pero estando como estaban tan próximos a la boda, los preparativos de ambos impedían que los horarios concordasen del todo. De hecho él mismo había pasado antes por el centro de la ciudad donde le dio la última visita a su sastre que le entregó por fin el atuendo que luciría el domingo al entrar en la iglesia.
-Si es que hay boda el domingo –murmuró, tal vez un poco pesimista aunque, ¿quién se atrevería a culparlo?
¿Qué pasaría luego de que ella lo supiera? ¿Todo se acabaría? ¿Lo denunciaría? ¿Le contaría a su familia y ellos a su madre? Necesitaba creer que, en caso de no querer casarse con él, Anna al menos le guardaría el secreto, que no lo condenaría a la persecución de esa forma luego de que el siempre fuera amable con ella. Se habían visto varias veces y Octavien había disfrutado de pasar tiempo junto a la muchacha, sus charlas eran animadas y el tiempo pasaba veloz… Hasta le daba pena no poder amarla como ella merecía.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando un carruaje dio vuelta la esquina y los cascos de los caballos rompieron el silencio de la mañana. Estaba llegando y con ella el momento temido.
-Anna, mi vida –dijo Octavien, tras hacerle un gesto al cochero para que se retirase y le permitiese a él mismo abrirle la puertilla-. Te ves radiante, bella como un día de primavera, querida –tomó su mano y la besó con delicadeza antes de ofrecerle su brazo para ingresar juntos al museo.
Todo estaba por suceder. O no.
Octavien De Lacy- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 10
Fecha de inscripción : 05/01/2018
Re: La vida nos perdonará |Flashback| Privado
No era nada habitual que la pareja de prometidos pasase tiempo a solas antes de la boda, por norma general debían ir acompañados de alguien de confianza de alguna de las dos familias involucradas en el enlace para asegurarse de evitar una fuga o un encuentro sexual que dejase a la joven en cuestión sin la pureza necesaria para llamar la atención de su futuro marido. En aquel caso la misiva de Octavien dejaba claro que necesitaba hablar con ella, por la forma en que se había expresado parecía tener una necesidad real de contar algo a la princesa y que debían encontrarse lejos del ajetreo de los preparativos y sobre todo sus importunadas familias. Las dos únicas veces que le había visto había sido con sus padres y un montón de gente de la alta sociedad parisina que adoraba hablar de lo tierna que era aquella nueva pareja, por lo que no le conocía en absoluto; parecía tan abromado por todo aquello como ella misma. Eso fue lo que la llevó a escribir una rápida respuesta en la que accedía a aquel encuentro, Anna no tenía nada que contarle en particular pero sentía la necesidad de hablar con él de saber cómo era el hombre con el que se había decidido que pasara el resto de su vida.
Así, llegado el miércoles –el día de su cita- y después de hacer las compras y preparativos finales para la boda, se despidió de su madre para reunirse con Octavien. La excusa había sido perfecta pues argumentó que necesitaba tiempo a solas en la iglesia para rezar, cosa que debería hacer más tarde por haber usado a Dios como excusa en su propio beneficio… Cuando llegó al museo él ya estaba en la entrada esperando y sintió nervios, nervios de no saber a lo que se enfrentaba en ningún sentido. En tres días estaría casada con él, un total desconocido del que solo sabía lo que la gente contaba y sus padres conocían de su familia. ¿Se llevarían bien? ¿Conseguirían quererse? ¿Tendría una vida vacía y solitaria? Entendía que todas las mujeres, o la mayoría, se habían tenido que sentir así en esos momentos y no tener a nadie con quien hablar del tema era asfixiante, tan solo Olivier le ofrecía cierto consuelo pero, ¿acaso un hombre podía entenderla?
Su intención era referirse a él como Monsieur De Lacy, pero escuchando la familiaridad con la que la había saludado decidió hacer lo mismo, -Octavien, ¿cómo estás?-, sonrió al bajar del carruaje y tomó su brazo para dirigirse al interior del enorme edificio, -espero no haberte hecho esperar demasiado, tenía unas compras de última hora que no podían esperar-, eso y deshacerse de su madre pero mejor se guardaba esa parte. Si bien no le conocía, era obvio para cualquiera que estaba nervioso –cosa que paradójicamente la sirvió para relajarse ella-, dejó que el tiempo pasara mientras observaban las vitrinas llenas de esqueletos y animales disecados. Fue en el momento en que llegaron a una sala que se encontraba vacía cuando tomó asiento en el banco central y le instó a hacer lo mismo, -en tu carta insistías en tener que contarme algo de cierta relevancia que no podía esperar-, a pesar de intentar sacar el tema con tacto vio la tensión en la mandíbula del joven, -¿ocurre algo con respecto a mi o a mi familia?-. Los principales motivos para arruinar una boda concertada eran el disgusto de una familia sobre la otra o que uno de los prometidos tuviese una relación amorosa a espaldas de su familia y se sintiese incapaz de casarse con otra persona, ¿sería alguna de esas razones lo que les había llevado a esa cita?
Así, llegado el miércoles –el día de su cita- y después de hacer las compras y preparativos finales para la boda, se despidió de su madre para reunirse con Octavien. La excusa había sido perfecta pues argumentó que necesitaba tiempo a solas en la iglesia para rezar, cosa que debería hacer más tarde por haber usado a Dios como excusa en su propio beneficio… Cuando llegó al museo él ya estaba en la entrada esperando y sintió nervios, nervios de no saber a lo que se enfrentaba en ningún sentido. En tres días estaría casada con él, un total desconocido del que solo sabía lo que la gente contaba y sus padres conocían de su familia. ¿Se llevarían bien? ¿Conseguirían quererse? ¿Tendría una vida vacía y solitaria? Entendía que todas las mujeres, o la mayoría, se habían tenido que sentir así en esos momentos y no tener a nadie con quien hablar del tema era asfixiante, tan solo Olivier le ofrecía cierto consuelo pero, ¿acaso un hombre podía entenderla?
Su intención era referirse a él como Monsieur De Lacy, pero escuchando la familiaridad con la que la había saludado decidió hacer lo mismo, -Octavien, ¿cómo estás?-, sonrió al bajar del carruaje y tomó su brazo para dirigirse al interior del enorme edificio, -espero no haberte hecho esperar demasiado, tenía unas compras de última hora que no podían esperar-, eso y deshacerse de su madre pero mejor se guardaba esa parte. Si bien no le conocía, era obvio para cualquiera que estaba nervioso –cosa que paradójicamente la sirvió para relajarse ella-, dejó que el tiempo pasara mientras observaban las vitrinas llenas de esqueletos y animales disecados. Fue en el momento en que llegaron a una sala que se encontraba vacía cuando tomó asiento en el banco central y le instó a hacer lo mismo, -en tu carta insistías en tener que contarme algo de cierta relevancia que no podía esperar-, a pesar de intentar sacar el tema con tacto vio la tensión en la mandíbula del joven, -¿ocurre algo con respecto a mi o a mi familia?-. Los principales motivos para arruinar una boda concertada eran el disgusto de una familia sobre la otra o que uno de los prometidos tuviese una relación amorosa a espaldas de su familia y se sintiese incapaz de casarse con otra persona, ¿sería alguna de esas razones lo que les había llevado a esa cita?
Anna Vronskaya- Realeza Rusa
- Mensajes : 26
Fecha de inscripción : 13/01/2018
Re: La vida nos perdonará |Flashback| Privado
Pasaron algunos minutos observando el lugar. Octavien no dejaba de organizar en su mente las palabras que diría… además tenía la sensación de que todo iba demasiado rápido, cuando quiso entender lo que ocurría ya estaban en una habitación a solas y el momento tan temido se acercaba con monstruosas sombras.
No se lo estaba poniendo fácil. No la conocía en profundidad, pero ella se mostraba como una mujer directa, que no gustaba de los rodeos y eso solo acrecentó su nerviosismo. ¡Todo eso lo padecía por su necesidad de ser sincero! Y no se arrepentía, le debía eso. No podía unir su vida a la de una mujer a la que estaba engañando.
-Anna, querida –suspiró-. No quiero que te alarmes, no es algo terrible lo que te diré. Oh, espera. Sí es trascendental, pero me refiero a que no es algo grave, no involucra asesinatos o enfermedades. Yo… ¿me disculpas un momento?
Octavien podía sentir el calor trepando por su cuello hasta dominar su rostro. Por eso se disculpó con su inminente esposa y salió de la habitación dispuesto a dar con el toilette de caballeros. ¿Qué le sucedía? Era fácil de adivinar. Ser sincero con ella era un acto de nobleza, pero también de arrojo. Octavien se expondría, pondría la vida –porque bien sabía que podrían matarlo a causa de eso- en las manos de ella y solo Anna sería quién decidiría qué hacer con eso que él le confiaba.
Se aflojó el cuello de la camisa y se refrescó el rostro. Volvió a repetir en su mente lo que le diría a la muchacha y se instó a ser valiente, a provocar que aquellos nervios acabaran de una vez por todas. Cuando regresó junto a ella, Octavien no se sentía seguro, pero sí más calmo.
-Anna, perdóname. Estoy bien, no debes preocuparte –se sentó junto a ella y tomó la mano de la muchacha entre las suyas, era suave y delicada, parecía una flor primaveral y Octavien no se resistió al deseo de besarla justo sobre los nudillos-. Debes oír algo, seguramente me odies luego de que te refiera esto, pero creo que no hay regalo más valioso que la sinceridad y yo quiero ser sincero contigo.
El momento había llegado. Sabía que si no lo hacía se arrepentiría toda la vida y era probable que también lo hiciera si hablaba, pero aquello no se trataba solo de él, no podía ser egoísta y necio, Anna también estaba involucrada. Octavien solo quería vivir una vida tranquila, sin que nadie lo cuestionase ni fastidiase, una vida en la que no se entrometieran en sus decisiones o disfrutes… pero ya estaba resignado y sabía que soñaba imposibles.
-Anna, debo decirte que tú y yo nunca podremos tener hijos. Y es porque a mí, es decir yo… Veamos, yo ya estuve enamorado antes, mi corazón le pertenece a alguien más y esa persona es especial para mí. –Volvió a besar su mano, sabiéndose culpable de la confusión de ella-. Quiero casarme contigo, Anna, quiero vivir contigo y compartir cosas juntos… No dudes de eso, eres una mujer hermosa y muy interesante, pero mi corazón le pertenece a alguien más, a un hombre –confesó al fin, inesperadamente sintió más alivio que miedo al poder decirlo-. No sé cómo explicarte, pero si yo hubiera podido elegir, hubiera elegido no ser hombre sino ser mujer –la última parte la susurró, temeroso de que alguien más pudiese estar oyéndolo-. Perdóname, querida, no es mi deseo lastimarte pero, ¿qué vida tendrías conmigo si no puedo verte con deseo? Perdóname, porque sé que esto es una imperdonable desilusión. Entenderé perfectamente si ya no deseas casarte conmigo, sé que tus padres tenían a un buen hombre como segunda opción, un viudo dueño de los viñedos si no me equivoco… con él estarás bien también, Anna. Perdóname. –Estaba compungido y deseaba llorar, pero lo aguantaría pues no quería incomodarla aún más.
No se lo estaba poniendo fácil. No la conocía en profundidad, pero ella se mostraba como una mujer directa, que no gustaba de los rodeos y eso solo acrecentó su nerviosismo. ¡Todo eso lo padecía por su necesidad de ser sincero! Y no se arrepentía, le debía eso. No podía unir su vida a la de una mujer a la que estaba engañando.
-Anna, querida –suspiró-. No quiero que te alarmes, no es algo terrible lo que te diré. Oh, espera. Sí es trascendental, pero me refiero a que no es algo grave, no involucra asesinatos o enfermedades. Yo… ¿me disculpas un momento?
Octavien podía sentir el calor trepando por su cuello hasta dominar su rostro. Por eso se disculpó con su inminente esposa y salió de la habitación dispuesto a dar con el toilette de caballeros. ¿Qué le sucedía? Era fácil de adivinar. Ser sincero con ella era un acto de nobleza, pero también de arrojo. Octavien se expondría, pondría la vida –porque bien sabía que podrían matarlo a causa de eso- en las manos de ella y solo Anna sería quién decidiría qué hacer con eso que él le confiaba.
Se aflojó el cuello de la camisa y se refrescó el rostro. Volvió a repetir en su mente lo que le diría a la muchacha y se instó a ser valiente, a provocar que aquellos nervios acabaran de una vez por todas. Cuando regresó junto a ella, Octavien no se sentía seguro, pero sí más calmo.
-Anna, perdóname. Estoy bien, no debes preocuparte –se sentó junto a ella y tomó la mano de la muchacha entre las suyas, era suave y delicada, parecía una flor primaveral y Octavien no se resistió al deseo de besarla justo sobre los nudillos-. Debes oír algo, seguramente me odies luego de que te refiera esto, pero creo que no hay regalo más valioso que la sinceridad y yo quiero ser sincero contigo.
El momento había llegado. Sabía que si no lo hacía se arrepentiría toda la vida y era probable que también lo hiciera si hablaba, pero aquello no se trataba solo de él, no podía ser egoísta y necio, Anna también estaba involucrada. Octavien solo quería vivir una vida tranquila, sin que nadie lo cuestionase ni fastidiase, una vida en la que no se entrometieran en sus decisiones o disfrutes… pero ya estaba resignado y sabía que soñaba imposibles.
-Anna, debo decirte que tú y yo nunca podremos tener hijos. Y es porque a mí, es decir yo… Veamos, yo ya estuve enamorado antes, mi corazón le pertenece a alguien más y esa persona es especial para mí. –Volvió a besar su mano, sabiéndose culpable de la confusión de ella-. Quiero casarme contigo, Anna, quiero vivir contigo y compartir cosas juntos… No dudes de eso, eres una mujer hermosa y muy interesante, pero mi corazón le pertenece a alguien más, a un hombre –confesó al fin, inesperadamente sintió más alivio que miedo al poder decirlo-. No sé cómo explicarte, pero si yo hubiera podido elegir, hubiera elegido no ser hombre sino ser mujer –la última parte la susurró, temeroso de que alguien más pudiese estar oyéndolo-. Perdóname, querida, no es mi deseo lastimarte pero, ¿qué vida tendrías conmigo si no puedo verte con deseo? Perdóname, porque sé que esto es una imperdonable desilusión. Entenderé perfectamente si ya no deseas casarte conmigo, sé que tus padres tenían a un buen hombre como segunda opción, un viudo dueño de los viñedos si no me equivoco… con él estarás bien también, Anna. Perdóname. –Estaba compungido y deseaba llorar, pero lo aguantaría pues no quería incomodarla aún más.
Octavien De Lacy- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 10
Fecha de inscripción : 05/01/2018
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