AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Vida, obra y milagros ||Flashback|| Lakme
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Vida, obra y milagros ||Flashback|| Lakme
Hace 4 años. En algún lugar al sur de los Pirineos...
Patéticos insectos, débiles, ávidos de una vida alejada de Su palabra y sus enseñanzas. Pobres criaturas temerosas de Dios comparables a Judas, quienes niegan a Su Señor hasta que éste estira su mano, colocando en su camino a uno de sus soldados que les haga recordar el recto camino que lleva al cielo, a la salvación, purgando la mácula cuando, ni con todas las fuerzas que Él es capaz de proveerme, son suficientes para arrojar luz en la densa oscuridad.
-Que el fuego juzgue si es digno de ver amanecer un nuevo día en la villa del Señor- ordené impasible, enfundado bajo un pañuelo que cubría mi cara casi por completo, mostrando únicamente el verde esmeralda de mis ojos brillar a la luz del fuego de las antorchas y las hogueras. La capucha ayudaba a mantener el aire siniestro y misterioso que el resto de mi atuendo me confería; de cuero negro, con una camisa blanca que asomaba desde el hombro hasta los antebrazos, donde se escondían dentro de unos guantes robustos del mismo cuero negro que el chaleco, pantalones y las botas. -Pero mi señor... es solo un niño, apenas cuenta 5 años cumplidos- replicó haciendo que la ira en mis ojos brotara como las flores en primavera.
Suspiré para, en vano, tratar de calmar el primer impulso. Mi mano desenfundo una de las cuatro pistolas que colgaban de mi cinturón y, sin apenas apuntar, la esfera de plomo cruzó los pocos metros que nos separaban y se estrellaron en el pecho del infante. -Enhorabuena, soldado, acaba de liberar al niño ocupando su lugar. Apresadle- ordené a una milicia tan temerosa de la figura inquisitorial que se alzaba ante ellos que nadie pronunció una sola palabra mientras arrestaba a su compañero y lo dirigían, reticentes a una de las más de 20 piras que había hechas a lo largo de la calle central de la aldea.
Los llantos, gritos de dolor y suplicas se fundían en uno y se alzaban hacia el cielo estrellado, casi cubierto por el humo que emanaba de aquel aspestoso lugar. Más de 40 personas entre ancianos, hombres, mujeres y niños lucían semblantes temerosos y de odio mientras permanecían atados a los troncos de las piras o clavados en las improvisadas cruces. Entonces, el silencio se hizo y mi voz entonó las últimas palabras que aquellas personas escucharían jamás.
-Os dí la oportunidad y nadie dio la más mínima información sobre el paradero de la bruja. Ésta mañana la encontramos oculta en la despensa de uno de vosotros. Ya era demasiado tarde. La brujería y la oscuridad ha plantado su semilla en ésta aldea y solo el fuego podrá purgar vuestra falta... puede que a algunos de vosotros se os perdone, pero queda entre vosotros y Dios- al acabar, dibujé la señal de la cruz tres veces sobre mi cuerpo y fui encendiendo, una por una, todas las piras y cruces, haciendo que, en mitad de la noche, oscura como era, toda una aldea quedara iluminada por la Su Divina Luz, salvadora y reparadora como era.
Última edición por Izrail Zuhair el Miér Ene 11, 2017 5:54 pm, editado 1 vez
Izrail Zuhair- Inquisidor Clase Media
- Mensajes : 56
Fecha de inscripción : 28/11/2016
Re: Vida, obra y milagros ||Flashback|| Lakme
Su nombre no era Lakme, su nombre era otro en aquel momento, y ella era muy distinta. Era vagabunda y se escondía, “ellos” deseaban lo que los rumores decían sobre su mito, pero aún no era el momento, ni el siglo, ni el lugar. Lo había visto, el mundo sería muy distinto al que conocían, y la noche sería como el día.
Había sido un error aceptar aquel pacto con la bruja…
Algunos no sabían el poder que ese tipo de magia era capaz de ejercer sobre los suyos, y sobre todo a ella y su particular naturaleza. Nacida con un pie aquí y otro allí, su cambio, su resurrección entre el mundo de los “no-muertos” no había alterado para su condición como lo hacía con todos. El éxito del experimento para luego ser huérfana.
Lakme había nacido con su alma ligada a “otro”, y eso lo atraía al resto a su alrededor como moscas curiosas por la carne viva.
Habían pasado meses desde que había llegado atraída por la invocación artífice de la nigromancia. La joven bruja solo deseaba una cosa cuando su círculo atrajo ala vampiro… La venganza.
Aquella aldea había apartado a su madre y a ella al fondo del bosque tachando sus remedios naturales como artes del diablo, la madre murió por manos ajenas, y la hija busco la venganza en las artes de la nigromancia… Busco y encontrar a aquella, y ella le dio el poder de la inmortalidad, haciéndola su vástago.
Esperanza vana y capricho a lo sumo, pensó que podía apartarla de aquello que la cegaba, otorgarle una humanidad y apartarla de aquella campaña inútil.
Un error… ¿Qué esperaba? Había creado un monstruo, y su sentir más profundo, de pedazos de humanidad no le daba el valor suficiente para acabar con ella.
Debía de valerse de otro instrumento.
“Erras, Izrail…” Pensamiento proyectado solo para la mente del inquisidor.
Creación de falsa niebla artífice de la humareda y su contraste con el aire helado del ambiente. El olor de la carne ceder a las ígneas lenguas acariciadora de los cuerpos decaídos y antes agónicos de dolor. Una carnicería. Curioso el ser humano aferrado a sus creencias y convicciones, su capacidad de obrar como mero instrumento sin albergar dudas de sus acciones. Todo por un pensamiento, y la creencia de un deber.
Ella había sido así en otro tiempo, fe ciega y ahora lo único que sabía es duda de todo. Más preguntas que respuestas le dejaban sus pasos con cada huella o caminar con rastro que dejaba atrás en otra vida que luego se tornaba otra y otra…
“Predicar con el ejemplo, cuando aún no tienes a tu verdadera bruja…” De nuevo la voz de la mujer, solo para él.
Su figura efímera y espectral entre el confuso humo, ella despareció, pero le dejaba migas de pan para que acudiese a su presencia.
Necesitaba de ese instrumento para acabar con aquella locura. Tenía que “entregarla” a ellos… Si no vendrían más, y no quedaría ni un alma en aquel lugar.
Cabellos ébanos, y piel teñida de un rubor demasiado humano. Ella era la perfecta actriz de su papel, su específica dieta le proporcionaba aquella ilusión de humanidad.
Le esperaba alejada de todo aquel circo de muerte e injusticia.
Había sido un error aceptar aquel pacto con la bruja…
Algunos no sabían el poder que ese tipo de magia era capaz de ejercer sobre los suyos, y sobre todo a ella y su particular naturaleza. Nacida con un pie aquí y otro allí, su cambio, su resurrección entre el mundo de los “no-muertos” no había alterado para su condición como lo hacía con todos. El éxito del experimento para luego ser huérfana.
Lakme había nacido con su alma ligada a “otro”, y eso lo atraía al resto a su alrededor como moscas curiosas por la carne viva.
Habían pasado meses desde que había llegado atraída por la invocación artífice de la nigromancia. La joven bruja solo deseaba una cosa cuando su círculo atrajo ala vampiro… La venganza.
Aquella aldea había apartado a su madre y a ella al fondo del bosque tachando sus remedios naturales como artes del diablo, la madre murió por manos ajenas, y la hija busco la venganza en las artes de la nigromancia… Busco y encontrar a aquella, y ella le dio el poder de la inmortalidad, haciéndola su vástago.
Esperanza vana y capricho a lo sumo, pensó que podía apartarla de aquello que la cegaba, otorgarle una humanidad y apartarla de aquella campaña inútil.
Un error… ¿Qué esperaba? Había creado un monstruo, y su sentir más profundo, de pedazos de humanidad no le daba el valor suficiente para acabar con ella.
Debía de valerse de otro instrumento.
“Erras, Izrail…” Pensamiento proyectado solo para la mente del inquisidor.
Creación de falsa niebla artífice de la humareda y su contraste con el aire helado del ambiente. El olor de la carne ceder a las ígneas lenguas acariciadora de los cuerpos decaídos y antes agónicos de dolor. Una carnicería. Curioso el ser humano aferrado a sus creencias y convicciones, su capacidad de obrar como mero instrumento sin albergar dudas de sus acciones. Todo por un pensamiento, y la creencia de un deber.
Ella había sido así en otro tiempo, fe ciega y ahora lo único que sabía es duda de todo. Más preguntas que respuestas le dejaban sus pasos con cada huella o caminar con rastro que dejaba atrás en otra vida que luego se tornaba otra y otra…
“Predicar con el ejemplo, cuando aún no tienes a tu verdadera bruja…” De nuevo la voz de la mujer, solo para él.
Su figura efímera y espectral entre el confuso humo, ella despareció, pero le dejaba migas de pan para que acudiese a su presencia.
Necesitaba de ese instrumento para acabar con aquella locura. Tenía que “entregarla” a ellos… Si no vendrían más, y no quedaría ni un alma en aquel lugar.
Cabellos ébanos, y piel teñida de un rubor demasiado humano. Ella era la perfecta actriz de su papel, su específica dieta le proporcionaba aquella ilusión de humanidad.
Le esperaba alejada de todo aquel circo de muerte e injusticia.
Lakme- Vampiro Clase Alta
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Re: Vida, obra y milagros ||Flashback|| Lakme
Las llamas se reflejaban en mi pupilas. Era como si pudiera sentir el calor de aquel fuego en el interior de mis propios ojos y de mi alma, reconfortantes al ser sabedor del bien que mis actos, a largo plazo, acarrearían a éste mundo que se desviaba del sendero que Él nos había dejado marcado. De poco servían los arrepentimientos si no iban acompañados de actos y, cuando sus almas, podridas como quedaban, no tenían forma alguna de alcanzar la salvación por ellas mismas, mi mano era la encargada de ejecutar la Justicia Divina.
La milicia ya se había dispersado pero yo aún seguía amparado por el calor de las piras. Hacía tiempo que me había acostumbrado al olor a azufre y carne quemada; ya apenas sentía el más mínimo impacto al reconocer esos matices en el ambiente. Habían pasado más de 10 minutos desde que la última antorcha había prendido la paja y el último de los herejes purificado. Mi semblante y mi postura no había variado en absoluto; quieto, casi como una estatua, mantenía mi cuerpo firme frente al fuego y el único movimiento en mi cuerpo eran los parpadeos de mis ojos y el ir y venir de mi pecho al respirar.
Casi como una melodía de timbales que va aumentando su intensidad y ritmo, podía escuchar el sonido de algo parecido a una bandada de cuervos, primero muy lejano, luego más cerca. De no ser porque había experimentado cosas similares con anterioridad, pensaría que estaba loco. Caí de rodillas y mis ojos escrutaron mi alrededor, buscando el origen de aquellos ruidos que sólo cobraban vida en mi cabeza.
"Izrail..." mis manos desenfundaron dos pistolas al escuchar mi nombre. Aún de rodillas, giré sobre mi mismo varias veces sin dejar de apuntar a todos los lados, prevenido ante lo que, sin duda, era una muestra de la magia que infectaba aquel lugar. "...Predica con el ejemplo..." las voces me seguían maltratando la mente, alejándome de una realidad para sumergirme en otra donde estar a su merced; no iba a ceder. Una figura desapareció fugaz entre la humareda y a punto estuvo de arrancar un disparo de mi arma pero me serené y me llené de determinación y seguí a la figura que había envenenado mi cabeza.
-Mi luz sea la Cruz Santa...- recitaba la oración a medida que me internaba en la boca del lobo con la valentía del que sabía que aquel que portase Su Sagrada Cruz no podía ser vencido por una criatura de las sombras. Finalmente, frente a mí y con las llamas alejadas a mi espalda, como otras tantas veces, bajo el semblante de la inocencia y la belleza, una criatura condenada esperando ser salvada.
La milicia ya se había dispersado pero yo aún seguía amparado por el calor de las piras. Hacía tiempo que me había acostumbrado al olor a azufre y carne quemada; ya apenas sentía el más mínimo impacto al reconocer esos matices en el ambiente. Habían pasado más de 10 minutos desde que la última antorcha había prendido la paja y el último de los herejes purificado. Mi semblante y mi postura no había variado en absoluto; quieto, casi como una estatua, mantenía mi cuerpo firme frente al fuego y el único movimiento en mi cuerpo eran los parpadeos de mis ojos y el ir y venir de mi pecho al respirar.
Casi como una melodía de timbales que va aumentando su intensidad y ritmo, podía escuchar el sonido de algo parecido a una bandada de cuervos, primero muy lejano, luego más cerca. De no ser porque había experimentado cosas similares con anterioridad, pensaría que estaba loco. Caí de rodillas y mis ojos escrutaron mi alrededor, buscando el origen de aquellos ruidos que sólo cobraban vida en mi cabeza.
"Izrail..." mis manos desenfundaron dos pistolas al escuchar mi nombre. Aún de rodillas, giré sobre mi mismo varias veces sin dejar de apuntar a todos los lados, prevenido ante lo que, sin duda, era una muestra de la magia que infectaba aquel lugar. "...Predica con el ejemplo..." las voces me seguían maltratando la mente, alejándome de una realidad para sumergirme en otra donde estar a su merced; no iba a ceder. Una figura desapareció fugaz entre la humareda y a punto estuvo de arrancar un disparo de mi arma pero me serené y me llené de determinación y seguí a la figura que había envenenado mi cabeza.
-Mi luz sea la Cruz Santa...- recitaba la oración a medida que me internaba en la boca del lobo con la valentía del que sabía que aquel que portase Su Sagrada Cruz no podía ser vencido por una criatura de las sombras. Finalmente, frente a mí y con las llamas alejadas a mi espalda, como otras tantas veces, bajo el semblante de la inocencia y la belleza, una criatura condenada esperando ser salvada.
Izrail Zuhair- Inquisidor Clase Media
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Fecha de inscripción : 28/11/2016
Re: Vida, obra y milagros ||Flashback|| Lakme
Sentir del latir del acelerado en el corazón ajeno impulsando aquella sangre, en el cuerpo humano. Sin quererlo, paladeo. Podía olerlo, percibir su inquietud y también la frialdad con la que su mente en templanza dominaba cualquier alteración. Así eran ellos… Inquisidores.
Aquella que en un futuro sería llamada Lakme, pocas veces se había cruzado con ellos, era mejor evitarlos a llamar su atención.
Bien sabía cómo eran hombres como aquellos, distintos nombres en distintas épocas, y distintas facetas y religiones a las que aferrarse. Como un mismo fin y sin entendimiento, solo aferrados a creencias y su radicalidad.
Oración entre los labios y armado, por fin pudieron verse frente a frente.
Pasos lentos que lo medían desde una distancia prudente, casi imperceptible tanto que el roce de su vestido con la hierba parecía dar la sensación que la bella estuviese flotando sobre el suelo.
-Baja tus armas, cesa en tus rezos... Una tregua, necesito un juez y no un verdugo, Izrail.-Su voz era suave, acariciadora sobre el mismo aire, terciopelo. - Creo que tus oraciones no sirven demasiado… Pongo en duda que te hayas enfrentado alguna vez en tu vida a “algo·” como yo. -Eran dos depredadores que se encontraba, con un mismo fin y distintos motivos.
Un primer cruce de miradas, una distancia más cercana. Esmeralda contra los verdeaguas.
Y Lakme ahogo un quejido, una de sus manos enseguida tapo sus propios ojos como si no desease ver, o más bien, como si desease no ser vista.
Había muchos aferrados a aquel hombre, hacía tiempo que no veía tal legión aferrarse a un cuerpo mortal. Almas de inocente y no tantos
-Cuanto peso Izrail sobre tus espaldas… Verdugo… Juez… Victima. -Seguía caminando hacia él, ahora había quedado apenas a unos centímetros de su cuerpo. Podía sentir su aliento romper la frialdad del aire creando con sus pulmones vivos vaho. -Discúlpame si aún no puedo mirarte a los ojos, son demasiados a los que tienes aferrados entre los muertos a ti, me cuesta bloquearlos de mi visión. ¿Quieres ver?
Entre sus finos dedos dejo asomar aquellos ojos curiosos, y una leve sonrisa dedicada. Su mano se apartó de su rostro, y sin ningún miedo ni impedimento su dedo índice dio un pequeño golpecito a la frente del inquisidor.
Los ojos del oráculo se quedaron vacíos y se convirtieron en blanca niebla. El mundo que ambos le rodeaban se volvió en tonos grises y fríos, el mundo carecía de vida y las voces de ellos y sus sombras se habían dado cuenta de que ellos les miraban.
Unos no sabían que habían muerto, otros se incorporaban poco a poco, llantos y no llantos, rogaban por no morir o llamaban a sus madres, o simplemente se quejaban o gemían.
Fue efímero y breve, Lakme recupero un aliento robado y el color de su mirada. El mundo volvía ser el mismo de siempre y ella había se había dejado caer sobre sus rodillas. Parecía por un momento ida, como si se estuviese recuperando de aquel momento tan corto al otro lado.
El poder de Lakme no residía en su naturaleza sobrenatural, más bien en aquellos que había nacido junto a ella, aferrado a su alma. Aquel “ente” o entes, que la obligaba a tener un pie aquí y en el otro lado.
Como humana ya le atormentaban, como inmortal, ni aquella línea había conseguido hacerles desaparecer o librarles de su presencia, más bien le había ayudado a controlarse.
Y ahora lo que tenía ante sus ojos era un horror, ahora debía de poner un velo con respecto a eso, si quería tratar con el hombre el asunto interesado. El deseo de que aquellas almas que se aferraban a la de aquel mortal, no se diesen cuenta que ella podía hacerles de puerta, era grande.
-Yo no soy tú víctima, ni tu eres mi juez… Es a “otro” a la que debes buscar, y yo te conduciré a ella… A tu “bruja”. -Había vuelto. -Es un error regalar la venganza a un espíritu lleno de ira y sin control, ese es mi pesar. Sé donde esta tu bruja, quiero termines con esto. Y a cambio, te dejaré que hagas conmigo lo que desees. Sé los tuyos llevan tiempo detrás de "mi mito".
Lakme- Vampiro Clase Alta
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Re: Vida, obra y milagros ||Flashback|| Lakme
No era la muerte lo que temía, ni siquiera el sufrimiento que aquel ser podría causarme; era la posibilidad de errar en mi cometido, de no liberar al mundo de algo con un corazón tan oscuro que hasta parecería la mismísima noche. Ni sabía qué tipo de criatura era ni tampoco me importaba, era una aberración como otras tantas, ¿de qué modo, sino, habría podido hablarme de esa manera tan nítida?. Aquella mujer que lucía frente a mí era uno de los renglones torcidos de Dios, una mancha en una impoluta hoja de papel que yo debería limpiar. Para eso me habían elegido.
Mi pulso poco a poco se iba normalizando a pesar del recorte en la distancia que la mujer iba poniendo entre ambos. No dejaba de escrutarla con la mirada, atento a cualquier arranque de violencia que pudiera iniciar, pero lejos de eso, en vez de un ataque, escuché excusas y explicaciones, más de las que había oído nunca de boca de algo como ella. Aquello me causó más impacto que cualquier ataque que hubiera podido urdir y, sin saber porqué, aparté el cañón de mi pistola de su pecho, casi embelesado por su voz.
-Te equivocas, mujer- a falta de un término diferente -Si no es un verdugo lo que buscas, te has equivocado de hombre- contesté altivo y orgulloso, ignorando su afirmación sobre a lo que me había o no enfrentado a lo largo de mi vida.
Sin saber como, la distancia entre ambos se había reducido a la mínima expresión de la palabra. Tanto así, que de haber querido hasta podríamos haber cruzado nuestros labio y compartir un beso; la mera idea me estremeció. Ella hablaba de mí como si me conociera, como si pudiera ver mi historia dibujada en mi rostro, en mis facciones, deseando arrancar las pesadillas de mi ser y hacerme enfrentarlas hasta la locura. -¿Qué?- fue lo único que acerté a decir. Sin tiempo para reaccionar, no podía decir el momento en el que mis reflejos me abandonaron y permití que su dedo tocase mi piel, tornando toda la realidad en algo que no podría describir.
Volví en mí y ahí estaba ella, en la misma posición que yo, de rodillas sobre el frío suelo, con nuestra sombra proyectada en él por la llamas que aún consumían la aldea.
No sabía cuanto tiempo había estado sumido en aquel estado inducido por aquel tipo de magia oscura pero calculaba que no mucho, ¿o acaso aún seguí dentro de aquella realidad distorsionada y mi verdadero yo estaba ido, a merced de la voluntad de aquella mujer?. Tomé mi puñal y lo desenvainé unos centímetros mostrando una parte mínima de la hoja que aproveché para cortar el cuero del guante que envolvía mi pulgar así como la yema del dedo. El dolor era real y, al sentirme en el mundo que Él había creado, me sentí algo más reconfortado.
Ella hablaba y yo la escuchaba aunque sin apenas prestar atención. Sólo retenía partes importantes ¿quería ayudarme? ¿sería cierto?. No podía fiarme de ella, podría ser una trampa pero de eso ya me encargaría en un futuro. Tenía preguntas que necesitaban ser contestadas y, aún con cierto mareo y una sensación extraña en mi cabeza, empuñé de nuevo la pistola y encañoné a quien me enfrentaba -No creas, ni por un segundo, que me fío de ti. Me llevarás ante la bruja si es que sabes quien es y dónde está...- trataba de mantenerme firme y recto -Pero antes, dime ¿qué me acabas de enseñar?- no entendía nada -¡CONTESTA!-
Mi pulso poco a poco se iba normalizando a pesar del recorte en la distancia que la mujer iba poniendo entre ambos. No dejaba de escrutarla con la mirada, atento a cualquier arranque de violencia que pudiera iniciar, pero lejos de eso, en vez de un ataque, escuché excusas y explicaciones, más de las que había oído nunca de boca de algo como ella. Aquello me causó más impacto que cualquier ataque que hubiera podido urdir y, sin saber porqué, aparté el cañón de mi pistola de su pecho, casi embelesado por su voz.
-Te equivocas, mujer- a falta de un término diferente -Si no es un verdugo lo que buscas, te has equivocado de hombre- contesté altivo y orgulloso, ignorando su afirmación sobre a lo que me había o no enfrentado a lo largo de mi vida.
Sin saber como, la distancia entre ambos se había reducido a la mínima expresión de la palabra. Tanto así, que de haber querido hasta podríamos haber cruzado nuestros labio y compartir un beso; la mera idea me estremeció. Ella hablaba de mí como si me conociera, como si pudiera ver mi historia dibujada en mi rostro, en mis facciones, deseando arrancar las pesadillas de mi ser y hacerme enfrentarlas hasta la locura. -¿Qué?- fue lo único que acerté a decir. Sin tiempo para reaccionar, no podía decir el momento en el que mis reflejos me abandonaron y permití que su dedo tocase mi piel, tornando toda la realidad en algo que no podría describir.
Volví en mí y ahí estaba ella, en la misma posición que yo, de rodillas sobre el frío suelo, con nuestra sombra proyectada en él por la llamas que aún consumían la aldea.
No sabía cuanto tiempo había estado sumido en aquel estado inducido por aquel tipo de magia oscura pero calculaba que no mucho, ¿o acaso aún seguí dentro de aquella realidad distorsionada y mi verdadero yo estaba ido, a merced de la voluntad de aquella mujer?. Tomé mi puñal y lo desenvainé unos centímetros mostrando una parte mínima de la hoja que aproveché para cortar el cuero del guante que envolvía mi pulgar así como la yema del dedo. El dolor era real y, al sentirme en el mundo que Él había creado, me sentí algo más reconfortado.
Ella hablaba y yo la escuchaba aunque sin apenas prestar atención. Sólo retenía partes importantes ¿quería ayudarme? ¿sería cierto?. No podía fiarme de ella, podría ser una trampa pero de eso ya me encargaría en un futuro. Tenía preguntas que necesitaban ser contestadas y, aún con cierto mareo y una sensación extraña en mi cabeza, empuñé de nuevo la pistola y encañoné a quien me enfrentaba -No creas, ni por un segundo, que me fío de ti. Me llevarás ante la bruja si es que sabes quien es y dónde está...- trataba de mantenerme firme y recto -Pero antes, dime ¿qué me acabas de enseñar?- no entendía nada -¡CONTESTA!-
Izrail Zuhair- Inquisidor Clase Media
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Fecha de inscripción : 28/11/2016
Re: Vida, obra y milagros ||Flashback|| Lakme
-El “intermedio” o el “otro lado”, lo llamó yo. Es un reflejo de tus pecados Izrail, lo que acabas de ver son aquellas almas que han decidido aferrarte a tu carne viva, unos no saben que están ahí, otros esperan y otras se han quedado para “protegerte”. -Mano llevaba a la frente, se sentía un tanto mareada, y aturdida, demasiados ojos la habían visto sin el deseo de ella. -Te dije, que no soy lo que has visto habitualmente, nunca conocerá a “alguien” como yo. Y seguro que los más ancianos de los tuyos te dieron conocimientos de mí. Solo unos pocos saben… Hay muchos secretos entre vuestras filas.
Compostura recuperada, igual que razón que aclaraba su mente poco a poco. Asomarse al otro lado era un acto que agotaba sus fuerzas, y sobre todo cuando “ellos” notaban que eran observados.
Ojos verdes enfrentado a otros ajenos, esperando algún tipo de respuesta.
Había demasiada seguridad y temple en su actitud en cuanto a él, era como si ella no se sintiese amenazada por el arma o por el mismo inquisidor, hombre formado específicamente en la caza de monstruos como ella.
-Con seguridad “ella”, es una bruja. Te necesito, Izrail, ella me tiene anclada a esta tierra, uso su magia antes de yo otorgarle mi poder. Un engaño, una argucia que solo terminará con su muerte, pero debe de venir de mano ajena. –Puso aquella delicada mano sobre el cañón del arma para que la bajará, era normal que él desconfiase de ella. Ella misma haría lo mismo. -Y luego todo se acabará, podrás hacer conmigo lo que desees.
Alejados pasos, un ademán que le invitaba a que la siguiese. No sabía si había convencido aquel inquisidor, o ella se estaba metiendo en un tremendo lío, pero tenía que arriesgarse. No iba a quedarse eternamente en una tierra como aquella, ella tenía un destino que cumplir, aunque no estaba segura de donde le llevaría sus pasos ni si sobreviviría a aquella noche, se estaba arriesgando demasiado.
El mundo cada vez era más oscuro, y el bosque los devoraba con su noche pero la luna casi en plenilunio era linterna de su caminar, y hacía que las tinieblas fuesen más tenues.
Acto de masacre que quedaba atrás, y un silencio demasiado incómodo, el roce de su vestido era el que denotaba más ruido. Ya que aquel hombre era demasiado sigiloso para emitir algun sonido.
Olor a agradable chimenea y hogar, tótems con tallas extrañas, superstición y protección de otros seres como ellos. La bruja había sido su compañera y sabía lo que era Lakme, también sabía lo valiosa que era, era como el deseo de tener muy cerca el remedio de cualquier tipo de remedio.
“Shhh…” Ademán de silencio, de precaución. La inmortal se había detenido en seco.
-Te olerá… -Susurró, posando su mano sobre el pecho del hombre. -Calma tu corazón, soldado, hace demasiado ruido.
Por un momento se alejó y paseo por los alrededores, su gesto alerta y sus ojos felinos y brillantes en la noche la dotaban de una belleza salvaje
Luego regreso a su lado, y mordió el dorso de su mano haciéndose un corte.
-Debemos de engañarla, tu corazón puede confundirlo con el de cualquier animal que pase cerca del hogar, pero tu olor… Es demasiado evidente. -Aproximada, le hizo gesto precavido, le pedía permiso para su siguiente paso. -El olor de mi sangre disimulará el tuyo.
Pulgar ensangrentado machaba la piel del inquisidor, muñecas y manos que había tomado para pintar del escarlata, luego cuello y contorno del rostro, mejillas, frente y… Por un momento la dama se detuvo en sus labios, podía sentir el cálido aliento de él en contraste con el frío del lugar. Su pulgar impregno sus labios con una dulce caricia, y su mirada de ojos verdes se detuvieron en ellos.
Morboso gesto para ella, al estar frente los ojos de la parca hecha carne en aquel hombre, peligrosidad extrema. Trago saliva. Se le antojaron por un instante apetecibles, hacía demasiados años que no estaba en compañía de un hombre, ni tan cerca.
Sus mejillas se sonrosaron efímeramente, en gesto demasiado humano para ella, y la mirada que se desvió enseguida por pensamiento que le turbaron.
-Suficiente, soldado. -Dijo como si le faltase el aliento, y de algún modo se le había olvidado respirar, aunque no era necesario. -Ella está dentro, rubia, duerme aun haz lo que debes hacer; yo no puedo dañarla solo puedo sujetarla como mucho. Es un vampiro normal y corriente, pero un neófito. Así que puede imaginarte su fuerza… Hazlo y todo acabará.
Lakme- Vampiro Clase Alta
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Re: Vida, obra y milagros ||Flashback|| Lakme
-¡No vuelvas a hacerlo!- ordené casi como si me estuviera dirigiendo a uno de esos frailes recién llegados a los conventos, abrumados por la cantidad de conocimiento y exaltados ante la presencia de los inquisidores más veteranos, aunque no se me olvidaba a qué o quien me estaba dirigiendo. Si bien no me cabía ninguna duda de que podría acabar con aquel demonio con cuerpo de mujer, mi sentido común me decía que no iba a hacerlo y salir ileso de aquella contienda o, peor aún, que no iba a salir vivo. -No son mis pecados sino los de esos herejes y corruptos los que impulsaron Su voluntad y guiaron mi mano. Si mi pecado es enderezar los "renglones torcidos de Dios", entonces mi pecado es también mi penitencia...- el orgullo apenas me habría cabido en el pecho de poder ser cuantificado. No es que no fuera capaz de reconocer un error; esque Él me había enviado a mí, y Él no cometía errores.
Era cierto que, además, jamás me había topado con algo como ella. No era capaz de saber el qué no terminaba de encajar, porque aún no habíamos tratado de darnos muerte el uno al otro cuando estaba claro que ambos estábamos en esquinas opuestas del tablero... pero sí sabía que aquello cobraba cada vez menos sentido y, antes que hablar, preferí guardar silencio, asentir y esperar a que la misteriosa mujer no siguiera hablando de los de mi orden.
Mi mano, en cambio, pareció no desconfiar de ella cuando sus dedos apartaron el cañón de mi pistola de su trayectoria, como una mujer que corría las cortinas de la habitación de su hijo una cálida mañana de primavera. Pero nada de aquello tenía el más mínimo parecido con el ejemplo evocado; oscuro, húmedo, terroríficamente morboso y amenazante, me hizo arquear una ceja fruto de la incredulidad. -¿Qué ganas tú, bruja? Liberándote, si luego puedo hacer contigo lo que quiera tal como dices, tú sales perdiendo- suspiré dejando que mi dedo acariciase el gatillo del arma que ahora apuntaba con su cañón al suelo -Por eso dudo de ti y de tu palabra... quizá debería purgarte aquí y ahora y evitar una trampa- y a pesar de que mis palabras denotaban desconfianza máxima, tan pronto se puso a caminar, mis pasos fueron tras los suyos.
¿Y si todo eran falacias? ¿Y si resultaba que todo aquel circo no era más que una argucia para acabar conmigo? Traté de calmarme a su orden y, tras ello, intentar ver las cosas con más perspectiva y claridad.
Pero mis latidos no podían volver a su ritmo normal y entonces me dí cuenta de lo que tenía frente a mí, justo cuando el olor a leña invadía mis fosas nasales y mi sangre hervía al ver aquellos símbolos heréticos, oscuros e impuros, justo en ese momento comprendí que quizá no había hecho tan mal en seguir a aquella mujer que, sin duda, era más de lo que aparentaba ser o, como poco, diferente a lo que me quería enseñar.
A duras penas, no sin cierto reparo, acabé accediendo a lo que pedía. Mi cuerpo debería ser purificado después, durante siete días y siete noches, así como mi mente y mi alma debían someterse a una intensa limpieza por lo que estaba a punto de cometer. Pero si el hijo de Dios, Cristo, se sacrificó por todos nosotros ¿cómo no iba un simple servidor a sacrificar su inmaculada existencia por un bien superior a él mismo? Pero lo que más horror me causó, en lo más profundo de mi alma, fue el lascivo pensamiento, típico de hombres débiles abandonados al pecado, que durante una fracción de segundo atravesó mi pensamiento al notar el gélido tacto de su piel contra la mía.
Era repugnante saber que su sangre adornaba mi piel, mi rostro y... mis labios. Contuve una mueca de asco cuando su pulgar rozó mi boca y dejó un rastro carmesí en ellos que, en cuanto separó la mano, limpié casi de inmediato como un acto reflejo, escupiendo saliva y limpiando ésta después con el pañuelo que rodeaba mi cuello.
-No entres, mujer- sentencié firme sin más ánimo que el de evitar verme rodeado de dos vampiros. No temía a la muerte pero tampoco iba a buscarla de manera temeraria. Enfundé la pistola en una cartuchera en el lateral de mi cadera y desenvainé dos espadas roperas, fabricadas íntegramente en plata, con las inscripciones en latín "Ignem veni mittere in terram et quid volo si accendatur" en una y "Porro unum est necesarium", santiguandome con una de ellas en la mano y encomendando mi voluntad a los Santos y a la mismísima Virgen.
No había olor característico pero podía oler la mácula en aquel lugar y, efectivamente, no era una falacia inventada por la mujer. Sus cabellos dorados cual rayos de sol, lucían hermosos y brillaban con el fulgor de la crepitante hoguera. Mi determinación férrea no me dejó dudar. Casi noté como el tiempo se detenía cuando mi brazo cargaba la estocada que acabaría con aquella criatura pero, tan pronto como saboreaba la última exhalación de aquella mujer, si podía llamarla así, ella se giró y me golpeó haciendo volar mi cuerpo un par de metros antes de caer de espaldas, mientras ella, inhumana como era, se jactaba, reía y chillaba victoriosa.
Era cierto que, además, jamás me había topado con algo como ella. No era capaz de saber el qué no terminaba de encajar, porque aún no habíamos tratado de darnos muerte el uno al otro cuando estaba claro que ambos estábamos en esquinas opuestas del tablero... pero sí sabía que aquello cobraba cada vez menos sentido y, antes que hablar, preferí guardar silencio, asentir y esperar a que la misteriosa mujer no siguiera hablando de los de mi orden.
Mi mano, en cambio, pareció no desconfiar de ella cuando sus dedos apartaron el cañón de mi pistola de su trayectoria, como una mujer que corría las cortinas de la habitación de su hijo una cálida mañana de primavera. Pero nada de aquello tenía el más mínimo parecido con el ejemplo evocado; oscuro, húmedo, terroríficamente morboso y amenazante, me hizo arquear una ceja fruto de la incredulidad. -¿Qué ganas tú, bruja? Liberándote, si luego puedo hacer contigo lo que quiera tal como dices, tú sales perdiendo- suspiré dejando que mi dedo acariciase el gatillo del arma que ahora apuntaba con su cañón al suelo -Por eso dudo de ti y de tu palabra... quizá debería purgarte aquí y ahora y evitar una trampa- y a pesar de que mis palabras denotaban desconfianza máxima, tan pronto se puso a caminar, mis pasos fueron tras los suyos.
¿Y si todo eran falacias? ¿Y si resultaba que todo aquel circo no era más que una argucia para acabar conmigo? Traté de calmarme a su orden y, tras ello, intentar ver las cosas con más perspectiva y claridad.
Pero mis latidos no podían volver a su ritmo normal y entonces me dí cuenta de lo que tenía frente a mí, justo cuando el olor a leña invadía mis fosas nasales y mi sangre hervía al ver aquellos símbolos heréticos, oscuros e impuros, justo en ese momento comprendí que quizá no había hecho tan mal en seguir a aquella mujer que, sin duda, era más de lo que aparentaba ser o, como poco, diferente a lo que me quería enseñar.
A duras penas, no sin cierto reparo, acabé accediendo a lo que pedía. Mi cuerpo debería ser purificado después, durante siete días y siete noches, así como mi mente y mi alma debían someterse a una intensa limpieza por lo que estaba a punto de cometer. Pero si el hijo de Dios, Cristo, se sacrificó por todos nosotros ¿cómo no iba un simple servidor a sacrificar su inmaculada existencia por un bien superior a él mismo? Pero lo que más horror me causó, en lo más profundo de mi alma, fue el lascivo pensamiento, típico de hombres débiles abandonados al pecado, que durante una fracción de segundo atravesó mi pensamiento al notar el gélido tacto de su piel contra la mía.
Era repugnante saber que su sangre adornaba mi piel, mi rostro y... mis labios. Contuve una mueca de asco cuando su pulgar rozó mi boca y dejó un rastro carmesí en ellos que, en cuanto separó la mano, limpié casi de inmediato como un acto reflejo, escupiendo saliva y limpiando ésta después con el pañuelo que rodeaba mi cuello.
-No entres, mujer- sentencié firme sin más ánimo que el de evitar verme rodeado de dos vampiros. No temía a la muerte pero tampoco iba a buscarla de manera temeraria. Enfundé la pistola en una cartuchera en el lateral de mi cadera y desenvainé dos espadas roperas, fabricadas íntegramente en plata, con las inscripciones en latín "Ignem veni mittere in terram et quid volo si accendatur" en una y "Porro unum est necesarium", santiguandome con una de ellas en la mano y encomendando mi voluntad a los Santos y a la mismísima Virgen.
No había olor característico pero podía oler la mácula en aquel lugar y, efectivamente, no era una falacia inventada por la mujer. Sus cabellos dorados cual rayos de sol, lucían hermosos y brillaban con el fulgor de la crepitante hoguera. Mi determinación férrea no me dejó dudar. Casi noté como el tiempo se detenía cuando mi brazo cargaba la estocada que acabaría con aquella criatura pero, tan pronto como saboreaba la última exhalación de aquella mujer, si podía llamarla así, ella se giró y me golpeó haciendo volar mi cuerpo un par de metros antes de caer de espaldas, mientras ella, inhumana como era, se jactaba, reía y chillaba victoriosa.
Izrail Zuhair- Inquisidor Clase Media
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Fecha de inscripción : 28/11/2016
Re: Vida, obra y milagros ||Flashback|| Lakme
-Redención. -Mientras se había acercado a la cabaña, solo le había contestado con aquella única palabra con respecto a qué ganaba con su acción. -Sólo tus ganas, soldado. Entiéndelo así, no hay juego sucio. Tu-ga-nas.
Parecía que no iba a conseguir tirar más de su lengua, aunque no había más palabras que decir por su parte. Ella solo quería liberarse de aquel anclaje que la bruja había creado, seguir con su camino de algún modo, y de paso tentar a la suerte. Se había puesto a merced del aquel hombre en todos los sentidos, si debía de morir en aquel día que así fuese, estaba demasiada cansada de sus visiones, de su destino futuro. Éste iba a ser el momento perfecto para poner a prueba todo lo conocía, si era verdad todo lo que le habían contado, y si era ella la que elegía o el resto.
Se habían detenido ya, y había comenzado aquel pequeño ritual para ocultar su olor. Para él tal vez un gesto impuro y repugnante, para ella un momento de tentación que, si no hubiese sido por el objeto de aquellos actos, hubiese tentado a probar aquellos labios como puerta para el acto lascivo y arriesgado sabiendo que se la estaba jugando ante aquella peligrosidad, aunque tal vez fuese lo imposible y estar alejada de los hombres lo que la incitaba de algún modo.
Él le había dicho que se quedase esperando, dócil por una vez obedeció.
Cruce de brazos y se sentó sobre el tocón de un árbol. Inquieta por aquella traición que iba a cometer, aquel juego sucio no le iba para nada, habría hecho actos en el pasado de baja moralidad, pero al fin y al cabo ella tenía su propio código de fidelidad y moralidad, y traicionar a un vástago suyo no entraba dentro de ello. Pero se había hecho necesario, por muy vieja que fuese la había engañado aquella bruja con sus actos de nigromancia y de paso la había anclado aquel lugar con aquel hechizo sin permitirle marcharse; ella le había regalado a la inmortalidad cometiendo un grave error. Ya había intentado matarla, pero un hechizo de sangre se lo impedía, ahora solo quedaba que otro fuese el verdugo y se acabaría el terror de aquel lugar.
Sonidos en el interior, debía de estar librándose una buena batalla. La rubia era joven, pero tenía la sangre de Lakme y luego la fuerza del que es creado en tiempo temprano.
Impaciente, por un instante temió que el inquisidor no completará su cometido así que entro en aquel lugar para ver porque tardaban tanto.
El factor sorpresa al parecer no les había ayudado demasiado, porque la rubia se había puesto como una furia, y lo primero que hizo fue referirse a su Hacedora como una traidora, luego vinieron las lágrimas apelando al chantaje emocional que, en lo más profundo de la humanidad de la anciana, la tentaba a no seguir con el plan.
Lakme se acercó a Izrail por un momento, e intento ayudarle a levantarse. Justo en ese momento la rubia se lanzó a ellos, pero en sus pasos empezó a retroceder entre espasmódicos movimientos, ojos, oídos, nariz y boca… La neófita empezaba a sangrar por todos aquellos orificios mientras parecía estar dándole un ataque o similar.
Lakme cerró los ojos con mueca de dolor, mientras su nariz y oídos sangraban, era ella la que estaba usando su poder de milenaria contra la más joven para aflojar sus fuerzas, unas fuerzas que se hubiesen tornado en muerte si no hubiese estaba bajo el influjo del hechizo.
-Soldado, haz tu trabajo. -Le dijo con rudeza a Izrail, por un momento parecía mareada. -Yo no puedo hacer más, es tu mano la que debe acabar con ella.
Lakme- Vampiro Clase Alta
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Re: Vida, obra y milagros ||Flashback|| Lakme
No era la primera vez que mis ojos veían el horror que las tinieblas eran capaces de desatar; no fue aquella visión de la rubia agitándose frenéticamente, ni la de la morena sangrar consecuencia de un poder que mi cabeza nunca llegaría a comprender y que no estaba hecho para ser comprendido sino erradicado. Lo que me hizo dudar, aunque tan solo por un instante, fue ver como aquel derroche de poder se empleaba de igual a igual y no contra mí, el enemigo natural de aquellas dos criaturas separadas de Su Recto Camino. Recobré la compostura agradeciendo en silencio aquella intervención aunque de mi boca jamás escucharía una palabra de reconocimiento a alguien como ella.
Alcé sendas espadas, obras de arte argénteas, con un determinación de aquel que sabe que no puede fallar, que Él vela por su seguridad y que ha sido elegido para llevar a cabo Su Divina Obra. Caminé la distancia que me separaba de mi agresora, decidido, entonando la Letanía de los Santos en un Latín perfecto, nombrando a todos y cada uno de ellos. Los temblores eran tan fuertes que casi podía sentir sus huesos resquebrajarse bajo su piel parando entre uno y otro durante apenas unos segundos antes de emprender de nuevo ese macabro baile.
Coloqué mis espadas trazando una equis sobre su cuello, haciendo fuerza él y hasta abriendo heridas en su impura piel para evitar que cayera al suelo -Él castigará a los malvados; los enviará a arder a las llamas del infierno...- entoné antes de decapitarla a pesar de la implícita dificultad que entrañaba esa maniobra con una espadas como aquellas. Sonreí para mí mismo, sabedor de que era Su mano, y no únicamente mi experiencia lo que había posibilitado un corte tan perfecto. Tras eso, mientras su cuerpo se deshacía en llamas, la punta de una de mis espadas atravesó su pecho, justo en el corazón -Requiescat in pace- murmuré, con el fulgor de su desintegración aún en mis pupilas.
Segundos después, todo pareció quedarse en el silencio más absoluto. Gritos, órdenes, ruido ambiente... parecía como si el mundo se hubiera callado para nosotros y, de no ser por el crepitar de la hoguera, creería que estaba siendo atacado por algún tipo de hechizo.
Aún estaba de espaldas a mi colaboradora, atento a cualquier cambio, por nimio que fuera, que mis sentidos apreciasen. Me giré al no escuchar nada y la vi, en el mismo lugar que minutos atrás, con el testimonio carmesí de lo que allí se acababa de liberar recorriendo su piel. -Los caminos del Señor son inescrutables y a veces, para probar nuestra valía, nos somete a pruebas de fe. Un amigo mío me enseño que, aunque se escape a nuestro entendimiento, y en ocasiones seamos contrarios a quien nos la brinda, hay que responder de la misma manera con la que nos tratan... incluso aunque se trate de algo como, tú- la señalé con la punta, aún manchada de sangre.
-Te brindaré neutralidad ésta noche, bruja, a menos que prefieras que uno de nosotros dos no salga de éste lugar con vida- suspiré y tensé mi cuerpo, notando el palpito de mi corazón en mis sienes -Si no es así, debes saber que la próxima vez que nos encontremos la contienda estará asegurada... he visto lo que puedes hacer y sé que posiblemente sería mi perdición pero de buena gana entregaría mi vida si ese es Su deseo...- envainé una de las dos armas con un sonido delicado a metal deslizando contra metal -Y ahora dime, mujer, tras ayudarme, mi honor me obliga a devolverte el favor... asique pide, antes de que me arrepienta- aunque en realidad, ya lo estaba haciendo. En el mismo momento en el que mis palabras salían por mi boca, la duda me hizo estremecerme.
Después de todo, no había nada que un Siervo del Señor pudiera dar a una bruja más que muerte y fuego.
A pesar de todo, de la situación y de sentir que pactaba con el mismísimo Lucifer, mi mirada seguía firme y desafiante.
Alcé sendas espadas, obras de arte argénteas, con un determinación de aquel que sabe que no puede fallar, que Él vela por su seguridad y que ha sido elegido para llevar a cabo Su Divina Obra. Caminé la distancia que me separaba de mi agresora, decidido, entonando la Letanía de los Santos en un Latín perfecto, nombrando a todos y cada uno de ellos. Los temblores eran tan fuertes que casi podía sentir sus huesos resquebrajarse bajo su piel parando entre uno y otro durante apenas unos segundos antes de emprender de nuevo ese macabro baile.
Coloqué mis espadas trazando una equis sobre su cuello, haciendo fuerza él y hasta abriendo heridas en su impura piel para evitar que cayera al suelo -Él castigará a los malvados; los enviará a arder a las llamas del infierno...- entoné antes de decapitarla a pesar de la implícita dificultad que entrañaba esa maniobra con una espadas como aquellas. Sonreí para mí mismo, sabedor de que era Su mano, y no únicamente mi experiencia lo que había posibilitado un corte tan perfecto. Tras eso, mientras su cuerpo se deshacía en llamas, la punta de una de mis espadas atravesó su pecho, justo en el corazón -Requiescat in pace- murmuré, con el fulgor de su desintegración aún en mis pupilas.
Segundos después, todo pareció quedarse en el silencio más absoluto. Gritos, órdenes, ruido ambiente... parecía como si el mundo se hubiera callado para nosotros y, de no ser por el crepitar de la hoguera, creería que estaba siendo atacado por algún tipo de hechizo.
Aún estaba de espaldas a mi colaboradora, atento a cualquier cambio, por nimio que fuera, que mis sentidos apreciasen. Me giré al no escuchar nada y la vi, en el mismo lugar que minutos atrás, con el testimonio carmesí de lo que allí se acababa de liberar recorriendo su piel. -Los caminos del Señor son inescrutables y a veces, para probar nuestra valía, nos somete a pruebas de fe. Un amigo mío me enseño que, aunque se escape a nuestro entendimiento, y en ocasiones seamos contrarios a quien nos la brinda, hay que responder de la misma manera con la que nos tratan... incluso aunque se trate de algo como, tú- la señalé con la punta, aún manchada de sangre.
-Te brindaré neutralidad ésta noche, bruja, a menos que prefieras que uno de nosotros dos no salga de éste lugar con vida- suspiré y tensé mi cuerpo, notando el palpito de mi corazón en mis sienes -Si no es así, debes saber que la próxima vez que nos encontremos la contienda estará asegurada... he visto lo que puedes hacer y sé que posiblemente sería mi perdición pero de buena gana entregaría mi vida si ese es Su deseo...- envainé una de las dos armas con un sonido delicado a metal deslizando contra metal -Y ahora dime, mujer, tras ayudarme, mi honor me obliga a devolverte el favor... asique pide, antes de que me arrepienta- aunque en realidad, ya lo estaba haciendo. En el mismo momento en el que mis palabras salían por mi boca, la duda me hizo estremecerme.
Después de todo, no había nada que un Siervo del Señor pudiera dar a una bruja más que muerte y fuego.
A pesar de todo, de la situación y de sentir que pactaba con el mismísimo Lucifer, mi mirada seguía firme y desafiante.
Izrail Zuhair- Inquisidor Clase Media
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Fecha de inscripción : 28/11/2016
Re: Vida, obra y milagros ||Flashback|| Lakme
Mano que se alza ejecutora, con su filo inminente termina con todo. Ella apenas sufre porque el verdugo es experimentado, incluso en aquel acto cruel y perturbador, éste se convierte en algo puro y piadoso viniendo del inquisidor.
“Ella estaba agonizando por dentro. La venganza la consumía, estaba muerta desde hacía mucho por dentro… Podrida.” Pensamiento de consuelo que Lakme se brinda. Tal vez una mentira más para sentirse mejor con sus acciones, o tal vez la más pura verdad.
Por un instante se tambalea, mareada, algo impresionada por la escena, y luego la debilidad por el uso de aquel poder mental. Un silencio extraño se cierne en el ambiente, y sus ojos no pueden evitar verter lágrimas por la joven que acaba de matar al que debería llamar enemigo, pero ahora podría llamar amigo. Una muerte más en la lista de su conciencia, un error que ahí se quedara maldito.
Ella se ha convertido en una dulce epidemia para todos aquellos que habitan aquellas tierras, ya que todo lo que roza por mucha bondad que contenga sus intenciones, queda resquebrado y roto. Todo son cenizas escapando entre sus dedos.
Sus ojos verdes están enrojecidos por las gotas de lluvia que emergen por sus mejillas, un contraste con su hierática expresión, se cruza con los ajeno, en un lenguaje silencioso. Él no lo entenderá, pero ella siente tristeza por la muerte, se muestra con endereza a pesar de que le traicionan sus lágrimas, intenta no mostrar puntos flacos, en lo que se supone que es… Un monstruo carente del sentir, pero ella es demasiado humana.
Sí, es una anciana milenaria, que goza de juventud y belleza eterna, pero más humana que muchos de aquellos que gozan de la vida mortal.
Izrail le regala una tregua mientras guarda a sus fieras y letales compañeras en el cinto.
Ella no le responde, al menos enseguida. Más solo se aproxima, lenta, pausada… Sus pies apenas emiten sonido y su movimiento fascinante es casi felino. A veces parece no quedar claro quién es el depredador o la presa en aquella escena creada por dos.
-Muerte… soldado. -Pega su cuerpo contra el suyo, susurro impregna los labios ajenos. Toma una de sus manos y luego la coloca sobre el metal afilado. -Tu mano dura, Izrail sobre mi cuerpo, muerte y nada más… -Su piel tiembla de miedo, al fin y al cabo, nadie está preparado para morir, verdaderamente.
Pero a pesar de todo, ella es desafiante, atrayente y provocadora sin querer serlo. Es esa aura que la envuelve, que la hace apetecible. Lo tenía antes de convertirse y aun lo conserva con potencia.
Se ha acercado demasiado, sus ojos clavos en los ajenos le piden esa peligrosidad, su mano firme sobre su cuerpo menudo, pide. Ese peso que llevan, ese secreto que los privilegiados inquisidores ansían, ella es una pieza clave para “ese” puzle, es una carga que cuesta llevar encima, por ello lo provoca, y de paso se satisface.
Sus labios le dedica un roce efímero, son dulces y delicados en trato, luego profundizan en forma de beso, implantando contra los ajenos con su aliento helado y delicioso.
Le ha dedicado aquella misma mirada que en el bosque, y esta vez no se contiene, se aprieta más y más contra su cuerpo.
Lakme- Vampiro Clase Alta
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Re: Vida, obra y milagros ||Flashback|| Lakme
"...Muerte..."
¿Eso? ¿Nada mas? Las ideas se agolparon en mi cabeza como si de un torrente se tratase, haciendo retumbar sus palabras en lo más profundo de mi ser, atónito porque una criatura como ella hubiera sido tan esclarecedora con un inquisidor; quien no dudaría en acceder a su petición de buena gana de no ser por las dudas y los más de mil interrogantes que aquellas palabras me evocaban. ¿Acaso no estaría bajo el influjo de algún tipo de hechizo, viendo y escuchando lo que ella quería que yo viera y en realidad mi cuerpo se encontraba tumbado en algún lugar alejado, a merced de la piedad de aquel ser? La idea se me antojó escalofriante y traté de convencerme a mí mismo de que aquello no era así, de que mi cabeza no había sido envenenada con ningún tipo de magia oscura, pues Él cuidaba de mí, alejando todo mal de mi ser.
Y sin apenas darme cuenta, la proximidad entre su cuerpo y el mío se reduce a la mínima expresión, apenas a un aliento de distancia con las miradas cruzadas, hablando sin decir nada, tranquilos pero en tensión, esperando ver cual es el siguiente movimiento de la persona que cada uno tenemos enfrente.
Mi gesto es duro, severo y frío. Mis ojos son la viva expresión de aquel que no teme morir porque, en realidad, ya está muerto desde el mismo día que nació y tampoco matar. Arrebatar una vida es algo en lo que uno se ha vuelto un experto. Ni remordimientos, ni titubeos, ni dudas... nunca en mi vida me ha temblado una mano a la hora de arrancar una vida y menos si se trata de una mancha sobre la Villa del Señor, matar es su forma de vivir y su forma de contribuir. Uno puede equivocarse pero, al final, Él sabrá perdonar sus errores, compensados por toda una vida de leal servicio.
Y entonces, con mi mano rozando la empuñadura argéntea de un pequeño puñal, acariciando cada una de sus formas, el grabado de la Santa Cruz en su pomo, sintiendo sus acabado bajo el grueso guante de cuero ¿Qué es diferente ésta vez? ¿Porque no, simplemente, desenvaino el filo y le abro el pecho como ya he hecho cientos de veces?
Quizá sea por el atisbo de humanidad que muestra y que la diferencia del resto de sobrenaturales. Quizá, aunque miles de mujeres y niños también lloraron en su momento, nunca mostraron verdadero arrepentimiento o dolor, sólo miedo. Quizá es porque en medio de ese lugar, enfrentando miradas, es la primera vez en mi vida que alguien muestra verdadera humildad y valentía... porque enfrentar a quien con gusto te enviaría con el Creador de esa manera, abierta de corazón, suplicando la muerte como vía de escape, sabiendo que Él juzgará más duramente que yo, es verdadera valentía.
Apenas escogí las palabras que se supone debían dar respuesta a su petición cuando sentí una mezcla gélida y ardiente, al mismo tiempo, rozar mis labios. Perplejo, recurrí a lo primero que cruzó mi cabeza, más por costumbre que por verdadero deseo.
El filo de la daga apuntaba directamente a su corazón mientras mi otra mano la sostenía con firmeza por la nuca. Un servidor era consciente de que, de querer, ella podría acabar conmigo en ese mismo momento y lugar pero, aún así, no bajé el arma -Debería...- murmuré con rabia, fulminándola con la mirada, deseando acabar con todo aquello pero, una vez más, la segunda de la noche y de toda mi vida, no pude.
Durante un segundo, la tensión podía cortarse con un cuchillo no demasiado afilado. Mis brazos temblaban de odio, frustración, desconcierto, ira y dudas; todo un cúmulo de emociones volcadas sobre mí al mismo tiempo. Pero aquello no duró más que aquel segundo en el que mi cuchillo rasgó sus ropas antes de caer al suelo demostrando que, como era bien sabido por todos, la carne era débil y hasta los más justos pueden desviarse puntualmente del camino del Señor.
"Que así sea, pues" pensé para mis adentros, revolviéndome en mí mismo mientras devolvía el beso.
¿Eso? ¿Nada mas? Las ideas se agolparon en mi cabeza como si de un torrente se tratase, haciendo retumbar sus palabras en lo más profundo de mi ser, atónito porque una criatura como ella hubiera sido tan esclarecedora con un inquisidor; quien no dudaría en acceder a su petición de buena gana de no ser por las dudas y los más de mil interrogantes que aquellas palabras me evocaban. ¿Acaso no estaría bajo el influjo de algún tipo de hechizo, viendo y escuchando lo que ella quería que yo viera y en realidad mi cuerpo se encontraba tumbado en algún lugar alejado, a merced de la piedad de aquel ser? La idea se me antojó escalofriante y traté de convencerme a mí mismo de que aquello no era así, de que mi cabeza no había sido envenenada con ningún tipo de magia oscura, pues Él cuidaba de mí, alejando todo mal de mi ser.
Y sin apenas darme cuenta, la proximidad entre su cuerpo y el mío se reduce a la mínima expresión, apenas a un aliento de distancia con las miradas cruzadas, hablando sin decir nada, tranquilos pero en tensión, esperando ver cual es el siguiente movimiento de la persona que cada uno tenemos enfrente.
Mi gesto es duro, severo y frío. Mis ojos son la viva expresión de aquel que no teme morir porque, en realidad, ya está muerto desde el mismo día que nació y tampoco matar. Arrebatar una vida es algo en lo que uno se ha vuelto un experto. Ni remordimientos, ni titubeos, ni dudas... nunca en mi vida me ha temblado una mano a la hora de arrancar una vida y menos si se trata de una mancha sobre la Villa del Señor, matar es su forma de vivir y su forma de contribuir. Uno puede equivocarse pero, al final, Él sabrá perdonar sus errores, compensados por toda una vida de leal servicio.
Y entonces, con mi mano rozando la empuñadura argéntea de un pequeño puñal, acariciando cada una de sus formas, el grabado de la Santa Cruz en su pomo, sintiendo sus acabado bajo el grueso guante de cuero ¿Qué es diferente ésta vez? ¿Porque no, simplemente, desenvaino el filo y le abro el pecho como ya he hecho cientos de veces?
Quizá sea por el atisbo de humanidad que muestra y que la diferencia del resto de sobrenaturales. Quizá, aunque miles de mujeres y niños también lloraron en su momento, nunca mostraron verdadero arrepentimiento o dolor, sólo miedo. Quizá es porque en medio de ese lugar, enfrentando miradas, es la primera vez en mi vida que alguien muestra verdadera humildad y valentía... porque enfrentar a quien con gusto te enviaría con el Creador de esa manera, abierta de corazón, suplicando la muerte como vía de escape, sabiendo que Él juzgará más duramente que yo, es verdadera valentía.
Apenas escogí las palabras que se supone debían dar respuesta a su petición cuando sentí una mezcla gélida y ardiente, al mismo tiempo, rozar mis labios. Perplejo, recurrí a lo primero que cruzó mi cabeza, más por costumbre que por verdadero deseo.
El filo de la daga apuntaba directamente a su corazón mientras mi otra mano la sostenía con firmeza por la nuca. Un servidor era consciente de que, de querer, ella podría acabar conmigo en ese mismo momento y lugar pero, aún así, no bajé el arma -Debería...- murmuré con rabia, fulminándola con la mirada, deseando acabar con todo aquello pero, una vez más, la segunda de la noche y de toda mi vida, no pude.
Durante un segundo, la tensión podía cortarse con un cuchillo no demasiado afilado. Mis brazos temblaban de odio, frustración, desconcierto, ira y dudas; todo un cúmulo de emociones volcadas sobre mí al mismo tiempo. Pero aquello no duró más que aquel segundo en el que mi cuchillo rasgó sus ropas antes de caer al suelo demostrando que, como era bien sabido por todos, la carne era débil y hasta los más justos pueden desviarse puntualmente del camino del Señor.
"Que así sea, pues" pensé para mis adentros, revolviéndome en mí mismo mientras devolvía el beso.
Izrail Zuhair- Inquisidor Clase Media
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Fecha de inscripción : 28/11/2016
Re: Vida, obra y milagros ||Flashback|| Lakme
Sentir su mano aferrarse a su nuca, y luego el filo tentador apuntando a su corazón, la mano del inquisidor duda, tiembla por el sinfín de emociones. Ella no puede evitarlo un por un instante separa sus labios y apoya su frente contra la de él, pero no retrocede, a más al contrario se aproxima a ese destino.
Su mirada brillante, contiene lágrimas, clavada en la ajena no muestra ruego, aunque es evidente que teme, más bien le reta, le desafía y le da permiso para que lo haga, para que cumpla con su obligación. Ella espera el abrazo de la muerte para que la envuelva en sus oscuras alas, pero… No. No sucede.
El sonido del metal contra el suelo.
Exhala el aire de sus pulmones, como si lo hubiese contenido tenso en apenas esos segundos de intercambio de miradas, y las lágrimas se dejan caer por su rostro.
Todo es extraño y confuso en el sentir, porque él duda, luego su modo de actuar. ¿Acaso ambos han caído en una extraña trampa que conduce a dos opuestos aproximarse de tal modo?
El cuchillo ha desgarrado sus desfasadas y pesadas ropas, Lakme tira de ellas, como puede para deshacerse de su prisión para descubrir hermosa desnudez, aunque sus enaguas aferradas a sus caderas y siguen ocultándolas junto con sus piernas. Sus labios han sido correspondidos, y ella le besa al principio con cierta calma, pero se torna en avidez, es como si hubiese estado demasiado tiempo sedienta de él, incluso antes de conocerlo, como si fuese la única agua que la saciará.
Con respiración agitada, al darle descanso al beso, aunque sus labios se encargan de dibujar en caricia los rasgos de su rostro, con delicada dulzura.
Una de sus manos comienza a deshacer las ataduras de las oscuras ropas del inquisidor, su cuello y parte de su pecho quedan descubiertos. Su mano suave acaricia su cuello y se detiene en su pecho, puede sentir bajo sus finos dedos el latir acelerado del corazón del mortal.
-Ahí está, esa melodía… -Sus labios se curvan en una sonrisa melancólica, luego toma la mano del inquisidor y le quita los guantes.
Mano desnuda y lo que le parece castigada, la del inquisidor, la dirige sobre su piel templada para deleitarle con su desnudez, por una parte. Ella sabe crear esas máscaras de humanidad, ella sabe que hay que hacer para recuperar el rubor humano, y otros rasgos, es su secreto, pero es aberrante para su propia especie. Ingerir sangre de inmortal y acabar con su vida, no es visto como un estilo de vida, más bien una traición.
-Aquí esta… -La punta de uno de sus pechos roza la palma de la mano de él, luego ella la presiona contra su pecho. Su corazón está ahí, late, pero no es como el suyo, es débil... más débil y cuando se detiene es que la sed llega y los hace más bestias que humanos; pero ahí está, por muy monstruosa que sea su naturaleza ahí permanece el latido y el sentir.
Ella le besa la cálida piel en contraste con la suya, el hueco entre el cuello y el rostro, es tentadora con su lengua traviesa que regresa a su rostro y le da un leve mordisco en la oreja.
-Ven… -Susurra bajito, timida, y toma su mano lo conduce hacia el lecho para que se siente. Siempre es precavida, siempre le pide un silencioso permiso en todo momento.
Tirando de sus enaguas, se sube a horcajadas sobre él. Sus verdes le muestran su deseo, sin quererlo la tensión se ha disipado, aunque por una parte el miedo sigue un tanto latente, pero se marcha poco a poco. Solo se deja ir, solo…
Su mirada brillante, contiene lágrimas, clavada en la ajena no muestra ruego, aunque es evidente que teme, más bien le reta, le desafía y le da permiso para que lo haga, para que cumpla con su obligación. Ella espera el abrazo de la muerte para que la envuelva en sus oscuras alas, pero… No. No sucede.
El sonido del metal contra el suelo.
Exhala el aire de sus pulmones, como si lo hubiese contenido tenso en apenas esos segundos de intercambio de miradas, y las lágrimas se dejan caer por su rostro.
Todo es extraño y confuso en el sentir, porque él duda, luego su modo de actuar. ¿Acaso ambos han caído en una extraña trampa que conduce a dos opuestos aproximarse de tal modo?
El cuchillo ha desgarrado sus desfasadas y pesadas ropas, Lakme tira de ellas, como puede para deshacerse de su prisión para descubrir hermosa desnudez, aunque sus enaguas aferradas a sus caderas y siguen ocultándolas junto con sus piernas. Sus labios han sido correspondidos, y ella le besa al principio con cierta calma, pero se torna en avidez, es como si hubiese estado demasiado tiempo sedienta de él, incluso antes de conocerlo, como si fuese la única agua que la saciará.
Con respiración agitada, al darle descanso al beso, aunque sus labios se encargan de dibujar en caricia los rasgos de su rostro, con delicada dulzura.
Una de sus manos comienza a deshacer las ataduras de las oscuras ropas del inquisidor, su cuello y parte de su pecho quedan descubiertos. Su mano suave acaricia su cuello y se detiene en su pecho, puede sentir bajo sus finos dedos el latir acelerado del corazón del mortal.
-Ahí está, esa melodía… -Sus labios se curvan en una sonrisa melancólica, luego toma la mano del inquisidor y le quita los guantes.
Mano desnuda y lo que le parece castigada, la del inquisidor, la dirige sobre su piel templada para deleitarle con su desnudez, por una parte. Ella sabe crear esas máscaras de humanidad, ella sabe que hay que hacer para recuperar el rubor humano, y otros rasgos, es su secreto, pero es aberrante para su propia especie. Ingerir sangre de inmortal y acabar con su vida, no es visto como un estilo de vida, más bien una traición.
-Aquí esta… -La punta de uno de sus pechos roza la palma de la mano de él, luego ella la presiona contra su pecho. Su corazón está ahí, late, pero no es como el suyo, es débil... más débil y cuando se detiene es que la sed llega y los hace más bestias que humanos; pero ahí está, por muy monstruosa que sea su naturaleza ahí permanece el latido y el sentir.
Ella le besa la cálida piel en contraste con la suya, el hueco entre el cuello y el rostro, es tentadora con su lengua traviesa que regresa a su rostro y le da un leve mordisco en la oreja.
-Ven… -Susurra bajito, timida, y toma su mano lo conduce hacia el lecho para que se siente. Siempre es precavida, siempre le pide un silencioso permiso en todo momento.
Tirando de sus enaguas, se sube a horcajadas sobre él. Sus verdes le muestran su deseo, sin quererlo la tensión se ha disipado, aunque por una parte el miedo sigue un tanto latente, pero se marcha poco a poco. Solo se deja ir, solo…
Lakme- Vampiro Clase Alta
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Re: Vida, obra y milagros ||Flashback|| Lakme
Seguro que Él me está viendo, avergonzado, iracundo y decepcionado al ver como uno de sus hijos predilectos, una de sus manos ejecutoras, claudica ante la debilidad de la carne. Pero ese es el milagro; la Obra del Señor es tan perfecta que incluso a alguien como yo, determinado como pocos, se me permite un desliz subsanable eternamente, primero en vida, en la Tierra, con mi carne mortal, antes de que San Pedro me permita acceder a Su Reino tras mi paso por el purgatorio. Quizá, la anciana de Tierra Santa, la misma que año tras año visitaba por la Pascua, tenía razón. Quizá "Convertirse en un demonio para combatir demonios" es el destino y la forma en la que Su Voluntad pretende que, un servidor, sea útil para sus intereses.
Mis sentidos no se nublan, no se empañan. No hay visiones etéreas de demonios y criaturas oscuras; no más que las de su cuerpo y el mío, fundiéndose en uno solo, dejando que sus fríos labios acaricien mi piel, rindiendo mis manos a ser guiadas por las suyas en una sensual travesía por su cuerpo de mujer.
De algún modo que no comprendo, me invade un alivio insano al sentirme liberado de mis pesados ropajes de cuero y pienso que, tal vez, las manos de aquella mujer me estén liberando de algo más que una simples prendas, que a pesar del tacto frío e inhumano de su piel, es tal el calor que desprende que se torna agradable, abriendo la puerta a unos deseos desde hace mucho tiempo reprimidos.
Mi cuerpo y voluntad se van haciendo suyos sin que exista en mí el más mínimo ápice de resistencia. Contemplo su incompleta desnudez con fascinación y asombro y dejo que sus manos me recuesten sobre el lecho sin hacer preguntas ni valoraciones. Estoy completamente a merced de aquellas manos que me acarician con suavidad del mismo modo que podrían despedazarme sin la menor dificultad. La excitación crece a medida que pasa el tiempo y barajo la idea de que, ahora, las tornas han cambiado, que es ella la que puede darme muerte y placer a su antojo y hasta blasfemo con la idea, fugaz e impura, de que tiene el mismo poder de una diosa.
En cuanto sus piernas rodean mis cadera un escalofrío estremece mi espalda y me hace tensar cada músculo de mi cuerpo. Cierro los ojos y dejo que mis manos se deslicen por su espalda, guiando mis labios hasta que, de nuevo, queden enfrentados a los ajenos, devorándolos como si nunca más fuera a probarlos. El miedo ha desaparecido y pro primera vez en la noche, la veo como a una igual. Puedo sentirla sobre mí, su feminidad, aunque tapada por las enaguas, se me antoja una preciada fruta prohibida que necesito probar. Ella puede sentirme, como reacciona mi cuerpo al contacto con el suyo.
Mi boca juega con la de ella, se pierde en su cuello y baja hasta su hombros, regalando besos y mordiscos por igual. Mi respiración se acompasa con la suya y apenas puedo resistirme a dejar marcada su espalda con mis manos cuando acomodo mi cuerpo para entrar en ella, sucumbiendo al sobrenatural encanto de la bruja, reconociendo que soy débil pero humano al fin y al cabo.
Avaricioso de mí, vuelvo a pecar ansiando ver más, sentir más... estiro mi mano y noto el frío de la plata de mi daga con la que, adrede, rajo la prenda en un gesto egoísta y lujurioso que me arranca una sonrisa mientras miro fijamente sus pupilas. Reprimo mis palabras, sustituyéndolas por un gemido ahogado cuando mis manos bajan hasta sus caderas y aprietan con fuerza, obligandola a moverse encima de mí, con un gesto que casi le suplica que no se detenga.
Mis sentidos no se nublan, no se empañan. No hay visiones etéreas de demonios y criaturas oscuras; no más que las de su cuerpo y el mío, fundiéndose en uno solo, dejando que sus fríos labios acaricien mi piel, rindiendo mis manos a ser guiadas por las suyas en una sensual travesía por su cuerpo de mujer.
De algún modo que no comprendo, me invade un alivio insano al sentirme liberado de mis pesados ropajes de cuero y pienso que, tal vez, las manos de aquella mujer me estén liberando de algo más que una simples prendas, que a pesar del tacto frío e inhumano de su piel, es tal el calor que desprende que se torna agradable, abriendo la puerta a unos deseos desde hace mucho tiempo reprimidos.
Mi cuerpo y voluntad se van haciendo suyos sin que exista en mí el más mínimo ápice de resistencia. Contemplo su incompleta desnudez con fascinación y asombro y dejo que sus manos me recuesten sobre el lecho sin hacer preguntas ni valoraciones. Estoy completamente a merced de aquellas manos que me acarician con suavidad del mismo modo que podrían despedazarme sin la menor dificultad. La excitación crece a medida que pasa el tiempo y barajo la idea de que, ahora, las tornas han cambiado, que es ella la que puede darme muerte y placer a su antojo y hasta blasfemo con la idea, fugaz e impura, de que tiene el mismo poder de una diosa.
En cuanto sus piernas rodean mis cadera un escalofrío estremece mi espalda y me hace tensar cada músculo de mi cuerpo. Cierro los ojos y dejo que mis manos se deslicen por su espalda, guiando mis labios hasta que, de nuevo, queden enfrentados a los ajenos, devorándolos como si nunca más fuera a probarlos. El miedo ha desaparecido y pro primera vez en la noche, la veo como a una igual. Puedo sentirla sobre mí, su feminidad, aunque tapada por las enaguas, se me antoja una preciada fruta prohibida que necesito probar. Ella puede sentirme, como reacciona mi cuerpo al contacto con el suyo.
Mi boca juega con la de ella, se pierde en su cuello y baja hasta su hombros, regalando besos y mordiscos por igual. Mi respiración se acompasa con la suya y apenas puedo resistirme a dejar marcada su espalda con mis manos cuando acomodo mi cuerpo para entrar en ella, sucumbiendo al sobrenatural encanto de la bruja, reconociendo que soy débil pero humano al fin y al cabo.
Avaricioso de mí, vuelvo a pecar ansiando ver más, sentir más... estiro mi mano y noto el frío de la plata de mi daga con la que, adrede, rajo la prenda en un gesto egoísta y lujurioso que me arranca una sonrisa mientras miro fijamente sus pupilas. Reprimo mis palabras, sustituyéndolas por un gemido ahogado cuando mis manos bajan hasta sus caderas y aprietan con fuerza, obligandola a moverse encima de mí, con un gesto que casi le suplica que no se detenga.
Izrail Zuhair- Inquisidor Clase Media
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Re: Vida, obra y milagros ||Flashback|| Lakme
Contraste creado entre ambas pieles, el frío que se impregna por el cálido y cada vez más elevado de él, creando tibiez en la muerte en vida.
De algún modo él está siendo dócil, aunque no obediente, ya que ella no le ha incitado a propósito que quiebre su voluntad o templanza, ni ha sido una invitación planeada. Más ella se siente contradicha al sentir que si ha cedido a su voluntad y se ha dejado llevar en merced de sus pasiones, hipnotizada por los deseos que han nacido en su cuerpo por culpa del que es su enemigo natural, del que debería sentir miedo u odio, y no lujuria unida con cierta paz o quietud.
Más agradable, y protegida entre aquellas manos que le proporciona una seguridad y reconforta haciéndole olvida sus más profundos miedos y desdicha.
Igual de condiciones creada al liberarlo de su pesada carga, y descubriendo su desnudez, y piel que bajo su tacto le parece un lienzo marcado por historias que tal vez aquel inquisidor ha vivido y que le quedarán grabadas en cicatrices de sus campañas.
Él se tumba en el lecho, y ella le rodea con sus piernas encajando sus caderas contra las suya, en un gesto un tanto provocador.
Dedos de la fémina que se enredan en sus cabellos suavemente, mientras él prueba su piel candente. Su respiración se hace acelerada, se siente excitada, y se deja perder entre aquellas batallas creadas por sus besos y mordiscos, los cuales, ella responde con igual ferocidad.
Con sus gestos ella siente que la llama, y ella por su parte hace lo mismo.
Ahora es la primera vez que lo ve sonreír al rasgar la última prenda que aún ocultaba su completa desnudez.
Sus negras pestañas oculta sus ojos salvajes, mientras sus labios pronuncian un quejido al sentirlo recibir en la humedad y ardor de su vientre. Sus manos se posan en sus caderas pidiéndole el roce.
Le pide calma con sus ojos brillantes en el inicio de la danza que crean sus caderas. Desea ser su bálsamo y calma. Es un vaivén del mecer del oleaje, un principio contenido, tedioso e insufrible; lo tortura con su pausa y lentitud, quiere sentir cada ápice de sensaciones que le regala, sin prisas, aunque el ritmo gradualmente no puede evitar ir a más y más, impaciente y profundo en su roce.
El azabache de sus cabellos acaricia la piel ajena, su piel brillante impregna la ajena dejando su agradable aroma que se mezcla con el suyo.
Gemidos que se intensifica al igual aquel placer. Sus colmillos rozan tentadores su piel, y cuello, nunca llega a rasgar, y ella se retuerce salvaje y apasionada, mientras con desesperación acalla el sonido de su voz entre los labios del inquisidor.
De algún modo él está siendo dócil, aunque no obediente, ya que ella no le ha incitado a propósito que quiebre su voluntad o templanza, ni ha sido una invitación planeada. Más ella se siente contradicha al sentir que si ha cedido a su voluntad y se ha dejado llevar en merced de sus pasiones, hipnotizada por los deseos que han nacido en su cuerpo por culpa del que es su enemigo natural, del que debería sentir miedo u odio, y no lujuria unida con cierta paz o quietud.
Más agradable, y protegida entre aquellas manos que le proporciona una seguridad y reconforta haciéndole olvida sus más profundos miedos y desdicha.
Igual de condiciones creada al liberarlo de su pesada carga, y descubriendo su desnudez, y piel que bajo su tacto le parece un lienzo marcado por historias que tal vez aquel inquisidor ha vivido y que le quedarán grabadas en cicatrices de sus campañas.
Él se tumba en el lecho, y ella le rodea con sus piernas encajando sus caderas contra las suya, en un gesto un tanto provocador.
Dedos de la fémina que se enredan en sus cabellos suavemente, mientras él prueba su piel candente. Su respiración se hace acelerada, se siente excitada, y se deja perder entre aquellas batallas creadas por sus besos y mordiscos, los cuales, ella responde con igual ferocidad.
Con sus gestos ella siente que la llama, y ella por su parte hace lo mismo.
Ahora es la primera vez que lo ve sonreír al rasgar la última prenda que aún ocultaba su completa desnudez.
Sus negras pestañas oculta sus ojos salvajes, mientras sus labios pronuncian un quejido al sentirlo recibir en la humedad y ardor de su vientre. Sus manos se posan en sus caderas pidiéndole el roce.
Le pide calma con sus ojos brillantes en el inicio de la danza que crean sus caderas. Desea ser su bálsamo y calma. Es un vaivén del mecer del oleaje, un principio contenido, tedioso e insufrible; lo tortura con su pausa y lentitud, quiere sentir cada ápice de sensaciones que le regala, sin prisas, aunque el ritmo gradualmente no puede evitar ir a más y más, impaciente y profundo en su roce.
El azabache de sus cabellos acaricia la piel ajena, su piel brillante impregna la ajena dejando su agradable aroma que se mezcla con el suyo.
Gemidos que se intensifica al igual aquel placer. Sus colmillos rozan tentadores su piel, y cuello, nunca llega a rasgar, y ella se retuerce salvaje y apasionada, mientras con desesperación acalla el sonido de su voz entre los labios del inquisidor.
Lakme- Vampiro Clase Alta
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Re: Vida, obra y milagros ||Flashback|| Lakme
Yo, aquel que encargado de brindar calma al mundo, encuentro mi debilidad en unos ojos y cabello antaño humanos. Yo, el emisario de Su Divina Justicia, la perfecta mano ejecutora, descubro que mi perdición tiene cuerpo y nombre de mujer. Mi cuerpo se estremece al contacto del frío que desprende su piel, resultando una dulce agonía a la que le obligo a continuarla, pegando su cuerpo al mio cuando se separa. Parece mentira que se trate de la misma persona que momentos antes ha estado a punto de acabar con su vida, que se trate de un guerrero al servicio de la Cruz el mismo que suplica con su mirada un trago más del elixir que ofrecen sus labios.
No lo pretende pero es así, ambos lo sabemos, me tiene dominado, sumiso a sus deseos más carnales sin que pueda encontrar en mí el más mínimo rescoldo de resistencia... ya no. La danza que bailamos encaja nuestros cuerpos de una manera tan exquisita y perfecta que parece sobrenatural, casi divina.
La visión y tacto de sus colmillos no me espanta; al contrario, evoca en mi un insano deseo que se mezcla con el disfrute del momento, el mismo que me agita la respiración y me obliga a devorarle la boca, empujando sus caderas para transformar la calma en intensidad. No lo digo, es algo que me guardo para mí, pero en mis ojos puede leerse la tentación de que sus armas de vampiro perforen mi cuello, anhelando esa perfecta combinación de dolor y placer que sólo ella, la más perfecta criatura de éste mundo, puede brindarme.
Y esque tenía que ser ella precisamente. La espléndida dualidad entre Su Perfecta Sabiduría y Su Destructora Ira, una proporción increíblemente equilibrada entre la luz y oscuridad, humano y monstruo en un mismo cuerpo, algo capaz de hacerme claudicar en mi labor, abrazando las mieles que ella me regala para fundir ambos cuerpos en uno solo.
Ahogo un gemido y aprieto los dientes antes de tomarla en brazos e invertir las posiciones. Mi peso reposa entero sobre mis brazos pero aún soy capaz de brindar caricias por su piel, notando cada una de sus formas bajo mis manos, sintiendo como el movimiento de nuestras caderas sigue acompasado como si fuéramos dos almas condenadas a entendernos de una única manera.
Clavo mis ojos en los ajenos, arropados ambos por la incesante melodía provocada por lo que hacemos con las llamas de la hoguera como únicas testigos. No evito mostrarle que estoy absolutamente embriagado por el olor de sus cabellos y el sabor de su piel; mis labios, y la sonrisa que dibujan son el sincero testimonio de que así es. Tampoco reprimo mi necesidad de besarle los hombros, el cuello y la boca una vez más, transformando lo que era una sensual danza en algo salvaje y primario, que solo obedece al instinto más básico del ser humano.
Un escalofrío me recorre todo el cuerpo, haciéndose más intenso en la espalda, y me hace arriesgarme a hacer del beso en sus labios un mordisco que amenaza con arrancarle el inferior pero que descubre la mentira cuando lo suelta, demostrando que sólo ha sido un reflejo de un hombre al que una mujer le acaba de brindar el mismo cielo en la Tierra.
No lo pretende pero es así, ambos lo sabemos, me tiene dominado, sumiso a sus deseos más carnales sin que pueda encontrar en mí el más mínimo rescoldo de resistencia... ya no. La danza que bailamos encaja nuestros cuerpos de una manera tan exquisita y perfecta que parece sobrenatural, casi divina.
La visión y tacto de sus colmillos no me espanta; al contrario, evoca en mi un insano deseo que se mezcla con el disfrute del momento, el mismo que me agita la respiración y me obliga a devorarle la boca, empujando sus caderas para transformar la calma en intensidad. No lo digo, es algo que me guardo para mí, pero en mis ojos puede leerse la tentación de que sus armas de vampiro perforen mi cuello, anhelando esa perfecta combinación de dolor y placer que sólo ella, la más perfecta criatura de éste mundo, puede brindarme.
Y esque tenía que ser ella precisamente. La espléndida dualidad entre Su Perfecta Sabiduría y Su Destructora Ira, una proporción increíblemente equilibrada entre la luz y oscuridad, humano y monstruo en un mismo cuerpo, algo capaz de hacerme claudicar en mi labor, abrazando las mieles que ella me regala para fundir ambos cuerpos en uno solo.
Ahogo un gemido y aprieto los dientes antes de tomarla en brazos e invertir las posiciones. Mi peso reposa entero sobre mis brazos pero aún soy capaz de brindar caricias por su piel, notando cada una de sus formas bajo mis manos, sintiendo como el movimiento de nuestras caderas sigue acompasado como si fuéramos dos almas condenadas a entendernos de una única manera.
Clavo mis ojos en los ajenos, arropados ambos por la incesante melodía provocada por lo que hacemos con las llamas de la hoguera como únicas testigos. No evito mostrarle que estoy absolutamente embriagado por el olor de sus cabellos y el sabor de su piel; mis labios, y la sonrisa que dibujan son el sincero testimonio de que así es. Tampoco reprimo mi necesidad de besarle los hombros, el cuello y la boca una vez más, transformando lo que era una sensual danza en algo salvaje y primario, que solo obedece al instinto más básico del ser humano.
Un escalofrío me recorre todo el cuerpo, haciéndose más intenso en la espalda, y me hace arriesgarme a hacer del beso en sus labios un mordisco que amenaza con arrancarle el inferior pero que descubre la mentira cuando lo suelta, demostrando que sólo ha sido un reflejo de un hombre al que una mujer le acaba de brindar el mismo cielo en la Tierra.
Izrail Zuhair- Inquisidor Clase Media
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Fecha de inscripción : 28/11/2016
Re: Vida, obra y milagros ||Flashback|| Lakme
Finalmente, no ha podido contenerse más, el mecer calmo del oleaje se ha convertido en tempestad desatada y desmedida.
Mejillas sonrosadas, motivo de la vida que su calor infunde en su piel tiñéndola del sudor por lo frenético de la actividad. Y sus pupilas no dudan en mostrar aquella naturaleza fiera que al fin y al cabo posee, haciéndola más bestia que mujer por unos instantes, recordándole la furia desatada en la que podría convertirse, y la peligrosidad a la que se expone aquel hombre al dejarse envolver por los brazos de la fémina.
Ella no es ni el reptil ni la tentadora de Eva, es el propio fruto que entre sus manos encarna el pecado a devorar, es el fuego en la misma tierra que con sus llamas abrazadoras lo envuelve en aquel deseo y lujuria. Arrancándole tal vez con la lengua de sus llamitas un trozo de alma pura que él, tal vez desee conservar, pero que al fin y al cabo a sucumbido por propia voluntad.
Ella se siente perderse en él, mientras su mente se desprende de la razón y todo control de sí misma, ya ni distingue si hay ficción en aquella realidad que se le antoja imposible y retorcida. A lo mejor él ha acabado con su vida, y aquella es una ilusión del cielo mismo, que existe y no es una mera fábula creada por los hombres como consuelo del oscuro fin y la nada.
Sus fuertes y firmes brazos se aferran a su piel mientras decide cambiar las tornas y ser el dominante de la situación. Sus muslos se aprietan contra su cuerpo, sintiendo la profundidad de cada una de sus embestidas y aquel frenesí demente en el que ambos se han dejado llevar perdiendo toda noción de sentido y cordura.
Por un momento se deja hacer, convirtiéndose él en el depredador y ella en la víctima dócil y obediente. Entreabre los labios dejando pronunciar el sonido de la satifacción rompiendo lo que pudo haber sido antes silencio, luego en contradicción y con gesto extasiado, se muerde el propio dorso de su mano, ahogando sus jadeos; con ojos cerrados con fuerza se aferra a las sábanas desordenándolas, mientras su cuerpo se retuerce en gozo bajo el suyo.
Ella aferra sus manos a su cintura buscando la profundidad de su cuerpo complacer su vientre; en más por un momento se atreve a explorar la forma de aquel cuerpo mortal, y moldearlo a gusto, sintiendo aquella prisión de músculos y huesos que la aprisionan con su peso contra su menudo cuerpo, desprendiendo aquella vida que él posee terrenal, y que ella envidia con cuerpo y alma; ya que ella nunca eligió el cambio, ella fue víctima de su propio destino y el engaño.
Recuerdo de oscuros tiempos donde despertó siendo lo que ahora era, con una inmortalidad que nunca había deseado y sin saber que la sangre y la muerte sería para siempre su vida, la luz del astro rey dejaría de ser su amante y religión para convertirse en su peor enemigo.
Dedos hundidos en la piel dejando atrás marcas, y aquella mirada y desafío y mordisco atrevido por parte del inquisidor; entre jadeos y, la subida y bajada de sus pequeños pechos pegados contra los ajenos, sus labios se curvaron en una sonrisa divertida. Sin quererlo él le había dado un permiso que se tomó con libertad sintiendo, con en el interior de su boca su lengua paladeaba ante aquella tentativa.
Tomándolo por la nuca en gesto delicado y a la vez violento, sus colmillos se hunden en la blanda piel creando entre sus labios ríos de rubíes, que en su paladar es una inyección de pleno placer y adrenalina, siente bajo su lengua como el corazón de Izrail impulsa con fuerza inagotable aquella sangre que ella ingiere con gusto.
De repente siente el ansia de aquella hambre, del animal salvaje que es. Lame la herida y se detienes, si no se detiene ahora, no sabe si podrá parar y no quiere perderse en esos instintos primigenios que podría llevarle a acabar con su vida.
El ritmo de sus caderas desciende en su intento de tomar control, ella toma su rostro y con sus labios acaricia los ajenos dejando el sabor del férreo en la boca ajena. Frente contra frente, sus ojos se enfrentan y ella siente su cuerpo débil e inmune.
No sé va una vez, si no otra y otra… Alcanza la plenitud del nirvana sin darse cuenta, sintiéndose morir en el cuerpo ajeno, ciega en un pequeño momento de luz, y calma nublada de sombras. Aquella intensidad hacer que su espalda de arquee y le arrebata de toda fuerza para luego relajarla en la explosión de todos sus sentidos. Si el Edén existe debe de tener un sabor parecido a éste.
Mejillas sonrosadas, motivo de la vida que su calor infunde en su piel tiñéndola del sudor por lo frenético de la actividad. Y sus pupilas no dudan en mostrar aquella naturaleza fiera que al fin y al cabo posee, haciéndola más bestia que mujer por unos instantes, recordándole la furia desatada en la que podría convertirse, y la peligrosidad a la que se expone aquel hombre al dejarse envolver por los brazos de la fémina.
Ella no es ni el reptil ni la tentadora de Eva, es el propio fruto que entre sus manos encarna el pecado a devorar, es el fuego en la misma tierra que con sus llamas abrazadoras lo envuelve en aquel deseo y lujuria. Arrancándole tal vez con la lengua de sus llamitas un trozo de alma pura que él, tal vez desee conservar, pero que al fin y al cabo a sucumbido por propia voluntad.
Ella se siente perderse en él, mientras su mente se desprende de la razón y todo control de sí misma, ya ni distingue si hay ficción en aquella realidad que se le antoja imposible y retorcida. A lo mejor él ha acabado con su vida, y aquella es una ilusión del cielo mismo, que existe y no es una mera fábula creada por los hombres como consuelo del oscuro fin y la nada.
Sus fuertes y firmes brazos se aferran a su piel mientras decide cambiar las tornas y ser el dominante de la situación. Sus muslos se aprietan contra su cuerpo, sintiendo la profundidad de cada una de sus embestidas y aquel frenesí demente en el que ambos se han dejado llevar perdiendo toda noción de sentido y cordura.
Por un momento se deja hacer, convirtiéndose él en el depredador y ella en la víctima dócil y obediente. Entreabre los labios dejando pronunciar el sonido de la satifacción rompiendo lo que pudo haber sido antes silencio, luego en contradicción y con gesto extasiado, se muerde el propio dorso de su mano, ahogando sus jadeos; con ojos cerrados con fuerza se aferra a las sábanas desordenándolas, mientras su cuerpo se retuerce en gozo bajo el suyo.
Ella aferra sus manos a su cintura buscando la profundidad de su cuerpo complacer su vientre; en más por un momento se atreve a explorar la forma de aquel cuerpo mortal, y moldearlo a gusto, sintiendo aquella prisión de músculos y huesos que la aprisionan con su peso contra su menudo cuerpo, desprendiendo aquella vida que él posee terrenal, y que ella envidia con cuerpo y alma; ya que ella nunca eligió el cambio, ella fue víctima de su propio destino y el engaño.
Recuerdo de oscuros tiempos donde despertó siendo lo que ahora era, con una inmortalidad que nunca había deseado y sin saber que la sangre y la muerte sería para siempre su vida, la luz del astro rey dejaría de ser su amante y religión para convertirse en su peor enemigo.
Dedos hundidos en la piel dejando atrás marcas, y aquella mirada y desafío y mordisco atrevido por parte del inquisidor; entre jadeos y, la subida y bajada de sus pequeños pechos pegados contra los ajenos, sus labios se curvaron en una sonrisa divertida. Sin quererlo él le había dado un permiso que se tomó con libertad sintiendo, con en el interior de su boca su lengua paladeaba ante aquella tentativa.
Tomándolo por la nuca en gesto delicado y a la vez violento, sus colmillos se hunden en la blanda piel creando entre sus labios ríos de rubíes, que en su paladar es una inyección de pleno placer y adrenalina, siente bajo su lengua como el corazón de Izrail impulsa con fuerza inagotable aquella sangre que ella ingiere con gusto.
De repente siente el ansia de aquella hambre, del animal salvaje que es. Lame la herida y se detienes, si no se detiene ahora, no sabe si podrá parar y no quiere perderse en esos instintos primigenios que podría llevarle a acabar con su vida.
El ritmo de sus caderas desciende en su intento de tomar control, ella toma su rostro y con sus labios acaricia los ajenos dejando el sabor del férreo en la boca ajena. Frente contra frente, sus ojos se enfrentan y ella siente su cuerpo débil e inmune.
No sé va una vez, si no otra y otra… Alcanza la plenitud del nirvana sin darse cuenta, sintiéndose morir en el cuerpo ajeno, ciega en un pequeño momento de luz, y calma nublada de sombras. Aquella intensidad hacer que su espalda de arquee y le arrebata de toda fuerza para luego relajarla en la explosión de todos sus sentidos. Si el Edén existe debe de tener un sabor parecido a éste.
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Re: Vida, obra y milagros ||Flashback|| Lakme
No puede evitarlo. Llega tarde pero, finalmente, el instinto de depredador florece en ella a pesar de haber estado reprimiendolo todo éste tiempo, a pesar de haber tratado de satisfacerse con otros menesteres, pero el juego es así y ahora somos dos cazadores naturales con sus respectivas presas, disfrutando el uno del otro, aislando la tradición que nos convierte en las antítesis el uno del otro para vernos de nuestra manera más indefensa y sincera. Antes lo era y puede que después lo siga siendo, pero ahora mismo, con mi cadera entre sus piernas, no puedo evitar verla como la mujer que fue y que, aunque escondida, aún sigue existiendo bajo esa carcasa de oscura tentación.
Aprieto los dientes, haciendolos rechinar cuando noto como sus dientes atraviesan mi piel, abriendo dos agujeros perfectamente simétricos en mi cuello. Reprimo el quejido de dolor y lo convierto en deseo, lascivo y oscuro pero placentero, que me hace agarrar su cabeza instando a la mujer a no separar sus labios de mi cuerpo; no de momento. El latido del corazón se me acelera aún más si cabe, noto el cálido tacto de mi propia sangre salir de mi cuerpo y, aunque conocedor de lo que puede suceder, no retiro mi cabeza, no la insto a detenerse sino que siento una insana necesidad por alcanzar el éxtasis al mismo tiempo que ella, en un frenético vaivén de mi cadera contra la suya que se torna más salvaje y apasionado en el punto en el que ambos estamos rozando el Cielo.
Con la piel perlada por el sudor, dejo que mi peso caiga hacia un lado del lecho, llevando mis manos al cuello antes de examinarlos con los ojos y descubrir el carmesí tiñendo mis manos. No entro en pánico ni en cólera. Todo parece estar en calma; por primera vez en años, no hay demonios en mi cabeza, no hay gritos de súplica que traten de atormentarme y mis manos calmadas, rasgan un pedazo de tela para improvisar un vendaje que ceñir a mi cuello.
Qué ironías de la vida que ambos hayamos acabado así.
Mis ojos se dirigen al divino demonio que yace acostado junto a mí y en el que aún se distinguen los restos de la consentida agresión que ha levado contra mi persona. En sus labios aún distingo mi sangre, lo que es una visión tan dulce como espeluznante por lo que represnta ella para mí y yo para ella.
Mi cuerpo recupera la verticalidad y toma el cuchillo que reposa en el suelo. Nada de mis gestos le hacen identificarme como una amenaza pues, aunque se haya roto nuestro acuerdo de neutralidad, queda claro que no puedo considerarla como mi enemigo ésta noche. Al contrario. Mi pulgar le regala una caricia por sus labios, delicada, amable y agradecida, cuando paso por su lado antes de dejar la hoja del cuchillo en el interior de la hoguera, observando como el brillo argénteo se torna rojo y, más tarde en un blanco vivo candente.
Tomo por el mango la herramienta y la observo en silencio durante unos segundos, desnudo, en mi más absoluta naturalidad frente a Él, mi salvador, y de espaldas a Ella, mi perdición. Mi determinación es igual de férrea conmigo mismo que con el resto de personas, pero yo, a diferencia de ella, no doy la satisfacción a nadie de mostrar dolor. No hay gritos ni quejas, solo tensión en mis músculos y sudor en mi frente como reflejo del padecimiento autoinfligido que impregna con el olor de carne quemada el ambiente.
No, no es la herida del cuello la que estoy sanando y, en cuanto me giro y suelto el cuchillo antes de caer de rodillas, ella es testigo de mi penitencia por haber sucumbido a sus oscuros encantos. Con trozos de carne calcinada y sangrante, mi torso le muestra mi falta de indulgencia conmigo mismo, enseñando un enrome pentagrama, perfectamente dibujado, como su toda la vida hubiera estado practicando para tan enferma representación artística.
-Cui amat periculum in illo peribit; El que ama el peligro en él perecerá...- sonrío ladino y me levanto del suelo para regresar a la cama junto a ella.
Aprieto los dientes, haciendolos rechinar cuando noto como sus dientes atraviesan mi piel, abriendo dos agujeros perfectamente simétricos en mi cuello. Reprimo el quejido de dolor y lo convierto en deseo, lascivo y oscuro pero placentero, que me hace agarrar su cabeza instando a la mujer a no separar sus labios de mi cuerpo; no de momento. El latido del corazón se me acelera aún más si cabe, noto el cálido tacto de mi propia sangre salir de mi cuerpo y, aunque conocedor de lo que puede suceder, no retiro mi cabeza, no la insto a detenerse sino que siento una insana necesidad por alcanzar el éxtasis al mismo tiempo que ella, en un frenético vaivén de mi cadera contra la suya que se torna más salvaje y apasionado en el punto en el que ambos estamos rozando el Cielo.
Con la piel perlada por el sudor, dejo que mi peso caiga hacia un lado del lecho, llevando mis manos al cuello antes de examinarlos con los ojos y descubrir el carmesí tiñendo mis manos. No entro en pánico ni en cólera. Todo parece estar en calma; por primera vez en años, no hay demonios en mi cabeza, no hay gritos de súplica que traten de atormentarme y mis manos calmadas, rasgan un pedazo de tela para improvisar un vendaje que ceñir a mi cuello.
Qué ironías de la vida que ambos hayamos acabado así.
Mis ojos se dirigen al divino demonio que yace acostado junto a mí y en el que aún se distinguen los restos de la consentida agresión que ha levado contra mi persona. En sus labios aún distingo mi sangre, lo que es una visión tan dulce como espeluznante por lo que represnta ella para mí y yo para ella.
Mi cuerpo recupera la verticalidad y toma el cuchillo que reposa en el suelo. Nada de mis gestos le hacen identificarme como una amenaza pues, aunque se haya roto nuestro acuerdo de neutralidad, queda claro que no puedo considerarla como mi enemigo ésta noche. Al contrario. Mi pulgar le regala una caricia por sus labios, delicada, amable y agradecida, cuando paso por su lado antes de dejar la hoja del cuchillo en el interior de la hoguera, observando como el brillo argénteo se torna rojo y, más tarde en un blanco vivo candente.
Tomo por el mango la herramienta y la observo en silencio durante unos segundos, desnudo, en mi más absoluta naturalidad frente a Él, mi salvador, y de espaldas a Ella, mi perdición. Mi determinación es igual de férrea conmigo mismo que con el resto de personas, pero yo, a diferencia de ella, no doy la satisfacción a nadie de mostrar dolor. No hay gritos ni quejas, solo tensión en mis músculos y sudor en mi frente como reflejo del padecimiento autoinfligido que impregna con el olor de carne quemada el ambiente.
No, no es la herida del cuello la que estoy sanando y, en cuanto me giro y suelto el cuchillo antes de caer de rodillas, ella es testigo de mi penitencia por haber sucumbido a sus oscuros encantos. Con trozos de carne calcinada y sangrante, mi torso le muestra mi falta de indulgencia conmigo mismo, enseñando un enrome pentagrama, perfectamente dibujado, como su toda la vida hubiera estado practicando para tan enferma representación artística.
-Cui amat periculum in illo peribit; El que ama el peligro en él perecerá...- sonrío ladino y me levanto del suelo para regresar a la cama junto a ella.
Izrail Zuhair- Inquisidor Clase Media
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Re: Vida, obra y milagros ||Flashback|| Lakme
“Soy hierro resistiendo el imán más grande que hay. -Rumi-”
Extraña sensaciones, y sobre todo cuando él había cedido ante sádicas acciones convirtiéndose en carne que fundir en su boca, mientras sentía su sangre como fuego líquido en su garganta, deleitante y llena de vida, despertando esos primigenios sentidos de la fiera que en ella habita pero que contiene con cuidado.
Ella se siente plena, feliz, si… Completa, y completamente perdida... ¿Qué acaba de suceder? Piensa confusa, y ruborizada. Tal vez sea una falsa ilusión, o un residuo latente de lo que fue en el pasado. Hacía tiempo que aquellas sensaciones no regresaban a su cuerpo y su alma; pero si, ella siente, al fin y al cabo.
Ha muerto en su cuerpo para regresar a la vida entre sus brazos, sin distinguir apenas si es ella o él fundidos, el inquisidor se derrama en su vientre yermo para luego abandonarla en el lecho, a pesar de que ella se había aferrado.
Aun siente paladear debajo de su lengua su sabor, es excitante. Pero como si despertase de un ensueño, se limpia los labios apresurada, con gesto de vergüenza, como si quisiera ocultar el monstruo que es, bajo aquella piel humana de tremenda belleza. “Un poco tarde para eso…” Piensa para sí misma, al sentirse ridícula ante tal gesto innecesario.
Su cuerpo desnudo se tensa y sus ojos brillantes les miran directamente a los suyos con cautela cuando toma el cuchillo. No está segura qué será del después, ya que aquel arrebato animal, aquella atracción sin sentido creada hacía unos segundos, no sabía a donde les iba a llevar. ¿Había una tregua acaso? Se había mostrado de una manera muy íntima, donde dejaban al descubierto sus debilidades más profundas.
Más preguntas que respuestas, se formulan en la mente de la inmortal buscándole sentido a todo aquello, como se habían torcido las cosas cuando la intención era otra y estaba muy claro. Al parecer aún no había llegado su fin, por muy decadente que se hubiese vuelto su vida.
Sus dedos sobre sus labios mancillados de la sangre, una dulce caricia y cálida que la despierta de tantos interrogantes, un gesto nimio impropio de una mano como aquella que ha arrebatado tantas vidas con una frialdad y voluntad inquebrantable. ¿Inquebrantable? Irónico.
Ella responde con gesto deleitante ante tal efímero gesto y se relaja, si pudiese, ronronearía cual felina, y a pesar de su agradable ósculo, su instinto de supervivencia le dice que debe de temerlo.
Tumbada en el lecho se siente huérfana de su presencia, con apenas alejarse, como el calor vuelva en su danza alejándose de su piel y regalándole una frialdad no solo física, un peso en su alma. Por un momento se voltea abrazándose su propio cuerpo, dándole la espalda sin mirar lo que hace, es como si intentase conservar lo poco que había obtenido mientras se escapa lentamente, aunque le siente a su lado.
Ella no cubre sus formas, no siente vergüenza de su cuerpo desnudo como haría cualquier otra, ella tiene el espíritu de otros tiempos, donde la belleza residía en el propio orgullo de éste mismo, y donde todo eran transparencias en sentidos tales incluso como el mismo sexo; las mentes retorcidas del ahora lo tacha todo como infernal o pecado mismo. Lascivo y aberrante.
Observa sus acciones cuando se gira, se alza quedando sentada, sintiendo como el azabache de sus cabellos desordenado cubre sus hombros.
No es la primera vez un acto como aquello, no le horrorizaba, pero lo sentía innecesario; otros hombres relacionado con el clero ya lo hacía cuando el mundo empezaba a ser mundo.
Aún lejano quedaba los años en la habían encerrado en el templo de Jonsu, con la esperanza de terminar con esos demonios que deseaba hacerse con ella, luego sus demonios resultaron ser la voz de los dioses y la elevaron de ser paria a tener un buen estatus dentro del más alto clero.
Unos lo hacían como modo de iniciación a los misterios, otros para avergonzar a otros, y luego estaba hombres como aquel que lo hacía como penitencia por sus pecados, en ese caso, su pecado tenía sombra y forma de mujer.
¿Había sido acaso un acto sucio para él? Porque para ella había sido todo lo contrario, sin saberlo, aquella clase de calor le había tocado un trocito de su alma y abierto los ojos por un momento, visto la luz en aquellas sombras. A lo mejor no deseaba morir y todo lo que le habían dicho mejores sabedores, era cierto. Tenía un destino, a ser quien contuviese en su cuerpo físico junto con su alma, aquella oscuridad, aquella fuerza de la naturaleza incontrolable, más antigua que el ser humano, y que había decido en su nacimiento, llevarse la vida de su gemelo nunca nacido, y usarla como puerta. Una puerta que nunca conseguiría atravesar, ya que se había adherido al alma de ella, y así dándole el don de tener un pie en este mundo y el siguiente.
- ¿Ahora eres tú el que desea morir, soldado? -Él había regresado a su lado, podía notar el aroma de la carne calcinada inundar sus fosas nasales, arrugo la nariz. -Padecerás fiebre por culpa de esa herida. -Su mano atrevida se dispuso como una dulce caricia en su rostro perlado. No se había quejado, tenía una fuerte constitución para aguantar aquello. -Por mucho que tengas que pagar… No es tan terrible, porque al fin y al cabo “somos” humanos; nacimos para errar. Aunque para mí no lo ha sido, tenía que suceder por algo...
Silencio, ella en su resplandor y belleza tibia se levanta para buscar algo que evite que sus heridas se infecten. Podría derramar su propia sangre y curarle las heridas, pero es consciente que su deseo es conservar aquella marca, tal vez un recuerdo terrible en su caso. En el de ella un grito de salvación, y un aliento a su humanidad.
Él no lo sabe, ni ella tampoco, pero sin quererlo aquel inquisidor por un simple gesto de... ¿Quién sabe piedad? ¿Perdición? Se este convirtiendo en el "zahir"(*) de la inmortal.
-Al menos evitemos que se infecte, si me das tu permiso, soldado… -Se sentó a su lado, con agua limpia, unos paños y ungüento. Suspiró, y luego su mirada se desvió para empezar con su tarea en el caso que él le dejará hacer. -Cuando acaben las pocas horas que quedan de la noche, creo que si alguna vez nos volvemos a ver tendrás que hacerlo tu… -Ahora sí, ahí los tenía verde junto a verde, y en el caso de ella asomaba un extraño brillo confuso, y triste. -Somos enemigos naturales, no seré capaz de matarte, cuando me acabas de salvar la vida…
- Zahir (*):
- La idea del Zahir procede de la tradición islámica, y se estima que surgió en torno al siglo XVIII.
En árabe, Zahir significa visible, presente, incapaz de pasar desapercibido.
“Algo o alguien con el que, una vez entramos que en contacto, acaba ocupando poco a poco nuestro pensamiento, hasta que no somos capaces de concentrarnos en nada más”.
Eso puede considerarse santidad o locura."
Lakme- Vampiro Clase Alta
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Re: Vida, obra y milagros ||Flashback|| Lakme
-Llevo tanto tiempo buscando reunirme con el Creador que si me quisiera con él, no necesitaría de una herida para llevarme a su lado- mi mirada se mantiene clavada en el techo y solo le dedica un segundo, fugaz, de soslayo y discreto a la mujer que yace junto a mí, de la que noto su presencia, la materialización de algo similar a su esencia, rozar mi piel creando un sentimiento contradictorio. -No lo entiendes...- declaro negando con la cabeza pero usando un tono más didáctico que acusatorio -Lo que ahora adorna mi pecho no es una penitencia sino un recordatorio. No he errado en mis acciones pero sí he sucumbido a mis deseos; nada hay más humano que eso. Ésto me recordará por siempre por qué fuiste tú quien me hizo sucumbir... no, bruja, no moriré de fiebre, esa es mi verdadera penitencia- reí nervioso al caer en la cuenta de que, incluso ante una desconocida que había arrancado una porción de pureza de mi alma, mi oratoria era más extensa y calmada de lo que eran con el resto del mundo.
Asentí con la cabeza a su petición de sanar la herida -Tus manos no necesitan permiso para tocarme- sin ella saberlo, aquellas palabras tenían un significado doble. La contradicción era creciente y nada podía hacer por cambiar tal circunstancia. Sus cuidados sobre la piel calcinada y en carne viva resultaban de todo menos un alivio. Ni siquiera cuando la hoja perforaba y cauterizaba mi piel había sentido un dolor tan intenso como aquel; pero en lo más profundo de mi alma, bajo aquella fachada de carne y hueso que no dejaba escapar queja alguna, agradecía que fueran sus manos, y no otras, las que se encargaban de aquella tarea.
Lo que me arranca un suspiro de sorpresa es su siguiente confesión. Directa, dura, acusándome de que, en un futuro, tendré que hacer lo que ella ha visto en mí, lo que yo he dejado que vea tanto en lo más recóndito de mi mente como en los restos humeantes de la aldea, ahora ya despoblada.
Me giro sobre mi propio cuerpo, con dificultad, notando las punzadas de dolor a lo largo del torso que no provocan una mínima mueca en mi rostro. Suspiro y dejo escapar el aire de una bocanada, enfrentado las miradas una vez más y sin saber qué sentimiento despierta esa mujer en mí ¿Odio? ¿Calma? ¿Deseo? Es tal mí desconcierto que hasta paso por alto dicha confusión y me centro en lo realmente importante.
Adopto un aire serio, de persona del clero aunque no lo sea, pero abandonando el aire marcial de un inquisidor, sustituyéndolo por algo más similar al de un profesor -donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos; Colosenses 3:11...- sonrío porque, al final, ese viejo loco del Padre Agustín ha conseguido que me parezca más a él de lo que me gusta reconocer -Aquel a quien puedo considerar mi padre y tutor me ha enseñado, durante toda la vida a distinguir entre el bien y el mal. Ambos son obra de Dios y no podemos cambiarlo pero podemos interferir, erradicando el mal. Eso he hecho yo durante toda mi existencia...- una pizca de orgullo me inunda y me obliga a tomar aire antes de continuar -...y aunque bajo mi humilde punto de vista tu existencia es una aberración a Sus ojos, he podido ver más humanidad en tí que la que he hallado en mi durante toda mi vida... Lucifer, antes de ser quien es, fue un ángel... quizá tú seas algo similar, pero de otro modo- suspiré. Nunca había tenido maneras de profesor o buen orador. Era un hombre de acción y pocas palabras. Aquello, como todo durante esa noche, era algo excepcional.
-Espero haberme explicado bien, que hayas entendido a donde quiero llegar. Quizá Él tenga un plan especial para ti y por eso ha frenado mi mano cuando nunca antes lo había hecho- de nuevo, con esfuerzo, me pongo en pie y rebusco una cruz de madera pequeña, no la de plata que suelo llevar al cuello, ésta es del tamaño de la yema de un dedo y de roble, pues hay cosas que deben ser selladas bajo lo humilde y no lo opulento, bajo la madera débil y no la protectora plata. -Si hallas el fin de tu existencia, juro sobre ésta cruz que no será bajo mi acero-
Dibujo la señal de la Sagrada Cruz como rubrica final a la promesa.
Asentí con la cabeza a su petición de sanar la herida -Tus manos no necesitan permiso para tocarme- sin ella saberlo, aquellas palabras tenían un significado doble. La contradicción era creciente y nada podía hacer por cambiar tal circunstancia. Sus cuidados sobre la piel calcinada y en carne viva resultaban de todo menos un alivio. Ni siquiera cuando la hoja perforaba y cauterizaba mi piel había sentido un dolor tan intenso como aquel; pero en lo más profundo de mi alma, bajo aquella fachada de carne y hueso que no dejaba escapar queja alguna, agradecía que fueran sus manos, y no otras, las que se encargaban de aquella tarea.
Lo que me arranca un suspiro de sorpresa es su siguiente confesión. Directa, dura, acusándome de que, en un futuro, tendré que hacer lo que ella ha visto en mí, lo que yo he dejado que vea tanto en lo más recóndito de mi mente como en los restos humeantes de la aldea, ahora ya despoblada.
Me giro sobre mi propio cuerpo, con dificultad, notando las punzadas de dolor a lo largo del torso que no provocan una mínima mueca en mi rostro. Suspiro y dejo escapar el aire de una bocanada, enfrentado las miradas una vez más y sin saber qué sentimiento despierta esa mujer en mí ¿Odio? ¿Calma? ¿Deseo? Es tal mí desconcierto que hasta paso por alto dicha confusión y me centro en lo realmente importante.
Adopto un aire serio, de persona del clero aunque no lo sea, pero abandonando el aire marcial de un inquisidor, sustituyéndolo por algo más similar al de un profesor -donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos; Colosenses 3:11...- sonrío porque, al final, ese viejo loco del Padre Agustín ha conseguido que me parezca más a él de lo que me gusta reconocer -Aquel a quien puedo considerar mi padre y tutor me ha enseñado, durante toda la vida a distinguir entre el bien y el mal. Ambos son obra de Dios y no podemos cambiarlo pero podemos interferir, erradicando el mal. Eso he hecho yo durante toda mi existencia...- una pizca de orgullo me inunda y me obliga a tomar aire antes de continuar -...y aunque bajo mi humilde punto de vista tu existencia es una aberración a Sus ojos, he podido ver más humanidad en tí que la que he hallado en mi durante toda mi vida... Lucifer, antes de ser quien es, fue un ángel... quizá tú seas algo similar, pero de otro modo- suspiré. Nunca había tenido maneras de profesor o buen orador. Era un hombre de acción y pocas palabras. Aquello, como todo durante esa noche, era algo excepcional.
-Espero haberme explicado bien, que hayas entendido a donde quiero llegar. Quizá Él tenga un plan especial para ti y por eso ha frenado mi mano cuando nunca antes lo había hecho- de nuevo, con esfuerzo, me pongo en pie y rebusco una cruz de madera pequeña, no la de plata que suelo llevar al cuello, ésta es del tamaño de la yema de un dedo y de roble, pues hay cosas que deben ser selladas bajo lo humilde y no lo opulento, bajo la madera débil y no la protectora plata. -Si hallas el fin de tu existencia, juro sobre ésta cruz que no será bajo mi acero-
Dibujo la señal de la Sagrada Cruz como rubrica final a la promesa.
Izrail Zuhair- Inquisidor Clase Media
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Re: Vida, obra y milagros ||Flashback|| Lakme
Pensamientos que se desdoblan en la oratoria, al principio le parecieron extrañas palabras que poco a poco encajaron dentro del entendimiento, así podía ver ella mejor su postura y motivos en su manera de actuar.
“Tus manos no necesitan permiso para tocarme”; ella no pudo evitar gesto de sorpresa cuando le dijo aquellas palabras, es más por un momento sus ojos hicieron ademán de intentar descifrar si tenía un doble sentido, o era una especie de trampa que el inquisidor le ponía en el camino.
Hechas para sanar, manos delicadas que sabía que bien que hacer, eran un bálsamo para aquellas heridas. En su manera de tratarlas, daba entender que ella sabía lo que hacía a la perfección que estaba haciendo, como si ya lo hubiese hecho muchas veces.
-He visto hombres más grandes que tú, morir por heridas como esas. Siendo una simple fiebre la que se los llevaba. -Mientras hablaba, atendiendo a sus palabras, parecía estar ensimismada en su labor y tarea, con toda su atención puesta en hacerlo lo mejor podía. -Tú práctica no es nueva para mis ojos, en otro tiempo… -La inmortal tomó su mano, y la llevo justo debajo de uno de sus pechos, no era una marca aparente, pero con el tacto se notaba su curvatura, el dibujo como unas olas. Una marca de su humanidad. -... otros lo usaban, pero para tener claro cuál era el ganado que había que matar, y recordarnos quien era el Dios verdadero, que nos equivocamos…
Aun cuando era humana, había formado parte del clero a causa de su condición de nacimiento; su país había vivido una crisis religiosa que los había dividido estallando una guerra civil entre aquellos que adoraban un único Dios, y los que se aferraba a los viejos dioses. En tiempo de guerra la naturaleza del ser humano se vuelve extraña, monstruosa, capaz de hacer lo que nunca habría podido. Muchos sacrificios a sus espaldas, actos denigrantes…
Termina con el ungüento, deja que se seque antes de vendar. Mientras espera ella le acaricia el cabello, su tacto es dulce, hace que el mundo en su quietud sea reconfortante, más ligero en cuanto a su pesar y oscuridad que habita en este.
Él lo ha visto en ella, su humanidad, en lo más profundo de aquel animal salvaje sin piedad, llevado por su propio dolor y existencia él lo ha visto… Ese atisbo de alma humana que se aferra a ella, siendo luz que penetra sus heridas.
-Lo comprendo. -Suspira mientras termina de vendar aquella marca que ahora estará en su piel para toda la vida. -Tal vez tengas razón, y “algo”, nos ha conducido a esta situación. Pero aun te queda por saber. Y éste no es el momento, llegará… -Ella tiene la certeza que no esta no es la primera vez que se verán, ni la última.
Le ha jurado proteger su vida ante la misma cruz, quien lo diría que su enemigo se convertiría en un aliado.
Ella se vuelve a acerca a él, tan próxima que puede sentir el calor de su piel humana impregnando la suya. Una caricia a sus labios, ella los mira sin querer en tentativa y sonríe para sí misma, un pensamiento íntimo se ha cruzado por su mente.
-Nebt Mefkat, “señora de las turquesas”-Ella sabía su nombre, y él no, y le regalo uno extraño de pronunciar y que rebelaba sus orígenes egipcios. -Hacía mucho que pronunciaba ese nombre… Me puedes llamar Nebt. Tus oídos son ahora los únicos han escuchado este nombre. -A lo mejor él no lo apreciaría, pero para los egipcios los nombres estaban llenos de poder, y decía que cada uno poseía uno secreto, en el caso de Lakme, su nombre de mortal, era su secreto y enlace con la vida que una vez tuvo. -Mi padre pensó que mis ojos serían turquesas, pero con el tiempo se oscurecieron… Son siglos de historia los que impregnan mi piel, y aún recuerdo mi humanidad, y esa familia a la que una vez pertenecía como una muy ajena, o incluso ya no mía. -Le beso en los labios, y de nuevo lo llevo a la cama, manos que recogieron su rostro y aquellos ojos verdes que se oscurecieron. -Y ahora Izrail debes descansar, duerme… -Lo hizo, ese hechizo mental que tiene los ancianos de su especie, ese encantamiento, con su magia le indujo a que se relajase y sintiese ganas de dormir, esperaba que su mente no se resistirse a la suya. -Duerme, el amanecer está cerca… Y ya no volveré a regalarte mi calor, ni mi presencia, porque cuando despiertes no estaré aquí….
Lakme- Vampiro Clase Alta
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