Last Ride of the Day | Libre

Por fin había llegado a París. Por fin había podido salir de aquel maldito ataúd en el que se había sentido obligada a viajar durante días. Cierto era que aquel ataúd era todo lo amplio y confortable que uno podía conseguir aquellos días, y que solo debía permanecer en él durante las horas de luz, pero aún así... Odiaba aquella maldita cosa.

Pero por fin estaba allí. Inspiró profundamente, aunque por su condición no lo necesitaba, obligándose a recordar la última vez que había estado en aquella plaza. Sacudió levemente su cabeza como para expulsar sus pensamientos. Ya no era aquella joven, ya no estaba bajo su dominio, era libre, y libre iba a experimentar París en su más pura esencia. O al menos aquel era el plan.

Sabía, sin embargo que no debía tardar en presentarse ante su majestad en la corte, como su posición demandaba. Pero eso sería mañana. Aquella noche era para ella, era su primera noche libre en París, y sin duda la disfrutaría.

De pronto, fue consciente de que la gente se arremolinaba frente a un apuesto joven de mirada perspicaz que, manejando una baraja de cartas, no paraba de sonreír. ¿Por qué sonreía de aquella manera?. Los sentimientos eran una cuestión que se le escapaba desde que había sido convertida y se sintió obligada a apagarlos, a enterrarlos en lo más profundo de su ser, y odiaba sentir que había algo que se perdía, que escapaba a su entendimiento.

La joven duquesa vió a aquel hechicero, habría sido imposible no darse cuenta de su condición con su aura brillando intensamente mientras utilizaba sus dones, realizar un truco tras otro, mientras el vulgo exclamaba y aplaudía sin cesar. - Malditos estúpidos, aplauden y ríen mientras él los estafa. Por eso sonríe - pensó al ver cómo las personas iban dejando caer sus monedas y él las recogía sin dejar de sonreír.

Así, cuando la gente se fue disipando, ella unió sus manos y unos espaciados y sonoros aplausos surgieron de ellas, al tiempo que miraba a aquel muchacho entre divertida e intrigada, y avanzaba a su encuentro con su porte regia y elegante.

Aunque si era sincera mantener la compostura era un poco complicado con aquel vestido. Debería haberse puesto ropa de varón para viajar. A veces lo hacía, se recogía el pelo y salía vestida de hombre a los lugares más depravados y escandalosos de las ciudades que visitaba, otras simplemente recurría a la influencia de su título para colarse dónde le venía en gana.

Dominique no era ajena a las formas y los ropajes que él portaba, sabía que era de una clase social muy diferente a la suya, pero eso era otra de las peculiaridades que la atraían de aquel hombre. Para estar con sus iguales tendría tiempo suficiente durante las próximas semanas, tiempo suficiente para fingir, sonreír, bailar y hacer política, algo que la aburría mortalmente, aunque no podía negar que disfrutaba de las atenciones y privilegios que se le otorgaban. Por ahora solo buscaba entretenerse, y aquel jovenzuelo parecía una distracción exquisita.

Y aunque no podía dudar que hubiese sido un buen bocado, se había alimentado unas horas antes. - Quizás algún otro día... -pensó divertida antes de que aquel joven musitara un leve agradecimiento y comenzará a presentarse.

- Soy Dom - dijo saltándose cualquier tipo de protocolo y dándole a conocer su nombre de pila. La duquesa fue consciente entonces de su vestimenta y de que sería muy difícil esconder su condición de noble. Aún así dejo las presentaciones ahí, puede que él lo supusiese pero prefería no hacer gala de su título por ahora.

- Mmmm...  - murmuró ante su pregunta - ¿Quizás podríais convertir este vestido que pesa una maldita tonelada en algo ligero y que no trate de asesinarme asfixiada cada vez que doy un paso? - Dijo sinceramente divertida mientras, a pesar de lo dicho, se agachaba con gracia a por una moneda que el hechicero había pasado por alto, y se la ofrecía

- Os juro que si sois capaz de hacer eso os daré una buena suma de dinero. - Soltó un risa dulce tratando de no mostrar sus colmillos y dió un paso atrás puesto que sabía que su presencia podía ser intimidatoria. Rayos. Casi siempre lo era, a pesar de su apariencia inocente y atractiva, no podía ocultar lo que era y menos a la gente que pertenecía a aquel mundo suyo, el de lo raro, lo fuera de lo común, lo sobrenatural.