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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por R. Aurélien Quincampoix Dom Feb 25, 2018 11:38 am

“Estábamos a horas de nuestra noche de bodas
Y la muy zorra no dejaba de mirarme con esa cara bonita
Intuía que deseaba cerrar la puerta y follarme allí mismo
Podría habérselo hecho fuerte, para dejarla inmóvil y que no fastidiase
Pero aquel día ponía en marcha mi plan para destruirla
No pretendía metérsela en una ocasión tan especial”
Rémi Quincampoix



La noticia de la boda del amo había sacudido a los sirvientes. Recién la noche anterior al enlace, Rémi se los había comunicado. Así de intempestivo. Apenas durmieron procurando preparar la casa para recibir a la nueva señora. Y todavía se estaba puliendo la plata cuando el matrimonio hizo acto de presencia en su hogar.

La casa, herencia del abuelo materno de Rémi, estaba construida con dos tipos de piedra que se restauraban constantemente. Rizada de torrecillas y con un techo elaborado, la edificación se ganaba el calificativo de pintoresca. El frente y el norte (patio de entrada) se enfrentaban en una sombra de piedra ocre, mientras que el sur (parte trasera), que se asignaba principalmente al área de servicio y habitaciones de servicio, se contraponían con escombros de mármol, y tenía algunos acabados enlucidos. Las fachadas tenían muchas ventanas góticas principales, ventanas Tudor, chimeneas y buhardillas del ático. El techo irregular, con sus diversas parcelas y hastiales, acentuaba la arquitectura asimétrica del edificio. Como atracción principal del jardín, se erguía un invernadero de hierro forjado en la parte trasera. Los interiores también eran de estilo gótico. Las habitaciones principales incluían la biblioteca, la sala de dibujo, la sala de billar, el comedor y la capilla. El centro de la casa estaba ocupado por el pasillo y la escalera, mientras que el segundo piso guarecía los dormitorios.

Había espacio de sobra, pero no el suficiente. Alitzée podía haberse casado con Rémi, pero nunca sería la señora de la casa. A ella le parecía muy divertido cambiar de morada, porque era todo nuevo. Ingresó como un rayo, invadiéndolo todo. No reparaba que aún llevaba sus ropas nupciales ni que su marido la observaba absorto desde la entrada, como precaviendo que escapara. Recién estaba asimilando que su venganza ya comenzaba. La hija de la amante de su padre ya era suya. Suya para hacerla pedazos. Así la observaba, como un proyecto, con los brazos cruzados mientras ella se deslizaba entre los muebles del recibidor.

De pronto la mirada de la joven encontró la de Rémi, sacándolo de su abstracción, como si el contacto lo hubiese sobresaltado. Sintió el control sobre ella, no sólo por la ley, sino también por la fortuna. Qué suerte más benévola que estuviese demente. No había necesidad de aislarla; ya constituía un mundo aparte. Nadie quería verla ni visitarla. Rémi era ya todo lo que tenía. ¿La abuela? Moriría en un par de meses, y aunque viviera cien años más, no los usaría en acercarse a la nieta de la que se acababa de deshacer.

Quincampoix, comenzando a saborear el control, caminó hacia su mujer con las manos atrás. Se sentía cómodo en ese papel. Su casa era su reino y él era el único soberano. Actuando como tal, tomó a Alitzée de la muñeca bruscamente y la hizo ponerle atención. Al mirarla a sus ojos de avellana, tuvo la noción de asomarse a un abismo. Sí, como en una de esas pesadillas en las que se ve a uno descender sin fondo. Las tinieblas lo rodeaban, volviendo su maquinación cada vez más vertiginosa, hasta que su lengua se soltó.

Hace mucho tiempo que quería tenerte así, sola, a mi disposición. Todavía no decido qué es lo que me dan más ganas de hacerte. Podría matarte, aplastar tu cabeza contra el piso hasta reventarte esa masa vacía a la que llamas cerebro, pero sería un regalo. Mi madre agonizó desde el momento en que la golfa de tu madre se interpuso en su matrimonio hasta el momento en que mi padre le cerró los ojos para siempre. Fue lento, doloroso. Y comenzó joven. Ella era menor que tú cuando se casó. Tuvo tiempo para helar su alma con el frío que mi padre dejaba en su cama tras intimar, porque no era a ella a quien quería tocar. Pudo sentir y resentir los golpes de marido, fruto de la frustración y el despecho. Siempre la culpó de su desdicha. Nada lo frenó. Ni las lágrimas de mi madre, ni mis gritos, ni las vidas de mis hermanos que no pudieron nacer. Sólo se sació cuando me la quitó. —dijo con ardor, con los ojos vidriosos de rabia y dolor. Y Alitzée era la culpable. Sí, por esa comadreja del demonio. — La desgracia que ensombreció a mi familia se la debo a una zorra llamada Angélique. La puta que te parió. Cuánto quise encontrarla y hacerla pagar, pero conseguí más de lo que pretendía: te hallé a ti en su lugar. Si a mi madre le fue negada la felicidad, tú tampoco la tendrás. Eso lo juro.
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Mensaje por Alitzée Quincampoix Mar Feb 27, 2018 11:03 am

“Out here the world was bright and sharp and full of hungry mouths waiting to eat her up.”  
"Christina Henry" Alice


Quizás no era comparable a la ilusión que había sentido la primera vez que había podido acudir de visita al jardín botánico de París, pero aun así, Alitzée se encontraba en un estado de ensoñación y curiosidad. Analizó cada rincón de su nuevo hogar, desde las góticas ventanas hasta las expresiones de los sirvientes cuando la recibieron. Ella saludó con entusiasmo, siguiendo rápidamente con su objetivo de investigar hasta la más diminuta mota de polvo. Pero sus pupilas no tardaron en hallar algo que caló sus huesos con emoción. A través de una de las ventanas, el jardín se desplegaba, colmado por un invernadero de hierro forjado. Alitzée sonrió tímida, aquel sin duda sería el lugar favorito de su nueva casa. Buscó la mirada de Rémi, para indicar el invernadero con evidente ilusión.

Mira, hay un invernadero ─le contó, como si él no fuese consciente de las partes que conformaban su mansión.

Sin embargo, su marido, parecía despistado por otros asuntos. Se aproximó en su dirección para lo que Alitzée creyó que sería asomarse por la ventana junto a ella, pero no fue así. La enjauló tomó de su muñeca y sus irises encontraron los ajenos. La muchacha le sonrió suavemente, ante lo que él comenzó a hablar. Tan pronto como las palabras rozaron sus pensamientos se disiparon como tinta en el mar, consumiéndose entre las olas y viajando a la deriva hasta quedar en el olvido de las profundidades marinas, donde barcos naufragados descansaban eternamente, donde recuerdos y desgracias eran ignorados por la eternidad. La mirada nerviosa de la niña se detuvo un momento en sus labios que se movían con velocidad, algo que encontró tal vez divertido. Si bien en el carruaje, las últimas palabras de Rémi habían calado, se debía a que había conseguido llamar a la puerta de su mundo y ser invitado, trayendo consigo un toxico veneno. Tan solo por eso, Alitzée había escuchado el posterior mandato y se había visto sumamente desorientada ante las acciones de él. Por eso, le había hecho caso y había permanecido en el carruaje hasta que le ordenase bajar, porque había, por un momento, descubierto el lenguaje loco de su mente. Sin embargo, en aquel instante, la joven no percibió nada, las palabras, las amenazas fueron anuladas, una a una hasta desaparecer. Tan solo una permaneció, una, lo suficientemente significativa como para hacer que Alitzée se irguiera de pronto, conteniendo la respiración.

Angeliqué.

Saboreó el nombre, que se le antojó como un canturro de pan seco, insípido, ennegrecido, agusanado…

Sus ojos se perdieron un momento, más allá del lugar en el que se encontraba, pero cuando regresaron, parecían haber sumergido el nombre de Angeliqué allá donde ni si quiera los barcos naufragados habían llegado.

¿Estás triste? ─le preguntó a su marido, sin pasar por alto su mirada vidriosa─. Estás muy triste.

Antes de partir al casamiento, su abuela le había repetido una y otra vez sus funciones de esposa hasta la saciedad, tan solo por ello, Alitzée recordó alguna, ya que de vez en cuanto continuaban haciendo eco en su cabeza hasta tomar algún tipo de significado.

“Las esposas deben ser serviciales niña mía, complacerás a tu marido en todo momento, lo ayudaras y consolarás cuando abatido se encuentre”

Y por eso mismo, Alitzée se puso de puntillas y tal y como los besos que su tío Lewis le ofrecía, posó sus labios suavemente sobre la nariz de su esposo. Aquello siempre le hacía reír e imaginó que a él también. Se separó, para dedicarle una sonrisa amistosa.

¿Vamos a ver el invernadero? Te enseñaré las flores.

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Mensaje por R. Aurélien Quincampoix Jue Mar 01, 2018 7:44 am

Le dijo tantas cosas. Fue elocuente, con una elocuencia tan poderosa y sincera como inútil. Fluyeron frases solemnemente horribles, de un alma que alguna vez había sido cándida y esperanzada, pero que ahora buscaba maliciosamente la venganza contra quien, se suponía, debía amar y proteger. Tonta, loca y sorda. Con esto se comprobaba que existía Dios, pues había castigado la lujuria de Angélique pariendo a una chiflada. Su demencia era tanto amiga como enemiga. Era otro idioma, una barrera que la protegía del mundo real, ¿o más bien la exponía? En el caso de Alitzée, esa había sido la causa principal por la que había caído en las manos de Rémi. Y esto recién comenzaba.

El beso de su mujer fue un insulto. Rémi lo reconocía como un gesto eminentemente maternal. Arrugó la cara, tratando de controlar el coraje en su interior. Era demasiado dentro de él. Iba a detonar.

¡Yo te enseñaré en dónde quedan las flores! —exclamó. Y con la fuerza de la ira, tomó a Alitzée de los hombros y la arrojó al piso sin miramientos.

Era frágil como el cristal, pero resistente. Presentía que quedaría adolorida; le serviría, para que tuviera una mínima noción de lo que era el dolor. Sin darle tiempo para que se levantara, se hincó sobre ella, tomando su rostro entre sus manos.

Algún día, cuando te mueras, te colmaré de coronas de flores amarillas de repudio. Pero no será pronto, no. Te quedarás aquí dentro y no volverás a salir sin mi consentimiento. Pasarás encerrada, con vista al jardín que jamás pisarás. Grita y pide ayuda cuanto quieras. Mis sirvientes tienen instrucciones de no dejarte salir. No escucharán las palabras de una lunática como tú. — dijo antes de soltarla y alejarse con asco, mirándola a distancia desde arriba—. Yo pude haber querido a alguien. Convertirme en aquello que mi madre soñaba que fuera mi padre. Pude haber disfrutado a mi prole, para que fueran mejores que yo. Tú y esa mujerzuela me lo negaron. Ahora parirás hijos que comprobarán con aflicción que salieron de una desquiciada y su flagelo. Te comerá la pena y la angustia cuando rechacen tu abrazo, no pudiendo explicar el porqué de esas miradas de odio, o por qué te acongoja tanto. Y cuando eso pase, purificaré tu mugrosa sangre.

Con eso dicho, Rémi llamó a la sirvienta más antigua de su casa, Bernadette, y le ordenó que llevara a Alitzée arriba, para que la cambiase. No usaría esas ropas de princesa en casa. Ya no más. Después de todo, era su mujer, y no usaría más esos atuendos coquetos de doncella casadera. La sobriedad sería su etiqueta y el silencio su marcha. Él subiría más tarde, para verificar que todo se hubiera hecho a la perfección. Pero antes de que se fueran, Rémi hizo una advertencia:

Mucho cuidado con irte de aventuras al exterior. Te aseguro que hay lugares mucho peores que los que te imaginas. No me obligues a mandarte allí.
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Mensaje por Alitzée Quincampoix Vie Mar 02, 2018 8:15 am

"Go ahead and cry little girl
Nobody does it like you do
I know how much it matters to you
I know that you got daddy issues."
"Daddy Issues" The Neighbourhood


Durante la primavera del año pasado, Alitzée halló un gorrión atrapado entre los cardos del jardín. Con sus manitas desnudas, apartó las espinas de la planta y desenredó las plumas del pajarillo para tratar de liberarlo. Fue difícil con las espinas hundiéndose en su piel, sin embargo lo consiguió. Pero ¡ah!, qué sorpresa, que el pajarillo, en lugar de agradecérselo, la picoteó temeroso hasta hacer sangrar sus dedos. Esta vez, no fue el gorrión quién la pico, sino el lobo feroz, que la mordió…Y ese, ese era mucho más grande y mucho más difícil de salvar.

Alitzée soltó el aire de golpe, cuando se vio despedida contra el suelo. No conforme, lo vio cernirse sobre ella, sujetándola por el rostro, como el cardo había apresado al gorrión. Alitzée cerró los ojos con fuerza, experimentando el miedo, el peligro, que la hizo temblar suavemente, como hoja a merced del viento invernal.

Rémi…─musitó, pero su voz apenas fue audible bajo el tono de la ajena.

Se vio arrastrada, lejos de allí por una mujer, bajo la ultima advertencia de su marido, que sí recordó. No se le tenía permitido hacer expediciones, pero eso no era algo novedoso, su abuela tampoco se lo permitía. Sin embargo, el sentimiento que le produjo pensar en hacerlo era distinto al que se le antojaba cuando se escapaba de su mansión, como si al hacerlo aquí, la fuera a morder de nuevo, la fuera a devorar entera.

Alitzée miró a la sirvienta, Bernadette. En otra ocasión, le hubiese sonreído con entusiasmo y saludado, sin embargo, en aquel momento se encontraba ligeramente mareada y su costado chillaba por el golpe, así que simplemente esbozó una débil sonrisa. La mujer, ni si quiera la miró. La acompañó a su nueva habitación, la cual se le antojó pequeña e incolora, y la ayudó a desvestirse. Respiró al fin, libre del obstructor corsé que le habían puesto las sirvientas en su casa.

Habría tenido que aprender a respirar por las pestañas, qué cosa tan chistosa ─se dijo humorosa.

Bernadette la ignoró escoltándola hasta el baño, donde la limpió del ajetreado día y la secó. Le proporcionó entonces un vestido pálido, de un melancólico gris, que para nada hacía justicia a los vivarachos tonos que la acompañaban normalmente. El azul era su favorito, ese y el carmesí sobre sus pies. Sin embargo, los zapatos que le dio eran marrones, como el barro. La muchacha frunció suavemente los labios, tendría que pintar su ropa.

El señor ha sufrido mucho, no se lo hagais difícil niña. Suficiente ha tenido a lo largo de su vida como para que una demente le ponga la casa patas arriba de nuevo, así que haced todo lo que os pide, sea lo que sea. Ahora, esperad aquí hasta su regreso, iré a avisarle de que ya estáis lista.

Alitzée ladeó el rostro mientras Bernadette cerraba la puerta tras de si.

Tenía hambre, supuso que sería la hora de la cena, e incluso se había saltado el té. Aquello no era buenas noticias. Un sentimiento embarrado se aglomeró en su estómago. Se sentó sobre el borde de la cama y esperó. Entonces escuchó los pasos.

“Tap,tap,tap…”

“TAP”

“TAP”


Su corazón se acompasó al repiquetear de los pasos, que ascendían escaleras arriba, encaminados hacia a su habitación. Eran pesados, familiares y le advertían. Alitzée se encogió con la mano en el pecho, evitando los recuerdos que se arremolinaban en su cabeza. El pomo de su habitación girando…La sonrisa agusanada de su padre…

“¿De nuevo jugando al escondite pequeña Alitzée? Será mejor que salgas, no tenemos mucho tiempo antes de que mami vuelva”


Sus pupilas se perdieron en la nada hasta que se levantó casi de manera automática. Con apremio, se deshizo de sus zapatos y los colocó estratégicamente asomándose por las faldas de la cortina, con la única intención de despistarlo. ¿Despistar a quién? Por un momento olvidó que estaba haciendo, pero los pasos pesados ascendieron, trayendo consigo las pesadillas. Miró la cama, con intención de esconderse bajo la misma, pero él siempre la encontraba… ¿Quién? ¿Quién la encontraba? Alitzée decidió ocultarse tras la puerta. Eso haría, se escondería y cuando él entrara y se fijara en los zapatos bajo las cortinas, huiría escaleras abajo. Decidido el plan, lo llevó a cabo, mientras el pomo de la puerta…giraba, giraba, giraba…
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Mensaje por R. Aurélien Quincampoix Mar Mar 06, 2018 7:26 am

Fue una bendición que Bernadette se llevaba a la bicha esa. Si Rémi la tenía en su poder por más tiempo, era capaz de cumplir con sus promesas. El señor se dejó caer sobre el sofá que tenía más próximo, sujetándose la cabeza entre sus manos. Tenía que recomponerse. Es que cada una de las manifestaciones de Alitzée vertía ácido en sus venas, quemándolo todo hasta alojarse en su garganta. Revivía los gritos y las lágrimas de su madre sólo con tenerla cerca. Rémi comenzaba a entender que la única forma de apagar esa angustia era borrándola a ella, pero debía resistir, tenía que hacerlo. No podía darle el obsequio de una salida fácil. Tenía que hacer justicia. Era un vengador, un bélico guerrero. Esta era su guerra y no se retiraría de ella.

De pronto notó que la más fiel de sus sirvientes estaba frente a él otra vez, viéndole con preocupación, pero guardando la distancia. Por eso había durado tanto; no olvidaba la asimetría entre amo y criado.

Pido permiso para dirigirme a usted, señor. No es imperioso, pero le pido que perdone mi indiscreción unos segundos de su tiempo. — pidió Bernadette con la cabeza gacha.

Esmerándose en recomponerse, Rémi se irguió en su asiento, tomó una lenta bocanada de aire, y asintió.

Su padre nunca más podrá levantarse de su cama, y aunque hace tiempo que su madre nos dejó, todavía se le oye. ¿Por qué castigarse usted también? Todavía es joven. Puede elegir otro camino. Lo demás ya pasó. Su vida es suya. No le cierre las puertas a la dicha, se lo ruego. — imploró con afecto, pero el amo no escuchó.

La dicha me cerró las puertas a mí. — replicó Rémi — Yo debí haber muerto en el vientre, como mis hermanos, pero nací. Amé a una sola persona. Ella nunca me dejó; me la quitaron. No, yo no vine a este mundo a recibir. Eso está claro. Yo vine a despojar y a poner las cosas en su lugar. Mientras no arregle este desorden, nada jamás pasará.

Hizo abandono del salón dejando a una preocupada Bernadette. La vida con Alitzée estaba recién comenzando, y temía que compartiera el mismo destino de Alexandrine a manos de Léonard Quincampoix.

¡Alitzée! — la llamó subiendo las escaleras. No tenía sentido que lo hiciera, si él estaba yendo a ella. Era como si no estuviera dispuesto a concederle un segundo de paz.

Abrió las puertas del cuarto, hallándolo aparentemente vacío. Ni rastro de Alitzée. Temió lo peor cuando vio los zapatos abandonados a su suerte bajo las cortinas. Su primera reacción fue nefasta, jurando que, si se había escapado, mataría a los responsables. Dio media vuelta para bajar, pero se detuvo a mitad de camino. ¿Era su mujer lo suficientemente cuerda para maquinar algo? A medias, quizás, pero la cabeza no le daba para tanto, ¿o sí? Sólo había una forma de averiguarlo. El instinto llevó a Rémi de vuelta al cuarto, observando primero debajo de la cama. Miró por sobre el hombro y encontró la puerta. Detrás de ella, sacó a Alitzée tomándola del brazo.

Por poco me atrapas, usando mi propia ira. No está mal. Serías un verdadero dolor de cabeza para mí, si no tuvieras la mente torcida. — le dijo como un halago entre sus muchas faltas.

Fue ahí que la vio con su primer atuendo de mujer infelizmente casada, borrando la coquetería de sus atributos y conservando el recato. Curiosamente esos colores tristes acentuaban la belleza de la joven. Sus mejillas se veían rosadas, los ojos luminosos y el cabello sedoso.  

Mírate. Cada vez te pareces más a una comadreja. — dijo Rémi con ternura, observando los ojos marrones de su esposa — Me dijeron que tienes mucho de tu madre. Me pregunto cuál de los encantos que heredaste embaucó a mi padre. Tus ojos tienen algo, pero no creo. Las armas más importantes raramente están a la vista. Estás tratando de engañarme y ni siquiera sé con qué. Intenta cuanto quieras, que no caeré.

Y besó su boca con desdén.
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Mensaje por Alitzée Quincampoix Miér Mar 07, 2018 4:53 pm

Dejó de contener la respiración cuando lo vio aparecer en su habitación. No era aquel a quien esperaba, ese que la aterraba y embarraba con su sola presencia. Simplemente era Rémi que la andaba buscando y no la hallaba. Lo vio salir del cuarto, sin dar con ella, con lo que Alitzée dejó escapar una risilla. El bobo no la podía ver. Regreso tempranamente, buscándola bajo la cama mientras ella permanecía detrás de la puerta, esbozando una tímida sonrisa. Ya había olvidado lo sucedido apenas unos minutos antes en el primer piso. En su mente, tan solo había espacio para juegos y aventuras.

Ah, pero que decepción…Tempranamente la locailzó y la hizo salir de su escondrijo. La muchacha ladeó el rostro con inocencia e ignorancia y simplemente anunció:

Me encontraste, ¿quieres que cuente yo ahora y te escondes? ─sugirió, mientras él evocaba a su madre, de nuevo.

Angeliqué.

Su nombre se difuminó hasta que tan solo quedó la sensación de su presencia. Alitzée bajó la cabeza esperando a que el sentimiento se esfumase al completo. Cuando la levantó, él estaba sobre ella, besándola. Instintivamente, la muchacha cerró los ojos, ¿no era eso lo que debía de hacer? Irónicamente, no la habían besado antes, además del beso que se le había concedido durante el compromiso. Él nunca la había besado Era una sensación extraña, cercana pero diferente a la de un abrazo. Permitió que lo hiciera, preguntándose si tal vez, después de aquello se la comería. Como él la devoraba. Su instinto volvió a hacer acto de presencia, pero esta vez traicionero, le hizo cerrar los dientes sobre la boca de su marido. Lo mordió y fugaz se apartó, como tratando de alejarse de la acción que acababa de realizar. Lo miró desconcertada, mareada ante los episodios que la abordaban desde que había llegado a aquel lugar. Algo en ella había vuelto a despertar, oculto bajo su subconsciente la defendía, como una vez la había defendido, como una vez la había guiado a consumirlo todo con fuego.

Perdón ─musitó, una palabra que hacía años que no utilizaba.

Se desembarazó de su agarre, dando un paso atrás. De nuevo, tratando de tomar espacio entre aquel altercado y ella, su mente la llevó en otra dirección, la empujó hacia el lado contrario e intentó hacerle olvidar. La ingenuidad tomó posesión de sus ojos, como un virus del que nunca era capaz de escapar. Como la demencia que le hacía tratar a su marido como un ser humano inmaculado y no embarrado. Cuan ilusa era al creer que sus bigotes de conejo no eran las fauces del lobo feroz.

¿Podemos cenar? ─preguntó distrayendo─. Mi abuela siempre hacía caldo de verduras para poder calentar el estómago antes de ir a dormir. Pero siempre he tenido cuidado de no tomar demasiado, puede causar pesadillas.

Terrores nocturnos.

Viajes oscuros a un mundo onírico de podredumbre, el cual se reflejaba en aquel instante en la mirada de Rémi Quincampoix.



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Mensaje por R. Aurélien Quincampoix Vie Mar 09, 2018 9:46 am

Cualquiera hubiera dicho que Rémi estaba tan loco como Alitzée. En un momento la creía un demonio, y al otro, un primor. Por si fuera poco, mezclaba ambos sentimientos, besándola con violencia. No sentía amor por ella, pero amaba odiarla. Tal sustancia no podía ser sana, por lo que fue justo que ella lo mordiese. Rémi se llevó una mano a la herida, dimensionando lo que había pasado con un mohín. ¿Era su idea o lo había rechazado? ¿La muy descarada se había atrevido a apartarlo? La miró escéptico, tratando de figurar si estaba tan lunática como se decía o estaba actuando. Descartó lo segundo, por su propio bien, para no caer en la paranoia. Finalmente bajó las manos y se rio burlonamente.

¿Esto es todo lo que puedes hacer, morder como las ratas? — la increpó — Me equivoqué contigo. Hasta una comadreja hace más daño que tú.

Sin embargo, eso no quitaba la falta de respeto. El amo no tenía intención de apaciguar a la chica para bajarla a comer, tal y como ella lo había pedido. Eso hubiera hecho alguien diligente con una joven que no estaba en sus plenos sentidos. Rémi no; sus intenciones eran aviesas, y si podía amilanar a su mujer, mejor para él. Tenía que dosificar, con mucho gusto, un castigo.

Te has embrollado sola, con tu conducta. Tu primer deber es respetarme y supinamente estás fallando. Por lo que has hecho, no bajarás a cenar conmigo. A ver si con el estómago vacío consigues pensar mejor. — sentenció Rémi.

No esperando a ver si Alitzée reaccionaba con estupor o impavidez, el recién casado removió la llave de la puerta y la cerró desde afuera. Si a ella le gustaban los juegos, podían inventar el suyo propio. Independiente del movimiento que escogiese, no ganaría.

Sintiendo los pasos de la muchacha acercarse, Rémi continuó hablando. Cada palabra suya emanaba el poder de una orden imperativa.

—  Dichoso estoy de que encuentres solaz en estos pasamientos; yo también, pero no te serán gratis. Tu abuela no está aquí, y mientras yo viva, no podrá un pie en mi propiedad. En cuanto a ti, si quieres comer, tendrás que ganártelo. En unos días deberás conocer a mi padre y no pienses que te llevaré así. — advirtió tajante —. Ahora bajaré a cenar. Tendrás tiempo para reflexionar antes de que vuelva. Demuestra que eres una señorita y veré si mereces misericordia. Vuelve a contrariarme y mandaré a que te corten la cabeza.

Ya que se creía el personaje de un cuento, que lo viviera como si fuera real. Lo que fuera para ponerle una correa al cuello a ese animal.

Satisfecho, Rémi dejó las habitaciones y se dirigió al comedor, tal y como lo había dicho, para cenar solo. Dos lugares instalados sobre la mesa, pero sólo uno se usaría. Como si nada, degustó la cena en solitario, como lo llevaba haciendo hacía ya varios años. Curiosamente, ninguno de los sirvientes lo había visto tan feliz como para aquel festín.
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Mensaje por Alitzée Quincampoix Vie Mar 16, 2018 4:59 pm

Poco le importaba a su marido no ser la Reina Roja, que tenía la osadía de comportarse como tal sin miedo a repercusión alguna.

Alitzée sintió su sabor todavía en los labios, sabía distinto a cualquier cosa que hubiese probado antes. No era como un manjar ni como tragar un insecto por descuido, sino que sabía a anhelo y desamparo. Como rozar las alas de un ángel que se aleja hasta ser devorado por la oscuridad.

La muchacha se acercó a la puerta, sellada ahora, condenándola a permanecer sola en aquella habitación.

Rémi…─lo llamó, sin ser capaz de atender a razones. ¿Para qué servía un nombre si cuando lo utilizabas, nadie te respondía?

Escuchó como se alejaba y lo volvió a llamar cuidadosamente, como si temiera que realmente respondiera y el desconcierto la abrumara de nuevo. Ni si quiera estaba segura de qué quería, puede que en el fondo supiera que no deseaba la compañía de su marido, pero al mismo tiempo, tampoco deseaba permanecer sola en aquel cuarto desconocido. Alitzée ignoraba qué podía ser peor, aunque su parte más racional se ocultaba bajo capas sobre capas de pura inconsciencia, tenía la certeza de que no quería volver a presenciar el impredecible comportamiento del joven. Una pena que Alitzée tan solo tuviera oídos para los pensamientos insulsos de su mente. Era la única forma de asegurar su felicidad. Felicidad que en aquel momento no radiaba con tanta fuerza.

Descalza, caminó hacia la ventana Tudor, y trató de abrirla. No había forma humana de colarse por ella, tal y como acostumbraba a hacer en su mansión. Además, en la fachada la ausencia de hiedras era notoria, por lo que, si deseaba descender, tendría que buscar otra forma de hacerlo. Ni si quiera era capaz de echar un vistazo a través del cristal en condiciones, para poder observar el jardín. Alitzée hizo un puchero, pero a pesar de encontrarse realmente triste, no derramó lagrima alguna. Decidió explorar la habitación, contemplaría los cuadros e imaginaría la historia que podría desentrañar cada uno de ellos. Tomando aires más optimistas, se puso manos a la obra. En el cuarto tan solo había tres cuadros y solo dos eran retratos. Se decantó por los últimos, deteniéndose frente al de una mujer. Alitzée ladeó el rostro, estudiándola; era joven y esbelta, de hombros elegantes y sonrisa amplia. Pero su mirada era gris, ensombrecida por el desencanto, como la de Rémi. De hecho, se parecía mucho a él. Se preguntó si sería su madre. Sin lugar a duda, aquello estaba resultando más curioso de lo esperado así que se desplazó hacia el otro retrato. En el, un niño de gesto serio y mirada errática se desenvolvía en oleos marrones y grises, grises, como la mirada de la mujer. La sensación de dejá vú la abrumó cuando menos lo esperaba…Alitzée sonrió ampliamente, llevándose las manos a la boca.

¡Lo conocía!

Lo había visto antes…

“Siendo así, naturalmente que tengo por qué cuidarte, porque eres mía para cuidar.”

Un caballero para cuidarme…

Su caballero, que ahora le había encerrado. Alitzée frunció ligeramente el ceño. Ah, ahí estaba…¡Quién lo diría!, Rémi se parecía tanto a su caballero y su caballero se parecía tanto a Rémi, que cualquiera pensaría que eran la misma persona. ¡Pero qué sorpresa! ¡Sí lo eran! Reculó hasta sentarse sobre el borde de la cama. Sus ojos no se separaron en ningún momento del retrato. Todavía era un misterio cómo su mente infantil podía recordar aquel episodio, pero cómo no hacerlo… Él la había salvado del monstruo y mira tu por donde que al final sí que se había casado con ella.

Su estómago gruñó y se dejó caer sobre la cama víctima de un largo bostezo, cuyo dueño era tanto el hambre como el sueño. Rezagada, parpadeo con sopor hasta que sus ojos decidieron explorar otro mundo que no era el presente. Alitzée no se había percatado de que estaba tan cansada hasta que cayó dormida sobre la cama hecha. Sus recuerdos se convirtieron en sueños, sueños donde su caballero la había salvado para así obsequiarla con la felicidad eterna. Solo así, pudo ignorar la verdad.

Un caballero para torturarme cuidarme.

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Mensaje por R. Aurélien Quincampoix Lun Abr 09, 2018 10:59 pm

Técnicamente nada había cambiado; el señor cenaba solo, bañado con la suave luz de unas pocas velas. La cocina estaba desierta, evitando los ruidos propios de limpieza. No obstante, los sirvientes estaban atentos a la campanilla sobre la mesa, por si el amo llegaba a necesitar algo. Lo curioso era que nunca la había usado y tampoco lo haría esa noche. Es que el alimentarse, para Rémi, era tan íntimo como tomar un baño y no quería que nadie lo interrumpiera en el masticar y saborear. Si no lo conseguía, equivalía a no haber cenado. Sólo los animales y los pordioseros se contentaban con librarse el vacío del estómago. Él no.

Técnicamente nada había cambiado, y sin embargo, Rémi había acabado su plato sin haber sentido ni cosquillas en el paladar. Era el ruido. Había mucho ruido y no podía ordenarle a sus sirvientes que le pusieran fin. Esa orquesta infernal estaba dentro de él, porque no importaba que no la viera o que se hubiera decidido a cerrar su condenada boca; Alitzée estaba en la alcoba de arriba, bajo su techo y dentro de su mente. Y ahí gritaba, pataleaba, no lo dejaba en paz. Decía buscar al conejo blanco, ¡vil mentirosa!; ella había bajado en plan de conquista, para llevárselo todo con ella. ¿Pero qué más podía quitarle? ¿Lo estaba desafiando en su propia casa?

La preguntas colisionaron todas a la vez, impacientando a Rémi. De pronto la silla también se convirtió en enemiga y no tardó en despreciarla. A paso pesado se dirigió al cuarto en donde había encerrado a su mujer, con una mirada que a menudo se ve en quienes buscan la explicación de lo injustficable, aunque con Alitzée era más lo que se perdía que lo que se encontraba. Temió que se hubiera escapado o que estuviera muerta. Así de vesánico. Es que ella le parecía tan irreal que tenía la impresión de que estaba a punto de diluirse entre cuatro paredes y que lo dejaría muerto de ira, burlándose.

Su agonía terminó cuando abrió la puerta otra vez. Sólo estaba durmiendo. Loca o no, seguía siendo humana después de todo. Se escuchó el largo suspiro de un hombre que acababa de darse cuenta de que tenía que calmarse. Todo estaba bajo control. La puerca era suya. Nadie tocaría su venganza.

Se sentó en la cama y prolongó el momento en que se puso a contemplarla. Insólito que ese mar turbulento conociera la calma, luego de habérsela robado a los demás.

¿Quieres saber algo más interesante que el país de las maravillas? — murmuró Rémi —. Que esta casa es tu celda y tú eres la mía.

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