Bloody holic (privado Piero D'Páramo)

por **Derry Byrne** Mar Feb 27, 2018 3:23 pm

"La dignidad no tiene sitio, ni colectivo, ni plural"
-Valérie Tasso

El lugar: París. Más concretamente, un asentamiento de vampiros enmascarado por la fachada de un teatro. Las calles seguían húmedas tras la lluvia de media tarde y el frío se calaba bien adentro de los huesos. Un hombre con la edad suficiente para haber formado ya su propia familia, permanecía apoyado en la esquina del edificio que, aún trémulo por los aplausos, empezaba a ser vaciado de espectadores.

Si la mujer que vendía su cuerpo era una puta, ¿qué nombre se le daba al que no era el cuerpo, sino la esencia de la vida, su principal negocio? Y no a cambio de dinero, como muchos podrían pensar o incluso respetar pues el hambre apremiaba, no, él quería como pago lo mismo que entregaba. Sangre. Maldita adicción a la que fue sometido. Todas las noches, y esa en particular no iba a ser distinta, deambulaba cerca del teatro donde los rumores aseguraban que habitaban los vampiros. Inconsciente, temerario, loco... muchos eran los adjetivos con los que era continuamente etiquetado por ser el único humano que permaneciera por propia voluntad en aquellos lares. Pero cuando uno no tenía nada que perder la muerte no asustaba.

Estaba helado. Todo su cuerpo, apenas cubierto por un agujereado pantalón y una fina camisa desgastada, tiritaba cual hoja en otoño. Se frotaba las manos con insistencia en un auto engaño para calentárselas y su figura en la lejanía podría confundirse con la de un fumador, pero no era más que su cálido aliento escapando a la intemperie de la noche. El cabello, algo largo y enmarañado, caía por su rostro ocultando parcialmente sus facciones toscas y evidenciaba el estado deplorable en el que vivía. Sin dinero, sin sitio en el que dormir. Sin un baño decente donde asearse. Recurrir al río o a alguna fuente suponían un sacrificio, no obstante necesario si no quería ser rechazado por mal olor.

Sería tan sencillo como buscarse un empleo, ejercer la carpintería que tan bien se le había dado siempre. Pero su dueña, la mujer que le llevó de cabeza a perder la dignidad, le había abandonado no hacía mucho y su adicción aún era más fuerte que cualquier deseo de salir adelante. Necesitaba sangre. Necesitaba sentir de nuevo aquel poder que esta le otorgaba.

Observó salir a la gente del teatro y se ocultó a la espera de que salieran aquellos a quienes buscaba. No dejaba de preguntarse si aquella noche tendría suerte, si ese sería el día en que un nuevo inmortal le acogería como cáliz. Era consciente que no debería estar allí. No por el peligro que corría, sino porque no sería la primera vez que algún adinerado llamara a las autoridades para sacarle de aquellas calles. Como quien saca la basura.

El hombre caminó hacia la entrada del teatro una vez esta se fue vaciando. Su figura encorvada aparecía de farola en farola para, finalmente, detenerse ante el edificio. Y ahí se quedó. Inmóvil. Observando con una pizca de esperanza.