AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Las motivaciones de un cazador (privado)
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Las motivaciones de un cazador (privado)
De nuevo París parecía tirar de mi con esos hilos invisibles y un evento al que no podía dejar de asistir. El hijo mayo del marques de Allard contraía matrimonio, mantener los lazos con los nobles era algo importante para Akershus, no nos interesaba que nos cerraran por mi falta de saber estar las fronteras para comerciar con ellos. A veces la política era complicada y aunque yo era un bárbaro, también había sido educado en la corte, conocía mi papel como Conde y entre ellas estaba asistir hoy a este evento ta significativo para los marqueses de Allard, muy ligados a la realeza francesa.
El conde Argent insistió nada mas supo que asistiría a la boda, en darme alojamiento, aseguró que un hotel no era lugar para alguien como yo y que él y su hija estarían encantados de recibirme y abrirme las puertas de su hogar.
Muchas había sido las propuestas de matrimonio que me habían llegado desde mi divorcio con la dama Cavey, madre de mis hijos, entre ellas la del conde para formalizar una unión entre su hija, de la que había escuchado francamente maravillas,decían era bella como ninguna, mas rechacé la propuesta por motivos evidentes.
Terminé aceptando su amable invitación, era un hombre influyente y prefería no tener con este ningún tipo de encontronazo, ademas, no me vendría mal quedarme allí, vivía lejos de mi ex mujer y mi interés por encontrármela era nulo. Bien sabía podría suceder que finalmente nos encontráramos en aquel enlace donde la mas alta sociedad francesa y del mundo acudiría, pero supongo que sería lago que tendría que afrontar llegado el momento.
Desde nuestra separación, las cosas se habían enfriado y cuando venía a ver las niñas entre nosotros apenas había relación alguna.
El viaje en barco fue apacible, tras una semana desembarqué en puerto, el conde había dispuesto todo para que un séquito me custodiara hasta su hogar, ladeé la sonrisa porque poco sabía de mi este hombre si penaba necesitaba hombres que me protegieran, la bastarda que bailaba en mi espalda denotaba sobradamente que no solo era un noble, si no un guerrero.
El carruaje se detuvo en el portón de la mansión de los Argent, allí todo el servicio, uniformado inmaculadamente esperaban para darme la bienvenida y en su centro el conde Bastien y su preciosa hija Amara.
Bajé acercándome a este con una sonrisa, ambos estrechamos la mano con formalidad.
-¿Que tal el viaje?
-Largo, pero ya he llegado.
-Esta es mi hija Amara -dijo presetandomela mientras esta alargaba la mano hacia mi haciendo una ligera reverencia. tome La diestra de la joven morena y besé con delicadeza su dorso.
-Encantado.
El conde Argent insistió nada mas supo que asistiría a la boda, en darme alojamiento, aseguró que un hotel no era lugar para alguien como yo y que él y su hija estarían encantados de recibirme y abrirme las puertas de su hogar.
Muchas había sido las propuestas de matrimonio que me habían llegado desde mi divorcio con la dama Cavey, madre de mis hijos, entre ellas la del conde para formalizar una unión entre su hija, de la que había escuchado francamente maravillas,decían era bella como ninguna, mas rechacé la propuesta por motivos evidentes.
Terminé aceptando su amable invitación, era un hombre influyente y prefería no tener con este ningún tipo de encontronazo, ademas, no me vendría mal quedarme allí, vivía lejos de mi ex mujer y mi interés por encontrármela era nulo. Bien sabía podría suceder que finalmente nos encontráramos en aquel enlace donde la mas alta sociedad francesa y del mundo acudiría, pero supongo que sería lago que tendría que afrontar llegado el momento.
Desde nuestra separación, las cosas se habían enfriado y cuando venía a ver las niñas entre nosotros apenas había relación alguna.
El viaje en barco fue apacible, tras una semana desembarqué en puerto, el conde había dispuesto todo para que un séquito me custodiara hasta su hogar, ladeé la sonrisa porque poco sabía de mi este hombre si penaba necesitaba hombres que me protegieran, la bastarda que bailaba en mi espalda denotaba sobradamente que no solo era un noble, si no un guerrero.
El carruaje se detuvo en el portón de la mansión de los Argent, allí todo el servicio, uniformado inmaculadamente esperaban para darme la bienvenida y en su centro el conde Bastien y su preciosa hija Amara.
Bajé acercándome a este con una sonrisa, ambos estrechamos la mano con formalidad.
-¿Que tal el viaje?
-Largo, pero ya he llegado.
-Esta es mi hija Amara -dijo presetandomela mientras esta alargaba la mano hacia mi haciendo una ligera reverencia. tome La diestra de la joven morena y besé con delicadeza su dorso.
-Encantado.
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
- Mensajes : 976
Fecha de inscripción : 21/09/2016
Localización : el placentero infierno de tus piernas.
Re: Las motivaciones de un cazador (privado)
Desde el momento exacto en el que fue anunciado el compromiso del hijo del marqués de Allard se supo que aquel sería un evento sin precedentes. Era bien conocido el noble por sus gustos excéntricos y sus fiestas pomposas, por supuesto, el matrimonio de su vástago y la hija menor de la condesa de Escocia no podría ser la excepción. Cantidades obscenas de dinero iban a ser invertidas en las nupcias y se preveía que, nobles y personas de gran capital alrededor de Europa asistirían al festejo, el cual se llevaría a cabo, nada más ni nada menos que en París. Tan pronto como se fijó la fecha de la ceremonia, las invitaciones —firmadas a mano por los mismísimos prometidos— fueron enviadas, una de ellas no tardó en aterrizar en las manos de su padre; no obstante, por supuesto que allí no terminaba el asunto.
Considerable flujo de extranjeros llegaría a la ciudad y aquella sería la oportunidad perfecta de precisar, establecer o fortalecer relaciones políticas y económicas. Tanto nobles como hombres de alta alcurnia estaban más que dispuestos a ofrecer sus hogares de posada a los forasteros y, considerándose ellos personas civilizadas, optaron por sortear la lista de invitados.
Para la desgracia de Amara, Bastien —que era un hombre bastante meticuloso y sabía exactamente qué cartas jugar para obtener los resultados que deseaba— se había mostrado interesado en acoger a uno de los extranjeros en su mansión y, como si eso no fuera lo suficientemente malo, fue Höor Cannif, el conde neerlandés, su elegido. Realmente no era que tuviese nada en contra de aquel hombre, a penas lo conocía de nombre y por la impecable fama que lo precedía; no obstante, había sido fichado por su padre como posible candidato para desposarla y, considerando que hacía más bien poco este se había separado de su primera mujer, la propuesta enviada por el cazador a penas y podía considerarse prudencial.
Por fortuna, el conde, como todos los demás pretendientes que encontraba su padre, había rechazado la oferta. Ella distaba de ser lo que los hombres buscaban en una esposa, esa mujer dócil, que calla y vive por complacer al hombre, no, su carácter era difícil, indomable y podía llegar a ser una real molestia si se lo proponía, ella sólo conocía la ley de su padre y ni siquiera esa llegaba a acatar a plenitud; aunque era una mujer muy bella y más de uno se había fijado en ella, para entonces se había hecho a una reputación. Al igual que toda dama respetable era su deber encontrar un hombre de buena procedencia, casarse y formar una familia, en linajes como el suyo una alianza de esas era esencial, pero desgraciadamente nada de eso hacía parte de sus planes.
Para el día de la llegada del conde, su padre, como buen anfitrión, ya lo tenía todo minuciosamente preparado. Una comitiva de los mejores hombres del cazador había sido dispuesta para escoltar al noruego desde su arribo al puerto hasta la propiedad de los Argent, allí, la mejor habitación de la mansión había sido dispuesta para él y un vasto y exquisito banquete sería servido en su honor. Bastien sabía exactamente quién era Höor Cannif, lo había estudiado a detalle, su procedencia, su historia, su personalidad y en general todo testimonio con el que pudo hacerse de él. Tenía que saber a quién le abría las puertas de su casa y qué provecho podría sacar de la relación con él; por consiguiente, Amara también se encontraba bien informada.
El extranjero era mucho más que su título nobiliario, era un bárbaro, un diestro guerrero, el magnánimo héroe en sus tierras y tan buen individuo como peligroso por lo que, probable, posible, y seguramente, no necesitaría o gustaría de las pretenciosas atenciones del cazador; Sin embargo, la cultura francesa era suntuosa y Bastien lo suficientemente astuto como para reconocer la ventaja que jugaba a su favor, la verdad era que, de momento, él lo conocía todo de su invitado, pero este conocía poco y más bien nada de él, por lo menos, nada de la bestia que era en realidad y tampoco planeaba mostrárselo.
Mantener la fachada se convertiría en prioridad. Durante el tiempo que el conde se hospedara con ellos no habrían entrenamientos, ni saldrían en cruzada, las armas permanecerían guardadas bajo llave y tanto padre como hija pretenderían que la fracción más monótona de sus vidas era la única que existía. Amara había aceptado los términos a regañadientes, convivir con su progenitor era complicado y era la caza lo único mantenía sana su cordura. Bastien había optado por jugar la carta de la ignorancia en última e inamovible palabra, por supuesto, el castigo de la insubordinación sería cruento.
Por una vez en la vida, interpreta el puto papel, fue aquella la última advertencia que, mascullando entre dientes, dirigió el cazador a su hija, justo en el momento en el que el noruego cruzó el umbral de la verja que cercaba la propiedad. Sí, padre, fue la parca respuesta que este obtuvo de la castaña.
Con una amplia sonrisa esbozada en el rostro que cualquiera que no conociese al cazador hubiese comprado, este estrechó enérgico la mano del conde, dándole la bienvenida y procediendo a presentar a su hija.
— Monsieur Cannif — musitó ella con sus labios curvados en una fina media luna, inclinándose en modesta reverencia cuando él le besó la mano.
A orden de su padre, las mozas le habían arreglado para que luciese bastante llamativa. Llevaba un vestido escarlata de manga sisa, corsé que resaltaba sus atributos y falda ligeramente abombada; sus rizos largos y castaños caían gráciles sobre sus hombros y, aunque no llevaba demasiado maquillaje, sus pestañas estaban encrespadas, sus mejillas coloreadas de un tenue rubor rosa y sus labios pintados de un tono cereza provocador.
A pesar de todo, Bastien aún se encontraba optimista en que el conde cambiara de parecer, pero Amara comprendía que requería mucho más que lucir bien el captar la atención de un hombre y, por su parte, incluso si le interesara un posible compromiso con el vikingo, pues era más joven y atractivo de lo que esperaba, ya su mente había dado lugar a otro hombre quién, por desgracia, debía ser su peor enemigo.
Tras la amena recibida, el cazador guio el camino hacia el comedor. Ya en la mesa los tres tomaron asiento e inmediatamente las criadas se ocuparon de servir los calientes y deliciosos platos que habían sido cocinados para la ocasión. Durante el almuerzo, ambos condes participaron en dinámica conversación, hablaron de sus relaciones políticas, de la situación en noruega, del viaje del extranjero e incluso entre anécdotas alguna que otra ocurrencia los hizo reír.
Amara permaneció en silencio, simulando atender la conversación y articulando alguno que otro monosílabo cuando su opinión fue solicitada; no obstante, se encontrada ella demasiado abstraída en sus cavilaciones, mil ideas se aglomeraban en su cabeza… La reaparición de Malachai, todo lo que había hecho para proteger a Cameron y su primer encuentro con Vashni, ese infame lobo que no tuvo reparo en admitir ser el culpable de su más grande tragedia, cuyo recuerdo insistía en acaparar sus pensamientos y no necesariamente por los motivos que habrían de considerarse correctos.
Fue entonces cuando uno de los soldados de Bastien, disculpándose por la intromisión, se acercó a la mesa y susurró un par de palabras a su padre. La emoción que torció las facciones del cazador hablaba por él, la noticia que le llegaba al oído no le sentaba nada bien. El francés despachó al mensajero, carraspeó un poco y tras darle un sorbo a su copa de vino, plasmó en sus labios una sonrisa forzada, que no hizo muy buen trabajo en ocultar su molestia.
— Conde Cannif, me veo forzado a retirarme de urgencia — Con una fugaz mirada de soslayo fulminó a Amara, mataba y comía del muerto y así no podía presentarse ante su invitado — Ha habido un problema en el Banque de France que debo resolver, un déficit grande proveniente de una inversión en Italia — Explicó el cazador, comprimiendo el odio entre sus dientes. Fue entonces que Amara comprendió a lo que se refería su padre — ¿puede creerlo, conde? La gente cree que puede salirse con la suya sin pagar sus deudas —Para entonces el cazador fue convencido por Hyun Seung de que culpable de la luna roja, si bien no era el mismo D’Lizoni estaba relacionado con él y el descubrir que su hija había protegido al puerco y posible criminal, le hacía ebullir la sangre — Fue mi error colocar ese asunto en manos incompetentes, pensé que estaba solucionado, pero debo encargarme yo de ello, así que si me disculpa…
El cazador hizo ademán de levantarse. Amara lo contempló con los ojos desorbitados, casi cristalizados, su corazón palpitaba raudo, golpeaba violento contra su pecho; su padre le había descubierto.
— ¡No! — vociferó ella levantándose de golpe antes de que Höor pudiese pronunciar palabra.
El golpe de los cubiertos contra la loza resonó en la estancia. Tanto la mirada glacial de Bastien como la sorprendida del noruego se posaron sobre ella. Había reaccionado por instinto y tuvo que hacer un esfuerzo inmenso para que sus respiraciones no se observaran agitadas. Apretó los puños hundiendo las uñas en la palma de la mano y contuvo el aire en sus pulmones. Sus pardos, altivos batían duelo con los fríos e implacables mares de su padre.
Un instante de silencio. La tensión en el ambiente era palpable.
— ¿Dónde han quedado tus modales, Amara? —Inquirió el cazador en tono incisivo. No estaba dispuesto a ceder, mucho menos a permitir que su hija lo desafiara — Por qué no terminas de comer y le das un recorrido al conde por la mansión.
No era una petición era una orden y si bien ya llevaba todas las de perder, de incumplirla, la castaña no lo llevaría mucho mejor.
— No será necesario, se me ha quitado el apetito —apretó los parpados, inspiró suspiró y entonces, tras esbozar una falsa sonrisa, arrastró su aguda e intensa mirada en dirección a Höor, que ya había terminado de comer — Conde Cannif, acompáñeme, por favor.
Considerable flujo de extranjeros llegaría a la ciudad y aquella sería la oportunidad perfecta de precisar, establecer o fortalecer relaciones políticas y económicas. Tanto nobles como hombres de alta alcurnia estaban más que dispuestos a ofrecer sus hogares de posada a los forasteros y, considerándose ellos personas civilizadas, optaron por sortear la lista de invitados.
Para la desgracia de Amara, Bastien —que era un hombre bastante meticuloso y sabía exactamente qué cartas jugar para obtener los resultados que deseaba— se había mostrado interesado en acoger a uno de los extranjeros en su mansión y, como si eso no fuera lo suficientemente malo, fue Höor Cannif, el conde neerlandés, su elegido. Realmente no era que tuviese nada en contra de aquel hombre, a penas lo conocía de nombre y por la impecable fama que lo precedía; no obstante, había sido fichado por su padre como posible candidato para desposarla y, considerando que hacía más bien poco este se había separado de su primera mujer, la propuesta enviada por el cazador a penas y podía considerarse prudencial.
Por fortuna, el conde, como todos los demás pretendientes que encontraba su padre, había rechazado la oferta. Ella distaba de ser lo que los hombres buscaban en una esposa, esa mujer dócil, que calla y vive por complacer al hombre, no, su carácter era difícil, indomable y podía llegar a ser una real molestia si se lo proponía, ella sólo conocía la ley de su padre y ni siquiera esa llegaba a acatar a plenitud; aunque era una mujer muy bella y más de uno se había fijado en ella, para entonces se había hecho a una reputación. Al igual que toda dama respetable era su deber encontrar un hombre de buena procedencia, casarse y formar una familia, en linajes como el suyo una alianza de esas era esencial, pero desgraciadamente nada de eso hacía parte de sus planes.
Para el día de la llegada del conde, su padre, como buen anfitrión, ya lo tenía todo minuciosamente preparado. Una comitiva de los mejores hombres del cazador había sido dispuesta para escoltar al noruego desde su arribo al puerto hasta la propiedad de los Argent, allí, la mejor habitación de la mansión había sido dispuesta para él y un vasto y exquisito banquete sería servido en su honor. Bastien sabía exactamente quién era Höor Cannif, lo había estudiado a detalle, su procedencia, su historia, su personalidad y en general todo testimonio con el que pudo hacerse de él. Tenía que saber a quién le abría las puertas de su casa y qué provecho podría sacar de la relación con él; por consiguiente, Amara también se encontraba bien informada.
El extranjero era mucho más que su título nobiliario, era un bárbaro, un diestro guerrero, el magnánimo héroe en sus tierras y tan buen individuo como peligroso por lo que, probable, posible, y seguramente, no necesitaría o gustaría de las pretenciosas atenciones del cazador; Sin embargo, la cultura francesa era suntuosa y Bastien lo suficientemente astuto como para reconocer la ventaja que jugaba a su favor, la verdad era que, de momento, él lo conocía todo de su invitado, pero este conocía poco y más bien nada de él, por lo menos, nada de la bestia que era en realidad y tampoco planeaba mostrárselo.
Mantener la fachada se convertiría en prioridad. Durante el tiempo que el conde se hospedara con ellos no habrían entrenamientos, ni saldrían en cruzada, las armas permanecerían guardadas bajo llave y tanto padre como hija pretenderían que la fracción más monótona de sus vidas era la única que existía. Amara había aceptado los términos a regañadientes, convivir con su progenitor era complicado y era la caza lo único mantenía sana su cordura. Bastien había optado por jugar la carta de la ignorancia en última e inamovible palabra, por supuesto, el castigo de la insubordinación sería cruento.
Por una vez en la vida, interpreta el puto papel, fue aquella la última advertencia que, mascullando entre dientes, dirigió el cazador a su hija, justo en el momento en el que el noruego cruzó el umbral de la verja que cercaba la propiedad. Sí, padre, fue la parca respuesta que este obtuvo de la castaña.
Con una amplia sonrisa esbozada en el rostro que cualquiera que no conociese al cazador hubiese comprado, este estrechó enérgico la mano del conde, dándole la bienvenida y procediendo a presentar a su hija.
— Monsieur Cannif — musitó ella con sus labios curvados en una fina media luna, inclinándose en modesta reverencia cuando él le besó la mano.
A orden de su padre, las mozas le habían arreglado para que luciese bastante llamativa. Llevaba un vestido escarlata de manga sisa, corsé que resaltaba sus atributos y falda ligeramente abombada; sus rizos largos y castaños caían gráciles sobre sus hombros y, aunque no llevaba demasiado maquillaje, sus pestañas estaban encrespadas, sus mejillas coloreadas de un tenue rubor rosa y sus labios pintados de un tono cereza provocador.
A pesar de todo, Bastien aún se encontraba optimista en que el conde cambiara de parecer, pero Amara comprendía que requería mucho más que lucir bien el captar la atención de un hombre y, por su parte, incluso si le interesara un posible compromiso con el vikingo, pues era más joven y atractivo de lo que esperaba, ya su mente había dado lugar a otro hombre quién, por desgracia, debía ser su peor enemigo.
Tras la amena recibida, el cazador guio el camino hacia el comedor. Ya en la mesa los tres tomaron asiento e inmediatamente las criadas se ocuparon de servir los calientes y deliciosos platos que habían sido cocinados para la ocasión. Durante el almuerzo, ambos condes participaron en dinámica conversación, hablaron de sus relaciones políticas, de la situación en noruega, del viaje del extranjero e incluso entre anécdotas alguna que otra ocurrencia los hizo reír.
Amara permaneció en silencio, simulando atender la conversación y articulando alguno que otro monosílabo cuando su opinión fue solicitada; no obstante, se encontrada ella demasiado abstraída en sus cavilaciones, mil ideas se aglomeraban en su cabeza… La reaparición de Malachai, todo lo que había hecho para proteger a Cameron y su primer encuentro con Vashni, ese infame lobo que no tuvo reparo en admitir ser el culpable de su más grande tragedia, cuyo recuerdo insistía en acaparar sus pensamientos y no necesariamente por los motivos que habrían de considerarse correctos.
Fue entonces cuando uno de los soldados de Bastien, disculpándose por la intromisión, se acercó a la mesa y susurró un par de palabras a su padre. La emoción que torció las facciones del cazador hablaba por él, la noticia que le llegaba al oído no le sentaba nada bien. El francés despachó al mensajero, carraspeó un poco y tras darle un sorbo a su copa de vino, plasmó en sus labios una sonrisa forzada, que no hizo muy buen trabajo en ocultar su molestia.
— Conde Cannif, me veo forzado a retirarme de urgencia — Con una fugaz mirada de soslayo fulminó a Amara, mataba y comía del muerto y así no podía presentarse ante su invitado — Ha habido un problema en el Banque de France que debo resolver, un déficit grande proveniente de una inversión en Italia — Explicó el cazador, comprimiendo el odio entre sus dientes. Fue entonces que Amara comprendió a lo que se refería su padre — ¿puede creerlo, conde? La gente cree que puede salirse con la suya sin pagar sus deudas —Para entonces el cazador fue convencido por Hyun Seung de que culpable de la luna roja, si bien no era el mismo D’Lizoni estaba relacionado con él y el descubrir que su hija había protegido al puerco y posible criminal, le hacía ebullir la sangre — Fue mi error colocar ese asunto en manos incompetentes, pensé que estaba solucionado, pero debo encargarme yo de ello, así que si me disculpa…
El cazador hizo ademán de levantarse. Amara lo contempló con los ojos desorbitados, casi cristalizados, su corazón palpitaba raudo, golpeaba violento contra su pecho; su padre le había descubierto.
— ¡No! — vociferó ella levantándose de golpe antes de que Höor pudiese pronunciar palabra.
El golpe de los cubiertos contra la loza resonó en la estancia. Tanto la mirada glacial de Bastien como la sorprendida del noruego se posaron sobre ella. Había reaccionado por instinto y tuvo que hacer un esfuerzo inmenso para que sus respiraciones no se observaran agitadas. Apretó los puños hundiendo las uñas en la palma de la mano y contuvo el aire en sus pulmones. Sus pardos, altivos batían duelo con los fríos e implacables mares de su padre.
Un instante de silencio. La tensión en el ambiente era palpable.
— ¿Dónde han quedado tus modales, Amara? —Inquirió el cazador en tono incisivo. No estaba dispuesto a ceder, mucho menos a permitir que su hija lo desafiara — Por qué no terminas de comer y le das un recorrido al conde por la mansión.
No era una petición era una orden y si bien ya llevaba todas las de perder, de incumplirla, la castaña no lo llevaría mucho mejor.
— No será necesario, se me ha quitado el apetito —apretó los parpados, inspiró suspiró y entonces, tras esbozar una falsa sonrisa, arrastró su aguda e intensa mirada en dirección a Höor, que ya había terminado de comer — Conde Cannif, acompáñeme, por favor.
Amara J. Argent- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 162
Fecha de inscripción : 19/04/2016
Localización : El diablo sabe dónde
Re: Las motivaciones de un cazador (privado)
Podía ser un bárbaro, pero distaba mucho esta situación de pasar para mi desapercibida. Si bien era cierto acepte la invitación de Bastien para evitar quedar como un desagradecido ante el conde parisino, sabia que era una encerrona, para posar ante mis ojos a su hija. Su belleza era infinita, él lo sabía, unos pozos negros se hundieron en los míos y su sonrisa, falsa como ninguna otra se ensancho ligeramente con la reverencia. Su mano entre la mía denotaba que lejos de ser una dama de la corte estaba mas que acostumbrada a esgrimir armas. Nuestras manso no eran distintas, ásperas, callosas y con mas de una cicatriz en ellas, admito que de estar soltero y haberla conocido hubiera conseguido acaparar mi atención..al menos mi curiosidad.
Tras la formal bienvenida pasamos al interior de la mansión donde tras acomodarme en una cámara ostentosa pero bastante practica, me hicieron bajar al gran salón a degustar algunos de los manjares típicos de la caza de estas tierras.
La conversación era amena, Bastien era un hombre interesante que conocía la problemática del norte, deduzco que la estudio al ofrecerme la mano d su hija, así que no dudó en hablarme de estrategias y otros asuntos pues él como yo parecíamos entendidos en la batalla mas que la mayoría de los nobles de las tierras francesas.
Ibamos por el postre cuando uno de sus hombres se acerco a este susurrando en su oído algún tipo de problemática, entendía mejor que nade las interrupciones, mi vida estaba llena de muchas de ellas, así que me limité a dar un sorbo del borgoña asintiendo y disculpando así su ausencia sin hacer preguntas, su secretos no eran de mi incumbencia, mas fue la reacción de su joven hija la que me llevó a entrecerrar ligeramente uno de los ojos descifrando que quizás su relación no era tan idílica como se esforzaban en mostrar.
El pecho de la joven subía y bajaba preso de la rabia y el padre la llamó al orden cuando los cubiertos golpearon contra la mesa.
-No os preocupeis Bastien, conozco la impetuosidad de las mujeres, también soy padre y a veces estas cosas suceden -justifiqué su comportamiento porque prefería calmar las turbias aguas que entre amos parecían haberse abierto y me incorporé en cuanto la dama me ofreció salir de allí para dar un paseo.
Amara necesitaba aire y a mi no me importaba tomarlo, así que con caballerosidad le tendí el brazo que tomo aun bastante enrabietada con la situación creada, eso si, fingiendo como hasta hora lo había hecho ser una vulgar dama.
Ladeé la sonrisa en el exterior, aun eramos objeto de indiscretas miradas, mas pronto un laberinto se convirtió en nuestro aliado y allí afilé mas la curva de mis labios.
-No deberías ser quien no eres, no conmigo.
Tomé su mano deslizando por sus nudillos mis dedos, dibujando las callosidades de su palma. - No son manos de una vulgar joven que borda y toca el piano Amara ¿puedo tutearos?
Sus tormentas se hundieron en mis pardos, como si no esperara mis palabras, aunque note cierto alivio, pues su espalda que hasta ahora se había mantenido recta se relajó y con ella su gesto.
-Quizás hubiera sido mas adecuado un entrenamiento, y no un paseo por los jardines de tu casa ¿cierto?
Tras la formal bienvenida pasamos al interior de la mansión donde tras acomodarme en una cámara ostentosa pero bastante practica, me hicieron bajar al gran salón a degustar algunos de los manjares típicos de la caza de estas tierras.
La conversación era amena, Bastien era un hombre interesante que conocía la problemática del norte, deduzco que la estudio al ofrecerme la mano d su hija, así que no dudó en hablarme de estrategias y otros asuntos pues él como yo parecíamos entendidos en la batalla mas que la mayoría de los nobles de las tierras francesas.
Ibamos por el postre cuando uno de sus hombres se acerco a este susurrando en su oído algún tipo de problemática, entendía mejor que nade las interrupciones, mi vida estaba llena de muchas de ellas, así que me limité a dar un sorbo del borgoña asintiendo y disculpando así su ausencia sin hacer preguntas, su secretos no eran de mi incumbencia, mas fue la reacción de su joven hija la que me llevó a entrecerrar ligeramente uno de los ojos descifrando que quizás su relación no era tan idílica como se esforzaban en mostrar.
El pecho de la joven subía y bajaba preso de la rabia y el padre la llamó al orden cuando los cubiertos golpearon contra la mesa.
-No os preocupeis Bastien, conozco la impetuosidad de las mujeres, también soy padre y a veces estas cosas suceden -justifiqué su comportamiento porque prefería calmar las turbias aguas que entre amos parecían haberse abierto y me incorporé en cuanto la dama me ofreció salir de allí para dar un paseo.
Amara necesitaba aire y a mi no me importaba tomarlo, así que con caballerosidad le tendí el brazo que tomo aun bastante enrabietada con la situación creada, eso si, fingiendo como hasta hora lo había hecho ser una vulgar dama.
Ladeé la sonrisa en el exterior, aun eramos objeto de indiscretas miradas, mas pronto un laberinto se convirtió en nuestro aliado y allí afilé mas la curva de mis labios.
-No deberías ser quien no eres, no conmigo.
Tomé su mano deslizando por sus nudillos mis dedos, dibujando las callosidades de su palma. - No son manos de una vulgar joven que borda y toca el piano Amara ¿puedo tutearos?
Sus tormentas se hundieron en mis pardos, como si no esperara mis palabras, aunque note cierto alivio, pues su espalda que hasta ahora se había mantenido recta se relajó y con ella su gesto.
-Quizás hubiera sido mas adecuado un entrenamiento, y no un paseo por los jardines de tu casa ¿cierto?
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
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Fecha de inscripción : 21/09/2016
Localización : el placentero infierno de tus piernas.
Re: Las motivaciones de un cazador (privado)
Amara sujetó el brazo de Höor quien, lejos de mostrarse incómodo, pareció tomarse la tensa situación a la ligera y hasta con cierta gracia. Bastien asintió y con expresión parca se retiró sin decir otra palabra, usualmente el papel de conde se le daba mejor y, a pesar de que el cazador era mucho más hábil que su hija a la hora de camuflar y controlar sus impulsos, si el asunto tocaba el nervio correcto, —como lo usualmente lo hacía cualquier tema que se relacionara con su eterna cruzada y la noche de luna de sangre— toda su fachada se podría desmoronar.
Caminaron a través de la propiedad. La castaña aún tenía la cabeza caliente, la sangre en su interior ebullía, fluía presurosa por sus venas, así que supuso que lo mejor sería iniciar el recorrido por los jardines de la mansión. En un principio, ambos permanecieron en silencio, las aptitudes sociales de Amara estaban bastante oxidadas; miradas indiscretas, tanto de la servidumbre como de los guardias, seguían furtivas su recorrido, y haber estudiado al conde no implicaba conocerlo.
Ciertamente, no compartían cosas en común y tampoco tenían mucho de qué hablar, mas por el bien de sostener su acto y cumplir con su papel —pues bien sabía que de no hacerlo las consecuencias serían poco afortunadas— apuntó a relatarle al conde alguno que otro dato curioso acerca de la vegetación adornaba el parterre; de todas formas, la mujer que aparentaba ser no contaba con nada más interesante para ofrecer.
El símbolo que representaba a su estirpe era la flor de lis y, como referencia a ello, cientos de lirios, de diferentes tamaños y colores decoraban el césped. Un par de matorrales llenos de exóticas orquídeas —Cattleyas, traídas desde sur américa— cercaban las tumbas de su madre y sus hermanas. No entró en detalles, Höor no los necesitaba y tampoco se sentía inclinada a hacerlo, pero sí le comentó que eran las flores favoritas de su madre y por esta razón Bastien se había tomado la molestia de conseguirlas. Sin embargo, cuando cruzaron un camino cercado por racimos de flores pequeñas y violáceas que, por algún motivo, cautivaron la atención del noruego, Amara pasó saliva: era el acónito.
— Se les llama Acónito —Carraspeó la garganta nerviosa — Si alguna vez decide dar un paseo por sí solo, le recomiendo que se mantenga alejado de estas, son bonitas pero tóxicas.
Afortunadamente, el tema murió allí y ambos callaron de nuevo. Sorpresivamente para la cazadora, tan pronto como viraron por un camino que los resguardó de las entrometidas miradas, fue el conde quien resquebrajó el pesado silencio.
— ¿discúlpeme? — Inquirió con los ojos desorbitados como respuesta a las intrépidas palabras del extranjero.
Amara se detuvo en seco en el momento en que Höor le tomó de la mano y repasó el escarpado contorno de sus nudillos, un detalle sutil, difícilmente perceptible, pero que, atando los cabos correctos, la delataría. Observador, podría ser un vikingo, pero era un hombre astuto y había subestimado esa cualidad. Entrecerró los ojos, meditando la situación, barajando veloz las posibilidades, tentada a ceder en ese preciso instante y mostrar su verdadera esencia. Daba por hecho que su padre se cabrearía pero, aunque no le disgustaba la idea de convertirse en el dolor de trasero número uno del cazador, no era la decisión más prudente para su situación.
Ya se le había ocurrido una idea para mantener a su padre ocupado, lejos del rastro de Cameron o cualquiera que clamara estar implicado en la Lune Rouge; no quería actuar hasta estar segura y para ese punto no lo estaba de nada. Necesitaba proceder con cautela, no podía darse el lujo de actuar por impulso. Las emociones no podían nublarle el juicio.
— ¿Qué está insinuando, Monsieur Cannif? — frunció el entrecejo, deslizando su mano fuera del agarre del extranjero, casi como si el tacto le escociera — ¿Quiere decir que soy una de esas señoritas de aspecto varonil? ¿Que mis manos son las de una salvaje? — Inquirió en fingida inflexión de ofensa, presentándose exageradamente insultada por las preguntas del conde, consciente de que estaba sacando las palabras fuera de contexto y de proporciones— ¿Es esa la razón por la que me rechazó?
Höor la contempló sorprendido y entreabrió los labios para explicarse pero ella no se lo permitió. Su reacción era desmesurada, pero bastante apropiada para una mujer parisina; cualquier señorita a la que le fuese cuestionada su femineidad perdería los estribos.
— Mmmmm, ya veo — Se cruzó de brazos y elevó el mentón con temple orgulloso, centrando sus oscuros y altivos orbes en los ajenos— He escuchado mucho de usted, conde —Hizo énfasis en el título nobiliario — El héroe, la leyenda del norte… déjeme decirle que está usted muy por encima de su propia cabeza, pues lo único verdaderamente cierto es que es un bárbaro.
Tuvo que hacer un esfuerzo muy grande para no estallar en carcajadas. El acto que montó estuvo tan bien ejecutado que parecía el hombre se lo había tragado. Quizá en otra vida hubiese sido una gran actriz.
— Así que no, no puede tutearme. De hecho, una vez acabemos con ese sinsentido, apreciaría se mantuviera fuera de mi camino. — Le espetó, dándose media de forma agresiva, tanto que sus cabellos ondearon al aire y golpearon el rostro del conde.
Sin esperar contestación Amara marchó fuera de aquel camino, quedando de nuevo expuesta a las miradas del servicio de su padre, obligándose a apretar los labios para que no se le escapara una sonrisa. Höor fue tras ella pero antes de que pudiese decir nada, viéndose bajo los reflectores pareció optar por mantenerse en silencio.
— Sígame, conde, por favor. — Esbozó una falsa sonrisa.
El resto del camino las palabras intercambiadas fueron escasas. Amara apresuró el recorrido por la mansión, formulando una que otra palabra suelta cada vez que pasaban frente a una nueva habitación. “Sala”, “baño”, “cocina” y en un abrir y cerrar de ojos se encontraron bajo el umbral de la estancia dispuesta para el noruego. Elvire, el ama de llaves, se erguía plantada a un costado de la puerta.
— Eso es todo, Monsieur Cannif — declaró con poca emoción — Cualquier cosa que necesite comuníqueselo a Elvire. —Señaló a la mujer con la mirada— Que tenga buena tarde.
Sin mucho más que decir, Amara se alejó del hombre tan rápido como le fue posible; no era ningún tonto y de darle pie para ello, no tardaría en desenmascararlos, tanto a ella como a su progenitor. Una vez fuera del campo visual del extranjero, sigilosa, la joven cazadora se desplazó entre los pasillos hasta la última planta, justo donde se encontraba la armería. La recámara no era custodiada por ningún guardia, pero si se encontraba bajo llave y el único con acceso era, efectivamente, Bastien. Ella, por consecuente, era la única lo suficientemente estúpida como para desafiarlo.
Con cuidado, Amara retiró de sus cabellos uno de los pasadores que sostenía los mechones de los costados, atados en corona y, tras arrastrar la mirada de un lado a otro asegurándose de que nadie fisgoneara, procedió a forzar la cerradura. No le tomó más que un par de segundos el abrir la puerta, necesitaba hacerse con sus armas y estaba segura de que no había forma en el infierno en la que su padre se las diera voluntariamente.
Amara ingresó en la oscura habitación, atestada de un arsenal digno de guerra, transitando cadenciosa en medio de las peligrosas armas en busca de las propias. Lo primero que encontró fueron sus dagas. Con una sonrisa victoriosa, la castaña agarró las gemelas por el mango y las hizo girar entre sus dedos; sin embargo, cuando detuvo la oscilación para contemplar el filo, a través del reflejo de la hoja argentada, Amara divisó una borrosa silueta a sus espaldas.
En reacción instintiva, la cazadora se volvió rauda y sin vacilación lanzó la daga, quedando esta incrustada en la pared, a escasos centímetros de la cabeza del intruso. Grande fue su sorpresa al descubrir que se trataba de Höor. Gruñó irritada. ¿Qué demonios estaba haciendo allí?
Él, por el contrario, lucía bastante entretenido.
— Es un truco para fiestas — Apostó a decir justificando lo ocurrido, arrugando el entrecejo en clara mueca de molestia.
Caminaron a través de la propiedad. La castaña aún tenía la cabeza caliente, la sangre en su interior ebullía, fluía presurosa por sus venas, así que supuso que lo mejor sería iniciar el recorrido por los jardines de la mansión. En un principio, ambos permanecieron en silencio, las aptitudes sociales de Amara estaban bastante oxidadas; miradas indiscretas, tanto de la servidumbre como de los guardias, seguían furtivas su recorrido, y haber estudiado al conde no implicaba conocerlo.
Ciertamente, no compartían cosas en común y tampoco tenían mucho de qué hablar, mas por el bien de sostener su acto y cumplir con su papel —pues bien sabía que de no hacerlo las consecuencias serían poco afortunadas— apuntó a relatarle al conde alguno que otro dato curioso acerca de la vegetación adornaba el parterre; de todas formas, la mujer que aparentaba ser no contaba con nada más interesante para ofrecer.
El símbolo que representaba a su estirpe era la flor de lis y, como referencia a ello, cientos de lirios, de diferentes tamaños y colores decoraban el césped. Un par de matorrales llenos de exóticas orquídeas —Cattleyas, traídas desde sur américa— cercaban las tumbas de su madre y sus hermanas. No entró en detalles, Höor no los necesitaba y tampoco se sentía inclinada a hacerlo, pero sí le comentó que eran las flores favoritas de su madre y por esta razón Bastien se había tomado la molestia de conseguirlas. Sin embargo, cuando cruzaron un camino cercado por racimos de flores pequeñas y violáceas que, por algún motivo, cautivaron la atención del noruego, Amara pasó saliva: era el acónito.
— Se les llama Acónito —Carraspeó la garganta nerviosa — Si alguna vez decide dar un paseo por sí solo, le recomiendo que se mantenga alejado de estas, son bonitas pero tóxicas.
Afortunadamente, el tema murió allí y ambos callaron de nuevo. Sorpresivamente para la cazadora, tan pronto como viraron por un camino que los resguardó de las entrometidas miradas, fue el conde quien resquebrajó el pesado silencio.
— ¿discúlpeme? — Inquirió con los ojos desorbitados como respuesta a las intrépidas palabras del extranjero.
Amara se detuvo en seco en el momento en que Höor le tomó de la mano y repasó el escarpado contorno de sus nudillos, un detalle sutil, difícilmente perceptible, pero que, atando los cabos correctos, la delataría. Observador, podría ser un vikingo, pero era un hombre astuto y había subestimado esa cualidad. Entrecerró los ojos, meditando la situación, barajando veloz las posibilidades, tentada a ceder en ese preciso instante y mostrar su verdadera esencia. Daba por hecho que su padre se cabrearía pero, aunque no le disgustaba la idea de convertirse en el dolor de trasero número uno del cazador, no era la decisión más prudente para su situación.
Ya se le había ocurrido una idea para mantener a su padre ocupado, lejos del rastro de Cameron o cualquiera que clamara estar implicado en la Lune Rouge; no quería actuar hasta estar segura y para ese punto no lo estaba de nada. Necesitaba proceder con cautela, no podía darse el lujo de actuar por impulso. Las emociones no podían nublarle el juicio.
— ¿Qué está insinuando, Monsieur Cannif? — frunció el entrecejo, deslizando su mano fuera del agarre del extranjero, casi como si el tacto le escociera — ¿Quiere decir que soy una de esas señoritas de aspecto varonil? ¿Que mis manos son las de una salvaje? — Inquirió en fingida inflexión de ofensa, presentándose exageradamente insultada por las preguntas del conde, consciente de que estaba sacando las palabras fuera de contexto y de proporciones— ¿Es esa la razón por la que me rechazó?
Höor la contempló sorprendido y entreabrió los labios para explicarse pero ella no se lo permitió. Su reacción era desmesurada, pero bastante apropiada para una mujer parisina; cualquier señorita a la que le fuese cuestionada su femineidad perdería los estribos.
— Mmmmm, ya veo — Se cruzó de brazos y elevó el mentón con temple orgulloso, centrando sus oscuros y altivos orbes en los ajenos— He escuchado mucho de usted, conde —Hizo énfasis en el título nobiliario — El héroe, la leyenda del norte… déjeme decirle que está usted muy por encima de su propia cabeza, pues lo único verdaderamente cierto es que es un bárbaro.
Tuvo que hacer un esfuerzo muy grande para no estallar en carcajadas. El acto que montó estuvo tan bien ejecutado que parecía el hombre se lo había tragado. Quizá en otra vida hubiese sido una gran actriz.
— Así que no, no puede tutearme. De hecho, una vez acabemos con ese sinsentido, apreciaría se mantuviera fuera de mi camino. — Le espetó, dándose media de forma agresiva, tanto que sus cabellos ondearon al aire y golpearon el rostro del conde.
Sin esperar contestación Amara marchó fuera de aquel camino, quedando de nuevo expuesta a las miradas del servicio de su padre, obligándose a apretar los labios para que no se le escapara una sonrisa. Höor fue tras ella pero antes de que pudiese decir nada, viéndose bajo los reflectores pareció optar por mantenerse en silencio.
— Sígame, conde, por favor. — Esbozó una falsa sonrisa.
El resto del camino las palabras intercambiadas fueron escasas. Amara apresuró el recorrido por la mansión, formulando una que otra palabra suelta cada vez que pasaban frente a una nueva habitación. “Sala”, “baño”, “cocina” y en un abrir y cerrar de ojos se encontraron bajo el umbral de la estancia dispuesta para el noruego. Elvire, el ama de llaves, se erguía plantada a un costado de la puerta.
— Eso es todo, Monsieur Cannif — declaró con poca emoción — Cualquier cosa que necesite comuníqueselo a Elvire. —Señaló a la mujer con la mirada— Que tenga buena tarde.
Sin mucho más que decir, Amara se alejó del hombre tan rápido como le fue posible; no era ningún tonto y de darle pie para ello, no tardaría en desenmascararlos, tanto a ella como a su progenitor. Una vez fuera del campo visual del extranjero, sigilosa, la joven cazadora se desplazó entre los pasillos hasta la última planta, justo donde se encontraba la armería. La recámara no era custodiada por ningún guardia, pero si se encontraba bajo llave y el único con acceso era, efectivamente, Bastien. Ella, por consecuente, era la única lo suficientemente estúpida como para desafiarlo.
Con cuidado, Amara retiró de sus cabellos uno de los pasadores que sostenía los mechones de los costados, atados en corona y, tras arrastrar la mirada de un lado a otro asegurándose de que nadie fisgoneara, procedió a forzar la cerradura. No le tomó más que un par de segundos el abrir la puerta, necesitaba hacerse con sus armas y estaba segura de que no había forma en el infierno en la que su padre se las diera voluntariamente.
Amara ingresó en la oscura habitación, atestada de un arsenal digno de guerra, transitando cadenciosa en medio de las peligrosas armas en busca de las propias. Lo primero que encontró fueron sus dagas. Con una sonrisa victoriosa, la castaña agarró las gemelas por el mango y las hizo girar entre sus dedos; sin embargo, cuando detuvo la oscilación para contemplar el filo, a través del reflejo de la hoja argentada, Amara divisó una borrosa silueta a sus espaldas.
En reacción instintiva, la cazadora se volvió rauda y sin vacilación lanzó la daga, quedando esta incrustada en la pared, a escasos centímetros de la cabeza del intruso. Grande fue su sorpresa al descubrir que se trataba de Höor. Gruñó irritada. ¿Qué demonios estaba haciendo allí?
Él, por el contrario, lucía bastante entretenido.
— Es un truco para fiestas — Apostó a decir justificando lo ocurrido, arrugando el entrecejo en clara mueca de molestia.
Amara J. Argent- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 162
Fecha de inscripción : 19/04/2016
Localización : El diablo sabe dónde
Re: Las motivaciones de un cazador (privado)
La ofensa que según ella interpretaba en mis palabras la llevó a retirar su mano de entre las mías, asegurando que mis insinuaciones acerca de sus manos varoniles eran un insulto, es mas, se atrevió a rebatir mi observación como si yo no fuera capaz de distinguir las manso de una guerrera. Saco todo su arsenal ahora asegurando que sus manos eran el motivo por el que la había rechazado, le hubiera rebatido cada palabra absurda de no ser mas que consciente de que solo era una representación teatral burda llevada a la máxima para que su engaño resultara creíble.
Yo era un bárbaro, su palabra no logró ni de lejos ofenderme pues estaba francamente orgulloso de ser norteño y guerrero.
Escapó del laberinto con una facilidad inusitada y no pude evitar ladear la sonrisa con cierta picarda al ver a la liebre saltar de su madriguera francamente incomoda.
La seguí en silencio escuchando como me presentaba el resto de la casa con una mera palabra, salón, recibidor y así hasta alcanzar mi cámara. Sus ganas de librarse de mi iban relacionadas seguramente al asunto que a su padre lo había llevado a abandonar la estancia ..no es que fuera curioso, pero tampoco era un hombre ingenuo, así que lejos de meterme en la habitación me limité a seguir al ratón.
Me detuve frente a una puerta, Amara en su interior jugueteaba con unas armas que de no ser para practicar sadomasoquismo con algún conde apuntaban mas a la guerra que a los juegos de mascaras. Carraspeé con toda la intención, eso si, no disimulé un ápice la diversión que ver su cara me produjo, menos cuando con un leve movimiento de cabeza esquivé esa daga bien enviada para matarme.
-tststs -dije negando con el dedo -¿que pensaría tu padre si matas al hombre con el que planea desposarte? -bromeé llevando mi diestra al mango de la daga y de un tirón la saqué del marco de la puerta donde había quedado clavada.
La hice girar en el aire y tomándola por la hoja pero en su parte plana le tendí el mango para que lo cogiera devolviéndosela a su legitima dueña.
-de allí de donde vengo las mujeres son escuderas y eso es una honra tal como aquí ser mujer florero -alegué en mi defensa.
Deslicé mis dedos por un par de espadas cortas bien afiladas cuya hoja era de plata.
-Cazadores, esto, tus manos, el porte de tu padre y el acónito que cultivas en el exterior es suficiente como para sacar mis propias conclusiones.
Yo era padre de un niño con magia, no es que estuviera de acuerdo con como hacían las cosas la inmensa mayoría de cazadores, mas desconocía la moralidad de estos, y no estaba en su casa para juzgarlos si no como invitado.
-¿Y si la cazadora y el bárbaro tomamos un par de monturas y me permites enseñarte un lugar donde solía entrenar cuando residía en París?
Yo era un bárbaro, su palabra no logró ni de lejos ofenderme pues estaba francamente orgulloso de ser norteño y guerrero.
Escapó del laberinto con una facilidad inusitada y no pude evitar ladear la sonrisa con cierta picarda al ver a la liebre saltar de su madriguera francamente incomoda.
La seguí en silencio escuchando como me presentaba el resto de la casa con una mera palabra, salón, recibidor y así hasta alcanzar mi cámara. Sus ganas de librarse de mi iban relacionadas seguramente al asunto que a su padre lo había llevado a abandonar la estancia ..no es que fuera curioso, pero tampoco era un hombre ingenuo, así que lejos de meterme en la habitación me limité a seguir al ratón.
Me detuve frente a una puerta, Amara en su interior jugueteaba con unas armas que de no ser para practicar sadomasoquismo con algún conde apuntaban mas a la guerra que a los juegos de mascaras. Carraspeé con toda la intención, eso si, no disimulé un ápice la diversión que ver su cara me produjo, menos cuando con un leve movimiento de cabeza esquivé esa daga bien enviada para matarme.
-tststs -dije negando con el dedo -¿que pensaría tu padre si matas al hombre con el que planea desposarte? -bromeé llevando mi diestra al mango de la daga y de un tirón la saqué del marco de la puerta donde había quedado clavada.
La hice girar en el aire y tomándola por la hoja pero en su parte plana le tendí el mango para que lo cogiera devolviéndosela a su legitima dueña.
-de allí de donde vengo las mujeres son escuderas y eso es una honra tal como aquí ser mujer florero -alegué en mi defensa.
Deslicé mis dedos por un par de espadas cortas bien afiladas cuya hoja era de plata.
-Cazadores, esto, tus manos, el porte de tu padre y el acónito que cultivas en el exterior es suficiente como para sacar mis propias conclusiones.
Yo era padre de un niño con magia, no es que estuviera de acuerdo con como hacían las cosas la inmensa mayoría de cazadores, mas desconocía la moralidad de estos, y no estaba en su casa para juzgarlos si no como invitado.
-¿Y si la cazadora y el bárbaro tomamos un par de monturas y me permites enseñarte un lugar donde solía entrenar cuando residía en París?
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
- Mensajes : 976
Fecha de inscripción : 21/09/2016
Localización : el placentero infierno de tus piernas.
Re: Las motivaciones de un cazador (privado)
Amara agudizó la mirada ante la divertida respuesta del conde, mientras sus oscuros e intensos orbes seguían con minucioso cuidado los movimientos del mismo. Höor tiró de la daga incrustada en el marco de la puerta, la deslizó con habilidad entre los dedos de la diestra e inmediatamente se la ofreció por el mango en son de paz, ladeando las comisuras de los labios en un guiño arrogante que a ella le hizo rodar los ojos.
Él le daba explicaciones, o por lo menos intentaba otorgar el sentido correcto a las previas y malinterpretadas palabras, pero ella se limitó a contemplarlo con mirada afilada, inmóvil y en silencio, atendiéndolo en el discurso hasta el punto final. Sinceramente no era necesario que lo hiciera, había retorcido las palabras a su beneficio y era más que consciente de ello, pero supuso que a él la aclaración le daría la certeza de que todo quedase perfectamente comprendido, así que no lo interrumpió; únicamente hasta que terminó, la castaña asintió y le recibió el arma.
— Noruega suena como el paraíso — Musitó por lo bajo, examinando la lustrosa hoja mientras deslizando el índice sobre borde en un roce fantasmal — Y si te asesinara, probablemente mi padre se cabrearía un montón — Elevó sus pardos hasta los pantanosos orbes de su opuesto y con expresión vacía le apuntó al cuello con la punzante y argentada arista de la daga— Para ser sincera, de momento, la idea suena bastante tentadora — Continuó, deslizando la afilada punta por la piel del conde, contorneándole con ella la forma del cuello en fricción etérea que a penas y causaría un cosquilleo. Amara ladeó la cabeza y con ella una ladina sonrisa; Höor, por el contrario, permaneció estático sin perder la diversión de su rostro, seguramente a sabiendas de que no lo lastimaría — Que mal que no me siento con ganas de comenzar una guerra… pero quién sabe más tarde.
Apartó la hoja de la dermis del extranjero y dándose media vuelta como si no se le diera nada, se levantó la falda, enfundó las gemelas en la pernera y dejó que la tela del vestido cayera grácil a sus pies, planchando las arrugas con las manos. El conde decía saber lo que ella y su padre eran más allá de las apariencias. No se equivocaba, eran cazadores, bien estudiados, armados, entrenados y peligrosos asesinos… quizá había subestimado al extranjero y era más astuto de lo que esperaba, pero no existía forma en el infierno en la que ella lo admitiera su error. En completo silencio, la castaña le escuchó sacar conclusiones, mientras rebuscaba entre las armas.
— Felicitaciones, lo has descubierto — Masculló con inflexión sarcástica— ¿Qué quieres? Un pastelillo — Se detuvo en su búsqueda para darle un vistazo fugaz al conde. Él no le dijo nada, tampoco esperaba que lo hiciera pues se veía como un tipo prudente, mas sabía lo suficiente como para reconocer el juicio moral que refulgía en esa boscosa mirada — Hombres lobo — Suspiró, ladeó la sonrisa y retomó su búsqueda entre el arsenal, él no había pedido aclaración y ciertamente no tenía por qué dársela, pero aun así quiso hacerlo— A veces vampiros, si la situación lo requiere… pero más que todo licántropos — Se encogió de hombros sin más y lo miró de soslayo— ¿Qué? ¿algún perrito en la familia? — inquirió divertida— No hay nada de que preocuparse mientras le tengas una buena correa.
Fue entonces cuando el joven guerrero sugirió que lo acompañara. La cazadora se volvió hacia él instantáneamente y entrecerró los ojos.
— Con cuidado, Cannif, si sigues así voy a comenzar a creer que estás intentando cortejarme de verdad — Bromeó — mmmm… — Lo meditó por unos instantes, juntando los labios en una mueca de reflexión mientras barajaba sus opciones — De acuerdo —Accedió al fin — Pero vas a tener que hacer algo por mí. —El vikingo enarcó una ceja mientras ella ensanchaba la sonrisa— Piensa rápido —repentinamente, le lanzó una ballesta, un paquete con flechas y una espada que él las atrapó sin mayor problema, —Necesito que escondas eso es tu habitación, mi padre ordena que requisen la mía todas las mañanas, no le he dado muchas razones para fiarse de mí, mas tú no le has dado ninguna para desconfiar.
Se aproximó hacia él a paso cadencioso y colocándole la mano en el pecho lo empujó en dirección a la salida, anclando sus pozos oscuros como dos arpones a las esferas ajenas, mientras Höor reculaba hacia atrás, siendo guiado por ella. Tan pronto como cruzaron el umbral de la armería y la espalda de Höor colisionó suavemente con la pared del pasillo, con la mano que aún tenía libre, la castaña cerró la puerta a sus espadas.
— Démosle a Bastien Argent el espectáculo que quiere — Su diestra se resbalara hasta caer sin fuerza al costado y entonces se giró hacia la izquierda y comenzó a caminar — Te veo en diez minutos en las caballerizas — Le avisó sin tomarse la molestia de mirarlo, pero entonces se detuvo en seco y le dio un vistazo por encima del hombro — Ah, y procura que nadie te vea cargando eso por ahí, si mi padre se entera que sabes nuestro pequeño secreto, te mataré y no bromeó.
Una vez finalizó su dicción se alejó por el pasillo, contoneándose con altivez propia de una pequeña victoria.
Él le daba explicaciones, o por lo menos intentaba otorgar el sentido correcto a las previas y malinterpretadas palabras, pero ella se limitó a contemplarlo con mirada afilada, inmóvil y en silencio, atendiéndolo en el discurso hasta el punto final. Sinceramente no era necesario que lo hiciera, había retorcido las palabras a su beneficio y era más que consciente de ello, pero supuso que a él la aclaración le daría la certeza de que todo quedase perfectamente comprendido, así que no lo interrumpió; únicamente hasta que terminó, la castaña asintió y le recibió el arma.
— Noruega suena como el paraíso — Musitó por lo bajo, examinando la lustrosa hoja mientras deslizando el índice sobre borde en un roce fantasmal — Y si te asesinara, probablemente mi padre se cabrearía un montón — Elevó sus pardos hasta los pantanosos orbes de su opuesto y con expresión vacía le apuntó al cuello con la punzante y argentada arista de la daga— Para ser sincera, de momento, la idea suena bastante tentadora — Continuó, deslizando la afilada punta por la piel del conde, contorneándole con ella la forma del cuello en fricción etérea que a penas y causaría un cosquilleo. Amara ladeó la cabeza y con ella una ladina sonrisa; Höor, por el contrario, permaneció estático sin perder la diversión de su rostro, seguramente a sabiendas de que no lo lastimaría — Que mal que no me siento con ganas de comenzar una guerra… pero quién sabe más tarde.
Apartó la hoja de la dermis del extranjero y dándose media vuelta como si no se le diera nada, se levantó la falda, enfundó las gemelas en la pernera y dejó que la tela del vestido cayera grácil a sus pies, planchando las arrugas con las manos. El conde decía saber lo que ella y su padre eran más allá de las apariencias. No se equivocaba, eran cazadores, bien estudiados, armados, entrenados y peligrosos asesinos… quizá había subestimado al extranjero y era más astuto de lo que esperaba, pero no existía forma en el infierno en la que ella lo admitiera su error. En completo silencio, la castaña le escuchó sacar conclusiones, mientras rebuscaba entre las armas.
— Felicitaciones, lo has descubierto — Masculló con inflexión sarcástica— ¿Qué quieres? Un pastelillo — Se detuvo en su búsqueda para darle un vistazo fugaz al conde. Él no le dijo nada, tampoco esperaba que lo hiciera pues se veía como un tipo prudente, mas sabía lo suficiente como para reconocer el juicio moral que refulgía en esa boscosa mirada — Hombres lobo — Suspiró, ladeó la sonrisa y retomó su búsqueda entre el arsenal, él no había pedido aclaración y ciertamente no tenía por qué dársela, pero aun así quiso hacerlo— A veces vampiros, si la situación lo requiere… pero más que todo licántropos — Se encogió de hombros sin más y lo miró de soslayo— ¿Qué? ¿algún perrito en la familia? — inquirió divertida— No hay nada de que preocuparse mientras le tengas una buena correa.
Fue entonces cuando el joven guerrero sugirió que lo acompañara. La cazadora se volvió hacia él instantáneamente y entrecerró los ojos.
— Con cuidado, Cannif, si sigues así voy a comenzar a creer que estás intentando cortejarme de verdad — Bromeó — mmmm… — Lo meditó por unos instantes, juntando los labios en una mueca de reflexión mientras barajaba sus opciones — De acuerdo —Accedió al fin — Pero vas a tener que hacer algo por mí. —El vikingo enarcó una ceja mientras ella ensanchaba la sonrisa— Piensa rápido —repentinamente, le lanzó una ballesta, un paquete con flechas y una espada que él las atrapó sin mayor problema, —Necesito que escondas eso es tu habitación, mi padre ordena que requisen la mía todas las mañanas, no le he dado muchas razones para fiarse de mí, mas tú no le has dado ninguna para desconfiar.
Se aproximó hacia él a paso cadencioso y colocándole la mano en el pecho lo empujó en dirección a la salida, anclando sus pozos oscuros como dos arpones a las esferas ajenas, mientras Höor reculaba hacia atrás, siendo guiado por ella. Tan pronto como cruzaron el umbral de la armería y la espalda de Höor colisionó suavemente con la pared del pasillo, con la mano que aún tenía libre, la castaña cerró la puerta a sus espadas.
— Démosle a Bastien Argent el espectáculo que quiere — Su diestra se resbalara hasta caer sin fuerza al costado y entonces se giró hacia la izquierda y comenzó a caminar — Te veo en diez minutos en las caballerizas — Le avisó sin tomarse la molestia de mirarlo, pero entonces se detuvo en seco y le dio un vistazo por encima del hombro — Ah, y procura que nadie te vea cargando eso por ahí, si mi padre se entera que sabes nuestro pequeño secreto, te mataré y no bromeó.
Una vez finalizó su dicción se alejó por el pasillo, contoneándose con altivez propia de una pequeña victoria.
Amara J. Argent- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 162
Fecha de inscripción : 19/04/2016
Localización : El diablo sabe dónde
Re: Las motivaciones de un cazador (privado)
Mi sonrisa se ladeo ante las mordaces palabras de la cazadora, Amara parecía tener el don de la rebeldía, muy distinta a todas las mujeres Parisinas era capaz de envolverte con esa forma agresiva de hablar no muy distinta a las de las mujeres de mi tierra.
-Claro, todo caballero corteja a una dama ¿no? -bromeé divertido guiñándole un ojo con picarda -¿que mejor que una paseo a caballo para contentar a vuestro padre vos y para agradecerle su cobijo yo.
Me mordí la lengua delatando que se me escapaba la risa porque a ninguno de los dos nos importaba una mierda que el señor Argent estuviera o no contento con nuestro encuentro.
Amara estampo contra mi pecho un carcaj, una ballesta y unos aceros para que se los guardara, según ella su padre no confiaba en ella y algo me decía que motivos no le faltaban.
-¿y me esta proponiendo señorita que le ayude a conspirar contra el conde? -apunté reculado con su mano en el pecho y sus ojos pardos anclados en los míos.
Mi espalda murió contra la pared del fondo, mas nada mas lo hizo giré cambiando la posición dejando caer las armas en sus brazos bajo su estupefacción.
-No se por quien me has tomado cazadora, pero de momento empecemos con el paseo y ya valoraré yo si eres capaz de dar buen uso a este arsenal sin hacerte daño -la piqué obligandola a poner una mueca de enfado.
Amara entreabrió los labios seguramente para rebatirme, pero no le dí mucho tiempo, le di la espalda para prepararme para el paseo, aunque sus palabras retumbaron y de nuevo nuestros orbes se encontraron tan tempestuosos como nosotros mismos lo eramos.
-El heno, entre el heno en las cuadras, allí no las encontrará tu padre si las sacas pronto, algo me dice que mi habitación sería registrada antes que el estiércol ¿no crees? -apunté divertido -10 minutos.. -le recordé volviendo a emprender la marcha hacia mi habitáculo para ponerme el pantalón de monta.
Diez minutos mas tarde estaba en las caballerizas, Amara de espaldas acariciaba su montura acabando de ensillarla.
La cazadora se gastaba un buen trasero, tenía que reconocerlo, cuando se giró me pilló mirnadolo y esta ladeo la sonrisa negando con la cabeza, supongo que al final todos los hombres eramos iguales.
-Mi novia también se gasta un buen pandero -aseguré pasando por su lado camino al tordo que atado por el bocado esperaba para ser ensillado -¿y se puede saber el motivo por el cual vuestro padre no se fía de vos? ¿quizás debería...preocuparme? -bromeé con cierta mofa en mi voz.
-Claro, todo caballero corteja a una dama ¿no? -bromeé divertido guiñándole un ojo con picarda -¿que mejor que una paseo a caballo para contentar a vuestro padre vos y para agradecerle su cobijo yo.
Me mordí la lengua delatando que se me escapaba la risa porque a ninguno de los dos nos importaba una mierda que el señor Argent estuviera o no contento con nuestro encuentro.
Amara estampo contra mi pecho un carcaj, una ballesta y unos aceros para que se los guardara, según ella su padre no confiaba en ella y algo me decía que motivos no le faltaban.
-¿y me esta proponiendo señorita que le ayude a conspirar contra el conde? -apunté reculado con su mano en el pecho y sus ojos pardos anclados en los míos.
Mi espalda murió contra la pared del fondo, mas nada mas lo hizo giré cambiando la posición dejando caer las armas en sus brazos bajo su estupefacción.
-No se por quien me has tomado cazadora, pero de momento empecemos con el paseo y ya valoraré yo si eres capaz de dar buen uso a este arsenal sin hacerte daño -la piqué obligandola a poner una mueca de enfado.
Amara entreabrió los labios seguramente para rebatirme, pero no le dí mucho tiempo, le di la espalda para prepararme para el paseo, aunque sus palabras retumbaron y de nuevo nuestros orbes se encontraron tan tempestuosos como nosotros mismos lo eramos.
-El heno, entre el heno en las cuadras, allí no las encontrará tu padre si las sacas pronto, algo me dice que mi habitación sería registrada antes que el estiércol ¿no crees? -apunté divertido -10 minutos.. -le recordé volviendo a emprender la marcha hacia mi habitáculo para ponerme el pantalón de monta.
Diez minutos mas tarde estaba en las caballerizas, Amara de espaldas acariciaba su montura acabando de ensillarla.
La cazadora se gastaba un buen trasero, tenía que reconocerlo, cuando se giró me pilló mirnadolo y esta ladeo la sonrisa negando con la cabeza, supongo que al final todos los hombres eramos iguales.
-Mi novia también se gasta un buen pandero -aseguré pasando por su lado camino al tordo que atado por el bocado esperaba para ser ensillado -¿y se puede saber el motivo por el cual vuestro padre no se fía de vos? ¿quizás debería...preocuparme? -bromeé con cierta mofa en mi voz.
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
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Re: Las motivaciones de un cazador (privado)
Permaneció silente, tampoco es como que tuviera nada que decir, su semblante hablaba por ella, o tal vez no… así era Amara, impredecible y usualmente indescifrable. Lo miró fijamente con una expresión plana, carente de emoción y sus terrosos orbes anclados sobre los pantanos ajenos. A penas enarcó ambas cejas y curvo sus labios en una sonrisa imperceptible cuando el conde dejó caer el arsenal a sus pies. Su mirada descendió al suelo, examinó las armas y mecánicamente regresó a la altura de su opuesto, justo a tiempo para que le recordara el tiempo en el que habían de encontrarse en las caballerizas antes de darse media vuelta y partir triunfante.
Amara lo observó alejarse pacientemente y solo cuando viró al final del pasillo, se agachó y recogió las armas. La situación se había desenvuelto exactamente como lo había imaginado y debía admitirlo, estaba ligeramente decepcionada. Negó sutilmente con la cabeza. Por supuesto, el ego de Cannif estaba por encima de ser condescendiente. No lo culpaba por ser orgulloso, ella también lo era, pero ¿qué esperaba de un hombre al que llamaban héroe?
Ladeó una sonrisa maquiavélica; sabía exactamente cómo proceder. Convertirse en el dolor de culo número uno del conde se había convertido en una prioridad, al menos mientras este residiera en la capital. Un vistazo había sido todo cuanto había necesitado para conocer que la voluntad de ese hombre era inamovible, sin embargo, París era su ciudad y ese era su hogar, así tarde o temprano no le quedaría más remedio que jugar su juego. No podía negarlo, le gustaban los retos.
Amara prosiguió su camino, pero antes de pasarse por su habitación tomó un pequeño desvío. Elvire era la ama de llaves de la mansión, había trabajado para los Argent durante más de una década, su padre confiaba en ella más que en cualquier otro individuo a su servicio y por su intachable servicio la mujer fue la elegida para atender las necesidades del conde durante su estancia; sin embargo, la doncella era leal a Amara, ante la negligencia del progenitor la mujer la había cuidado, le había curado sus heridas, la había visto crecer y convertirse en mujer. La mucama fue y seguía siendo lo más cercano a una figura maternal que tenía Amara y por ende, ambas se guardaban un cariño especial.
Si bien el noruego se había rehusado a esconder las armas en la habitación que ocupaba eso no la iba a detener. El plan era bastante simple, Elvire conservaría el arsenal consigo y una vez Cannif abandonara la propiedad en su compañía, la mujer irrumpiría en los aposentos del invitado y escondería las armas en el lugar indicado por la cazadora. La única forma en la que el conde se percataría de su pequeña treta sería en caso de que estuviera buscando algo.
Finalmente la doncella no tuvo más remedio que aceptar y en compensación por el riesgo tomado, Amara le obsequió la pulsera de diamantes que rodeaba su muñeca. Entonces, la castaña se precipitó a su alcoba, se cambió el ostentoso vestido por su ropa de montar, se quitó el maquillaje, se ató el cabello el una coleta y se encaminó a las caballerizas dispuesta a cumplir la cita acordada con el vikingo; no obstante, aunque llegó cinco minutos tarde, no encontró rastro alguno de él.
Resopló y sin más remedio que el de esperar, se dispuso a ensillar el corcel. Ya había comenzado a pensar que el muy desgraciado la había dejado plantada cuando por fin se dignó a aparecer. Al sentir la presencia del conde a sus espaldas, Amara se volvió inmediatamente, mas cuando lo pilló chequeándole la retaguardia, rodó los ojos y negó con la cabeza. Bufó. En lo que respectaba a la anatomía femenina, todos los hombres eran iguales.
— Te diré algo útil, Cannif… no importa si tu novia tiene el mejor trasero del mundo, la mujer no estará feliz de que andes mirando el de otras.
Le dio dos palmaditas suaves en el brazo y se subió al corcel. Él se mofó de la evidente tensión entre ella y su padre. Amara no permitió que la inflexión burlona le afectara, de hecho, le contestó con seriedad, como el deje de diversión no hubiese tiznado la indagación, sin embargo, sí se salió por la tangente.
— Bastien Argent solo se fía de Bastien Argent… no es nada personal.
La castaña aguardó a que Höor ensillara su respectiva montura, después de todo, era él quien debía guiar el camino. Divertida lo miró de soslayo y ladeó una sonrisa ladina.
— ¿Vamos o te vas a quedar mirando el rabo de mi caballo todo el día?
Amara lo observó alejarse pacientemente y solo cuando viró al final del pasillo, se agachó y recogió las armas. La situación se había desenvuelto exactamente como lo había imaginado y debía admitirlo, estaba ligeramente decepcionada. Negó sutilmente con la cabeza. Por supuesto, el ego de Cannif estaba por encima de ser condescendiente. No lo culpaba por ser orgulloso, ella también lo era, pero ¿qué esperaba de un hombre al que llamaban héroe?
Ladeó una sonrisa maquiavélica; sabía exactamente cómo proceder. Convertirse en el dolor de culo número uno del conde se había convertido en una prioridad, al menos mientras este residiera en la capital. Un vistazo había sido todo cuanto había necesitado para conocer que la voluntad de ese hombre era inamovible, sin embargo, París era su ciudad y ese era su hogar, así tarde o temprano no le quedaría más remedio que jugar su juego. No podía negarlo, le gustaban los retos.
Amara prosiguió su camino, pero antes de pasarse por su habitación tomó un pequeño desvío. Elvire era la ama de llaves de la mansión, había trabajado para los Argent durante más de una década, su padre confiaba en ella más que en cualquier otro individuo a su servicio y por su intachable servicio la mujer fue la elegida para atender las necesidades del conde durante su estancia; sin embargo, la doncella era leal a Amara, ante la negligencia del progenitor la mujer la había cuidado, le había curado sus heridas, la había visto crecer y convertirse en mujer. La mucama fue y seguía siendo lo más cercano a una figura maternal que tenía Amara y por ende, ambas se guardaban un cariño especial.
Si bien el noruego se había rehusado a esconder las armas en la habitación que ocupaba eso no la iba a detener. El plan era bastante simple, Elvire conservaría el arsenal consigo y una vez Cannif abandonara la propiedad en su compañía, la mujer irrumpiría en los aposentos del invitado y escondería las armas en el lugar indicado por la cazadora. La única forma en la que el conde se percataría de su pequeña treta sería en caso de que estuviera buscando algo.
Finalmente la doncella no tuvo más remedio que aceptar y en compensación por el riesgo tomado, Amara le obsequió la pulsera de diamantes que rodeaba su muñeca. Entonces, la castaña se precipitó a su alcoba, se cambió el ostentoso vestido por su ropa de montar, se quitó el maquillaje, se ató el cabello el una coleta y se encaminó a las caballerizas dispuesta a cumplir la cita acordada con el vikingo; no obstante, aunque llegó cinco minutos tarde, no encontró rastro alguno de él.
Resopló y sin más remedio que el de esperar, se dispuso a ensillar el corcel. Ya había comenzado a pensar que el muy desgraciado la había dejado plantada cuando por fin se dignó a aparecer. Al sentir la presencia del conde a sus espaldas, Amara se volvió inmediatamente, mas cuando lo pilló chequeándole la retaguardia, rodó los ojos y negó con la cabeza. Bufó. En lo que respectaba a la anatomía femenina, todos los hombres eran iguales.
— Te diré algo útil, Cannif… no importa si tu novia tiene el mejor trasero del mundo, la mujer no estará feliz de que andes mirando el de otras.
Le dio dos palmaditas suaves en el brazo y se subió al corcel. Él se mofó de la evidente tensión entre ella y su padre. Amara no permitió que la inflexión burlona le afectara, de hecho, le contestó con seriedad, como el deje de diversión no hubiese tiznado la indagación, sin embargo, sí se salió por la tangente.
— Bastien Argent solo se fía de Bastien Argent… no es nada personal.
La castaña aguardó a que Höor ensillara su respectiva montura, después de todo, era él quien debía guiar el camino. Divertida lo miró de soslayo y ladeó una sonrisa ladina.
— ¿Vamos o te vas a quedar mirando el rabo de mi caballo todo el día?
Amara J. Argent- Cazador Clase Alta
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Re: Las motivaciones de un cazador (privado)
-Las vistas son buenas -respondí con picardía ante su -”cínico humor” -pero gracias por la preocupación.
La cazadora resopló, iba a necesitar mas que eso para sacarme de mis casillas a fin de cuentas, las peleas familiares eran cosa suya, yo era un mero invitado a casa de su padre que pensaba armar el menor ruido posible y en cuanto pudiera regresar al norte, donde por cierto acontecía lo realmente importante.
Su padre me había invitado con un objetivo claro, que nos conociéramos, que me encaprichara de su preciosa hija y que ansiara esa boda que había rechazado, creo que quería librarse del problema de su hija díscola y un salvaje que pudiera meterla en vereda era lo que necesitaba, quizás en otros tiempos me hubiera vuelto loco por ella, pero hoy...una pirata había plantado su bandera en mi casa y el ancla en mi corazón.
-¿Y donde me llevas exactamente cazadora? -pregunté esquivando con un ligero movimiento de cabeza una de las ramas del bosque -de no saber que eres una niña de alta alcurnia pensaría que me quieres hacer cosas malas en medio del bosque -dije curvando con diversión los labios.
Me divertía verla fruncir el ceño, era sin duda rebelde, un desperdicio para una ciudad como aquella infestada de aristócratas y no de bestias.
El tiempo que pasé en París enfrenté peligros, mas la mayoría de monstruos que conocí no lo eran tanto, solo buscaban el modo de pasar desapercibidos y no ser cazados.
Damon se codeaba ente la clase mas alta, pero en luna llena era un licano, nunca se le atribuyeron muertes, mas algo me decía que Bastien lo hubiera igualmente cazado, no me gustaba esa forma de proceder, para mi el mal no residía necesariamente en las distintas razas si no mas bien en el alma de cada uno.
Acabamos frente a un lago de amplios prados verdes llenos de amapolas rojas como sus labios.
-Vaya, me has traído a un lugar muy romántico -bromeé para picarla poniendo ojos de enamorado, lo que quería su padre ciertamente -¿has traído la cestita con el champan?
La escuchaba resoplar mientras sacaba las espadas, dejándome claro que ni de lejos habíamos venido aquí a pasar el día en el lago, si no a entrenar.
-Siempre sois tan pasional -rematé desenvainando la propia y dándole un golpe en el culo con la parte plana -ves para que me sirven las vistas, para acertar con mas tino a mi presa.
Solo me estaba divirtiendo, porque esa mujer tenía que aprender a controlarse o acabaría mal parada bajo las ordenes de su padre.
-Deberías conocer a mi almirante, tiene un humor parecido al tuyo o peor.
La cazadora resopló, iba a necesitar mas que eso para sacarme de mis casillas a fin de cuentas, las peleas familiares eran cosa suya, yo era un mero invitado a casa de su padre que pensaba armar el menor ruido posible y en cuanto pudiera regresar al norte, donde por cierto acontecía lo realmente importante.
Su padre me había invitado con un objetivo claro, que nos conociéramos, que me encaprichara de su preciosa hija y que ansiara esa boda que había rechazado, creo que quería librarse del problema de su hija díscola y un salvaje que pudiera meterla en vereda era lo que necesitaba, quizás en otros tiempos me hubiera vuelto loco por ella, pero hoy...una pirata había plantado su bandera en mi casa y el ancla en mi corazón.
-¿Y donde me llevas exactamente cazadora? -pregunté esquivando con un ligero movimiento de cabeza una de las ramas del bosque -de no saber que eres una niña de alta alcurnia pensaría que me quieres hacer cosas malas en medio del bosque -dije curvando con diversión los labios.
Me divertía verla fruncir el ceño, era sin duda rebelde, un desperdicio para una ciudad como aquella infestada de aristócratas y no de bestias.
El tiempo que pasé en París enfrenté peligros, mas la mayoría de monstruos que conocí no lo eran tanto, solo buscaban el modo de pasar desapercibidos y no ser cazados.
Damon se codeaba ente la clase mas alta, pero en luna llena era un licano, nunca se le atribuyeron muertes, mas algo me decía que Bastien lo hubiera igualmente cazado, no me gustaba esa forma de proceder, para mi el mal no residía necesariamente en las distintas razas si no mas bien en el alma de cada uno.
Acabamos frente a un lago de amplios prados verdes llenos de amapolas rojas como sus labios.
-Vaya, me has traído a un lugar muy romántico -bromeé para picarla poniendo ojos de enamorado, lo que quería su padre ciertamente -¿has traído la cestita con el champan?
La escuchaba resoplar mientras sacaba las espadas, dejándome claro que ni de lejos habíamos venido aquí a pasar el día en el lago, si no a entrenar.
-Siempre sois tan pasional -rematé desenvainando la propia y dándole un golpe en el culo con la parte plana -ves para que me sirven las vistas, para acertar con mas tino a mi presa.
Solo me estaba divirtiendo, porque esa mujer tenía que aprender a controlarse o acabaría mal parada bajo las ordenes de su padre.
-Deberías conocer a mi almirante, tiene un humor parecido al tuyo o peor.
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
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Localización : el placentero infierno de tus piernas.
Re: Las motivaciones de un cazador (privado)
A la cazadora no le hacía gracia el humor de su contraparte. Ambos eran tan parecidos y a la vez tan diferentes que no lograba descifrar si el hombre le agradaba o, por el contrario, quería estrangularlo; de todas formas, para ella la línea que separaba ambos senderos era delgada. Sus habilidades sociales nunca habían sido las mejores y el número de personas con quien lograba congeniar era escaso, sinceramente, no esperaba que Cannif fuera la excepción. Rechazar la oferta de desposarla era quizá una de las mejores decisiones que el vikingo había podido tomar, apostaba a que no hubieran durado más de un día sin intentar matarse.
Höor había ofrecido mostrarle “donde solía entrenar cuando residía en parís”, pero cuando arribaron allí el lugar no se encontraba disponible, así que a Amara no le quedó más remedio que el de guiar el camino hacia un espacio pudiesen contender sin restricciones, después de todo, esa era su ciudad. Ya habían andado bastante y devolverse no era una opción… cualquier cosa era mejor que tener que enfrentar las constantes manifestaciones de decepción que le dedicaba su padre. Por lo menos, de ese modo, Bastien imaginaría que intentaba ganarse la simpatía del conde, cuando en realidad le atraía más la idea contraria.
Durante el trayecto resopló y rodó los ojos cada vez que el noruego la iluminó con el mordaz ingenio y los donaires de sabelotodo de los que hacía gala. Hasta entonces había hecho un excelente trabajo ignorándolo, pero cuando este se mofó, indagando si lo guiaba hacia la espesura del bosque para hacerle “cosas malas”, la tentación de replicar fue demasiado fuerte para resistirla. La castaña volvió la cabeza hacia Höor y enarcó una ceja.
— ¿Asesinarte cuenta como una de esas cosas malas? — Inquirió, poniendo cara de pocos amigos, ese era su estado natural.
El conde pareció tomárselo con gracia pero ella hablaba enserio. Tenía suerte de que no sentía ánimos de comenzar una guerra a pesar de que eso era lo que a ella se le daba mejor, uno de sus más inauditos e impíos talentos.
Cuando finalmente llegaron a la locación que la castaña tenía en mente para llevar a cabo el improvisado entrenamiento, el conde satirizó la situación como método para instigarla a salirse de sus casillas, por supuesto, ella era consciente de ello; Sin embargo, el efecto a la causa de aquellas palabras fue diferente al esperado. Incluso aunque fuera una broma, era extraño tildar de “romántica” a una persona que no recordaba lo que era ser amada y que nunca se había enamorado.
— ¿Te parezco de las del tipo romántico? — Preguntó genuinamente intrigada.
Tal vez sí lo era, después de todo ese era el lugar al que le había llevado Vashni la noche del baile de mascaradas… evidentemente, nada más irremediable y trágicamente romántico que el sitio en el que había enfrentado al culpable de su mayor tragedia. Una punzada de desazón escoció en su corazón, sintió rabia, una pizca de dolor e inmenso desagrado por sí misma y lo que fuera que le atara a ese maldito lobo.
Inspiró profundo, invocó la calma y encaminó al noruego a través del campo de amapolas. Una vez ubicó la zona más apropiada para el combate desmontó el caballo y tras darle a este dos palmaditas sobre el lomo, se volvió hacia el conde, desenfundando sus armas predilectas: un par de dagas gemelas, forjadas en plata, ligeras en peso y sencillas de escabullir entre los filtros de su padre.
Höor persistía en el humor negro. Ella frunció el entrecejo y apretó los labios por no sonreír, pero si le volvía a hablar de su trasero le asestaría directo a la garganta.
— Si es así dudo que ella y yo nos llevemos bien — Se encogió de hombros — Ahora ¿qué estás esperando? Si sigues ahí plantado me voy a dormir.
Höor había ofrecido mostrarle “donde solía entrenar cuando residía en parís”, pero cuando arribaron allí el lugar no se encontraba disponible, así que a Amara no le quedó más remedio que el de guiar el camino hacia un espacio pudiesen contender sin restricciones, después de todo, esa era su ciudad. Ya habían andado bastante y devolverse no era una opción… cualquier cosa era mejor que tener que enfrentar las constantes manifestaciones de decepción que le dedicaba su padre. Por lo menos, de ese modo, Bastien imaginaría que intentaba ganarse la simpatía del conde, cuando en realidad le atraía más la idea contraria.
Durante el trayecto resopló y rodó los ojos cada vez que el noruego la iluminó con el mordaz ingenio y los donaires de sabelotodo de los que hacía gala. Hasta entonces había hecho un excelente trabajo ignorándolo, pero cuando este se mofó, indagando si lo guiaba hacia la espesura del bosque para hacerle “cosas malas”, la tentación de replicar fue demasiado fuerte para resistirla. La castaña volvió la cabeza hacia Höor y enarcó una ceja.
— ¿Asesinarte cuenta como una de esas cosas malas? — Inquirió, poniendo cara de pocos amigos, ese era su estado natural.
El conde pareció tomárselo con gracia pero ella hablaba enserio. Tenía suerte de que no sentía ánimos de comenzar una guerra a pesar de que eso era lo que a ella se le daba mejor, uno de sus más inauditos e impíos talentos.
Cuando finalmente llegaron a la locación que la castaña tenía en mente para llevar a cabo el improvisado entrenamiento, el conde satirizó la situación como método para instigarla a salirse de sus casillas, por supuesto, ella era consciente de ello; Sin embargo, el efecto a la causa de aquellas palabras fue diferente al esperado. Incluso aunque fuera una broma, era extraño tildar de “romántica” a una persona que no recordaba lo que era ser amada y que nunca se había enamorado.
— ¿Te parezco de las del tipo romántico? — Preguntó genuinamente intrigada.
Tal vez sí lo era, después de todo ese era el lugar al que le había llevado Vashni la noche del baile de mascaradas… evidentemente, nada más irremediable y trágicamente romántico que el sitio en el que había enfrentado al culpable de su mayor tragedia. Una punzada de desazón escoció en su corazón, sintió rabia, una pizca de dolor e inmenso desagrado por sí misma y lo que fuera que le atara a ese maldito lobo.
Inspiró profundo, invocó la calma y encaminó al noruego a través del campo de amapolas. Una vez ubicó la zona más apropiada para el combate desmontó el caballo y tras darle a este dos palmaditas sobre el lomo, se volvió hacia el conde, desenfundando sus armas predilectas: un par de dagas gemelas, forjadas en plata, ligeras en peso y sencillas de escabullir entre los filtros de su padre.
Höor persistía en el humor negro. Ella frunció el entrecejo y apretó los labios por no sonreír, pero si le volvía a hablar de su trasero le asestaría directo a la garganta.
— Si es así dudo que ella y yo nos llevemos bien — Se encogió de hombros — Ahora ¿qué estás esperando? Si sigues ahí plantado me voy a dormir.
Amara J. Argent- Cazador Clase Alta
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Localización : El diablo sabe dónde
Re: Las motivaciones de un cazador (privado)
-Yo que solo pretendía ser amable y cortes con mis anfitriones -le respondí abriéndome de brazos como respuesta haciendo virar la bastarda sobre mi diestra Vamos pequeña, te estoy esperando y con gusto aceptaré el baile, porque no sujetas las enaguas y te agachas para hacerme una cortes reverencia.
Amara rugió abalanzándose sobre mi incapaz de aceptar tanta palabrería barata, algo a lo que debería nadar acostumbrada en estos lares donde los hombres no luchaban como mucho disparaban aquellas armas capaces de arrancar la vida sin honor.
El intercambio de golpes desató el fuego de la dama, rugía como la mas viva de las armas de filo, tenía que reconocerle pasión en lo que hacia, era salvaje, fiera y su pecho subiendo y bajando era la muestra de ello.
Los mechones de su pelo fueron soltándose, enmarcaban su rostro ahora perlado en sudor, jadeaba con los labios entreabiertos mientras lejos de rendirse volvía a golpear mi espada haciéndola silbar voraz.
Determinación, Amara estaba llena de espíritu y eso acabaría con ella. Negué con la cabeza cuando de una patada en el pecho la lancé unos metros y aun así, rendida se lazó de nuevo dispuesta a plantar cara a un hombre que creció con el acero y la guerra marcada en su cuerpo a fuego.
-suficiente -atajé a decir bajando mi espada para dejarla caer sobre la hierba y quitarme la camisola y los pantalones para darme un baño en el lago.
-Tu enfrentamiento con Bastien te traerá desgracias, tu padre no parece de esos hombres que olvidan y tampoco de los que perdonan. No soy nadie para darte consejo -ladeé la sonrisa al ver como sus ojos se hundían en las marcas de látigo de mi espalda – Como tu no soy de los que se queda en el suelo pudiéndose poner en pie, no soy de los que se rinden, pero te aseguro que mi vida no es fácil ni placida.
Me hundí en las cálidas aguas de aquel lago destensando los músculos de mi cuerpo casi de inmediato y limpiando así el sudor y el barro.
Cuando emergí Amara me miraba silenciosa, sabía no quería mi consejo, aunque lo necesitaba.
-Se lo que es ser familia de un hombre que no abandera precisamente el bien, si no quieres terminar siendo una mártir has de pensar antes de hacer las cosas.
No era cosa mí, a fin de cuentas yo me largaría de allí pronto.
Amara rugió abalanzándose sobre mi incapaz de aceptar tanta palabrería barata, algo a lo que debería nadar acostumbrada en estos lares donde los hombres no luchaban como mucho disparaban aquellas armas capaces de arrancar la vida sin honor.
El intercambio de golpes desató el fuego de la dama, rugía como la mas viva de las armas de filo, tenía que reconocerle pasión en lo que hacia, era salvaje, fiera y su pecho subiendo y bajando era la muestra de ello.
Los mechones de su pelo fueron soltándose, enmarcaban su rostro ahora perlado en sudor, jadeaba con los labios entreabiertos mientras lejos de rendirse volvía a golpear mi espada haciéndola silbar voraz.
Determinación, Amara estaba llena de espíritu y eso acabaría con ella. Negué con la cabeza cuando de una patada en el pecho la lancé unos metros y aun así, rendida se lazó de nuevo dispuesta a plantar cara a un hombre que creció con el acero y la guerra marcada en su cuerpo a fuego.
-suficiente -atajé a decir bajando mi espada para dejarla caer sobre la hierba y quitarme la camisola y los pantalones para darme un baño en el lago.
-Tu enfrentamiento con Bastien te traerá desgracias, tu padre no parece de esos hombres que olvidan y tampoco de los que perdonan. No soy nadie para darte consejo -ladeé la sonrisa al ver como sus ojos se hundían en las marcas de látigo de mi espalda – Como tu no soy de los que se queda en el suelo pudiéndose poner en pie, no soy de los que se rinden, pero te aseguro que mi vida no es fácil ni placida.
Me hundí en las cálidas aguas de aquel lago destensando los músculos de mi cuerpo casi de inmediato y limpiando así el sudor y el barro.
Cuando emergí Amara me miraba silenciosa, sabía no quería mi consejo, aunque lo necesitaba.
-Se lo que es ser familia de un hombre que no abandera precisamente el bien, si no quieres terminar siendo una mártir has de pensar antes de hacer las cosas.
No era cosa mí, a fin de cuentas yo me largaría de allí pronto.
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
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Re: Las motivaciones de un cazador (privado)
Tan solo bastó que el conde empuñara su espada para que Amara se lanzara rauda a la contienda. No dio tiempo a calentamiento, le gustaban los duelos de entrenamiento, para ella era un ejercicio casi terapéutico, uno en el que liberaba su estrés y daba rienda suelta a las emociones que mantenía reprimidas, su furia, su frustración y todos esos sentimientos negativos que le corroían las tripas, sin jugarse la vida o verse obligada a arrebatársela a nadie, que bien podría ser o que más le desagradaba de su oficio.
Le gustaba esa sensación de asfixia que le quemaba las vías respiratorias como resultado del agresivo esfuerzo físico, el ardor de sus músculos cediendo ante el cansancio por la violencia de sus movimientos… le ayudaba estimular ese sentir, esa energía vital que en ella permanecía adormecida la mayor parte del tiempo.
Ondeó sus armas de un lado a otro con fiereza, los filos argentados zanjaron el aire cercano al de su oponente sin intención real de dañarlo, así como el filo de opuesto sobrevoló su vulnerabilidad humana sin pretensión de lesionarla al asestar un golpe real. Ya comenzaba a sentirse a gusto con el combate cuando, repentinamente y sin motivo aparente, tras apartarla de una fuerte patada, Cannif optó por darle fin al improvisado enfrentamiento.
La castaña gruñó por lo bajo, iba a lanzarse de nuevo, pero las palabras del noruego fueron severas y su posición inflexible, ya se había cansado de los juegos y no estaba dispuesto a darle más cuerda. Amara se detuvo en seco y afiló la mirada, examinándolo entre inquisitiva y extrañada sin entender la razón o el motivo de aquella repentina decisión; no obstante, silencio fue lo único que obtuvo en respuesta mientras el otro se deshacía de sus vestiduras para luego sumergirse en la laguna.
Frunció el entrecejo aún más confundida ¿era esa una costumbre noruega? No lo comprendía, pero cuando el hombre comenzó a hablar se limitó a permanecer silente, escuchándolo con detenimiento, si bien sin rastro alguno de emoción que se esbozara en su rostro, sí haciendo conciencia de las palabras que él le dedicaba; de vez en vez le sentaban las críticas constructivas.
No se movió de su posición, permaneció estática siguiendo con la mirada a su opuesto mientras este proseguía con el discurso y se refrescaba, nadando ligero entre las frías aguas. Era detallista, por supuesto se había fijado en las gruesas cicatrices que surcaban la espalda de Höor pues conocía perfectamente que tipo de instrumento podría infligir heridas semejantes… no eran heridas guerra. Ella misma tendría compartiría marcas muy parecidas de no ser porque todas las cicatrices que signaban su cuerpo tendían a desaparecer en finos hilillos blanquecinos. Nunca había comprendido por qué sucedía aquello, pero ahora creía conocer la respuesta a tal enigma.
Un fugaz vistazo al brazo que, supuestamente, había sido marcado por el enemigo e instintivamente tiró de la manga como si con el sólo gesto pudiese descartar la posibilidad.
Resopló irritada y se aproximó a la orilla, sentándose en flor de loto sobre el borde como niña regañada, reposando los codos sobre las rodillas y el mentón sobre sus manos.
— No creo que tu vida sea sencilla— aseveró encogiéndose de hombros ligeramente — Toda la gente que depende de ti, todos ellos esperando a que los salves, ese debe ser un peso difícil de sobrellevar...
Un instante de silencio. Amara bajó la mirada, contempló su reflejo sobre las claras aguas e inmediatamente hundió una de sus manos y removió el agua, distorsionándolo ante su mirada. De verdad lo admiraba, ella ni siquiera podía salvarse a sí misma. Elevó sus esferas pardas de nuevo, supuso que lo último que Höor esperaba de ella era sinceridad.
— Todas las vidas son difíciles, todo el mundo la pasa mal. Tu consejo es bueno, pero llega demasiado tarde, lo único que me resta es lidiar con ello, pero hablar de eso no es mi forma de hacerlo. — Suspiró, se levantó y se cruzó de brazos — Mira, ya sé que no quieres estar aquí, pero mientras tanto esto es lo que hay, o bien podemos sentarnos a discutir acerca de lo terribles que son nuestras vidas o bien podemos hacer algo menos deprimente. Los problemas están y seguirán ahí cuando regreses, pero te guste o no es nuestro tiempo fuera —Curvó una sonrisa sutil— y si te soy honesta, ya me estoy aburriendo de verte nadar.
Le gustaba esa sensación de asfixia que le quemaba las vías respiratorias como resultado del agresivo esfuerzo físico, el ardor de sus músculos cediendo ante el cansancio por la violencia de sus movimientos… le ayudaba estimular ese sentir, esa energía vital que en ella permanecía adormecida la mayor parte del tiempo.
Ondeó sus armas de un lado a otro con fiereza, los filos argentados zanjaron el aire cercano al de su oponente sin intención real de dañarlo, así como el filo de opuesto sobrevoló su vulnerabilidad humana sin pretensión de lesionarla al asestar un golpe real. Ya comenzaba a sentirse a gusto con el combate cuando, repentinamente y sin motivo aparente, tras apartarla de una fuerte patada, Cannif optó por darle fin al improvisado enfrentamiento.
La castaña gruñó por lo bajo, iba a lanzarse de nuevo, pero las palabras del noruego fueron severas y su posición inflexible, ya se había cansado de los juegos y no estaba dispuesto a darle más cuerda. Amara se detuvo en seco y afiló la mirada, examinándolo entre inquisitiva y extrañada sin entender la razón o el motivo de aquella repentina decisión; no obstante, silencio fue lo único que obtuvo en respuesta mientras el otro se deshacía de sus vestiduras para luego sumergirse en la laguna.
Frunció el entrecejo aún más confundida ¿era esa una costumbre noruega? No lo comprendía, pero cuando el hombre comenzó a hablar se limitó a permanecer silente, escuchándolo con detenimiento, si bien sin rastro alguno de emoción que se esbozara en su rostro, sí haciendo conciencia de las palabras que él le dedicaba; de vez en vez le sentaban las críticas constructivas.
No se movió de su posición, permaneció estática siguiendo con la mirada a su opuesto mientras este proseguía con el discurso y se refrescaba, nadando ligero entre las frías aguas. Era detallista, por supuesto se había fijado en las gruesas cicatrices que surcaban la espalda de Höor pues conocía perfectamente que tipo de instrumento podría infligir heridas semejantes… no eran heridas guerra. Ella misma tendría compartiría marcas muy parecidas de no ser porque todas las cicatrices que signaban su cuerpo tendían a desaparecer en finos hilillos blanquecinos. Nunca había comprendido por qué sucedía aquello, pero ahora creía conocer la respuesta a tal enigma.
Un fugaz vistazo al brazo que, supuestamente, había sido marcado por el enemigo e instintivamente tiró de la manga como si con el sólo gesto pudiese descartar la posibilidad.
Resopló irritada y se aproximó a la orilla, sentándose en flor de loto sobre el borde como niña regañada, reposando los codos sobre las rodillas y el mentón sobre sus manos.
— No creo que tu vida sea sencilla— aseveró encogiéndose de hombros ligeramente — Toda la gente que depende de ti, todos ellos esperando a que los salves, ese debe ser un peso difícil de sobrellevar...
Un instante de silencio. Amara bajó la mirada, contempló su reflejo sobre las claras aguas e inmediatamente hundió una de sus manos y removió el agua, distorsionándolo ante su mirada. De verdad lo admiraba, ella ni siquiera podía salvarse a sí misma. Elevó sus esferas pardas de nuevo, supuso que lo último que Höor esperaba de ella era sinceridad.
— Todas las vidas son difíciles, todo el mundo la pasa mal. Tu consejo es bueno, pero llega demasiado tarde, lo único que me resta es lidiar con ello, pero hablar de eso no es mi forma de hacerlo. — Suspiró, se levantó y se cruzó de brazos — Mira, ya sé que no quieres estar aquí, pero mientras tanto esto es lo que hay, o bien podemos sentarnos a discutir acerca de lo terribles que son nuestras vidas o bien podemos hacer algo menos deprimente. Los problemas están y seguirán ahí cuando regreses, pero te guste o no es nuestro tiempo fuera —Curvó una sonrisa sutil— y si te soy honesta, ya me estoy aburriendo de verte nadar.
Amara J. Argent- Cazador Clase Alta
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