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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Rashida Sáb Mar 17, 2018 5:39 pm

Mis ojos se alzaron hacia el cielo estrellado que contemplaba desde al balcón de la residencia donde la Organización tenía como lugar su sede, o al menos una de las tantas sedes que tiene a lo largo de todo el mundo en diferentes países. Llevaba un par de semanas en París y ya comenzaba a notar lo que en cierto modo echaba de menos mi ciudad natal; Egipto es muy diferente a la capital francesa y no veía la hora de volver de nuevo allí. No me esperaba nadie en Egipto y tampoco tenía planes de hace amigos en la ciudad Parisina, había estado varias veces pero suponía que todos de alguna forma tirábamos hacia nuestras raíces. Pero estaba allí por encargo de mi jefe ya que necesitaba que recuperara algo que le habían quitado, una búsqueda que había pospuesto hasta que tuviera más información porque había escuchado un rumor procedente de los barrios bajos que me interesaba bastante. A decir verdad a la Organización, en cuanto el rumor se extendió entre los comerciantes del mercado negro, le interesó demasiado aquello y ya que estaba allí decidieron mandarme a investigar para saber si era cierto o no. Según contaban los rumores había un objeto, bastante antiguo, que confería un poder inimaginable a quien lo portara... y se rumoreaba que dicho objeto había sido encontrado en las catacumbas de París, un lugar donde antiguamente habían utilizado los parisinos para escapar por los túneles que recorrían por toda la ciudad, decían que en las catacumbas se entraba desde varios puntos como si fueran entradas secretas que luego conectaban entre sí con los túneles que había bajo tierra. Sentía curiosidad por ver aquel lugar, los pocos que lo habían frecuentado decían que las paredes estaban hechas a base de esqueletos, de huesos y de cráneos como si hubiera sido una fosa común en la antigüedad. Fuera como fuera mi deber era encontrar la reliquia pero para ello debía de encontrar al sobrenatural que sabía dónde se encontraba en concreto, el único que sabía de su paradero. Con ello si la vendía podría sacar toda una fortuna, a mí poco me importaba lo que hicieran con aquel objeto antiguo y tan valioso mientras me pagaran por el trabajo realizado y el servicio que prestaba. Me había puesto en marcha hacía un par de días para intentar dar con la localización de dicho sobrenatural, aparte de esa información poco o nada sabía por lo que tendría que investigar, no sabía si era una mujer o un hombre aunque algo me decía que por lo que había escuchado se habían referido como “él”, y no ella, pero eso no servía de mucho.

Fue al segundo día cuando di con la información que realmente me interesaba y que estrechaba aún más el círculo sobre aquel ser sobrenatural. Por lo que averigüé se trataba de un licántropo que había desertado, por decirlo de alguna manera, de la Inquisición y llevaba años escondiéndose de ella y era bastante escurridizo. No se dejaba ver a menudo y las pocas veces que lo hacía eran en lugares de muy bajo fondo, lugares donde se especializaba con el mercado negro y donde la mayoría de la gente ni siquiera sabía de su existencia. Tener ciertos contactos, o hacer las presiones y preguntas adecuadas daban su fruto, tuve que torturar a un par de mercaderes de esos mismos lugares para obtener algo de información pero como había aprendido hacía ya mucho tiempo; cada cual tiene un grado máximo para soportar el dolor, cuando sobrepasabas esa línea cantaban cual pajarillos y te decían absolutamente todo lo que querías saber. No es que hubieran muchas pistas sobre aquel sobrenatural, pero sí había podido conseguir un lugar que solía frecuentar de vez en cuando, lo que me daba la oportunidad de esa misma noche presentarme allí en aquella taberna en la que lo habían visto varias veces para poder intentar seguirlo y, en una zona alejada del bullicio de las calles y de los transeúntes, interrogarlo para que me dijera donde se encontraba dicha reliquia. Lancé un suspiro y me adentré de nuevo en la residencia para abrir el armario de la habitación que ocupaba, cogí algunas dagas de plata que guardé en el cinto y cogí un abrigo que lo tapaba y lo disimulaba para que nadie se diera cuenta. Iba mayormente vestida de negro, pantalones para cazar negros, unas botas iguales y arriba un corsé azul oscuro sobre una blusa blanca, con todo preparado salí por las calles de París encaminándome a esos barrios donde la gente no se atrevía demasiado a acercarse ya que estaban en las afueras de la ciudad, una zona bastante peligrosa si no sabías defenderte aunque yo paseaba por aquellas calles demasiado tranquila sabiendo que el peligro era yo misma, y que el resto debían de guardar las distancias conmigo si no querían que bañara aquel mugriento suelo con su sangre quedando como un bonito cadáver que adornar aquella zona de la ciudad. Me paré ante la puerta de madera de la única taberna que parecía y con decisión me adentré en el lugar un tanto sombrío, y lúgubre, donde el humo parecía crear una especie de neblina dentro del local mientras observaba a los presentes y estos hacían lo mismo conmigo.



-Una jarra de la mejor bebida que tengas por aquí -fue lo que pedí siendo observada por el tabernero como si no entendiera qué hacía una mujer como yo en aquel lugar rodeada de hombres, de hombres con aspecto bastante peligroso que no dudarían a la mínima de cambio de sacar sus armas que de seguro llevaban escondidas, tomé la jarra cuando me la sirvieron y crucé el lugar para sentarme en una de las mesas que estaban algo más al fondo pero desde la cual podría ver no solo la puerta, sino también todo el lugar. Me senté y apoyé la planta de mi bota contra el borde de la mesa mientras algunos me miraban, sabía que no iba a pasar desapercibida pero mi aspecto tampoco es que fuera demasiado angelical y una mujer con dos dedos de frente no entraría en un lugar como ese. Di un trago de aquello que me habían servido, estaba bastante fuerte aunque no fuera lo que más me gustara ni de lejos, pero mientras buscaba a mi objetivo y esperaba a que llegara era lo mejor que podía hacer. Pasados unos veinte minutos en los que nadie, para su suerte, se acercó hacia donde yo me encontraba pude observar que por la puerta entraba alguien tapado con una capucha que se quitó al entrar, por la descripción que me habían dado los dos hombres que había interrogado tenía toda la pinta de que podría ser aquel hombre, pero sin duda alguna lo que más me haría saber que podría ser él si llevaba una cicatriz en la parte posterior de su cuello, aunque con la ropa que llevaba era algo complicado el distinguirlo y tendría que esperar a que se sentara para poder acercarme. No le presté atención porque no quería que supiera que lo estaba observando podría largarse, algo que no es que importara mucho, pero prefería terminar lo antes posible y no armar demasiado revuelo en el lugar, no quería llamar demasiado la atención. Mis ojos fueron de nuevo hacia el hombre cuando escuché el sonido de una silla siendo arrastrada, vi que se sentaba a un par de mesas de distancia de la mía pero quedando de perfil, quedando su espalda contra la pared como si previniera algún tipo de ataque... y lo intuía porque no paraba de mirar para todos lados como si lo esperara en cierto modo. Todavía no movería ficha, esperaría el momento adecuado a que llegara para poder acercarme, transcurrieron unos cuantos minutos hasta que finalmente acabé la jarra y decidí acercarme para averiguar si era él cuando la puerta volvió a abrirse de nuevo. Esa vez por ella apareció una mujer que con sus ojos recorrió el lugar como si estuviera buscando a alguien, y algo me decía que si ella también había entrado estaría buscando a alguien como lo hacía yo. Solo esperaba que no tuviéramos la misma presa en común, porque a mí lo de compartir no se me daba especialmente bien.
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Mensaje por Reeva Argent Miér Abr 11, 2018 11:56 pm

Habían pasado sólo un par de días desde que Reeva completó el último encargo que le fue asignado por la inquisición dando muerte a un chupasangre de baja calaña que tomó por fetiche el beber sangre de señoritas de alta alcurnia. Usualmente, la joven sostenía un perfil bajo y hacía todo cuanto le era posible por mantenerse al margen de las cuestiones de la sagrada organización, ciertamente, poco y más bien nada le interesaban, así que acudiendo a una prudencia impropia de su carácter optaba por no involucrarse en otros asuntos que no fueran los estrictamente necesarios.

Considerando el corto lapso transcurrido desde su última encomienda era inusual que la libertina rubia se postulara o asumiera un nuevo trabajo voluntariamente, sin embargo, tan pronto como los susurros que contaban acerca de una misión de suma relevancia —tanta que incluso los altos mandos de la iglesia estaban dispuestos a ofrecer a sus abanderados incentivos como ascensos y recompensas— circunvolaron de un lado a otro desde la sede principal de París hasta sus oídos, supo que aquella era una oportunidad que no podía desperdiciar.

Reeva sólo podía comparar el convertirse en activo de la inquisición con cruzar las mismísimas puertas del infierno; bastante sencillo era ingresar, pero salir cuestión imposible. Hacía más de un par de décadas que Octave, su abuelo, ofreció a la familia —específicamente a sus descendientes—, al servicio del sumo pontífice y el padre celestial, quizá como un intento desesperado por mantener la conciencia limpia, conservar la cordura o simplemente como excusa para justificar los pecados ligados a su estilo de vida, como fuera, era ella quien pagaba la peor penitencia.

No fueron las promesas de un mejor cargo o la ilusión de cobrarse un par de francos de fácil embolso los móviles que la llevaron a interferir en aquella cruzada, su única y última motivación estaba vinculada esa inherente necesidad de libertad que le carcomía las entrañas, un ansia intangible y, en su posición, tan difícil de saciar, que probablemente hacía de ella la más peligrosa de todos los canes que se precipitaron en busca del hueso dorado lanzado por la iglesia.

Eran pocos los miembros de la inquisición a quienes se les confiaba la información confidencial, sólo los altos eclesiásticos tenían acceso a determinado tipo de armas, objetos especiales y magia.  Sólo una minúscula porción de la élite conformada por los llamados condenados podía llegar a hacerse con información de semejante peso; no obstante, la mayor parte de los sobrenaturales, despreciados su “naturaleza demoniaca” —según lo categorizaba la iglesia—, no siendo concebidos como otra cosa que un medio para un fin, utilizados como la fuerza bruta de la organización, estaban completamente vetados del acceso preferencial.

Reeva no conocía los detalles, pero en apariencia el licántropo al daba caza había sido la mano derecha del anterior cardenal y, por ende, conocía a detalle los secretos, las debilidades y la forma en la que operaba la inquisición; sin embargo, en una fatídica noche de luna llena, perdió el control sobre su bestia y asesinó a su superior a sangre fría. A sabiendas de lo que pasaría si se dejaba encontrar, el entonces criminal no se vio con otra opción que la de huir y mantenerse oculto entre las sombras, lejos del alcance de la iglesia y el férreo castigo que le esperaba de dejarse atrapar.

Por años el desgraciado sujeto había encabezado la lista de los más buscados por la organización, mas con el transcurrir del tiempo, sin dar con nuevas pistas de su paradero, los eclesiásticos, atrapados en un callejón sin salida, se vieron obligados a cerrar el caso; de no ser por que recientemente los rumores de un individuo que se dedicaba a vender los secretos de la inquisición en el mercado negro capturaron la atención de la organización, quizá este se hubiese mantenido enterrado entra la pila de archivos sin resolver.

Reeva tenía un buen par de contactos entre los mercaderes del bajo mundo, no había sido fácil, pero finalmente, haciéndose pasar por integrante de una de las mafias que operaban en la capital francesa había logrado concretar una cita con el licántropo en una taberna de mala muerte en las afueras de la ciudad. Más cruzados se encontraban tras el rastro del hijo de la luna y aunque ella era buena no podía subestimar a los demás, así que había de darse prisa.

Si bien la inquisición había solicitado la captura del criminal, pues le necesitaban con vida para que escupiera toda la información que conocía antes de mandarlo a mejor vida, la rubia tenía un mejor plan. Contaban las escrituras que el cayado de Moises era uno de los escasos objetos en esta tierra que fueron tocados por la gracia del padre omnipotente, resguardando una fracción pequeña de su inmenso poder. Reeva no tenía la certeza de que las historias fuesen ciertas, pero sí de que la iglesia creía ciegamente en ellas. Entregar al lobo no sería suficiente como trueque por su libertad, así que tendría que pensar en grande, incluso si aquello implicaba tomar alguno que otro riesgo.

Esa noche esperó paciente a que el lobo cumpliera la cita y camuflada entre la penumbra, bajo la fachada de una vieja casona transversal al garito en el que le esperaba el licántropo, vigiló la entrada por un par de minutos, asegurándose de que nadie lo hubiese seguido. Su plan era presentarse ante el hombre con intenciones de negociar, indagar dónde y cómo encontrar la mano de dios oculta en las catacumbas de París y, asesinarlo sin más puesto que su plan correría peligro de mantenerlo con vida. sí deseaba tener éxito era imperativo que únicamente ella conociera aquella información.

Justo cuando se dispuso a ingresar, la joven se percató de la actitud sospechosa con la que dos sujetos se aproximaron al umbral de la taberna. No se le hacía extraño que la gente que frecuentaba la zona cargara con un aura misteriosa, después de todo el lugar no era más que un antro de la peor clase donde se cerraban toda clase de negocios ilegales; no obstante, fue el aire de familiaridad que envolvía aquellos hombres lo que removió su instinto de alerta.

Se detuvo en seco. Usualmente no se fiaba de la intuición más su instinto le advertía proceder con precaución. podría equivocarse, pero cabía la posibilidad de que aquellos hombres fuesen un par de abanderados y de ser así, debía acomodarse a la situación. Se tomó un instante para pensárselo bien y tanteando las posibilidades en su cabeza, barajó las cartas que tenía en la mano, llegando a la conclusión que lo más viable era guiar al lobo fuera del establecimiento. Gruño por lo bajo y resignada, se dirigió hacia la taberna a paso firme.

Tan pronto como abrió la puerta Reeva sintió el peso de las miradas que se volvieron hacia ella. Sutilmente, la joven hizo un paneo de la taberna con sus boscosos y grandes orbes que escudriñaron hasta la última particularidad del lugar. La mayoría de los presentes tenían pinta de ser vándalos; sentada frente a la barra una mujer de cabellos azabaches, mirada glacial y silueta esbelta, cuya apariencia distaba de encajar con la vibra que emanaba el antro, le dedicó una que otra mirada amenazante; los cruzados habían tomado una mesa dónde se mezclaban con el gentío, pasando completamente desapercibidos y el lobo, bajo el conforte del rincón menos concurrido, aguardaba inquieto por la llegada del comprador.

Definitivamente aquel no era el lugar para ejecutar su plan. Suspiró y sin reparo alguno, suavizando la expresión, se acercó a la mesa en la que se acomodaba el licántropo. El hijo de la luna se volvió hacia ella extrañado y ligeramente sobresaltado; desconocía el nombre, el género y las raíces de su supuesta clienta, así que lejos se encontraba de imaginarse que era ella, pues a ciencia cierta, no portaba la apariencia de quién procede del bajo mundo.

Con el rabillo del ojo captó el destello de las armas de los inquisidores siendo desenvainadas, que le distrajo de su intención por un instante. El hombre frunció el entrecejo, pero Reeva le sonrió ampliamente y desestimando su despiste torció sus facciones en la mueca más lastimera a la que le fue posible acudir.

Excuse me… — Apuntó a decir con un perfectamente enunciado acento inglés — Discúlpeme…  —Corrigió, negando con la cabeza, pretendiendo que se le dificultaba la pronunciación en francés —Me apena molestarlo, no conozco la ciudad y creo que me he mmmm… lost…mmm ¡perdido! ¿sabe usted dónde se encuentra el hostal más cercano?

El lobo, con poco interés volvió su atención a la jarra que acunaba entre las manos y tamborileando los dedos sobre la superficie del recipiente masculló algo acerca de una posada a un par de cuadras de allí. Ella asintió.

Oh, thank you, thank you — le agradeció ensanchando la sonrisa — ¿Será mmmm  — hizo una pausa, finiendo que buscaba la palabra apropiada para continuar su discurso — inapropiado si le pido que me acompañe? — lo contempló, impregnándose a sí misma con aire de inocencia que, ciertamente, no poseía — Please, es tarde, tiene usted the friendliest face here y estoy muy muy cansada —El lobo no se veía muy convencido, pero ella podía llegar a ser bastante persuasiva así que insistió— Please, please, le pagaré.

El lobo miró su reloj de bolsillo y, supuso ella, sintiéndose plantado por el comprador fantasma finalmente accedió. No había alcanzado a ponerse en pie , cuando, con temple altivo y peligrosamente armados, frente suyo se plantaron los dos cruzados que antes había divisado. Por supuesto no sería así de fácil.


Última edición por Reeva Argent el Miér Mayo 02, 2018 11:57 am, editado 1 vez
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Mensaje por Rashida Lun Abr 30, 2018 11:30 am

No es que fuera santo de mi devoción acabar en lugares como aquella taberna donde se veía de lejos que no acudían las mejores personas que habían por la zona, sus ropajes delataban que eran más bien personas que se ocultaban en las zonas abandonadas de la ciudad porque seguramente estuvieran huyendo de la justicia o porque quizás estuvieran escondiéndose también de la Inquisición. Sabía que estos últimos empezaban a ganar peso en la ciudad francesa y que hacían batidas para cazar aquellos que eran sobrenaturales así como los hechiceros para o bien matarlos o hacer experimentos con ellos, por lo que había oído empezaban a estrechar los círculos y muchos sobrenaturales se veían amenazados con la presencia de los Inquisidores porque no solo participaban humanos, sino que también había licántropos y vampiros trabajando para ellos como si de esa forma se libraran de una muerte segura a manos de aquellos verdugos. Desde la última vez que había estado en París las cosas habían cambiado bastante y sin duda alguna la ciudad empezaba a convertirse en un hervidero de la que no tenía duda que pronto estallaría todo, quizás hasta fuera divertido verlo si todavía estaba por la ciudad cuando eso pasara, porque mi intención no era ni de lejos el quedarme en París sino más bien en cuanto consiguiera solventar algunos encargos que tenía pensaba volver de nuevo a Guiza a seguir “dirigiendo” en las sombras la base que teníamos allí. No podía evitar echar de menos mis raíces y mi tierra, París era demasiado diferente al lugar donde me había criado y desde luego que no había nada que me hiciera quedarme y no tenía intención de hacerlo, es más, quería solventar los encargos cuanto antes y volver porque sabía que aquello era como una pequeña bomba de relojería que podría estallar en cualquier momento. Lo sabía porque algunos miembros de la Orden eran licántropos y vampiros y aunque actuaban también al margen de la ley y estuvieran algo más “protegidos” en la Orden no se fiaban demasiado de lo que pudiera hacer la Iglesia pues sabían que tenían financiación y poder jurisdiccional en todo París. Contaban con gente que en las sombras los apoyaban y los ayudaban con sus laboratorios de investigaciones y demás para que pudieran atrapar a los sobrenaturales. A mí lo que hicieran era algo que no me importaba porque yo no pensaba quedarme demasiado en la ciudad, sabía que si querían podían tacharme como hereje al tener oras ideologías y una fe muy diferente a la que ellos tenían, pero no me preocupaba tampoco.

Estaba allí para atrapar a aquel hombre que podía tener información sobre aquel objeto que me interesaba tener en mi poder y con el cual, si así lo quería incluso, podría hasta chantajear a la propia Iglesia porque estaba convencida de que les interesaría tener dicho objeto. “La mano de Dios” era un objeto bastante peculiar, extraño y único que tenía un poder con el que muchos quisieran contar para llevar a cabo sus planes, al fin y al cabo, ¿quién no querría una pequeña fracción del poder de Dios? Sabía que la Iglesia pagaría lo que fuera por tenerlo así que debía de ser más inteligente y encontrarlo antes que ellos. Al final todas mis pistas me habían llevado hasta aquella pequeña taberna donde las pintas de los integrantes era más que sospechosa, sin embargo, el hombre que tenía frente a mí a unas cuantas mesas era el hombre que estaba esperando para poder asaltarlo en el momento oportuno y poder llevármelo a un sitio aparte para poder interrogarlo y sonsacarle la información. Sabía que el momento llegaría así que mientras tanto tomé de la jarra que había pedido hasta que la puerta de nuevo se abrió dando paso a una mujer que, como yo, distaba mucho de los hombres que solían entrar en aquel lugar y que eran por sí peligrosos. Su cabello rubio, su tez algo más pálida y sus ojos azules miraron el lugar incluso pasando por mí misma persona hasta que finalmente se acercó hasta el hombre que yo debía de abordar, parándose frente a él con cierto aire de inocencia que desde mi punto de vista no parecía que lo tuviera realmente, sino, ¿por qué atreverse a adentrarse a un lugar donde todos parecían ser peligrosos? No aparté mi atención de la joven que en ese momento me bloqueaba la visibilidad del hombre ya que solo podía ver su espalda, lo que me hizo fruncir el ceño y fijarme en los demás que había en el local. Dos más habían entrado antes que la mujer y que supuse por las ropas que llevaban que no parecían frecuentar tampoco el lugar, así que sopesé que podrían venir por el mismo hombre que yo y en el momento en que pasaran a la acción tendría que tomar partida en el asunto. La mujer hablaba con el hombre, desde donde me encontraba podía notar su voz fina salir con cierto temblor hablándole como si fuera extranjera y se hubiera perdido, me moví para poder verlos a ambos y tener una buena perspectiva hasta que el hombre pareció que sí iba a ayudarla a llegar al lugar que pedía e incluso fue a levantarse tras mirar un reloj de bolsillo, ¿quizás esperaba algún posible comprador? Sabía que no era la única tras la pista así que era más que probable. Justo cuando me levanté para seguirlos de cerca y ver en qué acababa aquello por si tenía que intervenir fue que dos hombres, los dos que habían entrado antes que ella, se colocaron delante de ambos con la clara intención de no dejar que se fueran los dos juntos.



-Joder –maldije mientras con rapidez me levantaba del sitio y sacando las dagas que llevaba enfundadas en el cinto me interpuse entre medios cuando les vi la intención de ir a por aquel hombre que, al parecer, también lo querían y no era la única. Yo no era de las que preguntaba y luego pasaba a la acción sino que más bien yo pasaba a la acción y después hacía las preguntas oportunas, así que no fue de extrañar que de primeras fuera a por uno de los hombres queriendo apartarlo dándome cuenta de que iban bien armados y que sabían defenderse de los ataques. No fui la única que tuvo que ponerse a luchar en esos momentos ya que la supuesta mujer que se había “perdido” también sacó sus armas comenzando a pelear con el segundo hombre en cuestión, mientras el informador se alejaba de nosotros cuatro con la clara intención de irse y eso era algo que no podía permitir que pasara bajo ningún concepto, no podía perder la pista del hombre así que hice lo único que se me ocurrió en ese momento: lanzarle una de las dagas con la intención de que no se pudiera escapar pero sin hacerle una herida grave, tan solo ganar algo de tiempo mientras tanto. El grito que escuché seguido de un gruñido me hizo saber al lanzar la daga de plata que era un licántropo, algo que no me gustó porque estos podían tener la capacidad de regenerarse rápido –aunque la plata se lo impediría- pero además podría aprovechar sus habilidades como licántropo para alejarse y perderle el rastro. En lo que yo había lanzado la daga para que no se fuera el hombre contra el que peleaba me dio un golpe en el rostro aprovechándose de mi descuido, que hizo que chocara contra una de las mesas de madera y que sintiera el sabor férreo de la sangre en mi boca- hijo de puta –dije frunciendo el ceño para abalanzarme de nuevo contra él intercambiado golpes y esquivando otros. Debía de decir que era ágil y se movía con fluidez, pero yo había sido entrenada desde pequeña y los golpes no me dolían ya que estaba acostumbrada a ellos. La otra mujer luchaba contra el otro hombre así que tenía que darme prisa porque intuía que ella también querría al hombre que buscaba. Intercambiaba golpes con el hombre y en ese tiempo vi un pequeño patrón que seguía cuando iba a lanzar un ataque hacia delante, retrocedía el pie derecho antes de hacerlo así que tomándolo como patrón cuando lo hizo me agaché esquivando el golpe asestándole un puñetazo en su estómago que lo hizo doblarse por el dolor, aferré su cabeza y un rodillazo hizo que su nariz sangrara por el golpe, pero no paré y otro puñetazo en su rostro hizo que se ladera, momento que aproveché para lanzarlo contra el suelo cayendo sobre él y con la daga asestarle el golpe mortal. Al levantar mi vista me di cuenta de que dos hombres más habían entrado al local, vestidos como los primeros, acercándose al licántropo levantándolo para llevárselo sacándolo por la puerta, aparté la sangre de mis labios levantándome para ponerme en pie viendo que la mujer también había acabado con el otro hombre- maldición, se lo van a llevar –dije mientras corría hacia la puerta igual que estaba haciendo ella para intentar no perder la pista del objetivo, del único que podía darme la información sobre aquel objeto importante. No iba a dejar que nadie se lo llevara y se adelantara a mí para conseguir tan preciado objeto, así que más me valía correr y alcanzarlos antes de perderlos de vista.
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Mensaje por Reeva Argent Miér Jul 04, 2018 10:15 am

Todo sucedió bastante rápido, en un segundo los dos cruzados que se plantaron frente suyo desenvainaron las armas y al siguiente, la mujer de mirada glacial se precipitaba con la furia de los nueve infiernos hacia quienes se interponían en su camino, dispuesta a arremeter sin piedad. Reeva contempló la escena con sus esferas esmeralda desorbitadas y pestañeó un par de veces intentando procesar lo que sucedía, mas no terminó de barajar sus opciones cuando uno de los hombres, como el predador que era, se lanzó sin juicio ni razón en su dirección, o mejor dicho, en dirección al licántropo, que se encontraba un par de centímetros tras de ella y en aquel caso podía considerarse como la presa.

Para ese punto la fachada tras la que se había ocultado era insostenible, así que en un acto reflejo, se levantó la falda y desenfundó sus falcatas argentadas de la pernera y afianzó el agarre sobre el mango ante la reacción desconcertada de su oponente. Con el rabillo del ojo capturó la figura de la mujer de cabellera bruna batallando salvajemente contra el inquisidor. Sus comisuras se ladearon curvando una sonrisa incisiva... desafiante; al parecer la velada sería mucho más interesante de lo previsto. Ciertamente, nadie era amigo de nadie, sólo eran cuatro predadores peleando por la mejor presa.

El sujeto se lanzó contra ella, blandiendo un sable, ondeando la filosa hoja a diestra y siniestra en busca de zanjar su carne. La técnica de su opuesto era bastante buena, las arremetidas eran potentes, enérgicas, de tal forma que en un descuido pudo haberle zanjado algún miembro de un único tajo; no obstante, en el afán de hacerle daño las embestidas se tornaron más descuidadas, así como sus movidas más inteligentes. Una relación inversamente proporcional que a ella le servía la contienda en bandeja de plata.

Reeva se eludió el afilado borde y reiteradas veces lo desvió con sus hojas plateadas, aprovechando los descuidos de su contrincante para infligirle un par de cortes, incisiones que si bien pudieron convertirse en heridas letales, las limitó a pequeños rasguños. Él era bueno, pero ella era mejor, el enfrentamiento hubiese acabo con prontitud y ciertamente, la adrenalina que fluía como esencia bendita a través de sus poros apaciguaba los estragos de la abstinencia en su cuerpo. La ansiedad, el dolor y la necesidad desaparecían con el alboroto de sus hormonas, todo lo que quedaba era un placentero hormigueo en la yema de sus dedos, la agradable sensación de asfixia producida por el esfuerzo físico y un inexplicable empoderamiento.

Fue en ese momento cuando, con el rabillo del ojo, se percató de la escurridiza silueta de su presa deslizándose ligera y sigilosa a sus espaldas con evidente intención de escapar.

¡¿A dónde crees que vas?! — Con ambas manos ocupadas, la rubia no tuvo más opción que recurrir a un fuerte empellón que, literalmente, dejó sentado al licántropo en una de las sillas — ¡Mal perro!

La pequeña distracción no le salió barata pues pronto sintió la incisiva arista del acero ajeno rasgando la dermis de su brazo, dejando a su paso un torrentoso hilillo de sangre, la piel ardiente y la carne al rojo vivo. Siseo de dolor. sin embargo, Reeva reculó veloz antes de que el tajo causara mayor daño, pero definitivamente necesitaría un par de puntos más tarde.

Sacando provecho de la situación, el lobo hizo el amague de escabullirse de nuevo, mas esta vez el intento fue frustrado la dama de orbes helados, quien lanzó una daga al aire ensartándola en el muslo derecho de la bestia que, con la mirada encendida en ámbar, aulló de dolor.
Se encogió de hombros. Eso también funcionaba.

La otra mujer se esforzaba por despachar con prisa al compañero del cruzado. La rubia frunció el entrecejo. Si seguía perdiendo el tiempo, lo más probable, posible y cierto era que su misteriosa aliada de momento, le robara el botín después. Sin meditarlo agitó las falcatas en un frenesí de ataques en los que sus hojas argentadas cortaron cruentas el espacio individual de su contendiente. En tanto este se sintió lo suficientemente seguro como para responder a sus ataques, Reeva paralizó la arremetida con el filo que empuñaba en la diestra, de una patada en la boca del estómago lo obligó a recular e inmediatamente le hundió la hoja de la siniestra en la garganta.

Fue entonces cuando escuchó el gruñido de la cazadora que le informaba que otro par de hombres, que habían ingresado al local mientras ellas terminaban con el primer dúo, se llevaban a rastras al jodido lobo. Automáticamente sus pies se movieron raudos hacia la salida, pero se detuvo al no ver nada más que una calle solitaria sumida entre las penumbras, una pequeña ventisca removió su rubia cabellera, en medio del sepulcral silencio de la noche lo único que se percibía era el eco de los pasos que se desplazaban con presteza por un callejón. Ladeó la sonrisa y sus esmeraldas, centellantes, se anclaron en las gemas azuladas de la otra dama.

Quieres lo mismo que yo — Aseveraba lo evidente mas lo hacía con un motivo— Podemos deshacernos de esos dos y luego arreglar esto de la forma anticuada ¿qué dices?

Al parecer la otra mujer estaba de acuerdo con su propuesta. Una alianza circunstancial hasta que sólo quedasen dos compitiendo por el premio gordo. Sabían lo que tenían que hacer. Una los seguiría por un lado, la otra por el otro y les harían encerrona. La primera en alcanzarlos fue su compañera, sorprendiéndolos por el frente. Los hombres frenaron en seco y volvieron la vista en busca de otra vía de escape, dando de lleno con su sinuoso contorno dibujado entre las sombras.

No sé dónde ha quedado la caballerosidad — Comentó divertida— Es bien sabido que las damas van primero.
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Reeva Argent
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