Les ailes des moulins Protègent les amoureux [Libre]

por **Angele Nïm** Miér Abr 04, 2018 12:10 pm

El Salón de Madame Esther Barthélemy en la plaza Tertre era el nuevo sitio de moda entre los artistas aspirantes de París. Lo suficientemente respetable como para que las jóvenes debutantes se ofrecieran a posar para los artistas pero con un aire sórdido que las obligaba a llevar chaperones con ellas. Musas de alta cuna mezcladas con prostitutas, todas ellas compitiendo para ser retratadas bajo el pincel de los futuros grandes maestros.

Angele no estaba allí en busca de un mecenas o de convertirse en una musa, no, esa helada tarde de Primavera Angele había aceptado acompañar a Jules, Pintor, artista y sinvergüenza en potencia, para que este se encontrase con su última amante, una hija de la revolución, joven como las primeras flores de la primavera y en la humilde, y ligeramente celosa, opinión de Angele más sosa que la comida de la cafetería de la universidad.

Había dejado bien claro las pocas ganas que tenía de estar allí. Tenía que leer tres capítulos de su libro de historia y entregar seis páginas de ejercicios de latín que aún no había ni empezado, de veras que no tenía el tiempo para estar acompañando a Jules a este tipo de eventos. Por supuesto, cuando Jules había pestañeado suplicante, cogiendo sus manos Angele, estúpidamente enamorado de él y fácilmente manipulable había dicho que si.

-Solo digo, que tu Mademoiselle Girault no es la flor hermosa que dices -Se había tirado en uno de los divanes de forma que sus rizos dorados enmarcan su cara como un halo divino- Más que Afrodita parece una gallina decorada.

Jules, sentado en el suelo y con la espalda apoyada en el diván no tardó en pellizcar la pierna de Angele, volviendo a su boceto mientras esperaba que el objeto de sus deseos apareciera - La belleza de una dama no está solo en su rostro, hay veces que hay que fijarse en el alma, el corazón.

-...O en su gigantesco par de tetas.

Su interlocutor sonrió de oreja a oreja, señalando con su lápiz - Tampoco te olvides de una fortuna y dotes millonarias.

Angele puso los ojos en blanco, golpeando la trasera de su cabeza con la rodilla. En su grupo de amigos todos sabían que los padres de Jules habían estado insistiendo en un matrimonio por dinero, ya que con seis hermanos mayores y tres hermanas era poco probable que Jules recibiese mucho más que un humilde estipendio como herencia. Entonces el joven se había visto entre la espada y la pared con solo dos opciones, estudiar duro y convertirse en un abogado importante, lo cual le impediría de practicar su arte, o casarse con una rica heredera, y por la manera en la cual se fijaba en las jóvenes del lugar y las acosaba como si se tratasen de ciervos listos para la caza, era obvio que opción había elegido.

-¿Qué hay del romance, Jules? -dijo Angele, jugueteando con un mechón de cabello.

-Ya tendré tiempo para el romance cuando me case -se levantó del suelo, quitándose el polvo de la ropa y sonriendo a Angele - Las mujeres adoran a un hombre casado.

Guiñandole el ojo se colocó el block de dibujo bajo el brazo y se deslizó por la sala hasta donde Mademoiselle Arlette Girault acababa de llegar, acompañada por su doncella. Desde lejos no eran tan poco agraciada como Angele había insinuado, tan solo era común, ni siquiera con su vestido dorado parecía llamar la atención. Era una verdadera pena que Jules tuviese intención de pasar el resto de su vida atado a algo tan triste como aquella joven.

Suspirando se levantó del diván, listo para vagar por el lugar por un par de horas hasta que Jules decidiese que estaba aburrido y era hora de marcharse de allí. Tal vez con suerte se encontrase con alguien dispuesto a entretenerlo.

por **Gawayn Gwynfor** Mar Jun 05, 2018 4:05 pm

Hacía casi cuatro semanas que me había instalado en París tras mi precipitada huida de la ahora lejana Cornualles. Tiempo suficiente para que hubiera agotado mis siempre escasos ahorros. Si algo sobraba en la capital francesa eran artistas, y yo aun no tenía reputación, ni siquiera una mala reputación.

Así que, hasta que me hiciera un nombre y los adinerados nobles y burqueses vinieran a buscarme para que les retratara debía conformarme con sacar algunas monedas realizando rapidos y vulgares retratos de las rameras más exhuberantes. Los gentiles caballeros parisinos parecían ávido de coleccionar semejantes dibujos. Y una buena cantidad de carne pintada al oleo siempre me reportaba lo suficiente para pagar un plato caliente y unas cuantas jarras de vino.

Con la idea en mente de hacer varios garabatos eróticos que me redimieran de trabajar en la siguiente semana me dirigí hacia el muy recomendable salon de Madame Barthélemy. Recomendable para gente de mi calaña, se entiende. No era el lugar más adecuado para la creme de la creme de la sociedad y sin embargo ofrecía la oportunidad de encontrar alguna damisela de buena cuna a la que impresionar con mis dotes artísticas y mi palabrería. Alguien que me abriera las puertas a un mundo mejor y mucho más lujoso. Y si no, siempre podía dedicarme a pintar tetas de putas.

Asi pues, con animo festivo, cargado con mis utensilios y pinceles, entré en el local. De inmediato me recibieron varias de las encantadoras cortesanas con las que había trabado amistad en los últimos días. Eran excelentes modelos y además si les guiñaba un ojo o les dedicaba una sonrisa pícara solían regalarme una copa de vino. Dejé que me guiaran hasta un rincón y allí aseguré cuanto las había extrañado y lo eternas que se me habian hecho las horas sin verlas mientras me servía una buena jarra de licor.

Riendo animado, paseé la mirada por el interior del local en busca de alguna posible damisela ricachona a la que impresionar. Pero lo que vi, me cortó la respiración. Un muchacho, tan joven que no habia sombra de barba en sus mejillas ni mentón. El cabello alborotado y salvaje, la mirada distraida, aburrido quizás o triste.. o ambas cosas. Los labios llenos, con una mueca que los curvaba hacia abajo. Unos labios hechos para sonreir y que quien sabe cuales circunstancias habían apagado.

De inmediato tomé las pinturas, ignorando los comentarios y las bromas de las rameras a mi alrededor. Hacía tanto tiempo que no me sentía así... Verdaderamente en ese instante notaba la necesidad de plasmar lo que esa criatura inspiraba en mi mente, el mundo se detenía y solo estaban las musas y el lienzo. Frenético tracé una y otra vez sombras, luces y colores, necesitaba atraparle, capturar la esencia de ese muchacho de rostro celestial.

Pero por más rapido que trabajara, no me iba a dar tiempo. Antes o despues el muchacho se levantaría y se marcharía dejando mi visión incompleta. No podía permitirlo. Tomando el lienzo a medio pintar me acerqué a él para hablarle.
- Desconozco tu identidad, mi pequeño Ganímedes, pero quiero que veas esto y me digas que no me negarás la oportunidad de acabarlo. - me incline a su lado, apoyando una rodilla en el suelo y le mostré el lienzo - Te lo ruego.

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