Cuando nuestros caminos se encuentren [Dima Yakovlev]

Dima no pudo evitar sonreír mientras escuchaba hablar a la chica, que le regalaba su melodiosa voz palabra por palabra.
-Yo te pondría mi abrigo por la espalda si tuvieras frío... solo dejaré que tus mejillas se sonrojen con mis palabras.- sonrió, abandonando un momento su tarea para perderse en el hermoso rostro de Charleen, que no dejaba de dedicarle sonrisas que a él le daban vida... a él, y a su imaginación.
Volvió rápidamente a su tarea, justo cuando notaba sus mejillas calentándose, y se regañó a si mismo por perderse en la tentación tan facilmente. ¿Pero quién no caería en el pecado de aquellos labios? ¡Ah, romántico!, se dijo deslizando su lápiz por el papel con rapidez.
De pronto, sintió la presión de un cuerpo sobre su espalda, inclinándose para ver que hacía, y pudo sentir el cálido aliento de Charleen acariciando sus cabellos.
Su mano perdió entonces el rumbo, dibujando un rayón tembloroso que imitaba el movimiento de sus nerviosas manos. Cerró los ojos obligándose a si mismo a calmarse, y deseó que la chica no viera cuan nervioso se había puesto al sentir su cuerpo pegado al de la chica.
Solo cuando escuchó la voz de la chica a su lado, logró calmarse. Tragó saliva antes de hablar, para que su voz no delatara su nerviosismo, y alzó la vista hasta la chica. Fue entonces cuando descubrió la divertida pose que la boina había adoptado sobre el rostro de Charleen, cubriendo medio rostro, robando protagonismo a éste. Sus mejillas se había coloreado de un divertido rosa, y su garganta emitía de nuevo aquella melodiosa risa que inspiraba tanto al ruso.
-No vale mirar....- comenzó sonriendo, llevando su mano a los ojos de la chica para taparlos. -Después de esto dirás que estoy loco....- rió acercándose a su oído con sumo cuidado.
Acomodó entonces su rostro en el hombro de la chica, y comenzó a tararear las notas que había estado escribiendo en el papel, componiendo aquella melodía que la risa de la chica había inspirado. Se maldijo por no haber traído consigo su acordeón, pero continuó tarareando aquella melodía con una sonrisa en los labios, ilusionado por la sensación de haberle dedicado algo a alguien... y más a alguien tan bella como Charleen lo era.
Cuando la melodía hubo tocado su fin, Dima se separó lentamente del rostro de la chica, casi a regañadientes, y su mirada, tan inquieta como era, bajó a los labios de la chica. El ruso sintió unas cosquillas en los labios, aquellas que sentía siempre que quería besar a una chica, y queriendo controlar aquel impulso, se mordió el labio inferior con fuerza.
-Prometo tocarla para ti en una noche estrellada.- sonrió cuando hubo controlado el impulso, alzando la vista hasta la chica. -Será un bonito recuerdo, ¿no crees?
Dima sentía el corazón latiendo fuerte en su pecho, tanto que comenzó a reírse para que el boom-boom no fuera audible. Se sentía dichoso por el simple hecho de componerle a Charleen una melodía, una nacida de la sencillez de una risa. Para él aquello era un sueño, era como sentirse el mayor genio de la música. Qué tonto parecía... tonto, sí, pero feliz. Y con el corazón latiendo a velocidad vertiginosa...

Dima pronto se dio cuenta de la dificultad que le suponía concentrarse en lo que Charleen decía. Lo intentaba una y otra vez, queriendo saber que dulces palabras emitirían aquella voz que lo envolvía como lo hacían las notas cuando estaba inspirado. ¿Qué le estaba pasando? Había salido buscando una nueva melodía y había encontrado una musa, ¿por qué le daba tanto miedo que la chica se fuera y lo dejara sin tal inspiración?
Se esforzó en dejar de reír como un tonto y tomar aire para centrarse únicamente en el bello rostro que lo alumbraba, aquel que ahora se veía completamente teñido de un rojo que a Dima le pareció tan dulce como una cereza.
Cuando por fin pudo oír su voz, unas cosquillas invadieron divertidas su estómago, y el chico rió con delicadeza ante aquella sensación.
-¿Quieres decir pues que volveremos a vernos...?.- inquirió con timidez, no viéndose capaz de afrontar el momento en el que tuvieran que separarse. -Podría escribir mil más como ésta solo con oírte reír....- sonrió después, con cierto nerviosismo sin percatarse que se había sonrojado, pues para él lo extraño era sonrojarse y no sonrojar a su acompañante.
Las palabras se le agotaron en aquel mismo instante y no supo qué más decir, ¿debía darle las gracias por el regalo que le había hecho la joven? ¿o debía acallar para no parecer un completo idiota? Un tonto enamorado, en realidad, se dijo agitando la cabeza con disimulo, llevándose una mano a los cabellos para despeinarlos con brío.
-Спасибо....- susurró agradecido en su ruso natal, negándose a escuchar las razones equívocas de su mente para hacer caso, por una vez en temas de mujeres, a su corazón. Se acercó lentamente al rostro de la chica, y posando con suavidad una mano en la mejilla de ésta, besó la otra cerrando los ojos, casi perdiéndose en el aroma que desprendía.
Se le vinieron tantas cosas a la cabeza en aquel momento que sintió ganas de no separarse nunca de aquella cálida y ruborizada mejilla, pero sabía cuan incómoda se volvería la situación, así que nervioso, se separó de ésta guardando en sus labios el sabor de la piel de aquella joven como un tesoro que le acompañaría en sus noches falto de inspiración. Y en las noches de luna llena, y en las de cielo estrellado y... y en todas las demás.

Спасибо = Gracias (:

Se sentía en una extraña nube que sobrevolaba París como la más bella ave. Sentía que todo se veía de otro modo a través de aquellos ojos que lo miraban sin pausa, volviéndolo el más miserable de los humanos con solo pensar en separarse de ella.
Quiso cerrar los ojos y comprobar si su mente estaba grabando todos aquellos momentos tan nuevos para él, en los que descubría por primera vez la necesidad de conocer de verdad a una persona. ¿Cuándo había sentido él esa necesidad? ¡Si ni siquiera sabía el día en el que vivía! Pero de Charleen lo quería todo, lo que veía y lo que no, lo que sus manos podían acariciar y lo que soñaban alcanzar. Pero sobre todo, deseaba todo aquello que sus labios no podían tocar... y eran, sobre todo, los labios ajenos. ¡Ah, romántico soñador que busca en los labios de una muchacha las puertas al paraíso!
Eres solo un soñador, se dijo, recordando aquellas dolorosas palabras de Sergey, aquel hombre cuya función jamás ejercida era la de padre.
Apartó la mirada cuando notó la de la chica recorriéndole, haciendo aquello que él no se atrevía a hacer. Quería perderse en cada vertiginosa curva de aquel perfecto cuerpo, en aquellas simples comisuras en las que él se colgaría como si se tratara de la mismísima luna y sus estrellas. ¿Qué demonios estaba pensando? ¡Dima Yakovlev, mujeriego torpe por excelencia no lograba sacarse la idea de estar con aquella chica de la cabeza! ¿Qué locura era aquella?
Su mirada viajó por el cuello de Charleen como un barco a la deriva, no sabiendo bien a donde estaba dirigiendo sus ojos. ¿Era la boca de la chica su perdición? ¿Sus ojos? ¿Su voz? ¡Dima, concéntrate!, se dijo aturdido por un momento.
Sin embargo, la sonrisa de su acompañante unida a aquellas hermosas palabras le robaron protagonismo a cualquier pensamiento, llevando al ruso a un estado de ensoñación propio de un borracho o un drogadicto. Se esforzó por disimular su felicidad, pero fue completamente inútil. Una enorme sonrisa curvó sus rosados labios y sus dedos dibujaron un corazón mientras el chico dejaba escapar una tonta risa.
-¿Los mismos que no pueden dejar de mirarte...?.- su voz había sonado tan seria que por un momento se recordó a su amigo Sasha cuando estaba a punto de bromear. Pero él, al contrario que su amigo, estaba hablando completamente en serio... para su propia sorpresa. -Tengo la sensación de estar viendo a cada segunda la más bella obra de arte....- ¿por qué su voz seguía sonando tan seria? Como si... como si cada palabra fuera un juramento, algo que nadie podría rectificar nunca.
El aliento le faltaba de repente, y se obligó a beber un poco antes de continuar hablando. Suspiró para luego reír como un niño, creyéndose ante el mayor misterio al que jamás se había enfrentado en su corta pero intensa vida: ¿qué estaba sintiendo? ¿qué clase de ser era Charleen? ¿un ángel? ¿una ninfa? ¿una diosa, tal vez?
De nuevo, las palabras de la joven lo sacaron de sus pensamientos, con aquel tono de misterio que lo hizo dejar caer la cabeza hacia un lado curioso, imitando a un cachorro que se enfrenta algo que no comprende.
-¿Dejarás que yo cree un mundo diferente al que nos rodea? Crearé luces y sombras que te envuelvan con mis melodías....- ni siquiera supo lo que estaba diciendo, pero algo tenía claro: quería huir de allí para llevársela al lugar más recóndito de toda Francia y mostrarle la belleza desde lo más pequeño para luego demostrarle que ella reinaba por encima de cualquier cosa.
Se frotó la nariz riendo con cierto aire melancólico, casi preguntándose si aquellas palabras habían sido pronunciadas con doble sentido. ¿Buscaba él huir de la pena que encerraba su alma? ¿O se había olvidado de si mismo para pensar solo en Charleen?
-Charleen....- susurró tan suavemente como acaricia el roció a cada hermosa flor al amanecer. Se tapó la boca de pronto, percatándose de que lo había pronunciado en voz alta contra su voluntad.
Otra vez aquella risa nerviosa, la mirada de la chica clavada en sus ojos y aquel incesante boom-boom que se aceleraba cada vez más.

Por un momento sintió que no podía dar marcha atrás, que ni siquiera podría irse de allí aunque el mundo entero cayera en el más miserable silencio. Ni siquiera podía oír ya los murmullos de la gente, y el viento solo repetía una y otra vez aquel nombre que había pronunciado él como el más hermoso poema. Charleen. ¿Era todo aquello alguna clase de encanto? ¿Un sueño? ¿Iba a despertarse? ¡No, no, no! No quería despertarse nunca.
El corazón se le volcaba con cada sonrisa, la risa de aquella chica le ponía la piel de gallina y sus labios cada vez le quemaban más. Cada vez tenía más ganas de acallar aquella sed, beber de aquellos carnosos labios y perderse en la maravillosa música que se crearía ante tal caricia. Música celestial, pensó él un instante, agitando con disimulo la cabeza para intentar dejar de fantasear de aquel modo. Le saldría caro continuar.
Pero las palabras que aquellos labios pronunciaron solo le dieron ánimos para continuar, ¿decía que no podría olvidar sus ojos? Si él ya no podía sacársela de la cabeza teniéndola aún tan cerca. ¿Se estaba volviendo loco? ¿Cómo podía necesitar sentir que aquello era real?
Giró la cabeza aturdido, buscando algo en lo que distraer tales atronadores pensamientos, que llegaban a él como un misterio incomprensible que deseaba descifrar pero cuya clave, estaba aún fuera de su alcance. Cada rostro que miraba le parecía distorsionada, había conocido otra dimensión, otra realidad demasiado bella para escapar de ella. Hasta hablaban un idioma completamente distinto, uno que solo ellos dos entendían. ¿Qué debía decir ahora? Balbuceó algo con torpeza pero terminó agachando el rostro por vergüenza, ya nada salía de su boca aparte del deseo de... ¡Dmitry!, se recriminó avergonzando de aquel pensamiento y de si mismo.
Pero aún avergonzado sonrió, sonrió como un bobo y luego se echó a reír, sonrojándose, y volvió la vista a aquella nueva realidad que acababa de conocer a manos de Charleen.
-Correría ahora mismo a por mi acordeón para que me muestres todo eso... quiero crear un nuevo mundo. Mi música será el sonido del agua, será el viento que acaricie tu pelo....- musitó perdiendo su mirada en el cielo, que hacía competencia a su azul. -Pero para eso tendría que apartarme de ti durante un rato... y es lo último que haré.- sonrió aún perdido en la inmensidad del cielo.

PD: Siento la tardanza... y que sea tan corto

No supo, al oír hablar a la joven, que fue lo que lo dejó perdido por unos instantes, en la inmensidad del universo. ¿Habían sido las palabras de la chica? ¿Su voz? ¿Su mirada?
Comenzaban a fallar ya sus sentidos, quienes perdidos en la bella obra de arte que tenía ante sus ojos, le jugaban malas pasadas a su aturdida mente, llevándole a mil paisajes desconocidos para él, mostrándole mil texturas nuevas, sensaciones, incluso sabores, porque no podía dejar de fantasear con el sabor de aquellos carnosos labios.
¿Era aquel encuentro cosa del destino? ¿Era un cuento de hadas? ¡Él, que no creía en esas cosas! Empezaba a creer en las bellas princesas de cuenta, en los príncipes encantados dispuestos a salvarlas, en bellos castillos y paisajes maravillosos.
Quería ser él quien pusiera melodía a las mañanas de aquella chica, en sus atardeceres, en sus noches... pero sobre todo, quería formar parte de ellos.
Ya no se molestó en agitar la cabeza, solo dejó que la pequeña curvatura que amenazaba con dibujar sus labios se formase formando una despreocupada sonrisa.
-¡Te dejaré un recuerdo!.- exclamó comenzando a reír con aire despreocupado. -Puedes quedarte con mi boina... no es gran cosa.- rió alborotándose el pelo. -Pero si no volvemos a vernos me quedaré sin boina...
Se echó a reír tras sus palabras, como un niño pequeño que acababa de lanzar un deseo al aire envuelto en un secreto. ¿Qué le importaba a él su boina? Si lo que quería era volver a ver a aquella joven. No sabía bien si iba a ser posible, si sería mañana, pasado o dentro de un mes... pero para él ya era una meta, un sueño de futuro. Un plan que cumpliría sí, o sí. No existía el "no" en su cabeza, nunca había existido y ahora, con aquellas fantasías en su cabeza, mucho menos.
-Dentro de unos días será luna llena....- habló él sin mirar entonces a la joven. -Sería muy hermoso compartirla contigo en la laguna...
Su vista se alzó de golpe, chocando con la hermosa imagen que tenía ante sus ojos, iluminada por el sol que parecía comenzar a caer ocultándose, pensó él, envidioso de la atención que le daba a la chica, envidioso por la belleza de sus ojos y sus cabellos brillantes.
Algo le llevó a acariciar la mejilla de la chica, sonriendo, como si acabara de darse cuenta que la felicidad y la belleza del mundo entero residía en una mirada, en una sonrisa, en una simple y dichosa risa.
Sonrió viéndose reflejado en aquellos grisáceos ojos, no queriendo despegar la vista de estos, haciendo una promesa que tal vez solo su alma comprendía, pero que para él ya era suficiente.
No entendía nada, había dejado de comprender qué ocurría, qué sentía, o simplemente qué pensaba, sentía que parte de su fuerza se escapaba por sus labios con cada palabra, que parte de sus miedos ocultos habían caído bajo la soberanía de aquellos ojos y, sobre todo, que sus latidos ya habían compuesto una nueva melodía a quien toda su razón había puesto nombre: Charleen. Todo llevaba su nombre de repente... y creyó volverse loco al pensar que ya no podía recordar más nombre que aquel.