AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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How Would They Hear The Beating Of my Heart? | Privado
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How Would They Hear The Beating Of my Heart? | Privado
El galanteo del agua rozando su piel lozana. Fue lo único que podía sentir en ese momento después de abandonarse al mar. No era la primera vez que ella saltaba hacia el vacío de tal forma, las circunstancias le orillaban en más de una ocasión a perderse en ese abismo de oscura soledad. Por unos minutos no había dolor, arrepentimientos o tristeza. No existía el blanco o el negro. Su mente se mostró estática impidiéndole reaccionar a los gritos de auxilio que los extraños proliferaban a su alrededor. Sus cabellos rubios ahora tan solo era una mancha sobre su rostro que le impedía reconocer la identidad de aquel salvador. Sus fuerzas eran mínimas permitiéndole apenas balbucear antes de que fuese extraída del abrazo del mar. Nuevamente la muerte se rehusaba a cobijarla en su regazo.
Tosió un poco antes de expulsar el agua que había ingerido. Sobre la arena, parpadeo un par de veces para ubicar la silueta de aquel hombre que se encontraba frente a ella. La luz lentamente se extinguía sobre el horizonte. Las ráfagas de frio disminuyeron considerablemente brindando una calidez a su alrededor, acompañado de una serie de murmullos y oraciones entrecortadas de los espectadores quienes se arremolinaban para ser testigos de lo ocurrido.
–¿Qui... quién es usted?–
Preguntó con dificultad tratando de incorporarse.
En ese momento se encontraba confundida aún. No reparó en el hecho de que quizás se había mostrado un tanto descortés. Pasó su diestra por la cara para apartar el cabello, entonces sus orbes se posaron directamente en el hombre que ahora se hallaba a su lado mientras su respiración regresaba a la normalidad eventualmente. No estaba segura si habría sido lo mejor. Y es que en ocasiones no solo se lucha para sobrevivir sino también para cruzar el umbral que nos separa de este plano. Era la primera vez que intentaba una especie de suicidio, un camino falso producto de la desesperanza que le causaba el no saber donde se hallaba su hermana.
–Merci–
Respondió a la acción ajena, recogió sus piernas hacia su cuerpo, exponiendo esa vulnerabilidad que tanto odiaba mostrar. En ese instante, era un libro abierto, una mariposa con las alas rotas cuyo destino había sido alterado de manera brusca. Suspiró. Quizás aún no era su momento, quizás aún debía saldar cuentas pendientes para poder partir. Enseguida el llanto brotó de sus ojos recordando parte de ese pasado tormentoso. Había sido trastocada por sentimientos encontrados y en esa lucha interna se ahogaba en sollozos que demostraban su estado actual.
–Disculpe Monsieur, no tiene por qué presenciar esto, en cuanto guste puede marcharse, le agradezco nuevamente sus atenciones–
Tosió un poco antes de expulsar el agua que había ingerido. Sobre la arena, parpadeo un par de veces para ubicar la silueta de aquel hombre que se encontraba frente a ella. La luz lentamente se extinguía sobre el horizonte. Las ráfagas de frio disminuyeron considerablemente brindando una calidez a su alrededor, acompañado de una serie de murmullos y oraciones entrecortadas de los espectadores quienes se arremolinaban para ser testigos de lo ocurrido.
–¿Qui... quién es usted?–
Preguntó con dificultad tratando de incorporarse.
En ese momento se encontraba confundida aún. No reparó en el hecho de que quizás se había mostrado un tanto descortés. Pasó su diestra por la cara para apartar el cabello, entonces sus orbes se posaron directamente en el hombre que ahora se hallaba a su lado mientras su respiración regresaba a la normalidad eventualmente. No estaba segura si habría sido lo mejor. Y es que en ocasiones no solo se lucha para sobrevivir sino también para cruzar el umbral que nos separa de este plano. Era la primera vez que intentaba una especie de suicidio, un camino falso producto de la desesperanza que le causaba el no saber donde se hallaba su hermana.
–Merci–
Respondió a la acción ajena, recogió sus piernas hacia su cuerpo, exponiendo esa vulnerabilidad que tanto odiaba mostrar. En ese instante, era un libro abierto, una mariposa con las alas rotas cuyo destino había sido alterado de manera brusca. Suspiró. Quizás aún no era su momento, quizás aún debía saldar cuentas pendientes para poder partir. Enseguida el llanto brotó de sus ojos recordando parte de ese pasado tormentoso. Había sido trastocada por sentimientos encontrados y en esa lucha interna se ahogaba en sollozos que demostraban su estado actual.
–Disculpe Monsieur, no tiene por qué presenciar esto, en cuanto guste puede marcharse, le agradezco nuevamente sus atenciones–
Última edición por Svetlana Alekséyevna el Vie Jun 01, 2018 4:27 pm, editado 1 vez
Svetlana Alekséyevna- Hechicero Clase Alta
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Re: How Would They Hear The Beating Of my Heart? | Privado
Know I've done wrong
Left your heart torn
Is that what devils do?
Took you so low
Where only fools go
I shook the angel in you.
Left your heart torn
Is that what devils do?
Took you so low
Where only fools go
I shook the angel in you.
Sus pasos vuelven del embarcadero dejando huellas en la arena con los pies desnudos, sintiendo cada grano en las plantas sólo por ignorar los demonios que le han perseguido durante tanto tiempo. Las personas observan el ir y venir de las olas, ese murmullo que causa ensoñación con el cielo iluminando las nubes con colores rosados y naranjas, ofrendando a la humanidad una oda de asombro por el espectáculo, incitándola a no perder la esperanza y continuar como el mar, que borra todo rastro a su paso. La espuma se vuelve más espesa en algunos lugares, la marea está subiendo al tiempo que el sol se oculta impidiendo avanzar por zonas que, de día, están secas.
Cual niño, evita algunos lugares más profundos, emite una palabrota cuando la marea avanza y le moja las pantorrillas. No quería llegar mojado hasta donde puede subir al carruaje, había dado la orden a Alfred que se adelantase un par de kilómetros para tener libertad. Sus botas, abrigo y cualquier objeto que pudiera perder, están dentro del vehículo que le esperará paciente. Disfruta de cada paso dado, del rumor de las olas rompiendo, la brisa salada remueve sus cabellos y la barba queda impregnada de pequeños fragmentos de arena. La paz del lugar no se puede comparar con nada a lo que Charles pueda estar acostumbrado. Ni el mejor de los sexos, al culmen, le permite tener tal relajación.
Y como si hubiera tentado al destino, éste utiliza una de sus lanzas para romper la frágil cúpula que le envolvía devolviendo a su cuerpo la tensión y la alerta que acostumbra. Un hombre señala hacia el mar, por instinto voltea para saciar su curiosidad. Entre las olas que anuncian el término de la zona segura, hay una figura que podría compararse con una sirena de largos cabellos rubios de no ser porque, según las leyendas, estos seres no nadan de la manera en que ella se comporta y mucho menos mueven los brazos cual alas mojadas. Va a hundirse como siga así, va a morir.
No debiera preocuparle al inglés el sino de la mujer, quien no es capaz de comprender sus capacidades, merece morir. Si fuese así ¿Por qué entonces está metiéndose en el mar y nadando con facilidad pasmosa abriendo una brecha hasta donde está la fémina? A veces sus impulsos son mayores a sus pensamientos. Debería avergonzarse por un actuar impropio de alguien de su clase. Que los insignificantes sujetos la rescaten, no necesita demostrar su valentía para hacerse notar. Su brazo envuelve la minúscula cintura de la mujer, la obliga a quedarse boca arriba, que pueda observar el cielo si quiere.
Cada brazada contra el mar sería una estupidez, por lo que mantiene el cuerpo relajado dejándose llevar por la marea hacia la orilla recordando lo que un viejo mentor le dijera "no pelees contra el mar, sólo te matará. Únete a él y te regresará a la orilla. Al único lugar que puedes volver, es la orilla. Relájate y déjate llevar", por lo que obedece. El peso del cuerpo de la mujer se disuelve. Poseidón no desea una ofrenda, por lo que les lleva sanos y salvos a la playa donde, sin dudarlo, Charles toma en brazos a la fémina caminando entre las olas afianzando los pies para evitar caer.
Las personas van acercándose conforme él emerge y deposita el cuerpo femenino en la arena, alejada de la marea. Se sacude la cabeza dejando que cientos de gotas le recorran el rostro perdiéndose otras en el vacío. - ¿Que quién soy? Soy al que le debes la vida, dulzura. No vuelvas a meterte tan profundo, si no sabes cómo tratar al mar, abstente de provocarlo - el intento por ponerse en pie es auxiliado por el inglés que de la cintura, la sienta con un solo envión. Es bastante alta en comparación del hombre, a quienes pocas mujeres pueden observarlo sin tener tortícolis. Sus ojos azules están llenos de dudas y parece desubicada.
Mueve la cabeza de derecha a izquierda en una franca muestra de inconformidad - debiste tragar agua, puede que el estómago duela o inclusive, tengas náuseas y vómitos. La presión pudo bajar, quédate quieta un instante - la reacción lógica es el llanto que le convulsiona los hombros. Charles emite un suspiro frustrado en tanto la gente va acercándose más haciendo quebrar su poca paciencia - ¿Qué tanto ven? ¿La ayudaron? No, ahora lárguense. Le quitan el aire que puede respirar, fuera todos - el bramido es iracundo, sólo por instinto, las personas van alejándose a una distancia prudente, negándose a perder un espectáculo tan interesante como ver si la mujer está mejor o no.
El llanto continúa, el hombre desespera entre los curiosos y las lágrimas. No sabe cómo comportarse cuando una fémina derrama esas gotas saladas, así que opta por huir. Toma en brazos a la mujer avanzando por la arena hasta donde el carruaje espera con un Alfred que alza una ceja sin comprender cómo es que su amo ahora vuelve mojado y con compañía - vámonos de aquí, empieza a avanzar a donde quieras, no, a París - sube con su carga al interior del vehículo dejando a la mujer sentada - ahora sí, tranquilízate que me alteran las mujeres llorando y ten, bebe - le da su petaca con whiskey.
El agua no es cálida en esta zona de Francia. Al contrario, es un tanto fría por las corrientes del norte y los polos.
Charles Moncrieff- Esclavo de Sangre/Realeza
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Re: How Would They Hear The Beating Of my Heart? | Privado
Todo había transcurrido en cuestión de segundos, no estaba dimensionando las consecuencias de sus actos, al menos no desde que arribó a la capital. Y es que aunque estaba habituada a lo que sus premoniciones pudieran mostrarle, la rubia no dejaba de sentirse impotente ante la situación que ocurría en su país natal. Las raíces que sus padres cimentaron en ella le orillaban a sentirse en un estado de desesperación. Era cierto, si aquel extraño no le hubiese rescatado otra seria la historia, pero por alguna razón el destino le había enviado hasta ella para poder darle una segunda oportunidad, para recapacitar que en sus manos podría estar el cambio que significara una diferencia entre la línea de la vida y la muerte. La imagen de ese niño de cabellos rubios seguía rondando en los pasillos de su atormentada mente, no estaba del todo segura que significaba pero debía hallar una pronta respuesta o terminaría perdiendo ese ápice de cordura que aún existía en su consciencia.
Parpadeo un par de veces, aturdida aún y entonces ya un poco más tranquila miró fijamente a los ojos del hombre que le había vuelto a la realidad.
–Sin lugar a dudas Monsieur, no tengo como pagarle lo que ha hecho por mí–
Trató de reincorporarse enseguida pero su primer intento resultó en vano, así que respiró profundamente tomando en cuenta el consejo que su oyente le compartía.
–De verdad no es necesario que….–
Iba a inquirir cuando le escuchó pedirles de manera poco amable a los demás retirarse del lugar. Svetlana sonrió nostálgica, pues no había tenido a su lado quien le protegiera de ese modo, se mantuvo callada y aún con cierta debilidad en el cuerpo, los sonidos del entorno le engullían por completo y cerró los ojos un par de segundos aunque los sollozos seguían siendo una constante. Lejos estaba aquella imagen de mujer de aristocracia, la hija de los Duques Rusos, en ese momento era solo Svetlana una fémina que tenía demasiadas interrogantes en su cabeza. Sin mostrar resistencia se ve llevada por aquel hombre hacia el carruaje, ya en el interior del mismo la rubia pasa el dorso de mano por los ojos, acomodando lo que puede de una indumentaria mojada y recogiendo en un pequeño chongo aquella plasta de cabellos.
Miró con detenimiento el contenedor de whisky, ingiriendo de un solo trago un poco de la bebida, sus facciones se tornan un tanto incómodas y sonríe de repente.
–¿Sabe? En Rusia las bebidas son muy diferentes a esto–
Al caer en la cuenta de aquel momento previo no le queda más que agachar la mirada y estirar la diestra hacia él.
–Mi nombre es Svetlana Alekséyevna y sino es mucho pedir me gustaría conocer su nombre–
Evitó de primera instancia revelar sus origines nobles, no necesitaba de un número protocolario en esos momentos puesto que se sentiría aún más avergonzada con su acompañante, miró entonces a través de la ventanilla y las tonalidades ocres del atardecer le tomaron por sorpresa, sonrió nostálgica ya que era un puesta de sol hermosa y era la también la primera vez que veía una escena como aquella.
–El atardecer en Paris es un espectáculo único que le es otorgado a pocos, somos afortunados en ese aspecto ¿No cree Monsieur?–
Parpadeo un par de veces, aturdida aún y entonces ya un poco más tranquila miró fijamente a los ojos del hombre que le había vuelto a la realidad.
–Sin lugar a dudas Monsieur, no tengo como pagarle lo que ha hecho por mí–
Trató de reincorporarse enseguida pero su primer intento resultó en vano, así que respiró profundamente tomando en cuenta el consejo que su oyente le compartía.
–De verdad no es necesario que….–
Iba a inquirir cuando le escuchó pedirles de manera poco amable a los demás retirarse del lugar. Svetlana sonrió nostálgica, pues no había tenido a su lado quien le protegiera de ese modo, se mantuvo callada y aún con cierta debilidad en el cuerpo, los sonidos del entorno le engullían por completo y cerró los ojos un par de segundos aunque los sollozos seguían siendo una constante. Lejos estaba aquella imagen de mujer de aristocracia, la hija de los Duques Rusos, en ese momento era solo Svetlana una fémina que tenía demasiadas interrogantes en su cabeza. Sin mostrar resistencia se ve llevada por aquel hombre hacia el carruaje, ya en el interior del mismo la rubia pasa el dorso de mano por los ojos, acomodando lo que puede de una indumentaria mojada y recogiendo en un pequeño chongo aquella plasta de cabellos.
Miró con detenimiento el contenedor de whisky, ingiriendo de un solo trago un poco de la bebida, sus facciones se tornan un tanto incómodas y sonríe de repente.
–¿Sabe? En Rusia las bebidas son muy diferentes a esto–
Al caer en la cuenta de aquel momento previo no le queda más que agachar la mirada y estirar la diestra hacia él.
–Mi nombre es Svetlana Alekséyevna y sino es mucho pedir me gustaría conocer su nombre–
Evitó de primera instancia revelar sus origines nobles, no necesitaba de un número protocolario en esos momentos puesto que se sentiría aún más avergonzada con su acompañante, miró entonces a través de la ventanilla y las tonalidades ocres del atardecer le tomaron por sorpresa, sonrió nostálgica ya que era un puesta de sol hermosa y era la también la primera vez que veía una escena como aquella.
–El atardecer en Paris es un espectáculo único que le es otorgado a pocos, somos afortunados en ese aspecto ¿No cree Monsieur?–
Última edición por Svetlana Alekséyevna el Vie Jun 01, 2018 4:27 pm, editado 1 vez
Svetlana Alekséyevna- Hechicero Clase Alta
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Re: How Would They Hear The Beating Of my Heart? | Privado
Estira la mano para tomar uno de sus abrigos dejado en una percha en el interior de su carruaje por si en algún momento el inglés tiene frío. En cuanto la tela la tiene en sus falanges, rodea con ella el cuerpo femenino para después, frotar sus palmas contra los brazos y la espalda intentando que la sangre vuelva a tener la misma presión, que sus músculos se calienten pensando que esta mujer ha de estar loca como para meterse en tan frías aguas a pesar de la hora. Sus ojos la observan como pocas veces haría con otras mujeres, dejando a un lado la lujuria que una dama tan bella pudiera general, lo que sus orbes expresan es una incomprensión por su accionar.
En cuanto da el trago, espera esa expresión que se plasma en su rostro que le hace sonreír. Sus palabras hacen que entorne los ojos antes de tomar él mismo la petaca para dar un largo trago antes de cerrarla para tomar el otro abrigo poniéndolo en las piernas de la mujer con cuidado de no tocar. - Curioso, así que es rusa. El vodka es uno de los más fuertes licores que he tenido oportunidad de probar. No puedo decir que me agrade demasiado porque me gusta disfrutar mi bebida, no que ésta se aproveche de mi inocencia para tumbarme donde menos lo espere - bromea con una sonrisa torcida acomodando la espalda mojada en una de las paredes del carruaje al otro lado del asiento que ambos comparten cruzándose de brazos en tanto sus ojos recorren el rostro femenino - satisfaga mi curiosidad ¿Qué hace tan lejos de su hogar? - pregunta con voz tranquila.
Svetlana Aleks... el apellido es impronunciable para el inglés quien se encoge de hombros antes de parpadear un tanto - Charles Moncrieff, inglés como puede apreciar, permítame un momento, por favor - toca la pared del carruaje que se detiene, Alfred abre la puerta al tiempo que Charles le mira agachándose para estar a la altura del rostro del hombre mayor colocando sus antebrazos en los muslos mirándole - ¿Tienes alguna manta, algo que pueda ayudarme para secar toda mi ropa? - pregunta al tiempo que el mayordomo asiente para ir a la parte trasera del vehículo y traerle un par de mantas - aquí tiene, señor - dice señorial antes de que el inglés agradezca, cierre la puerta, le entregue una de las mantas a la mujer llevando la otra primero a su rostro para quitarse las gotas, luego a su cabello en tanto se queda callado desprendiéndose de la levita al menos para dar algo de comodidad a su cuerpo.
Escucha sus palabras antes de sonreír provocativo - Sí, somos afortunados, se ve mejor en la playa, no dentro del mar, lo que me hace preguntar qué le llevó a hacer tal atrevimiento de meterse en unas aguas frías. Aunque si lo medito, quizá sea la temperatura a la que usted está acostumbrada. Rusia es un infierno helado, por lo que he escuchado - se pone en pie para rodear su cuerpo con la manta sentándose de nuevo para restregar las manos contra los brazos y las piernas intentando secar un poco sus prendas o al menos, quitarles el exceso de humedad.
En cuanto da el trago, espera esa expresión que se plasma en su rostro que le hace sonreír. Sus palabras hacen que entorne los ojos antes de tomar él mismo la petaca para dar un largo trago antes de cerrarla para tomar el otro abrigo poniéndolo en las piernas de la mujer con cuidado de no tocar. - Curioso, así que es rusa. El vodka es uno de los más fuertes licores que he tenido oportunidad de probar. No puedo decir que me agrade demasiado porque me gusta disfrutar mi bebida, no que ésta se aproveche de mi inocencia para tumbarme donde menos lo espere - bromea con una sonrisa torcida acomodando la espalda mojada en una de las paredes del carruaje al otro lado del asiento que ambos comparten cruzándose de brazos en tanto sus ojos recorren el rostro femenino - satisfaga mi curiosidad ¿Qué hace tan lejos de su hogar? - pregunta con voz tranquila.
Svetlana Aleks... el apellido es impronunciable para el inglés quien se encoge de hombros antes de parpadear un tanto - Charles Moncrieff, inglés como puede apreciar, permítame un momento, por favor - toca la pared del carruaje que se detiene, Alfred abre la puerta al tiempo que Charles le mira agachándose para estar a la altura del rostro del hombre mayor colocando sus antebrazos en los muslos mirándole - ¿Tienes alguna manta, algo que pueda ayudarme para secar toda mi ropa? - pregunta al tiempo que el mayordomo asiente para ir a la parte trasera del vehículo y traerle un par de mantas - aquí tiene, señor - dice señorial antes de que el inglés agradezca, cierre la puerta, le entregue una de las mantas a la mujer llevando la otra primero a su rostro para quitarse las gotas, luego a su cabello en tanto se queda callado desprendiéndose de la levita al menos para dar algo de comodidad a su cuerpo.
Escucha sus palabras antes de sonreír provocativo - Sí, somos afortunados, se ve mejor en la playa, no dentro del mar, lo que me hace preguntar qué le llevó a hacer tal atrevimiento de meterse en unas aguas frías. Aunque si lo medito, quizá sea la temperatura a la que usted está acostumbrada. Rusia es un infierno helado, por lo que he escuchado - se pone en pie para rodear su cuerpo con la manta sentándose de nuevo para restregar las manos contra los brazos y las piernas intentando secar un poco sus prendas o al menos, quitarles el exceso de humedad.
Charles Moncrieff- Esclavo de Sangre/Realeza
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Re: How Would They Hear The Beating Of my Heart? | Privado
Lejos estaba de ser aquella mujer segura de sí misma que solía consolar a los pequeños en el orfanato. Durante su estancia en Alemania oriental descubrió una extraña vocación hasta entonces excluida y es que su instinto maternal era un don nato, un poder que existía más allá de los mitos y leyendas en la sangre de las mujeres que portaban el apellido Alekséyevich. ¿Cuál sería su posición si su padre la viera en ese estado? Desalineada, con la mirada perdida y entablando una conversación con un extraño, la sociedad era rigurosa y seguramente el mismo cochero ya estaría construyendo sus propias conjeturas, pero distaba mucho de esas suposiciones, pues detrás de la belleza natural de la rubia, había una mujer temerosa, una mujer que había perdido el rumbo tras haber arribado a Paris. Sus ojos se posaron en la figura autoritaria del hombre quien lejos de juzgarla, parecía tratar de descifrar que era lo que transcurría en los empolvados pasillos de su memoria. Incluso ella misma no se reconocería en ese instante, se sintió apenada y pensó que si la oportunidad se presentara, se reivindicaría con el caballero.
Asintió entonces.
–En efecto Monsieur–
Susurra al confirmar sus orígenes extranjeros y entonces su fachada de angustia es suplantada por una tenue línea, apenas dibujada en sus tersos labios.
–No me imagino lo que es ser presa de dicha bebida–
Contadas eran las ocasiones en las cuales había cedido ante los efectos del mismo, así que desconocía por ende lo que significaba estar alterada por el alcohol, aunque la soledad y desconcierto bastaba para hacerla sentir quizás, una sensación similar.
Sorprendida por el acto generoso del hombre, solo le queda suspirar y arroparse con las mantas que él le había proporcionado un par de segundos atrás, no quería hacer uso de sus habilidades sobrenaturales, en efecto, no lo hace con frecuencia. Aunque con él, no hacía falta, podía ver claramente que en el aura ajena los matices resultaban ser claros y que su modo de actuar realmente era sincero. Svetlana recargó su espalda diminuta contra el respaldo del carromato, encogió sus piernas abrazándolas hacia su pecho, mientras sus manos desenmarañaban con cautela el rubio de sus cenizos cabellos.
–Yo….–
Pensó con mesura su respuesta.
–Estoy visitando a un hermano mío, él arribó un par de meses atrás y aunque no he podido verlo aún ya que es un hombre sumamente ocupado, espero que esta semana el encuentro se pueda concretar–
¿Qué más podía decir? Ni si quiera le conocía aún más que lo descrito por sus padres en las cartas, sintió que no era digna de relatar su pasado y prefirió cambiar de tema. Estiró su diestra, fría aun por la temperatura del agua para estrecharla con la ajena, aunque antes de eso de sus labios una risa ligera escapó al verle confundido con la pronunciación del apellido.
–El gusto es mío Monsieur Moncrieff–
Le vio maniobrar mientras secaba su propio cuerpo, no podía sentirse más avergonzada después de arrastrarle hasta ese inconveniente.
–Lamento mucho el incomodarle de ese modo, créame que haré lo posible por reparar el daño y retribuir su gesto de amabilidad conmigo–
No fue sino hasta que él movió ligeramente su cuerpo de su sitio que notó un escudo grabado en el respaldo contrario del carruaje, Svetlana llevó su mano al pecho y supuso que no estaba tratando con un simple hombre, pero, prefirió que fuese él quien develara eventualmente su origen.
–Realmente quisiera decirle que fue eso, la añoranza por mi país lo que me orilló a cometer ese acto de cobardía ¿Sabe Monsieur Moncrieff? En ocasiones no somos conscientes de nuestros actos y aunque me vi como una demente ante toda esa gente, pensé que lo mejor sería simplemente haberme ahogado, es una sensación que no deseo a nadie. Rusia es un infierno helado como bien lo describe y Paris es tan suntuosa, no existe punto de comparación en ese aspecto supongo que usted lo ha notado, quizás sus raíces posean algo más encantador que eso, al menos puedo decir que en Inglaterra existen hombres de buen corazón–
Le miró con un gesto de agradecimiento.
Asintió entonces.
–En efecto Monsieur–
Susurra al confirmar sus orígenes extranjeros y entonces su fachada de angustia es suplantada por una tenue línea, apenas dibujada en sus tersos labios.
–No me imagino lo que es ser presa de dicha bebida–
Contadas eran las ocasiones en las cuales había cedido ante los efectos del mismo, así que desconocía por ende lo que significaba estar alterada por el alcohol, aunque la soledad y desconcierto bastaba para hacerla sentir quizás, una sensación similar.
Sorprendida por el acto generoso del hombre, solo le queda suspirar y arroparse con las mantas que él le había proporcionado un par de segundos atrás, no quería hacer uso de sus habilidades sobrenaturales, en efecto, no lo hace con frecuencia. Aunque con él, no hacía falta, podía ver claramente que en el aura ajena los matices resultaban ser claros y que su modo de actuar realmente era sincero. Svetlana recargó su espalda diminuta contra el respaldo del carromato, encogió sus piernas abrazándolas hacia su pecho, mientras sus manos desenmarañaban con cautela el rubio de sus cenizos cabellos.
–Yo….–
Pensó con mesura su respuesta.
–Estoy visitando a un hermano mío, él arribó un par de meses atrás y aunque no he podido verlo aún ya que es un hombre sumamente ocupado, espero que esta semana el encuentro se pueda concretar–
¿Qué más podía decir? Ni si quiera le conocía aún más que lo descrito por sus padres en las cartas, sintió que no era digna de relatar su pasado y prefirió cambiar de tema. Estiró su diestra, fría aun por la temperatura del agua para estrecharla con la ajena, aunque antes de eso de sus labios una risa ligera escapó al verle confundido con la pronunciación del apellido.
–El gusto es mío Monsieur Moncrieff–
Le vio maniobrar mientras secaba su propio cuerpo, no podía sentirse más avergonzada después de arrastrarle hasta ese inconveniente.
–Lamento mucho el incomodarle de ese modo, créame que haré lo posible por reparar el daño y retribuir su gesto de amabilidad conmigo–
No fue sino hasta que él movió ligeramente su cuerpo de su sitio que notó un escudo grabado en el respaldo contrario del carruaje, Svetlana llevó su mano al pecho y supuso que no estaba tratando con un simple hombre, pero, prefirió que fuese él quien develara eventualmente su origen.
–Realmente quisiera decirle que fue eso, la añoranza por mi país lo que me orilló a cometer ese acto de cobardía ¿Sabe Monsieur Moncrieff? En ocasiones no somos conscientes de nuestros actos y aunque me vi como una demente ante toda esa gente, pensé que lo mejor sería simplemente haberme ahogado, es una sensación que no deseo a nadie. Rusia es un infierno helado como bien lo describe y Paris es tan suntuosa, no existe punto de comparación en ese aspecto supongo que usted lo ha notado, quizás sus raíces posean algo más encantador que eso, al menos puedo decir que en Inglaterra existen hombres de buen corazón–
Le miró con un gesto de agradecimiento.
Svetlana Alekséyevna- Hechicero Clase Alta
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Re: How Would They Hear The Beating Of my Heart? | Privado
¿Viene a visitar a un hermano y por dos semanas no pudo concretar el encuentro? ¿Qué clase de estúpido sería capaz de dejar esperando a su hermana? El típico gesto Moncrieff aparece en el rostro de Charles, aquél donde sus cejas parecieran unirse formando en el entrecejo tres marcadas arrugas demostrando su descontento y su total desaprobación por la falta de respeto de aquél que comparte sangre con la rusa. Se cubre bien el cuerpo con la manta dejando que ella lleve sus piernas contra su pecho en una postura que quizá ella ignore lo que le grita al inglés: está a la defensiva, sintiendo que algo le ataca y sin poder encarar dicha situación, está tan perdida que podría ser la razón por la que ir al nado en ese mar frío sería el último recurso. Por un instante, el hombre desearía llegar a con el hermano de la joven para darle un par de consejos sobre la caballerosidad y la familia.
Sus ojos azules se alzan para observar los de la fémina cuando promete que le va a retribuir el gesto, se recarga antes de quedarse callado cruzado de brazos con la manta rodeando su cabeza como una capucha y cayendo por el resto de su cuerpo hasta sus piernas. El exceso de agua es absorbido por la tela - con que me prometa que la próxima vez que sienta la necesidad de nadar en el mar helado mejor acudirá para acompañarme a almorzar o a cenar y platicar me basta y me sobra - no entiende qué puede impulsar a una mujer hermosa a hacer semejante disparate. Por inercia se agacha para tomar el calzado de la dama para desprender de sus pies tomando una orilla de su propia frazada para secar con cuidado frotando la planta del pie con fuerza para calentarla y después, el empeine - no quiero se enferme de gripe, después va a resultar que tendré que mandarle a mis galenos - sigue con el masaje hasta dejarlo tibio.
Va por el otro mirándole con interés escuchando sus palabras antes de negar con la cabeza - no sé qué le impulsó a pensar que no había salida a sus problemas. Porque no es así. He estado en situaciones realmente complicadas y siempre luché para seguir adelante. ¿Quiere platicar de lo que le incitó a saltar o tengo que pensar que tiene que ver con ese hermano suyo que no tiene la decencia siquiera de hacer un espacio para conocer a su hermana en dos semanas? Porque si es lo último, tiene fácil solución, deme el nombre y verá cómo con un poco de convencimiento la entrevista rápido - en sus ojos se denota una chispa de rabia que contrasta con la suavidad que atiende sus pies. Cuando ambos están tibios, recoge el calzado ordenado sobre el piso para que ella sólo baje las piernas y lo tenga al alcance.
Regresa a su posición con la espalda recargada en la madera, se arropa mejor - confíe en mí cuando le digo que hay mejores razones por las cuales seguir viviendo y que con el paso del tiempo mirará este episodio con hilaridad por haber tomado una decisión equivocada cuando hay miles más que pueden explorarse - vuelve a tomar la petaca de whiskey para ofrecérsela a la dama - beba un poco más, así se calentará - ¿Por qué le preocupa? Debería dejarla en la vuelta de la esquina, más hay algo que no soporta y es que la familia haga caso omiso de sus integrantes. Él no sería capaz de desoír el llamado de Bruce o Annabeth por más lejos que estén de su residencia. Mucho menos dejarlos esperando quince días para entrevistarse con ellos.
Sus ojos azules se alzan para observar los de la fémina cuando promete que le va a retribuir el gesto, se recarga antes de quedarse callado cruzado de brazos con la manta rodeando su cabeza como una capucha y cayendo por el resto de su cuerpo hasta sus piernas. El exceso de agua es absorbido por la tela - con que me prometa que la próxima vez que sienta la necesidad de nadar en el mar helado mejor acudirá para acompañarme a almorzar o a cenar y platicar me basta y me sobra - no entiende qué puede impulsar a una mujer hermosa a hacer semejante disparate. Por inercia se agacha para tomar el calzado de la dama para desprender de sus pies tomando una orilla de su propia frazada para secar con cuidado frotando la planta del pie con fuerza para calentarla y después, el empeine - no quiero se enferme de gripe, después va a resultar que tendré que mandarle a mis galenos - sigue con el masaje hasta dejarlo tibio.
Va por el otro mirándole con interés escuchando sus palabras antes de negar con la cabeza - no sé qué le impulsó a pensar que no había salida a sus problemas. Porque no es así. He estado en situaciones realmente complicadas y siempre luché para seguir adelante. ¿Quiere platicar de lo que le incitó a saltar o tengo que pensar que tiene que ver con ese hermano suyo que no tiene la decencia siquiera de hacer un espacio para conocer a su hermana en dos semanas? Porque si es lo último, tiene fácil solución, deme el nombre y verá cómo con un poco de convencimiento la entrevista rápido - en sus ojos se denota una chispa de rabia que contrasta con la suavidad que atiende sus pies. Cuando ambos están tibios, recoge el calzado ordenado sobre el piso para que ella sólo baje las piernas y lo tenga al alcance.
Regresa a su posición con la espalda recargada en la madera, se arropa mejor - confíe en mí cuando le digo que hay mejores razones por las cuales seguir viviendo y que con el paso del tiempo mirará este episodio con hilaridad por haber tomado una decisión equivocada cuando hay miles más que pueden explorarse - vuelve a tomar la petaca de whiskey para ofrecérsela a la dama - beba un poco más, así se calentará - ¿Por qué le preocupa? Debería dejarla en la vuelta de la esquina, más hay algo que no soporta y es que la familia haga caso omiso de sus integrantes. Él no sería capaz de desoír el llamado de Bruce o Annabeth por más lejos que estén de su residencia. Mucho menos dejarlos esperando quince días para entrevistarse con ellos.
Charles Moncrieff- Esclavo de Sangre/Realeza
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