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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Izrail Zuhair Lun Abr 16, 2018 7:14 am

Al fondo, mirando entre el humo que asciende de la pipa, puede verse el sol ponerse, arropado por las montañas tras las que se esconde cuando la luna decide ser ella la dueña del firmamento. Una jarra de té que se va vaciando a tazas sigue a otra, y después a otra hasta que, finalmente, a través del cristal sólo se ve la más completa oscuridad. Retomo la pipa entre mis dedos, descargada y fría e introduzco cuidadosamente unos pellizcos de tabaco; primero compactándolos con la fuerza de un niño, el segundo con la de un anciano y el tercero con la de un adulto. El fósforo de la cerrilla provoca un destello momentáneo que apenas dura un segundo y que acaba apagándose cuando aspiro dos o tres veces. El olor de esa casa de posta queda camuflado por el aroma afrutado del tabaco y vuelvo a sumergirme en mis escritos.

Es curioso que un lugar así sea tan tranquilo. A menudo, establecimientos como éste suelen estar llenos de borrachos, putas y todo tipo de calaña que no sabe qué hacer con su vida que prefieren darse al alcohol. Éste, en cambio, a pesar de estar a medio camino entre París y ninguna parte, resulta inusualmente acogedor. Un té decente, posaderos amables y una decoración sencilla son más de lo que me podía esperar, desde luego.  Aunque a pesar de todo aquello, la más grata sorpresa de todo aquello venía en forma de soledad; ser la única persona allí presente, libre de molestias innecesarias, era lo mejor con lo que Él podía recompensarme en aquel lugar.

“… y allí, en aquella tierra sagrada, es donde yacen, desde entonces, los restos de mi amigo, maestro y padre…” escribe mi mano, con una caligrafía elegante, propia de quien aprendió a escribir de la mano de la iglesia, con trazos finos y filigranas largas. Escribo en mi idioma natal; un árabe que, de no ser por mis continuas lecturas, ya habría olvidado.  La posadera, curiosa, acerca la vista cuando trae una nueva jarra de té caliente y se asombra al ver el idioma en el que las páginas en blanco van siendo ocupadas. Sonrío sin mirarla ya que, de no ver el sello inquisitorial en mi mano y cuello, habría sido ella misma la que habría llamado a la guardia para ser investigado por la misma institución a la que yo defendía.

No era una condición que ocultase. Quizá con el paso de los años me había occidentalizado un poco en mi estilo de pelo y vello facial pero las ropas resultaban una extraña mezcla entre lo de oriente y occidente que no dejaban indiferentes a nadie y que, aunque iban conjuntados de manera que resultase lo menos extraño posible, siempre guardaba un profundo aire marcial enfocado a los aspectos prácticos de mi oficio que a la elegancia de las prendas. Tan sólo los pendientes de mis orejas eran algo que había adoptado, ya de adulto, del estilo de mi tierra.


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Mensaje por Rashida Jue Abr 19, 2018 6:02 am

Había llegado hacía un par de días a la ciudad de París aunque no era la primera vez que pisaba la capital francesa, había acudido en otras ocasiones a lo largo de mi vida cuando el entrenamiento había sido más intenso en la organización. Aunque yo normalmente residía en Egipto, lugar donde había otra de las bases que tenía la Orden alrededor del mundo, había viajado y visitado esas mismas bases alguna que otra vez por motivos de misiones principalmente aunque luego siempre volvía a Egipto porque las “raíces” siempre tiraban y yo me encontraba más cómoda allí. En esa ocasión había ido a París para cumplir con un encargo personal que me había pedido hacer Kenner, no era demasiado raro que me pidiera misiones y que me las encargara a mí dado que él había sido quien me había entrenado durante un tiempo, enseñándome parte de lo que sabía como mi maestro y mentor. Fue duro e implacable y eso formó el carácter frío y duro que ostentaba la mayor parte del tiempo, además de que el resto se encargaron de anular todo tipo de sentimientos que pudieran hacerme débil en algún momento durante una misión, anularon mis debilidades como por ejemplo la compasión, los escrúpulos e incluso también la empatía. Era la máquina perfecta de matar, silenciosa y ágil me camuflaba entre las sombras y mis aceros eran rápidos provocando una muerte “dulce” cuando así me apetecía que fuera, si se trataba de interrogar... bueno, podía decir que no era ni dulce ni rápido. No solo tenía el objetivo por el cual había sido llamada y solicitada mi presencia en París, sino que además tenía otros menesteres entre manos que corrían de mi cuenta y que no tenían tanta importancia como la misión principal, pero debía también de atenderlo porque eran misiones impuestas por la Orden. En otro momento incluso me habría negado a participar en dichas misiones puesto que ya tenía la mía, pero en esos momentos incluso hasta me convenía para ganar algo de dinero... no por nada era una mercenaria. Todo mercenario que se prestaba lo hacía casi todo por propios intereses, no nos importaba si era conseguir un objeto antiguo, una reliquia o causar la muerte puesto que también nos pagaban por matar. Pero mientras recopilaba información sobre la que más importaba podría pasar el rato haciendo otros “recados” que sin duda alguna me harían volver con mucho más dinero a Egipto, no es que no tuviera suficiente pero en París se pagaba más que allí por cada misión y cada encargo.

Mis ojos se alzaron hacia el cielo estrellado que contemplaba desde al balcón de la residencia donde la Orden tenía como lugar su sede, o al menos una de las tantas sedes que tiene a lo largo de todo el mundo en diferentes países. Llevaba un par de semanas en París y ya comenzaba a notar lo que en cierto modo echaba de menos mi ciudad natal; Egipto es muy diferente a la capital francesa y no veía la hora de volver de nuevo allí. No me esperaba nadie en Egipto y tampoco tenía planes de hace amigos en la ciudad Parisina, había estado varias veces pero suponía que todos de alguna forma tirábamos hacia nuestras raíces. Quizás había sido precisamente eso lo que me había orillado a buscar algo en la ciudad francesa que me recordara a mi tierra, al lugar de donde pertenecía y al que siempre volvería porque mis raíces eran fuertes, hasta que lo había encontrado en el lugar más inhóspito de toda la ciudad y en el que quizás muchos ni siquiera se hubieran atrevido a acercarse, pues ya conocía que las zonas alejadas de la ciudad era algo así como una lugar donde la ley no existía y donde se cometían todo tipo de atrocidades. Fue extraño, a la par que gratamente sorprendente, el encontrar una pequeña casa de posta en la que el lugar era tranquilo y aunque no me recordaba a mi tierra por la decoración sí lo hacía quizás por los tés que servían en el lugar y al que tanto estaba acostumbrada. Había acudido un par de días y tras una semana complicada me apetecía disfrutar algo de tranquilidad y de calma. Así que vestida siempre con los ropajes oscuros que llevaba, armada y una capa cubriéndome ensillé a uno de los caballos y partí rumbo hacia las afueras de la ciudad con la intención de pasar un rato tranquilo buscando una calma que en mí no tenía. Para cuando llegué até al caballo y me adentré en el lugar que estaba ese día particularmente tranquilo, tanto que solo había un cliente en todo el lugar. Bajé la capucha y mis ojos azules escudriñaron el lugar topándome con el hombre que, al fondo, con una pipa de la que fumaba bebía té a solas en una mesa. Además me fijé también en su apariencia que distaba mucho de ser Parisina, sino que por sus ropajes parecía que era más de oriente. Sus ojos se alzaron de la hoja en la que estaba escribiendo cruzándose con los míos apenas unos segundos, pude ver los pendientes que llevaba y cuando volvió a prestar atención a lo que estaba haciendo pedí a la camarera que me sirviera algo de té ya que era raro en París encontrar uno que estuviera decente y bueno, pero allí por raro que pareciera lo tenían. Me senté en una de las mesas cercanas donde se encontraba aquel hombre y curiosa, como cualidad innata en mí, me fijé al pasar que lo que escribía era en árabe por el rápido vistazo que le había dado, sin embargo, estando ya sentada me topé con algo que me extrañó un tanto; aquel sello que era propio de la Inquisición y no pude evitar chasquear la lengua por ello fijándome en él. Antes de que la camarera pudiera dejar la tetera en la mesa y se acercara, con todo el descaro del mundo, me acerqué hacia donde él estaba sentado ocupando la silla de enfrente sentándome sin ser invitada... a veces pecaba de muchas cosas pero sentía curiosidad por aquel hombre que parecía de oriente pero que sin embargo trabajaba para la iglesia.



-Curioso sello el que lleváis puesto
–dije fijándome ahora que estaba más de cerca que sí, era de la propia inquisición, extrañada porque lo que estaba escribiendo era en árabe y nosotros distábamos demasiado de los idealismos que tenía la religión cristiana, de sus creencias y de su propia fe. Acabé por quitarme la capa que llevaba dejándola en la silla, de forma que mis ropajes oscuros quedaban a la vista aunque las armas seguían estando escondidas. Había oído muchas cosas acerca de la Inquisición y lo que hacían en la ciudad, hombres –y parte del mundo sobrenatural incluido- que capturaban y perseguían a aquellos que no compartían sus ideales y que además pensaban que los sobrenaturales debían de ser exterminados, como si fueran una lacra de la que debían de librarse- sin embargo vuestros rasgos y vuestra vestimenta son más típicas de oriente que de occidente –mis ojos azules se fijaron entonces en la hoja que estaba escribiendo reconociendo el idioma en el que escribía porque era el mío propio. Sabía que había varios tipos de Inquisidores y me pregunté si él también cazaría para la Iglesia como realmente estaba pensando aunque no veía que portara arma alguna a la vista- ¿Comulgas bajo la fe cristiana? –Pregunté justo en el momento en el que la camarera dejó en la mesa el té que le había pedido y que desprendía un aroma afrutado mientras nos observábamos el uno al otro. Él podría perfectamente no responderme ya que no me conocía de nada, sin embargo, si su respuesta confirmaba mis sospechas sería el primer hombre que se hubiera cambiado de fe y de religión... y eso me intrigaba.
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Mensaje por Izrail Zuhair Jue Abr 19, 2018 10:06 am

Los último trazos de tinta reposaban sobre el papel, esperando secar la humedad para poder ser guardados. Había perdido totalmente la noción del tiempo, inmerso en mis letras, el sabor a té y el aroma afrutado que se desprendía del trozo de madera, finamente tallado. Mi atención tan sólo había sido atraída, aunque por un breve instante, por la mujer que distaba mucho de ser alguien común. Ataviada en una oscura vestimenta había sido objeto de mi mirada que acabó por enfrentarse a la suya. Mi curiosidad no sólo residía en que se trataba de la única persona, aparte de un servidor, que asumía el papel de clientela de aquel lugar; era ese aire de seguridad en sí misma, su propio aspecto que la desmarcaba de la típica mujer florero que muchos ricos empoderados mostraban agarrados a su brazo y el instante que fue capaz de sostenerme la mirada lo que me habían hecho evadirme de mis interminables momentos de escritura.

De soslayo, pude ver su figura acercándose a la propia, degustando uno de los mismos tés que yo mismo había consumido a lo largo de aquella tarde. Con el nivel de alerta mínimo necesario que me exigía mi posición, seguí delizando la punta de la pluma sobre el papel ya que no me había pasado despaercibido el vistazo rápido a mi caligrafía.

-Lo curioso, señora, son sus modales- contesté sin levantar la vista del escrito que me ocupaba -pero algo me dice que no comparte los modales de las damas de por aquí ¿me equivoco?- dejé la pluma reposando sobre la mesa para acercar la pipa a los labios, húmedos por el té, y dejar escapar una bocanada de humo denso que conformó una fina cortina entre ella y yo para que, al desvanecerse, nuestros rostros quedaran enfrentados.

-No debes hacerte la inocente conmigo... ¿Cual es el motivo para que me hagas una pregunta de la que ya sabes la respuesta, mujer?- Había abandonado los formalismos en la manera de expresarme, tremendamente molesto por la interrupción no deseada de una de las pocas actividades cotidianas de las que yo mismo me permitía disfrutar de vez en cuando.

-No se quien eres pero intuyo que puedo hacerme una ligera idea...- por un momento, noté como el aire se tornaba ligeramente más denso, quizá por mi inexcusable costumbre de considerar a todo y todos como potenciales amenazas que me hacía mantener un estado de ansiedad casi constante. -¿Que buscas?- Sonó a amenaza, desde luego. Aunque sin un ápice de prisa en mis gestos comencé a recoger las cosas de manera ordenada. Si se trataba de una asesina enviada para enviarme con mi Señor, con gusto brindaría esa oportunidad, no sin antes haberme acabado mi té y mi tabaco.


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Mensaje por Rashida Mar Abr 24, 2018 11:34 am

Lo extraño de todo aquello es que yo hubiera acabado en un lugar como aquel o, más bien, que existiera dicho lugar donde pudiera evadirme por un momento del hecho de pensar que me encontraba en la ciudad francesa y que estaba muy lejos de mis tierras y de mis raíces. París era una ciudad que a todos sus efectos no me gustaba en absoluto, simplemente por el hecho de que no había nada que por el momento me retuviera allí salvo el asunto que había llevado a que acudiera a dicha ciudad. Aunque no era mi primera visita desde luego que me reafirmaba más en el hecho de que no tenía nada que ver con las formas de la ciudad, ni sus costumbres y mucho menos con las maneras que las mujeres tenían de proceder allí que eran distintas de las mías. Pese a todo era una mujer que no juzgaba porque no era de mi incumbencia siempre y cuando no se metieran con lo que era mía, las mujeres árabes eran más recatadas que las francesas quienes eran mucho más libertinas, exhibían su cuerpo como si fuera un trofeo y muchas hacían gala de ello. Todo era muy diferente salvo esa pequeña casa de posta que tenía todos los dejes de mi tierra y en donde pretendía encontrar algo de paz. Nada más que había un cliente más en el lugar en el cual me fijé nada más entrar y quitar la capucha de mi rostro dejándolo al descubierto, por unos breves segundos nos medimos en lo que nos fijamos el uno en el otro como si nos estuviéramos evaluando mutuamente. Sus ropajes era lo que me hacía pensar que pudiera ser árabe igual que yo y sin duda alguna cuando me acerqué tras pedir el té la escritura fue lo que llamó mi atención y confirmó lo que yo ya pensaba. No es que hubiera visto muchos árabes en aquel lugar y encontrarme con uno casi que era como una utopía, sin embargo lo que más me sorprendió de todo fue descubrir el sello que llevaba y que sabía bien a qué pertenecía porque pese a no ser de allí sí que había oído hablar de la Iglesia y de la propia inquisición. Mis ojos lo recorrieron de una forma más detenida y fija mientras pensaba que quizás pudiera estar armado aunque no veía que portase arma alguna, claro que yo también portaba mis armas y sin embargo estas quedaban ocultas bajo mis ropajes y bajo la capa que llevaba.

Mis ojos azules repasaron sus orbes verdes durante unos segundos evaluándolo, ya había tomado el descaro de sentarme frente a él aun cuando no lo conocía de nada, serví el té en el vaso que la camarera me había traído dando un trago del mismo en lo que él seguía escribiendo como si no me hubiera sentado frente a él y fumaba de la pipa que portaba en su otra mano. Como si no estuviera frente a él siguió escribiendo terminando con lo que tenía entre manos tras haber lanzado mi pregunta, casi que no hubo sorpresa en su rostro tras mi pregunta como si ya hubiera pensado que pudiera hacerla antes incluso de sentarme. Sus palabras no es que me ofendieran en lo absoluto pues yo era de esa forma, no había preguntado si podía sentarme y directamente lo había hecho... pero es que muchas de las veces odiaba ir con rodeos y me gustaba más ir directamente al grano. Lancé una pequeña risa por sus palabras dando otro sorbo al té que estaba delicioso dejando el vaso de nuevo sobre la mesa en lo que él parecía que había terminado de escribir, dio una calada a la pipa y el humo que manó de su boca por un momento hizo que nos viéramos como si hubiera algo de niebla para finalmente despejarse, con la sonrisa ladeada que portaba en mis labios. Seguramente él ya se habría dado cuenta que, por mi forma de ser y mis ropajes no era una mujer normal y corriente y que distaba mucho de serlo, algo que francamente me hizo gracia y si pretendió que sonara como una ofensa desde luego que no me lo había tomado como tal. Era más que evidente que no compartía casi nada con las demás mujeres francesas, desde su vestimenta hasta la forma en la que se comportaban diariamente y que había podido comprobar en mis visitas a la ciudad.



-Disto mucho de parecerme a las damas francesas, y en parte hasta me alegro de que sea así –afirmé porque me gustaba ser quién era, con mis formas de ser y con el trabajo que llevaba ejerciendo durante años. Las damas francesas por lo que mayormente había visto no eran capaces de defenderse y vendían su cuerpo a los hombres que pudieran pagar por ello, se exhibían en la calle y aunque había una minoría que sí actuaba de forma más recatada había una palabra que para mí las definía a la gran mayoría: débiles. Desde hacía muchos años que yo no era ninguna mujer débil y que cualquier hombre que se había creído que era como una muñeca de porcelana que podía conmigo había notado el tremendo error de su equivocación- no podría llevar esos vestidos ni aunque me pagaran por ello –otra cosa que veía incómodo sobre todo para las misiones, los vestidos que llevaban debían de limitar mucho el movimiento y eso podría ser un problema sin duda alguna. Lancé una risa tras su petición de que dejara de hacerme la inocente, ¿en qué momento me lo había hecho? Ladeé ligeramente mi rostro recorriéndolo con mis ojos azules mientras el dedo recorría el borde del vaso que quedaba sobre la mesa, sí, sabía la respuesta mas sin embargo me extrañaba que alguien con rasgos tan característicos profesara la fe cristiana y se hubiera unido a la Iglesia- Quizás porque eres el primer hombre que veo que, aunque no es cristiano, sí comulga bajo la misma fe –aclaré dejando yo también de lado las formalidades igual que lo había hecho él. Sí, reconocía que mis formas no habían sido las más acertadas pero así era yo y la extrañeza por tal hallazgo me había dejado sorprendida al punto de querer saber más, pudiendo conmigo esa curiosidad innata que no sabía bien de quién me venía. Enarqué una ceja y solté otra pequeña risa cuando me dijo que se hacía una idea de quién era, haciendo que apoyara los brazos sobre la mesa y lo mirara con un deje divertido porque seguramente no se acercara a la realidad, pero puede que sí fuera por el buen camino- ¿crees que puedes adivinar quién soy? Bien, ansío poder escuchar que me digas quién crees que soy para ver si estás en lo cierto o no –no pasó desapercibido ni el tono ni quizás la postura rígida que mantuvo en esos momentos y que me hizo ladear la sonrisa hasta morder mi labio inferior con cierta diversión, ¿se pensaba que había ido a matarle? Si fuera así no lo habría abordado de esa forma y hubiera ideado otro plan diferente al que él pensaba, me había acercado por simple curiosidad aun cuando había acudido a aquel lugar buscando algo de tranquilidad y de paz- tranquilo, no he venido con la intención de buscar ni de matar a nadie –cogí el vaso y lo llené de nuevo con el té dejando la tetera sobre la mesa, llevando el vaso a mis labios disfrutando del sabor afrutado del mismo para dejarlo de nuevo- no busco nada por lo que puedes estar tranquilo, si quisiera matarte créeme que no me acercaría a ti de esa forma si no de una manera muy distinta –mis ojos subieron a sus verdes- me llamo Rashida y si me he acercado ha sido simplemente por la curiosidad que me ha despertado ver a alguien de oriente portando un sello que tiene relación con la Iglesia. Intriga, curiosidad... ¿acaso es un pecado eso? ¿Cómo es que te convertiste en dicha fe y dejaste atrás la tuya?
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