AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Libre para ser mía [Privado]
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Libre para ser mía [Privado]
"Con los siglos, aprendes a sobreponerte al olor de la sangre
Que es un vicio que llega con el hambre y se va con la saciedad
Pero el aroma de ella tenía mente perversa
Venía, me atrapaba cual enredadera
Y dejaba un rastro para que la siguiera."
Bénédicte Rivérieulx
Que es un vicio que llega con el hambre y se va con la saciedad
Pero el aroma de ella tenía mente perversa
Venía, me atrapaba cual enredadera
Y dejaba un rastro para que la siguiera."
Bénédicte Rivérieulx
Dos días habían pasado desde el último baile de palacio cuando llegó una carta a las manos de Bénédicte: Una invitación a cenar de parte de los Fideler. Vaya matrimonio sin sentido del pudor; preferían hacer notar su desesperación antes que dejar pasar la oportunidad de abrirse camino entre los aristócratas franceses. Predecible manera de funcionar. Mejor para él; sabiendo lo que deseaban, fácilmente los podía manipular. No precisaba siquiera usar sus dones. La humanidad, por sí sola, se doblegaba ante el poder como hormigas sucumbiendo a la miel.
Llegó la noche acordada. Bajaron los sombríos escudos del inmortal. El festín podía comenzar.
Un diluvio de caricias agasajó al vampiro cuando éste se detuvo frente a la residencia de los Fideler. Podía olerla, a la pequeña. Bendita noche, que ocultó sus gestos. Ni la ropa nueva ni las lociones esparcidas sobre el cuello de Fara conseguían disfrazar el patrón de la pureza. De la pureza y de la prisión, porque como niña de buen vivir, no era libre de gozar su niñez. Pero Bénédicte… Bénédicte podía abrirle una rendija, a cambio de un precio que no sabía que habría de pagar.
— Anunciaré su llegada, Monsieur — dijo el mayordomo de la casa, retirándose sin darle la espalda. Lo tenían bien aleccionado.
Tras menos de un minuto de espera, lo hicieron pasar al salón principal. Saludó a los señores Fideler como si los hubiese extrañado tras una larga ausencia, pero lo único que le extrañaba era no ver a Fara ahí sentada, o por lo menos jugando tras las cortinas. ¿La estaban escondiendo? No; no eran tan cautelosos. En medio de una tonelada de verborrea, la mente del vampiro se abrió paso para localizar a la niña. Fue sencillo hallarla en su cuarto, siendo cepillada por una criada; ¿se le había desarmado el peinado? Por supuesto, si su naturaleza era tan indómita como la de cualquier cervatillo. Lo difícil fue volver a ponerle atención a ese par de rastreros. Siendo honesto, ni siquiera le importaban.
Criatura, allí estás, descubrió regocijado. Acto seguido, ejerció su poder sobre la sirvienta para que finalizara su labor y condujera a la zagala adonde él estaba. Que su presencia fuera panacea de todos sus males, para traer peores.
Y la vio ingresar, a pasos tiernos, tímidos y pausados, pero acompañados de un brío en la mirada que volvió a Bénédicte el más codicioso de los mortales. Es que no importaba que allí dentro se ocultase un tigre o un gato asustadizo; él quería dejarlo salir.
Antes de que la niña pueda hacer una correcta reverencia, tal y como le habían enseñado, el vampiro se adelantó a su encuentro.
— Dignísima señorita Fideler. Un sagrado deber me autoriza a pedirle que no incline su cabeza. Que sea la mía la que descienda. — se inclinó deshaciéndose en halagos, pues quería que supiera cuánto le complacía su presencia. Una presencia a menudo apagada y reprimida por los adultos que la guarecían. Él la quería libre, pero libre suya.
Bénédicte Rivérieulx- Vampiro Clase Alta
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Re: Libre para ser mía [Privado]
¡Qué ofensa! ¡Qué desvergonzada! ¿Cómo Fara Fideler había osado dormirse en lenguaje musical? El rubor había enrojecido su rostro el resto del día tras la regañina de su madre. Y es que Fara no podía dormirse en clase alguna, era la niña perfecta, la alumna excepcional. No podía otorgársele el privilegio de soñar despierta o caer en la tentación del sopor, y menos aquel día que tenían un invitado especial. Lo cierto era que la niña no mostraba mayor interés ante aquel invitado misterioso, cualquiera que fuese terminaría hablando con sus padres y ella se vería obligada a asentir y esperar con la espalda recta.
Durante los últimos días, además, había hecho más viajes a la luna que de costumbre. Su mente divagaba, topando siempre con la misma imagen; el rostro amistoso de su amigo Bénédicte; el Señor Rivérieulx. Sonreía ante la memoria, todavía le costaba creer que había tenido un amigo con el que poder jugar al escondite. Fara no podía esperar la fecha del siguiente viaje para poder encontrarse con él nuevamente. Sus pies se balancearon sin tocar el suelo. Estaba sentada en una silla rígida mientras le atusaban el cabello. Miró a la sirvienta en el reflejo del espejo.
─¿Me dejarás peinarte Arada? Nunca tuve una muñeca que poder peinar.
─Me temo que la señorita no dispone del suficiente tiempo para jugar conmigo.
Fara parpadeó lentamente. Arada era aburrida, no quería jugar con ella y apenas hablaba, a diferencia de la antigua sirvienta. Para su sorpresa, la mujer terminó súbitamente y la condujo hacia los corredores de la enorme mansión. Una sombra se cernió sobre ambas, pero Fara, lejos de asustarse, contuvo el aliento impresionada a la par que emocionada.
¡Era él, su amigo! ¡Había venido a jugar con ella! Su espíritu infantil la empujo a abrazarse tímidamente a su cintura, sin embargo la educación recibida se lo impidió. Agitada, decidió inclinarse ante el importante invitado. Su mirada resultó esquiva ante Bénédicte, un encanto perteneciente a aquellos niños que simplemente eran tímidos. Escuchar su voz evocó la diversión que habían gastado durante aquel baile en el que Fara se había divertido escondiéndose.
Bénédicte le indicó que no se inclinara para que fuera él tan solo quién lo hiciera. Sin embargo, cuando el inmortal elevó el rostro nuevamente, esta vez sí, Fara lo abrazaba tímidamente por la cintura, con la cabeza gacha debido al pudor.
─Te he estado esperando. ¿Has venido a jugar conmigo?
No tuvo tiempo de responder, puesto que la señora Fideler dejó escapar una exclamación ahogada al verlos.
─¡Fara! Por favor suelta al invitado, debes de estar incomodándolo. Mis más sinceras disculpas señor Rivérieulx.
La muchacha se apartó al instante mientras su madre se aproximaba a ambos. Los ojos de Fara estudiaron a la mujer, la cual no se había atusado tanto desde el último baile. El señor Rivérieulx debía de ser alguien muy especial para que lo mirase como hace años miraba a su papa. Fara ladeó ligeramente el rostro.
─Señor Rivérieulx, un gusto. ¿Hacia dónde os guio mi mayordomo que acabasteis sin rumbo en el corredor? Por favor seguidme. Es un placer tenerlo aquí esta noche. Mi marido llegará más adelante, me temo que su carruaje se ha visto atrapado por la borrasca. Suele suceder en estas épocas del año.
Alcanzaron el salón y el mayordomo los invitó a tomar asiento. Los manjares expuestos y desnudos incitaron el apetito de la pequeña.
─¿Habéis tenido un largo viaje? ─preguntó la mujer a Bénédicte, el cual se encontraba frente a Fara en la mesa.
La niña lo observó.
Fara Fideler- Humano Clase Alta
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Re: Libre para ser mía [Privado]
Pobres Fideler; habían invertido tiempo y trabajo en pulir las cualidades de sus salones sólo para que, con una mirada, su hija robase toda la atención. El pudor que emanaba de su candidez no tenía competencia ante los ojos de Bénédicte, acostumbrado a la inmundicia y al derroche. Siendo él un sembrador de caos, que un ser puro como aquél brotara ante su presencia, le producía adicción. Y la espontaneidad que tuvo al abrazarlo, rompiendo la caja de cartón en la que la tenían encerrada. ¿Cómo podía un mecánico protocolo creerse superior, si ella, en el más absoluto desorden, era perfecta?
Quiso cortarle la garganta a la señora de la casa cuando fue interrumpido, pero sus miles de años lo frenaron. Podía sentir que un huracán le pasaba por encima cada vez que lo alejaban de lo que quería o ambicionaba, pero lo mantenía dentro. La única forma en que alguien podía darse cuenta de su descontento era distinguiendo la cortina maligna que eclipsaba sus ojos. Una oscuridad que aumentaba en intensidad a medida que se mantenía la mirada. Y sus pupilas estaban en penumbras.
Pero no dejaría ganar a esa zorra. No. Antes de que la pequeña fuera arrancada de sí, le susurró a su oído:
— Sí. He venido a jugar contigo. Sólo contigo. — confesó en un secreto que los condenaba a ambos a una complicidad que no era de Dios.
Se sentaron en torno a la mesa. Se produjo una pausa algo tirante, que rompió la mujer. Bénédicte contestaba las mismas respuestas ensayadas que había practicado a lo largo de su existencia; nunca cambiaban demasiado, esas vanalidades de las que tanto se pavoneaban los extranjeros que querían borrar sus orígenes para agradar a la élite imperante. Simples, aburrida, pero importantes de saber. Le daban tiempo para fingir que observaba los alimentos del centro, cuando en realidad desviaba la mirada hacia Fara. Era una cobra, hipnotizando.
— Para compartir con una familia como esta nunca es un viaje largo. No se compara al que emprendieron vuestras mercedes al trasladarse a París. — halagó la hazaña de los Fideler esperando a que se sirviera vino en su copa — ¿Qué noticias ha tenido de su ciudad natal? Ha de extrañar las praderas, los humedales, y los juegos. No debe ser fácil suplir esa carencia, sobretodo con una pequeña hija. — dijo arrastrando la última palabra.
Pero qué charla más frívola; no parecía salida de los labios de Bénédicte. Lo hacía a propósito; no quería desperdiciar atención, cuando buscaba capturar a la muñeca en el asiento frente a él. Cuando ella lo encontró y enganchó, el vampiro no la dejó ir. Dos segundos se alargaron eternamente. A Bénédicte le brillaban los ojos desmandados, con angustia. Lo percibiría incluso ella.
“No me importa: la quiero”, pensó.
La quería porque no le interesaba la lógica. No deseaba razón ni razones. Lo único que deseaba era, precisamente, un absurdo.
Quiso cortarle la garganta a la señora de la casa cuando fue interrumpido, pero sus miles de años lo frenaron. Podía sentir que un huracán le pasaba por encima cada vez que lo alejaban de lo que quería o ambicionaba, pero lo mantenía dentro. La única forma en que alguien podía darse cuenta de su descontento era distinguiendo la cortina maligna que eclipsaba sus ojos. Una oscuridad que aumentaba en intensidad a medida que se mantenía la mirada. Y sus pupilas estaban en penumbras.
Pero no dejaría ganar a esa zorra. No. Antes de que la pequeña fuera arrancada de sí, le susurró a su oído:
— Sí. He venido a jugar contigo. Sólo contigo. — confesó en un secreto que los condenaba a ambos a una complicidad que no era de Dios.
Se sentaron en torno a la mesa. Se produjo una pausa algo tirante, que rompió la mujer. Bénédicte contestaba las mismas respuestas ensayadas que había practicado a lo largo de su existencia; nunca cambiaban demasiado, esas vanalidades de las que tanto se pavoneaban los extranjeros que querían borrar sus orígenes para agradar a la élite imperante. Simples, aburrida, pero importantes de saber. Le daban tiempo para fingir que observaba los alimentos del centro, cuando en realidad desviaba la mirada hacia Fara. Era una cobra, hipnotizando.
— Para compartir con una familia como esta nunca es un viaje largo. No se compara al que emprendieron vuestras mercedes al trasladarse a París. — halagó la hazaña de los Fideler esperando a que se sirviera vino en su copa — ¿Qué noticias ha tenido de su ciudad natal? Ha de extrañar las praderas, los humedales, y los juegos. No debe ser fácil suplir esa carencia, sobretodo con una pequeña hija. — dijo arrastrando la última palabra.
Pero qué charla más frívola; no parecía salida de los labios de Bénédicte. Lo hacía a propósito; no quería desperdiciar atención, cuando buscaba capturar a la muñeca en el asiento frente a él. Cuando ella lo encontró y enganchó, el vampiro no la dejó ir. Dos segundos se alargaron eternamente. A Bénédicte le brillaban los ojos desmandados, con angustia. Lo percibiría incluso ella.
“No me importa: la quiero”, pensó.
La quería porque no le interesaba la lógica. No deseaba razón ni razones. Lo único que deseaba era, precisamente, un absurdo.
Bénédicte Rivérieulx- Vampiro Clase Alta
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Re: Libre para ser mía [Privado]
Su mama parecía una reina; estaba hermosa y sin duda aquello no había escapado la atención de Fara, que la contemplaba con curiosidad. Incluso sus movimientos eran diferentes, ya no parecía su madre, sino un felino, medido y con un brillo depredador en los ojos. La pequeña tan solo había contemplado aquella expresión un par de veces, cuando la mujer se encontraba alrededor de su padre, en ambas ocasiones, Fara había sido sacada fuera de la casa o enviada directamente al cuarto. Apenas era un vago recuerdo, ya que hacía mucho tiempo desde la última vez que aquello había sucedido.
La mujer tomó la copa de vino que le fue servida y suministró un trago, dando por iniciada la cena. Fara sabía como utilizar todos y cada uno de los cubiertos que se presentaban ante sus ojos. Sin embargo, a pesar del apetitoso aspecto de los alimentos, no podía apartar la mirada de Bénédicte. Él la contemplaba, sus pupilas extrañas resultaban un calmante, la arrastraba a un mar oscuro que la arropaba protector. Ladeo el rostro y con ternura, le dedicó una sonrisa.
Su madre los interrumpió:
─Oh, Señor Rivérieulx, es usted sin duda un hombre elocuente ─musitó la mujer, algo más que un ronroneo─. Sí, en ocasiones los prados melancólicos me causan algo de añoranza. Sin embargo, luego recuerdo la hermosa familia que tengo y el sentimiento desaparece fugaz. Aunque en ocasiones...con las constantes lecciones de mi hija y los viajes de mi marido, una mansión como esta resulta un tanto magna.
Sus ojos voltearon hasta Fara. La niña la miró casi con despiste. La habitual expresión de desaprobación de su madre le hizo saber que algo no iba bien.
─Fara querida, ¿por qué no comes? Se hace tarde y casi es tu hora de descansar.
Ahí, estaba; su comportamiento de la mano de aquel extraño apremio por hacerla desaparecer cuanto antes.
─Sí, madre.
La muchacha sumergió la cuchara en la sopa de cocido y se apresuró. No quería hacer enojar a la mujer, cuya mirada se encontraba de nuevo sobre el invitado.
─¿Y usted, señor Rivérieulx? No quisiera ser entrometida, pero un caballero de su variedad al que siempre se le ve solo… ¿No sufre de desamparo? No es secreto de nadie que todo hombre tiene necesidades esenciales.
La niña siguió la conversación sin comprender muy bien. Un conejito sin rumbo, sin anclaje y sin razón en aquella velada. Se preguntó cuanto tardaría en llamar a la criada para que la llevara a su habitación. No demasiado, en cuanto Fara hubo terminado de cenar, la jovencita que se encargaba de ella estaba a su lado para hacer que la niña se retirase. Triste, se despidió de Bénédicte, con cierta decepción de no haber podido jugar con él. Quiso hablar más con él, pero no deseaba ser el centro de atención de la mirada de desaprobación de su madre, así que simplemente se marchó educadamente y los dejó a solas.
─Es tarde y Fara debe descansar─. Observó la señora Fideler una vez la niña desapareció junto a la criada─. Y llámeme Gaëtane por favor, nada de señora Fideler.
Se reclinó sobre la silla, bañando sus labios de vino con las últimas gotas.
─Anda, beba, es vino de antaño, exportado desde España y no ha probado ni gota, ¿no querrá parecer desapegado? ─provocó, con la única intención de intoxicarlo─. Una vez termine le puedo enseñar el resto de la mansión.
Sus ojos brillaron y sus labios se relamieron.
La mujer tomó la copa de vino que le fue servida y suministró un trago, dando por iniciada la cena. Fara sabía como utilizar todos y cada uno de los cubiertos que se presentaban ante sus ojos. Sin embargo, a pesar del apetitoso aspecto de los alimentos, no podía apartar la mirada de Bénédicte. Él la contemplaba, sus pupilas extrañas resultaban un calmante, la arrastraba a un mar oscuro que la arropaba protector. Ladeo el rostro y con ternura, le dedicó una sonrisa.
Su madre los interrumpió:
─Oh, Señor Rivérieulx, es usted sin duda un hombre elocuente ─musitó la mujer, algo más que un ronroneo─. Sí, en ocasiones los prados melancólicos me causan algo de añoranza. Sin embargo, luego recuerdo la hermosa familia que tengo y el sentimiento desaparece fugaz. Aunque en ocasiones...con las constantes lecciones de mi hija y los viajes de mi marido, una mansión como esta resulta un tanto magna.
Sus ojos voltearon hasta Fara. La niña la miró casi con despiste. La habitual expresión de desaprobación de su madre le hizo saber que algo no iba bien.
─Fara querida, ¿por qué no comes? Se hace tarde y casi es tu hora de descansar.
Ahí, estaba; su comportamiento de la mano de aquel extraño apremio por hacerla desaparecer cuanto antes.
─Sí, madre.
La muchacha sumergió la cuchara en la sopa de cocido y se apresuró. No quería hacer enojar a la mujer, cuya mirada se encontraba de nuevo sobre el invitado.
─¿Y usted, señor Rivérieulx? No quisiera ser entrometida, pero un caballero de su variedad al que siempre se le ve solo… ¿No sufre de desamparo? No es secreto de nadie que todo hombre tiene necesidades esenciales.
La niña siguió la conversación sin comprender muy bien. Un conejito sin rumbo, sin anclaje y sin razón en aquella velada. Se preguntó cuanto tardaría en llamar a la criada para que la llevara a su habitación. No demasiado, en cuanto Fara hubo terminado de cenar, la jovencita que se encargaba de ella estaba a su lado para hacer que la niña se retirase. Triste, se despidió de Bénédicte, con cierta decepción de no haber podido jugar con él. Quiso hablar más con él, pero no deseaba ser el centro de atención de la mirada de desaprobación de su madre, así que simplemente se marchó educadamente y los dejó a solas.
─Es tarde y Fara debe descansar─. Observó la señora Fideler una vez la niña desapareció junto a la criada─. Y llámeme Gaëtane por favor, nada de señora Fideler.
Se reclinó sobre la silla, bañando sus labios de vino con las últimas gotas.
─Anda, beba, es vino de antaño, exportado desde España y no ha probado ni gota, ¿no querrá parecer desapegado? ─provocó, con la única intención de intoxicarlo─. Una vez termine le puedo enseñar el resto de la mansión.
Sus ojos brillaron y sus labios se relamieron.
Fara Fideler- Humano Clase Alta
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Re: Libre para ser mía [Privado]
Un importante límite se rompió tan fácil como el cristal, con una sola frase. Esas palabras que sólo precisaban de la respuesta correcta para abrir las puertas de lo indecible. Bénédicte sabía de contraseñas, de esas que abrían cofres y las puertas del infierno.
— ¿Qué mejor cura para el desamparo que las amistades como usted, respetable señora? Concédame el honor de su hospitalidad. Esta casa no la conocía. Hay tanto que ver aquí.
Eso era todo. Eso y un intercambio de miradas que, por esta vez, excluía a la inocente niña. Con la confirmación de la dueña de casa, ya no le quedaba más que hacer allí.
Que Fara se despidiera. Podía hacerlo. Debía, porque era buena niña y obedecería a la puerca de su madre. Bénédicte la siguió con la mirada hasta que se desvaneció, quedándose solo con la señora Fideler. Solo para que mostrara su verdadera careta. El vampiro se quedó viendo a esos ojos mortales, idénticos a los de su hija, como si fuera a nadar en ellos. Lo que provocó con ello fue liberar a la bestia del pecado.
Luego de beber el último sorbo del desagradable vino, el vampiro puso en marcha la siguiente parte de su plan. Fue tras el meneo lascivo de las caderas de la pronta a ser adúltera, sin prestar mayor atención a los pasillos por los que iban. Se oía a la servidumbre en la cocina, pero sus voces se fueron desvaneciendo a medida que avanzaba el paseo. La mujer volteaba a verlo sobre el hombro cada veinte o treinta segundos, como cerciorándose de que no lo estaba imaginando. Bénédicte, con su mirada fija, casi congelada, parecía corresponderle, pero en realidad estaba rastreando a alguien.
Fue cuando la señora Fideler abrió la puerta del último cuarto que Bénédicte lo logró: vio a la niña, acurrucada en su cama, y conectó su mente con la de ella con toda su fuerza mental.
— Fara. — susurró a su cabeza —. Fara, querida, no duermas. Tienes que ver esto.
Y le mostró el averno cuando se arrojó a la boca de aquella adúltera descarada, rompiendo con la aparente paz de la casa que no volvería a llamarse hogar. Dentro de la habitación clandestina, las ropas se oyeron caer. Bénédicte gozaba no por el cuello que besaba, sino por la imagen que en Fara proyectaba. Ya fuera que lo estuviera percibiendo como pesadilla o realidad, no se le borraría.
— Este juego, criatura mía, se llama ”Papá y mamá”. — transmitía Bénédicte mientras separaba las piernas de la mujer — Mira qué bien lo juega tu madre.
Bénédicte ra un ladrón. Quería hacerse con cada parte de su inocencia.
— ¿Qué mejor cura para el desamparo que las amistades como usted, respetable señora? Concédame el honor de su hospitalidad. Esta casa no la conocía. Hay tanto que ver aquí.
Eso era todo. Eso y un intercambio de miradas que, por esta vez, excluía a la inocente niña. Con la confirmación de la dueña de casa, ya no le quedaba más que hacer allí.
Que Fara se despidiera. Podía hacerlo. Debía, porque era buena niña y obedecería a la puerca de su madre. Bénédicte la siguió con la mirada hasta que se desvaneció, quedándose solo con la señora Fideler. Solo para que mostrara su verdadera careta. El vampiro se quedó viendo a esos ojos mortales, idénticos a los de su hija, como si fuera a nadar en ellos. Lo que provocó con ello fue liberar a la bestia del pecado.
Luego de beber el último sorbo del desagradable vino, el vampiro puso en marcha la siguiente parte de su plan. Fue tras el meneo lascivo de las caderas de la pronta a ser adúltera, sin prestar mayor atención a los pasillos por los que iban. Se oía a la servidumbre en la cocina, pero sus voces se fueron desvaneciendo a medida que avanzaba el paseo. La mujer volteaba a verlo sobre el hombro cada veinte o treinta segundos, como cerciorándose de que no lo estaba imaginando. Bénédicte, con su mirada fija, casi congelada, parecía corresponderle, pero en realidad estaba rastreando a alguien.
Fue cuando la señora Fideler abrió la puerta del último cuarto que Bénédicte lo logró: vio a la niña, acurrucada en su cama, y conectó su mente con la de ella con toda su fuerza mental.
— Fara. — susurró a su cabeza —. Fara, querida, no duermas. Tienes que ver esto.
Y le mostró el averno cuando se arrojó a la boca de aquella adúltera descarada, rompiendo con la aparente paz de la casa que no volvería a llamarse hogar. Dentro de la habitación clandestina, las ropas se oyeron caer. Bénédicte gozaba no por el cuello que besaba, sino por la imagen que en Fara proyectaba. Ya fuera que lo estuviera percibiendo como pesadilla o realidad, no se le borraría.
— Este juego, criatura mía, se llama ”Papá y mamá”. — transmitía Bénédicte mientras separaba las piernas de la mujer — Mira qué bien lo juega tu madre.
Bénédicte ra un ladrón. Quería hacerse con cada parte de su inocencia.
Bénédicte Rivérieulx- Vampiro Clase Alta
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Re: Libre para ser mía [Privado]
Gaëtane había puesto sus ojos en el Señor Rivérieulx desde su primer encuentro; era joven, terriblemente apuesto y enigmático. Pero no era aquello lo que hacía que el vientre de la mujer prendiera, sino su mirada evacua. El muchacho no era alguien hacedero de averiguar y aquello le nublaba la cordura. Gaëtane se caracterizaba por ser astuta como la zorra, que escalaba los peldaños sociales de cinco en cinco gracias a su magnifica visión, y eran escasa las ocasiones en las que hallaba alguien en quién no pudiera hundir sus garras de arpía. Y esta vez, aquel alguien, era el Señor Rivérieulx, un manjar exótico que moría por tantear.
─Oh, Señor Rivérieulx, es de saber que no es de buen ver que una mujer sea amiga de un hombre, y más cuando su marido se encuentra fuera de la ciudad por negocios.
Evito relamerse los labios, ante todo, era una mujer elegante. Pero con Fara fuera de juego…Qué se llevarán a la niña, que por algún motivo extraño el Señor Rivérieulx había tomado cariño. Quizás, cuando creciera, lo podría comprometer con él, puede que incluso resultara un mejor partido que el presente hombre que tenía en mente para la pequeña. El Señor Rivérieulx podría expandir el negocio y renombre internacionalmente. Entre teje y maneja mental, la mujer se paseó por los pasillos de la mansión arrastrando consigo sus sinuosos movimientos de caderas.
─El pecado flama en un entorno silencioso y de luz tenue…─musitó, abriendo la última puerta, donde su hija dormitaba profundamente. Fara era una muñeca de sueño profundo, tal como su marido.
Aquella fue la débil excusa que utilizó cuando sintió la boca húmeda e intoxicante de su invitado sobre la propia. En ese mismo instante Gaëtena perdió la cordura como nunca antes la había perdido. Tener a un hombre como aquel, tocándola, poseyéndola, le hizo enloquecer. Eran sus manos frías quizás, lo que sugerían que el Señor Rivérieulx sabía más de mundo que cualquier hombre que había conocido, que había experimentado cuentos insospechables y vivido situaciones terribles, situaciones terribles que él mismo había creado. Cosas oscuras escondían esas manos.
Tomó una de ellas y la guió entre sus piernas.
Las pestañas de la niña temblaron, como débiles briznas de hierba.
Su mama ahogó un gemido lascivo.
El corazón de la pequeña se retorció, esquirlado.
La mujer abrió los ojos, uñas hundidas en la espalda de Bénédicte y pupilas clavadas en las de la infante.
Fara perdió su alma.
Su mama separó las piernas y se dejó ultrajar.
La niña no se movió, cerró los ojos y se convenció de una invención; era un sueño.
Gaëtena sonrió, como una serpiente ígnea que prendió fuego.
─Oh, Señor Rivérieulx, es de saber que no es de buen ver que una mujer sea amiga de un hombre, y más cuando su marido se encuentra fuera de la ciudad por negocios.
Evito relamerse los labios, ante todo, era una mujer elegante. Pero con Fara fuera de juego…Qué se llevarán a la niña, que por algún motivo extraño el Señor Rivérieulx había tomado cariño. Quizás, cuando creciera, lo podría comprometer con él, puede que incluso resultara un mejor partido que el presente hombre que tenía en mente para la pequeña. El Señor Rivérieulx podría expandir el negocio y renombre internacionalmente. Entre teje y maneja mental, la mujer se paseó por los pasillos de la mansión arrastrando consigo sus sinuosos movimientos de caderas.
─El pecado flama en un entorno silencioso y de luz tenue…─musitó, abriendo la última puerta, donde su hija dormitaba profundamente. Fara era una muñeca de sueño profundo, tal como su marido.
Aquella fue la débil excusa que utilizó cuando sintió la boca húmeda e intoxicante de su invitado sobre la propia. En ese mismo instante Gaëtena perdió la cordura como nunca antes la había perdido. Tener a un hombre como aquel, tocándola, poseyéndola, le hizo enloquecer. Eran sus manos frías quizás, lo que sugerían que el Señor Rivérieulx sabía más de mundo que cualquier hombre que había conocido, que había experimentado cuentos insospechables y vivido situaciones terribles, situaciones terribles que él mismo había creado. Cosas oscuras escondían esas manos.
Tomó una de ellas y la guió entre sus piernas.
Las pestañas de la niña temblaron, como débiles briznas de hierba.
Su mama ahogó un gemido lascivo.
El corazón de la pequeña se retorció, esquirlado.
La mujer abrió los ojos, uñas hundidas en la espalda de Bénédicte y pupilas clavadas en las de la infante.
Fara perdió su alma.
Su mama separó las piernas y se dejó ultrajar.
La niña no se movió, cerró los ojos y se convenció de una invención; era un sueño.
Gaëtena sonrió, como una serpiente ígnea que prendió fuego.
Fara Fideler- Humano Clase Alta
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Re: Libre para ser mía [Privado]
El tiempo se contrajo en las fibras de unas sábanas manchadas. Los sueños se absorbieron, devorados por las pesadillas. No volvería a ser una casa decente. Las risas blancas se habían acabado. Sólo una tierna luz luchaba por mantenerse indemne. Una criatura intacta aún, en la mira del carnicero más insaciable con el que hubiera podido encontrarse. Y no se iría de ese sitio especial.
Abandonando el calor de la mujer adúltera, Bénédicte comenzó a vestirse. A la penumbra nocturna, parecía una serpiente mudando de piel. Dejaba un rastro de frialdad tras de sí. Muy pronto lo sentiría aquella desvergonzada. Una vez listo, se sonrió complacido con el progreso de su bien tramada maquinación. Sería invitado otra vez, sin duda. Yacer con una mortal era tan trivial que, normalmente, se le hubiera hecho aburrido, pero cómo le excitaba a su ser la proximidad a su fin.
Cerca… tan cerca…
Pero era tonto quebrar la distancia para arrancar a Fara de la tierra así sin más; de hacerlo, mataría su esencia. Primero debía quebrar la confianza de la niña hacia sus padres. Ya había remecido a la madre, y el otro pobre diablo era fácil de destruir, si casi nunca estaba. Convencido de que el siguiente cometido sería fácil, Bénédicte se dirigió hacia la puerta de la muchacha y susurró gélido al cerrojo:
— Yo seré el hombre más importante de tu vida, criatura. Cuando te sientas sola, mi rostro extrañarás. Cuando tengas pesadillas, buscarás mis brazos. Cuando necesites protección, a mis piernas te abrazarás. Y cuando no tengas a nadie en tu vida fuera de mí, te darás cuenta de que no se puede tocar a una alimaña sin provocarla.
Era una maldición para ella. Para él, una canción. Al igual que el estribillo, su visita se repetiría una y otra vez. Podía tratarse de un ciclo eterno, pero el único inmortal en ese cuadro era él. Algo tendría que ponerle cierre. Y como todo en en la existencia de Demetrius era caótico, sus conclusiones daban todas las luces de serlo.
Caminó fuera de la casa pasando las palmas de las manos sobre las paredes. Quería impregnarse en el lugar en todas las formas en que le fuera posible. Dejar una semilla de necesidad en el tibio pulso de aquél tierno corazón.
Abandonando el calor de la mujer adúltera, Bénédicte comenzó a vestirse. A la penumbra nocturna, parecía una serpiente mudando de piel. Dejaba un rastro de frialdad tras de sí. Muy pronto lo sentiría aquella desvergonzada. Una vez listo, se sonrió complacido con el progreso de su bien tramada maquinación. Sería invitado otra vez, sin duda. Yacer con una mortal era tan trivial que, normalmente, se le hubiera hecho aburrido, pero cómo le excitaba a su ser la proximidad a su fin.
Cerca… tan cerca…
Pero era tonto quebrar la distancia para arrancar a Fara de la tierra así sin más; de hacerlo, mataría su esencia. Primero debía quebrar la confianza de la niña hacia sus padres. Ya había remecido a la madre, y el otro pobre diablo era fácil de destruir, si casi nunca estaba. Convencido de que el siguiente cometido sería fácil, Bénédicte se dirigió hacia la puerta de la muchacha y susurró gélido al cerrojo:
— Yo seré el hombre más importante de tu vida, criatura. Cuando te sientas sola, mi rostro extrañarás. Cuando tengas pesadillas, buscarás mis brazos. Cuando necesites protección, a mis piernas te abrazarás. Y cuando no tengas a nadie en tu vida fuera de mí, te darás cuenta de que no se puede tocar a una alimaña sin provocarla.
Era una maldición para ella. Para él, una canción. Al igual que el estribillo, su visita se repetiría una y otra vez. Podía tratarse de un ciclo eterno, pero el único inmortal en ese cuadro era él. Algo tendría que ponerle cierre. Y como todo en en la existencia de Demetrius era caótico, sus conclusiones daban todas las luces de serlo.
Caminó fuera de la casa pasando las palmas de las manos sobre las paredes. Quería impregnarse en el lugar en todas las formas en que le fuera posible. Dejar una semilla de necesidad en el tibio pulso de aquél tierno corazón.
Tema Finalizado
Bénédicte Rivérieulx- Vampiro Clase Alta
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