AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El guerrerero mojado no teme la lluvia (priv)
2 participantes
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El guerrerero mojado no teme la lluvia (priv)
"El día que se perdió la cordura,
sólo quedaron llantos y silencio"
Clavó la pala inferior de su arco de tejo negro en la tierra húmeda a la par que ancló la rodilla y mantuvo la posición. Silencio tenso. Larga espera. Había visto la muerte antes, muchas veces, entre el barro y la sangre. Pero la tercera mañana se teñía de un rojo doloroso cuando la aldea cayó bajo las tropas de Randulf y los pocos que sobrevivieron a los dos días anteriores se replegaron en retirada, mas sus posibilidades eran nulas, estaban rodeados. Chocaron contra un páramo agreste y sin vegetación, cuando quisieron regresar a un campo más amplio, ya los habían envuelto. Entre los árboles se escuchaba el piafar lejano de las monturas, algún tintineo metálico de un correaje golpeando contra la armadura o las grebas, el siseo fantasmal del viento entre las hojas, que se colaba, gélido, en la hora vespertina.
La niebla había cubierto el frondoso bosque bajo y la lluvia hizo acto de presencia cuando los guerreros de Akershus se estaban encomendando a los dioses de Asgard, pues probablemente ése fuera su último suspiro en la tierra. Pero su padre le había dicho mil veces que un guerrero mojado no teme a la lluvia. Serían pocos, estarían menguados y en desventaja numérica, pero no les tendrían miedo, eso jamás. Estaba forjada en la guerra, en la lucha y en el valor. Jamás bajaría los brazos, no había visto a su padre hacerlo y tampoco nadie la vería a ella hacerlo.
¿A qué esperaban para rematarlos? la lluvia golpeaba en los troncos y las hojas y se le colaba por cada costura de su empapada armadura, anidaba en sus pestañas y hacía que el pelo se le pegara a la cara. Su vista de halcón se desplazaba de un arbusto a un tronco, de una sombra que se movía a una roca tras las que el brillo de un arma había tintineado. Estaba lista, el Valhalla la acogería en caso de caer, pero la espera la caracomía. ¿¡A qué cojones esparaban?!
Los minutos se deslizaban lentos, cada gota que resbalaba por su nariz y se estampaba contra el suelo era como un tambor que marcaba el paso agónico del tiempo. Se abrió un pequeño claro entre las nubes apelotonadas y entonces supo, sin saber por qué, que el momento había llegado, sus sentidos retornaron a la vida con el pico de adrenalina que había detonado en sus venas y rauda como el viento sacó una flecha del carcaj, tensó y deslizó el proyectil sin piedad ninguna contra un jinete que galopaba hacia ella. El arco de tejo negro era flexible y fuerte como ella, de largo alcance y precisión y estaba tallado con unas runas de protección en la empuñadura. Se lo había regalado su padre, como todos los arcos que había empuñado a lo largo de su vida mientras iba creciendo.
Tras el primero, un segundo, un tercero y un cuarto. Cuatro dianas mortales, cuatro enemigos que no se levantarían, pero venían muchos más. Se levantó y vació su carcaj hasta quedarse con una sola flecha. A su alrededor los compañeros peleaban con espadas y hachas, el sonido del choque de aceros embotaba su oído, le quedaba sólo una flecha y después tendría que matar con espada, vender cara su piel. Notaba el regusto férreo en su lengua, el día anterior había recibido un buen golpe en la cara que le hizo morderse la lengua. Pensó en Valeska y en Beth, sin saber por qué, recordó una tarde en la que ellas jugaban a tomar el té y ella se cayó sobre las tazas persiguiendo un dragón imaginario. Ellas no lo entenderían, pero si tenía que decir adiós a ese mundo para alcanzar uno de los otros nueve, sería así, empuñando sus armas y batiéndose hasta el último aliento.
Deslizó la flecha desde la bolsa entre sus dedos, las plumas estaban empapadas a pesar de llevar cera, colocó el culatín en la cuerda tensando el brazo derecho y soltó escuchando el familiar siseo del proyectil cruzando el aire para impactar en la cuenca del ojo de otro enemigo que se acercaba con la maza en alto y el escudo en ristre. Abrió el ojos semicerrado con el que apuntaba y cuando fue a bajar el arco para coger su espada algo le dio en la cabeza con contundente saña. Por un instante el dolor la dejó sin respiración, incapaz de girarse y ver quién o qué había sido; su visión se fundió a negro mientras caía al barro y la luz del mundo se apagó, por mucho que Fiolett luchara por no perder la consciencia.
sólo quedaron llantos y silencio"
- Heart of courage:
Clavó la pala inferior de su arco de tejo negro en la tierra húmeda a la par que ancló la rodilla y mantuvo la posición. Silencio tenso. Larga espera. Había visto la muerte antes, muchas veces, entre el barro y la sangre. Pero la tercera mañana se teñía de un rojo doloroso cuando la aldea cayó bajo las tropas de Randulf y los pocos que sobrevivieron a los dos días anteriores se replegaron en retirada, mas sus posibilidades eran nulas, estaban rodeados. Chocaron contra un páramo agreste y sin vegetación, cuando quisieron regresar a un campo más amplio, ya los habían envuelto. Entre los árboles se escuchaba el piafar lejano de las monturas, algún tintineo metálico de un correaje golpeando contra la armadura o las grebas, el siseo fantasmal del viento entre las hojas, que se colaba, gélido, en la hora vespertina.
La niebla había cubierto el frondoso bosque bajo y la lluvia hizo acto de presencia cuando los guerreros de Akershus se estaban encomendando a los dioses de Asgard, pues probablemente ése fuera su último suspiro en la tierra. Pero su padre le había dicho mil veces que un guerrero mojado no teme a la lluvia. Serían pocos, estarían menguados y en desventaja numérica, pero no les tendrían miedo, eso jamás. Estaba forjada en la guerra, en la lucha y en el valor. Jamás bajaría los brazos, no había visto a su padre hacerlo y tampoco nadie la vería a ella hacerlo.
¿A qué esperaban para rematarlos? la lluvia golpeaba en los troncos y las hojas y se le colaba por cada costura de su empapada armadura, anidaba en sus pestañas y hacía que el pelo se le pegara a la cara. Su vista de halcón se desplazaba de un arbusto a un tronco, de una sombra que se movía a una roca tras las que el brillo de un arma había tintineado. Estaba lista, el Valhalla la acogería en caso de caer, pero la espera la caracomía. ¿¡A qué cojones esparaban?!
Los minutos se deslizaban lentos, cada gota que resbalaba por su nariz y se estampaba contra el suelo era como un tambor que marcaba el paso agónico del tiempo. Se abrió un pequeño claro entre las nubes apelotonadas y entonces supo, sin saber por qué, que el momento había llegado, sus sentidos retornaron a la vida con el pico de adrenalina que había detonado en sus venas y rauda como el viento sacó una flecha del carcaj, tensó y deslizó el proyectil sin piedad ninguna contra un jinete que galopaba hacia ella. El arco de tejo negro era flexible y fuerte como ella, de largo alcance y precisión y estaba tallado con unas runas de protección en la empuñadura. Se lo había regalado su padre, como todos los arcos que había empuñado a lo largo de su vida mientras iba creciendo.
Tras el primero, un segundo, un tercero y un cuarto. Cuatro dianas mortales, cuatro enemigos que no se levantarían, pero venían muchos más. Se levantó y vació su carcaj hasta quedarse con una sola flecha. A su alrededor los compañeros peleaban con espadas y hachas, el sonido del choque de aceros embotaba su oído, le quedaba sólo una flecha y después tendría que matar con espada, vender cara su piel. Notaba el regusto férreo en su lengua, el día anterior había recibido un buen golpe en la cara que le hizo morderse la lengua. Pensó en Valeska y en Beth, sin saber por qué, recordó una tarde en la que ellas jugaban a tomar el té y ella se cayó sobre las tazas persiguiendo un dragón imaginario. Ellas no lo entenderían, pero si tenía que decir adiós a ese mundo para alcanzar uno de los otros nueve, sería así, empuñando sus armas y batiéndose hasta el último aliento.
Deslizó la flecha desde la bolsa entre sus dedos, las plumas estaban empapadas a pesar de llevar cera, colocó el culatín en la cuerda tensando el brazo derecho y soltó escuchando el familiar siseo del proyectil cruzando el aire para impactar en la cuenca del ojo de otro enemigo que se acercaba con la maza en alto y el escudo en ristre. Abrió el ojos semicerrado con el que apuntaba y cuando fue a bajar el arco para coger su espada algo le dio en la cabeza con contundente saña. Por un instante el dolor la dejó sin respiración, incapaz de girarse y ver quién o qué había sido; su visión se fundió a negro mientras caía al barro y la luz del mundo se apagó, por mucho que Fiolett luchara por no perder la consciencia.
Fiolett- Humano Clase Alta
- Mensajes : 77
Fecha de inscripción : 14/06/2017
Localización : Akershus
Re: El guerrerero mojado no teme la lluvia (priv)
Los dioses parecían confabular en mi contra, al parecer la belleza de Helena la hacia merecedora de gracia y en su búsqueda me perdí tantas veces en distintos planos y hazañas que ya apeas me alcanzaba la memoria a recordar la ultima vez que Akershus fue mi casa.
Podía recordar la primera vez que pisé esas tierras plagadas de magia, un insolente humano atravesó sus puertas con la creencia de que podría vencerme en duelo singular. Höor Cannif, no le faltaban cojones a un hombre al que le sobraba honor y orgullo a raudales, desde entonces un vinculo se creo entre los dos, quizás porque como en un espejo sentía en él mi reflejo de cuando era un hombre y no una leyenda, eso si, una muerta.
La gruesa capa de pieles cubría mi cuerpo, la lluvia acompañaba el incesante galope de mi negra montura y el viento, libre y veloz golpeaba mi cuerpo pegando las ropas a cada musculo.
Armadura infame con ya demasiadas historias en cada trazo metálico, pero supongo que la muerte no me alcanzaba,hasta en eso Afrodita se reía del héroe.
Fue el incesante ruido de aquello que mas conocía y que a mi espalda retumbaba con su característico sonido metálico lo que llamó mi atención, no tardé en escuchar las saetas sivar al viento y los rugidos de los guerreros, el olor a sangre casi atrofio por su intensidad mi olfato y como la bestia de ojos que era me deje guiar por el hedor de la muerte.
El escudo de Akershus hondeaba en la bandera, dos espadas atravesaban el escudo con el martillo de Thor en el gravado y los lobos lo rodeaban hambrientos mostrando sus colmillos. Los rebeldes eran menos una partida que el ejercito de Randulf debió haber pillado infraganti en alguna de lasi numerables expediciones que llevaban a cabo para salvaguardar las aldeas colindantes.
Desenvainé la espada que pronto quedó bañada por las gotas de agua dulce y desde lo alto del corcel, como si de la misma muerte me tratará embestí las filas enemigas segando algunas cabezas con premura.
Ladeé la sonrisa la sangre salpicaba mi rostro y mi lengua atajó las gotas que por mis labios resbalaban ansiosas de morir en el suelo.
A melé, espada en mano, los aceros bailaron, gritos de dolor, otro de rabia y los truenos de Apolo a mis espaldas.
En ese instante sentí un olor conocido, el de la sangre de uno de mis amigos aunque con un matiz mucho mas dulce. Busqué con la mirada encontrándome a una morena que vencida pro la adversidad se aferraba a la vida.
La hija del conde Cannif, no dudé en cruzar mi espada contra la de aquel que por poco da una estocada mortal en su pecho.
La pelea no duró demasiado tiempo, el hombre vencido besó el suelo expirando su ultimo aliento con los ojos saltones y la lengua fuera, ahogado en su propia sangre por el tajo en la yugular propinado por mi arma.
-!Vamos guerrera! -susurré alzándola con rapidez del suelo mientras sus ojos buscaban el modo de enfocar mi rostro.
Un silbido bastó para que mi espectro cruzara el campo de batalla y sobre su lomo dejé caer el cuerpo delicado de la arquera.
-Cógete fuerte -dije dándole un par de golpes al culo del caballo que emprendió su veloz galope mientras yo continuaba batallando.
Podía recordar la primera vez que pisé esas tierras plagadas de magia, un insolente humano atravesó sus puertas con la creencia de que podría vencerme en duelo singular. Höor Cannif, no le faltaban cojones a un hombre al que le sobraba honor y orgullo a raudales, desde entonces un vinculo se creo entre los dos, quizás porque como en un espejo sentía en él mi reflejo de cuando era un hombre y no una leyenda, eso si, una muerta.
La gruesa capa de pieles cubría mi cuerpo, la lluvia acompañaba el incesante galope de mi negra montura y el viento, libre y veloz golpeaba mi cuerpo pegando las ropas a cada musculo.
Armadura infame con ya demasiadas historias en cada trazo metálico, pero supongo que la muerte no me alcanzaba,hasta en eso Afrodita se reía del héroe.
Fue el incesante ruido de aquello que mas conocía y que a mi espalda retumbaba con su característico sonido metálico lo que llamó mi atención, no tardé en escuchar las saetas sivar al viento y los rugidos de los guerreros, el olor a sangre casi atrofio por su intensidad mi olfato y como la bestia de ojos que era me deje guiar por el hedor de la muerte.
El escudo de Akershus hondeaba en la bandera, dos espadas atravesaban el escudo con el martillo de Thor en el gravado y los lobos lo rodeaban hambrientos mostrando sus colmillos. Los rebeldes eran menos una partida que el ejercito de Randulf debió haber pillado infraganti en alguna de lasi numerables expediciones que llevaban a cabo para salvaguardar las aldeas colindantes.
Desenvainé la espada que pronto quedó bañada por las gotas de agua dulce y desde lo alto del corcel, como si de la misma muerte me tratará embestí las filas enemigas segando algunas cabezas con premura.
Ladeé la sonrisa la sangre salpicaba mi rostro y mi lengua atajó las gotas que por mis labios resbalaban ansiosas de morir en el suelo.
A melé, espada en mano, los aceros bailaron, gritos de dolor, otro de rabia y los truenos de Apolo a mis espaldas.
En ese instante sentí un olor conocido, el de la sangre de uno de mis amigos aunque con un matiz mucho mas dulce. Busqué con la mirada encontrándome a una morena que vencida pro la adversidad se aferraba a la vida.
La hija del conde Cannif, no dudé en cruzar mi espada contra la de aquel que por poco da una estocada mortal en su pecho.
La pelea no duró demasiado tiempo, el hombre vencido besó el suelo expirando su ultimo aliento con los ojos saltones y la lengua fuera, ahogado en su propia sangre por el tajo en la yugular propinado por mi arma.
-!Vamos guerrera! -susurré alzándola con rapidez del suelo mientras sus ojos buscaban el modo de enfocar mi rostro.
Un silbido bastó para que mi espectro cruzara el campo de batalla y sobre su lomo dejé caer el cuerpo delicado de la arquera.
-Cógete fuerte -dije dándole un par de golpes al culo del caballo que emprendió su veloz galope mientras yo continuaba batallando.
Ettore Troy- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 50
Fecha de inscripción : 17/04/2018
Re: El guerrerero mojado no teme la lluvia (priv)
Fiolett se sumió en una oscuridad profunda pero antes de eso reconoció la voz del troyano, tenía apenas cuatro o cinco años cuando éste se apostó a las puertas de Akershus bramando que quería recuperar algo, desde la muralla lo vio y sus ojos rojizos le impactaron. Pero no tenía miedo, el miedo era para los cobardes, su padre les había enseñado a enfrentar el terror, a no mirar atrás ni recular. Desde entonces lo había visto en alguna rara ocasión en la que había regresado a Akershus, pero siempre poco tiempo y nunca había intercambiado palabra alguna con él.
El caballo la cargó durante un buen rato hasta adentrarse en el bosque, pero Fiolett era un peso pluma y el movimiento del corcel la hizo resbalar poco a poco hasta caer al suelo hecha un amasijo de pies y manos. El animal se quedó junto a ella mordisqueando hierbas y de vez en cuando empujaba su negra maraña de pelo con los belfos, pero el golpe había sido fuerte y la sangre manaba por la nuca donde se había abierto la piel. La mañana alcanzaría el cénit en poco tiempo, el sol coronaría las cumbres y si Ettore no se espabilaba a encontrar un refugio pronto, vería a sus dioses más rápido de lo que creía.*
Fue el astro el que parecía dispuesto a ganarme la batalla, mas si bien era cierto mi presencia no suponía la victoria, si inclinó la balanza para que esos pobres diablos no acabaran esa noche en piras fúnebres. Pronto llegarían refuerzos, seguramente comandados por el mismo Höor Cannif, y el ejercito rival tocaría retirada, mas este era el momento de ponerme a resguardo o no vería la siguiente luna coronar el cielo.
Seguí el sendero hacía el bosque, por donde la montura había encaminado su galope y no tarde en encontrarme con ella pastando tranquila del verde prado con la doncella inconsciente tumbada en el suelo.
Me acerqué con premura, había sangrado en abundancia por la cabeza, un charco tintaba de rojo la hierba, pero el sol no tardaría en hacer acto de presencia, así que cargué con ella y montando nuevamente a lomos del espectro no tardé en encontrar una vieja casona abandonada, era de piedra, seguramente en otros tiempos habitada por algún ermitaño de la montaña.
Abrí la puerta maltrecha y me adentré en aquella casa polvorienta, un camastro sucio quedaba a la izquierda, posé sobre el catre a la arquera y dejándola acomodada, salí a por los instrumentos para dar sutura o se desangraría.
Mis manos manchadas de carmesí por unos instantes tornaron mis ojos rojos como la lumbre, no había comido aquella noche y acaba de darme cuenta de que estaba francamente hambriento.*
La espesa melena oscura ocultaba el corte pero el cainita podía oler la sangre hasta el punto de saber de dónde venía, eso no sería un impedimento para darle los puntos que cesarían el sangrado, pero la gran cantidad de líquido rojo podía hacerlo entrar en frenesí. La mujer entreabrió los ojos un buen rato después. Estaba desorientada, desubicada, la cabeza le dolía más que en toda su vida y no estaba segura de no estar muerta pues lo último que recordaba era caer al suelo en mitad de una batalla.
La casona era de piedra pero tenía algunos resquicios por los que entraba un mortecino haz de luz, su visión se acomodó fácilmente a la penumbra porque de haber estado a plena luz ahora mismo sería como si insertaran agujas en sus retinas. Giró un poco la cabeza y vislumbró la silueta borrosa del troyano con la espalda contra una pared, en el rincón más oscuro de la sala.
—¿Es esto el Valhalla? Vaya mierda.— cuando consiguió enfocar mejor la visión se dio cuenta que estaba allí con el vampiro.— No fastidies… ¿estoy en el infierno de los vampiros?*
Desvié la mirada hacía la hija del conde, al parecer se había despertado habladora, porque ademas de preguntar por su amado Valhalla se atrevió a bromear sobre si esto era el infierno de los vampiros ¿como si tuviéramos uno?
-Podrías tapar las ventanas con algo que encuentres -le pedí no haciendo comentario alguno acerca de sus estupideces, quizás ella solo era una cría, pero sobre mis hombros pesaban milenios y la verdad, mis conversaciones eran un tanto mas inteligentes o quizás solo era un viejo carcamal frustrado que buscaba encontrar la muerte de manos de un rival digno, era ya el tiempo de que los héroes dejáramos de vagar sobre la faz de esta tierra que en mi caso solo me había traído..dolor y perdida.*
Se incorporó despacio, estaba mareada del golpe y le latía la sangre en la nuca donde tenía los puntos. Miró alrededor y vio un saco colgado de un clavo, lo desgarró con su daga y lo colocó sobre uno de los ventanucos que arrojaban haces brillantes al interior. Después repitió la operación con unas viejas prendas polvorientas y sucias para acabar con todo vestigio de claridad. Finalizado el asunto, se sentó sobre el catre y apoyó la frente sobre sus manos, resoplando y mirando al griego.
—¿Y los demás? ¿ha quedado alguno?.— quería saber qué había sido de sus compañeros del ejército de Akershus y en principio sólo Ettore tenía esa información, el relevo en caso de llegar, no sabía que Fiolett estaba alli o que Ettore la había salvado.*
-Aguantaran -aseguré -todo los guerreros de Akershus luchan por algo mas que un puñado de arena, eso los convierte en hombres con un motivo, una razón por la que vivir y morir. luchaban con fiereza, los refuerzos galopaban hacía la zona, el Valhalla, como lo llamáis vosotros no se llenará de guerreros. Pero como bien sabes soy un vampiro y aunque hubiera permanecido en el campo de batalla luchando codo con codo con los tuyos, no considero al astro el digno adversario para acabar conmigo, así que esta tampoco será mi ultima noche sobre la faz de la tierra.
Caminé hacía una pequeña despensa que había en un mueble bajo algo carcomido y al abrirla encontré una botella de un licor, parecía whisky o algo así.
-te ayudará con el dolor -aseguré acercándosela para que bebiera de ella n par de tragos.
La cercanía de su cuerpo era complicada, cerré un instante los ojos que de nuevo se tornaron escarlata, apestaba a sangre, el latir de su corazón era fuerte, propio al de una mujer joven, un reclamo para una bestia hambrienta y por my milenario que fuera, la sed siempre acompañaba al vampiro como una lacra a cuestas.
Me di la vuelta interponiendo distancia en busca de la chimenea, frente a ella me acuchillé para prender unos viejos maderos, la hija del conde necesitaría entrar en calor, había perdido ya demasiada sangre y allí dudaba hubiera ningún tipo de alimento en buen estado pues la casa parecía llevar años deshabitada.*
Sujetó la botella entre las manos y tras olerla y comprobar que aquello debía saber a rayos, le dio un trago haciendo un gesto de asco.
—Fiolett. Seguramente lo hayas olvidado, es mi nombre. Pero yo si me acuerdo de ti frente a aquellas murallas. Ettore, el héroe de Troya. ¿Vienes a por mi padre de nuevo? Porque si es asi, no dudes que no vacilaré en arrancarte los ojos y la lengua para dárselas de comer a los perros.
Sin duda su aspecto no hacía presagiar esa boca de cloaca, al menos cuando no iba cubierta de sangre y con armadura, pero el caso es que se había criado con Orn y Sirius y sus primos peleando en el patio de armas como una más. Seguramente su alarde de bocazas no fuera a ningun sitio, pero era su forma de interponer una barrera entre el vampiro y la humana, de avisarle que no sería una presa fácil y si estaba pensando en matarla, sería mejor que buscase otra cena.*
El caballo la cargó durante un buen rato hasta adentrarse en el bosque, pero Fiolett era un peso pluma y el movimiento del corcel la hizo resbalar poco a poco hasta caer al suelo hecha un amasijo de pies y manos. El animal se quedó junto a ella mordisqueando hierbas y de vez en cuando empujaba su negra maraña de pelo con los belfos, pero el golpe había sido fuerte y la sangre manaba por la nuca donde se había abierto la piel. La mañana alcanzaría el cénit en poco tiempo, el sol coronaría las cumbres y si Ettore no se espabilaba a encontrar un refugio pronto, vería a sus dioses más rápido de lo que creía.*
Fue el astro el que parecía dispuesto a ganarme la batalla, mas si bien era cierto mi presencia no suponía la victoria, si inclinó la balanza para que esos pobres diablos no acabaran esa noche en piras fúnebres. Pronto llegarían refuerzos, seguramente comandados por el mismo Höor Cannif, y el ejercito rival tocaría retirada, mas este era el momento de ponerme a resguardo o no vería la siguiente luna coronar el cielo.
Seguí el sendero hacía el bosque, por donde la montura había encaminado su galope y no tarde en encontrarme con ella pastando tranquila del verde prado con la doncella inconsciente tumbada en el suelo.
Me acerqué con premura, había sangrado en abundancia por la cabeza, un charco tintaba de rojo la hierba, pero el sol no tardaría en hacer acto de presencia, así que cargué con ella y montando nuevamente a lomos del espectro no tardé en encontrar una vieja casona abandonada, era de piedra, seguramente en otros tiempos habitada por algún ermitaño de la montaña.
Abrí la puerta maltrecha y me adentré en aquella casa polvorienta, un camastro sucio quedaba a la izquierda, posé sobre el catre a la arquera y dejándola acomodada, salí a por los instrumentos para dar sutura o se desangraría.
Mis manos manchadas de carmesí por unos instantes tornaron mis ojos rojos como la lumbre, no había comido aquella noche y acaba de darme cuenta de que estaba francamente hambriento.*
La espesa melena oscura ocultaba el corte pero el cainita podía oler la sangre hasta el punto de saber de dónde venía, eso no sería un impedimento para darle los puntos que cesarían el sangrado, pero la gran cantidad de líquido rojo podía hacerlo entrar en frenesí. La mujer entreabrió los ojos un buen rato después. Estaba desorientada, desubicada, la cabeza le dolía más que en toda su vida y no estaba segura de no estar muerta pues lo último que recordaba era caer al suelo en mitad de una batalla.
La casona era de piedra pero tenía algunos resquicios por los que entraba un mortecino haz de luz, su visión se acomodó fácilmente a la penumbra porque de haber estado a plena luz ahora mismo sería como si insertaran agujas en sus retinas. Giró un poco la cabeza y vislumbró la silueta borrosa del troyano con la espalda contra una pared, en el rincón más oscuro de la sala.
—¿Es esto el Valhalla? Vaya mierda.— cuando consiguió enfocar mejor la visión se dio cuenta que estaba allí con el vampiro.— No fastidies… ¿estoy en el infierno de los vampiros?*
Desvié la mirada hacía la hija del conde, al parecer se había despertado habladora, porque ademas de preguntar por su amado Valhalla se atrevió a bromear sobre si esto era el infierno de los vampiros ¿como si tuviéramos uno?
-Podrías tapar las ventanas con algo que encuentres -le pedí no haciendo comentario alguno acerca de sus estupideces, quizás ella solo era una cría, pero sobre mis hombros pesaban milenios y la verdad, mis conversaciones eran un tanto mas inteligentes o quizás solo era un viejo carcamal frustrado que buscaba encontrar la muerte de manos de un rival digno, era ya el tiempo de que los héroes dejáramos de vagar sobre la faz de esta tierra que en mi caso solo me había traído..dolor y perdida.*
Se incorporó despacio, estaba mareada del golpe y le latía la sangre en la nuca donde tenía los puntos. Miró alrededor y vio un saco colgado de un clavo, lo desgarró con su daga y lo colocó sobre uno de los ventanucos que arrojaban haces brillantes al interior. Después repitió la operación con unas viejas prendas polvorientas y sucias para acabar con todo vestigio de claridad. Finalizado el asunto, se sentó sobre el catre y apoyó la frente sobre sus manos, resoplando y mirando al griego.
—¿Y los demás? ¿ha quedado alguno?.— quería saber qué había sido de sus compañeros del ejército de Akershus y en principio sólo Ettore tenía esa información, el relevo en caso de llegar, no sabía que Fiolett estaba alli o que Ettore la había salvado.*
-Aguantaran -aseguré -todo los guerreros de Akershus luchan por algo mas que un puñado de arena, eso los convierte en hombres con un motivo, una razón por la que vivir y morir. luchaban con fiereza, los refuerzos galopaban hacía la zona, el Valhalla, como lo llamáis vosotros no se llenará de guerreros. Pero como bien sabes soy un vampiro y aunque hubiera permanecido en el campo de batalla luchando codo con codo con los tuyos, no considero al astro el digno adversario para acabar conmigo, así que esta tampoco será mi ultima noche sobre la faz de la tierra.
Caminé hacía una pequeña despensa que había en un mueble bajo algo carcomido y al abrirla encontré una botella de un licor, parecía whisky o algo así.
-te ayudará con el dolor -aseguré acercándosela para que bebiera de ella n par de tragos.
La cercanía de su cuerpo era complicada, cerré un instante los ojos que de nuevo se tornaron escarlata, apestaba a sangre, el latir de su corazón era fuerte, propio al de una mujer joven, un reclamo para una bestia hambrienta y por my milenario que fuera, la sed siempre acompañaba al vampiro como una lacra a cuestas.
Me di la vuelta interponiendo distancia en busca de la chimenea, frente a ella me acuchillé para prender unos viejos maderos, la hija del conde necesitaría entrar en calor, había perdido ya demasiada sangre y allí dudaba hubiera ningún tipo de alimento en buen estado pues la casa parecía llevar años deshabitada.*
Sujetó la botella entre las manos y tras olerla y comprobar que aquello debía saber a rayos, le dio un trago haciendo un gesto de asco.
—Fiolett. Seguramente lo hayas olvidado, es mi nombre. Pero yo si me acuerdo de ti frente a aquellas murallas. Ettore, el héroe de Troya. ¿Vienes a por mi padre de nuevo? Porque si es asi, no dudes que no vacilaré en arrancarte los ojos y la lengua para dárselas de comer a los perros.
Sin duda su aspecto no hacía presagiar esa boca de cloaca, al menos cuando no iba cubierta de sangre y con armadura, pero el caso es que se había criado con Orn y Sirius y sus primos peleando en el patio de armas como una más. Seguramente su alarde de bocazas no fuera a ningun sitio, pero era su forma de interponer una barrera entre el vampiro y la humana, de avisarle que no sería una presa fácil y si estaba pensando en matarla, sería mejor que buscase otra cena.*
Fiolett- Humano Clase Alta
- Mensajes : 77
Fecha de inscripción : 14/06/2017
Localización : Akershus
Re: El guerrerero mojado no teme la lluvia (priv)
Escuché a la joven norteña, desde luego su temperamento era idéntico al de su padre, algo que me llevó a ladear ligeramente la sonrisa apenas susceptible para la doncella.
Si bien era cierto que nuestro primer encuentro había sido algo complicado ,cuando emprendimos viaje en busca de la espada ambos acabamos oliéndonosla el culo en muchas ocasiones y consideraba a su padre un hombre noble, con valores, alguien en quien se podía confiar.
-No, estoy de paso señorita iba a Akershus a buscar cobijo para que el sol no me alcanzara, pero de camino me encontré con la batalla, los baluartes me dejaron claro que los hombres del conde estaba en apuros y decidí ayudaros. De nada señorita -apunté -creo que de no intervenir estarías cenando en ese amado Valhalla que espera a los norteños.
Las mujeres del norte nada tenían que ver con las dignas troyanas, nuestras mujeres entendían el sacrificio de los hombres, compendiaran que el honor lo era todo en nuestra vida y educaban a nuestros hijos para ser fieles reflejos de sus padres, el orgullo de un linaje.
Mi esposa me vio perecer desde las almenas, mi esposa era una señora a la que no había olvidado en milenios, ella era el amor de mi vida y eso solo sucede una vez en toda una vida.
-Sois complicada mi señora, habláis como un hombre y actuáis de forma poco delicada, las armas no están hechas para las manos femeninas. Sois damas fuertes, pero no por como alzáis el acero, si no por como sois capaces de soportar el dolor.
Esa discusión la había mantenido infinidad de veces con su padre, por supuesto Höor no pensaba como yo ni de lejos.
Pero unas jarras después ambos acabábamos riéndonos mientras los dioses jugaban a sus particulares partidas complicadas.
-Tomaos un descanso, necesitáis reposar, cuando el sol se ponga os llevaré a Akershus con vuestro padre.
Si bien era cierto que nuestro primer encuentro había sido algo complicado ,cuando emprendimos viaje en busca de la espada ambos acabamos oliéndonosla el culo en muchas ocasiones y consideraba a su padre un hombre noble, con valores, alguien en quien se podía confiar.
-No, estoy de paso señorita iba a Akershus a buscar cobijo para que el sol no me alcanzara, pero de camino me encontré con la batalla, los baluartes me dejaron claro que los hombres del conde estaba en apuros y decidí ayudaros. De nada señorita -apunté -creo que de no intervenir estarías cenando en ese amado Valhalla que espera a los norteños.
Las mujeres del norte nada tenían que ver con las dignas troyanas, nuestras mujeres entendían el sacrificio de los hombres, compendiaran que el honor lo era todo en nuestra vida y educaban a nuestros hijos para ser fieles reflejos de sus padres, el orgullo de un linaje.
Mi esposa me vio perecer desde las almenas, mi esposa era una señora a la que no había olvidado en milenios, ella era el amor de mi vida y eso solo sucede una vez en toda una vida.
-Sois complicada mi señora, habláis como un hombre y actuáis de forma poco delicada, las armas no están hechas para las manos femeninas. Sois damas fuertes, pero no por como alzáis el acero, si no por como sois capaces de soportar el dolor.
Esa discusión la había mantenido infinidad de veces con su padre, por supuesto Höor no pensaba como yo ni de lejos.
Pero unas jarras después ambos acabábamos riéndonos mientras los dioses jugaban a sus particulares partidas complicadas.
-Tomaos un descanso, necesitáis reposar, cuando el sol se ponga os llevaré a Akershus con vuestro padre.
Ettore Troy- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 50
Fecha de inscripción : 17/04/2018
Re: El guerrerero mojado no teme la lluvia (priv)
"Complicada". Así la había definido el troyano. Complicada no era, más bien todo lo contrario, era muy transparente, lo que veía era lo que había, no existían dobleces en Fiolett. Ladeó la sonrisa en un gesto muy característico de su padre.
— Hablo con un hombre pero no lo soy...Aquí en el Norte o te haces fuerte o mueres. Los griegos siempre os habéis considerado como la cuna de la erudición...nosotros somos apodados "bárbaros", por algo será.
No le dio más vueltas al asunto, que había una diferencia cultural era un hecho ineludible, además de una diferencia de edad bastante manifiesta. Tenía razón en algo: necesitaba descansar, estaba muy débil y seguramente no habría quedado nadie en pie, a menos que hubieran llegado los refuerzos a tiempo. En cualquier caso, salir precipitadamente no era sensato y además el troyano ardería en cenizas candentes. Se dejó caer hacia atrás levantando un poco de polvo en la desvencijada cabaña. Había usado los textiles para cubrir las grietas y que no entrase luz, no quedaba nada con lo que taparse, se hizo un ovillo y trató de no pensar en el frío, era algo que pocas veces funcionaba, como no pensar en el hambre, pero no le quedaba otra.
Ettore encendió un pequeño fuego con cuatro maderas podridas que pudo hallar y al menos con eso pudo detender el castañeteo de los dientes. Despertó unas horas después y dudaba que el vampiro se hubiera movido del sitio, parecía una estatua. Estaba empezando a anochecer, su ropa ya estaba seca, aunque sucia de barro, se incorporó estirando un poco los músculos, comprobó que llevaba bien fijo el carcaj en el que aún quedaba dos flechas; afianzó el arco de tejo negro a su espalda, comprobó las dagas y una vez hecho el recuento de las armas siguió al cainita afuera. Buscaron al caballo y cuando dieron con anial que pacía un poco de hierba, montaron y emprendieron el camino a Akershus. El bosque era denso y tenía algunas horas hasta llegar, Fiolett no se orientaba tan bien en la oscuridad sin ver las estrellas, no era como Ulf que olfateaba el aire y sabía de inmediato dónde estaba. Esta vez iba montada tras el vampiro, cogida a su cintura, era buena amazona y no le molestaba montar sin silla.
El ambiente de pronto cambió tornándose un poco más silencioso y opresivo, como si una especie de oscuridad profunda lo engullese alrededor. Ante ellos una figura antropomorfa hecha con varitas de madera y hojarasca se alzaba a modo de ofrenda en un altar improvisado hecho con piedras. Entre las ramas de los árboles algunos juguetes de viento chocaban entre si produciendo un ruido extraño y disonante.
— brujas... — murmuró contra el omóplato de Ettore.— veneran a Surt y Sinmore, los reyes de Muspelheim, los gigantes del fuego...salgamos de aquí.
— Hablo con un hombre pero no lo soy...Aquí en el Norte o te haces fuerte o mueres. Los griegos siempre os habéis considerado como la cuna de la erudición...nosotros somos apodados "bárbaros", por algo será.
No le dio más vueltas al asunto, que había una diferencia cultural era un hecho ineludible, además de una diferencia de edad bastante manifiesta. Tenía razón en algo: necesitaba descansar, estaba muy débil y seguramente no habría quedado nadie en pie, a menos que hubieran llegado los refuerzos a tiempo. En cualquier caso, salir precipitadamente no era sensato y además el troyano ardería en cenizas candentes. Se dejó caer hacia atrás levantando un poco de polvo en la desvencijada cabaña. Había usado los textiles para cubrir las grietas y que no entrase luz, no quedaba nada con lo que taparse, se hizo un ovillo y trató de no pensar en el frío, era algo que pocas veces funcionaba, como no pensar en el hambre, pero no le quedaba otra.
Ettore encendió un pequeño fuego con cuatro maderas podridas que pudo hallar y al menos con eso pudo detender el castañeteo de los dientes. Despertó unas horas después y dudaba que el vampiro se hubiera movido del sitio, parecía una estatua. Estaba empezando a anochecer, su ropa ya estaba seca, aunque sucia de barro, se incorporó estirando un poco los músculos, comprobó que llevaba bien fijo el carcaj en el que aún quedaba dos flechas; afianzó el arco de tejo negro a su espalda, comprobó las dagas y una vez hecho el recuento de las armas siguió al cainita afuera. Buscaron al caballo y cuando dieron con anial que pacía un poco de hierba, montaron y emprendieron el camino a Akershus. El bosque era denso y tenía algunas horas hasta llegar, Fiolett no se orientaba tan bien en la oscuridad sin ver las estrellas, no era como Ulf que olfateaba el aire y sabía de inmediato dónde estaba. Esta vez iba montada tras el vampiro, cogida a su cintura, era buena amazona y no le molestaba montar sin silla.
El ambiente de pronto cambió tornándose un poco más silencioso y opresivo, como si una especie de oscuridad profunda lo engullese alrededor. Ante ellos una figura antropomorfa hecha con varitas de madera y hojarasca se alzaba a modo de ofrenda en un altar improvisado hecho con piedras. Entre las ramas de los árboles algunos juguetes de viento chocaban entre si produciendo un ruido extraño y disonante.
— brujas... — murmuró contra el omóplato de Ettore.— veneran a Surt y Sinmore, los reyes de Muspelheim, los gigantes del fuego...salgamos de aquí.
Fiolett- Humano Clase Alta
- Mensajes : 77
Fecha de inscripción : 14/06/2017
Localización : Akershus
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