Daydreamer — Privado

por **Loreena Mckennitt** Miér Mayo 02, 2018 11:15 pm

Exhaló con hastío, sabía que tenía que guardar la calma, pero, ¿cómo? La idea realmente le fastidiaba, hasta le causaba una exasperación tremenda. ¿Por qué sencillamente no la podían dejar en paz? Ella era tan feliz correteando animalillos en el bosque, no comportándose como persona, porque, para ser honesta, se le daba muy mal eso de ser gente, sobre todo cuando no le apatecía, y ese día tenía cero ganas de actuar con decencia, mesura y esas tonterías. Loreena Mckennitt jamás aprendería a actuar como una señorita de sociedad, porque tampoco quería serlo. Es más, por mucho que le gustara leer, eso de ir a la biblioteca tampoco le resultaba atractivo. No. Ella tenía otros planes para ese día tan esplendoroso que necesitaba de sus desastres mágicos para... ¡De acuerdo! El día no necesitaba de nada de eso.

El abuelo Hans había sido severo al respecto, y lo peor era que no podía excusarse con su primo, porque el muy condenado no estaba. Vladmiri estaba asumiendo otras responsabilidades en ese entonces, y aunque Loreena se alegrara por eso, también debía reconocer que lo extrañaba. Él era su compañero de aventuras, y ahora estaba prácticamente sola. Vale, no estaba tan sola, porque también arrastraba a Rylan, pero su primo seguía siendo su primo, o mejor dicho, ese hermano mayor al que adoraba a pesar de todas las cosas que los diferenciaban. Así que no le resultaba sencillo hallarse en sus locuras sin él.

A veces deseaba que esos cambios no ocurrieran nunca, pero ambos eran adultos, incluso ella estaba pisando una edad en la que ya no valía actuar como una niña, aunque se excusara con lo del "niño interior". Aun así, eso no la salvó de tener que ponerse a estudiar. No es que fuera malo en ello, es que simplemente le costaba un poco concentrarse si algo de peso que captara por completo su atención. Existían personas que se concentraban sin nada de ruido, ella prefería irse a la práctica, se le hacía un poco más fácil todo. Eso sí, lo que no se le hacía fácil era ese condenado vestido que llevaba puesto...

Sentía que llevaba mil kilos de tela encima, a pesar de que no era así. Por eso, cuando pretendía ingresar al lugar, tropezó con una muchacha. ¡Loreena la torpe! ¡La patas chuecas!

—Ay, ¡lo lamento! Pero es que, ¡no sé de qué demonios hacen estas cosas! Los vestidos, me refiero —gruñó como si se tratara de una anciana. Luego volvió su atención a la chica, que la observaba con curiosidad. ¡Una cambiante que le recordaba a su primo!—. ¿No eres gato, verdad? Digo... No, aquí no se pueden discutir estas cuestiones tan importantes.

Miró hacia los lados, poniéndosele a un lado disimuladamente. Lo dicho, un poco loca la bruja. Bueno, no. Tenía razón, nunca se sabía cuándo estuviera un inquisidor merodeando cerca.

—¿No eres muy corriente? Por cierto, ¿qué hacías aquí parada como tonta? ¿Querías entrar en la biblioteca? —Cambio de tema radical. ¿Con ella cómo se podía disimular, a ver?