Una boda y un funeral [Libre]

Los primeros rayos de sol comenzaban a colarse con timidez en el piso superior a través de  las tupidas cortinas con las que había ordenado que cubriesen cada ventanal de la mansión, con la finalidad de que mi prometido pudiese pasear a sus anchas por la vivienda sin correr el riesgo de ser reducido a cenizas. Apenas habían pasado  unos días de nuestra llegada a París, más  la noticia de mi inminente compromiso había corrido como la pólvora entre cada familia de clase a alta a la que yo pertenecía. No había sido complicado explicar a familiares y amigos cercanos que mi compromiso con  Winston había sido la última voluntad de mi padre, que moribundo en su lecho de muerte, había optado por dejar a su única hija prometida para no verla sola.
Me deslicé despacio entre las sábanas de raso color beige que cubrían nuestra cama, y es que a pesar de todavía no haber contraído matrimonio, cada noche me infiltraba con sigilo en la alcoba de mi amado, donde recibía esa pequeña dosis de su vitae que me mantenía dependiente de él hasta puntos inimaginables.

Tras un suave beso que deposité en sus labios, abandoné la habitación rezando porque todavía el servicio estuviese dormido y no se hubiesen percatado de mis escapadas nocturnas; ya que si algo tenía claro es que tenía que mantener mi estatus de doncella hasta el día de nupcias que según lo previsto tendría lugar en un par de semanas.
Sonreí al sentir como la calidez de los rayos del sol primaveral acariciaban mi morena tez mientras esperaba con calma el desayuno en un jardín interior de la mansión. Poco después de volver a mi estancia para fingir que había pasado allí la noche, el ama de llaves comenzaba sus labores diarias, aprovechando yo ese momento para solicitarle mi desayuno en la terraza para dejarme arrullar por la apacible temperatura de aquel día.

-Gracias, Marta. Puede retirarse.- apunté con una media sonrisa tras esperar que la mujer depositase mi desayuno en la mesa de madera noble que tenía frente a mí.
Debía pensar exactamente qué razón les daría a todos nuestros conocidos sobre la repentina muerte de mi padre, y es que, a pesar de que sabía que su desaparición había sido provocada por un inmortal, no habíamos hallado el cuerpo ni tan solo un pequeño rastro que nos llevase a saber que había sucedido; razón por la cual de momento solo podía mentir a todos y explicarles que había contraído una extraña y mortal enfermedad que había significado su fulminante final en Italia.

Me encontraba ensimismada en mis pensamientos cuando escuché el repiqueteo del timbre de la puerta, agudizando el oído para averiguar de quien se trataba, aunque imaginé que sería algún conocido que habiéndose enterado de mi llegada, venía el interés de informarse de todo lo sucedido.