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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Lyudmilla Blavatsky Sáb Mayo 05, 2018 11:30 pm

Era el fin de esa etapa oscura de su vida, que había comenzado diez años atrás. Obligada por las circunstancias adversas, Lyudmilla había tenido que entregar su cuerpo –una y otra vez- al mejor postor, para no morir de hambre y para que su padre pudiera recibir atención médica. No había tenido muchas opciones; era una prófuga de la justicia ucraniana, había tenido que cambiar su identidad y debía pasar por una joven de bajos recursos. Atrás quedó la educación recibida y el recato inculcado. Con dieciséis años, le había entregado su virtud a un desconocido, en la cama de un burdel de mala muerte. Y, a pesar de que no estaba orgullosa de lo que comenzó en ese momento, si paraba las manecillas del reloj y pensaba por un segundo lo que había hecho, estaba segura de que llegaría a la misma conclusión: hubiera actuado de la misma forma. La forma en que los hechos fueron decantado, la obligaron a tomar aquel rumbo incierto, repleto de mentiras pero también de aprendizaje.

Aquella tarde, Lyudmilla se miró al espejo y se sonrió. Pronto, el gesto fue mutando e, inevitablemente, algunas lágrimas le mojaron las mejillas. Dejaba atrás mucho sufrimiento y estaba aprendiendo a no juzgarse. Al parecer, el amor la estaba ablandando, y podía verse a sí misma de manera más benevolente. Víktor, enterado del compromiso renovado, parecía haber rejuvenecido, y por primera vez en una década, mostraba avances en su salud. La felicidad se había extendido a todos.

Antes de salir, como siempre, le besó la frente a su padre y lo dejó leyendo, acompañado de su enfermera. Aún la primavera no terminaba por asentarse, y la caída del Sol traía consigo un viento fresco. Se ajustó la capa negra a la altura del cuello y caminó hacia el burdel, ese sitio donde había forjado otra identidad, otra vida, otra historia. La rubia veía aquel lugar como un camino paralelo, como si nunca hubiera terminado de entregarle su alma, y quizá por eso había podido soportar los castigos que recibía su cuerpo. Jamás se había asqueado del todo, y eso era, tal vez, lo que más le aterraba. Nada de lo que había vivido allí –por más duro y humillante que haya sido- fue lo suficientemente poderoso para arrancarla de la prostitución.

Ingresó por la parte trasera y caminó por el largo pasillo de habitación, chocándose con parejas, borrachos y prostitutas. Subió al primer piso y abrió la tercera puerta a la derecha. La recibió el olor a humedad de siempre, mezclado con perfume barato y algún aromatizante indefinible. Se quitó el abrigo, lo colgó en la silla que había frente al tocador, y acarició la peluca roja que la había acompañado a lo largo de esos años. Debajo de ella estaba todo permitido. La tocó con cierta nostalgia, pero con la certeza de que no extrañaría nada de lo que allí había. Era tiempo de hacer los sueños realidad, de ser feliz. Ya no había lugar para el dolor y los lamentos. Salió sin mirar atrás y bajó las escaleras, para adentrarse en la gran sala que albergaba mesas repletas de clientes que bebían una copa o copulaban a la vista de aquel que quisiera observar. Se encaminó hacia la barra, soportando las manos masculinas que se incrustaban en sus partes íntimas y le susurraban con lascivia. Se puso en puntas de pie y llamó con la mano a la meretriz, que se sorprendió de encontrarla sin su atuendo. La mujer dio la vuelta y salió a su encuentro.

¿Qué haces así vestida? Ponte a trabajar —se quejó. Su fuerte nunca había sido la simpatía.

Vine a renunciar —anunció, sin vueltas. —Ya no trabajaré más aquí.

¿Qué dices? —incapaz de dar crédito a lo que escuchaba, se guió por su instinto y tomó la mano derecha de Lyudmilla, donde ostentaba el anillo de compromiso. — ¡Ja! Lo supuse. Encontraste quien te mantenga.

No, no es así —retiró la mano con delicadeza. No quería entrar en detalles.

Trabaja hoy por última vez —le exigió. Siempre caracterizada por la envidia, se dejó llevar y rompió el corsé de la ucraniana, dejándolo a la mitad y con parte de sus pechos descubiertos. —Ahora te cubres. No te das cuenta. Siempre serás una puta, Lyudmilla.

Al ver la escena, dos hombres se acercaron y empujaron a la rubia contra la barra, arengados por la meretriz –que les lanzaba whisky barato- iniciaron una secuencia que asqueó a la muchacha, que intentaba sacárselos de encima entre lágrimas. Ahí entendió que no soportaba la idea de ser tocada por otro que no fuera Lazarus, que le pertenecía al militar en cuerpo y en alma, y que debía luchar con todas sus fuerzas para salir de allí lo antes posible.
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Mensaje por Lazarus Belov Jue Mayo 31, 2018 1:12 am

Lyudmilla, Lyudmilla, Lyudmilla y Lyudmilla. Solo en ella pensaba en esos momentos y no le parecía mal hacerlo, sino todo lo contrario, era el desahogo que necesitaba. En esas cosas se daba cuenta cuánto amaba a Lyudmilla, la admiraba por su inteligencia, deseaba su compañía, le parecía que compartían charlas profundas, la quería como nunca había querido antes –ni siquiera a los miembros de su familia- y la deseaba, deseaba su cuerpo. El amor que le tenía a esa mujer era un amor integro, completo, que no se dejaba ningún aspecto fuera.

Era su segunda vez en ese burdel y el lugar no estaba nada mal, la cama y la chica –que eran las dos cosas que importaban- estaban limpias y prolijas, no tenía de qué quejarse, además no estaba allí para inspeccionar y calificar el mantenimiento del lugar sino para aliviarse dentro de esa muchacha pensando que era su Lyudmilla la que gemía junto a él, que era la mujer más hermosa que conocía quien le susurraba y le rogaba, que era a su prometida a quien llenaba una, dos y tres veces con su semilla deseando… ¿deseando qué? ¿embarazar a una prostituta? No tenía sentido, pero Lazarus no pensaba con demasiada claridad en esos momentos, estaba en su estado más animal.


-Nora, eres maravillosa –le dijo a la muchacha tras algunos minutos de finalizar y mientras se inclinaba a un costado de la cama, para tomar sus ropas y así comenzar a vestirse.

No era rubia, era más alta, su piel era un poco más oscura y sus ojos demasiado profundos… y a pesar de todas las diferencias, Nora había sido Lyudmilla para él durante esa hora y media. ¿Cómo no premiar eso, que no podía ni quería explicarle, con una buena propina? Dejó el dinero sobre las sábanas antes de prenderse el pantalón. Cuando se puso en pie –acomodando el revólver del que jamás se separaba- se volvió y halló a Nora incorporándose y su ilusión acabó, no era Lyudmilla porque Lyudmilla nunca estaría en un lugar tan corrompido como aquel.


-Que tengas buenas noches, querida –la saludó con educación, volviendo a ser el hombre que era. En verdad deseaba que la muchacha tuviera una noche tranquila, que no le tocase atender los deseos perversos de ningún desviado.

Salió al corredor sintiéndose relajado, pero también revitalizado. Reconoció a un vecino del hotel en el que se alojaba en la ciudad y lo saludó con el brazo en alto -sin pudores-, pero un griterío proveniente de la barra captó su atención de inmediato, al parecer dos hombres intentaban forzar a una de las muchachas. ¿Nadie iba a hacer nada? Entendía que era un lugar donde todo valía, pero había cosas -como aquella- que para él eran intolerables por lo que Lazarus, defensor de los desvalidos por excelencia, se acercó con paso presuroso.


-¿Qué está sucediendo? ¡Déjenla! Quítate –empujó al primero hacia un lado y llevó la mano a su arma, pero antes de que pudiese desenfundarla. solo para asustarlos, un golpe de realidad le cortó el aire-. Lyudmilla… ¿qué haces aquí?

La meretriz se rió y gritó:

-¿Que qué hace aquí? Ella trabaja aquí, ¡anda, Lyudmilla, Thierry ya ha pedido por ti, como siempre!


-No, ella no trabaja aquí –Lazarus se negaba a creerlo-. Tú no trabajas aquí, tú no estás aquí en estos momentos. –La observó y al ver sus senos desnudos a causa de la rotura de la parte superior de su ropa, Lazarus se quitó la chaqueta y la envolvió-. Nos vamos, no sé qué explicación tienes pero necesito oírla. ¡Ya, muévete! –le dijo a uno de los hombres que intentaba acercarse a su prometida y así, abrazándola, salió del burdel.

Lazarus no se creía capaz de recordar dónde había dejado su caballo.
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Mensaje por Lyudmilla Blavatsky Lun Jul 09, 2018 9:47 am

Los hechos se suscitaron demasiado rápido, a una velocidad incalculable. En un momento estaba a punto de ser violada en la barra del burdel donde trabajaba, al instante siguiente los brazos de Lazarus la protegían de todo mal. Envuelta en su campera, algo aturdida por el cuadro del que era protagonista, camino acurrucada junto a él, mientras sentía el peso de todas las miradas sobre ella, anclándola a ese lugar y a esa vida que le estaba dando un golpe de puño en la nariz, partiéndole el tabique y provocándole una hemorragia. Se aferró a él, porque sabía que no habría una próxima, que ya no podría sostener la mentira, que el telón de su farsa se había caído y todo estaba saliendo a la luz. La verdad era irrefrenable, así como la vergüenza de haber sido descubierta. Nunca imaginó una manera peor de que Lazarus se enterase de la verdad, no había una forma más aterradora. Entendió que ya no había nada por hacer, y le dijo adiós anticipadamente.

Al salir, lo único que hizo fue rozarle la mano por última vez. Fue una caricia sutil, que él podría haber juzgado como casual. Lyudmilla se separó rápidamente y se paró frente a su prometido. Lo miró con tristeza, contempló aquel hermoso y amado rostro repleto de confusión, de desconcierto, y pensó en la cantidad de veces que había soñado con verlo cada mañana al despertar. Se secó las lágrimas que no pudo controlar. Barría una y otras emergían. Humillada, no se atrevía a hablar, pero el militar tampoco parecía querer respuestas, quizá negándose a creer lo que la meretriz le había vomitado en la cara: le había propuesto casamiento a una puta. La felicidad había sido demasiado efímera para ambos, sus caminos volvían a separarse, y la joven sabía que ya no había nada para hacer.

Lazarus… —susurró, con un nudo en la garganta atenazándole las palabras, que se negaban a salir de su sitio, y que se cruzaban en su mente en un torbellino de letras que no encontraban forma. Era una cobarde, lo había sido siempre, incapaz de plantearle el panorama al hombre que amaba. Quizá, si hubiera sido clara desde el principio, nada de eso hubiera ocurrido, nada hubiera desencadenado una tragedia como la que se avecinaba. Pero ya no era tiempo de especulaciones, sino de sinceridad. Si lo amaba, debía ser honesta. Por un segundo, tuvo el miserable pensamiento de preguntarle qué hacía ahí, de dar vuelta la escena y convertirlo en un infiel, pero no sería capaz de algo semejante, no podía tomarlo por estúpido, no merecía semejante deshonra.

Podría intentar mentirte, podría…intentar distorsionar la realidad. Incluso, podría salir corriendo de aquí, que es lo que verdaderamente quiero hacer: huir —confesó, más tranquila. Se abrazó a sí misma para insuflarse el valor que no había tenido en todo ese tiempo, y sonrió con absoluta tristeza. —Espero, algún día, puedas perdonarme por haberte hecho esto —estuvo tentada de acercarse a él, mas se quedó quieta, encogida. —Soy una prostituta, Lazarus. O lo era. Ésta noche vine a renunciar y… —cerró los ojos un instante, mientras intentaba controlar su labio inferior, que temblaba sin cesar. —Y todo se convirtió en una historia de terror —bajó la mirada y pegó el mentón al pecho. Ya no podía mirarlo a los ojos, era tan indigna de ese hombre… Además, no podía soportar que él la contemplara de aquella manera. Lo había herido en lo más profundo de sus sentimientos y en lo más hondo de su masculinidad, en su orgullo. Y Lyudmilla conocía la suficiente cantidad de hombres como para saber lo que eso significaba…
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Mensaje por Lazarus Belov Lun Jul 30, 2018 10:45 pm

Seguía sin poder creer que eso fuese real, no podía entender lo que vivía. Había conducido a aquella mujer a la calle, la había envuelto en su abrigo y antes de todo eso la había defendido de varios hombres… pero no podía creer que fuese su prometida, se parecía muchísimo y su tono de voz era el mismo, pero no decía las cosas que su Lyudmilla diría, no estaba donde Lyudmilla debería estar en esos momentos: cuidando de su padre enfermo.

-Esto no es real, esto… ¿qué es esto? –le preguntó, sintiendo como el corazón le latía más rápido de lo normal y como la adrenalina le ganaba el cuerpo, subiéndole por el cuello hasta invadir su boca-. Lyudmilla, dime que no eres tú, dime que esto es solo un sueño y te creeré, juro por mi madre que te creeré…

Pero no era un sueño, era tan real como el viento frío que golpeaba en aquella esquina, colándose en la conversación de esos dos prometidos. ¿Y así terminaba todo? ¿De esa forma tan… burda acababan todos los sueños que conjuntamente habían soñado? ¿Los hijos que querían tener morían así, antes de nacer, en la puerta de un burdel? No podía ser, pero sí que lo era.

-¿Dices, entonces, que debo disculparlo todo porque al menos me estás siendo sincera? –le preguntó, incrédulo. Se alejó de ella algunos pasos y se tomó la cabeza con ambas manos-. No puedo con esto… no entiendo.

¿Perdonarla? No, no podría, no podría perdonar que todos los hombres de la ciudad se acostasen con su prometida, con la mujer más pura y angelical que creía conocer, no podía perdonar que ella hubiera jugado así con sus sentimientos.

-¡Te lo di todo! ¿Por qué has venido aquí si conmigo lo tenías todo? –le preguntó, enojado, y la tomó de ambos brazos para sacudirla-. ¿Qué te faltaba? Te envié dinero, te di mi alma… ¡Has jugado todo este tiempo conmigo! ¡Te abrí mi corazón y ahora comprendo que te has estado riendo de mí! Soy tan estúpido –volvió a sacudirla hasta que fue consciente de lo que hacía y acabó por soltarla.

Ella que había sacado siempre lo mejor de él, que lo había hecho sentir feliz con solo sonreír, que lo había enamorado con la dulzura de su voz y la suavidad de sus castas caricias, ahora estaba sacando lo peor de Lazarus.


-No puedo con esto, Lyudmilla. No puedo creerlo y mucho menos aceptarlo. No puedo entender que toda mi vida tal y como la tenía planificada se haya acabado aquí en este prostíbulo horrible.
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Mensaje por Lyudmilla Blavatsky Dom Sep 09, 2018 10:55 am

Él no lo entendería jamás. Lyudmilla, con absoluto dolor, se dio cuenta de ello. Como por arte de magia, recordó cuando vendió su virginidad para poder darle medicación y comida a su padre. Sangró un día entero luego del acontecimiento. Y lloró también, lloró mucho por la inocencia que nunca recuperaría; y deseó volver al calabozo junto al cuerpo inerte de su madre y el cuerpito tembloroso de su hermano. Allí era pura y tenía un miedo terrible que la paralizaba. Pero el pánico experimentado le había forjado una armadura, y convirtió todo el dolor en la fuerza para levantarse y caminar. Lazarus no entendería nunca las calamidades que habían padecido, ni todo lo que había tenido que hacer para sobrevivir y para mantener vivo a Víktor. Los buenos médicos cobraban fortunas, las medicinas que él tomaba eran muy costosas, y la limosna que su prometido le enviaba, no era suficiente.

Lyudmilla contempló la posibilidad de explicarle todo aquello. Pero no lo comprendería. Lo único que él veía en ese momento era que la que creía su santa y pura mujer, era una puta, que todos la habían usado y que sólo había querido su dinero. En eso se había convertido ante los ojos de su amado. No se defendió, ni tampoco intentó desembarazarse de él cuando la zamarreaba, con los dedos clavados en sus brazos delgados. Era justo y lo tenía merecido. Lyudmilla también vio que a Lazarus, lo que le dolía realmente, era que nada hubiera salido como él esperaba, que ella no fuera la mujer que él necesitaba a su lado, que nada de lo que estaba pasando encajara en su perfecto plan de vida. Ni por un instante se paró a pensar en lo que la había llevado a tener aquella vida; era sólo él y sus propias expectativas truncadas. Y sí, ella le había mentido y lo había engañado, pero tal vez merecía la oportunidad de dar una explicación. Y supo, con total seguridad, que no la tendría. Ya todo se había acabado.

Nada de lo que estás diciendo es real. Sería incapaz de burlarme de ti —el labio inferior continuaba temblándole, y barrió con furia, las lágrimas que le habían bañado las mejillas. No era momento de llorar. Lo haría después, cuando estuviera sola.

Sé que me equivoqué y debería haberte dicho todo esto cuando nos reencontramos. Pero no tuve el valor. No quería perderte… —lo cual era real. —Iba a perderte de todas maneras, porque no me hubiera casado contigo sin contarte la verdad, y me hubiera encantado que ésta situación fuera distinta, poder explicártelo todo. Pero ha sido…ha sido tan brusca la manera… —negó varias veces con su cabeza. —Te pido perdón por esto también, no era la forma en la que quería que lo supieras.

Se quitó el abrigo y la piel se le erizó por el frío. Con una mano se sostuvo el vestido roto y con la otra le entregó la prenda. Su corazón, increíblemente, se había tranquilizado. Tal vez la verdad, por más dolorosa que fuese, tenía aquella veta de paz que le había sosegado el espíritu. La tensión de los momentos juntos, cuando Lazarus veía una Lyudmilla que no era, le erosionaba el alma y no le permitía disfrutar. Ahora todo se había iluminado, a pesar del panorama oscuro que los tenía como protagonistas.

Sé que no tengo derecho a pedirte nada, pero te ruego que me permitas quedarme en tu casa unos días más. No por mí, sino por mi padre. Debo buscar otro sitio para él, no puede vivir en la calle —volvió a abrazarse a sí misma para darse calor y fortaleza, y también, para buscar los últimos céntimos de dignidad que le quedaban.
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Mensaje por Lazarus Belov Mar Oct 02, 2018 7:20 pm

Maldito el momento en el que se le había ocurrido ir a aquel lugar a buscar alivio entre las piernas de Nora. Maldita Nora -hábil actriz-, por haberle hecho creer que estaba compartiendo el placer con su bella Lyudmilla y maldita ella también por tanto tiempo de engaño, por haberse entregado a cientos de hombres, por haber roto con todos los sueños soñados por ambos.

Por poco no se echó a reír, al oírla. ¿De qué quería convencerlo? Que no sería capaz de burlarse de él… claro que no, la Lyudmilla que Lazarus amaba no haría tal cosa, pero esa mujer ya no era su amada, no podía verlas como la misma mujer pese a saber que sí lo eran.


-No te creo –sentenció, sin querer escuchar más de todo lo que ella tuviese para decir; estaba cansado ya de su voz que no era la misma de siempre, ya no tenía la dulzura habitual-, no te creo ni una sola palabra. Tampoco te perdono.

La observó quitarse la chaqueta completamente ajeno a la escena, bien podía ser un vecino que pasaba por allí y veía una discusión de pareja…. ¡No! No era una discusión de pareja, era una pelea entre una prostituta y un cliente defraudado, eso era lo que vería cualquiera que pasase junto a ellos.

-Quédatelo –dijo y no le aceptó el abrigo, hacía frío y no quería que Lyudmilla se enfermase. A él, un resfrío ya no le hacía nada debido a su nueva naturaleza, en cambio a ella sí porque si estaba enferma no podía cuidar a su padre-. Quédate también con la casa, es de tu padre, lo que merece por lo que en el pasado le he hecho.

Pasó a su lado y sus cuerpos se rozaron, el perfume de su amada le llegó a la nariz y lo estremeció, pero Lazarus Belov no se detuvo. Llegó hasta su caballo y con solo un movimiento montó, sabía sólo Dios cómo haría él para llegar a su hospedaje si ni siquiera podía recordar el camino. Guió a su caballo para tomar la calle que en la que acababa de dejar a Lyudmilla, ella todavía seguía allí y él pasó a su lado.

-Adiós, Lyudmilla. Adiós, amor mío –le dijo, con un nudo en la garganta-. Espero no volver a verte en mi vida.

Sin más, porque ¿qué más iba a decir?, se marchó de allí. El corazón le pesaba demasiado, creía que su cuerpo no era tan fuerte como para soportar tal dolor. ¿Qué vida viviría sin ella? ¿Cómo sobreviviría sin la posibilidad de contar los días que faltaban para la boda?




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