AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Willpower +18 [Septimus]
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Willpower +18 [Septimus]
Recuerdo del primer mensaje :
Las manos cubiertas de guantes brindan una seguridad contra el frío inclemente que azota la ciudad. Si bien es cierto que a su diestra está el mensajero con el salvoconducto para hacer de sus actividades algo lícito, desconfía de todos y de todo. Por lo que se ha vestido con el plan de fingir ser la damisela en peligro para dar libertad de acción a un Karsh que está de momento desaparecido. Sabe que debe estar yendo y viniendo para ver que todo esté en orden. Si hay algún peligro, se materializará para advertirle. Hasta en tanto siga sola con este mensajero enviado desde el Vaticano para acompañarla, sin haber entregado la misiva con las instrucciones para el inquisidor, depende de sí misma para su seguridad porque no confía tanto en el sujeto romano que la mira como si fuera incomprensible para él por qué le envió su Santidad con una bruja y la orden de protegerla.
Así entonces y debido a esa desconfianza mutua, bajo los kilos de ropa, a espaldas del inquisidor que la acompaña, fue precavida de guardar una de sus cimitarras, dejar un hilado en el costado de las enaguas para romperlo en caso de que necesite movilidad y lo suficientemente bien hecho para que no se deshaga en el camino. En cuanto el carruaje llega a la base inquisitorial donde su protector habita en París, el mensajero y ella bajan del mismo. El hombre le pide que espere entrando al lugar para buscar al Abetegovanni, el Condenado que hará las veces de su protector y guardián. A pesar de que al inicio se resiste por la curiosidad que le incita el ver el interior, comprende que mejor es aguardar. Después de eso, el mensajero sale casi corriendo a buscar como enajenado al inquisidor hasta llamar a la puerta del licántropo para entregarle la misiva de su Santidad, el Papa, denotando que el lacrado y las órdenes son auténticos.
En tanto, Lucinde observa el ir y venir de los miembros del Santo Oficio con aburrimiento. Sólo hay algo que puede llamar su atención, es una reunión de hombres que al parecer, están planeando un ataque a un sitio no muy lejos de ahí. Parecen tan tranquilos que ni siquiera se ocultan de los demás. Tal sería su confianza por el miedo que el simple nombre de la "Inquisición" causa en los herejes. Escucha sus estrategias, observa el armamento que traen para pensar en que, para ser tan entrenados, les falta sentido común. Si bien escuchó que van a ir tras un grupo de diez sospechosos, son siete los que fueron elegidos para la misión. Se repartirán alrededor del lugar haciendo que salgan los herejes a base de disparos, al tiempo que tres de esos siete, entrarán para presionarlos y detenerlos en tanto los demás esperan afuera con las armas listas. ¿Acaso no piensan que por más que estén ahí esperando los demás, los tres que entren van a ser masacrados? Observa sus rostros seguros y arrogantes. Para ser los soldados del dios judío, les educan y entrenan mal. En la Liga mandarían catorce integrantes.
Diez entrarían y cuatro quedarían relegados para cualquier escape. Siempre y cuando se haya demostrado su habilidad por encima de la media. Si no, con uno basta para matar a todos los que estén dentro del lugar. Recargado su hombro siniestro contra la pared, da la espalda a la puerta, el mensajero sale para indicarle a Septimus quién es la mujer acompañándolo para terminar así su misión y regresar con el Papa a dar fe de que todo ha ido bien. El sonido de los pasos acercándose la alerta de sus presencias, al girar el cuerpo para encarar a la persona que será su guardián, sus ojos primero observan el amplio pecho de éste subiendo por los grandes hombros, el firme cuello y un rostro que en otro momento podría ser atractivo de no ser porque...
Sus ojos se abren como platos al tiempo que su boca exclama un improperio en árabe. - ¿Tú? - su mano va a romper la enagua cuando siente el frío proveniente de Karsh que le susurra al oído, invisible a ojos de cualquier otro - detente, loca. Matar a un Inquisidor en este lugar significa tu muerte y aún hay cosas por hacer. Mantén a resguardo tu rabia, que también lo he reconocido. Aprovecha lo que el destino te ha entregado, busca a los otros tres aprovechando este inicio de la madeja, jala de ésta hasta que logres tu cometido y luego, dales muerte. Aprovecha que han pasado quince años y no te reconocerá - Lucinde aprieta la mano contra la tela antes de exhalar un aire violento mostrando los dientes con expresión agresiva. El mensajero los observa sin comprender. No podría entender que la mujer ha reconocido en el Abetegovanni a aquél que matara a sus padres.
"La vida te devuelve lo que perdiste,
a veces, con creces."
a veces, con creces."
Las manos cubiertas de guantes brindan una seguridad contra el frío inclemente que azota la ciudad. Si bien es cierto que a su diestra está el mensajero con el salvoconducto para hacer de sus actividades algo lícito, desconfía de todos y de todo. Por lo que se ha vestido con el plan de fingir ser la damisela en peligro para dar libertad de acción a un Karsh que está de momento desaparecido. Sabe que debe estar yendo y viniendo para ver que todo esté en orden. Si hay algún peligro, se materializará para advertirle. Hasta en tanto siga sola con este mensajero enviado desde el Vaticano para acompañarla, sin haber entregado la misiva con las instrucciones para el inquisidor, depende de sí misma para su seguridad porque no confía tanto en el sujeto romano que la mira como si fuera incomprensible para él por qué le envió su Santidad con una bruja y la orden de protegerla.
Así entonces y debido a esa desconfianza mutua, bajo los kilos de ropa, a espaldas del inquisidor que la acompaña, fue precavida de guardar una de sus cimitarras, dejar un hilado en el costado de las enaguas para romperlo en caso de que necesite movilidad y lo suficientemente bien hecho para que no se deshaga en el camino. En cuanto el carruaje llega a la base inquisitorial donde su protector habita en París, el mensajero y ella bajan del mismo. El hombre le pide que espere entrando al lugar para buscar al Abetegovanni, el Condenado que hará las veces de su protector y guardián. A pesar de que al inicio se resiste por la curiosidad que le incita el ver el interior, comprende que mejor es aguardar. Después de eso, el mensajero sale casi corriendo a buscar como enajenado al inquisidor hasta llamar a la puerta del licántropo para entregarle la misiva de su Santidad, el Papa, denotando que el lacrado y las órdenes son auténticos.
En tanto, Lucinde observa el ir y venir de los miembros del Santo Oficio con aburrimiento. Sólo hay algo que puede llamar su atención, es una reunión de hombres que al parecer, están planeando un ataque a un sitio no muy lejos de ahí. Parecen tan tranquilos que ni siquiera se ocultan de los demás. Tal sería su confianza por el miedo que el simple nombre de la "Inquisición" causa en los herejes. Escucha sus estrategias, observa el armamento que traen para pensar en que, para ser tan entrenados, les falta sentido común. Si bien escuchó que van a ir tras un grupo de diez sospechosos, son siete los que fueron elegidos para la misión. Se repartirán alrededor del lugar haciendo que salgan los herejes a base de disparos, al tiempo que tres de esos siete, entrarán para presionarlos y detenerlos en tanto los demás esperan afuera con las armas listas. ¿Acaso no piensan que por más que estén ahí esperando los demás, los tres que entren van a ser masacrados? Observa sus rostros seguros y arrogantes. Para ser los soldados del dios judío, les educan y entrenan mal. En la Liga mandarían catorce integrantes.
Diez entrarían y cuatro quedarían relegados para cualquier escape. Siempre y cuando se haya demostrado su habilidad por encima de la media. Si no, con uno basta para matar a todos los que estén dentro del lugar. Recargado su hombro siniestro contra la pared, da la espalda a la puerta, el mensajero sale para indicarle a Septimus quién es la mujer acompañándolo para terminar así su misión y regresar con el Papa a dar fe de que todo ha ido bien. El sonido de los pasos acercándose la alerta de sus presencias, al girar el cuerpo para encarar a la persona que será su guardián, sus ojos primero observan el amplio pecho de éste subiendo por los grandes hombros, el firme cuello y un rostro que en otro momento podría ser atractivo de no ser porque...
Sus ojos se abren como platos al tiempo que su boca exclama un improperio en árabe. - ¿Tú? - su mano va a romper la enagua cuando siente el frío proveniente de Karsh que le susurra al oído, invisible a ojos de cualquier otro - detente, loca. Matar a un Inquisidor en este lugar significa tu muerte y aún hay cosas por hacer. Mantén a resguardo tu rabia, que también lo he reconocido. Aprovecha lo que el destino te ha entregado, busca a los otros tres aprovechando este inicio de la madeja, jala de ésta hasta que logres tu cometido y luego, dales muerte. Aprovecha que han pasado quince años y no te reconocerá - Lucinde aprieta la mano contra la tela antes de exhalar un aire violento mostrando los dientes con expresión agresiva. El mensajero los observa sin comprender. No podría entender que la mujer ha reconocido en el Abetegovanni a aquél que matara a sus padres.
Última edición por Lucinde Virtanen el Sáb Ago 25, 2018 7:24 am, editado 1 vez
Lucinde Virtanen- Hechicero Clase Alta
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Re: Willpower +18 [Septimus]
Se nota que el mal genio de los licántropos inunda el de Septimus. Se niega en rotundo a seguir con la plática sobre Karsh por lo que le provoca: Ira y frustración a partes iguales. Eso debería alegrar a Lucinde, porque significa que representó bien su papel, que el hechizo está bien oculto ante los ojos del inquisidor y que puede seguir adelante sin ser descubierta. ¿Por qué entonces le molesta tanto? - ¡Qué vocabulario para un Inquisidor! ¿Y con esa boca besas a tu madre? - le reprende provocando que la mujer de avanzada edad la observe con sorpresa en los ojos porque sus palabras son un acto rebelde contra la autoridad que el licántropo tiene en su casa, en sus dominios. Para Lucinde, nueva en ésto de las manadas, sólo entiende lo que ha leído y visto en la Liga. Fuera de ello, está andando con pies de plomo -la verdad es que ese plomo es más ligero que las plumas de un ave-, tanteando el terreno para ver las reacciones del otro.
Cuando le lleva a su cuello para que le huela, sabe que hay dos vertientes: que se quede ahí siguiendo su instinto y complaciendo sus deseos o bien, se aleje de golpe. Lo que no espera es que se quede desubicado como si no comprendiera qué está haciendo. Tiene conocimiento la hechicera de lo que le provoca, esperaba una actitud más intensa y cuando él se queda quieto comprende que la luna es un factor determinante. Ahora que está en detrimento el astro en el cielo, el lycan se puede controlar mejor. De eso, toma nota para futuras acciones. Está analizando cada parte de él, cada una de sus conductas para comprender qué fue lo que provocó el ataque a su familia y cómo hacer para obtener la información de lo que le sucedió a sus hermanas. Al pensar en ellas, su cuerpo exuda un olor a tristeza que sus ojos reflejan a la vez. Se queda en silencio en tanto él intenta recuperar la compostura.
Para su fortuna, Septimus parece ignorar el olor que desprende; al contrario, sus palabras provocan al lobo que se asoma en esos ojos naranjas y los colmillos que muchos temerían y en cambio, sólo provocan curiosidad en la hechicera. ¿Por qué? ¿Acaso es una insolente e indolente mujer? No. Es porque confía en el hechizo que afecta la mente del lobo y provoca que sea incapaz de hacer daño. Ni siquiera el contacto cuerpo a cuerpo genera preocupación. La mano que se arrastra desde su cintura paseando hasta su cuello, es posesiva, lineal en sus avances, sin detenerse. Se le antoja hasta provocativa e insolente. Sus ojos se fijan en los suyos, se quedan ahí observando su rostro varonil con sonrisa de lado. Hay algo en este juego que la quema como la polilla, la flama. Se siente incitada por el varón, por sus actitudes territoriales y posesivas. ¿Desde cuándo le gustan los hombres tan posesivos? Quizá no es la gama de varones, si no éste. Su actitud, su forma de caminar, de conducirse. De no ser porque le odia, podría ¿Qué? ¡Ni loca se enamoraría de él! Podría encamarse, no quedarse a su lado.
Siente cómo su cuerpo se estremece de pies a cabeza cuando él recorre su mejilla con su posesiva actitud, con esa manera que la está excitando y puede apreciar cómo su cuerpo corresponde al gruñido de su voz. Como si lo reconociera. Se da cuenta de que, por inexplicable que eso sea, le echó de menos. Su olor, su mirada, su físico. Se le forma un agujero negro y profundo en el lugar donde debiera estar su estómago de sentir cómo le provoca. Contiene un jadeo, sus hormonas se extienden en correspondencia a la testosterona del macho. Se siente demasiado vulnerable con él. Sus advertencias no le afectan tanto como el hecho de su separación. Los ojos femeninos se posan en los masculinos al tiempo que sus hombros se elevan desdibujando la simetría de su cuello, casi queriendo tocar sus mejillas. - ¿y qué se le va a hacer? Me provocas, te provoco. Es un toma y daca, como ésto - está tan incitada por él, que no piensa antes de actuar.
Su mano vuelve a la camisa del licántropo para atraparla como si fuera suya. La jala hacia ella, su contraria extremidad se lanza a por el cuello del macho para sostenerlo en tanto sus ojos le observan - tengo entendido que en toda manada hay un alfa macho y uno hembra. Y estoy harta de tus actitudes como tú de las mías - se pone de puntitas para llevar su rostro al suyo repitiendo el mismo gesto al acariciar con su mejilla la del inquisidor. Le sostiene bien susurrando en su oído - estoy harta de tus provocaciones - su músculo bucal emerge dejando un húmedo rastro en su mejilla, la diferencia recae en que él lo hizo en forma ascendente y ella voltea el rostro para llevar esa lengua desde su mejilla hasta la comisura de sus labios y más allá. Deja lubricado cada parte de sus labios con los ojos cerrados, disfrutando de la sensación antes de que sea mucho más osada. Lame las fosas nasales con un repasón rápido dejando en ellas sus propias hormonas que incitan al macho - muy harta - culmina con los ojos derretidos por las ansias de tener sexo con él.
Le suelta con brusquedad con un gesto de molestia en el rostro con la intención de sentarse de nuevo en la mesa a seguir comiendo.
Cuando le lleva a su cuello para que le huela, sabe que hay dos vertientes: que se quede ahí siguiendo su instinto y complaciendo sus deseos o bien, se aleje de golpe. Lo que no espera es que se quede desubicado como si no comprendiera qué está haciendo. Tiene conocimiento la hechicera de lo que le provoca, esperaba una actitud más intensa y cuando él se queda quieto comprende que la luna es un factor determinante. Ahora que está en detrimento el astro en el cielo, el lycan se puede controlar mejor. De eso, toma nota para futuras acciones. Está analizando cada parte de él, cada una de sus conductas para comprender qué fue lo que provocó el ataque a su familia y cómo hacer para obtener la información de lo que le sucedió a sus hermanas. Al pensar en ellas, su cuerpo exuda un olor a tristeza que sus ojos reflejan a la vez. Se queda en silencio en tanto él intenta recuperar la compostura.
Para su fortuna, Septimus parece ignorar el olor que desprende; al contrario, sus palabras provocan al lobo que se asoma en esos ojos naranjas y los colmillos que muchos temerían y en cambio, sólo provocan curiosidad en la hechicera. ¿Por qué? ¿Acaso es una insolente e indolente mujer? No. Es porque confía en el hechizo que afecta la mente del lobo y provoca que sea incapaz de hacer daño. Ni siquiera el contacto cuerpo a cuerpo genera preocupación. La mano que se arrastra desde su cintura paseando hasta su cuello, es posesiva, lineal en sus avances, sin detenerse. Se le antoja hasta provocativa e insolente. Sus ojos se fijan en los suyos, se quedan ahí observando su rostro varonil con sonrisa de lado. Hay algo en este juego que la quema como la polilla, la flama. Se siente incitada por el varón, por sus actitudes territoriales y posesivas. ¿Desde cuándo le gustan los hombres tan posesivos? Quizá no es la gama de varones, si no éste. Su actitud, su forma de caminar, de conducirse. De no ser porque le odia, podría ¿Qué? ¡Ni loca se enamoraría de él! Podría encamarse, no quedarse a su lado.
Siente cómo su cuerpo se estremece de pies a cabeza cuando él recorre su mejilla con su posesiva actitud, con esa manera que la está excitando y puede apreciar cómo su cuerpo corresponde al gruñido de su voz. Como si lo reconociera. Se da cuenta de que, por inexplicable que eso sea, le echó de menos. Su olor, su mirada, su físico. Se le forma un agujero negro y profundo en el lugar donde debiera estar su estómago de sentir cómo le provoca. Contiene un jadeo, sus hormonas se extienden en correspondencia a la testosterona del macho. Se siente demasiado vulnerable con él. Sus advertencias no le afectan tanto como el hecho de su separación. Los ojos femeninos se posan en los masculinos al tiempo que sus hombros se elevan desdibujando la simetría de su cuello, casi queriendo tocar sus mejillas. - ¿y qué se le va a hacer? Me provocas, te provoco. Es un toma y daca, como ésto - está tan incitada por él, que no piensa antes de actuar.
Su mano vuelve a la camisa del licántropo para atraparla como si fuera suya. La jala hacia ella, su contraria extremidad se lanza a por el cuello del macho para sostenerlo en tanto sus ojos le observan - tengo entendido que en toda manada hay un alfa macho y uno hembra. Y estoy harta de tus actitudes como tú de las mías - se pone de puntitas para llevar su rostro al suyo repitiendo el mismo gesto al acariciar con su mejilla la del inquisidor. Le sostiene bien susurrando en su oído - estoy harta de tus provocaciones - su músculo bucal emerge dejando un húmedo rastro en su mejilla, la diferencia recae en que él lo hizo en forma ascendente y ella voltea el rostro para llevar esa lengua desde su mejilla hasta la comisura de sus labios y más allá. Deja lubricado cada parte de sus labios con los ojos cerrados, disfrutando de la sensación antes de que sea mucho más osada. Lame las fosas nasales con un repasón rápido dejando en ellas sus propias hormonas que incitan al macho - muy harta - culmina con los ojos derretidos por las ansias de tener sexo con él.
Le suelta con brusquedad con un gesto de molestia en el rostro con la intención de sentarse de nuevo en la mesa a seguir comiendo.
Lucinde Virtanen- Hechicero Clase Alta
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Re: Willpower +18 [Septimus]
Septimus estaba hecho una furia, irritado, irascible, entre las insolencias continuas de ella, y el mal caracter que le había levantado ese jefe suyo que para el gusto de Septimus era absolutamente insoportable, le odiaba ya, se estaba tensando y la tocada de huevos en general que estaba recibiendo ya le empezaba a superar, haciendosele del todo imposible ocultar sus rasgos licanos, y la joven que tenía delante no sabía que tan peligroso era que Septimus se encontrara en ese estado, no le llamaban el desollador por amor al arte, se había ganado todos sus titulos y sobrenombres el italiano, y ahora lo que sentía era una ganas tremendas de deslizar sus uñas crecidas y convertidas en garras por la piel de la rubia dejando una fina linea sangrante, lo estaba desquiciando, pero cuando ella protestó por el vocabulario del lobo hizo que este clavara su mirada realmente intensa en los ojos de ella, cualquier otro había temblado ante esa mirada.
La licántropa que se encontraba allí con ellos se giró con sorpresa no dando credito a la reprimenda de Lucy hacía Septimus, que miró nerviosamente a la joven, y seguidamente al alfa, quizá esperando que esté explotara de un momento a otro y dejara a ver a la bestia, lo que Lucy no sabía es que Septimus se estaba marchando y la bestia era quien estaba ocupando ese cuerpo de metro noventa.
Las acciones de Septimus son totalmente de animal, obligandola a acercarse para deleitarse con el olfato, el aroma que ella desprendía, incluso cuando llegó a lamerla en un acto totalmente posesivo hacía ella, incluso el inquisidor pudo notar como Lucy se extremecía por las acciones tan animales de el inquisidor. Entonces ahí huele las hormonas femeninas respondiendo de manera quimica a su testosterona, y eso complace al inquisidor de sobremanera que empieza a excitarse por esa reacción de la rubia que tanto le encantaba. Ella protesta y el inquisidor enarca una ceja. -¿Y eso de quien es la culpa?- Replica el licántropo aunque con un tono juguetón en esta ocasión por lo que la rubía está despertando en él con su maldito aroma.
Cuando ella toma su camisa tirando de él hace que este dibuje un ligero rostro de sorpresa aun con sus rasgos licanos notables en su rosotro, sus azules color naranja radioactivo y sus colmillos crecidos en su boca, las palabras de ella parecen una clara insinuación, si era cierto, normalmente en las manadas hay un macho alfa y una hembra alfa, pero Septimus no había encontrado a su hembra alfa, y ahora ella parecía reclamar ese puesto, lo que hizo que él inquisidor enarcara una ceja ante el comentarío, más lo que hizo a continuación lamiendo la mejilla hasta la comisura de los labios terminó de despertar a la bestia, y el hombre abandonó ese cuerpo, la respiración de Septimus era fuerte y mezclada con gruñidos.
Lamer las fosas nasales hacen que la bestia perciba sus hormonas, miran a la otra licántropa que no da credito hasta que se percata del estado de Septimus y la hace retroceder, ¿ella quiere volver a sentarse en la mesa? me temo que eso no iba a ocurrir, en un movimiento sobrenaturalmente rapido, Septimus la toma de la cintura arrastrandola ferozmente contra la pared, atrapandola entre esta y el cuerpo propio elvandola para ponerla a su altura colocando sus manos en las nalgas de ella para elevarla y posicionarse entre sus piernas haciendo que sienta la dureza de sus pantalones. -Si empiezas, acaba rubia.- La voz era gutural, profunda, tomó con una mano el cuello de esta para obligarla a echar la cabeza hacia atrás mientras el buscaba morder los pechos de la joven a traves de los ropajes, mordía la zona del pezón con los labios tras la tela humedeciendo esta con la lengua, antes de subir y devorar la boca ajenas para morder el labio inferior estirandolo ligeramente.
Se apartó de ella posandola en el suelo aun teniendola tomada por el brazo, se inclinó y echó el cuerpo de la joven sobre su hombro sujetando las piernas de esta firmemente con el brazo dejando caer el resto del cuerpo de la rubia sobre su espalda. -¡Que nadie me moleste!.- Rugió Septimus a la otra licántropa que asintió nerviosamente mientras el lobo se llevó a Lucy quisiera o no, con ella en el hombro atravesó rapidamente su mansión hasta sus aposentos, donde al entrar en la habitación la posó en la cama sin mucha delicadeza para girarse y poner el seguro a la puerta. -Bien, quieres jugar con la bestia, vas a jugar pues...- Dijo autoritario, mirandola con suma posesividad, mientras se acercaba a ella deslizando las uñas crecidas y afiladas por el rostro de la joven con delicadeza, mostrando que peligroso juego había comenzado, bajó la acaricia por el mentón, el cuello hasta llevarla el escote. -Quitate la ropa o yo la haré trizas rubita.- Amenazó absolutamente lascivo, mientras él se desacía de su camisa, mostrando un torso bien definidio y atletico, con algunas cicatrices por él, aunque donde más poseía era en su espalda, donde grandes cicatrices surcaban la musculatura de la espalda, y en el homoplato hasta el hombro un tatuaje de caracter religioso.
La licántropa que se encontraba allí con ellos se giró con sorpresa no dando credito a la reprimenda de Lucy hacía Septimus, que miró nerviosamente a la joven, y seguidamente al alfa, quizá esperando que esté explotara de un momento a otro y dejara a ver a la bestia, lo que Lucy no sabía es que Septimus se estaba marchando y la bestia era quien estaba ocupando ese cuerpo de metro noventa.
Las acciones de Septimus son totalmente de animal, obligandola a acercarse para deleitarse con el olfato, el aroma que ella desprendía, incluso cuando llegó a lamerla en un acto totalmente posesivo hacía ella, incluso el inquisidor pudo notar como Lucy se extremecía por las acciones tan animales de el inquisidor. Entonces ahí huele las hormonas femeninas respondiendo de manera quimica a su testosterona, y eso complace al inquisidor de sobremanera que empieza a excitarse por esa reacción de la rubia que tanto le encantaba. Ella protesta y el inquisidor enarca una ceja. -¿Y eso de quien es la culpa?- Replica el licántropo aunque con un tono juguetón en esta ocasión por lo que la rubía está despertando en él con su maldito aroma.
Cuando ella toma su camisa tirando de él hace que este dibuje un ligero rostro de sorpresa aun con sus rasgos licanos notables en su rosotro, sus azules color naranja radioactivo y sus colmillos crecidos en su boca, las palabras de ella parecen una clara insinuación, si era cierto, normalmente en las manadas hay un macho alfa y una hembra alfa, pero Septimus no había encontrado a su hembra alfa, y ahora ella parecía reclamar ese puesto, lo que hizo que él inquisidor enarcara una ceja ante el comentarío, más lo que hizo a continuación lamiendo la mejilla hasta la comisura de los labios terminó de despertar a la bestia, y el hombre abandonó ese cuerpo, la respiración de Septimus era fuerte y mezclada con gruñidos.
Lamer las fosas nasales hacen que la bestia perciba sus hormonas, miran a la otra licántropa que no da credito hasta que se percata del estado de Septimus y la hace retroceder, ¿ella quiere volver a sentarse en la mesa? me temo que eso no iba a ocurrir, en un movimiento sobrenaturalmente rapido, Septimus la toma de la cintura arrastrandola ferozmente contra la pared, atrapandola entre esta y el cuerpo propio elvandola para ponerla a su altura colocando sus manos en las nalgas de ella para elevarla y posicionarse entre sus piernas haciendo que sienta la dureza de sus pantalones. -Si empiezas, acaba rubia.- La voz era gutural, profunda, tomó con una mano el cuello de esta para obligarla a echar la cabeza hacia atrás mientras el buscaba morder los pechos de la joven a traves de los ropajes, mordía la zona del pezón con los labios tras la tela humedeciendo esta con la lengua, antes de subir y devorar la boca ajenas para morder el labio inferior estirandolo ligeramente.
Se apartó de ella posandola en el suelo aun teniendola tomada por el brazo, se inclinó y echó el cuerpo de la joven sobre su hombro sujetando las piernas de esta firmemente con el brazo dejando caer el resto del cuerpo de la rubia sobre su espalda. -¡Que nadie me moleste!.- Rugió Septimus a la otra licántropa que asintió nerviosamente mientras el lobo se llevó a Lucy quisiera o no, con ella en el hombro atravesó rapidamente su mansión hasta sus aposentos, donde al entrar en la habitación la posó en la cama sin mucha delicadeza para girarse y poner el seguro a la puerta. -Bien, quieres jugar con la bestia, vas a jugar pues...- Dijo autoritario, mirandola con suma posesividad, mientras se acercaba a ella deslizando las uñas crecidas y afiladas por el rostro de la joven con delicadeza, mostrando que peligroso juego había comenzado, bajó la acaricia por el mentón, el cuello hasta llevarla el escote. -Quitate la ropa o yo la haré trizas rubita.- Amenazó absolutamente lascivo, mientras él se desacía de su camisa, mostrando un torso bien definidio y atletico, con algunas cicatrices por él, aunque donde más poseía era en su espalda, donde grandes cicatrices surcaban la musculatura de la espalda, y en el homoplato hasta el hombro un tatuaje de caracter religioso.
Septimus Abetegeovanni- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/05/2018
Re: Willpower +18 [Septimus]
El licántropo es un hombre bastante atractivo a vista de muchas personas que pudieran comprender su tipo de belleza. Para esa época, un hombre musculoso, de tez tostada por el sol y con capacidad de pelea, es sinónimo de un trabajador o un esclavo. Para Lucinde, criada en el norte de Europa y de paso, en la Liga, es un prototipo de varón que le gustaría a su lado. Que le atrae, que para ella, es perfecto. ¿Cuál es el problema entonces? Septimus, en compañía de tres inquisidores más, fueron los causantes no sólo de su huida hacia el Oriente, también el licántropo es el asesino a sangre fría de sus padres y quien desapareció del mapa a sus dos hermanas. No saber de Xanandra o de Wanda, la más pequeña de todas, le provoca un malestar extremo. Ganas de matar a este perro no le faltan, la cuestión es que tiene un encargo y que él es parte del mismo. Aparte del hecho de que el paradero de sus hermanas sigue oculto y tarde que temprano, tendrá que presionar de alguna manera a este inquisidor para que le responda por sus crímenes.
En tanto su misión continúe su camino y no esté resuelta, prescindir de él sería toda una locura. La manera en que Lucinde aprecia la situación, le da un espacio para que pueda acceder a las demandas de su cuerpo que requiere a un hombre para satisfacer ciertas necesidades que si bien puede hacerlo en solitario, en compañía son mejores. Y más cuando el sujeto en cuestión es un licántropo con la testosterona a flor de piel, impulsando sus propios estrógenos a corresponder. El que se cree cazador atrapa a la que él cree la presa para acorralarla contra la pared buscando marcar y poseer. Harto de las impertinencias y espoleado también por éstas, rompe las barreras que la primera noche tuviera para dejarse llevar por sus impulsos. Eleva el cuerpo de la hechicera como si no pesara más que una pluma demostrando las facultades que una hembra licántropa podría apreciar en su macho. Para Lucinde, sólo es parte del subidón de hormonas que ahora marcan el ritmo de este momento.
Arquea el cuello para que el macho tenga mayor espacio para maniobrar. Boquea al sentir sus dientes en sus ropas, sobre los senos que se hinchan y cuyas puntas se erectan en respuesta al hombre que insiste en su posesión. Se sonríe mirando al techo sabiendo que una vez en su cama, será imposible que él pueda salir del remolino de magia en el que le envolverá porque con su unión, será completo. Le tendrá a su disposición y a sus pies, para hacer con él lo que le venga en gana y mucho más. Mientras tanto, disfrutará de estos momentos hasta que terminen cuando descubra todo y deje en ridículo al inquisidor. El beso se torna urgente cuando Lucinde lo corresponde con ansiedad, atrapando su cabeza entre las manos para que sea imposible separarse. Se ríe cuando la caricia termina y él la toma cual cavernícola por el hombro para llevarla a su habitación con paso ligero, dejando que ella tenga una buena vista de su trasero cuya curva se revela bastante interesante. Desliza la mano por éste sin pudores, importándole poco que una de las hembras se atraviese en el camino de Septimus y mire la escena con ojos que parecen salir de sus cuencas.
Lucinde va a disfrutar lo que ellas tienen, lo que creen que les pertenece y que ninguna ha logrado marcar como suyo. Ante la mirada azorada de la otra fémina, la hechicera da una palmada en el culo de Septimus con diversión sabiendo que se lo hará pagar caro en cuanto entren a esa habitación. Esa distancia es recorrida a paso veloz, como si algo se quemara fuera y sólo en ese sitio, hubiera un búnker. El italiano la deja caer de golpe en la cama, provocando que rebote y al mismo tiempo, haciendo que las risas femeninas llenen el lugar. Se incorpora un poco apoyando los codos sobre el colchón dejando que él la acaricie - sólo recuerda que soy una humana, no una licántropa. No puedo regenerarme, Septimus - necesita decirlo porque de lo contrario, corre el riesgo de que enloquezca y el costo de esta locura sea su propia vida.
Se desprende del calzado en tanto mira cómo él lo hace con su camisa - quisiera desprenderme de las ropas, sólo que el vestido es imposible de desabrochar sin ayuda, así que las opciones son que me lo desabroches tú o bien, lo rompas y me compres otro - no es provocación, es una realidad propia de las mujeres de la época. Sabe que Septimus no está para nimiedades y que seguro tendrá que darle el dinero para un nuevo atuendo. Vale la pena, se estira en la cama cuan larga es, alzando las manos hacia el hombre para incitarlo a yacer con ella. Al menos, hasta que ve que por las largas uñas, batalla con el cinturón. Se incorpora con agilidad - ya lo hago yo - le informa llevando sus manos a la hebilla soltándola con magistrales y expertos movimientos para desabrochar el pantalón y bajarlo sobre sus muslos lenta, ocupando la boca ociosa en besar cada parte de su definido abdomen con deleite, repartiendo algunas mordidas por aquí y por allá.
Cuando lo libera, su mano viaja rauda a su miembro para tomarlo sintiendo la suavidad de su piel, la erección a medio esplendor y la humedad de su glande. Le mira a los ojos con diversión desprendiéndolo de la prenda interior hasta hacer que sus ropas se enreden en sus tobillos, que sea él quien se las quite en tanto ella le demuestra que virgen, no es. Deslizando su mano por todo el largo empezando una masturbación firme, tomando un ritmo que provocará gruñidos. Su propio sexo se humedece, es el ritual de apareamiento lo que fomenta un proceso orgánico en la mujer, como consecuencia del tiempo y la maduración. Lo que para los humanos sería la ovulación, para los licántropos es una clara señal de celo. Así pues, en esa habitación donde ambos pretenden yacer, la hembra le demuestra química y aromáticamente al macho, que está receptiva a sus exigencias y que puede preñarla cuando quiera sin que el propio raciocinio de Lucinde tenga oportunidad de decir nada.
En tanto su misión continúe su camino y no esté resuelta, prescindir de él sería toda una locura. La manera en que Lucinde aprecia la situación, le da un espacio para que pueda acceder a las demandas de su cuerpo que requiere a un hombre para satisfacer ciertas necesidades que si bien puede hacerlo en solitario, en compañía son mejores. Y más cuando el sujeto en cuestión es un licántropo con la testosterona a flor de piel, impulsando sus propios estrógenos a corresponder. El que se cree cazador atrapa a la que él cree la presa para acorralarla contra la pared buscando marcar y poseer. Harto de las impertinencias y espoleado también por éstas, rompe las barreras que la primera noche tuviera para dejarse llevar por sus impulsos. Eleva el cuerpo de la hechicera como si no pesara más que una pluma demostrando las facultades que una hembra licántropa podría apreciar en su macho. Para Lucinde, sólo es parte del subidón de hormonas que ahora marcan el ritmo de este momento.
Arquea el cuello para que el macho tenga mayor espacio para maniobrar. Boquea al sentir sus dientes en sus ropas, sobre los senos que se hinchan y cuyas puntas se erectan en respuesta al hombre que insiste en su posesión. Se sonríe mirando al techo sabiendo que una vez en su cama, será imposible que él pueda salir del remolino de magia en el que le envolverá porque con su unión, será completo. Le tendrá a su disposición y a sus pies, para hacer con él lo que le venga en gana y mucho más. Mientras tanto, disfrutará de estos momentos hasta que terminen cuando descubra todo y deje en ridículo al inquisidor. El beso se torna urgente cuando Lucinde lo corresponde con ansiedad, atrapando su cabeza entre las manos para que sea imposible separarse. Se ríe cuando la caricia termina y él la toma cual cavernícola por el hombro para llevarla a su habitación con paso ligero, dejando que ella tenga una buena vista de su trasero cuya curva se revela bastante interesante. Desliza la mano por éste sin pudores, importándole poco que una de las hembras se atraviese en el camino de Septimus y mire la escena con ojos que parecen salir de sus cuencas.
Lucinde va a disfrutar lo que ellas tienen, lo que creen que les pertenece y que ninguna ha logrado marcar como suyo. Ante la mirada azorada de la otra fémina, la hechicera da una palmada en el culo de Septimus con diversión sabiendo que se lo hará pagar caro en cuanto entren a esa habitación. Esa distancia es recorrida a paso veloz, como si algo se quemara fuera y sólo en ese sitio, hubiera un búnker. El italiano la deja caer de golpe en la cama, provocando que rebote y al mismo tiempo, haciendo que las risas femeninas llenen el lugar. Se incorpora un poco apoyando los codos sobre el colchón dejando que él la acaricie - sólo recuerda que soy una humana, no una licántropa. No puedo regenerarme, Septimus - necesita decirlo porque de lo contrario, corre el riesgo de que enloquezca y el costo de esta locura sea su propia vida.
Se desprende del calzado en tanto mira cómo él lo hace con su camisa - quisiera desprenderme de las ropas, sólo que el vestido es imposible de desabrochar sin ayuda, así que las opciones son que me lo desabroches tú o bien, lo rompas y me compres otro - no es provocación, es una realidad propia de las mujeres de la época. Sabe que Septimus no está para nimiedades y que seguro tendrá que darle el dinero para un nuevo atuendo. Vale la pena, se estira en la cama cuan larga es, alzando las manos hacia el hombre para incitarlo a yacer con ella. Al menos, hasta que ve que por las largas uñas, batalla con el cinturón. Se incorpora con agilidad - ya lo hago yo - le informa llevando sus manos a la hebilla soltándola con magistrales y expertos movimientos para desabrochar el pantalón y bajarlo sobre sus muslos lenta, ocupando la boca ociosa en besar cada parte de su definido abdomen con deleite, repartiendo algunas mordidas por aquí y por allá.
Cuando lo libera, su mano viaja rauda a su miembro para tomarlo sintiendo la suavidad de su piel, la erección a medio esplendor y la humedad de su glande. Le mira a los ojos con diversión desprendiéndolo de la prenda interior hasta hacer que sus ropas se enreden en sus tobillos, que sea él quien se las quite en tanto ella le demuestra que virgen, no es. Deslizando su mano por todo el largo empezando una masturbación firme, tomando un ritmo que provocará gruñidos. Su propio sexo se humedece, es el ritual de apareamiento lo que fomenta un proceso orgánico en la mujer, como consecuencia del tiempo y la maduración. Lo que para los humanos sería la ovulación, para los licántropos es una clara señal de celo. Así pues, en esa habitación donde ambos pretenden yacer, la hembra le demuestra química y aromáticamente al macho, que está receptiva a sus exigencias y que puede preñarla cuando quiera sin que el propio raciocinio de Lucinde tenga oportunidad de decir nada.
Lucinde Virtanen- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 20/05/2018
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Re: Willpower +18 [Septimus]
El enorme licántropo se lleva de vuelta a su cuarto a la joven rubia cargada de su hombro, mientras esta parece divertida, las lobas que salen al paso miran ojiplaticas a la rubia en el hombro del alfa, hirviendo de envidia por dentro, se le nota en sus caras desencajadas y como algunas gruñen, si, más de una habrá tenído algún intento torrido con el macho alfa, pero a no ser que este estuviera con la testosterona por las nuves este no mostraba interes por ellas, pero Lucy para él era diferente, no solo fisicamente, si no ese comportamiento rebelde que se le encaraba cada vez que tenía ocasión, unas enormes ganas de domarla recorrian los deseos del lobo, que abría la puerta a marchas forzadas, cerrando tras de sí y poniendo el seguro para tirar a la joven a la cama haciendola rebotar en ella mientra sus ojos encendidos se clavaban de ella, a otra le habían dado un terror racional por el aspecto tan animal que mostraba el licano. Que ladeaba la cabeza gruñendo olfateando las hormonas femeninas.
Las palabras que ella dijo hizo que el lado animal más feroz de Septimus se despertara emitiendo un gruñido sobrenatural mientras su vista se clavaba en ella apenas ni siquiera pestañeando, las garras entorpecían el desabrocharse el cinturon, algo que ella aplacó sin duda con asombrosa maestria, no, no estaba ante una novicia virginal que se habría puesto nerviosa ante las intenciones del lobo.
Ella desataba y liberaba la anatomía masculina que estaba semi erecta por la exctación que llevaba encima su glande ya estaba humedecido, el con un agil movimiento se deshizo de la ropa en sus tobillos mientras notaba los suaves labios de ella en su duro abdomen, pero cuando la rubia tomo acciones más candentes el licano dió un ligero suspiro. La masturbación hizo que el falo masculino pronto cobrara dureza tremenda por las mañas de la joven. El licántropo no puede evitar dar autenticos gruñidos de placer, sin duda la habilidad le sorprende al lobo de tremenda forma, el aroma que ella desprende le embriaga indicandole asi que ademas está en celo, lo que hace que Septimus practicamente salive de ansiedad, agarra los dorados cabellos de ella para de una manera algo brusca invitarla a que use su bonita boca para seguir estimulando el ya muy duro miembro masculino, siendo bastante poco delicado en ello, pero las cosas no iban a ser delicadas y mucho menos romanticas.
Ella aun continuaba vestida, el lobo ladeó la cabeza y sonrió con malicia. -Estás demasiado bestida querida, y yo las presas no me las como asi.- Su voz grave, profunda, tenía tintes de la más absoluta lujuria, una vez su miembro en posición de combate, la empuja sobre la cama, sus grandes manos se deslizan por la figura de ella, sus uñas crecidas no tardan de una manera sumamente salvaje arrancar el vestido de ella, si, le compraría otro, pero ahora su pensamiento era más primario, el hecho de ver las prendas destrozadas de ella, arañando ligeramente su piel con sus garras, dejando efimeros arañazos superficiales, reteniendose por ser ella humana, más sonrió de manera maliciosa, cogió su cinturón y apresó las muñecas de la femnina sobre la cabeza de esta y la amarró al cabecero de la cama.
El lobo gateo quedando sobre ella, embriagandose del olor de sus hermonas. -Bien preciosa...hora de que los pecados sean los que manden.- Sonrie malicioso mientras saca su musculo bucal para lamer la mejilla, se rie y empieza a besar para empezar a descender mientras la tiene atada, lame los pechos de la rubia, mordiendo con delicadeza el pezón femenino, mientras su manaza pasea hasta la intimidad femenina acariciandola de forma intensa para humedecer los dedos de los fluidos femeninos, llevandose estos a la boca degustandolos mientras la observaba. -Deliciosa estas...- Susurró lascivo, para hundir dos de sus falanges en la intimidad, acariciando los labios vaginales con suavidad, antes de volver a hundir los dedos en ella, masturbandola efusivamente, para despues bajar y empezar a lamer el boton de la joven y empezar a subcionarlo sin piedad mientras azotaba a la joven enrojeciendo la zona. Haciando un exhaustivo trabajo con una muy juguetona lengua catando bien sus fluidos a la vez que sus dedos se movían inquietos, buscando arrancar los gemidos de ella, gruñendo contra su initmidad a su vez. -Vamos pequeña, grita mi nombre.- Ordenó muy excitado.
Las palabras que ella dijo hizo que el lado animal más feroz de Septimus se despertara emitiendo un gruñido sobrenatural mientras su vista se clavaba en ella apenas ni siquiera pestañeando, las garras entorpecían el desabrocharse el cinturon, algo que ella aplacó sin duda con asombrosa maestria, no, no estaba ante una novicia virginal que se habría puesto nerviosa ante las intenciones del lobo.
Ella desataba y liberaba la anatomía masculina que estaba semi erecta por la exctación que llevaba encima su glande ya estaba humedecido, el con un agil movimiento se deshizo de la ropa en sus tobillos mientras notaba los suaves labios de ella en su duro abdomen, pero cuando la rubia tomo acciones más candentes el licano dió un ligero suspiro. La masturbación hizo que el falo masculino pronto cobrara dureza tremenda por las mañas de la joven. El licántropo no puede evitar dar autenticos gruñidos de placer, sin duda la habilidad le sorprende al lobo de tremenda forma, el aroma que ella desprende le embriaga indicandole asi que ademas está en celo, lo que hace que Septimus practicamente salive de ansiedad, agarra los dorados cabellos de ella para de una manera algo brusca invitarla a que use su bonita boca para seguir estimulando el ya muy duro miembro masculino, siendo bastante poco delicado en ello, pero las cosas no iban a ser delicadas y mucho menos romanticas.
Ella aun continuaba vestida, el lobo ladeó la cabeza y sonrió con malicia. -Estás demasiado bestida querida, y yo las presas no me las como asi.- Su voz grave, profunda, tenía tintes de la más absoluta lujuria, una vez su miembro en posición de combate, la empuja sobre la cama, sus grandes manos se deslizan por la figura de ella, sus uñas crecidas no tardan de una manera sumamente salvaje arrancar el vestido de ella, si, le compraría otro, pero ahora su pensamiento era más primario, el hecho de ver las prendas destrozadas de ella, arañando ligeramente su piel con sus garras, dejando efimeros arañazos superficiales, reteniendose por ser ella humana, más sonrió de manera maliciosa, cogió su cinturón y apresó las muñecas de la femnina sobre la cabeza de esta y la amarró al cabecero de la cama.
El lobo gateo quedando sobre ella, embriagandose del olor de sus hermonas. -Bien preciosa...hora de que los pecados sean los que manden.- Sonrie malicioso mientras saca su musculo bucal para lamer la mejilla, se rie y empieza a besar para empezar a descender mientras la tiene atada, lame los pechos de la rubia, mordiendo con delicadeza el pezón femenino, mientras su manaza pasea hasta la intimidad femenina acariciandola de forma intensa para humedecer los dedos de los fluidos femeninos, llevandose estos a la boca degustandolos mientras la observaba. -Deliciosa estas...- Susurró lascivo, para hundir dos de sus falanges en la intimidad, acariciando los labios vaginales con suavidad, antes de volver a hundir los dedos en ella, masturbandola efusivamente, para despues bajar y empezar a lamer el boton de la joven y empezar a subcionarlo sin piedad mientras azotaba a la joven enrojeciendo la zona. Haciando un exhaustivo trabajo con una muy juguetona lengua catando bien sus fluidos a la vez que sus dedos se movían inquietos, buscando arrancar los gemidos de ella, gruñendo contra su initmidad a su vez. -Vamos pequeña, grita mi nombre.- Ordenó muy excitado.
Septimus Abetegeovanni- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/05/2018
Re: Willpower +18 [Septimus]
El macho alfa de esta manada es uno de los hombres más temidos en París y tiene su razón de ser. Durante su ausencia debido a que durante las noches de luna llena, él no puede controlarse del todo, le investigó a conciencia. El "perro de Dios" tiene otros tantos apodos como "El Desollador", que se susurran por los bajos barrios temiendo que al decirlos en voz alta, puedan conjurar su presencia. Para ella, se tornó una obsesión durante años, deseando matarlo y ver su sangre en sus manos por el dolor que le causaba la muerte de sus padres y la desaparición de sus hermanas. ¿Por qué se acuesta con él? Por deseo, por capricho y en el fondo de ella, por el anhelo de tenerlo. De saborear sus labios, su cuerpo, como ahora hace, recorriendo con su músculo bucal los músculos bien formados de su abdomen, en tanto sus manos pasean incansables por el largo de su virilidad haciendo que se erecte al máximo.
Escuchando sus gruñidos de satisfacción, sabe que la desea. La anhela tanto, como ella que está sintiendo cuán grande es su excitación con la lubricación del centro de su femineidad. Las caricias de las manos del lobo en su cabeza son inquietas, demostrando que lo que le hace le encanta. Así debe ser, caer en su cama es detestable, lo que hace la diferencia es cuánto poder va a tener cuando todo termine. Puede detectar la magia en el colchón en que está hincada producto de lo que Karsh hizo la primera noche que estuvo con él. Metiendo su bata empapada de la poción mágica entre los resortes. Con su unión, con la posesión del macho sobre la hembra, perderá la cabeza y el hechizo estará completo haciendo que se enamore con locura de ella. Todo tiene su razón de ser. Igual que tenga sexo con el hombre, porque así satisface su necesidad física que pugna por una sesión de orgasmos incontrolables que será el culmen de su posesión sobre el inquisidor.
Poco le importa que al final, cuando logre saber qué pasó con sus hermanas, tenga que matarlo. Sus entrenamientos le permitirán hacerlo sin mirar atrás, lamentando quizá perder al amante -si es que es tan bueno en la cama como los rumores indican, que hay rezagos de una frialdad durante el coito con sus compañeras- que ahora exige una atención más personalizada y oral. Le complace, llevando su boca hacia el glande para acariciarlo, degustar su sabor que prueba con interés y después, con ahínco cuando le gusta. Le atrae, le complace ese regusto en su boca que sigue ocupada en su miembro para dar placer provocando que sus gruñidos sean audibles para cualquiera que esté afuera de esta habitación. El sitio que será exclusivo de Lucinde si se afana en este primer encuentro. Las uñas del licántropo son una advertencia velada de lo que puede pasar como pierda el control, lo único que espera es que su necesidad por ella sea tan grande, que tenga cuidado.
Una vez que el pene del varón está listo para continuar el ritmo del encuentro, éste la obliga a acomodarse en la cama, deshaciéndose de sus prendas cortándolas con las garras dejando un par de rasguños que sangran un poco en las caderas de la mujer que resiste sin pronunciar ningún gemido de dolor. Ansía que él la deje tan desnuda como él ahora está, con esa virilidad entre las piernas que está inhiesta y lista para penetrar su interior húmedo. Lo que no esperaba es que le ate las manos con el cinturón. Comprueba qué tan firme es el amarre tranquilizando su instinto de soltarse cuando ve que puede hacerlo. Si algo se sale de control, estará usando ese pedazo de piel de animal para darle una lección. Disfruta de cómo la observa, de sus pupilas que se tornan naranjas por el deseo animal que se reflejan en éstas. Se ríe divertida al entreabrir las piernas y ver su reacción. Ansioso, anhelante, cumple con su cometido, acariciando las cimas de sus senos con toda la suavidad de la que es capaz. Para cualquier humana sería doloroso, no para Lucy que gime arqueando las caderas buscando su sexo. Restregando un poco su piel contra la suya. Apreciado cuán duro está, ansioso por ella.
La magia es un arte que incluso a los más experimentados, les explota en la cara cuando la potencia del hechizo lo demanda. Para Lucinde, quien fue despertada por la Liga, todavía se le escapa cuán poderosa en realidad es cuando hace una poción. Más experimentada en el arte del combate cuerpo a cuerpo y las armas, se olvida de leer con mucho cuidado las letras pequeñas de los hechizos, algo que cuando descubra lo que hizo la primera noche en esta mansión, aprenderá a hacerlo con más detalle. Ese menjurje, es en ambas vías. ¿Cómo es eso? Depende de quién lo invoque, será cómo responda. Si para la hechicera, fue un acto de maldad para cambiar la indiferencia del licántropo por amor. Ese sentimiento tan poderoso como el odio que siente por él, aumenta el efecto de la pócima. Si a eso se le suma que Karsh dejó la prenda dentro del colchón con el fin de que el licántropo no pudiera olvidar a la invocante, provocó un efecto muy particular. Esa ansiedad sincera del lobo por ella, que se vertiera las primeras horas de su presentación aunada por el deseo de poseerla, invocó a su vez, por ese mero hecho de ansiedad, que el hechizo tuviera una contraparte.
En el momento en que Lucinde arquea el cuerpo, dejando que él la explore con la maestría de quien ha tenido en su lecho a muchas mujeres, ansiando la liberación del máximo placer; en ese mismo instante en que ella lo alcanza, permite que la magia por un instante obedezca lo que el licántropo ansía. El odio se neutraliza con la pócima y fomenta un sentimiento contrario como culmen del mismo. ¿Eso significa que? Sí. Como Septimus desee tenerla para él, poseer su cuerpo, su mente, su alma. En pocas palabras, conservarla y hacerla su hembra. La poción le otorgará el deseo. Para ello, deberá ordenarlo en voz alta. Decir las palabras que unan sus destinos. Curioso mecanismo es, pues, el accionar de esta poción. E ignorante de todo ésto, de cómo podría ella ser esclava de sus propios anhelos, la hechicera grita el orgasmo que le provoca el inquisidor arqueando las caderas con deleite.
Sus ojos se abren para observar al macho sobre ella, alarga la siniestra mano para tomar con sus falanges la rubia cabellera con reflejos de cobre para obligarlo a acercarse. Sus labios arrancan un desesperado beso en tanto su cuerpo intenta recuperarse, paladeando su propio sabor en la boca masculina, atrapando sus caderas con las piernas que le rodean restregando sus genitales provocando un gemido de placer extra. Su diestra le palmea con fuerza la mejilla demostrando cuán fuerte es a pesar de las apariencias - ¿Quieres que grite tu nombre? Tendrás que esforzarte porque no a cualquiera le demuestro cuánto me gusta - eso es cierto. Gritar el nombre de alguien, para Lucinde significaría la completa rendición a los deseos de su pareja y eso no se lo da a cualquiera. Sus caderas se acomodan contra la lanza de piel y músculo que sigue tiesa. - Y te advierto, cada que forniques con una mujer, será equiparable a cuántas veces fornique yo con tus hombres. Créeme cuando te digo que soy capaz de enloquecerlos hasta obtener de ellos lo que quiero - para demostrarlo, su cuerpo se acomoda para impulsar su genital contra el de Septimus, logrando que el glande la penetre lentamente.
Sonríe de lado aún sujetando los cabellos del hombre, lanzando un largo y gutural gemido cuando le impulsa las caderas con las piernas para que entre por completo - perfecto - susurra con delirio llevando su mano diestra a la espalda licántropa dejando que caiga con las uñas contra la piel, llegando a abrir algunas heridas por la fuerza con que lo hace - oh sí - se ríe divertida cuando las caderas quedan tan juntas, que no se distingue dónde termina uno e inicia el otro - ahora muévete. ¿Quieres que grite tu nombre? Gánatelo - ordena sin mostrar miedo por los ojos naranja del lobo, sus colmillos o esas garras que perforarían la piel como si fuera mantequilla. En la cama, Lucinde es tan dominante como en sus misiones.
Escuchando sus gruñidos de satisfacción, sabe que la desea. La anhela tanto, como ella que está sintiendo cuán grande es su excitación con la lubricación del centro de su femineidad. Las caricias de las manos del lobo en su cabeza son inquietas, demostrando que lo que le hace le encanta. Así debe ser, caer en su cama es detestable, lo que hace la diferencia es cuánto poder va a tener cuando todo termine. Puede detectar la magia en el colchón en que está hincada producto de lo que Karsh hizo la primera noche que estuvo con él. Metiendo su bata empapada de la poción mágica entre los resortes. Con su unión, con la posesión del macho sobre la hembra, perderá la cabeza y el hechizo estará completo haciendo que se enamore con locura de ella. Todo tiene su razón de ser. Igual que tenga sexo con el hombre, porque así satisface su necesidad física que pugna por una sesión de orgasmos incontrolables que será el culmen de su posesión sobre el inquisidor.
Poco le importa que al final, cuando logre saber qué pasó con sus hermanas, tenga que matarlo. Sus entrenamientos le permitirán hacerlo sin mirar atrás, lamentando quizá perder al amante -si es que es tan bueno en la cama como los rumores indican, que hay rezagos de una frialdad durante el coito con sus compañeras- que ahora exige una atención más personalizada y oral. Le complace, llevando su boca hacia el glande para acariciarlo, degustar su sabor que prueba con interés y después, con ahínco cuando le gusta. Le atrae, le complace ese regusto en su boca que sigue ocupada en su miembro para dar placer provocando que sus gruñidos sean audibles para cualquiera que esté afuera de esta habitación. El sitio que será exclusivo de Lucinde si se afana en este primer encuentro. Las uñas del licántropo son una advertencia velada de lo que puede pasar como pierda el control, lo único que espera es que su necesidad por ella sea tan grande, que tenga cuidado.
Una vez que el pene del varón está listo para continuar el ritmo del encuentro, éste la obliga a acomodarse en la cama, deshaciéndose de sus prendas cortándolas con las garras dejando un par de rasguños que sangran un poco en las caderas de la mujer que resiste sin pronunciar ningún gemido de dolor. Ansía que él la deje tan desnuda como él ahora está, con esa virilidad entre las piernas que está inhiesta y lista para penetrar su interior húmedo. Lo que no esperaba es que le ate las manos con el cinturón. Comprueba qué tan firme es el amarre tranquilizando su instinto de soltarse cuando ve que puede hacerlo. Si algo se sale de control, estará usando ese pedazo de piel de animal para darle una lección. Disfruta de cómo la observa, de sus pupilas que se tornan naranjas por el deseo animal que se reflejan en éstas. Se ríe divertida al entreabrir las piernas y ver su reacción. Ansioso, anhelante, cumple con su cometido, acariciando las cimas de sus senos con toda la suavidad de la que es capaz. Para cualquier humana sería doloroso, no para Lucy que gime arqueando las caderas buscando su sexo. Restregando un poco su piel contra la suya. Apreciado cuán duro está, ansioso por ella.
La magia es un arte que incluso a los más experimentados, les explota en la cara cuando la potencia del hechizo lo demanda. Para Lucinde, quien fue despertada por la Liga, todavía se le escapa cuán poderosa en realidad es cuando hace una poción. Más experimentada en el arte del combate cuerpo a cuerpo y las armas, se olvida de leer con mucho cuidado las letras pequeñas de los hechizos, algo que cuando descubra lo que hizo la primera noche en esta mansión, aprenderá a hacerlo con más detalle. Ese menjurje, es en ambas vías. ¿Cómo es eso? Depende de quién lo invoque, será cómo responda. Si para la hechicera, fue un acto de maldad para cambiar la indiferencia del licántropo por amor. Ese sentimiento tan poderoso como el odio que siente por él, aumenta el efecto de la pócima. Si a eso se le suma que Karsh dejó la prenda dentro del colchón con el fin de que el licántropo no pudiera olvidar a la invocante, provocó un efecto muy particular. Esa ansiedad sincera del lobo por ella, que se vertiera las primeras horas de su presentación aunada por el deseo de poseerla, invocó a su vez, por ese mero hecho de ansiedad, que el hechizo tuviera una contraparte.
En el momento en que Lucinde arquea el cuerpo, dejando que él la explore con la maestría de quien ha tenido en su lecho a muchas mujeres, ansiando la liberación del máximo placer; en ese mismo instante en que ella lo alcanza, permite que la magia por un instante obedezca lo que el licántropo ansía. El odio se neutraliza con la pócima y fomenta un sentimiento contrario como culmen del mismo. ¿Eso significa que? Sí. Como Septimus desee tenerla para él, poseer su cuerpo, su mente, su alma. En pocas palabras, conservarla y hacerla su hembra. La poción le otorgará el deseo. Para ello, deberá ordenarlo en voz alta. Decir las palabras que unan sus destinos. Curioso mecanismo es, pues, el accionar de esta poción. E ignorante de todo ésto, de cómo podría ella ser esclava de sus propios anhelos, la hechicera grita el orgasmo que le provoca el inquisidor arqueando las caderas con deleite.
Sus ojos se abren para observar al macho sobre ella, alarga la siniestra mano para tomar con sus falanges la rubia cabellera con reflejos de cobre para obligarlo a acercarse. Sus labios arrancan un desesperado beso en tanto su cuerpo intenta recuperarse, paladeando su propio sabor en la boca masculina, atrapando sus caderas con las piernas que le rodean restregando sus genitales provocando un gemido de placer extra. Su diestra le palmea con fuerza la mejilla demostrando cuán fuerte es a pesar de las apariencias - ¿Quieres que grite tu nombre? Tendrás que esforzarte porque no a cualquiera le demuestro cuánto me gusta - eso es cierto. Gritar el nombre de alguien, para Lucinde significaría la completa rendición a los deseos de su pareja y eso no se lo da a cualquiera. Sus caderas se acomodan contra la lanza de piel y músculo que sigue tiesa. - Y te advierto, cada que forniques con una mujer, será equiparable a cuántas veces fornique yo con tus hombres. Créeme cuando te digo que soy capaz de enloquecerlos hasta obtener de ellos lo que quiero - para demostrarlo, su cuerpo se acomoda para impulsar su genital contra el de Septimus, logrando que el glande la penetre lentamente.
Sonríe de lado aún sujetando los cabellos del hombre, lanzando un largo y gutural gemido cuando le impulsa las caderas con las piernas para que entre por completo - perfecto - susurra con delirio llevando su mano diestra a la espalda licántropa dejando que caiga con las uñas contra la piel, llegando a abrir algunas heridas por la fuerza con que lo hace - oh sí - se ríe divertida cuando las caderas quedan tan juntas, que no se distingue dónde termina uno e inicia el otro - ahora muévete. ¿Quieres que grite tu nombre? Gánatelo - ordena sin mostrar miedo por los ojos naranja del lobo, sus colmillos o esas garras que perforarían la piel como si fuera mantequilla. En la cama, Lucinde es tan dominante como en sus misiones.
Lucinde Virtanen- Hechicero Clase Alta
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Re: Willpower +18 [Septimus]
El lobo deslizaba las manos por el cuerpo de la rubia, deslizando sus manazas por sus caderas, subirlas hasta los pechos de la joven, teniendo cuidado de no arañarlos con su garras, por muchas ganas que tuviera, que él instinto animal le pidiera eso, pero ella no era loba, no podía desgarrar esa dulce carne, esa dulce piel de porcelana, pasando la lengua de manera lasciva, humedeciendo con esta por donde había acariciado con las garras, con más cuidado se inclinó sobre la intimidad femenina, introduciendo sus falanges en ella mientras que con su lengua castigaba sin piedad el clitoris de ella, mientras alzaba sus naranjas ojos para observarla disfrutar, embriagandose con ese aroma que le enloquecía. Le ponía pasión en ello, disfrutando de las reacciones que ella tenía por cada jugueteo de lengua. Más cuando notó que se soltó de su flojo agarre para tomar la melena del lobo este gruñó pero dejó por unos escasos instantes que ella mandase, alzandose, colocandose sobre ella para devorar los labios de la joven que tenía bajo él, su miembro estaba endurecido, tanto que casi dolía.
Ella le atanazaba con sus piernas, mientras él deslizaba una manos por su muslo, alargando la silueta hasta dar con las caderas de ella, mientras se movió un poco, para despertar más el instinto de ella, notaba sus hormonas, le enloquecen, estaba embriagado de ella, lame los labios de ella.
-¿Ah si? ¿me va a costar? querida...acabaras rogando que no pare...-Asegura el lobo totalmente lleno de testosterona, tanta que se podría oler seguramente por toda la mansión. El licántropo pasea su nariz a pocos milimetros del cuello de la femina, que trozo de carne tan delicioso, cuan dulce es. Más las palabras pronunciada por la rubia hace que se destaquen más si cabe las facciones lobunas de Septimus que la miró mientras gruñía notando como su falo empezaba a hundirse dentro de la intimidad femenina, sintiendo un notable placer por ello, pero las palabras habían despertado al lobo, en una mezcla de furia y lascivia, como se atrevía a decir eso, ¿Quien se creia que ella era? ella era suya completamente, exclusivamente.
Ella empieza a moverse en el vaiven de caderas que ella sola provoca, agarrandose al pelo del lobo, que resopla de manera acelerada, mientras la temperatura de su cuerpo aumenta y su musculatura se hincha un poco, destacandose, entonces Septimus llega al limite. La mira oscuro, lascivo, y entonces la sujeta por el cuello apresandola contra la cama, se mueve él, las embestidas son soberanamente feroces, rapidas, intensas, metiendose por completo dentro de ella, mientras aprieta su cuello impidiendola respirar de manera intermitente. Mientras sigue ese salvaje movimiento se inclina sobre él oido de la joven. -Dicen que la falta de aire aumenta el placer...tú me lo diras..- Muerde el lobulo de la oreja de la joven, haciendola un pequeño corte con el colmillo, suelta una mano para masajear su pecho sin detener las embestidas incluso, el ansia hace que gire y la levante de la cama estampandola contra la pared, quedando él entre las piernas embistiendola contra la pared mientras vuelve a ahogarla con la diestra, y su siniestra la mantiene sujeta de las nalgas, haciendola cabalgar sobre su miembro en vilo, teniendole a él como unico apoyo. -Tu vas a ser mi hembra....eres mia...¡¡MIA!!.- Ruje el lobo, mientras no para de moverse, dejando que el sonido de la carne chocar, sus caderas contra las ajenas, y que los gemidos inhundan la habitación. El lobo da un tremendo aullido sin dejar de moverse en ningún momento.
Ella le atanazaba con sus piernas, mientras él deslizaba una manos por su muslo, alargando la silueta hasta dar con las caderas de ella, mientras se movió un poco, para despertar más el instinto de ella, notaba sus hormonas, le enloquecen, estaba embriagado de ella, lame los labios de ella.
-¿Ah si? ¿me va a costar? querida...acabaras rogando que no pare...-Asegura el lobo totalmente lleno de testosterona, tanta que se podría oler seguramente por toda la mansión. El licántropo pasea su nariz a pocos milimetros del cuello de la femina, que trozo de carne tan delicioso, cuan dulce es. Más las palabras pronunciada por la rubia hace que se destaquen más si cabe las facciones lobunas de Septimus que la miró mientras gruñía notando como su falo empezaba a hundirse dentro de la intimidad femenina, sintiendo un notable placer por ello, pero las palabras habían despertado al lobo, en una mezcla de furia y lascivia, como se atrevía a decir eso, ¿Quien se creia que ella era? ella era suya completamente, exclusivamente.
Ella empieza a moverse en el vaiven de caderas que ella sola provoca, agarrandose al pelo del lobo, que resopla de manera acelerada, mientras la temperatura de su cuerpo aumenta y su musculatura se hincha un poco, destacandose, entonces Septimus llega al limite. La mira oscuro, lascivo, y entonces la sujeta por el cuello apresandola contra la cama, se mueve él, las embestidas son soberanamente feroces, rapidas, intensas, metiendose por completo dentro de ella, mientras aprieta su cuello impidiendola respirar de manera intermitente. Mientras sigue ese salvaje movimiento se inclina sobre él oido de la joven. -Dicen que la falta de aire aumenta el placer...tú me lo diras..- Muerde el lobulo de la oreja de la joven, haciendola un pequeño corte con el colmillo, suelta una mano para masajear su pecho sin detener las embestidas incluso, el ansia hace que gire y la levante de la cama estampandola contra la pared, quedando él entre las piernas embistiendola contra la pared mientras vuelve a ahogarla con la diestra, y su siniestra la mantiene sujeta de las nalgas, haciendola cabalgar sobre su miembro en vilo, teniendole a él como unico apoyo. -Tu vas a ser mi hembra....eres mia...¡¡MIA!!.- Ruje el lobo, mientras no para de moverse, dejando que el sonido de la carne chocar, sus caderas contra las ajenas, y que los gemidos inhundan la habitación. El lobo da un tremendo aullido sin dejar de moverse en ningún momento.
Septimus Abetegeovanni- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/05/2018
Re: Willpower +18 [Septimus]
De ser licántropa, apreciaría mejor el acto sexual como el propio Septimus, con el olfato y el tacto más desarrollados, podría detectar todos los pequeños cambios que se dan en su compañero, esa testosterona que se implanta en la habitación como un huésped que no desea marchar a menos que deje agotada a la pareja que sigue retozando en la cama, intentando uno imponerse sobre la otra que, rebelde, procura no entregarse al completo. Siendo una irreverente, llamando al fantasma de la infidelidad a su propia cama, una en la que el macho no está dispuesto a compartir con cualquier otro que le pueda arrebatar la atención de la pelirrubia que ahora exige como suya. El ir y venir de las caderas se convierte en una tortura que lento va creciendo formando una presión que irá siendo insostenible conforme avance para la fémina que arquea el cuerpo dejando a la vista sus turgentes senos, la diminuta cintura y las caderas no deformadas demostrando algo que es discordante con la época.
Lucinde no utiliza corset en la mayor parte de su vida, por lo que la imperfección producto de tan abominable utensilio de ropa, es inexistente para la mujer cuando se muestra tan desnuda como ahora. Alterando el concepto de belleza que los europeos acostumbran. Enloquecido, el macho procura su dominación sobre la hembra, ayudándose con todos sus conocimientos de cama que posee hasta hoy, apretando con violencia el cuello de la mujer que abre los ojos con fuerza al sentir que le falta la respiración. Reconoce la habilidad de Septimus en el lecho, pocos pueden utilizar la petit morte con tal soltura provocando que las sensaciones se intensifiquen, que los gemidos sean cortos, angustiantes, con las cimas de los senos duras y erectas, reclamando al licántropo que continúe con su tortura. Ese rasgo de crueldad propio del inquisidor, se vierte en la cama en tanto ella procura mantener la respiración cuando afloja el agarre previo al siguiente apretón que sólo aumenta su temperatura, formando pequeñas gotas de sudor en su cuerpo que resbalan por su epidermis dejándola húmeda y lustrosa.
El constante agitar de las caderas masculinas agranda el hueco en su útero, sonroja sus mejillas pensando que quizá, puede darle el beneficio de la duda con aquéllo de que grite su nombre. El fuerte e hinchado miembro la provoca como pocas veces antes, sin conocer que en algo, tiene sustento en el hechizo que lanzara la primera noche que estuviera en la mansión, la assassin arquea la columna ansiando más de este maestro en el arte del amor. Su cuerpo es alzado como si fuera una simple muñeca sometida a su voluntad, su espalda recibe la frialdad de la pared. El macho demuestra su superioridad física al mantenerla en vilo, sujeta por una de sus manos y su propio cuerpo en tanto los embites continúan con velocidad vertiginosa. Si creyó que había terminado, se equivoca porque sigue apretando su cuello provocando que cierre los ojos con fuerza por sus demandas físicas y la verbal que le provoca un jadeo intenso. ¿Ser suya? Podría serlo por esta noche.
Y sin conocer del todo las consecuencias que sus actos tendrán en el futuro, la hechicera jadea sintiendo sus senos sometidos a la tortura del roce de la piel del macho, de los músculos definidos y bien constituidos exhalando con una voz muy apagada, llevada por la pasión, por el anhelo de alcanzar su primer orgasmo - oh sí, Septimus. Hazme tuya, hazme tuya - reniega encajando las uñas en su espalda, creando surcos cuando las lleva desde la cintura hacia los hombros donde las afianza con fiereza. La respiración es irregular, el pecho está a punto de explotar cuando siente que el orgasmo le arrebata la razón dejando que emita un brutal grito por la experiencia, mismo que es apagado por la boca del licántropo cuando ella la busca para apoderarse de su sabor, de su lengua que mordisquea rasgando con los planos dientes hasta que se queda bien abrazada de él, como si fuera su tabla de salvación.
Cerrados los ojos, no puede apreciar el primer chasquido de color rojizo que emerge desde la cama hacia ellos, cubriendo sus cuerpos antes de desaparecer al siguiente segundo. El hechizo está completo y mientras ella sigue intentando recuperar la respiración, abriendo los ojos para mirar al licántropo, su corazón alberga un nuevo sentimiento hacia el inquisidor que se refleja en su voz - sigue, todavía no me basta. Sigue Septimus, demuéstrame cuán tuya puedo ser - provoca besando su mejilla, bajando hasta su cuello donde muerde en un acto de dominación propio de lobos para hacerlo sentir cuán suyo es y qué poco puede escapar de su destino. Atándose al mismo tiempo a esa bestia lupina que se esconde en la piel de hombre del licántropo.
Lucinde no utiliza corset en la mayor parte de su vida, por lo que la imperfección producto de tan abominable utensilio de ropa, es inexistente para la mujer cuando se muestra tan desnuda como ahora. Alterando el concepto de belleza que los europeos acostumbran. Enloquecido, el macho procura su dominación sobre la hembra, ayudándose con todos sus conocimientos de cama que posee hasta hoy, apretando con violencia el cuello de la mujer que abre los ojos con fuerza al sentir que le falta la respiración. Reconoce la habilidad de Septimus en el lecho, pocos pueden utilizar la petit morte con tal soltura provocando que las sensaciones se intensifiquen, que los gemidos sean cortos, angustiantes, con las cimas de los senos duras y erectas, reclamando al licántropo que continúe con su tortura. Ese rasgo de crueldad propio del inquisidor, se vierte en la cama en tanto ella procura mantener la respiración cuando afloja el agarre previo al siguiente apretón que sólo aumenta su temperatura, formando pequeñas gotas de sudor en su cuerpo que resbalan por su epidermis dejándola húmeda y lustrosa.
El constante agitar de las caderas masculinas agranda el hueco en su útero, sonroja sus mejillas pensando que quizá, puede darle el beneficio de la duda con aquéllo de que grite su nombre. El fuerte e hinchado miembro la provoca como pocas veces antes, sin conocer que en algo, tiene sustento en el hechizo que lanzara la primera noche que estuviera en la mansión, la assassin arquea la columna ansiando más de este maestro en el arte del amor. Su cuerpo es alzado como si fuera una simple muñeca sometida a su voluntad, su espalda recibe la frialdad de la pared. El macho demuestra su superioridad física al mantenerla en vilo, sujeta por una de sus manos y su propio cuerpo en tanto los embites continúan con velocidad vertiginosa. Si creyó que había terminado, se equivoca porque sigue apretando su cuello provocando que cierre los ojos con fuerza por sus demandas físicas y la verbal que le provoca un jadeo intenso. ¿Ser suya? Podría serlo por esta noche.
Y sin conocer del todo las consecuencias que sus actos tendrán en el futuro, la hechicera jadea sintiendo sus senos sometidos a la tortura del roce de la piel del macho, de los músculos definidos y bien constituidos exhalando con una voz muy apagada, llevada por la pasión, por el anhelo de alcanzar su primer orgasmo - oh sí, Septimus. Hazme tuya, hazme tuya - reniega encajando las uñas en su espalda, creando surcos cuando las lleva desde la cintura hacia los hombros donde las afianza con fiereza. La respiración es irregular, el pecho está a punto de explotar cuando siente que el orgasmo le arrebata la razón dejando que emita un brutal grito por la experiencia, mismo que es apagado por la boca del licántropo cuando ella la busca para apoderarse de su sabor, de su lengua que mordisquea rasgando con los planos dientes hasta que se queda bien abrazada de él, como si fuera su tabla de salvación.
Cerrados los ojos, no puede apreciar el primer chasquido de color rojizo que emerge desde la cama hacia ellos, cubriendo sus cuerpos antes de desaparecer al siguiente segundo. El hechizo está completo y mientras ella sigue intentando recuperar la respiración, abriendo los ojos para mirar al licántropo, su corazón alberga un nuevo sentimiento hacia el inquisidor que se refleja en su voz - sigue, todavía no me basta. Sigue Septimus, demuéstrame cuán tuya puedo ser - provoca besando su mejilla, bajando hasta su cuello donde muerde en un acto de dominación propio de lobos para hacerlo sentir cuán suyo es y qué poco puede escapar de su destino. Atándose al mismo tiempo a esa bestia lupina que se esconde en la piel de hombre del licántropo.
Lucinde Virtanen- Hechicero Clase Alta
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Re: Willpower +18 [Septimus]
El lobo devoraba el cuerpo perfecto de la rubia, deslizando sus enormes manos, calidas, ella podía notar la elevada temperatura corporal que tenía los licántropos, pero era Septimus quien disfrutaba del tacto, del olor que emitia ella con cada embiste hacia ella, le enloquecía ver como su perlado sudor decoraba su cuerpo, como sus mejillas enrojecían por el estrangular de él con esa soltura. Como los jadeos se tercian dulcemente agonicos para los oidos del lobo, que notaba como ella disfrutaba, se arqueaba, se ofrecía ante él, con esa actitud que se le antojaba irreverente, y que él se sentía incitado a castigarla de la forma más lujuriosa y lasciva posible, mientras notaba la humedad de su entrepierna en ese vaiven incesante que él licántropo marcaba, no, nadíe tocaría a su hembra, si alguien lo hacía se las tendría que ver con él, y de la manera más violenta que nadíe podía imaginarse. Septimus deslizó su mirada al movimiento de los senos de ella, en cada empujón a su centro, como se movían, como estaban perlados en sudor, y como esos pezones se mostraban tiesos por la escitación, el sacó un largo musculo bucal para aplacar el duro pezón con una lengua humeda y muy calida, solo por el placer de percibir las reacciones que la rubia le regalaba ante sus acciones.
Levantandola sin esfuerzo para continuar sus bruscos movimientos arrinconandola con la pared, no le pesaba lo más minimo, ella pedía para suma satisfacción del inquisidor que la hiciera suya, eso excitó hasta limites insospechados al licántropo, y los surcos que hacía en su espalda con las uñas no hacian más que hacer que se excitara más y más, la observaba más enrojecida.-Si mi pequeña rubia, así...así. Eres mia rubia, solo mia...¡¡mia!!.- Confirmaba el licano siguiendo con sus vaivenes violentos mientras ahogaba y soltaba para que sus sensaciones fueran de lo más intensa, y sonreía satisfecho como sus musculos vaginales empezaban con las contracciones que anunciaban que estaba a punto del orgasmo, ahogando su gemido con un lascivo y humedo beso, tras haber dado un aullido absolutamente animal al haber notado su orgasmo. La miró con aire superior como ella rogaba que siguiera, que tras el orgasmo aun quería más.
-¡Oh mi dulce Lucy! vas a tener más...si te lo ganas...- Terció cruel, dió un par de embestidas más sacando su miembro aun notablemente duro, su condición hacía que su hombría aguantara más, asi que podria complacer a la hembra a darle más, pero antes quería otra cosa, la tumbó en la cama colocandose a su lado mientras dejaba que le viera cuan enardecido estaba, y como de dura continuaba, sin haberse percatado del alo rojizo que los había envuelto segundos antes, su atención estaba al completo en la rubia y en la morboso y deliciosa imagen que ahora mostraba desde la posición del licano.
El lobo ladeaba la cabeza con una lasciva y maliciosa sonrisa en los labios. -Vamos...sabes deliciosa...creo que podrías paladear tu propio sabor directamente de mí...hazlo, y te daré más, hasta que tiembles como una hoja y el placer sea lo unico que sientas...pero quiero sentir tu juguetona lengua.- Dijo dominante, mirandole desde su alta posición mientras masajeaba sus pechos y para bajar con los dedos por su abdomen hasta humedecerlos en su entrepierna empezando a masturbarla de manera lenta pero parando para acrecentar su deseo. Ya sabía lo que tenía que hacer, el inquisidor se mostró dominante, mordiendose el labio con deseo ante el cuerpo de la rubia, si, si quería más tenía que limpiar sus propios fluidos del miembro viril del lobo, para excitarlo más de lo que estaba si cabía.
Levantandola sin esfuerzo para continuar sus bruscos movimientos arrinconandola con la pared, no le pesaba lo más minimo, ella pedía para suma satisfacción del inquisidor que la hiciera suya, eso excitó hasta limites insospechados al licántropo, y los surcos que hacía en su espalda con las uñas no hacian más que hacer que se excitara más y más, la observaba más enrojecida.-Si mi pequeña rubia, así...así. Eres mia rubia, solo mia...¡¡mia!!.- Confirmaba el licano siguiendo con sus vaivenes violentos mientras ahogaba y soltaba para que sus sensaciones fueran de lo más intensa, y sonreía satisfecho como sus musculos vaginales empezaban con las contracciones que anunciaban que estaba a punto del orgasmo, ahogando su gemido con un lascivo y humedo beso, tras haber dado un aullido absolutamente animal al haber notado su orgasmo. La miró con aire superior como ella rogaba que siguiera, que tras el orgasmo aun quería más.
-¡Oh mi dulce Lucy! vas a tener más...si te lo ganas...- Terció cruel, dió un par de embestidas más sacando su miembro aun notablemente duro, su condición hacía que su hombría aguantara más, asi que podria complacer a la hembra a darle más, pero antes quería otra cosa, la tumbó en la cama colocandose a su lado mientras dejaba que le viera cuan enardecido estaba, y como de dura continuaba, sin haberse percatado del alo rojizo que los había envuelto segundos antes, su atención estaba al completo en la rubia y en la morboso y deliciosa imagen que ahora mostraba desde la posición del licano.
El lobo ladeaba la cabeza con una lasciva y maliciosa sonrisa en los labios. -Vamos...sabes deliciosa...creo que podrías paladear tu propio sabor directamente de mí...hazlo, y te daré más, hasta que tiembles como una hoja y el placer sea lo unico que sientas...pero quiero sentir tu juguetona lengua.- Dijo dominante, mirandole desde su alta posición mientras masajeaba sus pechos y para bajar con los dedos por su abdomen hasta humedecerlos en su entrepierna empezando a masturbarla de manera lenta pero parando para acrecentar su deseo. Ya sabía lo que tenía que hacer, el inquisidor se mostró dominante, mordiendose el labio con deseo ante el cuerpo de la rubia, si, si quería más tenía que limpiar sus propios fluidos del miembro viril del lobo, para excitarlo más de lo que estaba si cabía.
Septimus Abetegeovanni- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/05/2018
Re: Willpower +18 [Septimus]
Su cuerpo sigue afiebrado con cada caricia de esas manos grandes, fuertes, callosas. Su epidermis está más que erotizada, sensibilizada a puntos tan álgidos que la hechicera desconoce cuándo fue que percibió con tanta fuerza a una pareja sexual. Se siente agotada entre sus brazos porque aprecia su satisfacción y la relajación que trae aparejada el orgasmo. La usual urgencia de desprenderse de los brazos de su amante en turno es inexistente, le gustaría continuar con él, en esta vorágine de lujuria que desearía que fuese interminable. Ni siquiera sus arrogantes actitudes y comentarios le repelen. Empieza a acostumbrarse a éstos, como parte inherente del licántropo. Sus uñas recorren la superficie de la epidermis lupina, dejando marcas que se borrarán en poco tiempo por la regeneración del inquisidor. Le gusta eso, dejarse llevar sin que eso suponga que la pareja se queje por sus actuares a veces más agresivos que sensuales.
Si se lo gana tendrá más. Se deja depositar en la cama, estirándose lánguida, dejando que sus senos se eleven por la posición de sus brazos por encima de su cabeza, riendo con cierto fastidio. - Deberás aprender que es mejor dejar de ser tan orgulloso y prepotente, que conmigo funciona poco y pedir las cosas de maneras más amables - no niega que le gusta esta actitud dominante, más descubre que le gustaría en cierta forma algo más humano, menos lascivo. ¿Por qué? Ni ella tiene la respuesta a esa pregunta. Las palabras del licántropo encierran una necesidad y una lujuria incontrolable. ¿Quién diría que ese es su gran pecado? Y la gula, por supuesto. Le ha visto tragar como enajenado, sin descontar el hecho de que alguna vez lo notó devorando la carne de sus víctimas entre ellos a... desvía el curso de sus pensamientos porque entonces helará su cuerpo y lo último que desea es alejarse sin dar explicaciones tras este íntimo instante.
Complace a su pareja, sabiendo lo que necesita. Toma su falo entre las manos para dar un pequeño roce que le excite, le haga ansiar como él hace con ella, que tras la penetración digital, alza las caderas sin ser complacida, sólo presionada a empezar con una labor que les dará placer a ambos a partes iguales. - Aprenderás a pedir las cosas, Septimus - amenaza bajando la cabeza tan lento, que podría hacerlo rabiar. Antes de tocar una sola parte de su epidermis, alza la mirada con una sonrisa divertida, paseando su músculo bucal por los labios con diversión - así que quieres mi lengua juguetona ¿O quizá sea tu ansiedad porque guarde silencio? - pasea su húmedo apéndice por la entrepierna masculina, iniciando por la base, cerrando el puño sobre el glande apreciando la humedad en éste, por las lubricaciones combinadas de ambos. Asciende lento, tortuoso por el largo, tomando su tiempo en una de las gruesas venas que sobresalen en la piel. La succiona con suavidad. Deja la marca de sus dientes sobre éste, sin que busque lastimar o disminuir esa excitación y dureza.
Sus ojos suben a su rostro para que aprecie cómo disfruta cuando lo sumerge en la profundidad de su cavidad bucal, apretando su suavidad entre su paladar y la lengua, encerrándola con las paredes internas de sus mejillas. Su lengua recorre su largo, el poco que puede contener en su boca porque para darle mayor placer, deberá ser más delicado en sus exigencias. - ¿Así te gusta? - susurra succionando uno de los laterales de esa rosácea punta. Sus labios aprietan su tierna piel, su mano baja y sube al compás de un movimiento que ella crea y no busca acompasarse a las necesidades masculinas. Está siendo tan sensual como una odalisca puede serlo. - ¿Recuerdas que te dije que había sido parte de un harem? - sonríe divertida recorriendo toda la circunferencia de ese botón con la punta de su lengua hasta llevarlo de nuevo al interior de su boca. Succiona con fuerza, esta vez el ritmo aumenta buscando desesperar al licántropo, dando todo lo que él necesita con esta felación hasta hacerlo enloquecer.
Y justo cuando lo tiene como masa entre las manos, se detiene sonriendo - ahora pídelo como si fuera tu amante y no una de tus vulgares licántropas a quienes sólo follas. Porque a mí, querido, me interesa un amante, no un vulgar puto en la cama, de esos puedo conseguir en cualquier momento. ¿Quieres dejarme una marca? ¿Quieres que sea tuya? Entonces trátame como tu alfa, no como tu omega - suelta su miembro poniéndose a su altura, hincada en la cama. - Sé mi par, no aquél que me ponga un pie en el cuello. Para eso, tengo muchos y he olvidado sus caras o sus nombres. ¿Quieres que te recuerde? Gánalo, Septimus, gánate el grabarte en mi mente - sonríe con maldad sabiendo que eso le volverá loco. Tener un lugar en su vida, siendo alguien que jamás olvide.
Si se lo gana tendrá más. Se deja depositar en la cama, estirándose lánguida, dejando que sus senos se eleven por la posición de sus brazos por encima de su cabeza, riendo con cierto fastidio. - Deberás aprender que es mejor dejar de ser tan orgulloso y prepotente, que conmigo funciona poco y pedir las cosas de maneras más amables - no niega que le gusta esta actitud dominante, más descubre que le gustaría en cierta forma algo más humano, menos lascivo. ¿Por qué? Ni ella tiene la respuesta a esa pregunta. Las palabras del licántropo encierran una necesidad y una lujuria incontrolable. ¿Quién diría que ese es su gran pecado? Y la gula, por supuesto. Le ha visto tragar como enajenado, sin descontar el hecho de que alguna vez lo notó devorando la carne de sus víctimas entre ellos a... desvía el curso de sus pensamientos porque entonces helará su cuerpo y lo último que desea es alejarse sin dar explicaciones tras este íntimo instante.
Complace a su pareja, sabiendo lo que necesita. Toma su falo entre las manos para dar un pequeño roce que le excite, le haga ansiar como él hace con ella, que tras la penetración digital, alza las caderas sin ser complacida, sólo presionada a empezar con una labor que les dará placer a ambos a partes iguales. - Aprenderás a pedir las cosas, Septimus - amenaza bajando la cabeza tan lento, que podría hacerlo rabiar. Antes de tocar una sola parte de su epidermis, alza la mirada con una sonrisa divertida, paseando su músculo bucal por los labios con diversión - así que quieres mi lengua juguetona ¿O quizá sea tu ansiedad porque guarde silencio? - pasea su húmedo apéndice por la entrepierna masculina, iniciando por la base, cerrando el puño sobre el glande apreciando la humedad en éste, por las lubricaciones combinadas de ambos. Asciende lento, tortuoso por el largo, tomando su tiempo en una de las gruesas venas que sobresalen en la piel. La succiona con suavidad. Deja la marca de sus dientes sobre éste, sin que busque lastimar o disminuir esa excitación y dureza.
Sus ojos suben a su rostro para que aprecie cómo disfruta cuando lo sumerge en la profundidad de su cavidad bucal, apretando su suavidad entre su paladar y la lengua, encerrándola con las paredes internas de sus mejillas. Su lengua recorre su largo, el poco que puede contener en su boca porque para darle mayor placer, deberá ser más delicado en sus exigencias. - ¿Así te gusta? - susurra succionando uno de los laterales de esa rosácea punta. Sus labios aprietan su tierna piel, su mano baja y sube al compás de un movimiento que ella crea y no busca acompasarse a las necesidades masculinas. Está siendo tan sensual como una odalisca puede serlo. - ¿Recuerdas que te dije que había sido parte de un harem? - sonríe divertida recorriendo toda la circunferencia de ese botón con la punta de su lengua hasta llevarlo de nuevo al interior de su boca. Succiona con fuerza, esta vez el ritmo aumenta buscando desesperar al licántropo, dando todo lo que él necesita con esta felación hasta hacerlo enloquecer.
Y justo cuando lo tiene como masa entre las manos, se detiene sonriendo - ahora pídelo como si fuera tu amante y no una de tus vulgares licántropas a quienes sólo follas. Porque a mí, querido, me interesa un amante, no un vulgar puto en la cama, de esos puedo conseguir en cualquier momento. ¿Quieres dejarme una marca? ¿Quieres que sea tuya? Entonces trátame como tu alfa, no como tu omega - suelta su miembro poniéndose a su altura, hincada en la cama. - Sé mi par, no aquél que me ponga un pie en el cuello. Para eso, tengo muchos y he olvidado sus caras o sus nombres. ¿Quieres que te recuerde? Gánalo, Septimus, gánate el grabarte en mi mente - sonríe con maldad sabiendo que eso le volverá loco. Tener un lugar en su vida, siendo alguien que jamás olvide.
Lucinde Virtanen- Hechicero Clase Alta
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Re: Willpower +18 [Septimus]
El aroma de ella le tenía enloquecido, su cuerpo perlado en sudor brillando cual diamante con el destello anaranjado que daban las velas, mientras la había dejado despues de unos cuantos embites hasta que ella tembló, más quería más, ansiosa de que el licántropo no parara, cosa que hizo que se sintiera más crecido y dominante, para cuando la dejó en la cama pedirla que le continuara con una felación, el licántropo se mordia el labio inferior, lascivo observandola desde su ahora elevada posición, pero claro, con la hermosa rubia nunca era nada facil, nada sencillo, estaba claro que Lucy disfrutaba demasiado provocando al licántropo inquisidor, y estaba claro que no iba a perdir la oportunidad de hacerlo, solo con ver la cara que ella ponía el lobo lo empezó a ver venir, por unos segundos le encontró cierto parecido en ese comportamiento revelde que tenía Wanda, esa manera de siempre buscarle las reacciones, sobre todo las violentas y las enfurecidas, siempre revelandose ante él, Lucy le despertaba ese parecido, y estaba seguro de que Xanandra habría seguido ese camino revelde de no ser por que Septimus le pidió a uno de los gemelos que le hiciera un buen lavado de cerebro para dejarla más suave que un guante, ya que por entonces al ser la bruja pequeña, la cambiante habría dado muchos problemas, ahora era una loba muy util, y obediente que desconcertaba a su hermana por la falta de odio hacia el inquisidor.
Septimus sacudió la cabeza para disipar esos pensamientos con sus "hijas adoptivas" o se le iria el libido, y eso ahora mismo era lo ultimo que deseaba, ahora solo deseaba desfogar su lujurioa contra la preciosa rubia que le miraba por lo que él pedía mientras mostraba su falo bien duro.
Cuando ella reclamó que fuera menos orgulloso y que fuera más amable ¿ahora quería que fuera caballeroso? que no dejara a la bestia al galope, la primera noche ella llamó a la bestia y él se resistió a montarla dejandola sola en la habitación y ella se lo tomó a mal, y ahora volvia a reclamar a su parte humana, el licántropo ladeó la cabeza observandola con algo de desconcierto. -¿Te gustan los caballeros de blanca armadura?- Dijo con mofa, lascivo, mirandola con deseo, embriagado de todo lo que percibía de ella. Cuando esta tras unos instantes atrapó el miembro viril del lobo, que enarcaba una ceja y empezó a sonreir satisfecho. Más empieza con las provocaciones mientras insinua con sus gestos, el lobo se empieza a poner violento en varios sentidos, sobre todo por los lentos movimientos que hacian al lobo arder de impaciencia.
-¿Mi ansiedad por que guardes silencio? no se si no te has dado cuenta, pero permito mucho de tu lengua afilada cual daga....ahora usala no solo para cortar, si no para satisfacer también.- Demandó de manera dominante el licántropo, se toma su tiempo regalando una tortura de su movimientos lentos que hace que él resople sonoramente inquieto. Cuando al fin empieza a cumplir con la demanda, el lobo cierra los ojos echando la cabeza hacia atras dejando escapar un sensual y ronco gemido antes de volver a bajar la vista para disfrutar del espectaculo que ella le ofrecía, cuando empezaba con la lenta felación, con una maestria que hacia escapar gruñidos y gemidos al lobo que acariciaba la melena rubia de ella para mover la cadera buscando más con ansia su boca. -Si, asi me gusta preciosa.- Respondió a su pregunta de manera lasciva, endureciendóse más si cabe por culpa de ella, más cuando ella recordó que fue parte de un haren hizo que el lobo gruñera de manera sobrenatural molesto. -¿Y qué?.- Gruñó él centrandose en el placer, ¿que buscaría con eso? ¿enfadarlo ahora? no, ahora no le interesaba eso.
Ella continua hundiendo bien su miembro en su boca, haciendo que este volviera a gemir de placer. Más cuando se detuvo ella Septimus volvió a mirarla con ansiedad. Entonces ella empezó a demandar, a reclamar un hueco a su lado, no ser como las omegas con las que se desahogaba, o las betas también solian caer a las demandas sexuales del licántropo, aunque con ellas merecían algo más de atención, por eso no solía buscar con ellas, por lo cual si neceistaba algo brutal solía lanzar de omegas, y parecía que Lucy lo sabía, ella demandaba ser su igual no una beta, no una omega, quería ser su alfa, su compañera, no quería un puesto bajo. Le soltó su miembro, alzandose para ponerse a su altura, desafiandole, la testosterona le subío mucho, mientras la miraba encendiendo sus ojos en naranja y asomando asi los colmillos. -¿Asi que eso es lo que quieres rubia? ¿ser mi hembra? ¿ser mi alfa? ¿quieres que te trate asi?.- Rugió el licántropo, resopló agresivo tomandola bruscamente del mentón. -Bien...pues ganate ser mi hembra, demuestrame cuanto lo quieres preciosa-Gruñó rozando sus labios con los de ella de lo cerca que estaba al hablar.
La empujó tumbandola colocandose encima de ella, obligandola a abrir las piernas, colocandose para volver a invadirla, entró con su falo enormemente duro dentro de ella nuevamente, empezó a moverse lento, profundo, poniendo algo más que lascivia en los vaivenes, empezó a ponerle pasión, sus embestidas eran muy profundas, muy bruscas, pero también lentas, buscando arrancar los gemidos de ella, el movimiento era incesante, escuchandose el sonido de la piel con piel chocar, fue entonces cuando cedió y rodó dejando que ella se pusiera encima de él continuando con el movimiento sujetando sus nalgas para continuar el movimiento observandola moverse encima de él, mientras este la besaba de humeda manera para despues observarla desde abajo mordiendose el labio inferior. -Asi Lucy...-Dijo en un gemido gutural, mientras le seguia el movimiento.
Septimus sacudió la cabeza para disipar esos pensamientos con sus "hijas adoptivas" o se le iria el libido, y eso ahora mismo era lo ultimo que deseaba, ahora solo deseaba desfogar su lujurioa contra la preciosa rubia que le miraba por lo que él pedía mientras mostraba su falo bien duro.
Cuando ella reclamó que fuera menos orgulloso y que fuera más amable ¿ahora quería que fuera caballeroso? que no dejara a la bestia al galope, la primera noche ella llamó a la bestia y él se resistió a montarla dejandola sola en la habitación y ella se lo tomó a mal, y ahora volvia a reclamar a su parte humana, el licántropo ladeó la cabeza observandola con algo de desconcierto. -¿Te gustan los caballeros de blanca armadura?- Dijo con mofa, lascivo, mirandola con deseo, embriagado de todo lo que percibía de ella. Cuando esta tras unos instantes atrapó el miembro viril del lobo, que enarcaba una ceja y empezó a sonreir satisfecho. Más empieza con las provocaciones mientras insinua con sus gestos, el lobo se empieza a poner violento en varios sentidos, sobre todo por los lentos movimientos que hacian al lobo arder de impaciencia.
-¿Mi ansiedad por que guardes silencio? no se si no te has dado cuenta, pero permito mucho de tu lengua afilada cual daga....ahora usala no solo para cortar, si no para satisfacer también.- Demandó de manera dominante el licántropo, se toma su tiempo regalando una tortura de su movimientos lentos que hace que él resople sonoramente inquieto. Cuando al fin empieza a cumplir con la demanda, el lobo cierra los ojos echando la cabeza hacia atras dejando escapar un sensual y ronco gemido antes de volver a bajar la vista para disfrutar del espectaculo que ella le ofrecía, cuando empezaba con la lenta felación, con una maestria que hacia escapar gruñidos y gemidos al lobo que acariciaba la melena rubia de ella para mover la cadera buscando más con ansia su boca. -Si, asi me gusta preciosa.- Respondió a su pregunta de manera lasciva, endureciendóse más si cabe por culpa de ella, más cuando ella recordó que fue parte de un haren hizo que el lobo gruñera de manera sobrenatural molesto. -¿Y qué?.- Gruñó él centrandose en el placer, ¿que buscaría con eso? ¿enfadarlo ahora? no, ahora no le interesaba eso.
Ella continua hundiendo bien su miembro en su boca, haciendo que este volviera a gemir de placer. Más cuando se detuvo ella Septimus volvió a mirarla con ansiedad. Entonces ella empezó a demandar, a reclamar un hueco a su lado, no ser como las omegas con las que se desahogaba, o las betas también solian caer a las demandas sexuales del licántropo, aunque con ellas merecían algo más de atención, por eso no solía buscar con ellas, por lo cual si neceistaba algo brutal solía lanzar de omegas, y parecía que Lucy lo sabía, ella demandaba ser su igual no una beta, no una omega, quería ser su alfa, su compañera, no quería un puesto bajo. Le soltó su miembro, alzandose para ponerse a su altura, desafiandole, la testosterona le subío mucho, mientras la miraba encendiendo sus ojos en naranja y asomando asi los colmillos. -¿Asi que eso es lo que quieres rubia? ¿ser mi hembra? ¿ser mi alfa? ¿quieres que te trate asi?.- Rugió el licántropo, resopló agresivo tomandola bruscamente del mentón. -Bien...pues ganate ser mi hembra, demuestrame cuanto lo quieres preciosa-Gruñó rozando sus labios con los de ella de lo cerca que estaba al hablar.
La empujó tumbandola colocandose encima de ella, obligandola a abrir las piernas, colocandose para volver a invadirla, entró con su falo enormemente duro dentro de ella nuevamente, empezó a moverse lento, profundo, poniendo algo más que lascivia en los vaivenes, empezó a ponerle pasión, sus embestidas eran muy profundas, muy bruscas, pero también lentas, buscando arrancar los gemidos de ella, el movimiento era incesante, escuchandose el sonido de la piel con piel chocar, fue entonces cuando cedió y rodó dejando que ella se pusiera encima de él continuando con el movimiento sujetando sus nalgas para continuar el movimiento observandola moverse encima de él, mientras este la besaba de humeda manera para despues observarla desde abajo mordiendose el labio inferior. -Asi Lucy...-Dijo en un gemido gutural, mientras le seguia el movimiento.
Septimus Abetegeovanni- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/05/2018
Re: Willpower +18 [Septimus]
En el transcurso de los años, Lucinde se descubrió afecta al sexo, donde las inhibiciones se perdían y daba rienda suelta a sus pasiones ocultas y desenfrenadas con cualquier persona, hombre o mujer, que pudiera darle goce. Acostumbrada a hacer su voluntad sobre una vida resucitada gracias a un fantasma que la protegiese durante un ataque sin precedentes, brutal, sanguinario y violento, la Virtanen eligió una existencia diferente a la que estaba trazada por la niñez hacia una tendiente a lo que vivió: asesinando a todos aquéllos que interfirieran en los planes de alguien, fuese la Liga o cualquier contratante. Su entrenamiento duró años, ella se vanagloria de lo alcanzado y por lo que debe aprender en la marcha porque comparada a otros que iniciaron a tierna edad, ella lo hizo durante una adolescencia marcada a hierro candente por cuatro inquisidores que ahora, eran el motivo por el que ella quería seguir aprendiendo.
Uno de ellos, es el que ahora se encuentra dándole el placer que requiere su cuerpo. Se dice que en la cama, no debe prometerse ni jurarse porque en plena pérdida de la mente por las sensaciones, se concede todo con tal de seguir teniendo el placer. En la antigua Grecia, los juramentos hechos en el lecho, no tenían validez, a tal grado los hombres saben cuánto pueden perder por aquéllos que los poseen. Sí, no es aquél que penetra el dominante, si no el que recibe porque lo contiene y le da lo que necesita: el culmen de su lujuria y sus bajos instintos. Este licántropo entiende poco de lo que el arte del amor es, un desconocimiento que para la mujer, es un arma perfecta, que esgrime sin dudar y que por supuesto, va a complacer sus propósitos: hacerse imprescindible para el macho, para que la puñalada por la espalda, el pecho o en los bajos, sea mucho más dolorosa.
Se afana en el sexo oral, le reclama un lugar que él no concedió a nadie a través de todos estos años porque de lo contrario, la situación sería diferente. Requiere con firmeza, en tanto sus técnicas eróticas se dejan sentir en la tierna piel de los genitales masculinos haciendo que pierda parte del control y sean sus ojos cambiantes los que le demuestren que va por buen camino. Sus palabras afirmando cuánto le gusta, son el aliciente para que continúe con sus procederes cada vez más enfocados a obtener un logro mayor. Su exigencia para que tome el lugar que pide a cambio de darle más placer, es bien aceptada. Entiende que para recibir, hay que dar. La diferencia recae en que sus sentimientos no van impresos en esta rendición. Ignorante de que el hechizo la apresó también, piensa que lo hace para cumplir su venganza.
Cae en el lecho con el licántropo encima buscando separar sus piernas con la intención de atravesar sus barreras con una lanza cada vez más gruesa, pesada y firme. Lacerante, atraviesa su intimidad buscando esta vez la rendición total. Un jadeo emana de la garganta femenina con cada vaivén brusco y netamente masculino que marca un territorio que pretende conquistar. Ella lo admite, sus piernas se quedan firmes, las plantas sujetas al colchón para evitar que con cada embestida, se mueva demasiado de su lugar. Su interior está tan caliente y ansioso por continuar, por obtener un orgasmo que la separe de la realidad, que ni siquiera parece quejarse por la fuerza que sus arremetidas marcan. Cambian de posición dejando el control a la hembra, el macho se sujeta a sus caderas para continuar con ese alzar de pelvis golpeando el útero que le recibe con fuertes apretones que provocan gemidos en la mujer. Tras el beso, la exigencia se eleva en voz alta.
Lucy coloca las manos en el abdomen masculino, sinuosa cual serpiente, se mueve en pequeños movimientos circulares apretando alternadamente su interior para dar una diferente muestra de su habilidad. Sus uñas se encajan en la piel de esos cuadros cual lavadero antes de bajar con fuerza dejando a su paso surcos de los que brota un líquido rojizo. Sagaz, su mano sujeta la garganta del macho con ojos brillantes en un rostro perlado por el sudor adornado por una sonrisa libidinosa - este juego es de dos - aprieta con una fuerza mayor a la que él hubiera pensado que poseía la tráquea. Corta la respiración en un instante, sus caderas exigen más de lo que el macho puede dar, cuando da muestra de un vaivén incontrolable y que pocas mujeres pueden mantener por la rapidez de los movimientos y la profundidad con que se introduce ese trozo firme y hambriento de carne. Los golpes de las pelvis se escuchan en toda la habitación aunados a sus gemidos y pequeños jadeos.
Justo cuando siente el orgasmo, se detiene. Se sienta bien sobre él, sin moverse ni hacer ningún apretón con su útero para que la ansiedad lo domine permitiendo que pueda respirar un poco - quieto o ésto se termina y prometo que no volverás a tenerme en tu cama - amenaza con una voz oscura, con un brillo en los ojos que puede tomarse como un reto al macho - ¿Es que eres tan impaciente como para que no puedas dejarme ver cómo es que seré tu alfa? - le reta esperando unos instantes. Tras dos largos y dolorosos minutos, vuelve a tomar ritmo. Lento, suave, hasta volver a ser tan rápido que el culmen se alcanzará muy pronto, apretando su cuello con fuerza. Y justo cuando va a terminar, vuelve a detenerse por completo. Se sonríe de lado - ésto es lo que una odalisca hace en un harem, por eso son tan apreciadas, Septimus. Y ahora mismo, estás viviendo una experiencia por la que otros matarían. Quieto y sigue disfrutando - vuelve a moverse y a detenerse en el mismo instante en que él siente cómo está por terminar.
La diferencia es que conforme ella vuelve a tomar ritmo, el espacio entre su placer y el orgasmo se acorta rápidamente. Es una técnica utilizada por expertas. Llevar casi al placer máximo al hombre, detener todo movimiento para que la presión aumente. Volver a continuar sabiendo que esta vez deberá parar todo mucho antes porque la tensión anterior se acumula y potencia las sensaciones. Así, cuando permita que alcance el orgasmo, éste será brutal. Y si le aumenta el hecho de que está aplicando la petit morte... La cuarta vez que empieza a moverse, es más fuerte que todas. Sus movimientos más rápidos, el golpeteo contra sus caderas más fuertes lo que provoca una intromisión de su pene hasta lo más profundo y cuando Septimus piensa que va a parar, aprieta con más fuerza su tráquea hasta hacer que alcance el orgasmo con violencia y desespero, aunado a la sensación de rasguñar su costado sabiendo que eso le excita sobremanera dejando rastros sangrientos en el proceso. Ella misma, se deja llevar por fin, alcanzando la cima con un grito desesperado que se convierte en una risa de completa posesión.
Le sabe suyo, tanto que duele.
Uno de ellos, es el que ahora se encuentra dándole el placer que requiere su cuerpo. Se dice que en la cama, no debe prometerse ni jurarse porque en plena pérdida de la mente por las sensaciones, se concede todo con tal de seguir teniendo el placer. En la antigua Grecia, los juramentos hechos en el lecho, no tenían validez, a tal grado los hombres saben cuánto pueden perder por aquéllos que los poseen. Sí, no es aquél que penetra el dominante, si no el que recibe porque lo contiene y le da lo que necesita: el culmen de su lujuria y sus bajos instintos. Este licántropo entiende poco de lo que el arte del amor es, un desconocimiento que para la mujer, es un arma perfecta, que esgrime sin dudar y que por supuesto, va a complacer sus propósitos: hacerse imprescindible para el macho, para que la puñalada por la espalda, el pecho o en los bajos, sea mucho más dolorosa.
Se afana en el sexo oral, le reclama un lugar que él no concedió a nadie a través de todos estos años porque de lo contrario, la situación sería diferente. Requiere con firmeza, en tanto sus técnicas eróticas se dejan sentir en la tierna piel de los genitales masculinos haciendo que pierda parte del control y sean sus ojos cambiantes los que le demuestren que va por buen camino. Sus palabras afirmando cuánto le gusta, son el aliciente para que continúe con sus procederes cada vez más enfocados a obtener un logro mayor. Su exigencia para que tome el lugar que pide a cambio de darle más placer, es bien aceptada. Entiende que para recibir, hay que dar. La diferencia recae en que sus sentimientos no van impresos en esta rendición. Ignorante de que el hechizo la apresó también, piensa que lo hace para cumplir su venganza.
Cae en el lecho con el licántropo encima buscando separar sus piernas con la intención de atravesar sus barreras con una lanza cada vez más gruesa, pesada y firme. Lacerante, atraviesa su intimidad buscando esta vez la rendición total. Un jadeo emana de la garganta femenina con cada vaivén brusco y netamente masculino que marca un territorio que pretende conquistar. Ella lo admite, sus piernas se quedan firmes, las plantas sujetas al colchón para evitar que con cada embestida, se mueva demasiado de su lugar. Su interior está tan caliente y ansioso por continuar, por obtener un orgasmo que la separe de la realidad, que ni siquiera parece quejarse por la fuerza que sus arremetidas marcan. Cambian de posición dejando el control a la hembra, el macho se sujeta a sus caderas para continuar con ese alzar de pelvis golpeando el útero que le recibe con fuertes apretones que provocan gemidos en la mujer. Tras el beso, la exigencia se eleva en voz alta.
Lucy coloca las manos en el abdomen masculino, sinuosa cual serpiente, se mueve en pequeños movimientos circulares apretando alternadamente su interior para dar una diferente muestra de su habilidad. Sus uñas se encajan en la piel de esos cuadros cual lavadero antes de bajar con fuerza dejando a su paso surcos de los que brota un líquido rojizo. Sagaz, su mano sujeta la garganta del macho con ojos brillantes en un rostro perlado por el sudor adornado por una sonrisa libidinosa - este juego es de dos - aprieta con una fuerza mayor a la que él hubiera pensado que poseía la tráquea. Corta la respiración en un instante, sus caderas exigen más de lo que el macho puede dar, cuando da muestra de un vaivén incontrolable y que pocas mujeres pueden mantener por la rapidez de los movimientos y la profundidad con que se introduce ese trozo firme y hambriento de carne. Los golpes de las pelvis se escuchan en toda la habitación aunados a sus gemidos y pequeños jadeos.
Justo cuando siente el orgasmo, se detiene. Se sienta bien sobre él, sin moverse ni hacer ningún apretón con su útero para que la ansiedad lo domine permitiendo que pueda respirar un poco - quieto o ésto se termina y prometo que no volverás a tenerme en tu cama - amenaza con una voz oscura, con un brillo en los ojos que puede tomarse como un reto al macho - ¿Es que eres tan impaciente como para que no puedas dejarme ver cómo es que seré tu alfa? - le reta esperando unos instantes. Tras dos largos y dolorosos minutos, vuelve a tomar ritmo. Lento, suave, hasta volver a ser tan rápido que el culmen se alcanzará muy pronto, apretando su cuello con fuerza. Y justo cuando va a terminar, vuelve a detenerse por completo. Se sonríe de lado - ésto es lo que una odalisca hace en un harem, por eso son tan apreciadas, Septimus. Y ahora mismo, estás viviendo una experiencia por la que otros matarían. Quieto y sigue disfrutando - vuelve a moverse y a detenerse en el mismo instante en que él siente cómo está por terminar.
La diferencia es que conforme ella vuelve a tomar ritmo, el espacio entre su placer y el orgasmo se acorta rápidamente. Es una técnica utilizada por expertas. Llevar casi al placer máximo al hombre, detener todo movimiento para que la presión aumente. Volver a continuar sabiendo que esta vez deberá parar todo mucho antes porque la tensión anterior se acumula y potencia las sensaciones. Así, cuando permita que alcance el orgasmo, éste será brutal. Y si le aumenta el hecho de que está aplicando la petit morte... La cuarta vez que empieza a moverse, es más fuerte que todas. Sus movimientos más rápidos, el golpeteo contra sus caderas más fuertes lo que provoca una intromisión de su pene hasta lo más profundo y cuando Septimus piensa que va a parar, aprieta con más fuerza su tráquea hasta hacer que alcance el orgasmo con violencia y desespero, aunado a la sensación de rasguñar su costado sabiendo que eso le excita sobremanera dejando rastros sangrientos en el proceso. Ella misma, se deja llevar por fin, alcanzando la cima con un grito desesperado que se convierte en una risa de completa posesión.
Le sabe suyo, tanto que duele.
Lucinde Virtanen- Hechicero Clase Alta
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Re: Willpower +18 [Septimus]
El lobo estaba perdido en el placer, el placer más absoluto que daba la rubia, su rubia, que reclamaba ser su hembra, y el afirmaba que se lo deviera de ganar, el quería ver a ella deseosa, tanto o casi tanto como lo estaba él de ella, que la deseaba, la anelaba, era suya, toda ella, aunque ella aun no lo sabía, pero debía empezar a mentalizarse, todo en ella era perfecto, su voz, su preciosa melena color oro, sus ojos, su cara, su cuerpo, su olor, sus movimientos, el licántropo estaba embelesado, hipnotizado de ella, deseando escuchar más y más sus gemidos, que le excitaban tanto como atravesarla con su muy endurecido falo, que bombeaba violentamente el interior de ella, con esas embestidas, lentas, potentes, sin pausa, sabía que mantener el ritmo era importante para ella, para su placer, sabía como mantenerlo tenía aguante más que de sobra. La experiencia del que ha tenido muchas mujeres en el lecho, en su mayoría licántropas, pero tambien se había dejado llevar por la lascivia, y la competitividad que tenía con los gemelos por ser un don juan que atrayera a las mujeres, el aroma que estas le decía como comportarse, sus instintos animales eran un guia.
Y ahora estaba sobre la dulce rubia, en un comportamiento puramente animal, ella lo había invocado asi, lo había querido asi y así se lo daba el inquisidor, mientras rodaba para dejar a la femina en lo alto guiando él los fieros movimientos, notando como entraba en ella, mientras este se relamía como un lobo viendo su presa.
Ella lo araña, solo le excita más, está enajenado, fuera de sí, y esa maldita lo sabe, pero se encarga de que ella tambien pieda la cabeza, un juego de dos...si, si que lo era, el licántropo se ponía más ardiente al ver como ella misma se enervaba por cada entrada en ella, cada vaiven, el sonido de sus cuerpos chocar entre si, la fricción que provoca, los arañazos y la sangre que le encienden, dando roncos gemidos, casi sobrenaturales por completo. Ese sonido lascivo y lujurioso llena de sobre manera la habitación, el chocar de piel con piel, los gemidos y jadeos de ella, los guturales gemidos de él, que hacen que su miembro viril esté endurecido por segundos, mientras hacía más y más profunda la entrada en la intimidad de su humedecida rubia, que se movía guiada por la manos grandes y varoniles del lobo.
Más fue entonces, a las puertas del climax cuando ella se detuvo, cosa que desconcertó al lobo. Ella encima de él y el lobo la miraba casi enrojecido de la frustración. ¿A que demonios jugaba ella? Le estaba retando, y eso al lobo no le gustaba, la miró callado de intensa manera. -Estoy deseando ver como lo muestras bocadito.- Dijo con casi gutural voz por la excitación. Cuando le ahoga mientras ella marca el ritmo, él gruñe, más escucha las palabras que ella susurra por esos sensuales labios, asegurando su trabajo en un harem, él gruñe de manera sobrenatural. -Jamás volveras a pisar uno...si quieres ser mi alfa...tus encantos...¡¡solo conmigo!!.- Rugia el licántropo, posesivo, muerto de celos de solo pensarlo, más la tactica le enloquecía sin duda alguna, esas acciones de interrumpir cada vez que estaba cerca de llegar al más profundo y fuerte de los orgasmos.
La bestia enloquece por las acciones de ella, que muestra ser lo más habil en las tacticas, arrastrado junto a su rubia al más profundo de los orgasmos, llenandola de semente, explotando dentro de ella, mientras la apretaba contra él observando el rostro de ella. Mientras tras acabar el lobo jadeo sintiendose especialmente protector con la rubia a la que arrastra pegandola a él que rezuma calor, sofocados por el placer.
Y ahora estaba sobre la dulce rubia, en un comportamiento puramente animal, ella lo había invocado asi, lo había querido asi y así se lo daba el inquisidor, mientras rodaba para dejar a la femina en lo alto guiando él los fieros movimientos, notando como entraba en ella, mientras este se relamía como un lobo viendo su presa.
Ella lo araña, solo le excita más, está enajenado, fuera de sí, y esa maldita lo sabe, pero se encarga de que ella tambien pieda la cabeza, un juego de dos...si, si que lo era, el licántropo se ponía más ardiente al ver como ella misma se enervaba por cada entrada en ella, cada vaiven, el sonido de sus cuerpos chocar entre si, la fricción que provoca, los arañazos y la sangre que le encienden, dando roncos gemidos, casi sobrenaturales por completo. Ese sonido lascivo y lujurioso llena de sobre manera la habitación, el chocar de piel con piel, los gemidos y jadeos de ella, los guturales gemidos de él, que hacen que su miembro viril esté endurecido por segundos, mientras hacía más y más profunda la entrada en la intimidad de su humedecida rubia, que se movía guiada por la manos grandes y varoniles del lobo.
Más fue entonces, a las puertas del climax cuando ella se detuvo, cosa que desconcertó al lobo. Ella encima de él y el lobo la miraba casi enrojecido de la frustración. ¿A que demonios jugaba ella? Le estaba retando, y eso al lobo no le gustaba, la miró callado de intensa manera. -Estoy deseando ver como lo muestras bocadito.- Dijo con casi gutural voz por la excitación. Cuando le ahoga mientras ella marca el ritmo, él gruñe, más escucha las palabras que ella susurra por esos sensuales labios, asegurando su trabajo en un harem, él gruñe de manera sobrenatural. -Jamás volveras a pisar uno...si quieres ser mi alfa...tus encantos...¡¡solo conmigo!!.- Rugia el licántropo, posesivo, muerto de celos de solo pensarlo, más la tactica le enloquecía sin duda alguna, esas acciones de interrumpir cada vez que estaba cerca de llegar al más profundo y fuerte de los orgasmos.
La bestia enloquece por las acciones de ella, que muestra ser lo más habil en las tacticas, arrastrado junto a su rubia al más profundo de los orgasmos, llenandola de semente, explotando dentro de ella, mientras la apretaba contra él observando el rostro de ella. Mientras tras acabar el lobo jadeo sintiendose especialmente protector con la rubia a la que arrastra pegandola a él que rezuma calor, sofocados por el placer.
Septimus Abetegeovanni- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Re: Willpower +18 [Septimus]
El lobo disfruta de la hembra, no le cabe la menor duda y mientras él sigue siendo controlado por la mujer, la alusión al harén lo enloquece. Se nota cuando la reclama suya, es posesivo, celoso, dominante. Algo que le molestó en el pasado y que hoy le estremece. La hechicera culmina con un orgasmo bien logrado, buscado y recibido con largos y guturales gemidos antes de intentar echarse a un lado. El inquisidor la coloca sobre su pecho en un extraño -para ella- mohín de protección. Lucinde no necesita a nadie para sentirse protegida, ella se da su propia contención. Bosteza un poco sintiendo la piel caliente del lobo, la humedad del sudor, su olor a sexo y escucha su corazón latir muy acompasado. Sonríe de lado, acariciando su vientre, sus caderas, subiendo hasta sentir sus brazos en un extraño estado de confort.
Sin saber cómo los ojos se le cierran, sin pronunciar palabra. Descansa sobre él, sumiéndose en un mundo de sueños extraños, donde mira su antiguo hogar, escucha las alarmas, ve a su padre correr antes de ser brutalmente golpeado por un ser gigante para la joven de entonces diecisiete años, jadea con fuerza gritando. Entre sueños, la hechicera se remueve con el sudor en la frente. Susurrando una y otra vez - no, no... no... papá... no... - es esa pesadilla la que hace tantos años la dejara en paz, la cerrara como un pésimo capítulo de su vida en tanto su madre onírica recibe el mismo fin que su padre y ella en la oscuridad de la habitación emite un grito sofocado, empujando cualquier cosa que esté a su alcance, alejándose con fuerza - mamá, mamá... ¡Reacciona mamá! - es su desesperación en el grito la que está fusionada.
Sacude la cabeza, su cuerpo se mueve errático - ya viene, ya viene, ¡Mamá, corre! Ya viene - gime impotente al ver que el enorme vampiro aparece de la nada, con los colmillos desenfundados, dispuesto a agarrarla - ¡No te acerques! ¡No te acerques! ¿Qué te hicimos? ¿Qué te hicimos, por qué... por qué nos atacas? - grita con fuerza intentando alejarlo con las manos, es demasiado pesado, demasiado caliente, ¿Caliente? La piel del vampiro era demasiado fría. Busca con la mano algo con qué golpear su enorme mole, la toma. En la vida real, Lucinde está peleando con el lobo que quiere despertarla cuando le estampa en la cabeza una de las almohadas en tanto grita de dolor, sacudiendo las piernas intentando alejarse - ¡No! ¡No! ¡No me muerdas! ¡No! ¡No me mates! ¿Por qué? ¿Por qué? - le da otro golpe con el puño cerrado en la mandíbula, con esa fuerza propia de quien estuvo entrenando por años.
En sueños, Milo la muerde con violencia inusitada. Dicen que la mordida de un vampiro lleva a un orgasmo al contacto. En cambio, Lucinde sintió su muerte en ese mordisco - ¡Mamá! ¡Papá! ¡Nooo, suéltame, suéltame! - se debate sin control. Sus mejillas están llenas de lágrimas. En sueños, revive el final de su familia, uno que fue orquestado por el licántropo que intenta despertarla.
Sin saber cómo los ojos se le cierran, sin pronunciar palabra. Descansa sobre él, sumiéndose en un mundo de sueños extraños, donde mira su antiguo hogar, escucha las alarmas, ve a su padre correr antes de ser brutalmente golpeado por un ser gigante para la joven de entonces diecisiete años, jadea con fuerza gritando. Entre sueños, la hechicera se remueve con el sudor en la frente. Susurrando una y otra vez - no, no... no... papá... no... - es esa pesadilla la que hace tantos años la dejara en paz, la cerrara como un pésimo capítulo de su vida en tanto su madre onírica recibe el mismo fin que su padre y ella en la oscuridad de la habitación emite un grito sofocado, empujando cualquier cosa que esté a su alcance, alejándose con fuerza - mamá, mamá... ¡Reacciona mamá! - es su desesperación en el grito la que está fusionada.
Sacude la cabeza, su cuerpo se mueve errático - ya viene, ya viene, ¡Mamá, corre! Ya viene - gime impotente al ver que el enorme vampiro aparece de la nada, con los colmillos desenfundados, dispuesto a agarrarla - ¡No te acerques! ¡No te acerques! ¿Qué te hicimos? ¿Qué te hicimos, por qué... por qué nos atacas? - grita con fuerza intentando alejarlo con las manos, es demasiado pesado, demasiado caliente, ¿Caliente? La piel del vampiro era demasiado fría. Busca con la mano algo con qué golpear su enorme mole, la toma. En la vida real, Lucinde está peleando con el lobo que quiere despertarla cuando le estampa en la cabeza una de las almohadas en tanto grita de dolor, sacudiendo las piernas intentando alejarse - ¡No! ¡No! ¡No me muerdas! ¡No! ¡No me mates! ¿Por qué? ¿Por qué? - le da otro golpe con el puño cerrado en la mandíbula, con esa fuerza propia de quien estuvo entrenando por años.
En sueños, Milo la muerde con violencia inusitada. Dicen que la mordida de un vampiro lleva a un orgasmo al contacto. En cambio, Lucinde sintió su muerte en ese mordisco - ¡Mamá! ¡Papá! ¡Nooo, suéltame, suéltame! - se debate sin control. Sus mejillas están llenas de lágrimas. En sueños, revive el final de su familia, uno que fue orquestado por el licántropo que intenta despertarla.
Lucinde Virtanen- Hechicero Clase Alta
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Re: Willpower +18 [Septimus]
El lobo la degusta, la lame, la huele, se vacía dentro de ella llegando al placer más profundo y más con esa mujer, su rubia, su hembra, era suya quisiera ella o no, ella ya era de su absoluta propiedad, indipendientemente de lo que dijera o hiciera, asi lo había decidido. Lo que más disfruta es observarla en su orgasmo, es como una diosa del sexo, una afrodita en potencia, o venus...esas diosas paganas dignas de la tentación, asi como lo era ella. Él con el cuerpo perlado en sudor deslizaba su mano suavemente por el abdomen de ella hasta su pecho acariciando su redondez con delicadeza, de manera golosa antes de empujarla hacia él abrazandola, protegiendola, ahora despues de culminar, besando su hombro suavemente antes de dejarse caer en brazos de morfeo, tan agusto con el calor que ella emitia, más aun el que él mismo emitia, por su condición, no se percató de lo raro que se le hizo esa actitud a la hembra, pues estasiado de placer estaba gracas a ella. Abrazado a ella entreabriendo los labios dejando salir su calida y pesada respiración al dormir con su preciosa rubia.
El inquisidor se hayaba en un placentero sueño, hasta que un lejano susurro hizo que este empezara a tener conciencia de si mismo mientras dormía, sin terminar de abrir los ojos pero lo suficiente para abrazarla de manera más firme sintiendose muy agusto como estaba. Más la voz de ella le alarmó haciendo que abriera los ojos de color naranja mirando alrededor comprobando que la habitación estaba oscura y solos, entonces el inquisidor dirigió su mirada a la rubia a la cual acarició con suavidad antes de incorporarse ligeramente en la cama comprobando su estado.
Se percata de la pesadilla de la joven que intenta aplacar con suaves caricias, observando como la joven tenía una agonica pesadilla, más el lobo sabía bien que eso era producto de algún trauma enterrado, en la inquisición a veces tras torturar un tiempo a un hereje, en sus rondas nocturnas, cuando ellos dormían estos se comportaban de similar forma, suplicaban en sueños, teniendo horrorosas pesadillas con él, cosa que le causaba un placer indescriptible, pero en este momento le preocupaba la joven que tenía entre sus brazos desnuda.
Esta entra en panico y empieza a agitarse a pesar de las caricias que el inquisidor la propina intentando calmarla, al ver que no funciona Septimus se acerca más -Lucy....rubia...es una pesadilla.- Dice zarandeandola suavemente, al ver que la cosa parece ponerse en el sueño mucho más turbia, no gustandole ver los gestos de terror en el dulce rostro de su preciosa Lucy. Recibe un almohadazo en la cara que hace que el lobo sacuda ligeramente la cabeza y la sujete por los hombros con fuerza. -¡Lucy!.- Dice con un tono grave y alto aun con sus ojos encendidos, intando sacudirla, es entonces cuando recibe el puñetazo, que aunque no es lo más fuerte que ha recibido, le sorprende la presición y la fuerza, poco habitual en una dama, lo que provoca que por la sorpresa se muerda y se haga una herida en el labio que limpia rapidamente con la lengua observandola atonito.
Más no cae en ello en ese momento, la prioridad es despertarla. -¡¡Lucy!!-Ruge el licántropo preocupado por ella que parece sufrir en sueños, con esos gritos y sacudidas. Para su sorpresa ella llora por el horror que el poder onrico la ofrece en esa terrible pesadilla, el licántropo se ve obligado a abofetearla. -¡¡Despierta!!.- Dice dandola una sonora bofetada aunque no muy fuerte, pero esperando que reaccione, la mira respirando aceleradamente antes de abrazarla con fuerza aplastandola contra su pecho. -Tenias una pesadilla, no despertabas...tranquila mi pequeña rubia, estas a salvo, yo te protegeré.- Dijo en tono posesivo, agresivo, nervioso por la preocupación que sufrió durante ese momento.
El inquisidor se hayaba en un placentero sueño, hasta que un lejano susurro hizo que este empezara a tener conciencia de si mismo mientras dormía, sin terminar de abrir los ojos pero lo suficiente para abrazarla de manera más firme sintiendose muy agusto como estaba. Más la voz de ella le alarmó haciendo que abriera los ojos de color naranja mirando alrededor comprobando que la habitación estaba oscura y solos, entonces el inquisidor dirigió su mirada a la rubia a la cual acarició con suavidad antes de incorporarse ligeramente en la cama comprobando su estado.
Se percata de la pesadilla de la joven que intenta aplacar con suaves caricias, observando como la joven tenía una agonica pesadilla, más el lobo sabía bien que eso era producto de algún trauma enterrado, en la inquisición a veces tras torturar un tiempo a un hereje, en sus rondas nocturnas, cuando ellos dormían estos se comportaban de similar forma, suplicaban en sueños, teniendo horrorosas pesadillas con él, cosa que le causaba un placer indescriptible, pero en este momento le preocupaba la joven que tenía entre sus brazos desnuda.
Esta entra en panico y empieza a agitarse a pesar de las caricias que el inquisidor la propina intentando calmarla, al ver que no funciona Septimus se acerca más -Lucy....rubia...es una pesadilla.- Dice zarandeandola suavemente, al ver que la cosa parece ponerse en el sueño mucho más turbia, no gustandole ver los gestos de terror en el dulce rostro de su preciosa Lucy. Recibe un almohadazo en la cara que hace que el lobo sacuda ligeramente la cabeza y la sujete por los hombros con fuerza. -¡Lucy!.- Dice con un tono grave y alto aun con sus ojos encendidos, intando sacudirla, es entonces cuando recibe el puñetazo, que aunque no es lo más fuerte que ha recibido, le sorprende la presición y la fuerza, poco habitual en una dama, lo que provoca que por la sorpresa se muerda y se haga una herida en el labio que limpia rapidamente con la lengua observandola atonito.
Más no cae en ello en ese momento, la prioridad es despertarla. -¡¡Lucy!!-Ruge el licántropo preocupado por ella que parece sufrir en sueños, con esos gritos y sacudidas. Para su sorpresa ella llora por el horror que el poder onrico la ofrece en esa terrible pesadilla, el licántropo se ve obligado a abofetearla. -¡¡Despierta!!.- Dice dandola una sonora bofetada aunque no muy fuerte, pero esperando que reaccione, la mira respirando aceleradamente antes de abrazarla con fuerza aplastandola contra su pecho. -Tenias una pesadilla, no despertabas...tranquila mi pequeña rubia, estas a salvo, yo te protegeré.- Dijo en tono posesivo, agresivo, nervioso por la preocupación que sufrió durante ese momento.
Septimus Abetegeovanni- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/05/2018
Re: Willpower +18 [Septimus]
Desde hacía mucho que no tenía pesadillas. En la Liga, se aprende control mental, de tus miedos e inquietudes, mostrar debilidad es símbolo de ineptitud. Los terrores nocturnos no son propios de los asesinos que ahí pululan. Así entonces, tuvo que trabajar en ello y creía erradicados esos momentos hasta ahora que despierta con la mejilla ardiendo y doliendo. Se lleva la palma a ésta sin comprender del todo lo sucedido, aún presa de sus temblores, del sudor frío que la recorre. Pudo ver de nuevo a aquél vampiro con los ojos inyectados en sangre queriendo morder su cuello. Lo hubiera hecho de no ser porque Karsh le envolvió en sus poderes y las ilusiones le hicieron creer al inquisidor que mató a la chica.
La muralla de huesos, músculos y piel, le envuelve. Por instantes, se sacude, más nota que es un hombre quien la abraza, se agita contra su cuerpo, le estrecha con fuerza y violencia intentando calmar su alma que está rebelde queriendo alejarse de él porque él fue el causante de todo. Sacude la cabeza todavía aturdida hasta que le empuja y le da tremendo bofetón - ¡TODO FUE TU CULPA! ¡TODO FUE TU MALDITA Y ASQUEROSA CULPA, BASTARDO! - le da otro empellón con fuerza, se separa de él para salir de la cama, tomar su vestido a duras penas e irse directo a la puerta, cubriendo su tórax con la tela, en plena crisis. Él lo provocó, él los encontró, él inició la cacería, él mató a sus padres, él se llevó a sus hermanas, él la dejó sola. Él, él, él.
Sale como bólido de la habitación para correr hacia la suya sin importarle nada que haya un par de miembros de la manada de Septimus que la observan atónitos antes de apresurar el paso hacia la habitación de su alfa uno de los omegas y el otro licántropo, perseguirla a paso veloz para ver dónde se mete. La hechicera entra en el cuarto que, se supone, es suyo, cerrando la puerta con un fuerte golpe que resuena en la oscuridad de la noche. Le pone la traba para evitar que alguien abra, metiéndose después en la cama, cubriéndose con las mantas llorando sin descanso, sin control, con desespero y angustia en tanto intercambia golpes en las almohadas, el colchón y algunos cuantos, en la marfileña piel de sus mejillas. ¿Cómo creyó que ésto iba a ser tan fácil? ¿Cómo creyó que podría encamarse con él sin consecuencias? Los gritos de sus padres todavía resuenan en su cabeza. Hay una parte de todo ésto que no olvida: la figura oscura de Septimus sobre los Virtanen antes de que ella misma, corriera a toda velocidad para ocultarse.
No pudo enfrentar al licántropo, de eso se lamenta y se culpa. Si lo hubiera enfrentado las cosas no serían diferentes, más es su propia culpa la que le obliga a creer que si hubiera hecho algo, sus padres estarían vivos. Y el hubiera no existe.
La muralla de huesos, músculos y piel, le envuelve. Por instantes, se sacude, más nota que es un hombre quien la abraza, se agita contra su cuerpo, le estrecha con fuerza y violencia intentando calmar su alma que está rebelde queriendo alejarse de él porque él fue el causante de todo. Sacude la cabeza todavía aturdida hasta que le empuja y le da tremendo bofetón - ¡TODO FUE TU CULPA! ¡TODO FUE TU MALDITA Y ASQUEROSA CULPA, BASTARDO! - le da otro empellón con fuerza, se separa de él para salir de la cama, tomar su vestido a duras penas e irse directo a la puerta, cubriendo su tórax con la tela, en plena crisis. Él lo provocó, él los encontró, él inició la cacería, él mató a sus padres, él se llevó a sus hermanas, él la dejó sola. Él, él, él.
Sale como bólido de la habitación para correr hacia la suya sin importarle nada que haya un par de miembros de la manada de Septimus que la observan atónitos antes de apresurar el paso hacia la habitación de su alfa uno de los omegas y el otro licántropo, perseguirla a paso veloz para ver dónde se mete. La hechicera entra en el cuarto que, se supone, es suyo, cerrando la puerta con un fuerte golpe que resuena en la oscuridad de la noche. Le pone la traba para evitar que alguien abra, metiéndose después en la cama, cubriéndose con las mantas llorando sin descanso, sin control, con desespero y angustia en tanto intercambia golpes en las almohadas, el colchón y algunos cuantos, en la marfileña piel de sus mejillas. ¿Cómo creyó que ésto iba a ser tan fácil? ¿Cómo creyó que podría encamarse con él sin consecuencias? Los gritos de sus padres todavía resuenan en su cabeza. Hay una parte de todo ésto que no olvida: la figura oscura de Septimus sobre los Virtanen antes de que ella misma, corriera a toda velocidad para ocultarse.
No pudo enfrentar al licántropo, de eso se lamenta y se culpa. Si lo hubiera enfrentado las cosas no serían diferentes, más es su propia culpa la que le obliga a creer que si hubiera hecho algo, sus padres estarían vivos. Y el hubiera no existe.
Lucinde Virtanen- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 20/05/2018
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Re: Willpower +18 [Septimus]
La pesadilla parecía atormentar mucho a la rubia y Septimus intentaba de despertarla notando el sufrimiento, el horror, dejando que entre sueños los golpes al lobo fueran así permitidos y sin repercursión pues su principal cometido era despertarla, que era lo que realmente quería, que ese terror que sentía su dulce rubía se apagase, que despertara abriera los ojos y se encontrara con los azules del licántropo, quería que despertara y percibiera la protección y el sosiego que él podía ofrecerla a ella, la agitaba y la llamaba, la abofeteaba suavemente para buscar espabilarla mientras ella se debatía en sueños, el olor a miedo aumentaba, eso preocupó de sobre manera al licántropo, aunque no era la primera vez que trataba a alguien con terrores nocturnos, pues las dos hermanas habían subrido de estos, Xanandra en menor de sus medidas pues el lavado de cerebro que le hizo uno de los gemelos fue realmente util, pero el subconsciente a veces se interponía, así que a veces los había tenido, pero Wanda, la más pequeña los sufrió sin entenderlos, asi que estos terrores a Septimus le desvertaron un pequeño Deja Vu que hizo que frunciera el ceño durante unos instantes.
Más lo que no se esperó el licántropo fue esa reacción que tuvo que hizo que Septimus la mirara totalmente absorto, el licántropo la abrazaba buscando que su calor y su respiración tranquila sirviera para calmar los animos, pero cuando la tenía entre sus brazos ella empezó a devatirse, como un pez que se escabulle de entre las manos con sus resbaladizas escamas, Lucy se escapó de Septimus mirandole aturdida e irascible, Septimus sonrió mirandola. -Eh, eh, eh, tranquila, está a salvo conmigo nena.- Dijo este rapidamente, pero ella no pareció escuchar nada, pues le empujó y dió un tremendo bofetón que Septimus no se esperó, no le giró siquiera la cara pero hizo que perplejo la mirase, ella le gritó sin que Septimus comprendiera antes de llevarse otro bien sonoro. Septimus serió la observaba cuando esta se levantó dispuesta a salir corriendo de alli, todo esto causó un tremendo revuelo en la mansión del Abetegeovanni.
El lobo miró a sus dos hombres antes de levantarse a toda velocidad, iba desnudo pero no encontró tampoco motivo para taparse, a paso rapido salió de su cuarto, y miró como sus dos omegas aporreaban la puerta del cuarto de Lucy que previamente había cerrado de un portazo, los dos omegas llamaban agresivamente. -¡Basta!.- Rugé Septimus apareciendo en el oscuro humbral, los dos hombres se giraron a mirarle sorprendidos por la orden directa del lobo alfa. -Dejadla en paz, que duerma ahí..no la molesteis.- Rugió para despejar la entrada y que los lobos siquieran con lo suyo.
Septimus miró la puerta cerrada colocando su mano en el pomo comprobando así que habían echado el cerrojo, con desconcierto el lobo se acercó a la puerta apoyando su oreja para oir a la joven en su interior, olía su ira, su frustración y su odió, por hoy la daria espacio, pero esto no se quedaría así, ni mucho menos, ya hablara con ella por que todo eso no tiene sentido, y a la vez le es un comportamiento tan familiar que al lobo no le es pasado por alto esos detalles, por ahora que se desahogue y descanse, ya encontrará el momento de hablar con ella largo y tendido, muchas cosas no le cuadra.
Más lo que no se esperó el licántropo fue esa reacción que tuvo que hizo que Septimus la mirara totalmente absorto, el licántropo la abrazaba buscando que su calor y su respiración tranquila sirviera para calmar los animos, pero cuando la tenía entre sus brazos ella empezó a devatirse, como un pez que se escabulle de entre las manos con sus resbaladizas escamas, Lucy se escapó de Septimus mirandole aturdida e irascible, Septimus sonrió mirandola. -Eh, eh, eh, tranquila, está a salvo conmigo nena.- Dijo este rapidamente, pero ella no pareció escuchar nada, pues le empujó y dió un tremendo bofetón que Septimus no se esperó, no le giró siquiera la cara pero hizo que perplejo la mirase, ella le gritó sin que Septimus comprendiera antes de llevarse otro bien sonoro. Septimus serió la observaba cuando esta se levantó dispuesta a salir corriendo de alli, todo esto causó un tremendo revuelo en la mansión del Abetegeovanni.
El lobo miró a sus dos hombres antes de levantarse a toda velocidad, iba desnudo pero no encontró tampoco motivo para taparse, a paso rapido salió de su cuarto, y miró como sus dos omegas aporreaban la puerta del cuarto de Lucy que previamente había cerrado de un portazo, los dos omegas llamaban agresivamente. -¡Basta!.- Rugé Septimus apareciendo en el oscuro humbral, los dos hombres se giraron a mirarle sorprendidos por la orden directa del lobo alfa. -Dejadla en paz, que duerma ahí..no la molesteis.- Rugió para despejar la entrada y que los lobos siquieran con lo suyo.
Septimus miró la puerta cerrada colocando su mano en el pomo comprobando así que habían echado el cerrojo, con desconcierto el lobo se acercó a la puerta apoyando su oreja para oir a la joven en su interior, olía su ira, su frustración y su odió, por hoy la daria espacio, pero esto no se quedaría así, ni mucho menos, ya hablara con ella por que todo eso no tiene sentido, y a la vez le es un comportamiento tan familiar que al lobo no le es pasado por alto esos detalles, por ahora que se desahogue y descanse, ya encontrará el momento de hablar con ella largo y tendido, muchas cosas no le cuadra.
Fin del tema.
Septimus Abetegeovanni- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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