AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Una mañana diferente [Septimus]
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Una mañana diferente [Septimus]
Apenas hacía unos días que había llegado a Paris, pero ya se había asentado en el lugar, nunca le costaba hacerlo. Acostumbrarse a nuevas situaciones se había convertido en algo habitual para Victoria Bennet. Hacía justo cinco años que no pisaba tierra francesa, desde su luna de miel con Samuel, pero la ciudad estaba tal y como la recordaba. Por aquel entonces había venido por Samuel... ahora, también lo hacía por él, pero por un motivo muy diferente y mucho menos agradable.
La mansión que tenía en Paris, propiedad de su difunto esposo, había permanecido tres años cerrada, desde la muerte de Samuel, y a pesar de que había mantenido a media docena de criados para que se ocuparan de la mansión superficialmente durante ese tiempo, había tenido que contratar a varios más para limpiar a fondo el hogar y ponerlo a punto. No había avisado de que llegaba, su llegada había sido del todo imprevista, así que durante los días anteriores Victoria también había trabajado en la limpieza, sin ningún miedo a ensuciarse las manos. Además, aquello le ayudaba a no pensar en todo lo que le había pasado en esos tres años que llevaba sola y sin Samuel.
Aquella mañana había salido a dar un paseo por la ciudad, después de los días que había estado encerrada en la mansión mientras daban brillo a los suelos o quitaban el polvo, necesitaba tomar una bocanada de aire fresco. Y darse un capricho, ¿por qué no? Hacía demasiado tiempo que no iba a la modista a hacerse trajes nuevos, de hecho aún llevaba algunos de los que había estado utilizando para guardar luto a Samuel. Quizá se atreviese y se pidiera alguna tela de un color más vivo... pero después de tanto tiempo vistiendo de oscuro, no se veía llevando los brillantes colores que había utilizado durante los primeros años de su matrimonio.
Decidió visitar a madame Fournier, una de la mejor modista parisina, y entró en su tienda cuando el cielo empezaba a oscurecerse y cubrirse de nubes, amenazando tormenta.
La mansión que tenía en Paris, propiedad de su difunto esposo, había permanecido tres años cerrada, desde la muerte de Samuel, y a pesar de que había mantenido a media docena de criados para que se ocuparan de la mansión superficialmente durante ese tiempo, había tenido que contratar a varios más para limpiar a fondo el hogar y ponerlo a punto. No había avisado de que llegaba, su llegada había sido del todo imprevista, así que durante los días anteriores Victoria también había trabajado en la limpieza, sin ningún miedo a ensuciarse las manos. Además, aquello le ayudaba a no pensar en todo lo que le había pasado en esos tres años que llevaba sola y sin Samuel.
Aquella mañana había salido a dar un paseo por la ciudad, después de los días que había estado encerrada en la mansión mientras daban brillo a los suelos o quitaban el polvo, necesitaba tomar una bocanada de aire fresco. Y darse un capricho, ¿por qué no? Hacía demasiado tiempo que no iba a la modista a hacerse trajes nuevos, de hecho aún llevaba algunos de los que había estado utilizando para guardar luto a Samuel. Quizá se atreviese y se pidiera alguna tela de un color más vivo... pero después de tanto tiempo vistiendo de oscuro, no se veía llevando los brillantes colores que había utilizado durante los primeros años de su matrimonio.
Decidió visitar a madame Fournier, una de la mejor modista parisina, y entró en su tienda cuando el cielo empezaba a oscurecerse y cubrirse de nubes, amenazando tormenta.
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Re: Una mañana diferente [Septimus]
Los rayos del sol eran sumamente peligrosos para la piel de un aparentemente joven vampiro que permanecía de pie en una de las entradas de la calle mayor, a la cual el sol no llegaba a abrazar nunca debido a la distribución de los edificios de los alrededores. Septimus yacía de pie, con la espalda resguardada por una alta pared mientras sostenía con valentía un paquete de periódicos mientras alzaba uno con la mano libre y lo agitaba al aire, anunciando a voces la notícia del día. - ¡Extra! ¡Extra! ¡Suben los impuestos! - Gritaba una y otra vez con dulce voz de adolescente mientras su mirada permanecía siempre empañada tras esa fina membrana blanquecina. La gente iba y venía en un movimiento incansablemente pendular. De casa al trabajo, del trabajo a casa. O al menos la mayoría de ellos o los que habían de trabajar para subsistir, como él.
El cielo se oscurecía, mas el muchacho no tenía manera de percatarte de tal hecho, teniendo en cuenta que no le rodeaba más que oscuridad, dulce pero solitaria oscuridad. Una gota. Dos gotas. Tres gotas. Poco a poco los ángeles empezaron a llorar la desgracia de un pobre vampiro solo en las calles, tratando de vender unos periódicos en los que la gente ya no creía por la cantidad de veces que habían sido manipulados por la misma família real. - ¡Extra! ¡Extra! ¡La família real ha anunciado que el diezmo subirá a finales de temporada! - Septimus, a pesar de empezar a sentir la ropa pegada a su marmórea y pálida piel, siguió gritando los titulares de esos periódicos que empezaban a pesar como muertos en su brazo izquierdo.
Acabaron chorreando y se le cayeron. Septimus se apresuró a agacharse y tantear el suelo encharcado con sus pequeñas manos sucias mientras recogía sus pertenencias sin siquiera caer en la idea de marcharse y abandonar su cometido como reparteperiódicos de la avenida principal. Se puso en pie, con el papel mojado arrugado entre sus brazos mientras luchaba por colocarse bien una boina a cuadros empapada que parecía decidida a practicar caída libre por los laterales de su ovalada cabeza. Todo él chorreaba, incapaz de absorver todas las lágrimas que el cielo le propinaba a modo de castigo por sus pecados, si es que los había cometido.
El cielo se oscurecía, mas el muchacho no tenía manera de percatarte de tal hecho, teniendo en cuenta que no le rodeaba más que oscuridad, dulce pero solitaria oscuridad. Una gota. Dos gotas. Tres gotas. Poco a poco los ángeles empezaron a llorar la desgracia de un pobre vampiro solo en las calles, tratando de vender unos periódicos en los que la gente ya no creía por la cantidad de veces que habían sido manipulados por la misma família real. - ¡Extra! ¡Extra! ¡La família real ha anunciado que el diezmo subirá a finales de temporada! - Septimus, a pesar de empezar a sentir la ropa pegada a su marmórea y pálida piel, siguió gritando los titulares de esos periódicos que empezaban a pesar como muertos en su brazo izquierdo.
Acabaron chorreando y se le cayeron. Septimus se apresuró a agacharse y tantear el suelo encharcado con sus pequeñas manos sucias mientras recogía sus pertenencias sin siquiera caer en la idea de marcharse y abandonar su cometido como reparteperiódicos de la avenida principal. Se puso en pie, con el papel mojado arrugado entre sus brazos mientras luchaba por colocarse bien una boina a cuadros empapada que parecía decidida a practicar caída libre por los laterales de su ovalada cabeza. Todo él chorreaba, incapaz de absorver todas las lágrimas que el cielo le propinaba a modo de castigo por sus pecados, si es que los había cometido.
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Re: Una mañana diferente [Septimus]
A madame Fournier casi le dio un ataque cuando vio a Victoria Bennet, condesa de Hartland, entrar en la lujosa tienda con semejante guisa. La mujer, con un peinado tan emplumado que parecía un ganso, puso el grito en el cielo al ver el oscuro vestido que cubría un cuerpo tan joven. Después de cinco años, había creído que madame Fournier no la reconocería, pero lo hizo de inmediato. Nada más empujó la puerta y sonó con un tintileo el movible de metal que colgaba del techo, madame reconoció a la petite Victoire.
De inmediato, se la llevó a la trastienda, la sentó en una silla tapizada como un pastel y sirvió un par de copas de champagne con pastas francesas... y la obligó a contarle todo lo que había pasado. Hacía cinco años que no se veían, pero cuando Victoria empezó a hablar parecía que todo aquel tiempo no había pasado. Hablaron más de una hora antes de madame Fournier le tomase las medidas, ya que su cuerpo, en esos cinco años, había dejado de ser el de una adolescente para convertirse en el de una mujer. La mujer le tomó las medidas a una velocidad de vértigo y después empezó a hacer todo tipo de anotaciones en el papel antes de sacar las telas. Victoria se decantó hacia colores oscuros y sobrios, como el verde, el gris, el marrón... aún así, madame Fournier la convenció para que eligiese una seda dorada que acaba de recibir. Aunque Victoria sabía que nunca se pondría un vestido con semejante tela. A veces aceptabas cosas simplemente para que el otro dejase de insistir.
Cuando salió de la tienda, habían pasado unas buenas dos horas y estaba lloviendo a mares. Estuvo tentada de volver al interior de la tienda, pero el parloteo de madame Fournier que le esperaba dentro si volvía le hizo elegir cruzar la calle hacia el café que había en frente.
La lluvia golpeó sobre ella y las capas y capas de su falda se empaparon de inmediato, haciéndose pesadas. Sentía el agua chorreando por su cara y los mechones de pelo pegándose al rostro, unos mechones que se habían soltado del peinado.
-¡Extra! ¡Extra! ¡La família real ha anunciado que el diezmo subirá a finales de temporada!
Escuchó la voz infantil por encima del sonido de la lluvia y giró el rostro hacia el lugar de donde procedía. Un niño, cargado con un montón de periódicos mojados que seguramente ahora pesaban más que él, luchaba contra la inclemencia del tiempo para ganarse un par de monedas. Seguramente, ni siquiera había comido nada en toda la mañana. Fue incapaz de ignorarlo y se acercó hacia él, ya completamente empapada.
-¿Podrías darme un periódico, garçon?-le preguntó mientras se retiraba del rostro los mechones húmedos de su pelo.
De inmediato, se la llevó a la trastienda, la sentó en una silla tapizada como un pastel y sirvió un par de copas de champagne con pastas francesas... y la obligó a contarle todo lo que había pasado. Hacía cinco años que no se veían, pero cuando Victoria empezó a hablar parecía que todo aquel tiempo no había pasado. Hablaron más de una hora antes de madame Fournier le tomase las medidas, ya que su cuerpo, en esos cinco años, había dejado de ser el de una adolescente para convertirse en el de una mujer. La mujer le tomó las medidas a una velocidad de vértigo y después empezó a hacer todo tipo de anotaciones en el papel antes de sacar las telas. Victoria se decantó hacia colores oscuros y sobrios, como el verde, el gris, el marrón... aún así, madame Fournier la convenció para que eligiese una seda dorada que acaba de recibir. Aunque Victoria sabía que nunca se pondría un vestido con semejante tela. A veces aceptabas cosas simplemente para que el otro dejase de insistir.
Cuando salió de la tienda, habían pasado unas buenas dos horas y estaba lloviendo a mares. Estuvo tentada de volver al interior de la tienda, pero el parloteo de madame Fournier que le esperaba dentro si volvía le hizo elegir cruzar la calle hacia el café que había en frente.
La lluvia golpeó sobre ella y las capas y capas de su falda se empaparon de inmediato, haciéndose pesadas. Sentía el agua chorreando por su cara y los mechones de pelo pegándose al rostro, unos mechones que se habían soltado del peinado.
-¡Extra! ¡Extra! ¡La família real ha anunciado que el diezmo subirá a finales de temporada!
Escuchó la voz infantil por encima del sonido de la lluvia y giró el rostro hacia el lugar de donde procedía. Un niño, cargado con un montón de periódicos mojados que seguramente ahora pesaban más que él, luchaba contra la inclemencia del tiempo para ganarse un par de monedas. Seguramente, ni siquiera había comido nada en toda la mañana. Fue incapaz de ignorarlo y se acercó hacia él, ya completamente empapada.
-¿Podrías darme un periódico, garçon?-le preguntó mientras se retiraba del rostro los mechones húmedos de su pelo.
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Re: Una mañana diferente [Septimus]
Septimus seguía empapando sus bastardos pero sencillos atuendos mientras dilubiaba sobre su cabeza. Ya no podía diferenciar el ruido de las pisadas aceleradas de las personas cercanas por culpa del ruido de la lluvia al ametrallar las losas del suelo de París. Cerró con fuerza las mandíbulas y siguió agarrando ese montón de papeles mojados y pesados que realmente no se le resistían por el peso -dado que su vampírica condición le otorgaba una facil solución a eso- pero sí por su tacto. Eran sumamente resvaladizos por unas pequeñas manos de inmortal que parecían decididas a no perder una eterna torpeza.
Gruñó un poco y un truno quebró la monotonía no demasiado lejos, por suerte, no temía a las tormentas eléctricas. Se limitó a cerrar con fuerza esos ojos y a apreciar que la sensación era la misma que la de tenerlos abiertos, estaba completamente rodeado de oscuridad las veinticuatro horas al día, siete días a la semana. Una femenina voz rompió el silencio mientras el muchacho ya se había rendido a resistirse y había dejado de lamentarse para poder dar otro grito anunciando los titulares. Esa voz femenina y cálida lo hizo alzar los párpados y seguir mirando al frente con esos ojos permanentemente encarcelados por una fina membrana blanquecina que le daban cierto aspecto a niño que necesita ser exorcizado. - ¡Claro, señora! ¡Son diez francos! - Gritó con su vocecilla aniñada, alzando la voz para que la lluvia no impidiera a la mujer oir el importe del periódico mientras le tendía un papel mojado que sería imposible de leer.
Unos guardias refugiados en un carruaje se detuvieron a su lado y observaron la escena con desagrado. Esperaban en su más fuero interior que aquella prestigiosa y adinerada mujer no se relacionara demasiado con la más sucia escoria parisina. Le preguntaron si necesitaba escolta hasta su mansión. Septimus no tardó en reconocer esas varoniles voces y gruñó encarando unos hombres cuyos rostros no podía ver; eran aquellos que en innombrables ocasiones lo habían golpeado por dirigirse sin educación a los de alta cuna.
Gruñó un poco y un truno quebró la monotonía no demasiado lejos, por suerte, no temía a las tormentas eléctricas. Se limitó a cerrar con fuerza esos ojos y a apreciar que la sensación era la misma que la de tenerlos abiertos, estaba completamente rodeado de oscuridad las veinticuatro horas al día, siete días a la semana. Una femenina voz rompió el silencio mientras el muchacho ya se había rendido a resistirse y había dejado de lamentarse para poder dar otro grito anunciando los titulares. Esa voz femenina y cálida lo hizo alzar los párpados y seguir mirando al frente con esos ojos permanentemente encarcelados por una fina membrana blanquecina que le daban cierto aspecto a niño que necesita ser exorcizado. - ¡Claro, señora! ¡Son diez francos! - Gritó con su vocecilla aniñada, alzando la voz para que la lluvia no impidiera a la mujer oir el importe del periódico mientras le tendía un papel mojado que sería imposible de leer.
Unos guardias refugiados en un carruaje se detuvieron a su lado y observaron la escena con desagrado. Esperaban en su más fuero interior que aquella prestigiosa y adinerada mujer no se relacionara demasiado con la más sucia escoria parisina. Le preguntaron si necesitaba escolta hasta su mansión. Septimus no tardó en reconocer esas varoniles voces y gruñó encarando unos hombres cuyos rostros no podía ver; eran aquellos que en innombrables ocasiones lo habían golpeado por dirigirse sin educación a los de alta cuna.
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Re: Una mañana diferente [Septimus]
La lluvia caía con furia, obligándola a entrecerrar los ojos, y apenas lograba ver con nitidez al chico, que además se encontraba en un portal sumido en la oscuridad. Bajó la cabeza y abrió el pequeño bolso que estaba anudado a su muñeca, luego rebuscó con rapidez los francos. Justo en ese momento escuchó una voz masculina y dejó de rebuscar para volverse hacia el lugar de donde procedía. Eran dos guardias montados en un carruaje, haciendo su ronda, que se ofrecían para escoltarla a casa.
-Oh, gracias. Pero no será necesario –sonrió, mostrando una de sus mejores sonrisas-. ¡Que pasen un buen día a pesar del tiempo, señores! –los despachó con elegancia antes de volver a rebuscar en el bolso.
Escuchó el sonido del carruaje y los cascos de los caballos por encima de la lluvia mientras se alejaban calle abajo en el mismo momento en el que sacaba del bolso diez francos. Alzó la cabeza con una sonrisa satisfecha.
-Aquí… -la voz se le atascó en la garganta cuando su mirada se cruzó con la del niño y unos ojos desenfocados, casi ahumados, la miraron desde aquel rostro infantil-… tienes –terminó sin aliento.
Es ciego, se dijo.
Su cuerpo parecía haberse quedado congelado y sentía una especie de mano de hielo estrujando su corazón, apretando su pecho. Que un niño se viera obligado a soportar todo aquello ya era de por sí horrible, pero que además ese niño fuese ciego… se le formó un nudo en la garganta. Ningún niño merecía aquello.
Alargó sus manos enguantadas, cuyos guantes ya estaban completamente mojados, y tomó una mano del niño. La abrió con sus dedos y colocó en la palma de su mano los francos, luego cerró la pequeña mano infantil en un puño.
-¿Has comido algo hoy, chico?
-Oh, gracias. Pero no será necesario –sonrió, mostrando una de sus mejores sonrisas-. ¡Que pasen un buen día a pesar del tiempo, señores! –los despachó con elegancia antes de volver a rebuscar en el bolso.
Escuchó el sonido del carruaje y los cascos de los caballos por encima de la lluvia mientras se alejaban calle abajo en el mismo momento en el que sacaba del bolso diez francos. Alzó la cabeza con una sonrisa satisfecha.
-Aquí… -la voz se le atascó en la garganta cuando su mirada se cruzó con la del niño y unos ojos desenfocados, casi ahumados, la miraron desde aquel rostro infantil-… tienes –terminó sin aliento.
Es ciego, se dijo.
Su cuerpo parecía haberse quedado congelado y sentía una especie de mano de hielo estrujando su corazón, apretando su pecho. Que un niño se viera obligado a soportar todo aquello ya era de por sí horrible, pero que además ese niño fuese ciego… se le formó un nudo en la garganta. Ningún niño merecía aquello.
Alargó sus manos enguantadas, cuyos guantes ya estaban completamente mojados, y tomó una mano del niño. La abrió con sus dedos y colocó en la palma de su mano los francos, luego cerró la pequeña mano infantil en un puño.
-¿Has comido algo hoy, chico?
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Re: Una mañana diferente [Septimus]
Torrentes de lágrimas celestiales bañaban las simples ropas del chico, compuestas por unas viejas mayas gastadas y una ancha camisa blanca que ahora se pegaba a su marmóreo cuerpo, mostrando hasta un poco de su costillar de extrema palidez. Su pelo color rubio ceniza chorreaba manantiales mientras la boina oscurecía al no poder absorber ya más agua que caía del cielo. La guardia seguía ahí, mirándolo fijamente como si aguardaran a que el muchacho soltara alguna de sus faltas de respeto hacia una persona de acurada educación como podía ser esa mujer, y golpearlo con las varas de las lanzas para escarmentarlo como tantas otras veces habían hecho. El niño ciego parecía ser uno de sus más divertidos y crueles entretenimientos. Otra excusa para dejar aflorar en su marmóreo pecho la semilla de la revolución.
La mujer, para su fortuna, no lo forzó a decir nada más, cosa que facilitó el hecho de no faltarle al respeto. Se limitó a despedir a la guardia que le prometieron al chico con un silvido disimulado que le estarían vigilando, mas él no reparaba en esas cosas, preocupado de sostener el papel mojado para que ella pudiera tomarlo. Se lo entregó y pudo percibir cómo ella abría los labios para entregarle lo que le debía pero enmudecía a media frase, seguramente al encontrarse con su ausente mirada. No era ni la primera ni la última vez que alguien cambiaba su comportamiento al ver que ese aparentemente crío solo estaba rodeado de una intrigante y malévola oscuridad permanente. - Gracias. - Se limitó a susurrar cuando tuvo las monedas en la mano, posteriormente se las llevó a un saquito que tenía en el cinturón y escuchó su pregunta para negar. - ¡No, no he comido, señora! - Alzó de nuevo la voz para ser oído.
La mujer, para su fortuna, no lo forzó a decir nada más, cosa que facilitó el hecho de no faltarle al respeto. Se limitó a despedir a la guardia que le prometieron al chico con un silvido disimulado que le estarían vigilando, mas él no reparaba en esas cosas, preocupado de sostener el papel mojado para que ella pudiera tomarlo. Se lo entregó y pudo percibir cómo ella abría los labios para entregarle lo que le debía pero enmudecía a media frase, seguramente al encontrarse con su ausente mirada. No era ni la primera ni la última vez que alguien cambiaba su comportamiento al ver que ese aparentemente crío solo estaba rodeado de una intrigante y malévola oscuridad permanente. - Gracias. - Se limitó a susurrar cuando tuvo las monedas en la mano, posteriormente se las llevó a un saquito que tenía en el cinturón y escuchó su pregunta para negar. - ¡No, no he comido, señora! - Alzó de nuevo la voz para ser oído.
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Re: Una mañana diferente [Septimus]
Tomó el periódico empapado que le tendía y se lo colocó bajo el brazo mientras observaba al niño tantear con las manos el saquito que pendía de su cintura infantil, un saquito donde metió las monedas, produciendo un leve tintineo que apenas se escuchó. Las manos del niño se movían, pero su mirada seguía fija en algún punto perdido. Una mirada que, a pesar de vivir en la oscuridad, parecía llena de luz.
Quizá era demasiado tierna y su alma era demasiado cándida, como Samuel le había repetido en muchas ocasiones, pero era incapaz de dejar a aquel niño abandonado a su suerte, hambriento y bajo aquella furiosa lluvia. Tal vez ni siquiera tenía un lugar en el que guarecerse.
Cualquier otra persona en aquella situación habría hecho lo mismo que ella, no podía concebir que no fuese así. Todo el mundo tenía un corazón, más frío o más duro, pero todo el mundo lo tenía…
-¿Te gustaría comer algo? –no esperó a que respondiese, simplemente lo tomó de la mano-. Acompáñame, chico. Puedes dejar ahí los periódicos, los compraré todos.
Quizá era demasiado tierna y su alma era demasiado cándida, como Samuel le había repetido en muchas ocasiones, pero era incapaz de dejar a aquel niño abandonado a su suerte, hambriento y bajo aquella furiosa lluvia. Tal vez ni siquiera tenía un lugar en el que guarecerse.
Cualquier otra persona en aquella situación habría hecho lo mismo que ella, no podía concebir que no fuese así. Todo el mundo tenía un corazón, más frío o más duro, pero todo el mundo lo tenía…
-¿Te gustaría comer algo? –no esperó a que respondiese, simplemente lo tomó de la mano-. Acompáñame, chico. Puedes dejar ahí los periódicos, los compraré todos.
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