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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Rumanella Tocci Miér Mayo 30, 2018 8:24 am

Se sentía abrumada. Sí, ella había elegido eso y las cosas se estaban dando incluso mejor de lo que había deseado, todo estaba saliéndole demasiado bien en esa tierra, pero Rumanella se sentía abrumada. Pensar todo el tiempo las palabras correctas en francés, detenerse con paciencia a leer los carteles… mentalmente París la agotaba. Entretanto, de su presa no tenía noticias, eso también contribuía a su negativismo. Aunque sabía bien que no estaba en lo cierto, a veces sentía que se había embarcado en esa aventura en vano, que nunca daría con él, que estaba perdiendo tiempo valioso, que no estaba todavía preparada para enfrentarlo.

Buscando dejar de pensar, mientras rondaba las calles del centro en esa noche de verano, Rumanella decidió permitirse un descanso. ¿Qué estaba haciendo? ¿Acaso creía que hallaría a Kyro a la vuelta de esa esquina? Sabía que no, pero prefería vagar sin destino antes que estar quieta en su cama, torturándose una y otra vez con los mismos recuerdos de siempre. Así fue que ingresó en la taberna, deseando beber algo fresco y entrenar su ya virtuosa visión. Esa era su ventaja, que crecía al estar en un país impropio, ella se volvía más atenta para comprender su entorno, mucho más observadora.


-Cerveza, por favor –pidió, con un marcado acento italiano, mientras se acodaba al final de la barra. Prefería ese puesto y no los centrales, pues siempre buscaba tener su espalda contra una pared, en nadie confiaba.

Estaba deseosa de quitarse el abrigo, una chaqueta azul oscura que cubría la parte superior de su vestido negro y que podía parecer masculina, aunque ella misma le había bordado algunas flores para decorarla. Pero si se la quitaba perdería el rápido acceso a sus cuchillas, por eso se resignaba a pasar el calor de esa noche, lo prefería antes de sentirse desprotegida.

Mientras aguardaba por su cerveza, se concentró en estudiar el entorno amonestándose por no haberlo hecho antes de sentarse… esas eran las cosas que hacían la diferencia, las que podrían salvarle la vida llegado el caso. Estudiar el lugar y a los clientes tendría que haber sido lo primero, antes de sentarse, antes de pedir la cerveza y antes de quejarse mentalmente del calor… era un error que no se podía perdonar porque la vida –y los vampiros que la vivían inmerecidamente- no se lo perdonarían si tuvieran la oportunidad.

Observó las mesas, un grupo de hombres fumaba y jugaba a las cartas en el fondo. Gritaban y reían, esclavos del alcohol. Las meseras hablaban, alegres, en un rincón, acostumbradas a vivir lo mismo noche tras noche. Un hombre y una mujer peleaban en otra de las mesas y en la siguiente había dos muchachos que no parecían tener más de veinte años. A excepción de un hombre alto, ella era la única que había elegido la barra. Lo observó unos momentos y él lo notó, elevó su vaso hacia Rumanella y le habló:

-¡Por ti! –dijo y bebió-. ¿Qué tal estás esta noche, bonita?


-Mal y sin ganas de hablar con desconocidos –le respondió la italiana, poniendo los ojos en blanco. El cantinero le entregó su cerveza justo en ese momento y ella agradeció solo con un gesto antes de dar el primer trago.
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Mensaje por Dominic Kraemer Miér Jun 06, 2018 1:56 pm

París le había traído más sorpresas de las que en un principio creyó. El único propósito que tenía para visitar la capital francesa era encontrar a su hermana y conseguir que le devolviera los francos que había tenido que pagar a su esposo. Ya había encontrado a Shayla; en realidad, no le había costado demasiado trabajo. Visitar el campamento gitano de las afueras había sido todo un acierto, pero debió haber tenido en cuenta un pequeño detalle: su hermana no tenía forma de devolverle el dinero prestado. Y es que así lo veía él, como un adelanto que debía cobrar y, cuanto antes lo hiciera, antes podría reanudar su viaje.

Eso había creído hasta que aparcó su caravana y abrevó a sus caballos en las inmediaciones del campamento. Después de unos pocos días, se dio cuenta de que París era una ciudad que le podía brindar numerosas oportunidades y que, por supuesto, iba a aprovechar. Por un lado, estaban los negocios, increíblemente prósperos, que había podido vislumbrar en un par de ocasiones y en los que podía hacer gala de su asombrosos conocimientos equinos. La masiva cantidad de gente que habitaba era de gran ayuda también para encontrar otros asuntos, no tan lícitos —mucho menos morales—, con los que ganar dinero. Dominic tenía un don especial para ese tipo de cosas, así que si las había percibido significaba que existían realmente.

Por otro lado —y esto era lo que más le gustaba a Dominic— estaba el placer que brindaba la ciudad de París, de lo que el gitano sabía mucho. En concreto, del placer que le proporcionaba ver a una hermosa mujer que, a su vez, lo miraba a él con la misma intensidad en los ojos. ¡Oh, sí! París estaba repleto de mujeres bonitas que aparecían por sorpresa a la vuelta de la esquina y a las que miraba sin reparos, porque, ¿qué había de malo en ello? Algo sí había, y era la necesidad que se generaba en Dominic de intimar con una mujer, pero eso, como siempre, no suponía un problema para él.

Salió del burdel más cercano con una sonrisa pintada en la cara y el aroma de la suave piel de la joven prostituta todavía bajo la nariz. Habiendo saciado sus instintos más básicos, su cuerpo le pedía un poco de alcohol para cerrar la jornada con un buen sabor de boca. Caminó unos pocos metros hasta que encontrar la primera taberna y se metió sin pensar.

El ruido del interior era ensordecedor, o eso le pareció. El humo impedía ver con demasiada claridad, pero se acercó a la barra sin prestar demasiada atención a su alrededor y esperó a que el camarero —que estaba haciendo vaya Dios a saber qué en el otro extremo— se acercara. La voz rasgada del hombre que estaba sentado a su lado le obligó a mirar en su dirección. Escuchó que hablaba con una mujer y no quiso entrometerse; si fuera él el que estuviera intentando seducir a alguna, no permitiría que nadie se uniera a la conversación. La insistencia del tipo tras la negativa de ella, no obstante, le empezó a cansar enseguida. Dominic podía ser un mentiroso, un oportunista y un traidor, pero nunca con las mujeres.

¡Amigo! —gritó para hacerse oír y le dio una palmada fuerte en la espalda al hombre—. ¿Por qué no disfrutas tú solo de tu trago? La señorita ya ha dejado claro que no quiere hablar con desconocidos.

Haciendo gala de toda su desfachatez, se sentó en el taburete que había entre la joven y el borracho y se quedó ahí, con los brazos cruzados y apoyados sobre la barra. Aprovechó que el camarero traía la jarra de la joven para pedir lo suyo.

Ponme lo mismo que a ella.

Todavía no la había mirado siquiera —y mucho trabajo le estaba costando contenerse—, pero, en cuanto el cantinero dejó su jarra fresca de cerveza frente a él, Dominic la levantó y miró a la joven, brindando en su nombre sin emitir palabra. Nada más clavar sus ojos en ella pudo entender por qué el tipo había insistido tanto en darle conversación. Era preciosa.
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Mensaje por Rumanella Tocci Dom Jul 01, 2018 11:29 pm

Claro que a Rumanella le gustaba demostrar que podía defenderse sola, pero tampoco podría decirse que le molestase la cortesía de un caballero. Es más: la agradecía, hacía mucho que no se sentía cuidada por un hombre y el gesto del desconocido en esos momentos le agradó, hasta le hizo remontarse a los tiempos felices vividos con su prometido, algo de ese hombre se lo recordaba y Rumanella no pudo batallar contra el cosquilleo en su vientre, mezcla de añoranza y odio.

Kyro, ¿cuándo lo olvidaría? ¿Cuándo dejaría de verlo en cada hombre? Soñaba con él, sueños de lo que nunca serían, de todo lo que habían deseado juntos pero sin llegar a concretar... y eso en las mejores de las noches, pues había otro tipo de sueños, sueños que en verdad eran recuerdos de todo lo feliz vivido y contra eso, contra los recuerdos felices, Rumanella no podía luchar. Prefería pensarlo como el monstruo que ahora era, recordar la desgracia que había llevado a su familia, pero ya no recordar más lo feliz que había sido con él, la alegría que ese muchacho le había dado a sus días cuando los compartían.

Finalmente el hombre insistente se marchó, acabó molestando a los hombres de la mesa del fondo que jugaban a las cartas. Para entonces Rumanella ya no podía contra el magnetismo del otro, del interventor, y aunque se imponía no mirarlo y acabarse pronto su cerveza para salir de allí, acabó por girar hacia él y nada pudo hacer frente a su sonrisa.


-Gracias por su ayuda –dijo y simplemente levantó un poco su jarra a modo de brindis antes de beber. Y su mirada la hizo cambiar de parecer.

¿Qué tenía de malo darle un poco de charla? Nada. Se concentró en la idea de que tampoco estaba mal pasar por una dama que no sabía cuidarse, después de todo ella no tenía por qué ir gritando a todo el mundo su condición de mujer fuerte, de cazadora. Quería dejar de ser quien era aunque solo fuese por unos minutos.


-Soy Rumanella, ¿cómo te llamas? Disculpa mi francés, no soy de aquí –le aclaró porque siempre temía estar expresándose mal.

Con una seña le pidió al cantinero que rellenase su jarra, ¿qué había pasado con la idea de irse pronto? Ya no estaba en ella. No pensaba ponerse ebria –sabía que no era algo que le fuese conveniente-, pero si eso sucedía mientras ella intentaba calmar su sed no tendría cómo evitarlo.


-¿Conoces algún lugar mejor que este? –le preguntó de pronto y tal vez a él pudiese parecerle un sinsentido-. Este sitio es muy feo, la próxima vez que quiera salir tranquila a beber un poco elegiré otro lugar, pero llegué hace poco a la ciudad y no la conozco bien todavía.
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Mensaje por Dominic Kraemer Mar Sep 04, 2018 1:11 pm

Rumanella. Su nombre sonaba cantarín y alegre, y su acento tenía un tinte sureño que a Dominic no le resultó extraño. Viajante como era él, había escuchado decenas de idiomas distintos con sus variantes y sus acentos y, si bien muchos de ellos no podría decir de dónde provenían, el de ella sí.

No hay de qué. Yo me llamo Dominic —contestó—. Tampoco soy de aquí, de París, me refiero, aunque no creo que naciera fuera del territorio francés. —Dio un sorbo a su bebida—. O sí, quién sabe.

Se encogió de hombros y fingió que no se interesaba más por ella, pero nada más lejos de la realidad. Aunque su mirada estaba clavada en el asa de la jarra —con la que estaba jugueteando con el pulgar—, su mente estaba atenta a los movimientos de la joven. La capacidad de Dominic para percibir lo que le rodeaba sin mirarlo directamente era asombrosa, sobre todo si había mujeres de por medio. Así era como conseguía tener entre sus manos a una de sus amantes mientras la otra iba al mercado, o lo que le daba la oportunidad de flirtear con una dama fuera de su carreta cuando la mujer con la que se acababa de acostar estaba terminando de vestirse dentro. No podía decirse que tuviera un instinto sobrenatural, pero, para ser un humano corriente —y, para más inri, un gitano sin poderes—, lo tenía muy desarrollado.

Alguno mejor, sí —contestó, dejando la jarra sobre la barra después de beber—, pero éste es uno de los más baratos, por eso hay tanta gente.

Aprovechó que la joven había empezado la conversación para correr su taburete y acercarse un poco más a ella. Cuando se sentó se señaló el oído con el índice, queriendo decir que el ruido le impedía escuchar bien, y tomó un aire un tanto confidencial con Rumanella, pero sin llegar a ser invasivo en su espacio personal.

Hay otra calle que queda dos manzanas hacia el este desde aquí —dijo, y señaló en la dirección donde quedaba dicho lugar— en la que hay unas tabernas que no están mal. Esta zona, y esta taberna en concreto, es la más barata, pero en esta otra las copas no son excesivamente caras y los locales están más limpios.

Volvió a beber y aprovechó el momento para mirarla, ahora sí, de arriba a abajo. Parecía una joven muy fina para un lugar así, incluso para las tabernas de las que le había hablado él, así que Dominic no tenía muy claro qué hacía allí, de noche y, sobre todo, sola. Ningún hombre dejaría que su esposa saliera a deshoras sin compañía; aquella ciudad era muy peligrosa y los malhechores aguardaban en cada esquina, así que supuso que, o bien su marido era un tipo desagradable del que quería olvidarse un rato, o bien no estaba casada. Cualquiera de las dos opciones le valía.

También puedes ir a los cafés del centro de la ciudad. Esos siempre son agradables, pero demasiado caros para mi gusto —comentó—. ¿De dónde vienes, si no es indiscreción? Creo sabelo, por tu acento, pero temo equivocarme. Hacía mucho que no lo escuchaba.
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Mensaje por Rumanella Tocci Vie Sep 07, 2018 11:16 pm

Pese a que era dada a desconfiar –después de todo eso era lo que siempre le habían enseñado a hacer-, a Rumanella le pareció simpático y amable Dominic y se relajó. Claro que se relajó con él, pero no con el entorno que parecía crecer más y más en gritos, risas y humo. Eso la incomodaba, porque no podía adivinar qué ocurriría y si en algún momento las cosas allí adentro cambiarían. A veces se decía que no podía vivir de forma tan desconfiada, pero no tenía alternativas, ella era en esencia aprendiz de los golpes que la vida le había dado y aunque no podía predecirlos sí podía ocuparse de estar bien plantada siempre, de forma que fuese difícil hacerla caer. Al menos nada peor de lo que ya le había ocurrido podía pasarle, podía estar segura de que lo peor que viviría en su vida ya había pasado.

-El dinero no es problema –siempre había querido decir algo así, pretencioso y pedante, y el momento le había llegado, aunque no fuese algo verdaderamente cercano a su realidad-, prefiero que el ambiente sea tranquilo aunque tenga que pagar un poco más por beber exactamente la misma mierda –dijo y levantó su jarro, recién lleno, a modo de brindis.

Como le había caído bien, no le dijo nada cuando lo vio acercarse un poco más a ella, tampoco se alejó al sentir la mirada del hombre recorriendo su cuerpo, hasta podría decirse que le gustó sentir que le atraía porque hacía tiempo que no reparaba en ningún hombre, esa noche se permitió disfrutar de aquello. Lo dejaría hacer, pero en cuanto quisiese tocarla sin permiso Rumanella actuaría mostrándole cuál era su sitio.


-Soy de Italia, la grande e bella Italia –dijo, sin especificar la zona porque prefería dar poca información, que Dominic supiese solo lo que resultaba obvio-. No, los cafés no son para mí… hay que ir acompañada y no tengo compañía –dijo con intención y se sorprendió al notar que estaba coqueteando con el extraño.

Rumanella no era así, sino que prefería pasar desapercibida, no llamar la atención de nadie… aunque ser escudriñada por él le producía un placentero cosquilleo. Mejor se iba si no quería acabar metida en problemas. Bebió con un trago largo lo que quedaba de su cerveza y, en cuanto el cantinero se movió cerca, pagó por lo que había bebido.


-Creo que mejor me voy –dijo y se puso en pie, quedando mucho más cercana al hombre-, iré a seguir tu recomendación, Dominic, por otra ronda de cervezas en un mejor lugar –le aseguró con una sonrisa, pero algo en su mirada la hizo cambiar de idea ligeramente y estaba segura de que se arrepentiría, pero al final lo dijo-: ¿Quieres venir conmigo?
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Mensaje por Dominic Kraemer Jue Oct 04, 2018 3:17 pm

Preciosa y con carácter. Dominic sonrió  y levantó su jarra para brindar en silencio junto a ella. Su experiencia le decía que sólo había dos opciones para salir de aquella taberna: o se marchaba con una nueva amiga con la que compartir tragos en el futuro, o lo hacía con una patada bien dada en el trasero. Aquella mujer que, a su parecer, tenía unos rasgos sumamente exóticos, no iba a ser de las que cayeran fácilmente en su red, pero tampoco era algo que le importara demasiado al gitano: acababa de salir de un burdel, tenía las necesidades básicas cubiertas, así que no buscaba eso en ella.

¿No tienes compañía? —Fingió sorpresa y alzó las cejas, mirándola de nuevo—. En realidad, no es un problema para ir a un café. Siempre puedes ir con una amiga, o con tu dama de compañía. Hablando de ella, ¿no te ha acompañado hoy? ¿De verdad estás sola?

Miró a su alrededor y buscó rastro de alguna otra mujer, pero no halló ninguna que no fuera camarera de la propia taberna o prostitutas buscando clientes. Se volvió hacia Rumanella y la volvió a estudiar sin preocuparse en disimular. Si de verdad estaba sola, no habría nadie que saliera en su defensa cuestionando las formas poco caballerosas del gitano.

Siendo así, eres una mujer valiente. No todas se atreven a entrar en lugares así y, las que lo hacen, mira quiénes son. —Señaló con la mirada a una ramera de pechos generosos que estaba intentando cortejar a un borracho—. Por eso te miran todos, eres la extrañeza que nunca tienen oportunidad de ver.

Bebió un trago largo y carraspeó. Algo había cambiado en él con respecto a la joven. Mientras que hasta ese momento sólo había querido juguetear con ella —porque era una mujer bonita y Dominic nunca perdía la ocasión de hacer que se sonrojaran—, ahora que sabía que estaba sola, sus intenciones habían cambiado ligeramente.

Fue a decir algo, pero ella se adelantó y anunció que se retiraba. Se quedó tan cerca de él que pudo apreciar su olor femenino, sin estar alterado por ningún perfume, y le resultó embriagador. Abrió la boca para despedirse —otra vez tendría que ser—, pero su invitación volvió a dejarlo mudo. Miró su jarra, a la que todavía le quedaba media medida de cerveza, y después a ella. Se levantó, dejó unas monedas sobre la barra y se giró hacia la joven, quedando cerca de ella de nuevo.

Sólo si me dejas que te invite a la siguiente.

Sonrió de medio lado y le indicó que saliera delante de él. Dominic caminó pegado a ella, pero sin llegar a tocarla en ningún momento. Era una mera forma de dejar claro que si alguien se atrevía a tocarla, tendría que vérselas con él.

El frescor de la noche le alivió la sensación de pesadez que le había dejado el interior viciado de la taberna, y aprovechó para respirar hondo y llenar los pulmones de aire limpio, aunque apestoso. Había manchas de orina en las esquinas, restos de alcohol barato y cristales rotos en el suelo. Además, había unos cuantos grupos de hombres ebrios que caminaban serpenteando, sin poder poner un pie delante de otro, y que miraban a Rumanella con claro deseo en los ojos. Dominic se atrevió a sujetarla por la espalda y a apartarla del camino de aquellos con los que se cruzaba, hasta que, frente a ellos, un par de hombres se enzarzaron en una pelea callejera a la que se le unió más gente.

Joder —murmuró Dominic, llevando a la joven hacia un callejón.

Aunque ese no había sido su plan, se encontró a sí mismo apoyando a la joven contra una pared y cubriendo su cuerpo con el propio. Los gritos de la pelea se fueron haciendo cada vez más sonoros y, desde donde estaban, se vio pasar gente frente al callejón que corría para animar o participar en la disputa.

Si no hacemos ruido, no nos verán —susurró cerca de su rostro, y aprovechó para juntar más su cuerpo al de ella—. A no ser que quieras salir a pelear, pero creo que prefieres quedarte aquí, conmigo. Soy mucho más interesante que los borrachos de ahí fuera.

Para cuando terminó de hablar, su aliento era capaz de mecer los mechones que había alrededor del rostro de la joven. Tenía su cara tan cerca de la de ella que, a pesar de la falta de luz, pudo ver cómo las pupilas de Rumanella se abrían; lo que no era capaz de adivinar era si lo hacían por placer o por miedo, pero era algo que pensaba adivinar pronto.

Acercó su boca a la de ella y la besó, primero con tiento, como si estuviera midiendo hasta dónde podía llegar. Sin dejar que ella se moviera demasiado, se atrevió a juguetear con la lengua y abrirle los labios mientras la sujetaba de la cintura con ambas manos. Lo que había comenzado como un beso inocente —en las formas, porque no en las intenciones—, terminó siendo uno que se podría llamar apasionado, y en el que Dominic no midió el alcance de sus manos, puesto que las llevó más abajo de la cintura de la joven, buscando sus glúteos. Los apretó, acercándola a su cuerpo lo máximo posible; sabía que no tenía mucho tiempo, y lo corroboró cuando escuchó a la gendarmerie dar gritos para disolver la bronca. Aprovechó cada segundo antes de soltarla —bastante después de que se liberara la calle y el barullo cesara—, aunque no se apartó de ella demasiado.

Creo que ya no hay peligro de salir —volvió a susurrar cerca de su rostro—, pero tú decides si te quieres quedar aquí o si prefieres marcharte.
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Mensaje por Rumanella Tocci Lun Oct 08, 2018 10:21 pm

Rumanella se rió porque la sola idea de tener a una mujer pegada a ella, siendo prácticamente su sombra, la enloquecía. Ella provenía de una familia muy trabajadora, nunca habían pasado hambre ni falta de las comodidades esenciales, pero tampoco vivían en grandes lujos. ¿Para qué necesitaba la hija de un carpintero una dama de compañía?

-Nunca he tenido una dama de compañía y mírame, aquí estoy. He sobrevivido bien –se señaló. No le diría que amigos no tenía, ni en París ni en Roma, que pesara lo que quisiera-. No eres el primero que me dice eso –le confió, porque era algo que la enorgullecía-: que soy una mujer valiente.

Y lo decía solo viéndola en aquel entorno, ¿qué pensaría entonces frente a la visión de Rumanella peleando cuerpo a cuerpo con un cambiante? No creía que tuviese Dominic tal oportunidad, así que ya no tenía importancia.

Recién cuando estuvieron en la calle ella aceptó su ofrecimiento. Si quería invitarla que lo hiciera, porque aunque tenía dinero no podría negarse a una oportunidad de ahorrarlo. El fresco de la noche le agradó, definitivamente se estaba mejor allí que en el interior de la taberna… Claro que las miradas de los hombres comenzaban a molestarle, Ruma apoyó su mano derecha sobre el mango de su daga. Dominic parecía nervioso y eso le agradó, aunque no sabía el motivo.

A Rumanella, gustándole como le gustaba ver una buena pelea, le molestó que Dominic tirase de ella cuando la riña comenzó entre el grupo de hombres, pero no opuso resistencia, aunque sí se lo dijo.


-Yo quería ver la golpiza, Dominic. Aunque no me quejaré –dijo, con media sonrisa al sentir el calor del cuerpo del hombre contra el suyo. El cambio de actitud del hombre la había sorprendido, pero no la incomodaba-, sí que me pareces más interesante que ellos, definitivamente.

¿Hacía cuánto tiempo que no se sentía deseada? ¿Cuánto había pasado desde la última vez que había correspondido a las lisonjas de alguien? Rumanella se lo permitió, se dijo que merecía un momento como aquel, que no volvería a ver al tipo y que en cinco días no recordaría ni su nombre ni su rostro. Abrió los labios y cerró los ojos, les dio a sus manos libertad y disfrutó de la excitación que los envolvía, de las caricias osadas del hombre. Con total descaro, la italiana se frotó contra él para corresponder así al juego que él había propuesto.

-Creo que viene alguien –susurró sobre sus labios, porque no dejaba de estar atenta al entorno, aunque le gustaría. Se movió dentro de su agarre y observó lo que sucedía, afortunadamente estaban en un sitio lo suficientemente ajeno y oscuro, no los llamarían como testigos-. Prefiero quedarme, creo que perdí interés en la pelea… ¿Tú qué quieres hacer? No, me lo digas, creo que puedo adivinarlo –se rió, porque sentía la presión contra su abdomen.

Con suavidad le mordió el labio inferior antes de caer en la tentación de volver a enredarse con los besos de ese hombre, prácticamente un desconocido para ella.
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