Demonios, tabaco, canciones y cerveza [Priv. Lucifer]

Ambiente

Muchas cosas habían cambiado desde que, sorprendentemente y contra todo pronóstico, adquirió el título de "mano derecha" de Mist. Por ejemplo, se acabó el ser el recadero al que todo el mundo pisoteaba lo cual, debía admitir, no estaba nada mal. Lo segundo, podía señalar a un par de hombres y estos le acompañarían como escolta sin rechistar. Por otro lado, todavía no se había hecho a la idea de que esos hombres que antes le miraban por encima del hombro le llamasen "jefe". Era extremadamente incómodo para alguien tan humilde, especialmente cuando ese hecho parecía acercarle, compararle, a "ese tipo de personas". Él no era una mala persona, y mucho menos un asesino, por lo que intentaría llevar las cosas a su manera. Por ejemplo, esa noche en aquél tugurio donde se encontraba tocando aquél piano, transmitiendo aquella actitud pensativa, sus dudas y preocupaciones en cada nota que resbalaba de sus finos dedos.

Todo el mundo en los bajos fondos sabía que, si jodes a Mist, acabas durmiendo con los peces en el fondo del Sena. La mujer estaba decidida a mandar a sus sicarios a por aquél hombre que le ocultaba la información del paradero de una persona que iba a correr aquél destino. Sin embargo, el músico logró convencerla de que le permitiese intervenir como mediador antes de enviar a sus hombres. Por supuesto, la mujer puso sus condiciones.

La escena había sido orquestrada. Alguien había cantado, avisándoles de que el hombre en cuestión, con un nombre tan.... "colorido" como Lucifer Morningstar", solía frecuentar aquél bar la noche de los sábados. Se trataba de un lugar decadente, pero al mismo tiempo con ese encanto y carisma que uno solo encuentra por accidente, perdiéndose entre las callejuelas de la ciudad. Olía a tabaco, a madera envejecida y a promesas incumplidas y los sueños rotos de aquellos que en él bebían sus penas, encontrando su reflejo en el fondo de una botella, sin nada que perder, y sin intenciones de tener algo que ganar, riendo entre ellos pese a todo, ya fueran con traje o con harapos, compartiendo historias y contribuyendo a aquel ambiente agridulce tan extrañamente adictivo.

Llevaba allí ya más de una hora, y aunque algo le decía que el hombre no aparecería, permaneció allí, sentado en aquél viejo piano con un vaso de ambarino whisky a su lado, sumergiéndose en las notas como si en el mundo no hubiera otra cosa. No había prisa por regresar. No todavía.

Cuando sueñas, a veces recuerdas.
Cuando despiertas, siempre olvidas
- Sandman

Tocaba el piano como si tuviera todo el bosque oscuro brotando de sus manos. La melodía era áspera, tanto como la sensación del ardiente whisky descendiendo por la garganta pero, al igual que éste, dejaba un gusto adictivo, intoxicante, tan acorde con aquél lugar como con los pensamientos que volaban por la mente del músico. Cuando tocaba, solo estaban él y su mayor confidente: el piano. Un fiel traductor de aquél mundo interior que escondía tras firmes muros de sólida y fría roca, pero tan difícil de interpretar por el resto del mundo que era casi un monólogo, uno hipnotizante que podía o no gustar a la audiencia, pero aquello era tan irrelevante que ni siquiera se detenía a pensar en ello.

Cuando detuvo sus dedos, uno no sabría decir si había terminado la melodía, o si la canción estaba incompleta.

Se irguió levemente en el asiento, alargando la mano para terminar el último trago del ambarino líquido. No alzó la mirada, aún no, como resistiéndose a abandonar aquél espacio tan íntimo y personal que se creaba cada vez que ponía las manos sobre el instrumento, sin importar la existencia o ausencia de audiencia. Parecía pensativo, navegando por el profundo océano de su mente.

Tras unos segundos, alzó las manos, colocando el cuello de su camisa y percatándose ahora de aquél obvio detalle. El hombre que le observaba con aquella penetrante mirada, sin tan siquiera parpadear. Brillaba como un faro encendido entre la multitud, y quedó atrapado en aquella mirada unos segundos que le parecieron eternos antes de reaccionar, actuando como si nada hubiera pasado, recogiendo su bastón y usándolo de apoyo para caminar torpemente hacia la barra del bar, dejando su vaso vacío en la mesa e indicando con un gesto medido, elegante y educado, tan fuera de lugar en esos lares, que volvieran a llenarle el vaso. No obstante, pidió un segundo.

Sabía bien quién era aquél hombre. Era a quien había estado esperando aquella noche.

En otras circunstancias, hacer lo que estaba a punto de hacer le resultaba impensable, pero ya no era un don nadie, y tenía un trabajo importante que hacer. Algo que no acababa con aquél hombre, sino que formaba parte de algo mucho más grande. Debía demostrarle a Mist que no había cometido un error al ponerle a su lado. Debía demostrarla que podía confiar en que la astucia y la palabra podían ser armas más afiladas que la violencia que ella se empeñaba en usar y que, si seguía haciéndolo, iba a ser su perdición, y eso le arrastraría con ella.

Una vez servidas las bebidas, tomó ambos recipientes en su mano libre y se acercó a la mesa donde Lucifer estaba sentado. Destilaba un magnetismo natural que le resultaba desagradablemente familiar a Jeremy, pero no quiso formar demasiado rápido sus conclusiones.

-Buenas noches, señor Morningstar, es todo un placer.-saludó educadamente, tratando de ocultar sus nervios, alzando la mano con la que llevaba los vasos.- Corríjame si me equivoco, pero por la forma en que me estaba mirando, no puedo sino asumir que sabe quién soy o, al menos, quién me envía. ¿Le importa si le invito a una copa? No le robaré mucho tiempo.

Si cualquier otra persona hubiera pronunciado aquellas palabras, probablemente lo habría hecho como una amenaza velada, tratando de imponerse al hombre ante él. Pero no Jeremy. No estaba fingiendo, no le estaba amenazando, le saludaba con genuina educación y respeto, pero en su voz y en su mirada se percibía algo más. La urgencia. La preocupación.