AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Sigue mis huellas [Ezequiel O'Claude]
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Sigue mis huellas [Ezequiel O'Claude]
"De mi pasado nada debo mencionar
porque la tristeza que me invade es inevitable."
porque la tristeza que me invade es inevitable."
En su paso por las diferentes tierras a las que su persecución le ha llevado, podría decirse que la que más le pesó fue Rumanía. Había estrechado lazos, creado una expectativa de vida agradable y se sentía tranquila. Tanto, que pasó casi un año con ocho meses en el sitio donde si bien la opulencia era baja comparada a su natal Rusia, en aquél entonces Vladimir, su tutor, quiso que tuviera los sirvientes necesarios y eso incluyó a un cochero. Recordar a Ezequiel es sonreír a duras penas por su carácter fuerte, duro y vibrante. Incapaz de que su mente pueda claudicar. Él le enseñó mucho a pesar del poco tiempo que estuvieron juntos y para la joven Tatyana de sólo veinte años, fue un balde de agua refrescante conocerlo. Le dio muestras de cómo ser firme, determinado, directo y a veces, brutal. Le enseñó de la vida sin consideraciones a los demás, a ser pragmática y llevar un estándar de conducta propio, sin ser influenciado por las personas.
La sociedad, es un conjunto de seres a los cuales nadie tendrá contento por más que se esfuerce, así que como tal, debería hacer a un lado los comentarios para vivir como ella quería ser. Eso le mostró el entonces cochero y se le quedó grabado para todo el resto de su vida. La independencia es un rasgo que se va sembrando de a poco y cuando germina, es imposible de arrancar. Aprendió que para alcanzar sus metas, sólo hace falta luchar por ellas. Que ser perseguida por otros sólo es una razón por la cual continuar avanzando alejándose cada vez más de sus enemigos. Si se tiene uno tan fuerte, habla demasiado de cuánto avanzó en su vida para ser el objetivo de ese sujeto. Tatyana puede agradecer demasiado de ese "simple sirviente" como a veces le llamaban. Para ella, Ezequiel no fue sólo un cochero, fue su mentor, fue su imagen a seguir. Un portento de la capacidad humana para lograr lo que muchos dirían es imposible. Y para él, lo imposible sólo es señal de que debe esforzarse más.
Hoy, en París, la joven rusa puede sonreír al recibir el pago que le corresponde de un trabajo bien hecho como educadora. Si bien ser tutriz es algo que se le da fácil, tiene que ir variando de profesión para no llamar demasiado la atención. De momento, esa cantidad le servirá para pagar el alquiler y comprar algo más de comida que para ella, es fundamental. Sin contar con que deberá ir al bosque a conseguir algún alimento propio del entorno natural para completar todo los elementos para una buena cena. En casa, le dan el almuerzo, por lo que la comida nocturna corre por su cuenta. Y si bien son bondadosos sus jefes dando más alimentos de lo normal, Tatyana está en contra del abuso, no como otros compañeros de trabajo que esconden comida en sus ropas o en sus bolsos para llevar a casa. A ojos de la rusa, eso sería robar y si hasta ahora no lo ha hecho, empezar es impensable. Todavía tiene un orgullo y como tal, lo defiende a capa y espada.
Sale de la enorme casa en la que trabaja dirigiendo sus pasos a su hogar, uno pequeño y muy funcional para sus escasas necesidades: dormir y tener un sitio dónde guardar sus cosas. Avanza con tranquilidad notando que se ha hecho de noche, hasta que algo a lo lejos llama su atención. Su curiosidad le exige que concurra, que se acerque, su inteligencia es mayor por lo que observa todo desde el otro lado de la calle, en una posición segura donde a sus ojos se desarrolla una escena digna de una taberna. Dos caballeros de clase alta por lo que puede deducir de sus ropajes, están inmersos en una disputa que se ha ido a los puños incluso. Los curiosos los observan como ella, incrédulos por la situación hasta que uno de los señores cae al piso en tanto el otro busca abusar de ello para golpearlo con el pie antes de que alguien aparezca a ayudar a lo que parece ser, su jefe. El hombre que termina la disputa es demasiado familiar.
Los ojos de la rusa se abren enormes al descubrir a Ezequiel de nuevo, con las manos metidas en el fango con tal de ayudar a quien, supone, le paga. Es el cuento de nunca acabar. ¿Acaso el rumano es incapaz de encontrar una familia normal a la cual servir? Su sonrisa se amplía cuando toma al caballero caído para alejarle del otro que se va ufano y bravucón señalando que nadie puede vencerlo en una trifulca. Como si eso fuera para vanagloriarse. El amo de Ezequiel está tan borracho que se niega a ser atendido y conducido a su casa, así que le reprende con un grito a su cochero, para meterse de nuevo en el local del que salió. Eso deja al hombre libre, parado en la calle. Tatyana ni siquiera duda en aprovechar la oportunidad. Mira a ambos sentidos de la vereda para cruzar acercando paso a paso a aquél que tiene tantas ganas de volver a tratar. - Cualquiera diría, Ezequiel, que tienes el tino perfecto para elegirlos a todos igual. Mientras más problemáticos mejor ¿Eso incluye un aumento en tu paga? - se mofa con tono divertido cuando llega a su lado.
Si bien hace cinco años que no se ven, tras la muerte del tutor de la rusa y la escapada rápida de ella, auxiliada por supuesto de Ezequiel quien le llevó hasta la estación del tren para que pudiera huir, el sentimiento del cariño que le profesa, sigue permaneciendo en el interior de la mujer. Cinco años mayor, con ropajes que distan de los que tuviera en Rumanía, le sonríe con alegría - espero que entiendas que la terquedad está en ambos sentidos. El tuyo queriendo sacar a tu señor del fango y el suyo queriendo hundirse más. Ten cuidado, no quisiera que tuvieras que acompañarle en sus desgracias - observa a aquél hombre esperando encontrar algún signo de envejecimiento. Para su sorpresa, hay pocos. ¿Acaso él es incapaz de cambiar en cinco años?
Tatyana Holstein-Gottorp- Humano Clase Media
- Mensajes : 49
Fecha de inscripción : 31/05/2018
Re: Sigue mis huellas [Ezequiel O'Claude]
”In waves the ships have all sailed to the sea...
Well, do you wanna wait or leave with me tonight?.”
Well, do you wanna wait or leave with me tonight?.”
Muchas veces hasta los oídos del cambiante llegó la típica frase de "El tiempo cura todo", y realmente, por su bien esperaba que aquellas efímeras palabras tuvieran algo de sentido, para él y para el maltrecho camino que ahora debía tomar. Habían ocurridos demasiados cambios en pocos meses, pérdidas, desilusiones y fracasos que lo empujaron a retomar su antiguo trabajo, con la única finalidad de retomar una falsa esperanza de conformidad. Patética existencia.
Como si no hubiera tenido suficiente, sus pasos le llevaron a un nuevo jefe a quien servir, el cual solo le demostraba que había seres mucho más perdidos de rumbo que él mismo, razón ilógica, pero que le entregaba algo de consuelo.
Como ya era costumbre, tuvo que llevar al hombre al centro de la ciudad en donde, seguramente terminaría igual de ebrio que cada día y sería responsabilidad del castaño, llevar su cuerpo dentro del carruaje y regresar a la residencia. Esta situación no significaba un agrado para Ezequiel, pero por alguna razón sentía lástima por su jefe, hombre viudo e inmerso en las penas más bajas. No podía juzgarle.
Al llegar al lugar el cambiante solo recibió una mirada del hombre a lo que él asintió, sabía que debía esperarle ahí, por lo que se acomodó en la parte más alta del carruaje a contar la muerte de cada segundo.
Un par de horas transcurrieron hasta que unos alterados insultos le trajeron de vuelta al mundo de los vivos, solo para encontrarse con una pelea, claramente, protagonizada por su jefe. Frustrado resopló mientras saltaba de su posición y se disponía a separarles, estaba claro que el extraño estaba más cuerdo, por lo que no le costó demasiado que entendiera la situación. En cuanto el desconocido se alejó, sus orbes volvieron junto al hombre para ayudarle a retomar el equilibrio, teniendo como agradecimiento una reprimenda a la cual no pondría mayor atención, ya le conocía lo suficiente para no darle importancia. Permitió que volviera a ingresar al lugar y solo se encogió de hombros, ya no era su problema.
Estuvo a punto de dar marcha atrás hasta que una voz le erizó los vellos de la nuca, una voz femenina, una voz del pasado. La reconoció de inmediato sin siquiera enfrentarse a la figura ajena, solo se limitó a sonreír mientras ella soltaba aquellas palabras con tanta seguridad.
— Creo tener un imán para los problemas, es lo único que explica por qué me vuelvo a topar contigo... — bromeó, entre ellos existía esa confianza necesaria, el cariño que ambos compartían era mas que suficiente. Tantos secretos, tantas vivencias que luego sin más, desaparecieron cuando le ayudó a escapar.
— Tatyana. —murmuró su nombre enmarcando cada sílaba con sumo placer y se volteó para otorgarle una reverencia a la fémina.
Fue caprichoso al tomarse el tiempo de observarla, radiante como siempre, aunque percibía la madurez en ella, estaba distinta, sus ropas, el peinado, hasta incluso su forma de estar ahí frente a él, pero sin duda alguna aquella mirada no presentaba alteración alguna, seguía siendo la mujer que conocía, o al menos eso esperaba, solo podían llegar a su mente hermosos momentos junto a ella. Quizás en aquella mujer había encontrado algo de lo que le fue arrebatado en un lejano pasado.
— Esperaba alguna muestra de afecto, ¿Acaso los años también te volvieron más fría? — lanzó su frase con algo de maldad, aunque no pudo ocultar la sonrisa que se dibujó en sus labios mientras esperaba desde su lugar la reacción ajena.
Ezequiel O'Claude- Cambiante Clase Media
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Re: Sigue mis huellas [Ezequiel O'Claude]
Es cierto que el destino es caprichoso la mayor parte del tiempo permitiendo que los caminos se entrecrucen o bien, se distancien hasta que se le antoja y los vuelve a mezclar. Pareciera un pequeño infante jugueteando con las personas a quien afecta. En esta ocasión, Tatyana no puede más que agradecer porque de verdad necesita a un amigo en estos momentos tan difíciles que para ella, son tan pesados como una loza en las espaldas que carga todos los días hasta que llega a casa y puede acostarse para descansar o intentar hacerlo, porque los sueños se plagan de visiones tan extrañas que la mayor parte del tiempo despierta más agotada de como se fue a dormir. De lo que recuerda a Ezequiel, lo que más le añoró fue esa manera de expresarse con ella, sin tantos títulos que eran tediosos o bien, con la franqueza que pocos se atrevían permitiendo que comprendiera las circunstancias que la rodeaban o bien, sus propias acciones en consecuencia de las primeras.
En plena calle, la joven observa al hombre que la tutea sin intenciones de volver al protocolo que le inculcara uno de sus tutores "No es cualquier persona, es la señorita Holstein-Gottorp, la heredera de..." decía con ese tono tan rimbombante que en ocasiones provocaba en Tatyana un rictus de extrañeza porque por sus palabras, ella debería sentirse más orgullosa de sus orígenes y en lugar de ello, se avergonzaba. ¡Sonaba tan horrible cuando lo decía Vladimir que le hacía estremecer la piel! Y a espaldas de su tutor, visible a la mirada de Ezequiel, en tanto su guardián seguía enunciando tantas cosas por las cuales debería rendir pleitesía, ella sacudía la cabeza de derecha a izquierda mostrando gestos de desesperación con tintes criminales porque se sentía humillada. Si era tan importante ¿Qué hacía en Rumanía en lugar de estar en San Petesburgo? ¿Dónde estaban sus padres? ¿Sus guardias? Sólo tenía los resquicios de lo que para ella fue una vida de ensueño. Sí, de sueños y fantasías porque la realidad le golpeaba las mejillas con fiereza.
Volviendo a la realidad, sólo era una joven a la que arrebataron todo: estatus, riquezas, hogar, familia. Y necesitaba una estabilidad que en Vladimir no encontró, sólo Ezequiel tuvo el tino de contenerla a su particular manera: no con abrazos y mimos. Consentirla era algo que se ganaba a pulso la rusa. Lo que sí brindaba a manos llenas era sabiduría que a sus escasos y aparentes años discordaba con lo profundo de sus saberes.
Así que le rezongue con el comentario tan de su costumbre, en lugar de hacerla sentir piojo, le forma una enorme sonrisa. - Nunca cambiarás y eso es lo que más me alegra de ti. Por eso te persigo, ¿Ves? No importa a dónde vayas, allá te seguiré y volveré a incordiarte porque tu imán para los problemas es del tamaño de Rusia - se mofa con diversión sintiendo por vez primera cómo todo va evaporándose. Los antiguos y oscuros designios del destino son menos pesados y el cansancio se va de paseo con la adrenalina del reencuentro viajando feliz por sus venas provocando que su corazón se llene de placer. Lo abrazaría con fuerza de no ser porque se vería muy mal en esta podrida sociedad donde las muestras de cariño están limitadas. La doble moral de las personas afecta a los que sí son sinceros en sus procederes y sentimientos. Y justo cuando piensa que tendrá que aplacar sus instintos básicos de demostración de afecto, Ezequiel le vuelve a poner en su lugar, con esa franca voz, barítona y agradable al oído exigiendo un saludo adecuado para el amigo que es tras una reverencia que en otro momento habría esperado y que ahora parece fuera de lugar tras cinco años de penurias.
La risa cantarina de la joven estalla rodando los ojos dentro de sus cuencas - Ezequiel, ¿Te olvidas que soy rusa? ¡La frialdad es parte de nuestro carácter! - rezonga a su vez para obedecer sin duda alguna, acortando la distancia con premura para rodear su cuerpo con los brazos estrechando su constitución física contra la suya, más diminuta en estatura y menos pesada porque los ropajes de Rumanía no se comparan a los actuales. Per natura, ronronea de gusto al oler de nuevo su aroma, le estrecha con fuerza sintiendo el picazón de la nariz que hace agua sus ojos. Parpadea con fuerza para evitar que las lágrimas salgan porque sería impropio que se suelte a llorar apenas lo viera. ¿Qué diría eso de lo que le enseñó? ¿Que es una indefensa mujer? Por supuesto que no. Le mostró que puede ser independiente y tal cual, se esforzará en demostrarle que aprendió bien la lección. Si el abrazo tarda en deshacerse es por su culpa, porque oculta el rostro en el hueco que se forma entre el cuello y el hombro del cambiante.
Segundos pasan, tan pocos para ella, demasiados para la sociedad cuando por fin da un paso atrás alzando el rostro para mirarlo con ansiedad buscando los cambios - ¡Eres detestable! Ni una arruga en cinco años ¿Qué te haces? ¿Baños de leche de burra como las egipcias acostumbraban? - sus ojos siguen admirando sus pocos cambios faciales, alarga una mano que en el pasado estuviera cubierta de una fina tela de los guantes que usaba y que ahora, propio para una mujer de su actual condición, está desnuda. La barba del cochero le pica en la epidermis cuando la desliza por ésta sonriendo divertida por la sensación - cochero o no, sigues siendo muy guapo - le provoca para intentar conseguir que se avergüence a sabiendas de que a pesar de todo, tiene una capa de timidez muy debajo de su apariencia fría y distante. Y a ella le encanta encontrarla y ver qué más se encuentra en él, por lo que cava y cava hasta que el hombre le diga basta. - ¿Cómo te trata la vida, Kiel? - el acortamiento de la última sílaba de su nombre es un agregado que hizo hace mucho tiempo. No le gusta decirle "Eze", para ella, "Kiel" suena más ruso. Y aunque no lo sea, se lo come con papas porque ella no dejará de llamarlo así.
- ¿Qué haces en París? Eso sí me sorprende, estás muy lejos de tu casa, ¿Qué te trajo acá? - es el enigma más grande de todos, aunque conociendo a Ezequiel, seguro que algo se le metió en la cabezota y vino a conseguirlo.
En plena calle, la joven observa al hombre que la tutea sin intenciones de volver al protocolo que le inculcara uno de sus tutores "No es cualquier persona, es la señorita Holstein-Gottorp, la heredera de..." decía con ese tono tan rimbombante que en ocasiones provocaba en Tatyana un rictus de extrañeza porque por sus palabras, ella debería sentirse más orgullosa de sus orígenes y en lugar de ello, se avergonzaba. ¡Sonaba tan horrible cuando lo decía Vladimir que le hacía estremecer la piel! Y a espaldas de su tutor, visible a la mirada de Ezequiel, en tanto su guardián seguía enunciando tantas cosas por las cuales debería rendir pleitesía, ella sacudía la cabeza de derecha a izquierda mostrando gestos de desesperación con tintes criminales porque se sentía humillada. Si era tan importante ¿Qué hacía en Rumanía en lugar de estar en San Petesburgo? ¿Dónde estaban sus padres? ¿Sus guardias? Sólo tenía los resquicios de lo que para ella fue una vida de ensueño. Sí, de sueños y fantasías porque la realidad le golpeaba las mejillas con fiereza.
Volviendo a la realidad, sólo era una joven a la que arrebataron todo: estatus, riquezas, hogar, familia. Y necesitaba una estabilidad que en Vladimir no encontró, sólo Ezequiel tuvo el tino de contenerla a su particular manera: no con abrazos y mimos. Consentirla era algo que se ganaba a pulso la rusa. Lo que sí brindaba a manos llenas era sabiduría que a sus escasos y aparentes años discordaba con lo profundo de sus saberes.
Así que le rezongue con el comentario tan de su costumbre, en lugar de hacerla sentir piojo, le forma una enorme sonrisa. - Nunca cambiarás y eso es lo que más me alegra de ti. Por eso te persigo, ¿Ves? No importa a dónde vayas, allá te seguiré y volveré a incordiarte porque tu imán para los problemas es del tamaño de Rusia - se mofa con diversión sintiendo por vez primera cómo todo va evaporándose. Los antiguos y oscuros designios del destino son menos pesados y el cansancio se va de paseo con la adrenalina del reencuentro viajando feliz por sus venas provocando que su corazón se llene de placer. Lo abrazaría con fuerza de no ser porque se vería muy mal en esta podrida sociedad donde las muestras de cariño están limitadas. La doble moral de las personas afecta a los que sí son sinceros en sus procederes y sentimientos. Y justo cuando piensa que tendrá que aplacar sus instintos básicos de demostración de afecto, Ezequiel le vuelve a poner en su lugar, con esa franca voz, barítona y agradable al oído exigiendo un saludo adecuado para el amigo que es tras una reverencia que en otro momento habría esperado y que ahora parece fuera de lugar tras cinco años de penurias.
La risa cantarina de la joven estalla rodando los ojos dentro de sus cuencas - Ezequiel, ¿Te olvidas que soy rusa? ¡La frialdad es parte de nuestro carácter! - rezonga a su vez para obedecer sin duda alguna, acortando la distancia con premura para rodear su cuerpo con los brazos estrechando su constitución física contra la suya, más diminuta en estatura y menos pesada porque los ropajes de Rumanía no se comparan a los actuales. Per natura, ronronea de gusto al oler de nuevo su aroma, le estrecha con fuerza sintiendo el picazón de la nariz que hace agua sus ojos. Parpadea con fuerza para evitar que las lágrimas salgan porque sería impropio que se suelte a llorar apenas lo viera. ¿Qué diría eso de lo que le enseñó? ¿Que es una indefensa mujer? Por supuesto que no. Le mostró que puede ser independiente y tal cual, se esforzará en demostrarle que aprendió bien la lección. Si el abrazo tarda en deshacerse es por su culpa, porque oculta el rostro en el hueco que se forma entre el cuello y el hombro del cambiante.
Segundos pasan, tan pocos para ella, demasiados para la sociedad cuando por fin da un paso atrás alzando el rostro para mirarlo con ansiedad buscando los cambios - ¡Eres detestable! Ni una arruga en cinco años ¿Qué te haces? ¿Baños de leche de burra como las egipcias acostumbraban? - sus ojos siguen admirando sus pocos cambios faciales, alarga una mano que en el pasado estuviera cubierta de una fina tela de los guantes que usaba y que ahora, propio para una mujer de su actual condición, está desnuda. La barba del cochero le pica en la epidermis cuando la desliza por ésta sonriendo divertida por la sensación - cochero o no, sigues siendo muy guapo - le provoca para intentar conseguir que se avergüence a sabiendas de que a pesar de todo, tiene una capa de timidez muy debajo de su apariencia fría y distante. Y a ella le encanta encontrarla y ver qué más se encuentra en él, por lo que cava y cava hasta que el hombre le diga basta. - ¿Cómo te trata la vida, Kiel? - el acortamiento de la última sílaba de su nombre es un agregado que hizo hace mucho tiempo. No le gusta decirle "Eze", para ella, "Kiel" suena más ruso. Y aunque no lo sea, se lo come con papas porque ella no dejará de llamarlo así.
- ¿Qué haces en París? Eso sí me sorprende, estás muy lejos de tu casa, ¿Qué te trajo acá? - es el enigma más grande de todos, aunque conociendo a Ezequiel, seguro que algo se le metió en la cabezota y vino a conseguirlo.
Tatyana Holstein-Gottorp- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 31/05/2018
Re: Sigue mis huellas [Ezequiel O'Claude]
”We must be the first ones...
In the world to fall of the earth.”
In the world to fall of the earth.”
En la mente del cambiante aquella escena, este reencuentro se había forjado una y otra vez, hasta sentirse total y absolutamente desquiciado, porque deseaba tanto volver a verla, a recibir la sonrisa traviesa de la mujer, intercambiando con ella todo aquel cariño que por años se había reprimido y, así sin más, la dama se había encargado de robar, y él como buen confidente, le había entregado sin problemas.
La cercana relación que tuvieron en aquel entonces nunca fue sencilla, demasiada discriminación les rodeaba y para el castaño se volvía un desafío compartir con ella a vista y paciencia de los demás, por lo cual, muchas veces terminaron escondidos en algún sitio, contándose historias e ideando planes supuestamente fantasiosos de escape. Pero ella lo llevó a la más cruda realidad.
Recordó cada detalle en segundos y sintió como se formaba un nudo en su garganta y lo único que desea, es que el haberla ayudado haya sido la mejor decisión que pudo tomar en aquel entonces.
Y fue la fémina quien le demostró que estaba en lo correcto, sus palabras llenas de ánimo y la voz cantarina que usó, le dispersó rápidamente cualquier duda. Más el abrazo fue el dulce gesto que esperó desde que se plantó nuevamente a su lado, sintiendo como los brazos ajenos se encargaban de juntar las partes de su propio ser. Rápidamente le correspondió, besando disimuladamente su frente cuando percibió el cambio en la respiración de la mujer, pero no lo mencionaría, sabía que ella trataría de ocultarlo.
— Muy rusa puedes ser, pero te prohíbo aquella frialdad conmigo. — le regañó con dulzura y se incorporó cuando sus cuerpos tomaron de vuelta sus lugares.
Sonrió con más deleite cuando la mano ajena le regaló aquel tacto suave y gentil. Si bien eran de aquellos que no mantenían secretos con el otro, podría decirse que Ezequiel nunca fue completamente honesto con ella, no le contó acerca de su naturaleza, ¿Por qué iba a hacerlo? Quizás la mujer no lo entendería, tal vez hasta podría haberle rechazado. Tantas dudas y la única verdad era que él nunca se sintió listo para revelárselo, era una parte de él que no se esforzaba en liberar.
— Si he cambiado, lo que pasa es que tú aún me ves con esos ojos llenos de estimación y evitas ver la realidad de los cinco años que traigo encima, y vaya que pesan. — comentó con nostalgia, y aunque esos años por razones obvias no le afectarían físicamente, si le dolían en lo más profundo de su alma.
El paseo de los dedos femeninos por su barba le hizo arrugar ligeramente la nariz, gesto que remarcó en cuanto le escuchó aquella frase referida a él.
— Y tú sigues igual de coqueta y encantadora. — argumentó, sosteniendo la mano ajena hasta llevarla a sus labios, para dejar un beso en esta antes de liberarle completamente.
"Kiel", ella era la única que le llamaba así, un apodo que según lo que le había dicho era mas acertado a la nacionalidad femenina, le gustaba, se había acostumbrado a escucharlo de ella.
— La vida siempre ha tenido algo en mi contra, y me obliga a llegar a los sitios más inesperados, pero como ves, nunca es tarde para volver a los lugares en los que en algún momento hemos sido felices. — comentó, caminando alrededor de la figura femenina, sonriente y animado, ansiaba llevarla con él a tantos lugares, tenía tanto que contantarle, pero los minutos eran valiosos y el tiempo como arena entre los dedos, quien sabe que sería de ellos por la mañana.
— Llegué a París hace casi tres años, buscando dedicarme a lo que bien sabes siempre fue mi pasión; La pintura. — le recordó, llevándose la diestra al bolsillo de su pantalón, sacando de él un pequeño carboncillo que lanzó hacía ella, esperando que lo atrapara.
— Podría vivir de ello, no me importaría tener que dormir en las calles, porque la verdad paso innumerables malos ratos con todo lo que implica ser cochero de la alta sociedad. — aclaró rodando sus ojos con descontento, mientras por su mente se barajaban todas las malas experiencias referente a eso.
Buscó librarse de aquello, extendiendo la mano hacia su compañera, esperando que ella la sostuviera.
— Con tal de retratarte a ti, no me importaría tener solo un mísero franco y morir de hambre. — exageró, aún expectante a la invitación que había realizado.
Ezequiel O'Claude- Cambiante Clase Media
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Re: Sigue mis huellas [Ezequiel O'Claude]
"Me enseñaste a que el aullido,
es el arma más poderosa de todas.
Manifiestas con él, que estás listo
y demuestras también, que no estás solo."
es el arma más poderosa de todas.
Manifiestas con él, que estás listo
y demuestras también, que no estás solo."
De todos los lugares donde pudo encontrarse a este hombre, tenía que ser afuera de una taberna. Esos sitios fueron para la rusa una completa incógnita. ¿Cuántas veces no le pidió que la llevara a una? ¿Cuántas veces no negoció duramente para sólo obtener una mirada adusta cuando le colmaba el plato, para que la joven desviara la conversación sabiendo que como siguiera por ahí, perdería algo más? Perdió la cuenta. Hoy, no es más importante su curiosidad por un tugurio de esa calaña, que el reconocer cuánto cambió Kiel en estos cinco largos años. Cuando su tutor cayó en manos de un ataque sorpresivo, ella estaba fuera de casa, habiendo pretextado ir a una reunión literaria, ordenó a Ezequiel desviar el camino y terminaron en un rincón apartado de miradas inquisidoras y críticas, sentados bajo el tronco de un árbol platicando y disfrutando del apacible lugar. Esas escapadas eran a últimas fechas constantes. Le gustaba pasar el tiempo a solas con el castaño, viendo la vida desde su perspectiva y aprendiendo de sus sabias palabras.
La llegada a su hogar fue un shock, lo que encontró dentro del inmueble, a pesar de las órdenes de Ezequiel porque no entrara, le hizo entender que ya no estaba segura ahí. Su instinto fue mayor, recordando las palabras de otro de sus tutores, supo que todos en su hogar corrían peligro y eso incluía al cochero. Si el objetivo era ella, debía irse. Agarró lo que pudo meter en una sola maleta, tomó el dinero que había en la caja fuerte, lo repartió a la mitad y de ahí, en tantas partes como sirvientes tuviera en casa, para dárselo al único en el que confiaba, lo distribuiría en su ausencia: el cambiante. Luego de ello, partió rauda a la estación de ferrocarril siendo conducida por él, comprando el billete del tren que partiera lo más pronto posible sin importar el destino y ahí, se despidió. Él hizo lo mismo que ahora, le permitió el abrazo y depositó un beso sobre su frente tan delicado, que durante mucho tiempo se pensó si no lo había imaginado. Hoy, sabe que no es así, que sí lo sintió. Kiel es una caja de Pandora. Capaz de la sinceridad más brutal, de enérgicos movimientos y miradas que ahuyentan a los más valientes, hasta de actos tan dulces. No hubo alguien que la supiera consolar y contener como sus padres, sólo O'Claude.
La prohibición en automático, provoca que su ceja izquierda se arqueé formando la mueca más irreverente de la que Tatyana es capaz de evocar en ese rostro de princesa que por más sufrimiento que tenga, sigue siendo bello. Ni las ojeras, ni la manera en que sus facciones se han afinado por la pérdida de peso, pueden apagar ese don que la propia diosa de la belleza le otorgara. - Muy rumano puedes ser, pero te prohíbo que me prohíbas lo que por supuesto no me parece prohibido - juguetea con las palabras sabiendo que hace honor al refrán de "si no puedes con ellos, confúndelos". Y en tanto Kiel se queda pensando qué diablos dijo, ella aprovecha para seguir apreciando su rostro y ¿Por qué no? Su cuerpo con una mirada que le evalúa más allá de lo sexual. - ¿Eso fue una excusa, O'Claude? ¿Piensas que me ciego porque te quiero? No necesito gafas para ver lo que es evidente y es obvio que por ti, no pasaron los años. ¿Cuántos tienes? ¿Treinta y pocos? ¿Treinta y largos? - ese fue uno de los más grandes enigmas y para la rusa, un dato que le gustaría tener.
Aún así, su ceja queda más arqueada aún observando al cochero tras su ¿Excusa? como hace con sus pupilos cuando les da clase en las mansiones, de esa forma en que los chiquillos saben que hicieron algo mal y no encuentran dónde meter la cabeza para evitar esa mirada. Ya lo dijo uno de los más pequeños "¡Son sus ojos de bruja!". Nada más ajeno a la realidad porque magia no es lo que hay en el cuerpo de la mujer, sólo un carácter forjado por los golpes orquestados por alguien desconocido cuyo bastón sigue apareciendo en cada sitio donde se rompen los lazos de la otrora aristócrata. - El adularme no te servirá de nada, O'Claude. Además, si soy coqueta, sólo es contigo - le muestra la punta de la lengua juguetona, pícara y provocadora. Con ese aire de inocencia que aún conserva y que dista de entender lo que puede incitar en los bajos instintos de un hombre con un solo gesto para ella, natural. La mano sigue hormigueando ahí donde él depositara sus labios. Un hecho que aún sigue intrigando su joven mente.
Lo que también permanece, es ese afán del castaño por el movimiento. Incapaz de quedarse en un solo sitio, aprecia cómo la rodea observando su figura. Por un instante siente la necesidad de cubrirse cruzando los brazos para defenderse de lo que evoca esa fija mirada sobre ella. Se contiene siendo fuerte porque nada puede temer de él. - Tres años. Yo tengo aquí como cinco meses, llegué de Viena tras... un evento desafortunado que me incitó a explorar nuevos aires - ¿Cómo decirle que otra vez la habían atacado y que continúan siguiendo su pista? Debieron cansarse durante estos sesenta meses y en lugar de ello, parece que cada vez están más y más cerca de lograr lo que sea que buscan de ella. Mira cómo le lanza algo del bolsillo, por inercia extiende las manos, el objeto golpea su diestra palma, creando un nuevo ángulo para saltar al suelo, siendo de nuevo elevado ahora, por su siniestra y en el aire, lo atrapa con ambas. El hueco que se le formó en el estómago le provoca una risa de triunfo cuando la sujeta bien mirando. Tiza. - Tu eterna compañera. Te falta el papel, no te concibo sin ambos, estoy segura que si meto la mano a tu otro bolsillo, encontraré lo que falta para que dibujes. ¿Y cómo te ha ido con eso? ¿Estás estudiando? - porque no encuentra otra razón a que siga siendo un cochero y no esté ya haciendo sus propias creaciones.
Cuando él extiende su mano, ni siquiera lo piensa cuando la suya está tomándola, entrelazando los dedos con los suyos con la familiaridad de años, parpadea sin comprender más allá de una traviesa imagen que le obliga a alzar de nuevo la ceja para reír con el rostro lleno de color granate - ¿Vas a retratarme como lo hiciste con Nastia? ¿Tal cual como dios la trajo al mundo? - evocar ese recuerdo, de ver a su tutor azorado con la boca abierta de par en par, intentando tapar los oídos de Tatyana con las manos -por supuesto que en balde porque ya había escuchado al mayordomo-, le hace sonreír y después, reír a carcajadas echando atrás la cabeza - todavía recuerdo cómo me encerraron en mi recámara para incapacitarme de ir contigo, antes de que mi mentor te aleccionara que ni se te ocurriera retratarme de ninguna manera. Dicen que te hizo jurar que no harías ni un solo boceto de mi persona para que nadie pensara mal de mí ¿Es cierto? - se acerca a él sin dudarlo, sin que una sola de esas imágenes le separe de su presencia tan hipnótica.
Introduce la tiza en uno de los bolsillos de su vestido aún con la sonrisa bailando en su rostro - para dibujarme, tendrás que elegir entre acompañarme a mi casa porque ya es demasiado tarde y dejar a tu amo o bien, vernos otro día donde tengas la luz suficiente para distinguir mis rasgos, algo así entendí que dijo Nastia - su rostro marca un gesto que evalúa los recuerdos, en tanto intenta reprimir los sentimientos que le desató aquella conversación con la modelo. - De todas maneras, Kiel, querido Kiel, no creas que después de este día, te desprenderás de mi presencia, te lo prohíbo - evoca el mismo tono que Ezequiel diera a su prohibición minutos antes. Sí, es una díscola, una irreverente y una mujer que hoy en día, se caracteriza por hacer lo que quiere, donde, cuándo y como quiere. Y de eso, toda la culpa es de este castaño por enseñarle a manos llenas, cómo es la independencia.
- Hagamos ésto, te espero en esta dirección - saca rápido un papel y la tiza, confiada como es - cuando termines tus ocupaciones, ve a esta dirección, aunque sea muy de noche, me verás ahí, no prometo esperarte despierta porque no sé cuando termines, pero te espero - promete sonriendo, poniendo el papel en el bolsillo del abrigo masculino. Prefiere que él termine su turno antes de que le dejen sin dinero. Son la clase trabajadora, hay que laborar para comer. - Así te preparo algo rico, ¿Sí? - le sonríe, en cuanto él acepta, le da un fuerte abrazo y se va de ahí, dejándolo en sus labores.
No se despide, ésto es un hasta pronto y para ellos, el tiempo es infinito.
TEMA FINALIZADO
Tatyana Holstein-Gottorp- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 31/05/2018
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