· Sacred place ·

por **Alkonost** Jue Ago 02, 2018 8:43 pm

El sonido de los gusanos al moverse, y especialmente, el que hacían al roer lentamente la carne de sus tejidos, resultaba tremendamente desconcertante. Tétrico, también, aún más teniendo en cuenta que el nido de todos aquellos desagradables insectos se hallaba alojado en su interior. Por si el olor a podredumbre que procedía de sus entrañas no fuera suficiente, también ahora estaba obligada a tolerar la presencia de aquellas cosas, removiéndose, devorándola desde su interior hacia su exterior. Lenta, pero inexorablemente. No dudaba de que su hedor era, en parte, lo que hacía que ellos se acercaran a ella, que la rodearan. El resto de ánimas, espíritus y fantasmas que rondaban por aquel bosque, y que se veían atraídos por Alkonost como polillas hacia la luz. Podía escuchar con total claridad sus murmullos, aun sin ser capaz de discernir sus palabras. No le incomodaba, sino más bien al contrario, ya se había acostumbrado a su presencia. Es más, a diferencia de lo que le pasaba con aquellos que aún seguían vivos, sus miradas escrutadoras no le importaban. Aunque los muertos se miraban siempre por encima del hombros los unos a los otros, todos eran iguales. Los muertos sólo eran muertos, vagando por una tierra a la que ya no pertenecen pero de la que no podían escapar. Tenía más en común con ellos que con el resto de seres vivos. Aunque ella aún tuviera un cuerpo físico, estaba igual de muerta que aquellas ánimas que no habían podido cruzar al otro lado.

Sus pálidos y dedicados dedos trabajaban de forma incesante en la creación de una especie de corona hecha de pequeñas flores. La entretenían aquella clase de trabajos manuales. Dado que su mundo, su universo, estaba reducido a aquel bosque en el que vagaba, del que era guardiana gracias a Gaia, era en éste mismo donde encontraba prácticamente todo de lo que hacía uso en su día a día. La cueva de la que se resguardaba de la lluvia, las plantas que la alimentaban cuando, por alguna razón que desconocía, el hambre la asaltaba repentinamente, todo procedía de aquella tierra, a la que protegía y pertenecía. Con la que volvería a convertirse en uno cuando su cuerpo, finalmente, terminara por descomponerse. Su silueta delgada y fantasmagórica, su desnudez, apenas cubierta con vestidos hechos de hoja y algún que otro trozo de tela que había encontrado, se fundía con el entorno, hasta el punto de que parecía un elemento mas de la naturaleza. Nada parecía ser capaz de perturbar la calma que se respiraba a su alrededor. A pesar de lo terrible de su existencia entre dos mundos, de lo cruel que le parecía no ser capaz de ver la luz y seguirse descomponiendo por momentos, apreciaba la paz de la que disfrutaba.

...Paz que únicamente se veía perturbada cuando algún que otro ciudadano se perdía entre el espesor de los árboles, mismas personas a las que se encargaba de "guiar" en la dirección correcta, de regreso a su ruidosa ciudad, intentando siempre por todos los medios que no se internaran en el bosque lo bastante como para llegar a su lugar predilecto. Aquel claro, gobernado por una charca de aguas claras, cuya orilla alcanzaba la entrada misma de la cueva en que ella habitaba. Ese lugar era sagrado, muchos espíritus se arremolinaban allí, benévolos, no podía dejar que nadie lo mancillara. No podía permitirlo. Por suerte, no solía tener demasiados problemas. Si no llamas la atención, los humanos no se acercan, ni tienen interés alguno por descubrir nada más allá de lo que les resulta evidente a simple vista. Y así era mejor. Odiaba tener que interactuar con ellos, odiaba incluso el simple hecho de compartir un mismo espacio con semejantes seres. Ella era una criatura diferente, en simbiosis con la naturaleza. Vivía por y para ella, y ésta, a su vez, le daba cobijo. En un mundo cada vez más mancillado, ella se mantenía pura y serena. Y así debía seguir siendo...

por **Dante** Vie Ago 03, 2018 9:16 am

Cada rincón de París se le hacía interesante, se preguntaba qué albergaría y a quiénes encontraría, si algo o alguien fuese capaz de sorprenderle. El paso del tiempo, tan rápido y valioso para muchos, tan lento para el vampiro. Perderse en los confines de la ciudad parisina se le antojó una buena idea, no lo haría solo, una joven llena de vida que reía constantemente le llamó la atención. La forma apresurada que latía su corazón, su suave voz, el olor de su pelo...le era agradable pero no tenía nada especial, sería una buena cena para esa noche...o quizás el aperitivo, no solía saciarse sólo con una persona...siempre necesitaba más.

Cortés de su brazo, la joven alardeaba victoriosa de tal acompañante, qué ilusa. La única razón por la que se encontraba tan cerca, nada tenía que ver con los pensamientos que se formaban en su simple mente, tan fácil de leer, con sólo una mirada podía leer la lujuria, la diversión e incluso el miedo, quisiera o no el vampiro era un desconocido. Una breve sonrisa a un halago por parte de la joven, nada en especial, ese tipo de mujeres se contentan con cualquier cosa, sobre todo con un buen fajo de billetes, él no necesita ni siquiera eso.

Prefería alimentarse en intimidad, alejados de miradas y dedos señalando, sonrió sin mediar palabra guiándole hacia ningún destino concreto, ni camino marcado. La suavidad con la que tomaba su mano, un susurro suave y un beso en el lóbulo de la oreja de la mujer quién se sonrojó y al vampiro, le resultó hermoso, mejillas llenas de vida, le recordó a alguien de su pasado...pequeños flashes de su vida pasada.

Como si de un baile se tratase, la tomó de la mano para que diese vueltas por la mullida hierba, cabello pelirrojo ondeando al viento, la noche los dibujaba de manera perfecta como si fuesen sombras relucientes. En un traspiés, ella se dejó caer sobre él, aprovechó tal gesto para actuar y buscar la vena de su cuello que palpitaba llamándole a gritos, un leve roce de labios, sus colmillos rasgaron la piel desnuda, nívea y perfecta en su cuello de cisne, tomando su vitae. La muchacha arqueó la espalda, cerrando los ojos dejándose llevar por la sensación. Deliciosa pero no saciaba su apetito ni lo más mínimo, antes de robarle la última gota, la dejó caer entre sus brazos, sentándola en el suelo visiblemente mareada...hasta esperar se quedase inconsciente.

Frustrado, se giró hacia el claro, necesitaba más, mucho más... y un olor en particular lo alertó, no estaba solo, alguien más se encontraba por allí. Cerró los ojos, dejándose guiar por los sentidos, verla no hacía falta, su corazón latía, dos corazones latían...el de su joven acompañante y el de...ese ser. Sonrió, buscando con la mirada quién portaba tan acelerado corazón, olor a tierra.

-Buenas noches -murmuró al aire, por más que se escondiese, estuviese donde estuviese, él sabía que lo observaba, había reparado en su presencia al igual que él.

por **Alkonost** Jue Sep 06, 2018 5:42 pm

Antes de verlo, ya sabía que estaba allí. Olía a sangre, a oscuridad. A muerte. Era el aroma de aquellos seres que contradecían las leyes de Gaia, que permanecían en un mundo al que ya no pertenecían pero, que a diferencia de ella, no se descomponían en el proceso, y opuesto a las ánimas que la rodeaban y conformaban la brisa que movía sus ropajes, tampoco eran inmateriales. No sentía simpatía alguna por aquellos seres. Su existencia era un error. Rompían el equilibrio que debía gobernar en la naturaleza, equilibrio que ella respetaba y veneraba. Y simplemente por eso, su presencia, tan cerca de su territorio predilecto, suponía no sólo un agravio, sino también una ofensa. La voz del vampiro resonó en el claro, pero Alkonost ni se estremeció, ni se vio visiblemente afectaba. La rabia hacía que su extraño corazón latiera más deprisa de lo que acostumbraba, y es que era únicamente en esos momentos, en esos instantes en los que otros seres se entrometían en su etéreo paso por la tierra, en los que recordaba las sensaciones que antes tuvo, antaño, cuando aún seguía viva. Cuando los gusanos no la estaban devorando por dentro, y se sentía tan separada de su cuerpo como los fantasmas a los que ayudaba a cruzar al otro mundo.

Ladeando la cabeza mínimamente, se dedicó a observar al hombre que acababa de entrar en su campo de visión. Como acostumbraba a suceder con aquellos seres, nada en su aspecto exterior los delataba. Mientras su propia piel era fina y tan pálida que casi parecía translúcida, la frialdad del vampiro -la que sabía sin ninguna duda que poseería- no era evidente a simple vista. ¿Quién de los dos estaba en realidad más muerto? Pero a sus ojos, malditos con la capacidad de ver, la esencia, el alma misma de las cosas, no podían engañarles. Podía notar su esencia, tan tétrica, terrible y sanguinaria como la del resto. Ignoraba qué es lo que otros veían en alguien como ella, pero a diferencia de esos seres cuya presencia en el mundo no era bienvenida, ella jamás haría daño a nadie simplemente por capricho, o por usarlos para su propio beneficio. No solamente porque no tuviera interés en el resto de personas -tan alejadas de la naturaleza que se le antojaban irreconocibles- sino también porque así no era como debía suceder. Traicionaba el orden de las cosas. Y eso no podía permitirlo.

Cuando el no muerto se hubo acercado más de lo que ella consideraba conveniente, dio un paso atrás, haciendo una mueca que le descompuso el bonito semblante, dándole un aspecto feral, peligroso. El de un animal al que están acorralando y está dispuesto a atacar a las primeras de cambio, sin que le importe la conclusión: matar o morir. Al final, realmente no tenía nada que perder. Ella ya estaba, en el fondo, muerta, a pesar de que su travesía por la tierra se estuviera prolongando más de lo que había esperado. Y él, él era un monstruo, una abominación, que además ponía en peligro a otros simplemente por existir. - Aftur, dauður, hér ertu ekki velkominn* -Dijo con voz alta, clara y serena, una voz que, sin embargo, resonaba en la noche, y tenía una especie de eco característico que solamente se correspondía con los seres que pertenecían a los dos mundos... o eso le habían sugerido las animas. Con un gesto rápido, ágil, certero, tan fluido por haber pasado toda su vida vagando por aquellos bosques, tomo una rama bastante gruesa para luego quebrarla contra una roca, improvisando una rústica estaca, que no dudaría en empuñar.

Aftur, dauður, hér ertu ekki velkominn* : Atrás, muerto, aquí no eres bienvenido.

por **Dante** Jue Sep 13, 2018 9:22 am

El olor a tierra mojada, hojas secas y recién a punto de caer de las ramas de los árboles, agua de rocío que como caricia otorga a las delicadas flores, frutos rojos, silvestres y el recuerdo de todo ello, inundó las fosas nasales del vampiro. Le recordó a su juventud cuando junto con sus hermanos emprendían excursiones para toda la mañana en busca de fruta fresca y hongos para los dulces caseros, las cenas en familia en donde en la lumbre un gran perol siempre cocía una buena sopa.

Una breve sonrisa en los labios del vampiro quien no apartaba la mirada de la cortina de hojas y flores, tras ésta se encontraba ese ser que le llamó la atención de peculiar manera. ¿Quién se escondería tras ese manto de flores enredadas? Se acercó lo suficiente, solía ser muy cauteloso y no tentar a la suerte, un hombre precavido y así fue en vida, algunos aspectos quedaban intactos en su no vida. No se acercaría a menos que ese ser lo permitiese, el aura le delataba como alguien poderoso, luz verde centelleante con pequeños cristales blancos a su alrededor…un hechicero.

Apartó la cortina de hojas, encarándose con un ser pulcro, de facciones dulces y delicadas, le recordó a una de esas hadas de los cuentos para niños, seres mitológicos y no todos éstos se consideraban benévolos. El susurro detuvo sus pasos, como alguien tan hermoso había cambiado su gesto, no le agradaba y era mutuo, los hechiceros en su vida no solían ser absolutamente santo de su devoción. Alzó las manos, como si con eso dejase de ser peligroso, su penetrante y oscura mirada no se apartaba de esa obra de arte que la naturaleza había modelado a su antojo, qué hermosura y bella mujer.

-Demasiado hermosa como para que mi presencia borre la inocencia y virtud de vuestro semblante. No muerdo, los hechiceros sólo dan dolores de cabeza. La diosa fortuna nos ha bendecido con su don, el encuentro no es agradable de forma mutua, no le importunaré…sólo paseaba y aquí estáis -tomó asiento en una de las piedras, atacar sin más no era su estilo, él era más sutil y sigiloso, esa joven que descansaba en la orilla había saciado su hambre -No pretendo nada a no ser que me deis motivos. Si tengo que irme para que su bonito rostro luzca de nuevo sin esa mueca de desagrado…lo haré

Susurró, apenas un susurro como una brizna de aire que acariciaba los cabellos de ambos protagonistas. La observaba desde su posición, un ser muy diferente en toda su existencia jamás encontró con semejante belleza y templanza.

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