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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Zsadist Cristea Miér Ago 05, 2015 1:55 am

Hell is empty. All the devils are here.

¿Era él un villano por hacer lo que su naturaleza le dictaba? Quizá. ¿Le importaba realmente ser relacionado con tal definición? En absoluto. Zsadist, como era conocido en su ambiente -y también en el ajeno-, jamás había encontrado diferencia alguna entre la magia negra y la magia blanca. ¿Realmente existía? Para él era un tema que estaba íntimamente ligado con las percepciones. Algunos hipócritas asociaban la magia blanca con propósitos buenos y relacionaban la negra con propósitos malos, sin tomar en cuenta que al final ambas buscaban satisfacciones personales, nada más. Afortunadamente, Zsadist nunca había sido un mojigato. Aceptaba las cosas tal y como eran, sin estúpidos disfraces, sin darse golpes de pecho. ¿Que había hecho cosas malas? Sí, si así era como lo querían ver. No obstante, los realmente malvados eran quienes lo buscaban para solicitar sus servicios. Él era… tan solo un instrumento, un arma peligrosa que otros decidían utilizar a su favor para lograr sus cometidos, y que estaba al alcance de cualquiera… de cualquiera que pudiera pagar por su trabajo. Los costos eran elevados, desde luego, pero todo aquel que lo buscaba, sabía que lo valía. Y es que en su ramo era sencillamente excepcional. Su trabajo, realmente profesional, hablaba por sí solo. Se rumoreaba por ahí que había sido el causante de la muerte de personajes realmente reconocidos, entre los que destacaban algunas autoridades, incluido un obispo de la iglesia católica y un rey del que algunos traidores habían decidido deshacerse.

Desde luego, a pesar de los rumores que giraban en torno a él, para la sociedad, estaba limpio. No existía prueba alguna que pudiera implicarlo en el fatídico deceso de ninguno de los difuntos. Todo se lo debía a que ejecutaba magistralmente el hechizo de limpieza, táctica que se llevaba a cabo por medio de un conjuro y que consistía en obtener la capacidad de borrar toda huella mágica, cualquier efecto, o cosa que pudiera relacionar los actos llevados a cabo con ella, y de ese modo pasar desapercibido. Sin embargo, nada era posible sin los elementos necesarios. Algunos, los más básicos, los conseguía en la herboristería, a plena luz del día, como cualquier otro ser humano, pero había otros, muchos más difíciles de conseguir, y que solo podía obtener en ciertos días de la semana, a determinada hora, y en los lugares menos pensados. Uno de estos sitios era el cementerio. Zsadist acudía a uno de los más grandes de París, el Montmartre, donde cientos de personajes famosos eran enterrados. Políticos, científicos, empresarios... Pero sus favoritos siempre habían sido los artistas. Gustaba de recolectar sus cráneos y a la fecha contaba con una gran colección. No se trataba de un mero acto de profanación por aburrimiento, en realidad, los utilizaba para sus tétricos conjuros. En ocasiones los invocaba para sus propósitos por medio de la Nigromancia, otra de sus especialidades.

En esta ocasión se encontraba en la tumba de Gaetano Vestris, un bailarín de ballet francés que nació en Florencia, antiguo miembro de la Ópera de París. Llevaba muerto ocho años y lo deseaba para su colección, así que no dudó en profanar su tumba una vez entrada la noche. Desde luego, ultrajar de semejante modo la sepultura de un cristiano, algo que se considera sagrado, era un acto por demás irrespetuoso, pero a él ese tipo de pequeñeces lo tenían sin cuidado. Una vez que extrajo del féretro parte de los restos mortales del cadáver, sostuvo en lo alto la calavera y respiró profundo en señal de victoria. Observó el cráneo por un largo rato, girándolo de un lado al otro, pero tanto su mano como sus ojos se detuvieron cuando se percató de una presencia en el lugar. No se trataba de un espíritu, sino de un mortal, alguien que todavía albergaba un alma en el cuerpo.

¿Quién eres, quién te invitó a mi fiesta, y qué parte de “privada” no lograste entender? —pronunció, aún sin girarse para descubrir el rostro de aquel molesto entrometido.


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Mensaje por Isabelle Campionibusa Mar Ago 18, 2015 6:44 pm

"En el abismo de mi mente desquiciada, descubrí que la luz no existe,
si la oscuridad no la ahoga"



Dicen que a los amigos hay que conocerlos, pero a los enemigos, mucho más. Para Emelia aquel dicho era tomado a pie juntillas. Odiaba a los hechiceros, deseaba borrarlos de la faz de la tierra, y no importaba cual fuera el motivo primordial que llevara a tan grande aversión. Lo importante era que para poder derrotar a tus enemigos, debes conocer sus tácticas, sus métodos, su cotidianidad.

Por eso solía pedir a su superior que le entregara cualquier misión que tuviera como fin, capturar a los humanos con poderes. Al estar bajo su custodia, solía presentarse primero como un ser dulce, casi un ángel, para luego comenzar las torturas, mostrando su verdadera naturaleza, tan demoníaca como algunos hechiceros peligrosos.

En la primera entrevista, les suplicaba que se arrepintieran, que les entregara sus libros de magia, sus secretos, que ella los destruiría y el Santo Padre tendría piedad de ellos. Muchos caían en su engaño, cuando entregaban sus pertenencias, ella les hacía firmar un documento, supuestamente un tipo de pedido de piedad  para el Papa, pero en verdad era una confesión sobre sus más horrendos sacrilegios, y muchos otros que no habían cometido y que la dulce monja les ayudaría a expiar.  La firma de tamaño documento era una sentencia de muerte, Emelia  e convertía entonces en lo que realmente era, un ser sin compasión, un ángel vengador, una asesina torturadora, lisa y llanamente. Aun así, solía excusarse con sus superiores que en verdad solo eran hijos del demonio, rameras de lucifer y un sin número de epítetos que usaba para referirse a ellos, con el mayor desprecio. Su apatía por dichos sujetos era tan grande que a más de uno había asesinado con sus propias manos y negándoles el sacramento de la extremaunción, - que se retuerzan en el infierno – solía sentenciar cada vez que algo así sucedía, entonces una sonrisa le inundaba el rostro, su mirada resplandecía de placer, al igual cuando los escuchaba gemir de dolor, aquello le provocaba un escalofrío que le recorría el cuerpo y que solo lo podía comparar con el inmundo y depravado acto de la fornicación.  Como medio de expiar sus culpas, su enorme deseo de seguir torturando y sacrificando a esos seres, es que tomaba como práctica semanal provocarse castigos,  latigarse, usar el silicio, pasar horas sobre pequeños granos de arroz, hasta que sus rodillas sangraban.

Tanto odio, tanto estudio sobre el tipo de caza que le gustaba realizar, le llevó a recopilar una gran colección de libros prohibidos, grimorios, libros de herbolaria, magia negra, nigromancia, escritos sobre los demonios. Todo aquello caía a sus ávidas manos y a su febril mente. Para cazarlos, había lugares especiales, no era lógico intentar detenerlos en una herboristería, o en el bosque, aunque eso sería visto como algo más natural. Pero, su predilecto coto de caza, siempre había sido el cementerio y cuando se encontraba en la ciudad de París, el Montmatre, era su predilecto. Por eso,  aquella tarde se preparó para una salida nocturna, se vistió con sus ropas de cazadora, no iría como la suave y buena monja que busca el perdón del pecador, no, deseaba cazar, disparar, matar, su cuerpo necesitaba sentir la adrenalina que solo el sufrimiento, ajeno y propio, le causaban. Sus piernas estaban enguantadas en unos pantalones de cuerpo ajustados casi hasta lo imposible, una blusa blanca,  un corsé que le permitiera realizar movimientos con brazos y piernas, además de usalo como una protección a posibles armas blancas, botas de caña alta, chaqueta y capa negra. Sus armas las predilectas, dagas arrojadizas, cañones, puñales, vallesta y flechas envenenadas, que no los mataría, pero le permitiría trasladarlos a su refugio en donde podría torturarlos a su antojo. Se miró al espejo, con su larga melena blanca cayendo abundante a su espalda, la sujetó en una cola de caballo que enmarcó su rostro de facciones angulosas y mirada misteriosa.

Apenas las campanas de la catedral marcaron la hora señalada, jinete y montura, salieron como almas que se las lleva el diablo rumbo al cementerio. Cuando llegó, las puertas del campo santo estaban cerradas, dejó su caballo afuera y trepó sin dificultad, saltó con maestría y pronto se encontró caminando entre las sombras, buscando su próxima presa. Recorrió un largo camino hasta un sector del cementerio menos visitado, allí se encontraban tumbas de personalidades importantes en el ámbito cultural, pero que no eran del agrado de Emelia. Fue en ese momento cuando lo distinguió, un hombre que había abierto una tumba, extraído el cajón y tras exhumar el cadáver, intentaba seccionar la cabeza del cuerpo. Cuando éste, la descubrió, le exigió que se mostrara enojado por su interrupción, a lo que ella soltó una carcajada, - te equivocas, no era tu fiesta, sino la mía… y tú serás, esta noche… mi invitado especial – dijo mientras aún desde la sombras, disparaba su ballesta con una flecha envenenada, directo a uno de los brazos del hechicero.
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Mensaje por Zsadist Cristea Dom Oct 11, 2015 8:05 pm

Ocurrió tan rápido que no le dio tiempo de reaccionar. La flecha con la que fue atacado viajó a la velocidad de la luz, incrustándose profundamente en la carne de su brazo derecho. La sangre comenzó a correr. Por un segundo, casi perdió el equilibrio, pero supo mantenerse erguido. La ofensiva le provocó un profundo dolor, similar al que se experimenta cuando la piel de un hombre entra en contacto con una brasa incandescente. Cualquier otro habría aullado, se habría arrastrado por el suelo a causa del suplicio, pero no Zsadist. Él jamás se quejaba del dolor; él lo amaba, aunque siempre iba a preferir provocarlo a recibirlo. Todo lo que salió de la boca del hechicero fue apenas un ligero sonido, similar a un gemido, muy débil, demasiado contenido para ser verdad. La calavera que sostenía en lo alto cayó al piso, partiéndose en dos y aparentemente eso logró molestarlo aún más que el haber sido agredido. Con una mueca de fastidio instalada en su boca, se giró para conocer la identidad del insolente y sorpresivamente se encontró con una mujer.

Ladeó el rostro, mientras examinaba su aspecto a profundidad. Era una rubia demasiado atractiva. Echó un vistazo a su atuendo, al arma que sostenía firmemente entre sus manos y enseguida supo de qué se trataba todo. Tenía que ser uno de ellos. Él era un hechicero demasiado popular que rara vez pasaba desapercibido para inquisidores y cazadores. Todos lo buscaban, no solo en Francia, también en otros países. En Irlanda había quien ofrecía una jugosa recompensa por su cabeza, por cualquier cosa que fuera capaz de probar sus culpas. Pero el hombre, que era bastante hábil para esconderse, camuflándose gracias a sus habilidades, cínicamente se paseaba frente a sus narices sin la menor preocupación.

La molestia y sus persistentes ganas de fastidiar a otros se conjugaron creando una peligrosa mezcla. En ese momento, Zsadist cambió la mueca de disgusto por un semblante de total y absoluta seriedad.

Buena puntería. Mala decisión —pronunció al tiempo que alzaba una mano y, como si se tratara de una simple astilla, cogió la flecha y tiró de ella hasta lograr sacarla por completo. El hombre arrugó la cara en una mueca de dolor que desapareció casi instantáneamente. La sangre se derramó a borbotones y él la contempló. Le molestó demasiado ver cómo se desperdiciaba algo que le pertenecía, algo que para él era tan sagrado, pero supo disimularlo bastante bien.

Mira lo que le has hecho a mi cráneo —añadió con sorna, restando importancia a su herida y desviando sus orbes bicolores de la gran mancha de sangre, a la calavera. Estaba arruinada.

Entonces, avanzó hacia ella. Uno, dos, tres pasos y la distancia entre ellos se acortó considerablemente. La inquisidora se mantuvo en guardia todo el tiempo y Zsadist se movió con sigilo, previniendo un nuevo ataque.  

Eres inquisidora, probablemente un soldado, ¿no es así? —cuestionó, aunque ya sabía la respuesta. Su facha la delataba—. Tu trabajo es cumplir y acatar órdenes. Bien, entonces ahora me obedecerás a mí.

No se trataba de una absurda especulación, Zsadist sabía de lo que hablaba. La miró fijamente a los ojos y, tras cerrar los suyos un momento, concentrado, aspiró profundamente atrayendo una buena cantidad de aire hacia sus pulmones. Cuando volvió a abrir los ojos, algo había cambiado. El ambiente parecía otro. Hasta el aire se había vuelto más espeso. Una inesperada y sobrenatural ráfaga de viento los envolvió.

Suelta el arma —le ordenó avanzando un paso más. Y, por arte de magia, gracias al poder de dominación que el hechicero aplicaba con maestría, la ballesta resbaló de las manos de la rubia—. Buena chica —la elogió con ironía y de una sola patada logró alejar lo suficiente la ballesta para que ésta no pudiera alcanzarla fácilmente.

Ahora, vas a quedarte así, muy tranquila y responderás algunas preguntas. Y quiero la verdad —indicó con mucha paciencia y serenidad, como si se tratara de una retrasada mental que podía no llegar a entender sus instrucciones—. ¿Quién eres y qué es lo que buscas? ¿Estás sola u otros vienen contigo? Y, más importante aún: ¿qué tenía la flecha que me lanzaste? Porque sé que tenía algo, puedo sentirlo fluyendo en mi cuerpo.

Guardó silencio y esperó. No obstante, las respuestas tardaron en llegar, lo que provocó que empezara a impacientarse un poco. Se concentró todavía más en los ojos ajenos, invadiéndolos con su mirada, obligándola así a sucumbir ante su poder.

Responde, no voy a preguntarlo otra vez.
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Mensaje por Isabelle Campionibusa Mar Dic 29, 2015 6:15 pm

No pudo dejar de sonreír, al verle  fastidiado por la pérdida de su juguete, como un niño que por culpa de un descuido ha perdido aquello que pensó, era valioso para él. Pero de la misma manera como aquella majadería le provocó risa, verle quitarse la flecha envenenada, aunque aquello le provocara perder tanta sangre,  y apenas pronunciar un leve quejido de dolor, la hicieron estremecer de excitación. Sus ojos brillaron con placer, ese espécimen era realmente uno que debía estar en su colección. No varió su semblante, pero mordió la cara interna de sus mejillas, hasta casi hacerla sangrar. Amaba el sufrimiento y no podía dejar que su presa se enterara de ese pequeño detalle, no mientras no la tuviera encerrada en su mazmorra y atada con los grilletes. Sus ojos volvieron a brillar ante la posibilidad de tenerle en su guarida.

No era tonta, sabía que un ser humano,  que poseía poderes, volvería más dificultosa su cacería, ¿pero acaso había algo más gratificante que una presa con la cual medir fuerzas? Por supuesto que no. Demás está decir que el hecho de ser una simple inquisidora, sin poderes, podía ponerla en desventajas, pero sus habilidades para la lucha, como para resistir el dolor extremo  eran de admirar. Por ello, Emelia sabía que con una simple tortura, no lograría sacarle ni una sola palabra. Lo que realmente tenía a su favor, era  el antídoto para el veneno de sus flechas. Éste era secreto y solo lo podía prepararlo ella. Sonrió nuevamente cuando lo observó acercarse, su corazón se aceleró, como cada vez que entraba en batalla, su respiración se hizo más rápida y profunda. Se colocó en guardia y apuntó nuevamente al hechicero con su ballesta, pero no tuvo tiempo de  volver a disparar. El desgraciado utilizó uno de sus trucos de circo y logró que el arma cayera de sus manos, o por lo menos eso creyó el infeliz, - ¿dolor? ¿Crees que infringiéndome dolor, lograrás desarmarme tan fácilmente? – le dijo mentalmente, al tiempo que como buena actriz su rostro mostraba turbación y dolor – ven, acércate más, cachorrito – volvió a cavilar mientras observaba como, aquel brujo,  alejaba la ballesta pateándola con su bota, sin darse cuenta que la mujer estaba armada hasta en el corsé.

El hombre prosiguió acercándose, Emelia pudo observar pequeñas gotas de sudor en el rostro de su adversario, - el veneno está haciendo su efecto – pensó, riendo por dentro, pero mostrando el mismo gesto de estupefacción, como si no pudiera comprender como él, un hechicero con poderes demoníacos, no había caído bajo el dominio del Dios Sagrado – mmm… querido, creo que me necesitarás más de lo que pueda necesitar de ti -. Lo orbes del mago relampaguearon con un brillo muy particular cuando le preguntó sobre el veneno que tuviera la flecha con que lo hiriera. Fue entonces que su rostro mudó, de la total perplejidad y temor, al de la demente desquiciada que en verdad era.

Enderezó su postura, sacando pecho, elevando su barbilla y mirándolo socarronamente, - ¿Qué quieres escuchar primero? – La capucha que ocultaba su rostro cayó hacia la espalda, sus facciones se mostraron libremente. No era una inquisidora anónima, sabía muy bien que su nombre era repetido una y otra vez por los hechiceros de París y de  Europa, ella misma había hecho que así fuera. La conocían, como Emelia conocía a quien tenía enfrente y que tantas veces había querido atrapar, pero que sus superiores se negaban a darle el gusto. Siempre repetían, - más adelante, luego de la próxima misión –, no pensó en matarlo, ni siquiera en terminar llevándolo ante el tribunal inquisitorial. Sus orbes lo recorrieron de arriba hacia abajo,  sopesó ese cuerpo masculino, pensó en la posibilidad de permitir que el veneno hiciera su fatal efecto y dejar que los gusanos consumieran ese delicioso espécimen,  -o… convertirlo en mi aliado, que mi hermana sea la cena de gusanos – sonrió con desparpajo, contemplándole  con una mirada seductora. Suspiró, como quien ha tomado una decisión, - si deseas seguir vivo, debo administrar el antídoto inmediatamente, o en pocos minutos ya será tarde…  - le dijo haciendo un gesto de niña a punto de llorar – más si deseas vivir… y cumplo ese deseo… a cambio quiero uno de tus servicios… no me interesa cazarte… ni llevarte al  maldito tribunal… solo quiero algo…  más que a nada en éste mundo  – sonrió con malicia, antes de terminar – y por cierto… primor… puedes llamarme tu ángel de la muerte -.
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Mensaje por Zsadist Cristea Lun Mar 28, 2016 5:35 pm

Zsadist descubrió con sorpresa que la inquisidora sabía resistir bastante bien a sus poderes. Era increíble, casi imposible que un humano lograra hacerlo, pero no había duda de que era posible. Eso no lo molestó. Por el contrario, le alegró que el destino hubiera puesto frente a él un nuevo reto; le gustaban, era refrescante. Y si a eso sumaba el hecho de que aquella rubia tenía un ego demasiado grande –bastaba ver cómo se hacía llamar para darse cuenta de ello-, definitivamente era mucha la motivación. Experimentó el profundo deseo de callarle la boca, tal vez dándole una lección. No obstante, cuando estuvo a punto de utilizar todo el poder que era capaz se reunir por sí mismo, sin la ayuda de conjuros u otros elementos, algo lo detuvo. No fue el ligero malestar que empezó a sentir en el cuerpo, fueron sus palabras.

¿Uno de mis servicios? —ladeó el rostro, analizando aquella extraña e inesperada propuesta. ¿Una inquisidora requiriendo su ayuda? Eso iba a ser bueno—. Son muchos los que yo ofrezco, todos muy diferentes entre sí. Algunos de ellos excesivamente costosos, otros… no tanto —alardeó y empezó a andar lentamente a su alrededor, haciendo poco caso al arma que la mujer sostenía en las manos, apuntándole. Si no le había disparado aún, era porque verdaderamente lo necesitaba, así que se confió—. Pero también los hay completamente gratuitos, sí —puntualizó deteniéndose a su lado, haciendo de su voz una especie de susurro impúdico que dejó entrever perfectamente que su última frase se había salido completamente del argumento.

Ella le sostuvo la mirada, tan imperturbable como entonces, a lo que él sonrió. Sí que iba a significar un gran reto para él. En ese instante comenzó a sentir que la temperatura de su piel se elevaba y que su vista comenzaba a nublarse. Alzó la mano y con ella se limpió el sudor que tenía la frente. Era cierto, un maldito veneno circulaba por su sangre y éste actuaba con rapidez. Debía tener algunos quince minutos para actuar o estaría muerto, tal y como ella había sentenciado. Se mordió la lengua y de buena gana aceptó que ella había ganado la primera partida, mas eso no significaba que había triunfado en el juego.

¿Qué estás esperando? Hazlo —estiró el brazo hacia ella para que pudiera administrarle el dichoso antídoto.

Como el veneno circulaba en su sangre, debía ser una inyección la que se le aplicara. En efecto, la mujer sacó un pequeño estuche de metal que contenía una jeringa de cristal con aguja de metal. Zsadist cerró la mano hasta volverla un puño y la apretó fuertemente; la sangre palpitó caliente y densa en sus venas, prominentes, contraídas, ciñéndose a su piel como lazos de color azul. Cuando la aguja penetró en una de ellas, el hechicero alzó el mentón y entreabrió los labios. Su pulso se aceleró. En ningún momento le quitó los ojos de encima a la rubia. Para alguien como él, aquello que parecía insignificante a los ojos de cualquiera, significó algo erótico.

Bien, ahora que está hecho, ¿podrías ser más específica? —sugirió mientras ejercitaba el brazo para que el antídoto circulara rápidamente—. ¿Qué es eso que... el “Ángel de la Muerte” desea más que nada en el mundo? —preguntó con algo de sorna y sin dejar de lado la burla, ejecutó una reverencia como si se tratara de una reina.
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Mensaje por Isabelle Campionibusa Miér Abr 13, 2016 8:43 pm

Era algo tan excitante para ella encontrar a un brujo, a un hombre tan particular que por un momento dudó de esperar  a que él dijera que deseaba el antídoto, pues, si como parecía, era cabeza dura o engreído, de seguro creería que podría salvarse sin su ayuda. Pero para suerte del desgraciado, la decisión de entregarse a Emelia fue veloz. Sin perder tiempo, guardó el arma y se dispuso a buscar en su morral el pequeño estuche donde guardaba  el antídoto, el medio de administración, una inyección, no era algo muy conocido, en verdad era todo un adelanto tecnológico y científico para la época, Emelia tan particular como era siempre se encontraba a la vanguardia de todos los nuevos inventos, a veces los compraba otras los robaba y como en el caso de aquel artilugio, se lo había apropiado de un médico francés, un tal Pravaz, haciendo sus propios cambios de diseño, como era lógico, solo ella podía hacer bien las cosas.

Se acercó al brujo y le tomó  el brazo firmemente, con decisión dio el pinchazo introduciendo el antídoto en el torrente sanguíneo. Las miradas se encontraron cuando ambos parecieron disfrutar del dolor que debía estar sintiendo el hechicero, sin inhibiciones se mordió el labio inferior y lo lamió, en actitud sensual, - vaya, vaya, que divertido – pensó mientras sonreía y extraía con demasiada lentitud la aguja para provocar aún más dolor.

Guardó  todo cuidadosamente y mientras  inspiraba con total calma, el aire helado de la noche, buscó con la mirada donde sentarse. Cuando lo encontró, simplemente se dirigió a ese logar y se sentó. Descansó el peso de su cuerpo en un brazo y con su mano libre le hizo señas a Zsadist,- vamos, ven aquí, que te conviene descansar, así podrá funcionar mejor el antídoto, prometo no matarte – volvió a sonreírle divertida, en verdad, no importaba como le llamara, o intentara enojarla,  el hecho que disfrutara del dolor le había salvado la vida sin  darse cuenta, pues la inquisidora había estado a punto de inyectarle solo aire en las venas, lo que le hubiera provocado la muerte instantáneamente, pero, ese tipo lograba mantener su interés. – Ven Zsadist, no seas quejoso y llorón, te explicaré cuales son los servicios que necesito de ti – volvió a observarle de arriba abajo, con una mirada que podría parecer que lo desnudaba con solo posar sus ojos en él, - y ya veremos cuál es ese servicio gratuito ajajajaja -  no pudo dejar de reír, en verdad le agradaba el pobre diablo. Intentó calmar su ataque de risa y con un gesto de la mano expresó su disculpa por el arrebato,  - disculpa, no me rio de ti, es que… ¿en verdad crees que me aprovecharía de tus servicios gratuitos? –,  clavó su mirada en los ojos encendidos del hombre, - existen ciertos servicios que jamás aceptaría, ni pagos, ni gratis, porque son impuros e inmundos – le espetó, dejando en claro que no deseaba nada de él más que lo personal. En verdad, desde lo vivido con el padre de su hija, no había tenido ninguna relación carnal y sus votos de castidad eran firmes, ya que sabía sublimar los deseos carnales mediante el  flagelo. En su  frente surgieron unas suaves líneas, mostrando el disgusto que le provocaba pensar en ese acto pecaminoso.

Carraspeó y esquivó por un momento la mirada, observando el hueco que había dejado el hechicero al profanarla tumba, - volviendo al tema que me interesa,  quiero que sepas que estoy dispuesta a pagar el precio que me pidas – su mirada hizo un largo recorrido, intentando demorar el tiempo para  volver a posarla en los ojos del hechicero. Cuando lo hizo, se dispuso a decir cuál sería su presa y como deseaba que hiciera el trabajo. – el trabajo es sencillo, es eliminar de la faz de la tierra a una indeseable, un engendro del demonio como lo eres tú, solo que ella me es más insoportable que tú… debes deshacerte de Emilia Borromeo… mi hermana -.
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Mensaje por Zsadist Cristea Miér Abr 27, 2016 1:43 am

«Impuros e inmundos». «Indeseable». «Engendro del demonio» —citó, reflexionando, mientras arrastraba con calma ceremoniosa sus pies hasta donde la inquisidora lo esperaba—. Interesantes los adjetivos que has elegido. Apuesto a que los utilizas frecuentemente —se detuvo frente a Emelia y una esquina de su boca se levantó en una especie de media sonrisa. No se trataba de una especulación producto de una mente creativa y paranoica, sino de una afirmación hecha sin la menor posibilidad de errar. Ante tales palabras, la inquisidora ni se inmutó. Por el contrario, casi pareció orgullosa, lo que terminó por confirmárselo.

Fijó la vista en los ojos fríos como el hielo de su interlocutora. Era una desgraciada perra loca, su mirada de psicótica se lo decía. Tenía complejo de monja, o quizá lo había sido en el pasado. Aún así, Zsadist dudaba que en esa cabecita suya quedara mucha cordura. Bastaba estudiarla un poco, escuchar cómo se expresaba, para darse cuenta de que se trataba de una fanática religiosa, una que probablemente había empezado como cualquier otro devoto, como algo inofensivo, pero que con el pasar del tiempo se había obsesionado tanto hasta distorsionar su percepción de la realidad. Era común que individuos como ella se vieran influenciados por la religión para llevar a cabo actos terribles en contra de todo aquel que no compartiera sus creencias, calificándolos como herejes, o engendros del demonio, tal y como Emelia había dicho. La lógica de las personas como ella, era inflexible y ciega, llegando incluso a defender sus opiniones mediante la agresión.

Sí, humillar a otros debe hacerte sentir  en verdad poderosa, puedo verlo —prosiguió y ella le devolvió una mirada que apenas lograba contener su cinismo—. Hay muchos como tú, pero les quitan las armas ¿y qué es lo que queda? Palabras. Solo eso. Al final, ustedes los humanos, es lo único que tienen.

Su audacia le gustaba pero, de algún modo, también lograba enfurecerlo y despertaba en él el irresistible deseo de darle una lección. El evidente desprecio que sentía por Zsadist, su necesidad de humillarlo, lograba enervarle un poco la sangre al hechicero. Él le sonrió, se mantuvo sereno, pero en ese momento se juró a sí mismo que tarde o temprano se vengaría, que encontraría la manera de hacerle sentir en su propia carne lo que era la humillación.

Por otro lado, cualquiera que te escuche expresarte así pensaría que tienes los suficientes cojones para deshacerse de los… engendros como yo, incluso si se trata de tu propia hermana. Pero ya veo que no —ladeó ligeramente la cabeza, pensativo—. Y, no sé si te das cuenta de algo que considero importante —estaba frente a ella, a poco menos de un metro de distancia, así que extendió su pierna derecha, la apoyó justo al lado de sus caderas y flexionó la espalda para inclinarse por encima de su cabeza. Entonces, añadió—: nos odian, reniegan de nuestra existencia, pero al final nos necesitan para hacer el trabajo sucio. Y tú no eres la excepción.

Dicho esto, Zsadist se alejó y continuó andando de aquí a allá con pasos lentos y despreocupados. Tardó un rato en volver a hablar, pero cuando lo hizo ya había tomado una decisión.

La muerte es siempre de los trabajos más costosos —informó con voz profesional—, pero mientras estés dispuesta a pagar el precio, te aseguro que quedarás complacida con los resultados. Imagino que lo que tienes en mente no es una muerte pacífica. ¿Quieres que sufra? Hecho. Yo haré que se retuerza, que implore, que se arrepienta de haber nacido… siempre y cuando me des lo que quiero a cambio. Y lo que quiero es a ti —le dejó ir al fin. Un breve silencio se perpetuó—. Tú a cambio de no volver a ver a tu impura, inmunda e indeseable hermanita. Nunca más. ¿Acaso no es un buen trato el que te ofrezco?
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Mensaje por Isabelle Campionibusa Dom Mayo 22, 2016 7:21 pm

La piel se le erizó, había soportado estoica que le dijera, que sin sus armas ella no era capaz de luchar contra él y vencerlo. claro que lo era, solo que no le daría con el gusto. Pero, decirle que la paga para su trabajo, era ella, provocó que su cuerpo reaccionara. No había tenido contacto alguno con un hombre, desde hacía, demasiados años, antes que su hija naciera. Aquella noche en que entregara su virginidad al padre de su pequeña esperanza, había sido la primera y única vez que, por amor, cayera en el inmundo pecado de la carne. Pecado que le provocara el dolor mas insoportable que jamás sintió, ni volvería a sentir. Nada se comparaba con el desgarro que tuvo que vivir al ser despojada de su hija, al sentir el desamor y la burla por parte de quien se suponía, la amaría el resto de su vida. Ese día ella había muerto, ahora era un engendro mas, caminando en el mundo, esperando que alguien le quitara el gran peso que era su propia vida. Mas jamás se entregaría voluntariamente a un hombre, ni aunque eso fuera la única forma de conseguir eliminar a su hermana de la faz de la tierra.

Negó con un movimiento de cabeza y se incorporó, alejándose del hechicero,- no, no estoy a la venta, jamás tus sucias manos tocaran mi cuerpo... no mientras pueda impedirlo - dijo sacando una daga arrojadiza y colocándose en posición de ataque. Toda ella estaba indignada, su piel encendida como si la hubieran insultado, como si la mirada del hechicero la pudiera desnudar. No estaba dispuesta a pactar un precio tan alto.

Su mirada no se despegó del cuerpo de Zsadist, le seguía atenta, dispuesta a entrar en lucha, podía soportar la lucha cuerpo a cuerpo, pero jamás la lucha de dos cuerpos consumidos por el acto sexual, se había jurado jamás volver a caer en aquella trampa, y una transacción no sería el detonante a quebrantar su propia promesa.

Su rostro podía mostrar perfectamente el desprecio a las palabras del hechicero, -¿porqué tenías que arruinarlo todo - le espetó, - ¿acaso no existe la forma de pagar tus servicios de otro modo? - le habló inclinando su cabeza, y clavando sus azules ojos en los extraños del demente nigromante.
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Mensaje por Zsadist Cristea Vie Jun 10, 2016 9:40 pm

Por supuesto que existen otras formas —repuso él, manteniendo el tono amable—, pero ninguna que me interese. Tratándose de ti, ese es mi precio.

Ella lo amenazaba pero el hechicero supo mantenerse sosiego, como si ahí no pasara nada. Incluso se atrevió a sonreír con algo de picardía. Pese a las circunstancias, para él aquello no dejaba de ser divertido. Lo veía como una travesura de poca importancia. La miró de soslayo mientras continuaba paseándose con parsimonia frente a sus ojos, pensativo, con las manos entrelazadas detrás de la espalda y la barbilla ligeramente alzada.

Aunque… tal vez si me contaras por qué deseas tanto asesinar a tu propia hermana, podría considerarlo —ladeó ligeramente la cabeza. Sus ojos grandes del color del mar parpadearon mostrando determinación—. Debe ser una historia fascinante, lo intuyo. Que ella sea hechicera y tú inquisidora, no puede ser todo. Sé que hay más. Lo veo en tus ojos y lo sentí en tu voz. Un genuino odio brota de tus poros cuando la mencionas. Su nombre es como el veneno entre tus labios.

Hizo una pausa breve y observó a la rubia con detenimiento. Su sonrisa, esa que anunciaba que no se daría por vencido, aún no se había desvanecido. Esa mujer no podía ser misteriosa y cruel sólo porque así lo dictaba su profesión. Estaba convencido de que había algo más y quería descubrirlo.

¿A qué se debe tanta amargura? —comenzó a interrogar—. La rivalidad entre hermanos suele tener su origen a edades más tempranas. ¿Te cansaste de competir con ella? ¿Acaparó la atención y el amor de tus padres? ¿Era ella la preferida? O quizá te quito algo —entrecerró ligeramente los ojos y agudizó su mirada—. El amor de un hombre, por ejemplo.

Astuto, como siempre había sido, sin necesidad de utilizar sus habilidades de brujo, a Zsadist le resultaba sencillo sacar conclusiones cuando se trataba de la gente. Ella podía esforzarse todo lo que quisiera en mostrarse como un ser frío, impenetrable y carente de sentimientos, pero no podía ser la excepción. Mientras su corazón continuara latiendo, como todo humano, sería vulnerable, frágil. Y todos tenían un pasado.  

No debe sorprenderte que haga tantas indagaciones. Has suscitado mi insaciable curiosidad, no puedo negarlo. De ahí que esté tan interesado en conocer tus verdaderos motivos. Así que, dime Emelia, ¿cuál es la verdadera naturaleza de tu… osada resolución? ¿Por qué matar a Emilia llegó a convertirse en tu deseo más profundo y encarnizado?

Cedería. Claro que lo haría. Después de todo, en el fondo todo el mundo necesitaba hablar sobre eso que ensombrecía su alma.
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Mensaje por Isabelle Campionibusa Mar Jul 19, 2016 9:59 am

Entrecerró los ojos, observándole recorrer de un lado para otro el pequeño espacio que los separaba, se mantuvo sentada con la espalda muy recta, cruzando y descruzando sus piernas, según el brujo caminaba en una y otra dirección. Intentaba parecer tranquila, que nada la ofuscaba, fría como la piel de los muertos, pero en verdad aquella inquisidora era pura brasas, sus sentimientos estaban en ebullición en su interior, pero había aprendido a mantenerlos ocultos, por ello le sorprendía que el brujo, intentara hacer que ella se abriera a él. Enarcó una ceja ante alguno de sus comentarios, no confiaba en los hombres, menos en los brujos, ¿que podía provocar que él fuera la excepción a la regla?, se mantuvo atenta, a cada posible movimiento sospechoso del brujo, conservando en todo momento el arma cerca de sus manos que soportaban el peso de su cuerpo.

Su mirada le seguía, atenta cada frase que el brujo expresaba, todo su cuerpo reaccionó con un respingo, como si le hubiera tocado impúdicamente, cuando él intento convencerla que contara el porqué de su odio hacia Emilia. ¿En verdad pretendía Zsadist, que ella le contara por las buenas, sus secretos mas íntimos? nada mas que a un enemigo, el que para ella, casi era un desconocido, alguien que podría usar la información en su contra, y para complicarlo más, un maldito brujo, ¿como pensaba sacar a la luz dicha verdad?  su mandíbula se endureció al apretar sus dientes, - Sería mas fácil que os pagara el trabajo dejando que violaras mi cuerpo, que permitirte conocer mi alma - dijo desafiante, sonriendo de forma enigmática, levantando una ceja, dejando que su mirada recorriera el cuerpo bien proporcionado del brujo, - podría desnudar mi cuerpo para ti... pero no mi alma... deberías ser alguien especial para mi, pero solo eres un maldito brujo - suspiró, como si le diera lastima.


El brujo tendría que trabajar mucho para sacar algo del interior acorazado de la inquisidora, y ella solo deseaba que cumpliera con su encargo, de ser posible, no tenerlo de confesor. Inspiró profundo y sonrió de constado, mirándole con cierto desprecio, - ¿contarte mi historia? ¿quieres saber porque amo torturar y matar a los brujos? pues... confórmate con saber que disfruto de escuchar sus gritos, sus lamentos, la suplica por erradicarlos de éste mundo - hizo una pausa y mojó sus labios con la lengua, - pensándolo mejor, mas que la mates... prefiero que la caces, para que sea yo quien acabe con su misera vida - su mirada brilló ante la visión de verla expirar en sus brazos.
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Mensaje por Zsadist Cristea Dom Oct 09, 2016 12:44 pm

No era lo que esperaba escuchar pero, que se resistiera con tal fiereza a su interrogatorio, lejos de molestarlo, sólo logró fascinarlo más. La miró con una expresión divertida y sonrió, completamente maravillado. En ese momento se dio cuenta de que intentar persuadirla, era inútil. El único método que podía asegurarle la victoria era dar pelea; vencerla hasta lograr someterla y, entonces, darle la lección de su vida, una que la bajara definitivamente de la nube alta en la que andaba cómodamente, sintiéndose intocable. Eso precisamente haría… pero cuando llegara su momento. Zsadist, como las arañas, prefería tomarse el tiempo necesario para tejer pacientemente su tela, asegurando así la captura.

Está bien, me odias —concluyó con desfachatez, encogiéndose de hombros y pasándose la mano por la frente con gesto teatral—. A mí y a todos mis iguales. Ya lo entendí. Sin embargo... —alzó el dedo índice y se acercó, pavoneándose— hay algo que no te atreverás a negarme —se detuvo justamente frente a la rubia y la encaró. Su rostro quedó bastante cerca del de su enemiga, lo suficiente como para percibir su aliento, su perfume, su aura sombría y violenta—: me elegiste a mí para esto porque sabes que soy el mejor —susurró muy cerca de su oído, y de verdad, jamás había dicho algo tan en serio—. Es un gran halago viniendo de ti, desde luego. Ingenioso, porque me has persuadido. Por hoy, tú ganas.

Zsadist retrocedió y dándole la espalda logró alejarse unos cuantos pasos de ella.  

Para tu satisfacción, voy a complacerte. Tendrás a la blanca paloma, justo como deseas tenerla, para que puedas proceder a arrancarle las alas —al pronunciar aquello, el hechicero estuvo seguro de percibir un brillo especial en los ojos de Emelia, como si sonriera complacida,  perversa, aunque su boca no lo reflejó—. Pero necesito tiempo para actuar. Tres días serán suficientes —hizo una pausa y del bolsillo de su pantalón sacó una pequeña tarjeta. Le château de Mon Plaisir, podía apreciarse sobre el papel blanco, inscrito con una caligrafía perfecta. Y eso era todo, no había más información—. Eres una rastreadora, supongo que no te será difícil encontrarlo —se apresuró a decir cuando ella volvió a mirarlo—. Ven el jueves al anochecer, once en punto estará bien, y pregunta por mí. Te estaré esperando. Y por favor, no llegues tarde. Detesto la impuntualidad —añadió con cierto tono de sorna, pero era cierto.

Dicho esto, el hechicero dio por hecho que no tenían nada más que decirse… al menos por ahora. Flexionó las rodillas y se inclinó en una reverencia que para él no era más que una broma.

Buenas lunas, Ángel de la Muerte —pronunció con seriedad, pero una vez más se mofaba—. Hasta nuestro próximo encuentro —con un asentimiento de cabeza, se dio la vuelta y se alejó.

Caminó decididamente, confiado de que no sería atacado por la espalda. Hasta que su figura se perdió en la oscuridad del cementerio.
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