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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Eliot Ferrec Mar Ago 21, 2018 9:53 am

La noticia de su ascenso a líder de la tercera facción había sido tan sorprendente que todavía no terminaba de creérsela. El nudo que en ese momento tenía en la boca del estómago era tan fuerte como el de la pajarita que se estaba intentando atar, sin éxito. Las manos le temblaban tanto que parecían hechas de mantequilla, y su pulso estaba tan acelerado que era capaz de oírlo en sus oídos. Cerró los ojos y respiró hondo. ¿Cómo demonios iba a liderar una facción entera si sólo en su nombramiento se sentía tan nervioso? Estaría expuesto en todo momento, y todos sus actos se iban a cuestionar, fueran buenos o malos. Su vida no iba a ser igual y, aún sabiéndolo, había aceptado, porque esa oportunidad era mucho más de lo que él había esperado que tendría dentro de la orden.

Unos golpes en la puerta lo devolvieron a la realidad. Cuando miró, vio el rostro de Anna asomado y expectante.

Eliot, te estamos esperando —dijo—. ¿Todo bien?
No, no está todo bien. No puedo atarme esto, Anna —contestó, señalando la dichosa pajarita, que colgaba de ambos lados de su cuello.

La joven se acercó hasta él y comenzó a anudársela.

Eres igual que madre. Está tan nerviosa que no puede subir las escaleras, por eso me ha mandado a mí. —Se calló para poder escuchar la voz de Maureen desde la planta baja—. ¿No la oyes?
No hables tanto que en muchas cosas eres igual que ella.
Pero no en esto —contestó, contenta por el resultado—. Ya está. Estás muy guapo, Eliot. Estoy segura de que madre va a aprovechar esta noche para buscarte una prometida. Lleva unos días especialmente insistente con ese tema —le advirtió.

Eliot suspiró y colocó una mano en la espalda de su hermana para llevarla hasta la puerta.

Sí, lo sé —comentó, sin darle demasiada importancia.

Metió una mano en el bolsillo de su pantalón para comprobar que el anillo de compromiso de Maureen seguía ahí. Claro que estaba insistente, pero, ¿qué podía esperar después de que los hubiera visto, a él y a Yulia, saliendo de casa pronto por la mañana? Las ilusiones de su madre se habían disparado hasta límites insospechados. Con Anna sólo era insistente en lo relativo a una prometida para él, pero cuando estaba a solas con su hijo, esa prometida tenía nombre y apellido.

Cuando los dos hermanos llegaron a la planta baja, Maureen los recibió como si hubieran pasado semanas desde la última vez que se vieron. Los apremió para salir cuanto antes —aunque todavía tenían más de una hora hasta que todo empezara— y se montaron en el coche para ir hasta la base de la Inquisición.

La ceremonia se haría en el salón principal, donde ya tenían todo preparado: había varias mesas redondas cubiertas de manteles blancos y con ramos de flores en el centro; al fondo se alzaba el atril desde donde Eliot debería dar su discurso, uno que había tenido que preparar concienzudamente. Había muchas cosas que quería decir, pero iba a necesitar ordenarlas para que tuvieran coherencia. Necesitaba que todo saliera como había planeado, porque, de lo contrario, el ridículo que haría sería inolvidable.

Volvió a meter la mano en el bolsillo, buscando el anillo, mientras repasaba los rostros de todos los presentes, buscando el de una persona en concreto. Maureen, que llevaba varios días estudiando meticulosamente a su hijo, detuvo su avance y se giró hacia él.

Eliot, hijo, ¿buscas a alguien? —La mujer miró hacia la puerta, que se abría en ese momento dejando paso a nuevos invitados—. ¡Yulia, cariño, qué alegría verte! Mira quién ha venido, Eliot.

La sonrisa de Maureen lo decía todo, y no tardó en acercarse a la joven para tomarla del brazo. Eliot buscó la mirada cómplice de su hermana antes de volverse hacia su compañera, sonriendo a modo de saludo mientras esperaba a que su madre la llevara hasta donde él y Anna se encontraban. Si ya estaba bastante nervioso por lo que estaba por venir, que Maureen hubiera interceptado a Yulia tan rápido lo inquietaba todavía más, puesto que eso sólo podía significar una cosa: quería que disfrutara de la noche junto a ellos, es decir, como si fuera un miembro más de su familia.


Última edición por Eliot Ferrec el Jue Ago 23, 2018 4:11 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Yulia Leuenberger Ferrec Jue Ago 23, 2018 12:50 am

Hija: Estaré bien, te lo prometo.
Deseo que algún día puedas comprenderme, deseo algún día poder explicarte.
Te amo y es para siempre.

L.L




Yulia Leuenberger dobló la nota y la devolvió al secretaire –cerrando con la pequeña llave que siempre llevaba atada a su muñeca- donde la mantenía escondida desde que Ferrec se la había entregado. No decía nada malo, no tenía nombres ni fechas, pero tal y como estaban las cosas para Yulia allí, lo mejor que podía hacer era deshacerse de ella, quemarla o romperla en muchos pedacitos imposibles de unir… pero no tenía el valor.

Su primera reacción, desconfiada como era, fue no creerle a Eliot Ferrec cuando éste le aseguro que su madre ya no estaba en las celdas. La mujer y su compañero se habían escapado y, como todo lo malo que ocurría allí, aquello de la fuga era un secreto. ¿Cómo se había enterado Ferrec entonces? Era un misterio para ella, tampoco había podido preguntarle cómo había conseguido aquella breve nota porque la emoción le había jugado una muy mala pasada.


-Gracias, Ferrec –había alcanzado a decirle, pero no había podido preguntar más y esa había sido la última vez que había visto a su compañero.

Y sí que la vida había cambiado en una semana…

Yulia había evitado a Eliot porque volver a verlo significaba tener que darle una respuesta respecto a la propuesta de matrimonio que él le había hecho, que era además una propuesta de familia. Pese a que quería aceptar, porque lo veía lo más conveniente, Yulia no podía imaginarse haciéndolo, no podía ver como todos los sueños que había soñado –en los que siempre estaba ella sola- se desarmaban en ese salto al incierto vacío.

Pasó de evitarlo a ponerse uno de sus vestidos negros –continuaba guardando los dos meses de luto por su maestro fallecido-  para la fiesta en la que harían oficial el nombramiento de Ferrec como líder de la facción. ¡Líder! Ella ni en sus mejores sueños había aspirado a algo así, en la orden las mujeres no llegaban lejos… El anhelo más ambicioso de Yulia siempre fue ser dueña absoluta de los laboratorios, nada la haría más feliz que eso porque nada más grande era accesible para una mujer, no al menos en la facción tercera. ¿Cómo había hecho Ferrec para llegar a líder si hasta hace unos días peleaba por el mismo puesto que ella? ¿Todo cambiaría ahora? ¿Tendría que olvidar lo del matrimonio?


-Seguro que sí, ya no querrá casarse –se dijo en voz baja mientras se colgaba sus pendientes.

Nadie había visto el cabello de Yulia suelto –aunque Vaguè afirmase lo contrario-, ella lo cuidaba con aceites florales y lo trenzaba o recogía en lo alto de su cabeza. Su cabello era lo que más le gustaba de su cuerpo y lo dejaba para sus momentos de soledad en los que podía estar tranquila para cepillarlo y masajearlo. Por eso lo recogió en un rodete apretado, aunque algunos mechones escaparon a los costados y obraron de marco para su rostro. Se sentía bella, pero no segura. La seguridad de siempre la había abandonado desde que notaba las miradas que algunos de sus compañeros le destinaban… pero no iba a dejar de acudir al nombramiento, Ferrec había sido su compañero durante más de diez años y, aunque le hubiera gustado enterarse de aquello por boca de él, nada le quitaría la posibilidad de ser testigo de un momento como aquel.

El camino hasta el Salón de los Arcángeles fue tal y como ella lo esperaba: demasiado largo y con encuentros desagradables. Yulia no bajó la vista ante nadie, pero tampoco detuvo su andar a pesar de las ganas que sentía de plantarse ante varios de los hombres que parecían querer juzgarla. Ingresó al salón con el rostro acalorado a causa de la rapidez con la que había caminado, su intención había sido desde el principio quedarse al fondo en un rincón, pero una voz la llamó y varias cabezas se volvieron hacia ella, descubriendo que Yulia Leuenberger ya se contaba entre los presentes.


-Madame Ferrec, que gusto me da volver a verla –saludó cuando se acercó a la familia de Eliot-. Anna, espero te encuentres tan bien como luces hoy. Ferrec, no sabes cuánto me alegro por ti…

No sabía qué más decir, sus palabras eran sinceras, pero habían sonado demasiado formales. Además, la mirada de Maureen Ferrec –algo cómplice con la de Anna- le hacía notar la intención que tenían las mujeres y eso la incomodaba. Rápidamente y con algunas risitas, ellas se alejaron asegurando que guardarían un lugar para que Yulia se sentase junto a ellas en el momento en el que Eliot diese su discurso. Yulia y Ferrec se quedaron solos, pese a estar rodeados de muchas personas.

-Quiero disculparme por mi actitud de los últimos días, Ferrec. No sabes cuánto me has ayudado con lo de mi… bueno, con ese asunto. Siento que he sido grosera contigo y no lo merecías. No he estado bien a causa de todo esto, espero que puedas perdonarme porque en verdad lamento haberme escondido de ti –le dijo la verdad, porque era eso lo que había estado haciendo-. Y lo que dije fue verdadero, en verdad me alegra mucho que te hayan puesto a liderar la facción, todavía no puedo entender qué ocurrió, pero creo que tu inteligencia es justo lo que la facción necesita tener a la cabeza –le sonrió y dio unos pasos hacia atrás, como si quisiera volver al rincón en el que había planeado esconderse durante lo que durase la ceremonia. Pero ya no podría hacer aquello, no podía quedar así de mal con Maureen y Anna.
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Mensaje por Eliot Ferrec Jue Ago 23, 2018 4:17 pm

Eliot se quedó mirándola más tiempo del políticamente correcto, pero es que, en secreto, disfrutaba mucho de ver a Yulia vestida de color negro. Creía que le resaltaba los rasgos de su rostro, la piel clara y el cabello rubio brillante, haciéndola muy, muy hermosa. Era curioso como, después de lo que habían compartido en las últimas dos semanas, su percepción cuando estaba junto a ella había cambiado. Aunque seguía siendo su rival —por poco tiempo ya—, poco a poco la iba dejando de sentir como tal, porque había llegado a compartir parte de su dolor. Primero fueron las terribles acusaciones de Vaguè, mortales para cualquier mujer en aquella institución; después, el delicado asunto de su madre, encerrada en las celdas a punto de ser torturada con los instrumentos que su hija había ideado. A pesar de todo, Leuenberger seguía allí, con la cabeza bien alta y las mejillas ligeramente sonrosadas. Eliot no creía que fuera una mujer de hielo, sino de una roca muy difícil de quebrar.

No tienes que disculparte, han sido días para pensar en muchas cosas —dijo, sin querer hacer alusión explícita a su oferta de matrimonio—. Se suponía que esto no debía salir del despacho de Benedetti, pero supongo que es el típico secreto a voces. —Sonrió—. Benedetti se retira, aunque de una manera un poco forzada, por lo que tengo entendido. Tampoco he querido indagar demasiado, hay cosas que es mejor no saber —comentó—. Estaba dudando entre Vaguè y yo para el puesto, pero ha creído que mi moral está más limpia que la de él. Quería ponerte a ti en un aprieto y, al final, se ha terminado salpicando él. —Reprimió una sonrisa de triunfo porque no era el momento ni el lugar de fardar, pero, de haber estado a solas con Yulia, no habría dudado en hacer algún comentario mordaz en contra del inquisidor—. Gracias por tus palabras, y gracias también por venir. Significa mucho para mí que estés aquí hoy.

En realidad, se alegraba de su presencia no sólo porque la apreciaba, sino porque ella era una parte fundamental en su discurso de investidura. No estaba seguro de cómo iba a reaccionar Yulia cuando comenzase, pero tenía la esperanza de que su instinto no lo iba a defraudar.

Sobre lo de ese asunto —no quería mencionar el nombre de Lorraine en voz alta—, sigo buscándola, pero no termino de averiguar nada sobre dónde puede estar. No tengo formación de soldado. Samuele lo haría mejor que yo, pero no me atrevo a pedirle ayuda. Sé que no va a decir nada, pero cuantas menos personas lo sepan, mejor. —Suspiró—. En cuanto tenga algo más te lo haré saber, te lo prometo.

Cuando Eliot bajó a las celdas y no vio a Lorraine en ellas, lo primero que pensó fue que habían llegado tarde. Le pareció extraño, puesto que fue la noche anterior cuando Yulia le confesó todo y sabía que aún tendrían unos días. Nada más hablar con el carcelero, supo que, en realidad, la prisionera había escapado, así que, alegando que quería revisar las bisagras de esa celda para evitar futuras fugas, se dedicó a inspeccionar cada milímetro del habitáculo. Iba a salir cuando encontró, entre dos ladrillos de la pared, una nota doblada que entregó a Yulia cuando estuvo a solas con ella. Desde entonces no había sabido nada más sobre la hechicera.

Por el rabillo del ojo vio cómo su madre los llamaba, inquieta, y los instaba a que se sentaran en la mesa que había sido destinada para su familia. Estaba seguro de que Maureen había conseguido que dejaran que Yulia se sentara con ellos, porque lo que esa mujer se proponía terminaba sucediendo tarde o temprano.

Vamos a la mesa, a mi madre se le va a dislocar el brazo de tanto llamarnos —bromeó mientras le tendía el brazo para que lo tomara—. Debo avisarte: desde que nos vio salir de casa está un poco ilusionada contigo, así que no te asustes si te hace algunas preguntas extrañas. No será nada indecoroso, ella no es así. Te lo digo sólo para que sepas hacia dónde quiere llevar la conversación.

Cuando llegaron, efectivamente, Maureen había hecho que colocaran los cubiertos de Yulia entre Eliot y ella. Quería tenerla al lado, de eso su hijo no había tenido ninguna duda, pero también quería que se sentara al lado de él. La señora Ferrec podía llegar a ser muy persuasiva cuando se lo proponía.

Cuando todos los asistentes estuvieron sentados, Benedetti salió a la tarima y esperó a que los murmullos cesaran para comenzar su discurso.

Buenas noches y gracias por estar aquí. Hoy es un día muy especial para todos, pero en especial para mí. ¿Por qué? Os preguntaréis. No me andaré con rodeos —hizo una pausa para crear expectación—: me retiro. —Los murmullos comenzaron, pero Benedetti consiguió hacerlos callar—. Mi carrera ha sido larga y muy próspera, pero ha llegado el momento de dejar paso a las nuevas generaciones que, estoy seguro, traerán gloria a esta institución. Esta cena se ha organizado para dar la bienvenida al nuevo líder de la tercera facción: Eliot Ferrec.

Eliot se levantó entre aplausos y vítores y se acercó hasta el atril. Después de darle la mano a Benedetti, hizo una reverencia con la cabeza y carraspeó para ordenar silencio.

Gracias a todos por venir hoy. Hoy es un día muy importante para mí y me siento afortunado de poder compartirlo con todos vosotros. —Tomó aire profundamente—. Cuando llegué a la Inquisición era un joven que apenas estaba descubriendo el mundo. Siempre me había gustado inventar artefactos, pero la primera vez que pisé un laboratorio de verdad no tenía ni idea de todo lo que el maestro Beaumont nos iba a enseñar a Leuenberger y a mí. —Le dedicó una mirada fugaz a su compañera antes de seguir—. Espero, y deseo, que esté orgulloso de mí, allá donde esté, porque si he llegado hasta aquí es gracias a sus enseñanzas.

Bebió un poco del vaso que había sobre el atril y miró a su alrededor. Todos los asistentes estaban expectantes, en especial su familia, que irradiaba felicidad por cada poro de su piel.

Hoy empiezo un camino nuevo e inexplorado para mí, pero tengo clara una cosa: voy a liderar esta facción como creo que se merece. Hay mucho talento ahí fuera, gente que sería realmente valiosa para que la Inquisición sea mejor de lo que ya es, pero también hay muchas injusticias, muchos rencores y, sobre todo, mucha envidia. —Su tono se agravó—. Quiero dejar claro, aquí y ahora, que no voy a tolerar las traiciones y las mentiras en esta facción, y que las perseguiré concienzudamente. —Miró a Vaguè, dejando claro que aquel comentario era sólo para él—. Pero esto, por supuesto, no voy a poder hacerlo sólo, porque no soy, ni pretendo ser, mejor que los que me han precedido. Ellos tuvieron buenos consejeros, gente de confianza que estaba a su lado y que les ayudaba a tomar las decisiones, fueran fáciles o difíciles. Siempre he creído que dos cabezas piensan mejor que una, sobre todo, si una de esas es la de Yulia Leuenberger. —La miró—. Ahora que estamos todos aquí reunidos, quiero anunciar que, si ella acepta el puesto, me gustaría que fuera mi mano derecha, la persona que me ayude a llevar a esta facción a lo más alto.

Abandonó el atril y se acercó a la mesa donde tanto Yulia como el resto de su familia se encontraban. Aunque no la dejó de mirar —no quería perder la concentración justo en ese momento—, vio cómo la reacción de su madre evidenciaba lo que estaba por venir. Cuando llegó a la mesa, tomó a su compañera de la mano y tiró de ella para que se levantara.

También quiero aprovechar este momento para perdirle algo más, por si ser mi mano derecha no era suficiente; algo que no está relacionado con la Inquisición, pero que es igual o más importante, incluso. —Metió una mano en el bolsillo y sacó el anillo de compromiso de Maureen, que lo miró emocionada mientras se cubría la boca con las manos—: Yulia Leuenberger, ¿quieres casarte conmigo?
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Mensaje por Yulia Leuenberger Ferrec Vie Ago 24, 2018 2:09 am

Quería hacerle tantas preguntas… pero ese no era el lugar para detalles, la facción entera estaba allí en esos momentos y a Yulia no le era menor el hecho de que todos estuviesen mirándolos, juzgándolos tal vez por la cercanía que mostraban. Malditos hipócritas... LeBlanc tenía dos hijos ilegítimos, ¿cómo se atrevía a mirar a Yulia con esa cara de superioridad moral?

-Me gustaría que hablemos a solas, Ferrec. Cuando todo esto acaba, claro. –Quería darle su respuesta en cuanto al matrimonio, decirle que si nada había cambiado en el pacto que él le había propuesto, ella aceptaría. –No puedo creerlo, ¿qué dices? ¿Vaguè como líder? No puede ser… De solo pensarlo se me aflojan las piernas –dijo y se tomó del brazo de él-. No puedo imaginar mejor líder que tú, tal vez yo misma pero soy mujer y una de dudosa moral según Jean y sus amigos, así que no podría competir. Mejor sí, vayamos con tu familia. Descuida, supongo que podré sostenerle la conversación a tu madre, me parece una dama encantadora, siempre lo he creído.

Sí, lo suponía pero se equivocaba. Maureen Ferrec no dejó de hacerle preguntas que para cualquier mujer serían sencillas de responder, pero no para Yulia Leuenberger. Le preguntó sobre sus padres, sobre su infancia, también acerca de la maternidad… Yulia intentó esquivar aquello con elegancia, pero temía estar quedando como una mujer vacía. En un momento de la charla, Yulia pasó su mano por debajo de la mesa para apretar la de Eliot y pedirle así ayuda… pero no hizo falta la intervención de su compañero, pues Benedetti tomó la palabra y ya no quedó lugar para nada más.

Aunque, cuando el hombre que dejaba el puesto terminó de hablar, Eliot se levantó por un excelente motivo, Yulia se sintió mal al despedirse del calor de su cuerpo tan cerca del suyo y de la seguridad que le daba, ahora que ese sitio había quedado vacío ella se sentía muy expuesta. Aunque nadie la estuviese observando, ella siempre sentía que todos lo hacían, esa sensación le había quedado en el cuerpo. Bajó la mirada, porque no sabía qué hacer, oía el discurso de Ferrec y sonreía al reconocerlo tan sincero en esas frases… era genuino, fácil de admirar y de envidiar. Cuando oyó su nombre elevó el rostro para mirar a Ferrec y lo notó tan seguro y plantado, qué fácil se había acostumbrado al poder, no habían pasado más que unos minutos desde el anuncio oficial.

Todo lo que sucedió después fue irreal para Yulia, ¿ella mano derecha de Ferrec? ¿Qué estaba diciendo ese hombre? Se llevó la mano al pecho porque creyó que el corazón se le saldría del pecho, ¿mano derecha del líder de la facción? Se giró un instante para buscar en la mirada de Maureen Ferrec si eso que había oído era cierto, la mujer le sonrió con el rostro emocionado por el orgullo. Cuando Yulia se volvió hacia Ferrec él se acercaba a ella.

Se puso en pie cuando él se lo pidió y apretó su mano. Quería decirle algo, pero no sabía qué, todos estaban oyendo y no quería equivocarse con sus palabras, por eso eligió callar. Hasta que vio a Eliot sacar un brillante anillo y pedirle matrimonio allí, ante todos los miembros de la facción, ante Benedetti, ante su madre y hermana. Lo único que pudo hacer fue extender su mano para que él pusiera el anillo en su dedo. Como respuesta lo abrazó, sintiendo el peso de la joya en su anular, y al ver el gesto cariñoso de parte de ella –que no era nada frecuente en Yulia- los tecnólogos estallaron en aplausos.


-Esto es demasiado –dijo, porque no podía creerlo, el corazón le latía tan fuerte que seguramente Ferrec podía sentirlo contra su propio pecho-. Sí, acepto, Ferrec –susurró, solo para que él la oyera mientras lo abrazaba-. Acepto ser tu mano derecha, acepto ser tu esposa, acepto cumplir con nuestro pacto.

Estaba muy emocionada, pero no iba a llorar ante aquellas personas. Algunos pedían ser testigos de un beso, pero Yulia no haría tal cosa, la primera vez que besase a su compañero tendría que ser a solas, no con todos mirándola. Cuando se separó de él, no le soltó la mano pero rápidamente Benedetti propuso un brindis por los nuevos líderes de la facción y futuros esposos. El primero que se acercó a brindar con ellos –luego de Anna y Maureen, por supuesto- fue Jean Vaguè.

-Eliot, quiero que hablemos a solas, por favor, solo unos minutos en la sala contigua -le pidió, pocas eran las veces que lo llamaba por su nombre. Volvió a abrazarlo, no solo porque le tocaba fingir que estaba tremendamente enamorada de él, sino porque de verdad deseaba hacerlo, ese hombre acababa de cambiarle la vida.
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Mensaje por Eliot Ferrec Sáb Ago 25, 2018 5:23 pm

Ya estaba hecho, y ahora sólo faltaba esperar una respuesta. Los segundos que tardó Yulia en alzar la mano le parecieron una eternidad, pero, cuando vio el gesto, no tardó en colocarle el anillo en el dedo anular —que le sentaba a la perfección— con una sonrisa pintada en el rostro. En cuanto ella lo abrazó, hubo un estruendo de vítores, pero nada impidió que él escuchara claramente la respuesta de ella en su oído: sí, iba a casarse con él, y sí, sería su mano derecha.

Gracias —contestó él, también en un susurro.

La envolvió con los brazos, pegando su cuerpo al de ella. Eliot sabía que nada de lo que Yulia estaba sintiendo era fingido, porque notó cómo temblaba de la emoción. Él mismo, a pesar de que ya lo traía todo planeado, todavía no era plenamente consciente de lo que estaba pasando. Quizá debía haberlo hecho de otra manera, habérselo pedido en una cena familiar y mucho más íntima que aquella, o, simplemente, esperar a que ella contestara la propuesta que le había hecho hacía unos días en su casa. Sí, quizá todo tendría que haber pasado de otra forma, pero, de no haberlo hecho frente a toda la facción, no habría quedado tan clara la postura de Eliot Ferrec frente a las mentiras de Vaguè. Ahora todos sabían que la creía a ella, que estaba tan convencido de su inocencia que hasta iba a contraer matrimonio con la mujer que se suponía que había yacido con otro hombre estando soltera y, sobre todo, que no se avergonzaba de absolutamente nada que estuviera relacionado con Leuenberger.

Cuando Yulia se separó de él —a pesar de que la estaba reteniendo para que no lo hiciera—, Eliot la besó en la sien, para deleite de aquellos que pedían, ansiosos, ese gesto por parte de ellos. Tras el brindis de Benedetti, Maureen se acercó hasta su hijo y lo estrechó entre sus brazos con fuerza.

¡Oh, Eliot! ¿Cómo no me habías dicho nada? No sabes la alegría que me da esta noticia. —Deshizo el abrazo y se giró hacia Yulia—. Yulia, hija, dame un abrazo —le pidió—. Me alegro tanto de que te haya elegido a ti para dar este paso —susurró para que sólo ella lo oyera y la soltó, tomando la mano que lucía el anillo—. Nadie podría llevarlo tan bien como lo haces tú. ¡Oh, cariño! Me habéis hecho tan feliz.

Volvió a abrazarla y sólo la dejó cuando Anna le pidió su turno para poder felicitar a la novia. Aunque se sentía tan ilusionada como su madre, fue mucho más comedida que ésta. Jean Vaguè fue el siguiente que se acercó, para sorpresa de Eliot, mientras Anna hablaba con Yulia.

Enhorabuena, Ferrec —dijo—. Ha sido un acto conmovedor, debo decir. Espero que seáis felices y… que no te arrepientas de lo que acabas de hacer.
Vete al infierno, Vaguè.

Se marchó, tal y como le había pedido, pero con una sonrisa que Eliot detestaba. En cuanto lo perdió de vista, buscó a Yulia con la mirada y se acercó a ella.

¿Te encuentras bien? —preguntó, sujetándola de nuevo; estaba siendo una noche con demasiadas emociones para ambos—. Dame un minuto, por ahí vienen Fernand Aubriot y Maxime Tocqueville a saludar. Enseguida nos vamos.

Recibió a ambos hombres sin soltar a Yulia del todo, con un brazo en torno a su cintura, intentando ser breve en la conversación. Cuando consiguió que los dos se marcharan, se acercó a Maureen y le pidió que los excusara; ambos necesitaban tomar el aire para calmar la emoción que sentían. La señora Ferrec no dudó en ayudarlos, como siempre que se trataba de su familia; deberían pasar por encima de su cadáver para que los molestaran.

Eliot agarró a Yulia y la llevó a la salita que ella había mencionado, cerrando la puerta tras de sí. El ruido ensordecedor del salón principal se esfumó, dando lugar a una calma que, a decir verdad, necesitaba.

¿Qué querías decirme?
Eliot Ferrec
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When our lifes change at the same time {Yulia Leuenberger} Empty Re: When our lifes change at the same time {Yulia Leuenberger}

Mensaje por Yulia Leuenberger Ferrec Miér Ago 29, 2018 12:43 am

Odió tener que saludar a Vaguè, de hecho a penas lo hizo porque en cuanto lo vio aparecer se escondió detrás de Ferrec –su prometido- y murmuró un falso gracias, aunque era acompañado de una mirada que le dejaba en claro al hombre cuánto le importaban a ella sus felicitaciones. Yulia no olvidaba que había jurado vengarse de ese tipejo.

Estaba confundida, entre feliz y asustada, pero si tuviese que ser sincera por completo debería decir que ni en sus mejores sueños se había atrevido a desear algo como aquello, ser mano derecha del líder de facción era un honor enorme pues significaba, ni más ni menos, tener la plena confianza del líder. Ferrec confiaba en ella tanto como para ponerla junto a él y ese era un acto de extrema generosidad que no creía merecer porque en el pasado ella había hecho todo para demostrar que era mejor que él, para arruinarlo si hubiera sido necesario. Y ahora debía jurar que lo respetaría y apoyaría de forma incondicional… qué cambio enorme.

Cuando los saludos terminaron, Yulia siguió a Eliot hasta la sala contigua consciente de que solo tendrían unos minutos a solas pues debían jurar ambos, como nuevos líder y mano derecha de la facción. Eliot cerró la puerta y todo el resto del mundo quedó atrás, estaban solos al fin, solos para serse sinceros, solos para hablar de lo que solo entre ellos dos podían hablar. Y, a pesar de que nadie podía oírlos ya, Yulia tiró de él hasta quedar ambos muy juntos en uno de los rincones, como si eso pudiese asegurarles aún más intimidad.


-Ferrec, quiero decirte tantas cosas y a la vez no sé por dónde empezar. ¡Eres tan generoso conmigo! ¿Por qué? ¿Por qué me das más de lo que cualquiera me daría? No lo entiendo, estoy tan feliz… pero no lo entiendo.

Estaba verdaderamente emocionada y ahora sí permitió que las lágrimas de alegría invadiesen sus ojos sabiendo que su tan oculta sensibilidad estaba a salvo frente a él. Se acercó un poco más y tomó su mano.

-No temas, son lágrimas de felicidad. Debemos hablar de tantas cosas y sin embargo hoy ya no tenemos tiempo de hacerlo. Pero, Ferrec, quería prometerte aquí y a solas que seré una mano derecha leal para ti, que intentaré cuidarte siempre como líder de facción y que apoyaré tus proyectos, que aportaré lo que me sea posible para mejorarlos. No me interesa jurarlo ante ellos porque a ellos no los respeto, pero a ti sí.

Se acercó un poco más y se puso de puntillas. La mano que no sujetaba la de Ferrec era la izquierda y con ella acarició la mejilla de su compañero, de su líder, de su prometido. Lo miró a los ojos intentando descubrir qué estaba pensando de ella, si era feliz, si algún día se arrepentiría de todo lo que estaba haciendo… Yulia Leuenberger besó los labios de Eliot Ferrec en un acto de valentía, de arrojo y también de deseo. Besó a Ferrec primero con timidez y luego con confianza, deseando que la primera vez que sus bocas se unieran fuese así, sin testigos, un momento solo de ellos que enmarcase la sociedad que estaban fundando, los pactos que estaban sellando.

-Me has cambiado la vida hoy, Ferrec, y todavía no entiendo tu generosidad –le dijo cuando sus bocas se separaron, aunque no tanto-. Te daré el hijo que tanto deseas, pero prométeme que nunca me traicionarás, necesito que me lo digas, necesito creerte –susurró y volvió a mirarlo fijamente.
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Mensaje por Eliot Ferrec Miér Ago 29, 2018 12:23 pm

Las palabras de Yulia lo emocionaron y no pudo ocultarlo todo lo que quiso. Se mordió el labio inferior y agachó la mirada antes de tomar aire profundamente. ¿Por qué lo había hecho? Él lo tenía claro: no había nadie más capaz de hacer aquello que no fuera ella.

Eres la única persona en la que confío, Yulia —contestó—. Creo que estaba preparado para recibir un rechazo a la propuesta de matrimonio, pero no para que rechazaras ser mi mano derecha. En cuanto Benedetti me dio la noticia, tuve claro que quería que fueras tú quien cubriera ese puesto —confesó—. Llevamos años trabajando juntos y sabemos bien cómo piensa el otro. Soy consciente de que no nos hemos llevado tan bien como cabría esperar, pero confío en que eso va a cambiar a partir de ahora.

No lo decía sólo porque dentro de no mucho iban a convertirse en marido y mujer, sino porque, desde el momento en el que ella aceptó ser su mano derecha, los intereses de ambos iban a estar muy unidos. No obstante, escuchar de sus labios que iba a apoyarlo de manera incondicional supuso un alivio para él. Se cuidarían mutuamente, eso Eliot lo tenía claro. De hecho, él ya había empezado a hacerlo.

Lo que no se esperó, ni en un millón de años, fue el repentino acercamiento de Yulia. Recibió sus labios sin apartarse, pero fue tal el estupor que reaccionó más tarde de lo que le hubiera gustado y, para cuando quiso sujetarla de la cintura para pegarla más a él, ella se separó.

Jamás te traicionaré —susurró, todavía hechizado por el sabor de los labios de ella—, te lo prometo.

Eliot tenía sus ojos fijos en los verdes de Yulia, pero enseguida los bajó hacia sus labios. Soltó la mano de su prometida y la sujetó de la cintura con ambas manos. De haber estado fuera y rodeados de gente, ese gesto habría sido todo un escándalo, pero no allí, solos en aquella habitación donde él decidió devolverle el beso que hacía escasos segundos había recibido. Si un mes atrás alguien le hubiera dicho que terminaría besando a Yulia Leuenberger, Eliot se habría reído en su cara, pero ahí estaba, saboreando unos labios que hasta ese día le habían parecido inalcanzables.

Alguien tocó a la puerta, obligando a que se separaran precipitadamente. La voz de Benedetti les anunció que debían salir a jurar el cargo antes de que la cena diera comienzo.

Será mejor que salgamos —dijo—. Ya habrá tiempo para hablar.

Le tendió la mano para que ella se la tomara y salir de allí, juntos, como de ahora en adelante estarían.



FIN DEL TEMA
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