Patrullando -libre-

por **Lisandër d' Istria** Miér Ago 22, 2018 8:43 am

El tiempo era enemigo de los mortales, era lo que les arrancaba la vida y los dejaba como simples recuerdos que con el tiempo se desvanecían, menos claro para los inmortales quienes recordaban por demasiado tiempo a aquellos que en determinado momento fueron importantes. Recuerdos como el de su hermana para Lisandër, significaban mucho más que todo lo vivido durante su inmortalidad. Para el vampiro el recuerdo de su hermana era lo más preciado que tenía, era aquello que lo llevaba a tratar de una manera diferente a las mujeres que de alguna manera, le hacían pensar en ella aunque claro, ninguna se compararía jamás con su hermana y su sonrisa. Su existencia mortal y lo que de ella cargaba nunca iba a desaparecer, ni siquiera por su decisión de cambiar su nombre en un intento prácticamente inútil de dejar detrás de si su existencia mortal.

Servir a la inquisición con un nombre diferente al que recibiera al nacer, era algo que de cierta manera le ayudaba a llevar el día a día y esa noche, la misión de Lisandër era patrullar las zonas alejadas de París, asegurarse que ningún sobre natural tratará de pasarse de listo y en caso de encontrarse con uno que se atreviera a desafiar las leyes de Dios, llevarlo ante la justicia o en casos muy extremos, llevar la justicia él con sus propias manos. Al vampiro le gustaba patrullar en zonas tan lejanas a la civilización, zonas donde rara la vez ocurría algo y en las cuales podía pensar tranquilamente sobre todo lo que hacía y lo que haría en el futuro, sin embargo, aquella noche el destino le tenía preparada una sorpresa inesperada, una que cambiaría no solo los pensamientos del inquisidor sino también el curso de su existencia.

Caminando tranquilamente, usando las ropas oscuras generalmente características de todos los soldados de la inquisición, Lisandër detecto tres latidos humanos acompañados de lo que era el olor de uno de los suyos, un vampiro que seguramente perseguía al grupo de humanos para alimentarse de ellos.
– Tontos mortales, siempre metiéndose en zonas peligrosas – susurró para si, cambiando el curso de sus pasos para ir en dirección a donde el olor de su igual y los latidos le guiaban. Durante el camino, pudo escuchar el grito de una mujer y sus pasos alejándose tan rápido como le era posible, seguido del silencio de uno de los corazones, detalle que lo llevó a chasquear la lengua y aumentar la velocidad para llegar antes de que los tres latidos se extinguieran a manos del vampiro, pues cuando Luba le interrogara con respecto a su trabajo, no quería hablar sobre su incapacidad de salvar personas.