Cuidado al andar [Privado]

por **Raoul Bowlby** Miér Ago 22, 2018 10:30 pm

Un día de descanso, un único día de toda aquella locura que no le pertenecía a él, si no a otro joven que ya llevaba algún tiempo en una tumba sin nombre alguno; esperando la familia que con eso se desvaneciera su recuerdo y solo quedara en sus mentes ese Raoul que tenían frente, pero que no era más que un muerto de hambre con demasiada suerte.

La llegada de familiares inesperados había traído consigo mucho asuntos que atender y pocos descansos pues le mandaban de un sitio a otro haciendo esto y aquello, para culminar en ese día sin nada más por hacer. Un día en el que finalmente podía volver a ser quien era realmente, así que cambiando las ropas finas por unas sencillas, casi hasta el punto de lucir inservibles, salió de la prisión de oro en la que vivía y se alejo con rapidez entre las calles.

Si bien las calles de noche no le gustaban por recordarle épocas dolorosas, de día todo era diferente pues se reconfortaba con el ir y venir de la gente, finalmente las calles también eran una parte que había sido su hogar. Adentrándose poco a poco en aquel laberinto se acerco hasta el mercado y aunque había pensado pasarlo de largo, cuando se vio cerca opto por dar la vuelta a ver si había alguna novedad.
Le gustaba el mercado, omitiendo el cumulo de olores que se arremolinaban a su alrededor, era un sitio donde cualquier cosa podía pasar y el arte estaba presente de una forma u otra a cada lugar que mirase.

Fue precisamente mirando como detecto a una joven de vestido llamativo y colorido y él no fue el único en notarla pues varias damas y otros caballero también le seguían con la mirada. Tan concentrado estaba en ella que noto el momento justo en el que una cuerda en el suelo le dificulto el andar y creyendo que alguien se acercaría a auxiliar antes que la dama terminara en el suelo prosiguió como un simple espectador más, pero ante la ausencia de alguien dispuesto a ayudar se movió del sitio donde había permanecido inmóvil hasta entonces y se acerco hasta ella.

Mientras más cerca estaba, notaba algo de nerviosismo en el rostro femenino, pero como no notar algo así cuando estaba enredada en una cuerda y en cualquier momento podía caer al suelo.
- Señorita, deténgase ahí - no reflexiono en la forma como había dicho las cosas hasta el momento en el que se inclino a retirar la cuerda de los zapatos ajenos - esta cuerda se le ha enredado y si continua andando seguramente le ocurrirá un accidente - sacó la soga y la alejo de ambos, incorporándose con una sonrisa en los labios - lamento si fue grosero de mi parte, pero prefiero eso a que termine cayendo – dijo antes de permanecer inmóvil esperando que la mano ajena se impactar sobre su rostro ante tal atrevimiento que se tomaba.

por **Mirelle Provence** Jue Sep 27, 2018 6:59 pm

Mirelle, tenía muchos trabajos por hacer, para poder vivir, entre ellos, el que mas le gustaba, era el de ser modelo vivo, pero ademas, solía trabajar como ayudante del Paul Brel, un acaudalado hombre de negocios, que solía pasar su tiempo libre, pintando, dibujando o realizando reuniones de artistas emergentes. Por lo que en mas de una ocasión, le tocaba a ella, comprar los productos necesarios para el agasajo que se realizaban en el estudio artístico de dicho personaje. Ese había sido el motivo que aquella tarde la llevara hasta el mercado, necesitaba comprar los ingredientes para el ponche, ademas de carnes, vegetales y unas telas del oriente, con que el señor Brel quería envolverla, para pintarla semi desnuda, en su próxima tela.

Pensar que en el bolsillo interno de su vestido llevaba una gran suma de dinero, para comprar la bendita tela, hacía que la joven estuviera nerviosa y distraída, ya que prestaba mas atención en quien pasaba cerca de ella, que por donde caminaba. Llevaba en u brazo izquierdo una gran cesta de mimbre, en la que llevaría la frutas, las verduras y la carne - si es que aún se las veía en buen estado - y su mano derecha, metida en su bolsillo derecho, custodiando el pequeño monedero de terciopelo, en el que cargaba la escandalosa suma de novecientos francos, - Dios, si con la décima parte de todo ese dinero, podría comer un día entero una madre y cuatro niños - se dijo, pensando en lo derrochador que podía ser su jefe. Claro, no se podía quejar, pues su paga no era misera, aunque la hacía trabajar, no solo de modelo, sino de doncella y muchas veces de cocinera, si era que faltaba la señora Moiren, quien se encargaba de los aperitivos, si por alguna razón, el señor decidía pasar la noche o varios días en el atelier. Pensando en todo eso, caminaba por una de las calles peatonales en que se dividía el mercado, por ser casi hora de cerrar, la concurrencia no era mucha, pero suficiente como para poner nerviosa a la joven, quien veía en cada persona, un posible agresor.

Su larga falta, se enredaba en su propias piernas, haciendo que le dificultara caminar, la razón , era que estaba cada vez mas delgada, producto de su inapetencia, puesto que no le gustaba comer sola, por lo que solía saltar las comidas llegando a tomar un aguado té en todo el día. Así, no se dio cuenta que una soga tirada descuidadamente por algún niño, se enredó entre su vestido, y sus botas, en un momento, estuvo a punto de caer, pero con dificultad, logró mantener el equilibrio. Su mano, aún aferrando el monedero, se trabó en su bolsillo, haciendo que sus movimientos fueran aún mas torpes. Un suspiro salió de sus labios, mas en ese instante la voz firme de un hombre, la sobresaltó, y sintió que se iba a desmayar cuando el extraño, sin mediar otra palabra, se inclinó, levantó sus faldas y extrajo la dichosa soga que se le había enredado. Sus ojos se habían abierto de manera desmesurada, su boca formaba una perfecta o, y contenía la respiración, sin saber porque. Fue recién cuando el muchacho - que parecía ser de su misma clase social - se quedó en silencio, y como esperando un sermón, que ella pestañeó varias veces, cerró su boca, tragó saliva y pronunció las primeras palabras en horas, - Gra... gracias... no podía librarme de ella - dijo avergonzada, bajando la mirada a la cesta vacía, y entristeciéndose, por no tener ni una manzana, para poder regalarle al muchacho, por haberle ayudado, - lo siento, no tengo nada para darle, aún no he comprado nada - mordió su labio inferior, - pero si me acompaña, puedo comprarle la fruta que mas le guste, como pago a su ayuda - dijo, sonriendo con timidez, contenta por haber encontrado la forma de pagar su deuda.

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