una fugaz salida - privado

por **Giulia Di Moncalieri** Sáb Ago 25, 2018 7:34 pm

Los meses había transcurrido, su pequeña hija ya contaba con seis meses, y era una niña hermosa, sana, pero sobre todo inteligente. Giulia amaba a su hija, tanto que solo podía pensar en lo mejor para ella, y mientras no estuviera segura que sus enemigos se había desvanecido, no podía darse el lujo de contactar a sus hermanos. Desde la muerte del Vaggo, ella no había logrado contactar con ninguno de ellos. Ni siquiera con su cuñado Eghon, quien había sido uno de los colegas de su difunto marido. Al transcurrir el tiempo, Giulia recapacitó, que en realidad no era que su amor por él se hubiera desvanecido, la verdad era que todo en la vida se diluye, y aun las tragedias mas dolorosas, con el tiempo solo dejan cicatrices que están condenadas a desaparecer. Pensaba en todo aquello, mientras terminaba de arreglar el desorden que el inquisidor había dejado en el interior de la humilde vivienda. Sonrió, al pensar que de todos los hombres de Europa, debía ser otro inquisidor, el que le salvara la vida, y el ser que su hija adorara. Observó a la pequeña que sentada en una cuna creada por el inquisidor, la contemplaba absorta, como si su madre hiciera en verdad algo portentoso. la risa fresca y alegre, brotó de su garganta, - hay pequeña mía, eres un ángel, porque logras exorcizar todos mis dolores y mis angustias - le dijo, mientras la alzaba y acariciaba sus cabellos.

Casi una hora mas tarde, se dirigió hasta la casa de una antigua amiga. Pues cuando por fin logro recuperarse del parto y de los meses que había pasado cautiva, descubrió que se encontraba en un pueblo cercano a la villa de sus abuelos. Un lugar, en el que conocía a sus habitantes y en los que podía confiar. En especial, a una joven de su edad, quien había sido amiga suya en la infancia y que por esas fechas también había sido madre. fue así que Giulia le consiguió una nodriza a su pequeña, cuestión que le permitía tener una libertad suficiente como para buscar información de los que la habían secuestrado. Así, tras dejar a su hija en un lugar seguro, se dispuso a buscar información. Usó uno de los caballos del inquisidor y se dirigió al pueblo cercano, lugar en donde se encontraba la mansión en la que había estado cautiva. Pronto descubrió que sus agresores habían desaparecido.

Frustrada, se detuvo en el centro del pueblo, haría un bree descanso antes de regresar, no podía estar mucho tiempo ausente, pues sus pechos, cargados aún de leche, comenzaban a doler, si pasaba mas de cuatro horas lejos de su niña. Pero aún contaba con tres horas en las que podría disfrutar de una libertad, que antes jamás había sentido. Sonrió al pensar en como los hijos podían modificar tanto la vida de sus padres. Volvió a evocar al padre de su hija, y una sombra nublo su mirada. algún día podría vengarlo, pero por ahora, solo le quedaba el intentar descubrir en donde se escondían ahora sus enemigos.

Detuvo su caballo, en un pequeño comercio, apenas un mínimo restauran familiar, en una rústica caza toscana, el sol del medio día, parecía dar un color dorado a todo el paisaje. Luego de tar su caballo a un árbol, se acomodó en una mesa, esperando ser atendida.