AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Las mentiras que duelen [LIBRE]
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Las mentiras que duelen [LIBRE]
“Existen sólo dos cosas. Las verdades y las mentiras. La verdad es indivisible, por lo tanto, no puede reconocerse a sí misma; quien quiera reconocerla tiene que ser una mentira.”
Franz Kafka
Franz Kafka
¿Dónde estaba? ¿Cómo era posible haberlo perdido de vista de esa manera? Como siempre, había salido en busca de su prometido, metido en algún lugar de apuestas, donde lo despojarían de lo poco que había recuperado de la última vez. Emma solía preguntarse, como en ese momento, en el que tenía un miedo infernal, si realmente valía la pena todo el esfuerzo que hacía por Oscar. No dudaba del amor que se tenían y de que era el hombre con el que quería pasar el resto de sus días, sin embargo, comenzaba a creer que no era suficiente. Tenía unos pocos días tranquilos, y luego se desataba de nuevo de aquellas amarras que eran los brazos de Emma, que lo sostenían con cariño y templanza. Era en vano… Oscar siempre se le escapaba como arena entre los dedos, y allí iba ella, tras él, más como una madre que como una mujer enamorada. ¿Cuánto tiempo más soportaría esa situación?
Se apoyó contra la pared, agotada, rendida, física y emocionalmente cansada. Se abrazó a sí misma y se dio cuenta que estaba perdida, que se había desorientado por mantener la atención fija en él. Una rata que se cruzó en su camino la distrajo, y Oscar desapareció entre la oscuridad. Probablemente no había ido muy lejos, pero había sitios muy bien escondidos, y Emma no lo encontraría. Se ajustó la chalina con la que se cubría y miró hacia arriba. El cielo estaba límpido, y las estrellas refulgías ardorosas. El cálido aire de la primavera le hacía soportar todo de mejor manera. Para no gastar más lágrimas de las que ya venía derramando a lo largo de esa relación, esbozó una sonrisa suave, que le recordó algún momento feliz junto a Oscar. El sonido de su risa le había llenado muchas veces los oídos, pero él cada día estaba más sombrío y la joven se desesperaba al pensar en que no lograría sacarlo del pozo.
Un sonido la puso en alerta, y se recordó que llevaba consigo el cortapluma que su padre le había regalado. “Esto te servirá para abrir cartas y también para defenderte” le había dicho cuando se lo entregó. Emma no era dada a la violencia, la detestaba, pero el ambiente en el que su prometido se movía era peligroso, y desde que habían querido atacarla por meterse en un sitio en el que no debía, había tomado la decisión de llevar siempre algo con lo que protegerse en una situación extrema. Repasó mentalmente el lugar donde tenía la pequeña arma. Se le aceleró la respiración al volver a escuchar el ruido de instantes atrás, cada vez más cerca.
— ¿Quién está ahí? —preguntó, más por no querer seguir soportando los estridentes latidos de su propio corazón, que por una curiosidad real. Rogó que sólo fuera un gato callejero y que aquel instante de tensión, pasar lo más pronto posible.
Se apoyó contra la pared, agotada, rendida, física y emocionalmente cansada. Se abrazó a sí misma y se dio cuenta que estaba perdida, que se había desorientado por mantener la atención fija en él. Una rata que se cruzó en su camino la distrajo, y Oscar desapareció entre la oscuridad. Probablemente no había ido muy lejos, pero había sitios muy bien escondidos, y Emma no lo encontraría. Se ajustó la chalina con la que se cubría y miró hacia arriba. El cielo estaba límpido, y las estrellas refulgías ardorosas. El cálido aire de la primavera le hacía soportar todo de mejor manera. Para no gastar más lágrimas de las que ya venía derramando a lo largo de esa relación, esbozó una sonrisa suave, que le recordó algún momento feliz junto a Oscar. El sonido de su risa le había llenado muchas veces los oídos, pero él cada día estaba más sombrío y la joven se desesperaba al pensar en que no lograría sacarlo del pozo.
Un sonido la puso en alerta, y se recordó que llevaba consigo el cortapluma que su padre le había regalado. “Esto te servirá para abrir cartas y también para defenderte” le había dicho cuando se lo entregó. Emma no era dada a la violencia, la detestaba, pero el ambiente en el que su prometido se movía era peligroso, y desde que habían querido atacarla por meterse en un sitio en el que no debía, había tomado la decisión de llevar siempre algo con lo que protegerse en una situación extrema. Repasó mentalmente el lugar donde tenía la pequeña arma. Se le aceleró la respiración al volver a escuchar el ruido de instantes atrás, cada vez más cerca.
— ¿Quién está ahí? —preguntó, más por no querer seguir soportando los estridentes latidos de su propio corazón, que por una curiosidad real. Rogó que sólo fuera un gato callejero y que aquel instante de tensión, pasar lo más pronto posible.
Emma Hamilton- Humano Clase Alta
- Mensajes : 13
Fecha de inscripción : 08/10/2017
Re: Las mentiras que duelen [LIBRE]
Las pezuñas de aquellas bestias leales —domadas desde el inicio de la historia del hombre e implementadas en este caso para tirar de un carromato— resonaban en los adoquines de una calle transversal a los lúgubres callejones de París. Se trataba de aquellos lares donde la tenue iluminación de las lámparas de gas apenas lograba cuartear las sombras que cubrían gran parte del entorno, y los ruidos regulares de la noche se perpetuaban en forma de eco; goteras, chillidos de ratas, y, proveniente de un bar no muy lejano, el rastro sonoro de un violín que era escandaloso, insinuando tocar melodías que reflejaban el folclore de los pueblos gaélicos. Pero ¿quien podría percibir su entorno de esa forma, y diferenciar culturas de civilizaciones antiguas con tan solo una melodía? Un hombre con tal capacidad debe ser alguien civilizado, en lo que a intelecto y culto la palabra refiere.. ¿Por qué andaría entonces en esa área marginal a la sociedad civilizada?
Habrían transcurrido varios minutos desde que la campanada de medianoche acaeció, y un alma errante parecía hallar plácida su estadía en compañía de su mejor amiga, la soledad. La poca iluminación que había en el pasaje dejaba apreciar lo que parecía ser un jovencito que, teniendo una apariencia peculiar, deambulaba por estos lugares tan recónditos hasta quedarse inerte en medio de uno de los pasajes, como si de esperar a reunirse con alguien en aquél sitio se tratase.
La magnitud de los olores inmundos allí era increíble, o al menos así lo era para él, quien además de tener la capacidad de identificar aromas desde distancias alejadas podía oír y ver cosas que un humano convencional no. Este hecho se evidenció en la causal de su gesticulación (girar la mirada hacia un lado): la distracción causada por unos pasos intercalados entre sí, resonantes, a destiempo con respecto a otra serie de pisadas. Parecía ser un hombre acompañado de otra persona más pequeña, de menor peso.. Quizá una mujer, debido a que el grado de movimientos vibratorios radicado de sus pisadas era menor a comparación del primer sujeto. Lo que reforzó ésta teoría fue el resultado de la segunda acción que el muchacho acometió. Alzó un poco su rostro conforme cerró sus parpados, y con ello, concentrando su sentido del olfato en los aromas que traía el viento, inhaló solo una vez. De los olores presentes en el ambiente, una dulce fragancia de perfume que iba en antinomia con el entorno delató no solo el hecho de que fuera una dama, sino la virtud y pureza que esta posiblemente resguardaba en su corazón. O quizá no eran más que meras especulaciones de un tonto adolescente..
El ruido adyacente de la caminata de aquella pareja disminuyó ante la percepción del joven, quien giró la cabeza al extremo contrario del pasaje cuando una corriente repentina de aire trajo consigo la aparición de una figura humana. La silueta de esta persona sin presunta identidad estaba en contraposición a la luz, y a causa de ello se veía ensombrecida. No obstante, el joven se tomó el tiempo de denotar, conforme la persona avanzó hacia él, una figura delicada que, ancha por lo bajo —a causa de lo que se distinguía como un vestido de la época—, se arqueaba por encima del nivel de la cintura; de hombros estrechos, con cuello fino y ligeramente alargado, su cabeza tapada por un sombrero con adornos extravagantes, y un velo que —conforme la persona se acercaba, él puede notar— descendía del mismo recreando una sombra hasta la mitad de su rostro. Cuando el recorrido de aquella persona terminó en cercanía del joven, su identidad se vió irrelevante; sus facciones no la hacían particularmente destacable de los habitantes frecuentes, y por el contrario, conformaban el arquetipo promedio de una mujer oriunda de Inglaterra.
Durante la trayectoria que recorrió la mujer hasta acercarse al muchacho, este se mantuvo circunspecto e inexpresivo, creando la perspectiva de que el encuentro habría sido un suceso causal y no uno casual. Paciente, sin mediar palabras, y con la mirada centrada en los irises de aquella joven, intercambia de punto visual hacia su muñeca casi al instante en que, con sus manos, tomó esta "prestada" con delicadeza. La chica parecía confundida, mostrando síntomas aparentes de desconocer la razón de su estancia en aquél sitio, mientras que el joven se limitaba a tantear la piel suave de su muñeca/antebrazo con los dedos hasta ubicar, mediante tacto, la vena (y no una arteria) con mayor flujo de sangre. Aproximó la extremidad hasta su boca, donde sus caninos filosos y pronunciados se encargaron de perforar la carne hasta abrir paso al flujo de sangre, que a su vez, era ingerida por el mismo como cual humano bebe un vaso de agua.
La que parecía ser víctima, sin quererlo, se quejó con un gemido ahogado desde su garganta que se hizo agudo y se expandió como un eco en el callejón. Y aunque la mujer se quejó por segunda vez, mientras mantenía el ceño fruncido a causa del dolor, no fue ello lo que hizo que el muchacho con afición a la sangre se detuviera Ipso Facto, mirando hacia un costado, con los labios impregnados de sangre. Fue una voz femenina exclamando inseguridad y miedo mediante una pregunta particular: "¿Quién está ahí?".
—Irás a tu hogar, más no recordarás que esto pasó —ordena el joven, en perfecto francés, sin soltar a la mujer, y sin abandonar el contacto visual—; no recordarás jamás quien soy. La mujer, obediente, se retira del sitio por donde vino. Pero el joven, quien volvió su mirada hacia el sentido por el cual detectó la voz, sentía algo en su fuero interno que lo impulsaba a acercarse a la autora de aquella pregunta; en su conciencia, una línea muy delgada apenas dividía la simple curiosidad, del sentimiento de preocupación y ganas de velar por la seguridad de una desconocida que quizá estuviese en peligro.
Usó el índice y el pulgar de su mano derecha incesantemente para limpiar, en su totalidad, la sangre restante en sus labios conforme su avance constante, tras recorrer unos 8 metros, situaba su posición en un claro amarillento formado por un conjunto de farolas a gas. Estático, rebuscó en su entorno algo curioso, mientras sus manos se entrelazaron de dedos a la altura de sus lumbares. Pero al girar la cabeza por la derecha, detectó a la muchacha a quien él atribuía la autoría de la pregunta que lo hizo llegar hasta allí. Su aura delataba su espécimen puramente humano, así como también sus sentimientos en ese preciso instante; sorpresa, ¿miedo, tal vez?. Sea cual fuere la reacción de la chica, el joven, por cortesía giró 90 ° en dirección a ella, sin moverse del metro cuadrado sobre el que estaba parado, simplemente para darle la cara a la única persona presente en el lugar. —¿Francesa?.. —Cuestionó en francés, mientras mantenía expresiones faciales serenas, aunque dinámicas, al arquear las cejas por cada interrogación que le hacía— O ¿inglesa? —Volvió a preguntar, pero en un acentuado inglés británico, guardando silencio después, celoso por saber su respuesta—.
Habrían transcurrido varios minutos desde que la campanada de medianoche acaeció, y un alma errante parecía hallar plácida su estadía en compañía de su mejor amiga, la soledad. La poca iluminación que había en el pasaje dejaba apreciar lo que parecía ser un jovencito que, teniendo una apariencia peculiar, deambulaba por estos lugares tan recónditos hasta quedarse inerte en medio de uno de los pasajes, como si de esperar a reunirse con alguien en aquél sitio se tratase.
La magnitud de los olores inmundos allí era increíble, o al menos así lo era para él, quien además de tener la capacidad de identificar aromas desde distancias alejadas podía oír y ver cosas que un humano convencional no. Este hecho se evidenció en la causal de su gesticulación (girar la mirada hacia un lado): la distracción causada por unos pasos intercalados entre sí, resonantes, a destiempo con respecto a otra serie de pisadas. Parecía ser un hombre acompañado de otra persona más pequeña, de menor peso.. Quizá una mujer, debido a que el grado de movimientos vibratorios radicado de sus pisadas era menor a comparación del primer sujeto. Lo que reforzó ésta teoría fue el resultado de la segunda acción que el muchacho acometió. Alzó un poco su rostro conforme cerró sus parpados, y con ello, concentrando su sentido del olfato en los aromas que traía el viento, inhaló solo una vez. De los olores presentes en el ambiente, una dulce fragancia de perfume que iba en antinomia con el entorno delató no solo el hecho de que fuera una dama, sino la virtud y pureza que esta posiblemente resguardaba en su corazón. O quizá no eran más que meras especulaciones de un tonto adolescente..
El ruido adyacente de la caminata de aquella pareja disminuyó ante la percepción del joven, quien giró la cabeza al extremo contrario del pasaje cuando una corriente repentina de aire trajo consigo la aparición de una figura humana. La silueta de esta persona sin presunta identidad estaba en contraposición a la luz, y a causa de ello se veía ensombrecida. No obstante, el joven se tomó el tiempo de denotar, conforme la persona avanzó hacia él, una figura delicada que, ancha por lo bajo —a causa de lo que se distinguía como un vestido de la época—, se arqueaba por encima del nivel de la cintura; de hombros estrechos, con cuello fino y ligeramente alargado, su cabeza tapada por un sombrero con adornos extravagantes, y un velo que —conforme la persona se acercaba, él puede notar— descendía del mismo recreando una sombra hasta la mitad de su rostro. Cuando el recorrido de aquella persona terminó en cercanía del joven, su identidad se vió irrelevante; sus facciones no la hacían particularmente destacable de los habitantes frecuentes, y por el contrario, conformaban el arquetipo promedio de una mujer oriunda de Inglaterra.
Durante la trayectoria que recorrió la mujer hasta acercarse al muchacho, este se mantuvo circunspecto e inexpresivo, creando la perspectiva de que el encuentro habría sido un suceso causal y no uno casual. Paciente, sin mediar palabras, y con la mirada centrada en los irises de aquella joven, intercambia de punto visual hacia su muñeca casi al instante en que, con sus manos, tomó esta "prestada" con delicadeza. La chica parecía confundida, mostrando síntomas aparentes de desconocer la razón de su estancia en aquél sitio, mientras que el joven se limitaba a tantear la piel suave de su muñeca/antebrazo con los dedos hasta ubicar, mediante tacto, la vena (y no una arteria) con mayor flujo de sangre. Aproximó la extremidad hasta su boca, donde sus caninos filosos y pronunciados se encargaron de perforar la carne hasta abrir paso al flujo de sangre, que a su vez, era ingerida por el mismo como cual humano bebe un vaso de agua.
La que parecía ser víctima, sin quererlo, se quejó con un gemido ahogado desde su garganta que se hizo agudo y se expandió como un eco en el callejón. Y aunque la mujer se quejó por segunda vez, mientras mantenía el ceño fruncido a causa del dolor, no fue ello lo que hizo que el muchacho con afición a la sangre se detuviera Ipso Facto, mirando hacia un costado, con los labios impregnados de sangre. Fue una voz femenina exclamando inseguridad y miedo mediante una pregunta particular: "¿Quién está ahí?".
—Irás a tu hogar, más no recordarás que esto pasó —ordena el joven, en perfecto francés, sin soltar a la mujer, y sin abandonar el contacto visual—; no recordarás jamás quien soy. La mujer, obediente, se retira del sitio por donde vino. Pero el joven, quien volvió su mirada hacia el sentido por el cual detectó la voz, sentía algo en su fuero interno que lo impulsaba a acercarse a la autora de aquella pregunta; en su conciencia, una línea muy delgada apenas dividía la simple curiosidad, del sentimiento de preocupación y ganas de velar por la seguridad de una desconocida que quizá estuviese en peligro.
Usó el índice y el pulgar de su mano derecha incesantemente para limpiar, en su totalidad, la sangre restante en sus labios conforme su avance constante, tras recorrer unos 8 metros, situaba su posición en un claro amarillento formado por un conjunto de farolas a gas. Estático, rebuscó en su entorno algo curioso, mientras sus manos se entrelazaron de dedos a la altura de sus lumbares. Pero al girar la cabeza por la derecha, detectó a la muchacha a quien él atribuía la autoría de la pregunta que lo hizo llegar hasta allí. Su aura delataba su espécimen puramente humano, así como también sus sentimientos en ese preciso instante; sorpresa, ¿miedo, tal vez?. Sea cual fuere la reacción de la chica, el joven, por cortesía giró 90 ° en dirección a ella, sin moverse del metro cuadrado sobre el que estaba parado, simplemente para darle la cara a la única persona presente en el lugar. —¿Francesa?.. —Cuestionó en francés, mientras mantenía expresiones faciales serenas, aunque dinámicas, al arquear las cejas por cada interrogación que le hacía— O ¿inglesa? —Volvió a preguntar, pero en un acentuado inglés británico, guardando silencio después, celoso por saber su respuesta—.
Göran Niklasson- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 10/06/2018
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