Olor a lluvia

por **Epoch** Vie Sep 07, 2018 6:15 am

El cielo negro al fondo del sur del Tajo era siniestramente oscuro, contrastado con las alas vívidamente blancas de las gaviotas en vuelo inquieto. El día empero, ya no estaba tempestuoso. La oscura masa íntegra que amenazara con lluvia inminente, había pasado hacia la otra orilla, y la ciudad baja, humedecida aún por la poca agua caída, sonreía desde el suelo a un cielo cuyo Norte se iba azulando, aunque con pausas blancas todavía. El fresco del Verano era levemente frío.

En una hora como ésta, vacía e imponderable, me agrada imponerle a mi pensamiento una meditación que nada sea pero que retenga, en su limpidez vacía, algo de la frialdad yerma del día clareado, con el fondo negro a lo lejos, y ciertas intuiciones, como gaviotas, evocando por contraste el misterio de todo en gran negrura.

Pero de repente, en contraste con mi propósito literario íntimo, el fondo negro del cielo del Sur me evoca, por un recuerdo verdadero o falso, otro cielo, tal vez visto en otra vida, en un Norte de río menor, con juncales tristes y sin ninguna ciudad. Sin que sepa yo como, un paisaje para patos salvajes se me desliza por la imaginación y es con la nitidez de un sueño raro que me siento cercano a la extensión que imagino.

Tierra de juncales a orilla del río, terreno de cazadores y anguistias, las orillas irregulares entran, como pequeños cabos sucios, en las aguas color plomo amarillo y vuelven a entrar en bahías saturadas de limo, para barcos que parecen de juguete, en riberas que relucen en la superficie del barro oculto entre los tallos verdinegros de los juncos por donde no se puede pasar.

La desolación es la de un cielo ceninciento y muerto que aqui y allá se condensa en nubes más negras que el tono del cielo. No siento soplar el viento, pero corre, y la otra margen del río finalmente, parece una larga isla, detrás de la cual se divisa - grande abandonado - lo verdadero de la otra margen echada en la distancia sin relieve.

Allí no llega nadie ni llegará. Aún cuando, por una fuga contradictoria del tiempo y de espacio, alguien pudiese evadirse del mundo hacia este paisaje, esperaría en vano lo que no sabría que esperaba, ni habría sido, al final de todo, un lento caer de la noche, convirtiéndose en todo el espacio, poco a poco, tomándole el color a las nubes más negras, que, pausadamente, surgirían en el conjunto abolido del cielo.

Siento el frío de ese lugar. Me toca en el cuerpo viniendo de los huesos. Respiro con fuerza y despierto. Una persona se cruza conmigo bajo la Arcada y me mira con la desconfianza de quien no entiende. El cielo negro, compactándose, bajó aún más sobre el sur.