Rumores de un demonio (Priv. Astaroth)

La noche se presentaba fria, iniciando el final del verano, la gente ya empezaba a lucir elegantes chaquetas para soportar el aire frio que helaba sus brazos, los cambiantes en cambio, al igual que los licántropos tenían un punto extra a su favor, la normal elevada temperatura de su cuerpo hacía que conservasen mejor el calor a climas algo más frios, lo cual aunque se puso una fina chaqueta el frio no hacía mella en ella, pero tampoco podía pasearse con un vestido vaporoso que mostrara sus hombros y sus brazos, por no nombrar su escote, asi que una fina chaqueta negra cubre su cuerpo, mientras un elegante y sencillo. Sin esos adornos pomposos que tienen la moda parisina, y tampoco esos incomodos corsé que ahora las doncellas se colocaban para enmarcar más sus curvas, no, se negaba a moldear el cuerpo con esos objetos, y por suerte, el inquisidor se lo permitía sin ningún tipo de problema por ello.
Los ojos bicolor se fijaban en los edificios mientras acariciaba un collar que tenía en el cuello, acariciando el medallón con sus dedos, mientra con disimulo olfateaba el ambiente en busca de señales que la pusieran sobre alerta, o que indicase que algo no iba como debiera.


La misión era la siguiente, habían llegado rumores de un individuo peligroso, pero solo eran eso, rumores, la inquisición no tenía certeza alguna sobre ello, con todo y con eso el inquisidor había mandado a la cambiante, para que investigara a fondo, supiera si el peligro era real, de ser asi, que se comportara como una buena chica, y se hiciera pasar por una amistad del peligro que se rumoreaba que era vampiro, y hacerse su amiga para ganarse confianza y adivinar sus puntos debiles, no era algo que le hiciera demasiada gracia a la cambiante, de hecho, ni siquiera le agradaban mucho los vampiros, la última incursión con ellos la cosa se puso violenta, y aunque pudo derrotarlos bebió esa maldita y adictiva vitae que hizo que la cambiante tuviera un señor chute de euforia que el inquisidor aplacó con suma brutalidad.


No fue una agradable experiencia, pero era parte de lo que tocaba, se adentró en el callejón por el que los rumores escuchados dicen que suelen rondar, solo un vistazo y pudo oler ese aroma a perfume barato, y a las feroromonas que delataban que en este callejón normalmente las meretrices solian vender sus servicios, la joven cambiante arrugó la nariz con ligero desagrado, y se mordió el labio pensativa.
Como atraer a la presa, paseó por el callejón con cierto nerviosismo, si era tan fuerte como los rumores decian lo iba a tener negro. Xanandra suspiró pesadamente para ocultar el nerviosismo, un dedo fue llevado a su boca mordiendose para conseguir unas gotas de sangre, buscando que el fino olfato del vampiro se viera atraido por el aroma de la vitae de la cambiante.

Aquella noche estaba de mal humor, aunque esto no fuese un hecho insólito, hasta yo mismo era capaz de reconocer que la ira y la rabia aquella velada serían quien guiarían mis pasos. Tal vez últimamente permitía al demonio que me poseía rondar demasiado tiempo a sus anchas por mi interior, en lugar de someterlo para contadas ocasiones. Más el aburrimiento y el desasosiego por comprobar que noche tras noche mi inmortal existencia no variaba en demasía, optaba por liberarlo en busca de nuevas experiencias sin lugar a dudas mucho más entretenidas; a pesar incluso de que éstas la mayoría de las veces terminasen de forma dantesca para la mayoría de las víctimas.

Desde mi llegada a París nada había salido como tenía planeado, y el hecho de que encontrar a mi amada reencarnada en otra mujer estuviese siendo más complicado de lo que había pensado en un principio, me crispaba demasiado los nervios. No era un hombre cuyo don fuese la paciencia, y llevaba ya esperando demasiado tiempo ese momento en el que la bruja me había indicado un lugar y fecha determinados. Tal vez mi impulsividad me había jugado de nuevo una nueva pasada, y me precipité al alimentarme de la hechicera hasta que su cuerpo fue un mero juguete de trapo. Pero el tiempo apremiaba, no podía dejar testigos sobre mi paradero puesto que sabía que la Inquisición me seguía la pista, y tenía que coger un barco desde Grecia si no quería que su rastro volviese a evaporarse de nuevo. Es posible que tuviese que haber esperado hasta que la localización fuese exacta, puesto aunque estaba seguro que era el momento idóneo, París había crecido mucho desde la última vez que viajé hasta allí y era una mera urbis con cuatro calles y unas pocas viviendas.

Dispuesto a encontrar aquella noche a una hechicera en particular que sabía de antemano que aceptaría mis servicios- y si no pues la mataría y fuera preocupaciones- me aventuré a la fría noche otoñal enfundado en un abrigo de paño negro que era más que obvio que no necesitaba; bastón en mano y un sombrero negro que cubría parte de mi pelo castaño, encaminé mis pasos hacia el centro de la ciudad. Había rehusado de utilizar un cochero aquella noche, necesitaba caminar y sentir el aire frío en el rostro; necesitaba ordenar mis ideas para proceder después en consecuencia. Encontrar a la hechicera y que consiguiese dar con el conjuro adecuado era primordial para localizar a esa alma perdida que tantos milenios llevaba buscando.

De pronto un peculiar y reconocido olor llegó hasta mis fosas nasales. Detuve mis pasos despacio, dejándome llevar por ese aroma férreo que cada noche guiaba mis pasos y me servía de sustento; más ya de antemano sabía que no era la sangre de una simple mortal, sino de un cambiante que no muy lejos de allí había resultado herido de alguna forma. ¿Acaso me importaba? Me encogí de hombros, lo cierto era que no. Me daba igual que uno de esos bichos raros estuviese agonizando en cualquier callejón después de que otro le hubiese atacado, más fue la simple curiosidad y la placidez que me proporcionaba ver como un corazón todavía latente iba perdiendo fuerza, por lo que me aventuré dejándome llevar por mi desarrollado olfato hasta llegar a un oscuro callejón donde me encontré con la dueña de dicho perfume.

Enarqué una ceja confundido, puesto que en lugar de encontrar un ser medio muerto, lo que vi fue una hermosa cambiante de ojos bicolor que tan solo tenía un corte en uno de sus dedos. Estuve a punto de maldecir la pérdida de tiempo al haber acudido allí, aunque en realidad el callejón estaba de camino de la taberna donde me dirigía; más fue entonces cuando me percaté que no solo yo había percibido ese olor, y que la situación se volvería precaria para la cambiante. Con un gruñido de resignación, y sin saber todavía porqué hacía aquello, me acerqué a la cambiante mientras extraía del bolsillo superior de mi chaqueta un algodonado pañuelo blanco.

- Debería tener más cuidado con lo que se corta, o mejor dicho, donde se corta. Podéis atraer a la peor calaña de la ciudad en cuestión de segundos con ese olor.- apunté con un tono de voz neutro mientras le tendía el pañuelo y me posicionaba prácticamente a su lado, dirigiendo mi mirada hacia la entrada del callejón por el que yo mismo terminaba de entrar. Cinco vampiros neófitos se aventuraban con los ojos inyectados en sangre, hipnotizados por esa esencia férrea que calmaba su sed. Sonreí ladino, parecía que la noche comenzaba a animarse un poco, y si bien me daba igual lo que le sucediese a la mujer, podía asegurar que alimentarme de sangre de neófito era algo que me satisfacía sobre manera.
Eran vampiros que mantenían todavía parte de su sangre humana en su organismo, y al mismo tiempo la sangre vampírica comenzaba a correr por sus venas. Así que era una mezcla de éxtasis que siempre que tenía ocasión aprovechaba para degustar.- ¿Le echo una mano, cherie….o podrá usted sola con todos ellos?- no quería parecer un héroe, no lo era. Yo era mucho peor que todos aquellos inmortales juntos; más no me importaba participar en la contienda si luego podía satisfacer mi sed.

La sangre se deslizaba por sus dedos de manera lenta, notando asi su caliente testura, Xanandra bien conocía el aroma de la sangre, pero la propia no le albergaba interes alguno, tragó saliva costosamente mientras miraba la sangre que le traía amargos recuerdos de los castigos del inquisidor, más la cambiante vista desde fuera solo daba la imagen de alguien ensimismada con el corte de su dedo, observando la gota roja dejar un rió de carmesí. Fruncia el ceño, no tenía mas remedio que ceder a las peticiones del inquisidor o llevarle la contraría acarrae más problemas, asi que simplemente esperó, el callejón era perfecto, oscuro, y sin vecinos que fisgonearan, al menos a primera vista, ella apretaba sus labios con nerviosismo, no le gustaba esperar cuando no veía el objetivo. Ella era una loba, ella cazaba, ella no solía ser el cebo, pero con los vampiros siempre se jugaba de una manera distinta, se pellizco el puente de la nariz con la mano sana, mientras  dejaba que el goteo de su dedo tocara hasta el suelo, el aroma debería de bastar ya para atraer al objetivo.
Cerraba los ojos olfateando, ahí olía a vampiro, uno se aproximaba, había picado, abrió los ojos fingiendo estar algo perdida, como si estuviera despistada, mientras observaba la sombra acercarse a ella con aire decidido, asi que al igual que ella podía ver su aura, olía su aroma que le indicaba que él era un vampiro ocurría al contrario, él seguramente ya era muy consciente de la condición de Xanandra


Callada le observaba, estudiandole, su aura era muy potente, muy llamativa, era un vampiro poderoso lo podía percibir, si atacaba lo iba a tener crudo el truco era que no lo hiciera asi tendría una oportunidad de acecharlo, conocer sus debilidades, ese es el plan, se quedó impresionada de lo atractivo y lo alto que era, sin duda era un especimen digno de temer, Xanandra le observó con cierta curiosidad, y nerviosismo, pero mantuvo la compostura, más enarcó una ceja cuando este habló tendiendole un precioso pañuelo blanco, mientras pronunciaba la frase que le pareció una amenaza en cubierta. -Gracias..- Dijo tras aceptar el pañuelo y tapar su herida tiñendo la tela de rojo burdeos. -Aunque eso...bueno, ¿no cree que podría aplicarse eso a usted?- Aseguró la cambiante, aun a sabiendas que eso bien podía enojar al vampiro.


Aunque la irrupción de cinco vampiros la desconcertó de sobre manera ya que abrio mucho sus ojos bicolor, tenían sed de sangre, lo percibía, ella se mordió el labio ansiosa, nerviosa, mirando como esos neófitos a los que practicamente se podía decir que aun tenían pulso, la cambiante les miró tan jovenes aun comentían fallos a cada paso que daban, pero el numero a veces hace más que la calidad, con cinco a la vez eran muchos. -No me las doy de super poderosa, pero eso depende de cuantas ganas tenga usted de moverse..- Se giró ocultandose un poco más entre las sombras y observó al vampiro que la devolvía la mirada, ella se giró poniendose de espaldas a él. -No me mires ahora por favor..- Dijo ella en voz baja, desnudandose para no romper su vestido y convertirse en un enorme lobo gris de ojos bicolor, el lobo salio de las sombras gruñendo, y miró al vampiro, prefería que le ayudase pero era elección de él hacerlo.
Se lanzó como una bestia rabiosa contra el vampiro central dirigiendo su enorme y peligrosa mordida directa al rostro con sus fauces de loba ahora, los demás se fueron a por ella intentando alcanzarla, pero la loba les dió varias dentelladas cuidandose de que no bebiera la sangre del vampiro, pues conocía sus efectos, buscó implicar para que le ayudase el vampiro milenario, corriendo hacia el para esconderse unos segundos antes de volver a lanzarse a por otro de los vampiros con una mordida mortal en su escualido cuello sacudiendo la cabeza con violencia.

La cálida sangre de aquella preciosa cambiante empapaba poco a poco el inmaculado pañuelo blanco que le había ofrecido de forma caballerosa para ocultar aquel corte en su dedo que provocaba en mi ser  más excitación de lo que jamás reconocería. La noche no había hecho más que empezar, y a pesar de que estaba acostumbrado de alimentarme antes del ocaso, no podía negar que el férreo olor que desprendía su vitae conseguía que sintiese cierto dolor en los colmillos que, esclavos de la sed de sangre, me incitaban a alimentarme allí mismo de ella. Negué con la cabeza enfrentándome a mi yo interior, molesto de que aún habiendo transcurrido milenios, mi razón se viese sometida a esa necesidad tan mundana que producía cierta quemazón en mi garganta de no verse cumplida.
- Oh, vaya…gracias por el cumplido.- respondí con una siniestra sonrisa ante una afirmación con la que parecía haber querido ofenderme.- Aunque lamento informarle que siempre encontrará seres peores que yo, al menos sigo manteniendo ciertos valores de antaño, no como otros.- hice un leve gesto hacia el lugar de donde procedían aquellos desagradables sonidos.

Los gruñidos de los neófitos eran cada vez más perceptibles para mis agudizados sentidos, lo que significaba que a cada segundo que pasaba se aproximaban a nuestro encuentro, y no precisamente con la intención de entablar una amena conversación. Podía pasearme sin ningún problema por sus simples aunque retorcidas mentes, lo que me provocó cierto desagrado en la boca de mi estómago. No por sus pensamientos de desangrar a la mortal, al fin y al cabo era algo que yo también estaba barajando desde que el olor de su sangre había inundado mis fosas nasales; sino por lo que pensaban hacer mientras tanto. Suspiré consternado por la interrupción, más tal vez resultase divertido observar como aquella mujer trataba de lidiar con aquella jauría hambrienta de seres de la noche. Por supuesto que no permitiría que ninguno de ellos le tocase un solo cabello, más ella eso no lo sabía.

Seguí con la mirada a la cambiante mientras se adentraba nerviosa en el callejón. La presencia de los neófitos había conseguido cambiar su aura, y hasta juraría haber podido percibir cierto temor ante lo que se avecinada. Sonreí ante su respuesta, girándome obediente cuando ésta me pidió cierta intimidad para desnudarse; obviamente para no romper sus ropajes durante la transformación.- No es por no moverme, si fuese necesario lo haría…más, ¿Qué gano yo con eso?- apunté de espaldas a ella, observando con atención como una decena de ojos inyectados en sangre aparecían a la entrada del callejón.- ¿Podéis verlo? A ese tipo de calaña me refería antes; que poca clase para presentarse ante una dama.- bromeé irónicamente haciéndome a un lado para apoyarme en unas cajas de maderas que estaban depositadas al lado de la puerta trasera de alguna taberna.

Debía admitir que estaba disfrutando como un crío ante un espectáculo circense cuando finalmente aquel enorme lobo gris en el que se había convertido la cambiante atacó sin titubear a los neófitos que querían destrozarla. Esa mujer había sido adiestrada de alguna forma, puesto que parecía saber exactamente cuándo y cómo actuar. Y tal vez fuese la curiosidad de descubrir algo más de ella lo que hizo que me decidiese a ayudarla. O simplemente el hecho de que mi paciencia se había agotado hacía milenios, y prefería continuar mi camino esa noche, para lo cual la presencia de los neófitos me estorbaba. Levantándome de mi asiento improvisado, y antes de que los vampiros que quedaban en pie pudiesen dar un solo paso más, utilicé aquella rapidez que me caracterizaba para con mis garras sajar sus cabezas, que irremediablemente cayeron al suelo cual pelotas de goma.

- No me deis las gracias, no lo hice por vos. Simplemente me molestaban para proseguir mi paseo.- informé con cierto tono condescendiente, mientras lamía mis garras degustando la sangre de los neófitos que resbalaba por éstas.- Sublime.- susurré, mirando de reojo a la cambiante, atento a cualquier movimiento que pudiese suponer un ataque a mi persona.

La cambiante miraba al vampiro que había tendido su pañuelo para limpiar el corte, mientras le escuchaba, sin duda era alguien engreido, con un ego demasiado alto incapaz de mirar algo más que su propio hombligo, pero ahora no era el caso, Xanandra observaba al vampiro, era atractivo para ser sinceros, pero esa actitud que tenía a Xanandra la irritaba, pero la misión era intentar hacerse amiga de él, era la misión, no sabe en que demonios pensaba el inquisidor, pero como algo fuera mal sería Xanandra quien lo pagase, un antiguo como este vampiro ouede hacer frente hace cualquier cosa, y mucho más a una cambiante, pero hay una diferencia, Xanandra puede moverse bajo el astro diurno, pero de momento había que lidiar con él, Xanandra solo esperaba que todo fuera bien, aunque como era natural las desgracias nunca venían solas, no solo tenía un vampiro milenario delante de sus narices si no que su agudo olfato de loba la empezaba a dar indicaciones de que pronto iban a tener compaía, aunque eso parecío que el vampiro que tenía delante también había precivido ese aroma que traían los vampiros neófitos que sedientos de sangre estaban y más despues de olfatear seguraente a la cambiante.
Sin duda los neofitos eran más sensibles a la sangre cuando la olían y se comportaban de una manera más primitiva, euforicos, mostrando la sed, como un grupo de pirañas.


Xanandra observó al vampiro entrecerrando los ojos. -Peores que tú...¿quien me dice a mí que tras ese rostro aparentemente sereno no hay otro vampiro ansioso por dar un bocado?- Preguntó Xanandra, claro que sentía mucha desconfianza, los vampiros no era santo de su devoción, aunque realmente había tratado con pocos, pero las palabras del inquisidor siempre le habían alertado lo peligrosos que podían ser estos, y que por norma general eran muchos razonables que los licántropos, aunque claro, su amo era un licántropo, logicamente iba a defender con creces la idea de que un licano siempre iba a ser mejor que un vampiro, por otra parte Xanandra sentía respeto temeroso por cualquier inquisidor y le daba bastante igual la condición sobre este, solían tener pensamientos maliciosos y en muchos rangos crueles, cualquier cosa valía para arrancar una confesión.


La cambiante volvío sus pensamientos al presente, a la imponente figura de él vampiro y a los neófitos que aparecían en escena, tenía que andarse con cuidado o tendría problemas poniendo en peligro la misión que tenia Xanandra entre manos. Ella le pidió que no la mirase mientras se deshacia de las ropas para atacar con suma fiereza en forma de lobo gris a los neófitos, más para su sorpresa el vampiro de un rapido y elegante movimiento macabro dió muerte a todos, la cambiante había sufrido algún rasguño pero nada importante, observó como el vampiro habló condescediente, y parecía en alerta para atacar pero la cambiante haría bien su papel. Se escondió mirandole de reojo para salir de nuevo en humana y con la ropa puesta. -Supogo que os debo una vampiro.- Dijo limpiandose los resquicios de sangre de la barbilla.

Con toda la tranquilidad del ser que goza de una eternidad por delante, extraje con calma  un pañuelo limpio del bolsillo interior del abrigo de paño que portaba, limpiando con éste  los restos de sangre de los neófitos que terminaba de neutralizar con demasiada facilidad.  Hacía siglos que no me cruzaba con un oponente en condiciones, ya fuese humano o sobrenatural, y comenzaba a resultarme tedioso cada enfrentamiento en los que me veía envuelto. Añoraba esa sensación de sentir como todos mis músculos se tensaba en cada lucha, donde sentía como los niveles de adrenalina aumentaban hasta el punto de ser ellos los que movían mi cuerpo; añoraba la sensación de saber que a pesar de mi fuerza y maestría podía morir en cada combate.

– Querida, si mi intención hubiese sido obsequiarle con un bocado como vos decís, lo habría hecho sin que fueseis capaz de reaccionar a tiempo.- respondí esbozando una provocadora sonrisa de medio lado, respondiendo a aquella pregunta que se quedó en el aire justo antes de que nos interrumpiesen los neófitos con su presencia.   Tras tantos milenios habitando el planeta, y habiendo dado varias veces la vuelta a éste,  había optado por tomar libremente  aquello que deseaba, sin esperar el consentimiento de otros. Si deseaba sangre, la tomaba sin más dilación. No necesitaba permisos, ni excusas. El resto de la humanidad tenía un claro propósito: servirme como alimento, o para cualquier otro fin que a mí se me antojase.

Observaba de reojo a la cambiante, que de nuevo se apartaba unos metros de mi posición para ocultarse tras unas cajas de mercancía, donde procedió a su transformación y posterior colocación de su vestimenta.- No me debéis nada, querida. Ya os dije que lo hice porque su presencia retrasaba la reanudación de mi camino.- afirmé mostrándome relativamente más calmado cuando la joven cambiante agradeció mi intervención; dejándome desconcertado por sus palabras. Caminando un par de largos pasos hacia ella, me coloqué frente a su mirada, alargando la mano hasta su barbilla para limpiar con el dedo pulgar una mancha de sangre de neófito que se encontraba en ésta.- ¿Me permitís acompañaros hasta vuestra casa? Con el corte en el dedo os habéis convertido en una especie de dulce caramelo para los vampiros.- bromeé dibujando en mi rostro una mística sonrisa, mientras mis ojos refulgían rojo fuego durante unos segundos.- Podéis estar tranquila. Si os quisiese muerta, vuestro corazón llevaría un rato sin latir.- sentencié con esa particularidad forma de ser me caracterizaba.